SUMARIO:
I. Concepto de grupo: 1. El grupo y su
estructura; 2. Clases de grupos; 3. Función educativa del grupo; 4. Animación de
grupos. El animador. II. Grupo de catequizandos: 1. Importancia en la
catequesis; 2. El grupo como «mediación» eclesial; 3. Lugar privilegiado de
educación en la fe; 4. El catequista en el grupo de catequizandos. III. Grupo de
catequistas: 1. Importancia y objetivos; 2. Tareas; 3. El animador del grupo de
catequistas.
Para el cristiano, el misterio de comunión que es la Iglesia se verifica en una vida cristiana en comunidad. Por la dimensión comunitaria de la fe, los cauces de la iniciación cristiana deben tener una dimensión grupal. Por esto, tanto el grupo de catequizandos como el grupo de catequistas, se convierten en ámbitos normales de educación de la fe y lugares de experiencia eclesial. Antes de profundizar en el grupo de catequesis en sus dos dimensiones —de iniciandos y de iniciadores— parece interesante un acercamiento a la sociología, para profundizar en el sentido y concepto de grupo.
1. Concepto de grupo
La especificidad del grupo cristiano no debe hacer olvidar
que la vida comunitaria no anula —más bien asume y eleva— las dinámicas y
estructuras de todo grupo. El nuevo
Directorio general para la catequesis así lo reconoce cuando dice: «El grupo
tiene una función importante en los procesos de desarrollo de la persona. Esto
también vale para la catequesis» (DGC 159). No parece, pues, superfluo intentar
una aproximación sociológica, para precisar el concepto de grupo, su
estructura y clases, su carácter educativo, y el sentido del término
animación y animador desde una perspectiva de educación grupal.
1. EL GRUPO Y SU
ESTRUCTURA. En una descripción abierta,
un grupo puede ser entendido como una colectividad identificable, estructurada y
continua de personas, que desarrollan roles recíprocos, referidos a normas
sociales, intereses y valores, y que persiguen fines comunes. Si se subrayan la
tarea común y la conciencia de pertenencia de sus miembros, «un grupo es un
conjunto dinámico constituido por individuos que se perciben mutuamente como más
o menos interdependientes en algún aspecto» (Lewin y Deustch). El grupo, pues,
no es la suma de los individuos que lo componen, sino que se convierte en algo
nuevo.
Todo grupo está más o menos estructurado, entendiendo por
estructura de grupo el conjunto de las
posiciones que ocupa cada miembro dentro del grupo. Hay dos tipos de estructura:
1) la horizontal, que se fija en la dimensión afectiva, y 2) la
vertical, relativa a la dimensión de poder, es decir, a las relaciones de
dominio/sumisión. Todo grupo tiene su propia dinámica, entendida en sentido
amplio como el conjunto de los procesos que tienen lugar dentro del
grupo. La estructura grupal está sujeta a un
proceso dinámico en la constitución y vida de los grupos, desde organizaciones
internas débiles hasta estructuraciones fuertes e institucionalizadas. Por
tanto, la estructura del grupo está regulada por valores y normas más o menos
rígidos y más o menos aceptados. Se puede pertenecer a un grupo y, a su vez,
desear pertenecer a otro, de lo que resultan dos tipos de pertenencia grupal: 1)
el grupo de pertenencia limitado a que los individuos sean sólo y
simplemente sus miembros, y 2) el grupo de referencia al que los miembros
se remiten para orientar y regular su propio comportamiento.
En los procesos grupales es decisivo el rol del líder. Se pueden dar tres
clases de líderes: 1) el autoritario, que provoca agresividad y apatía;
2) el democrático, que reduce al mínimo la agresividad y tiende a la
cooperación, y 3) el permisivo, del que resulta un grupo desunido, sin
cooperación, y poca conciencia de pertenencia.
2. CLASES DE
GRUPOS. Los grupos se configuran como primarios o secundarios según sean
las relaciones existentes entre sus miembros. 1) El grupo primario «se
caracteriza por una asociación íntima y cara a cara» (H. Cooley), en que la
colectividad de personas que lo componen es relativamente restringida como
número y con relaciones frecuentes, profundos sentimientos de solidaridad, y
adhesión a los valores comunes que constituyen la cultura del grupo. Tres son
los factores claves en la vida de un grupo primario: proximidad física,
pertenencia e interacción y comunicación recíprocas, que generan en sus
miembros un cambio de pensamientos,
sentimientos y reacciones. 2) En contraposición, el grupo secundario está
regulado por normas formales y racionales –generalmente frías–, con una
comunicación interpersonal a niveles poco profundos. Es, pues, una colectividad
menos intensa, en la que el individuo se asocia generalmente de modo voluntario
o por contrato, y las relaciones recíprocas son reguladas más explícitamente por
reglas, usos y convenciones.
Se puede ampliar la distinción entre grupo primario y asociación, movimiento o
comunidad. Insistimos en que en el grupo primario prevalecen una cierta
espontaneidad, homogeneidad afectiva, libertad de configuración de objetivos,
estructuras y actividades, dimensiones relativamente reducidas, difusión
limitada y referencia a una figura o a unos valores. En cambio, la asociación
–algunos la ven como grupo secundario– goza de estas características:
adhesión formal de los miembros, estabilidad y autonomía, reparto formal de
cargos, estructura orgánica e institucional, definida por unos estatutos. En el
movimiento se subraya la importancia de unas ideas-fuerza y un espíritu
común, el carisma de un líder, una doctrina, praxis y espiritualidad propias, la
adhesión no formal, sino vital. La comunidad, en cambio, es un grupo de
personas, con intensas relaciones de solidaridad, situado en un territorio y
dotado de capacidad totalizante, al menos, respecto a sus objetivos.
3. FUNCIÓN
EDUCATIVA DEL GRUPO. La necesidad de aprobación y certeza son expresiones
concretas de la necesidad de seguridad,
y representan una aspiración fundamental de toda persona. La aprobación y la
certeza se generan normalmente en el grupo, por eso en él –sobre todo en el
primario– se tiende a asumir unas actitudes y comportamientos similares; a esta
tendencia se le denomina presiones de conformidad, que se traducen en
normas de comportamiento, opiniones y sentimientos uniformes; el respeto de los
miembros del grupo a las normas se consigue por sanciones positivas o
coercitivas, y también por el control de las informaciones; así, las normas
establecen la estructura de eficacia y de poder del grupo. De la presión de
conformidad surge una dinámica educativa que motiva y sostiene al individuo y le
ayuda a interiorizar los valores del grupo. Las presiones de conformidad
representan uno de los fenómenos más interesantes y problemáticos de la vida de
los grupos; sin grupo es difícil educar, la ambivalencia educativa lo atraviesa
todo, tanto en los contenidos como, sobre todo, en las relaciones.
Esta función educativa tiene su marco en un complejo proceso entre individuo y
grupo, que se define como sentido de pertenencia y experiencia de
identificación. El sentido de pertenencia nace de la experiencia de
identificación con el grupo –proceso de identificación de los valores y
proyectos propios con los de la colectividad– para lo que se requiere un mínimo
de interacciones del individuo en el grupo, el conocimiento y aceptación de su
sistema de valores, creencias y modelos, la percepción de sentirse aceptado
dentro de él, y la capacidad de armonización personal con las distintas
pertenencias grupales. En el grupo, en
síntesis, la persona se socializa y se capacita para la difícil tarea de
encontrarse consigo misma, con los otros y con el mundo.
4. ANIMACIÓN DE
GRUPOS. EL ANIMADOR. La animación es hoy una de las formas más sugerentes de
educación no escolar, pero su definición es bastante indeterminada y son varios
sus significados y acepciones. Por su incidencia en el mundo de la catequesis,
conviene hacer aquí algunas precisiones. En una primera aproximación, se habla
de animación referida a las técnicas de animación grupal, animación del tiempo
libre y las vacaciones, o animación expresiva y teatral. La animación
sociocultural, en cambio, se caracteriza como una escuela de voluntariado,
dirigida a favorecer el crecimiento de las personas y los grupos para participar
y gestionar la realidad social, cívica y política en que se mueven. En un
sentido más cercano al campo educativo –también al catequético– está la
animación cultural.
a) La animación cultural puede ser vista como «una actividad educativa y,
por tanto, intencional y metódica, que pretende ofrecer a las personas la
capacidad de hacerse conscientes de los procesos formativos a que están sujetas
en la vida social, y a capacitarlas para intervenir en ellos de modo activo y
participativo, orientándolas hacia aquellos objetivos necesarios para la
evolución y el crecimiento humano» (Pollo). Tres son los objetivos de la
animación cultural: 1) la construcción de la identidad personal dentro de una
historia y cultura propia; 2) el descubrimiento de lo social como lugar de la
solidaridad; 3) el reconocimiento de la apertura a lo trascendente en la vida
del hombre. El método de la animación cultural gira en torno a estas
características: la acogida incondicional del sujeto educativo y su
mundo; la relación educativa, interpretada en clave interpersonal y de
comunicación; el grupo, como lugar privilegiado de experiencia educativa;
el descubrimiento del valor de la vida cotidiana. Los instrumentos de la
animación se orientan no sólo a las técnicas de la dinámica de grupo y de la
comunicación humana, sino también al análisis de la experiencia cotidiana desde
la acción y la reflexión, restableciendo la relación entre realidad y verdad,
tantas veces rota en nuestra sociedad.
b) En este ámbito, la figura del animador es primordial, porque el grupo
no desarrolla normalmente su cualidad educativa de modo casual y espontáneo,
sino como fruto de la intervención externa del animador. Para que se dé
auténtica relación y comunicación entre animador y grupo se requieren las
siguientes condiciones: 1) el reconocimiento de la asimetría comunicativa y
educativa entre animador –representante de la memoria cultural– y miembros del
grupo –necesitados de identidad y sentido–; 2) la disponibilidad recíproca de
comunicación y el intercambio de información y valores; 3) la apertura al cambio
cultural donde los valores perennes dialogan creativamente con los temas
emergentes de una cultura concreta. El animador, así, posee una personalidad
relacional, genera intercomunicación, invita a la investigación y búsqueda
común, favorece el protagonismo de los miembros del grupo, les ayuda a su
incorporación crítica en el entramado social.
II. Grupo de catequizandos
La dimensión comunitaria de la vida cristiana exige que la catequesis sea una
auténtica escuela de iniciación a la vida eclesial. Hay que subrayar, por tanto,
la importancia del grupo de catequizandos, en la que ha insistido el magisterio
de la Iglesia, no sólo como cauce y expresión de vivencia comunitaria, sino
también como ámbito de educación de la fe. En esta perspectiva grupal y
comunitaria, la figura del catequista también queda enriquecida.
1. IMPORTANCIA EN
LA CATEQUESIS. Ya el anterior Directorio general de pastoral catequética
veía el grupo como una magnífica experiencia eclesial (DCG 76). Según
aquel documento el grupo ofrece una magnífica experiencia de vida eclesial y
encierra potencialidades formativas en los distintos niveles y edades. El grupo
educa al niño para la vida social; para adolescentes y jóvenes es una necesidad
vital; en los adultos fomenta la corresponsabilidad cristiana. De modo especial,
en los grupos de jóvenes –también en los de adultos–, la catequesis asume el
carácter de investigación común, que vincula el mensaje –norma de fe y acción de
la catequesis– con las experiencias humanas. Todo esto ha quedado recogido en el
nuevo Directorio general para la catequesis: «En la [catequesis] de los
pequeños porque [el grupo] favorece una buena socialización; en la de los
jóvenes, para quienes el grupo es casi una necesidad vital en la formación de su
personalidad; y en la de los adultos, porque promueve un estilo de diálogo, de
cooperación y de corresponsabilidad
cristiana» (DGC 159).
El grupo de catequesis adquiere en Evangelii nuntiandi el carácter de
pequeña comunidad, y la catequesis se convierte en un verdadero acto eclesial:
«Cuando el más humilde catequista reúne su comunidad, aun cuando se encuentre
solo, ejerce un acto de Iglesia» (EN 72). Así, el gesto de reunirse para
realizar la catequesis, enlaza al grupo, no sólo mediante relaciones
institucionales, sino también con vínculos invisibles y raíces escondidas del
orden de la gracia, a la actividad evangelizadora de toda la Iglesia.
También La catequesis de la comunidad (cf CC Anexo 16, 283-286) entiende
la catequesis grupal como una exigencia de la misma, y ve el grupo como su lugar
propio. Su necesidad no sólo es de orden antropológico, sino de fe, ya que la
referencia catecumenal y la dimensión comunitaria de la catequesis dan al grupo
una importancia privilegiada para la educación de la fe, la integración personal
y el desarrollo del amor fraterno. La importancia y necesidad del grupo en la
catequesis no son óbice para soslayar los posibles riesgos de la catequesis
grupal, así como para revalidar otros ámbitos más multitudinarios de educación
en la fe.
2. EL GRUPO COMO
«MEDIACIÓN» ECLESIAL. Frecuentemente el catequizando se inicia y expresa su
pertenencia a la vida de la comunidad eclesial a través del grupo de catequesis.
La relación entre grupo e Iglesia ha tomado distintas posiciones que conviene
tener en cuenta. 1) En un extremo estaría la concepción del grupo como
iglesia alternativa o paralela, o el grupo
–el grupo de base– como eclesiogénesis que hace nacer la Iglesia, no
tratando de trasplantarla deductivamente, sino de fundarla inductivamente. 2) En
el otro extremo se situarían aquellos para quienes la vida del grupo sólo sería
una mera propedéutica a la vida de la Iglesia, porque sólo en la comunidad
cristiana se vive la experiencia eclesial. 3) El lugar más equilibrado está en
descubrir la función estructural –no intrínseca, sino funcional– del grupo como
primera experiencia eclesial de sus miembros; en el grupo, palabras como
comunión, corresponsabilidad y presencia, se convierten en experiencia vivida.
El Directorio general para la catequesis afirma: «El grupo cristiano está
llamado a ser una experiencia de comunidad y una forma de participación en la
vida eclesial, encontrando en la más amplia comunidad eucarística su plena
manifestación y su meta» (DGC 159). El grupo de catequesis, enmarcado en el
círculo más amplio de la comunidad cristiana, debe ser iniciación y expresión de
pertenencia e identificación eclesial, particularmente en la catequesis de
adolescentes y jóvenes. El grupo catequético hace operativa la pertenencia
eclesial, ofreciendo modelos de identificación para que el catequizando vaya
haciendo suyos los valores y proyectos de la comunidad cristiana. A través del
grupo, irá conociendo el sistema de valores, creencias y modelos cristianos,
experimentará su pertenencia y aceptación en la comunidad y se irá incorporando
a ella progresivamente. En un mundo pluralista, donde se dan las más diversas
pertenencias, el grupo de catequesis también debe capacitar críticamente a sus
participantes a armonizar su pertenencia a la Iglesia con las otras referencias
no eclesiales en las que están inmersos.
En la catequesis de iniciación, el carácter temporal del proceso catequético
marca la temporalidad de estos grupos —temporales por definición—, cuyo objetivo
es la integración de sus miembros en la comunidad cristiana (cf CAd, Anexo 35).
La relación dinámica entre grupo y comunidad aparece aquí en toda su riqueza, y
hace resonar con toda su fuerza aquel principio catequético: la comunidad
cristiana es origen, lugar de referencia y meta del grupo.
La opción comunitaria en la catequesis supone que la comunidad sea hoy
condición, sujeto, objetivo y meta del proceso catequético. La catequesis
comunitaria exige una transformación cualitativa que haga del grupo un camino de
auténtica búsqueda común de la fe, lo que produce que, en cierto sentido, «la
catequesis se convierta en auto-catequesis, en cuanto que el grupo es
protagonista y mediador en el proceso de profundización de la fe» (Alberich).
Este talante comunitario supone que la relación interpersonal, la salud y
autenticidad del grupo, una metodología de corte comunitario —participación y
responsabilidad, un cierto grado de creatividad, experiencia grupal de fe—,
hagan del grupo lugar básico de transmisión y educación de la vida cristiana. El
grupo, en resumen, es ámbito privilegiado para que la fe incipiente se haga
adulta, y el catequizando se convierta en miembro activo y responsable de la
comunidad cristiana.
3. LUGAR
PRIVILEGIADO DE EDUCACIÓN EN LA FE. El grupo es lugar de crecimiento en la fe; y
esto no sólo por razones pedagógicas, sino, sobre todo, por exigencia de la
misma fe. Nuestra época se caracteriza por la importancia de las relaciones
interpersonales; la actual pedagogía hace del encuentro, el intercambio y la
interrelación expresiones privilegiadas del proceso pedagógico. La educación en
grupo es una exigencia antropológica por la necesidad actual de diálogo, de
participación y de escucha no-pasiva.
En el grupo se desarrollan aspectos claves para una buena pedagogía, tal como la
comunicación, la libertad, la creatividad, el clima de diálogo. La comunicación
crea un clima favorable para aprender a escuchar, a mirar, a sentir, a
expresarse; la libertad, como componente básico y estructurador de la
personalidad, es experimentada en el grupo, el cual se convierte en escuela de
libertad y de liberación cristiana; la creatividad fomenta la capacidad de
observación y favorece la capacidad creativa de los otros con la propia; también
estimula la imaginación, el sentimiento y la emoción; el clima de diálogo,
verdad y sinceridad acerca a los otros y permite el anuncio y recepción del
mensaje cristiano. Más allá de las técnicas, la animación de grupos es fomento
de relación interpersonal; no se queda en ellas, pero las necesita, favoreciendo
la comunicación en la fe, detectando intereses profundos, favoreciendo la
cercanía y la comunicación.
Pero, sobre todo, la necesidad del grupo en la catequesis nace de la
peculiaridad de la pedagogía divina. La necesidad del grupo nace, sobre todo de
la misma exigencia de la pedagogía de Dios, que no nos salva aisladamente, sino
en un pueblo (cf LG 9). El talante catecumenal de la catequesis y su dimensión
comunitaria convierten al grupo en cauce adecuado de iniciación y expresión de
la fe. Las razones de la importancia del grupo en la catequesis hacen referencia
directa a la educación de la fe. En el grupo se transmite y recibe el
mensaje cristiano, se crea la experiencia en común de la fe, esta se comparte y
expresa con lenguaje propio, se comunica a lo otros devolviendo lo recibido con
palabras propias. La integración personal —ser acogido, aceptado y reconocido,
personalmente llamado e integrado-- se vive en el grupo de catequesis como
expresión adecuada de la acción insondable de Dios —plural en las personas y en
los caminos— y como cauce humano del desarrollo del amor fraterno. La catequesis
actual ha de crear ámbitos comunitarios de talla humana para educar al
destinatario de la catequesis en una fe personalizada.
Frente a las ventajas del grupo como escuela de iniciación cristiane no se deben
olvidar sus posibles riesgos. Existe el peligro de ahogar el pluralismo
legítimo de cada individua en el uniformismo grupal; cuando la fuerzas de
cohesión son muy fuertes el grupo se puede cerrar a experiencias eclesiales más
amplias o evadirse del mundo y sus problemas; la vida afectiva del grupo puede
convertirse en norma de fe; la creatividad a veces se entiende sólo en clave
subjetiva; está latente el reduccionismo de la catequesis a una dinámica de
grupo; la figura del catequista se puede quedar en un mero animador. Sin
embargo, la catequesis en grupo trae consigo
consecuencias enriquecedoras y
prácticas. Se pueden enumerar entre las
más importantes la participación de muchos catequistas en el ámbito de las
comunidades cristianas, un talante y una pedagogía activa, el crecimiento de
vínculos de comunión entre los grupos y la comunidad, el grupo catequético como
cauce de renovación eclesial.
Todo esto no debe hacer olvidar otras formas de
catequesis más numerosas, como la predicación, charlas, preparación de los
sacramentos, medios de comunicación social (cf CT 45). Hay que afirmar, por
último, que la comunidad cristiana no sólo aporta al grupo de catequizandos,
sino que sale enormemente enriquecida, porque «la catequesis no sólo conduce a
la madurez de fe a los catequizandos, sino a la madurez de la misma comunidad» (DGC
221).
4. EL CATEQUISTA EN
EL GRUPO DE CATEQUIZANDOS. La renovación de la catequesis también origina una
mayor profundización de la figura del catequista. Por su papel de testigo
cualificado de la fe «ejerce como cometido primario y específico el de ser, en
nombre de la Iglesia, testigo del evangelio, capaz de comunicar a los demás los
frutos de su fe madura» (DGC 159), lo que le impele a presentar íntegra y
auténticamente el mensaje cristiano, de modo que el grupo lo pueda expresar en
su lenguaje y cultura propios. La pertenencia y participación del catequista en
la vida comunitaria es cauce de vinculación eclesial para los destinatarios de
la catequesis. Su carácter de educador y maestro de la fe se ve enriquecido
con su papel de promotor de relación y diálogo; así el catequista «participa en
la vida del grupo y advierte y valora su dinámica» (ib), para que la catequesis
sea comunicación auténtica y significativa de la fe cristiana. Las exigencias de
una personalidad relacional —frente a liderazgos y personalidades fuertes— le
sitúan como animador dentro del grupo, «capaz de alentar con inteligencia la
búsqueda común» (ib). La animación del grupo exige del catequista «saber
utilizar con discernimiento las técnicas de animación grupal que ofrece la
psicología» (DGC 245). El catequista, en fin, debe estar capacitado «en el arte
de conducir a un grupo hacia la madurez» (DGC 244).
III. Grupo de catequistas
Así como la formación alcanza las dimensiones del ser, el saber y el saber
hacer de los catequistas (cf DGC 238), del mismo modo su identidad se
configura en su quehacer —tareas—y en su ser —vocación—. Por eso, el grupo de
catequistas, antes que taller para preparar la catequesis, es escuela de
vida cristiana y cauce concreto de formación. El sentido del grupo, por tanto,
ha de entenderse desde la identidad, tarea y formación de los catequistas. A
partir de aquí se desarrollan la importancia y objetivos del grupo, sus tareas,
y el papel del animador en el grupo. Junto al nuevo Directorio, la fuente
inspiradora de lo que sigue es el documento El
catequista y su formación.
1. IMPORTANCIA Y
OBJETIVOS. La vocación del catequista tiene una profunda
dimensión eclesial, por ser transmisor de un mensaje recibido —tradición viva—
en y desde la comunidad eclesial. Por eso la vida del catequista ha de
configurarse, no por libre, sino en el terreno firme de la comunidad cristiana,
para que una experiencia comunitaria auténtica genere una acción catequística
eficaz. Por ello, la transmisión de la fe de la Iglesia y la pertenencia
eclesial del catequista configuran el grupo de catequistas y subrayan su
importancia.
a) El grupo tiene como objetivo básico preparar a los catequistas para
que sean auténticos pedagogos en la educación de la fe o, también, para
ayudarles a desempeñar mejor su tarea. Ahora bien, este cometido no puede darse
si el catequista no crece como persona y como creyente, porque su hacer de
catequista nace de su ser de cristiano. En el grupo, el catequista profundiza en
la llamada de Dios a la evangelización en el campo de la catequesis, a la vez
que enraiza la tarea catequética en su experiencia creyente vivida
comunitariamente y concretada en el grupo. A su vez, el grupo de catequistas
–mediación privilegiada del ministerio de la Palabra en la comunidad cristiana—
puede ser grupo referencial que anima a los demás miembros y grupos en el
crecimiento de la comunión y de la misión de la Iglesia.
b) El objetivo genérico del grupo se diversifica en varios objetivos
específicos que se pueden concretar en ayudar al crecimiento humano y
cristiano del catequista, situarlo en su acción catequética dentro de la
evangelización, ser cauce de pertenencia eclesial, capacitarle en su tarea de
educador de la fe. El grupo debe ayudarles a descubrir y profundizar en su
vocación de catequistas dentro de la evangelización, sabiendo que, en la
llamada del Señor a todos los cristianos a la acción evangelizadora, ellos
ocupan un lugar privilegiado –la maduración de la fe incipiente y su permanente
profundización– en todo el proceso evangelizador. El grupo de catequistas
actualiza el grupo de los primeros discípulos en torno al Señor, a quien los
catequistas siguen e imitan participando de la misión de Cristo Maestro. Así, en
el grupo, el catequista profundiza en su papel de maestro, educador y testigo.
El grupo es lugar privilegiado donde el catequista no sólo se prepara para dar
catequesis, sino donde encuentra cauces de crecimiento en su madurez humana y
cristiana. Allí descubre que la comunidad cristiana –además de por su
capacitación y tareas— se interesa por él mismo. El crecimiento equilibrado y
abierto, el clima de diálogo, la atención a sus interrogantes, la búsqueda
común, la comunicación de experiencias, el clima de oración, la lectura creyente
de la realidad, la llamada a la conversión, son frecuentemente características
que muchos grupos de catequistas viven con intensidad. Todas estas realidades
son decisivas para la acción catequética, que es testimonio de vida cristiana
antes que tarea o enseñanza. Es en y a través del grupo donde «la
formación le ha de ayudar a madurar, ante todo, como persona, como creyente y
como apóstol» (DGC 238; cf IC 44).
La pertenencia a la comunidad eclesial normalmente se verifica con la
inserción en una comunidad cristiana concreta, en la que se expresa, celebra y
vive comunitariamente la fe. Es en la comunidad inmediata —parroquia,
movimiento, comunidad eclesial de base...— donde el catequista vive y realiza la
tarea de la educación en la fe de la Iglesia. El grupo de catequistas es
frecuentemente lugar donde se alimenta la conciencia de pertenencia eclesial,
constituyéndose así como grupo generador de vida eclesial, no sólo para los
mismos catequistas, sino para toda la comunidad. En el grupo, los catequistas,
preparando la catequesis, comparten experiencias de fe y crecen en el amor
fraterno. El grupo, sin embargo, no agota la vida comunitaria del catequista,
pues, como miembro activo de la comunidad, participa en sus distintos ámbitos, y
muchas veces tiene un grupo de referencia distinto al de catequistas.
La preparación y revisión de la catequesis es cometido normal de los
grupos de catequistas, y es también su modalidad formativa más frecuente y
básica. Por eso, el grupo suele ser el primer cauce de su formación, y la
capacitación como buen catequista es objetivo inmediato del grupo, pues al
preparar la catequesis, el grupo se convierte en la primera escuela de
catequistas, pudiendo decirse que esta formación primera y básica nace de la
acción inmediata —formación por la acción—. La capacidad educativa y el saber
hacer la catequesis se pueden adquirir mejor si se imparten al mismo tiempo
que se realizan, durante las reuniones en que los catequistas preparan las
sesiones de catequesis (cf DGC 245; DCG 113). Ahora bien, hay que entender el
sentido propio de la preparación de la catequesis: antes que conocer unos
contenidos y saber aplicarlos con una buena metodología, la catequesis es fruto
de una experiencia cristiana seria y adulta; por eso la mejor preparación
inmediata del acto catequético es «vivenciar con el grupo de catequistas los
temas que después se van a compartir con los destinatarios de la catequesis» (CF
139). Todo esto no obsta —más bien exige— a que el catequista reciba una
preparación teológica y pedagógica adecuada, con los conocimientos y técnicas
necesarios. Además, el clima comunitario y de diálogo hace referencia directa a
la pedagogía de la formación misma y sus características, porque existe una
coherencia intrínseca entre la pedagogía global de la formación de los
catequistas y la propia del proceso catequético (cf DGC 237-243; CF 121-125).
2. TAREAS. Al
hablar de tareas del grupo de catequistas se hace referencia a la concreción de
objetivos genéricos y específicos. Entre las tareas del grupo se pueden señalan
la programación y evaluación de la catequesis, su preparación inmediata, sobre
todo, desarrollando los distintos momentos del acto catequético, la reflexión
sobre su vocación y misión dentro de la evangelización de la Iglesia, la
incidencia y relación del grupo de catequistas con los demás miembros de la
comunidad cristiana y la búsqueda de otros cauces de formación.
a) En cuanto a la programación, el grupo de
catequistas debe sentirse protagonista en la elaboración de un plan de
catequesis: hay que educar la mirada de los catequistas, pues una buena
programación debe partir de un
conocimiento adecuado de la realidad —sociocultural, pastoral y de los
destinatarios—, en la que deben entrar armónicamente los datos psicosociales y
los criterios evangélicos, para hacer una lectura cristiana de la realidad,
capaz de descubrir al Señor presente en los signos de los tiempos; se debe
capacitar a los catequistas para que puedan formular grupalmente unos objetivos,
y sólo después elegir los métodos, medios y actividades más oportunos.
b) La catequesis necesita, junto a una buena planificación, la subsiguiente
evaluación, a través de la cual los catequistas aprenden a revisar
—críticamente, en diálogo, desde la fe— la acción catequética, sabiendo hacer un
juicio pastoral de los pasos dados con los destinatarios de la catequesis y
respetando, a la vez, el orden de la gracia que sólo ve el Espíritu.
c) En la preparación inmediata de la catequesis, el grupo de catequistas
debe recorrer de modo pedagógico —también vivencial— los momentos del acto
catequético: en el grupo se debe facilitar la comunicación de experiencias
humanas, también su evocación y profundización, creando un ambiente de diálogo y
facilitando los recursos pedagógicos necesarios; el mensaje cristiano
—Escritura, tradición eclesial, vida cristiana— ha de ser recibido en el grupo
en toda su autenticidad, con toda su riqueza e integridad, y de modo
significativo, para que pueda iluminar, juzgar y transformar las experiencias
humanas de los destinatarios; los catequistas en el grupo deben ser capaces de
expresar y condensar las experiencias de fe en sus diversas objetivaciones o
expresiones, es decir, confesar —inculturándola—
la fe de la Iglesia, celebrar la fe y orar en su lenguaje propio, y concretar en
compromisos la transformación de vida. Ambiente comunitario, experiencias
cristianas compartidas, conocimientos y recursos pedagógicos y prácticos del
grupo, son la mejor preparación inmediata de la catequesis y también la mejor
escuela básica de catequistas.
d) Es tarea del grupo ayudar a profundizar en la vocación y misión de los
catequistas. A través de la acción de la catequesis y de la reflexión y
profundización en el grupo, muchos catequistas han descubierto su tarea no como
simple colaboración con el sacerdote o la parroquia, sino como auténtica
vocación del Señor a la misión evangelizadora de la Iglesia en la catequesis.
e) Además, el grupo de catequistas enriquece de distintas formas a la comunidad
cristiana inmediata. Su testimonio de fe y de vida fraterna, el clima de diálogo
y apertura son, muchas veces, referente de comunión y fomento de experiencia
comunitaria para los demás miembros de la comunidad. Frente al peligro
actual de la desafección eclesial, la catequesis ocupa un papel clave en la
recuperación de la empatía y afecto eclesial y en la iniciación a la pertenencia
a la Iglesia real (cf CC 138). La comunidad cristiana inmediata también se ve
enriquecida cuando el grupo de catequistas se convierte, en cierta forma, en
conciencia educativa de la comunidad, constituyendo una instancia permanente
de llamada, provocación, estímulo y promoción, y animando a toda la comunidad en
la corresponsabilidad educativa que le es propia. El
grupo de catequistas, inserto en las diversas formas
de educación en la fe, y interrelacionado con las distintas funciones eclesiales
—liturgia, comunión, servicio caritativo— posibilita que la comunidad cristiana
sea auténticamente evangelizadora. La relación de los catequistas con
catequistas de otras comunidades, y la búsqueda de cauces formativos
supraparroquiales, posibilitan a la comunidad concreta la apertura a otras
comunidades, la potenciación de la pastoral de conjunto y la comunión
eclesial.
3. EL ANIMADOR DEL
GRUPO DE CATEQUISTAS. En estos últimos años los grupos de catequistas se han
visto enriquecidos con la figura del animador. Se ha establecido un creativo
diálogo entre el rol de la animación cultural y la imagen del catequista
cualificado que ayuda, suscita, inicia, fomenta, mueve, coordina la catequesis y
ayuda a los otros catequistas en esta tarea. La animación puede enriquecer al
catequista que debe «alentar con inteligencia la búsqueda común» (DGC 159). En
este contexto, destaca la figura del sacerdote en relación con la catequesis,
los catequistas y sus grupos.
El Vaticano II ha situado a los sacerdotes, en cuanto ministros configuradores
de la comunidad, como padres y maestros (PO 9), y educadores en la fe
(PO 6). Además, el presbítero «tiene la responsabilidad de organizar,
animar, coordinar y dirigir la acción catequética de su comunidad respectiva, en
nombre del obispo» (CF 41). Entre sus tareas específicas se encuentran la
animación de toda la comunidad en su responsabilidad hacia la catequesis, la
orientación de fondo de esta y su adecuada programación, el fomento y
discernimiento de la vocación a la tarea catequética, la integración de la
catequesis dentro del proceso evangelizador y su vinculación con las otras
tareas eclesiales, siendo el sacerdote garante de la comunión con la Iglesia
local (cf DGC 225; CF 42). En referencia directa al sacerdote en el grupo de
catequistas, «entre sus funciones principales e imprescindibles está la de
animar al grupo de catequistas, de modo que forme una verdadera comunidad de
discípulos del Señor, que sirva de punto de referencia para los catequizandos» (DGC
225). La catequesis en una comunidad depende, en gran medida, de la presencia y
atención del sacerdote, cuyo servicio específico ha de ser reconocido.
Sin embargo, también puede fracasar la acción catequética si el sacerdote no
reconoce el servicio de los laicos y de los religiosos o se inhibe frente a
ellos. Hoy muchas comunidades se ven enriquecidas no sólo con la solicitud de
los sacerdotes por la catequesis, sino también con la animación de los grupos de
catequistas por laicos/as y religiosos/as.
Las funciones del animador pueden orientarse hacia los objetivos del grupo
—ayudar a formularlos, tenerlos claros, mantenerlos vivos— y sus tareas
—encaminadas a conseguir los objetivos y el desarrollo armónico de todas ellas—,
hacia la metodología —ritmo progresivo y ordenado del grupo, realismo y
flexibilidad— y hacia la participación —protagonismo y diálogo de todos, escucha
mutua, respeto a las individualidades, toma común de decisiones—.
Sobre el talante
del animador del grupo de catequistas hay que subrayar que debe ser auténtico
servidor del grupo, capaz de acompañarlo y de crear auténtico clima grupal; para
ello ha de ser una persona abierta, sociable, colaboradora, no protagonista,
democrática, sensible, creativa, superadora de conflictos, flexible, abierta,
crítica. Por último, el perfil del animador lo configura como una persona madura
—dialogante, equilibrada, respetuosa, con capacidad de escucha—, como testigo
—discípulo del Señor, inserto en la comunidad, poseedor de una síntesis de fe
personalizada— y, sobre todo, como educador de la fe y buen catequista. El
Directorio general para la catequesis reconoce la figura del animador
responsable de la acción catequética (cf DGC 233).
BIBL.: ALBERICH E.,
La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 1991, 183-202; COMISIÓN
EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, Con vosotros está. Catecismo para
preadolescentes. Manual del educador 2. Orientaciones fundamentales para la
catequesis de los adolescentes III, Secretariado nacional de catequesis,
Madrid 1977, 375-384; DELEGACIÓN DIOCESANA DE CATEQUESIS DE MADRID, El grupo
de catequistas y su animador (pro-manuscriptum); GABASSI P., Grupo,
en DEMARCHI F.-ELLENA A. (dirs.), Diccionario de sociología, San Pablo,
Madrid 1986, 798-804; GATTI G., El grupo de catequistas, Sal Terrae,
Santander 1985; El catequista y su formación, Sal Terrae, Santander 1989;
HUNGS F. J., Comunidad y catequesis. Teoría y praxis para la formación de
catequistas, Sal Terrae, Santander 1982; MIDALI M.-TONELLI R. (eds.),
Dizionario di pastorale giovanile, Ldc, Leumann-Turín 1989, especialmente
POLO M., Animazione, 54-64 y TONELLI R., Gruppo y Gruppo ecclesiale,
415-422; POLO M., L'Animazione culturale dei giovani, Ldc, Leumann-Turín
1987; TONELLI R., Gruppi giovanili ed esperienza di Chiesa, LAS, Roma
1983.
Lucas Berrocal
de la Cal
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