miércoles, 18 de octubre de 2017

Gloria de Dios.


«G. de D.», «dar gloria a Dios», «obrar a mayor gloria de Dios» son expresiones fundamentales del acervo idiomático cristiano. Pero requieren una interpretación adecuada, pues, si se entendieran en forma demasiado antropomórfica, no podrían armonizarse con la -->transcendencia de Dios y, en consecuencia, con su -->amor absolutamente libre y desinteresado, que determina su actuación en el mundo.
I. En la Escritura
El contenido del concepto teológico de g. de D. en la Escritura se remonta en sus raíces al kábód Yahveh hebreo, que en los LXX es traducido con el término 861a. Esta traducción determina claramente el uso del vocablo 8ója en el Nuevo Testamento. La Vulgata traduce kábód y 86f;a por «gloria».
1. «Káböd Yahveh» en el AT
El contenido originario del término «gloria» en el AT no es, como entre los griegos y romanos, la idea de un prestigio que provoca admiración y alabanza, de una fama llena de honor (cf. CICERÓN, Retórica, II 55). La gloria es, ante todo, el valor real, el poder medible, el peso del poder (kábód de la raíz kbd = pesado, importante). Este sentido se empareja con el significado clásico de lo glorioso de la plenitud de luz, o de sabiduría o de hermosura, que es digna de alabanza. Yahveh revela y oculta a la vez su kábód en la nube y el fuego devorador (Éx 16, 7s; 16, 10; 24, 15-17; 40, 34s; 40, 38; Dt 5, 24), un fuego que lleva en sí el brillo del relámpago y el poder del trueno, y que da testimonio de la majestad inaccesible, poderosa y terrible de Dios. Esta manifestación de Yahveh significa para los afectados, o bien castigo, o bien auxilio benévolo (Lev 9, 6.23ss; Núm 14, 10; 16, 19, etc.), que exigen adoración y alabanza: Éx 15, 1: «Cantemos al Señor, porque ha hecho brillar su gloria»; Éx 15, 7; Sal 29, 1-9. Además de los prodigios, también el curso natural del mundo revela el kábód Yahveh, invitando a todos los pueblos a la alabanza: Sal 57, 6-12; 145, 1012; 147, 1.
2. La «doxa» en el NT

En Jesucristo se ha manifestado la gloria de Dios. £1 es el «resplandor de la 86Za» (de Dios), la imagen de su esencia (Heb 1, 3). La 8óJa del Padre se revela en la encarnación de su palabra (Jn 1, 14). Así el Evangelio es «la buena nueva de la 86 Z de Cristo» (2 Cor 4, 4). A través de él Dios hizo brillar la luz en nuestros corazones, «para que resplandezca el conocimiento de la 8óla de Dios en la faz de Cristo» (2 Cor 4, 6).
La presencia invisible de la 861a en el arca o en el templo de la antigua alianza (Éx 25, 8) para la santificación de los hombres ha sido sustituida por la -> encarnación de la palabra divina, que es la presencia personal y palpable de Dios entre los hombres (1 Jn 1; Jn 1, 14.16). Así como en tiempos la gloria estaba encubierta por la nube, ahora está por la condición humana de la palabra. Durante la vida terrena de Jesús la 861a brilla solamente en «signos», descubriéndose únicamente al creyente (Jn 2, 11; 11, 40). En el anonadamiento el Hijo «honra» al Padre hasta la consumación de la obra redentora, y el Padre «honra» y «glorifica» al Hijo (Jn 12, 28; 17, 5). El resucitado es para Pablo el «señor de la 86Ja» (1 Cor 2, 8), En la -> parusía la 861a celeste de Jesús se revelará a todos (Mt 24, 30). En la transfiguración (Lc 9, 32), Pedro, Juan y Santiago experimentaron una anticipación de esta luz de la gloria; y también la experimentó Pablo ante Damasco (Act 9, 3).
La gloria del Hijo es también la gloria de los hijos de Dios; él conduce «a los muchos hijos hacia la gloria» (Heb 2, 10); éstos son participantes de su gloria (1 Pe 5, 1-4). Según Pablo el justificado ya participa de la gloria escatológica (2 Cor 3, 18; 4, 17), si bien en forma oculta y esencialmente en ->esperanza (Rom 8, 18). Hacia esta gloria se dirige la «expectación anhelante» de toda la creación (Rom 8, 19-23). «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres, objeto de su amor» (Lc 2, 14), anuncian las ángeles al aparecer Jesús en este mundo. La voluntad de Dios es que «el Padre sea glorificado en el Hijo» (Jn 14, 13; Flp 2, 11). Y también es voluntad de Dios que el Hijo sea glorificado en los hombres (Jn 17, 1-6). La glorificación de Dios, la de Cristo y la de los hombres están intrínsecamente relacionadas (2 Cor 4, 15); son frutos de un amor creciente, que llega a su plenitud en el «día de Cristo» (Flp 1, 9ss; 1 Pe 11, 27; 2 Pe 3, 18). En el ->reino de Dios el ->culto no tendrá más expresión que la adoración y la acción de gracias en Jesucristo (Rota 16, 27; Jds 24-25; Ap 1, 4-7; 5, 13; ->visión de Dios).
II. Aspecto sistemático
Dios ha creado el mundo, «no para aumentar o adquirir su gloria, sino para revelar su perfección» (Vaticano i, Dz 1783; cf. 1805). La gloria de Dios es ante todo su interna perfección ontológica y su autoposesión amorosa en la santidad. A esta santidad y gloria está ordenada la creación, en la que Dios se revela, y esta revelación misma es ya la g. de D. «externa»: como «objetiva» o material. Pero la creación carecería de sentido si, por encima de esta g. de D. «objetiva», no hubiera seres que con conocimiento y amor libre pueden responder a la revelación de la gloria de Dios. La g. de D. «objetiva» sólo es tal como llamada a los seres espirituales para que glorifiquen «formal» y subjetivamente a Dios. Por eso el hombre negaría su propia esencia si pretendiera limitarse a la mera g. de D. objetiva (por el simple hecho de existir). Pero, en cuanto él da gloria a Dios, se perfecciona a sí mismo y recibe su propio honor por la participación de la gloria de Dios. «El Señor lo ha hecho todo para comunicarse», dice Tomás comentando Prov 16, 4 (ST 1 q. 44 a. 4); e Ireneo escribe: «A los que ven a Dios, su gloria les da la vida...; la participación en la vida de Dios consiste en su visión y en el disfrute de sus bienes...; la gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre es la visión de Dios» (Ad. haer. lV 19: PG 7, 1035ss).
1. Por tanto, g. de D. («externa») significa ante todo el comportamiento subjetivo, del reconocimiento con veneración del esplendor divino, o sea, el acto de adoración venerante del ~>misterio absoluto.
2. Ese acto se refiere a la revelación de Dios mismo, en cuanto a través de ésta se manifiesta el poderío de la gloria divina. Esta revelación de sí mismo se produce en - y va dirigida a - la ->creación, que por su ser y sobre todo por su respuesta revela la gloria de Dios y así alcanza su sentido. La insuperable revelación escatológica de sí mismo acontece en Jesucristo (cf. historia de la -> salvación).
3. La revelación de la g. de D. manifestada históricamente se funda en la plenitud de su ser, en su gloria y poderío internos, conocidos y afirmados por él mismo, los cuales no pueden ser violados desde fuera, o sea, por la criatura, y en este sentido constituyen su --a santidad.
Humbert Bouéssé

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