miércoles, 18 de octubre de 2017

GRATUIDAD

Nano Polanco sj
Centro Bonó    
República Dominicana
28/12/1999

            Se me ha pedido una reflexión sobre la “Teología de la Gratuidad”[1]. Confieso que esto me queda grande pero supongo que en el marco de esta reunión no se trata de entrar en complejidades teológicas pero si abordar el tema de manera que nos quede un panorama de la cuestión. Como veremos este es un tema que viene creciendo y que está ganando la importancia “de los signos de los tiempos”.  Es algo que se está posando en el ambiente espiritual en que gira nuestra fe y la acción humana. Veo necesidad de conversar sobre esto y pienso que todos podemos aportar al tema desde la propia cosecha. Por eso mi propósito aquí es iniciar un dialogo que bien puede ser retomado en otro momento. Les propongo primero describir brevemente cómo está apareciendo el tema de la gratuidad en la espiritualidad y en la teología actual y luego extraer de aquí varios puntos sobre los cuales me parece importante que reflexionemos y dialoguemos.

            Lo primero que debo decir es que no he encontrado en la literatura teológica algo que se llame expresamente “Teología de la Gratuidad”.  El título como tal me parece una novedad. Lo más parecido es la Teología de la Gracia. Pero creo que la doctrina de la Gracia no admitiría rápidamente esta equivalencia. En la tradición cristiana no es lo mismo gratuidad y Gracia.  La doctrina tradicional de la Gracia habla brevemente de gratuidad diciendo que ella es una propiedad o carácter de la Gracia, pero no la Gracia misma[2]. La gratuidad de la Gracia es el carácter generoso con que Dios la ofrece. La Gracia nos llega por pura gratuidad de Dios, como acción generosa suya, sin interés, de balde y sin mérito alguno de nuestra parte que la exija. En este sentido, la Gracia comporta un contenido muy preciso, mientras que la gratuidad es el modo de proceder respecto a este contenido. El contenido de la Gracia son los diversos dones de Dios, sobretodo el don del Espíritu y la obra salvadora de Jesucristo que nos eleva o nos capacita para vivir una vida según Dios. Sin embargo, la gratuidad es el carácter, o “modo de proceder” con que Dios hace todo esto, es decir por pura generosidad, condescendencia y misericordia suya.

            Ahora bien el énfasis en la gratuidad hasta llegar a su equivalencia con la Gracia es algo muy reciente. En los últimos años el tema aparece en el terreno de la espiritualidad, la mística, la exégesis bíblica, la pastoral, en los documentos de la Iglesia, en los documentos de nuestra congregación, en otras religiones, también en la filosofía, la antropología, la psicología, la pedagogía, la educación, la economía, las ciencias sociales, la medicina, el arte en general como la música, la canción, la poesía, el cine, el teatro etc.

En el terreno de nuestra fe han sido la Espiritualidad y la Mística que han tomado la iniciativa. El tema de la gratuidad aparece ampliamente en los escritos de Benjamín ya difundidos en  muchos países[3]. Mucho de lo que digo más adelante es de inspiración suya. También cercano a nosotros es Javier Osuna en Colombia del cual recomiendo su reflexión sobre “Gratuidad y experiencia de Dios” en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio[4]. Los Ejercicios son una pedagogía espiritual que nos introduce al misterio de la gratuidad de Dios[5]. También en los comentarios a los Ejercicios Espirituales de Arzubialde encontramos tópicos muy interesantes sobre “la conversión a la gratuidad” recordándonos que “la madurez humana coincide con el sentido de gratuidad”[6]. En este sentido desde la psicología recientemente me comentaba Alberto García que “las afecciones desordenas son la mejor excusa para no vivir según la gratuidad de Dios”. Experiencias similares se describen en comentarios actuales de vida de Santos, como es el caso de la vida de San Francisco de Asís por Bobin en “Le Tres-Bas”[7] o el de San Francisco Javier en “Itinerario Místico del apóstol” por León Dufour[8]

En los teólogos los acentos son diferentes. En los años 70 se habla de “la gratuidad de la fe” para encarar la secularización del mundo moderno. Creer es un acto gratuito. Es el caso del libro de González Ruiz llamado “Dios es gratuito pero no superfluo”. A su vez, del lado protestante, Eberhard Jungel insiste que sobre la Cruz, el Amor de Dios se reveló como más que necesario, esto es, como realmente gratuito[9]. Según Lutero Dios aparece gratuito bajo su contrario. En la teología católica[10] K. Rahner nos hablará del evento de la gratuita autocomunicación de Dios mismo en nuestra humanidad. El ser de Dios se revela en gratuidad. En Francia, Joseph Moingt integra posturas interesantes[11] relacionando ateísmo, gratuidad y cruz. En España tenemos el caso de los teólogos de “Cristianisme i Justícia” [12] que insisten sobre el “espacio del don” como único espacio posible para vivir la fe y la esperanza de cara a los desafíos del complejo mundo del tercer milenio. No menos también nos insiste Panikkar[13] con la teología desde el oriente al hablarnos de arrojo, abandono y silencio en la acogida del misterio gratuito. En América Latina se insiste en la gratuidad de la cultura de los pobres y se hablará de que la gratuidad de los pobres orienta la espiritualidad del compromiso y de la liberación. No debemos olvidar que Gustavo Gutiérrez le dedica una parte importante al tema de la gratuidad en su teología de la liberación y también en su otro libro “Beber en su Propio Pozo” y su más reciente “Densidad del Presente”[14].

            En el terreno de la filosofía algunos trabajos de Josep Vives van en esta línea. El Dios que se presupone en la teología de la liberación solo puede ser Gratuito, no el “ser-necesario” de la tradición filosófica griega. El Dios de los cristianos solo puede ser gratuito y libre[15]. En otro sentido los filósofos jesuitas latinoamericanos están trabajando desde hace varios años la filosofía y ética de la gratuidad[16]. Scannone nos insiste que una ética liberadora debe estar asentada en la dimensión de gratuidad de la cultura latinoamericana. Como principio de la ética, la gratuidad libera del autocentramiento y es capaz de orientar la acción humana regulando la economía, el trabajo, y la política entre los pueblos. La gratuidad tiene una lógica[17] que cuando se le es fiel provoca instituciones de gratuidad y de liberación. Más recientemente el tema de la gratuidad ha tocado los campos de la sociología del Sujeto, de la Democracia Participativa[18] y la sociedad civil[19]. Algunos comentan que en los movimientos de solidaridad nacional e internacional, en los cientos de Organizaciones No Gubernamentales sin fines de lucro, en la multitud de juntas de vecinos, en las numerosas asociaciones barriales y campesinas, etc. encontramos valiosos testimonios de cómo la acción gratuita (sin fines de lucro) es fuente de participación, no de exclusión. Estas organizaciones nos enseñan que el primado de la gratuidad no es algo mágico sino que debe entrar en relación con los procesos de construcción del poder inclusivo, la concertación y el diálogo político, la comprensión del beneficio justo, el combate a la ilegalidad, la regulación del conflicto, la asimilación de fracasos y la detonación de utopías.[20]

            En la actualidad me parece que el tema de la gratuidad está delante de un gran desafío de cara a la llamada Cultura Adveniente, pues esta cultura no es ya adveniente, sino que ya llegó. Recientemente la espiritualidad y la teología vienen gestando un diálogo entre la experiencia de la gratuidad y la situación postmoderna junto con los desafíos de la vida cotidiana[21]. Pero no bien esto se inicicia, ya constatamos también la necesidad de una profundización de lo que es el don cristiano frente a la problemática de los inmigrantes, la globalización[22], la mundialización[23] de la cultura, el pluralismo religioso[24] y todo este mundo de la era informática que nos rodea. Todo esto está digamos en pañales.

 

La ambigüedad de la Gratuidad.


            A mi parecer según los escritos anteriores lo primero que debemos tomar en cuenta es que vivimos un mundo que nos está provocando hablar de gratuidad pero que por la misma situación que vivimos el término gratuidad es ambiguo y esto quizás porque experimentamos la gratuidad en dos sentidos. De un lado, en un mundo tan marcado por el interés, el mercado, la competencia, los deseos, la utilidad, las recompensas, los beneficios, las preferencias, el poder, la prisa y la eficacia, no nos sorprende esta insistencia en la acción gratuita y en la experiencia de la Gratuidad. Pero además en un mundo donde crece la gratuidad de tanto mal, la inercia ante los problemas, el relativismo de opciones profundas, el desinterés por los que más sufren, la cultura del bienestar, el vacío de la responsabilidad y del poder compartido, el puro individualismo del sujeto, la irracionalidad de la acción, el olvido del sacrificio y del esfuerzo por la vida etc.. Todo eso cuestiona una gratuidad que no se puede bendecir y que conduce a la desgracia.

            Desde nuestra fe podemos decir que hay una gratuidad compañera de la Gracia y una gratuidad compañera de la desgracia[25], que jalonan nuestra vida. Y no pocas veces lo que experimentamos es una especie de confusión que no sabemos ponerle nombre, una mezcla de buena intención junto a deseos desordenados, una fidelidad con sensación de autoengaño, una generosidad como forzada, en deber jalonado por la culpa y un avance con marcas de retroceso que al igual que a San Pablo nos hace decir “¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte?” (Rm 7, 24). Necesitamos luz que nos ilumine y nos haga acoger el camino de la gratuidad Dios frente a la gratuidad del sin razón del pecado y de la desgracia. Y por eso creo que este tema viene en aumento y se está convirtiendo, como decía, en algo muy  significativo para vivir nuestro tiempo; especialmente un tiempo marcado por la falta de utopías, por el desencanto, por la falta de horizontes, por la fuerza de los fundamentalismos o de los inmediatismos, etc. todo eso es el terreno que hace levantar la pregunta de cómo ser realmente don para los demás y de cómo acoger y proceder en la vida con la misma gratuidad con que Dios procede.

            Pero también, desde nuestra pequeñez, al lado de la lucha diaria, en la cotidianidad de la vida, no pocas veces uno también se detiene diciendo lo mismo de San Pablo “¡cuantas gracias le doy a Dios, por Jesús!”, porque nos sorprendemos de que a Dios le cuadran las cuentas, que él escribe derecho con líneas torcidas, que en nuestros esfuerzos y pasividades incluso bajo el signo de la falta y la culpa, somos los pecadores muy amados, pobres siervos a través de los cuales la gratuidad de Jesús se enseñorea majestuosamente. Hay un Espíritu que nos saca de nosotros mismos y nos hace ver un horizonte a recorrer. Entonces tenemos ojos para ver los lirios del campo y para ver que Dios traza un camino junto a nosotros. Con los ojos del Místico y del Espiritual podemos ver que la gratuidad de Dios “perfuma”[26] y germina “el chin”[27]  que somos.  El Señor forma nuestro corazón y hace unir nuestros pobres esfuerzos a un Jesús que viene a caminar bajo el reinado de su Padre y la guía de su Espíritu . La gratuidad de Dios se abre paso desde situaciones que parecen condenarla.

Contemplar, Discernir la Gratuidad


La segunda reflexión a que nos invitan los escritos es a discernir nuestra gratuidad por la contemplación de Jesús. Nuestra gratuidad humana necesita luz y salvación. La verdadera gratuidad es revelación de Dios y la encarna Jesús. La gratuidad de Dios se ha encarnado en la gratuidad humana de Jesús. De manera que en la humana gratuidad de Jesús encontramos la revelación definitiva de la Gratuidad de Dios[28]. En esta revelación la gratuidad de Jesús no aparece en oposición a todo lo que nosotros podamos suponer: el deseo, el interés, el mercado, el poder, la eficacia, la utilidad e incluso la competencia. Es lo que vemos:  Jesús habló de que si alguien quiere ser el primero que compita en ser el último. Para hablar de su don (talentos), habló de mercado, de meter dinero en banco y de millones. Para hablar del Reino, habla de un tesoro y de saber bien invertir. Para hablar de amor retoma la máxima de amar al prójimo como a ti mismo etc.  El problema no está pues en los mismos medios sino en el uso y para buen orden del uso tenemos que acercarnos a Jesús[29].

            La espiritualidad y la teología nos recuerdan que ni el interés, ni el mercado, ni la competencia, ni los deseos, ni el poder, ni la eficacia, etc. son en sí mismos una contradicción a la gratuidad de Dios. Y una gratuidad que renuncie a las mediaciones humanas, no es la de Dios. Si así fuera nuestra fe caería en fundamentalismo. Como tampoco es gratuidad de Dios aquella que se deja atrapar y conducir por el valor de las mediaciones. Sería una fe manipulada por los inmediatismos y caeríamos en la falta de horizontes propios a nuestra fe. Por eso Jesús incluso llama a la renuncia, a la separación de medios en determinadas situaciones o en dimensiones de nuestra vida. Jesús hace “podas” para que demos buenos frutos, para que nuestra casa se asiente en base sólida. Así pues, tan peligroso es el fundamentalismo como los inmediatismos.

            Por eso la Teología y la Espiritualidad insisten que por situada y sentida que aparezca la gratuidad de Dios, ella no se deja atrapar, definir o concretizar. Ella se deja contemplar en Jesús y en aquellos que son sus testigos. Y aquí quiero citar a Bobin cuando habla del amor y de la gratuidad que encuentra en la vida de San Francisco de Asís: “Es verdad, les concedo, que es una cosa incomprensible. Mas lo que es imposible para comprender es tan simple de vivir!”[30]. Me parece que esto es bien verdad: el don y la gratuidad de Dios se resisten a ser explicados o atrapados en sus mediaciones y por lo mismo arrinconados al espacio de la ausencia de mediaciones. La gratuidad de Dios pertenece a lo más intimo de su Misterio. Es lo que Santo Tomás llama el “esse” de Dios, esto es, su existir mismo. Por eso el terreno propio de la expresión de la gratuidad de Dios es el terreno de la analogía, de las parábolas, de las canciones, los poemas, la narración de la historia. Todo ello nos remite al Misterio de Dios.
           
Desde esta evocación del Misterio podemos decir que para los teólogos, místicos y los filósofos, la gratuidad de Dios es un Misterio lleno de sentido, esto es, un Misterio lleno de orientación[31]. La gratuidad de Dios contemplada en Jesús es orientación del discernimiento de la voluntad de Dios. La gratuidad de Dios contemplada en Jesús purifica y cuestiona nuestra manera de ser gratuitos. Nos empuja a discernir, a optar, a establecer renuncias y es desde el fondo de estas opciones, de los compromisos asumidos que vamos caminando hacia la gratuidad de Jesús que es siempre más de lo que sospechamos. La gratuidad de Jesús es punto de partida y punto de llegada del discernimiento cristiano. En resumidas cuentas para la teología y la espiritualidad el don y la gratuidad vienen a ocupar el lugar de lo que Hans Kung[32] llamó recientemente “paradigma” de nuestra fe.

Paradigma significa que el Evangelio nos orienta en el encuentro con la gratuidad de Dios presente en este mundo, a la vez que la experiencia del don y de la gratuidad en nuestra vida cotidiana ilumina y nos ayuda a escuchar la Palabra de Dios[33]. Jesús nos habla en parábolas, de situaciones, historias, prioridades en la vida que nos remiten al Misterio de la Gratuidad de Dios en nuestras vidas. Pero también en las situaciones concretas, las acciones, las experiencias, etc. nos ayudan a precisar en cierta manera el itinerario de esa  gratuidad de Dios.  La Gratuidad de Dios aparece guiando un camino, un modo de proceder, que en todo momento debe ser discernido y contrastado con la contemplación del Evangelio.

El itinerario de la Gratuidad cristiana.


            El tercer punto de reflexión a que nos invitan la teología y la espiritualidad es que el proceder de la gratuidad de Dios provoca un rumbo, una ruta o un itinerario. Este énfasis contrapone una compresión actual de la gratuidad centrada en la vivencia del presente[34]. Lejos de negar este aspecto, lo que el cristianismo afirma es que la gratuidad cristiana debe ubicarse siempre en perspectiva histórica, esto es, saber de dónde viene, saber con quién se está y tercero hacia dónde se dirige esta gratuidad. El tipo de gratuidad que sugiere el cristianismo es pues una gratuidad histórica, una gratuidad con pasado, presente y futuro. Y esto no supone negar la eterna y trascendente gratuidad de Dios, sino afirmar su revelación histórica.

            Lo que el cristiano afirma en primer lugar es que su gratuidad tiene que arrancar y partir de Jesús. Ya lo dijimos. En este sentido Jesús es el origen de la gratuidad que queremos vivir. Las cosas nos salen más autenticas y más gratuitas cuando vemos que Jesús es su origen y su motivación última. Desde aquí la insistencia a la vida de oración y a la relación personal con el misterio de Jesús. Sin Jesús no hay gratuidad de Dios. Lo segundo es que Jesús nos invita a estar con él estando con alguien: “dónde dos o tres estén reunidos en mi nombre allí estaré yo también”. No hay gratuidad cristiana sin comunidad. La comunidad es la forma de vivir la gratuidad cristiana. Pero no basta. Lo tercero es que la vida comunitaria debe saber a quienes dirigir su gratuidad y lo propio de Jesús es la invitación a dirigirnos hacia terceros, esto es, ir más allá de los compañeros. Sin la preocupación por los demás - que no es mi comunidad - no hay gratuidad cristiana. Pero precisemos más las cosas.

            Que la gratuidad debe venir de Jesús no debe significar que no venga de nuestro propio pasado. La gratuidad de Jesús cambia y cuenta con nuestro pasado. Desde este punto de vista el pasado no tiene la perspectiva negativa de lo determinado, lo fijo y lo hecho.  Desde Jesús nuestro pasado guarda una ventana abierta, pues es siempre una sorpresa descubrir lo que Dios mismo plantó desde los orígenes y lo que ha venido cultivando desde entonces.  Jesús nos lleva a releer siempre nuestro pasado, a descubrir ahí las huellas amorosas de su Padre, aquél que nos amó primero. Todo pasado puede converger hacia los planes de Dios. Todo el pasado debe llegar a ser revelación de Dios para nosotros. No se trata aquí de que Jesús ignore o cambie el pasado. El pasado es algo muy serio. Muchas cosas del pasado podrán cambiar, otras demoran. La cuestión es hasta qué punto nuestra visión del pasado coincide con la de Dios. El cristiano no puede ignorar que por el pasado, Dios ha pasado también y que incluso ha pasado por donde más duele. Pero esta perspectiva solo la ganamos cuando vemos que Jesús toma en cuenta nuestro pasado porque lo asocia al suyo, esto es, cuando podemos leer nuestro pasado en el pasado de Jesús[35].  En este sentido Jesús como que busca “reproducirse” en nuestra historia. Busca unirnos de tal manera a él que seamos otros Cristos desde nuestra propia originalidad y situación histórica. Sólo así vemos que Dios ha estado en nuestra vida plantando posibilidades.

            Lo segundo que decíamos es que la gratuidad cristiana conduce a la vida comunitaria. Aquí la espiritualidad y la teología insisten en que la vida comunitaria debe asentarse sobre  la base de que Dios nos acepta y nos ama como somos.  Ahora bien hay que precisar el sentido de esta aceptación. Se trata de aceptar lo que somos desde Dios. Y es que también desde la Gratuidad de Dios somos mucho más de lo que percibimos de nosotros mismos. El otro es más de lo que veo en él. Y lo que sucede es que a veces somos defensivos de una pobre visión de nosotros mismos y del otro. Entonces nos asusta la palabra confrontación. La sentimos en oposición a la palabra aceptación. Pero la aceptación gratuita de Dios es enormemente confrontadora de la corta visión que tenemos de nosotros, de los demás y de la vida misma. Nadie nos acepta tanto como Dios, ni nadie nos confronta tanto como Dios. Y nunca estamos tan dispuestos a cambiar y a reconocer nuestras miserias que cuando percibimos una amistad incondicional sobre nuestras vidas. Solo el amor gratuito confronta eficazmente[36]. Ahora bien no podemos idealizar esta confrontación amorosa pues tenemos que aceptar que ella nos llega a través de un otro que es tan débil y limitado como yo.  Y quizás desde esta perspectiva ganamos una visión diferente de la vida comunitaria. La vida comunitaria es más que un lugar de superación fraterna pues siempre estará atravesada por sus pequeños conflictos, por momentos de tedio, por ciertas soledades. Su finalidad no está en sí misma, en su propio bienestar, sino en la preocupación por unos “terceros” que no son los compañeros. Y es la perspectiva de estos “terceros”, aquellos por los cuales luchamos y damos la vida, lo que más nos conduce a agradecerle a Dios la presencia del compañero, del amigo, de la vida fraterna.

            Por último decimos que la vida comunitaria debe saber a quiénes dirigirse y lo propio de Jesús es la invitación a dirigirnos hacia terceros, esto es, ir más allá de los compañeros. Sin la preocupación por los demás - que no es mi comunidad - no hay gratuidad cristiana. Y en esa preocupación por “terceros” creo que la espiritualidad, la teología y la filosofía cristiana  insisten en varios puntos.

            Lo primero es que la gratuidad comporta un deber, ella es creadora de deber y con ello creadora de obligaciones y de responsabilidades hacia los demás, con consecuentes renuncias y opciones de lugar.  Ciertamente el cristiano sabe que en el fondo no le puede guiar un “deber ser” y que está liberado de la culpa, justificado por la Gracia de Dios.  Pero la Gracia es fuerza de remisión hacia el otro y es en este sentido que la Gracia salva la gratuidad, en el sentido de que estira la gratuidad hasta que llegue a ser misericordia[37], donación de sí hacia los otros[38]. La Gracia puede hacer que por gratuidad lo que me importe sea el otro. La gratuidad si no es por la Gracia de Dios no tiene la fuerza de salir de sí misma, de su propia autocomplacencia, llegando incluso hasta el sacrificio. Y aquí reside la mayor complacencia y gratifación cristiana, en el llegar a “dar la vida por los demás”, en pasar por el olvido de sí mismo hasta que Dios mismo nos recuerde lo que somos: imagen y semejanza suya.

            Lo segundo  es que la gratuidad comporta formas de institución que procuren la libertad y la justicia.  Ciertamente la gratuidad cristiana es exigencia de una libertad inapresable.  Pero la gratuidad cristiana conduce hacia formas muy precisas de vivir y de procurar la libertad. Hay una manera de vivir la libertad que va mucho más allá de la expansión de la propia autorealización personal. Ya dijimos que la gratuidad cristiana es aquella que se ve necesitada del otro, regulada por la participación del otro, por la diferencia del otro, por la inclusión del otro en el bien que quiere hacer. La gratuidad cristiana conduce hacia formas de vida organizadas en beneficio de otros. Sabe que cuando se marcha solo no se llega muy lejos. Hay un largo plazo a vivirse con el auxilio de obras e instituciones de servicio.

            Lo tercero que quiero decir es que la gratuidad cristiana no puede significar el olvido de los pobres, porque en el fondo podemos olvidar lo más auténtico de la gratuidad de Dios. La gratuidad de Dios remite al encuentro y a la preocupación por el que más sufre.  Mateo 25 nos narra este misterio de relación entre Dios y los pobres. Fue en la relación gratuita con los pobres donde los justos se encontraron con Dios.  Y esto es bien verdad, pues con los pobres la gratuidad gana acentos especiales. Muchos pobres se han organizado con grandes esfuerzos, a veces sobrehumanos. Queriendo superar límites infranqueables buscan el tiempo para aprender, para asistir a reuniones, para dar tiempo tanto a la comunidad cristiana como a la organización social. Se someten a normas que reglan y buscan garantizar la participación de todos. Y, a veces, la gente se entrega con resistencias, con cruces de su misma familia, vecinos y amigos. Más aún es un esfuerzo llevado a cabo con caídas, frustraciones y un de nuevo volver a empezar. Es un esfuerzo llevado con la carga del bajo salario o del desempleo, con la frecuente falta de salud, con el peso de los años. Hay todo un esfuerzo entre los excluidos que no vemos y, si lo vemos, no sabemos bien estimarlo.  La gratuidad de tantas personas es silenciosa, no es viento huracanado, aunque en determinadas circunstancias así se dé a sentir.

            Pero, reconocer esos esfuerzos no quiere decir idealizar a los mismos pobres. Eso sería franca ilusión. Sabemos que la persona en estado de exclusión también está atravesada por lo que llamamos pecado. La gratuidad entre los excluidos está embarrada de sus miles necesidades.  No es un idealismo lo que está en el medio de los esfuerzos gratuitos de los mismos excluidos. Para encontrar sentido a la gratuidad entre los pobres no se trata en el fondo de detectar cómo ella es operativa y produce participación y organización. La gratuidad no se contabiliza, ni se mide. La gratuidad de Dios no es valiosa por ser eficaz o por llevarnos al deber o a la institución; al contrario, ella es eficaz entre los excluidos por ser lo realmente valioso en este mundo[39]. La cuestión no es la operatividad de la gratuidad en nuestras vidas. Aun cuando nada se puede hacer la gratuidad sigue siendo lo más valioso en este mundo. El valor en sí mismo de la gratuidad no lo dan los excluidos, ni nadie, pertenece sólo a Dios. Vivir el valor en sí de la gratuidad es experimentar a Dios.

Pero sucede que esa gratuidad de Dios la experimentamos en su mayor Misterio de cara  a los pequeños, a los que sufren. Sucede que su valor en sí Dios lo clava en aquellos que el mundo les niega valor, dignidad. Dios clavó todo su valor en el dolor de este mundo. Si esto no es verdad, nos engañamos sobre la cruz de Jesús. Lo que está enfrente de toda cruz es el Misterio abriendo sus brazos. Un Misterio que nos dice que “cuando te abrace la cruz yo te abrazo también” y que “para abrazar lo más gratuito debes abrazar una cruz”. Y que, cuando sintamos la cruz, lo más grandioso que puede suceder es su invitación a ser unos “buenos ladrones” de su Palabra; una Palabra que hace eco allí donde el mundo empuja a las personas a perder toda gracia, a perder todo don. Una Palabra que se deja escuchar  sólo allí donde por el soplo de un Espíritu  se hace eco en nuestro presente el grito de un Hijo que sufrió por nosotros ser el regalo más grande de Dios. El Buen Pastor llegó hasta el otro extremo de la vida donde el pecado nos lanza; allí donde todo don se nos apaga, allí donde sólo estamos a la espera de un Espíritu que nos dé vida, esto es, allí en la muerte[40]

            Son ellos, en su esfuerzo de ser gratuitos cuando pasan tantas necesidades y cuando el mundo repite que “nada se puede hacer”, la memoria donde se palpa un Dios Padre con su hijo crucificado que nos sigue testarudamente diciendo que la comunión de hermanos es siempre y eternamente posible. La base de esa comunión es un Misterio, un Espíritu de Gratuidad que ni la muerte ni el pecado pueden destruir. Esa Gratuidad puede resucitar los muertos. Es la gratuidad de Dios que resucita los muertos. Esa es la fuerza y el poder de Dios. Ese es el testimonio de la gratuidad silenciosa de tantos seres humanos[41]. Más aún es con los que este mundo considera “inútiles”, “no productivos”, que podemos encontrar la suficiente gratuidad que recrea la esperanza.  Los  “no productivos”, los que experimentan la enfermedad y el “límite de la vida” , los que son pobres de todo, son los que nos pueden hablar de la vida humana en lo que es profundamente para todos: don gratuito, regalo, contingencia, “inutilidad” [42].

           
            Son pues los “no eficaces” los que nos recuerdan que el Resucitado pasa largo rato con nosotros, que también se sienta a contemplar (¡Y el séptimo día descansó... resucitó!), a comer un pescado, a simplemente transmitir paz, consuelo gratuito del que se sienta a recibir, a acoger. Ellos nos revelan que Dios es fuente de ocio verdadero, de todo reposo, de todo encuentro divertido y festivo. Ellos anuncian que la vida a pesar de todo es Don y belleza y que vale la pena luchar por ella. Los “no productivos” provocan sacar de nosotros lo mejor que tenemos, en ellos anida el motor de todo esfuerzo humano. En este sentido los que sólo pueden “recibir” nos hacen ver que el itinerario de la gratuidad no se limita a la perspectiva del dar, sino también a recibir. Aquellos a quienes servimos nos remiten a la otra cara de la gratuidad, que no es la del dar, sino la perspectiva del recibir, del acoger. La perspectiva del recibir corrige nuestra manera de dar y lo sitúa en la línea del puro agradecimiento. En realidad nuestro dar será siempre una expresión limitada de todo cuanto recibimos de Dios y de los demás. Recibimos más de lo que damos. Esa es normalmente la experiencia humana en su justa humildad. No alcanzamos a retribuir la fuente que nos hace ser. Y que alegría que sea así, pues esta experiencia es la que nos garantiza que en el fondo somos regalo de Dios. El Don de Dios no tiene retribución, será siempre mayor. Los que solo pueden recibir  sitúan el itinerario de la gratuidad en su justa trascendencia, sobre la base de la gratitud y por encima de una lógica de producción[43]. Quizás desde esta perspectiva de la gratuidad nos estemos encaminando hacia un vínculo entre  la opción por los pobres y la llamada “postmodernidad”.  Vínculo que creo necesario para ambas dialogar sobre el problema de la mundialización y la globalización de la cultura. Sobre esto creo que debemos dialogar.


Cómo podremos agradecerte

 si somos incapaces de saber

todo lo que hemos recibido?


¿Por qué  me escogiste para existir

entre posibles seres infinitos?


¿Quién podrá catalogar ahora

lo que tu nos das en un segundo?

 

¿De quién fueron las manos y el cansancio

que asfaltaron la calle en que camino?


¿Cuantas veces en lo oscuro detuviste

nuestra vida al borde del abismo?

 

¿Cómo la vida eterna dentro de mi

ya impregna de infinito mis instantes?

 

¿Si todos somos don unos para otros,

bastará que entone yo solo mi canto?


 ¿Solo Jesús resucitado podrá darte

gracias y nosotros unirnos a su canto de alabanza?    [B.G.B.sj]



“No me mueve mi Dios para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido,
 para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
 clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera”

Evocaciones sobre la Gratuidad de Dios  [de B.G.B. sj]


1. La Gratuidad del Creador Discreto... en nuestro Barro.

No hay que pensar el aire
para que se filtre
al último rincón de los pulmones,
ni hay que imaginar la aurora
para que decore el nuevo día
jugando con los colores y las sombras.
...Dios discreto.
Para que tu infinitud no nos espante,
te regalas en el don
en que te escondes.

2. Jesús: la Gratuidad de Dios

Jesús de Nazaret...
En ti todo está dicho,
aunque sólo sorbo a sorbo
vamos librando tu misterio.

3. El Misterio de la Gratuidad de Dios.

Estoy en el fondo
 de un misterio sin caminos,
ni contraseñas de iniciado.
Es una gratuidad plena
sin fecha ni contrato,
sin cercas ni medidas.

4. Los ojos de la Gratuidad

Mírame tú, Jesús de Nazaret...
Déjame entrar dentro de ti,
para mirarme desde ti,
y sentir que se disuelven,
tantas miradas propias y ajenas que me deforman y me rompen

4. Los compañeros que nos regalas.

Ni garra, ni guante, ni melaza.
Yo quiero una mano de carne a carne,
verdadera, amiga y libre, tan fuerte como mendiga.

5. Misión en Gratuidad: Gracias Señor por que nos necesitas.

En tu silencio acogedor
nos ofreces ser tu palabra
traducida en miles de lenguas,
adaptada a toda situación
Quieres expresarte en nuestros labios,
en el susurro al enfermo terminal,
en el grito que sacude la injusticia,
en la sílaba que alfabetiza a un niño.

6.  Gratuidad en los pobres

Noemí sabía mucho
de hambres hincadas
como un alfiler
en el centro del estómago,
de deudas enviando mensajeros
con insistencia y amenazas,
y de emergencias repentinas
desequilibrando en un instante
la frágil existencia.
Por eso dejó con alegría
unos centavos en el templo
regalo suyo y de Dios
para un hermano.


 



[1] La invitación me vino a causa de un trabajo de tesis que hace cinco años en Francia José Nuñez y yo escribimos sobre el papel de la gratuidad en la pastoral de nuestros barrios de Guachupita y Los Guandules. Esto dio lugar a varios talleres con agentes pastorales organizados por el Centro Bonó y que superaron en grande nuestra tesis original.
[2] Cfr. Enrique DENZINGER, El Magisterio de la Iglesia, Herder, Barcelona, 1955.  El vocablo como tal no aparece en los documentos sino en el índice sistemático, pág. 39.
[3] En un encuentro de teólogos latinoamericanos del año pasado, uno de ellos se expresaba de la siguiente manera:  “Benjamín González Buelta, maestro espiritual español-dominicano, ha dicho que la desilusión provocada por  “la crisis de las utopías” puede tener la ventaja de ayudarnos a ubicar más adecuadamente la eficacia de nuestro trabajo, al asumirla como lo que es en el fondo, un don de Dios. Hoy, más que nunca, ha de quedar claro que la opción preferencial por los pobres es un don de Dios”. en : Hablar de Dios, diversas voces, CRT, 1998 pág. 110
[4] Javier Osuna sj, “Gratuidad y Experiencia de Dios”, en: Juan M. García Lomas (ed.), Ejercicios Espirituales  y mundo de Hoy,  Mensajero- Sal Terrae,  Santander 1991, pág. 253
[5] El Padre General en la última congregación de procuradores retoma el tema de la gratuidad ignaciana al comentar el punto de vista de la gratuidad que aparece en una exhortación postsinodal de Juan Pablo II. Kolvenbach recuerda que el Santo Padre “... insiste en la superabundancia de la gratuidad y de la entrega generosa de sí, testimoniadas por una vida consagrada que hoy lleva el don de Cristo a un mundo ‘ seducido por una autorrealización egoísta, el lujo y la vida cómoda, un mundo que aprecia el prestigio, el poder y la autosuficiencia ‘ (CG 34, d. 25,5).  Inmediatamente el P. General nos recuerda que la gratuidad ignaciana  tiene unos imperativos y unas exigencias de cara a los medios indispensables para realizar la misión: “En las Constituciones, San Ignacio vuelve varias veces a la importancia del testimonio de la gratuidad. No cita mucho el Evangelio, pero sí el dicho ‘ dad gratis lo que gratis habéis recibido’. Imperativos de orden económico nos han hecho renunciar a varias formas de gratuidad financiera, pero con la libertad que nos aseguran los votos, el don de sí voluntario y enérgico, dentro y fuera de cualquier institución, es un testimonio del Señor que habla. El Buen Samaritano no tenía por qué preocuparse de su identidad: la gratuidad de sus acciones era ya un luminoso testimonio”.
[6] Santiago Arzubialde sj, Ejercicios Espirituales de S. Ignacio: Historia y Análisis,  Mensajero- Sal Terrae,  Santander 1991, pág. 665
[7] Bobin Ch, Le Tres-Bas, Gallimard, Paris, 1992.
[8] Xavier Léon-Dufour, San Francisco Javier: Itinerario mísitco del apóstol, Mensajero - Sal Terrae, 1998.
[9] Eberhard Jungel, Dios Misterio del Mundo, Sígueme, 1984
[10] La teología fundamental no tiene un apartado propio sobre la gratuidad, sino que se habla de gratuidad y el don al tratar sobre la inspiración, la tradición, la revelación, los sacramentos y sobretodo en el tratado de la Gracia” y la Trinidad. Es decir se habla de gratuidad al hablar sobre lo fundamental de Dios. Ella acompaña el hablar fundamental sobre Dios. Lo mismo se presenta en la teología bíblica pues vemos que la revelación bíblica es la revelación de la gratuita creación, de la gratuidad de la revelación de Dios en la historia, del amor gratuito del Padre, de la fuerza gratuita del Espíritu, del Don gratuito del Hijo, del Reino que acontece gratuitamente, del don de la Buena Noticia etc. En definitiva la gratuidad no se presenta a sí misma sino mas bien como puerta que abre para allí donde uno se juega la vida en serio o para allí donde uno toma la vida en profundidad y también para allí donde se quiere hablar en profundidad sobre Dios.
[11] “En nuestra época de cultura sin Dios, la fe en Dios conlleva un asentimiento gratuito (no necesario) que postula la gratuidad ( y no la fortaleza ni la justicia) como primer atributo de Dios. Tal es la enseñanza que nos muestra hoy la cruz de Jesús”. Josep Moingt RSR 83/3 (1995) 331-356
[12] Cristianisme i Justicia, De cara al tercer milenio: Lecciones y desfíos, Sal Terrae, 1994
[13] Ramón Panikkar, Iconos del Misterio: La experiencia de Dios, Ed. Peninsula, 1998
[14] Gustavo Gutierrez, Densidad del presente, CEP. Lima, 1996. También quien desee profundizar el tema de la gratuidad en Gustavo Gutiérrez le sugiero el valioso estudio de Soledad Martínez Castellanos, “El Dios de Jesús: Gratuidad y predilección por los últimos”,  en : Espíritu y Vida, Vol IV, Nro 11, 1997
[15] Josep Vives, Dios, ¿Principio de necesidad o interpelación absoluta a la libertad?: Análisis del concepto de Dios-necesidad en la tradición filosófica griega. En: Revista Latinoamericana de Teología IV/3 (1988)
[16] J.C. Scannone - G. Remolina, Etica y Economía: Economía de Mercado, Neoliberalismo y Etica de la gratuidad, Ed. Bonum, Buenos Aires, 1998.  Cfr. Más antiguamente trabajó este tema Carlos Díaz, Contra Prometeo: Una contraposición entre ética autocéntrica y ética de la gratuidad, Encuentro Ediciones, Madrid, 1980.
[17]Juan Pablo II se refiere a una lógica de la gratuidad en su EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL PASTORES DABO VOBIS sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual - 25/3/1992 – Dice así “Los jóvenes sienten más que nunca el atractivo de la llamada «sociedad de consumo», que los hace dependientes, y prisioneros de una interpretación individualista, materialista y hedonista de la existencia humana. El «bienestar» materialísticamente entendido tiende a imponerse como único ideal de vida, un bienestar que hay que lograr a cualquier condición y precio. De aquí el rechazo de todo aquello que sepa a sacrificio y renuncia al esfuerzo de buscar y vivir los valores espirituales y religiosos. La «preocupación» exclusiva por el tener suplanta la primacía del ser, con la consecuencia de interpretar y de vivir los valores personales e interpersonales, no según la lógica del don y de la gratuidad, sino según la de la posesión egoísta y de la instrumentalización del otro.” Y aquí mismo hablando del sacerdocio dice “De este modo, por su misma naturaleza y misión sacramental, el sacerdote aparece, en la estructura de la Iglesia, como signo de la prioridad absoluta y gratuidad de la gracia que Cristo resucitado ha dado a su Iglesia”.
[18] La tesis de José Nuñez es que lo que se encuentra a la base de los deseos de participación democrática de muchos cristianos de organización popular es la  experiencia eclesial de  una comunidad que  celebra la gratuidad de ser  Hijos de Dios, con una Dignidad inalienable. La participación es consecuencia de la afirmación  cristiana de la gratuidad de la vida presente en la cultura de los pobres.  Este principio de la gratuidad debe regular la marcha de los procesos de participación, pues nos impone marchar al ritmo no de “los primeros” y más eficaces, sino al ritmo de los pequeños y de “ los últimos”. Ello implica a veces retrocesos de  ciertas metas  y la aceptación de ciertas “mediocridades” para tomar realmente en cuenta a las personas y no “saltar” sobre ellas. Ciertamente esto no desdice que los mismos pobres no deban someterse a las exigencias de institucionalización de toda organización humana.  Más bien lo que está en juego es una Sabiduría del caminar junto con los auxilios y las estrategias de una buena marcha.
[19] Cumbre Regional para el Desarrollo Político y los Principios Democráticos Brasilia 1997:  Gobernar la globalización; la política de la inclusión; el cambio de responsabilidad compartida,  Ediciones Demos, 1997
[20] En el Centro Bonó, a nivel de ensayo, con Jorge Cela y su equipo del CES hemos dado talleres sobre la relación entre Cultura de la Pobreza, Experiencia de la Gratuidad y la Democracia Participativa.
[21] Lucio del Burgo, El Profetismo de lo cotidiano, en:  Espíritu y Vida. Nro 9, 1996. Entre otros interesantes aspectos el artículo nos hace una saludable “invitación al buen humor” ,  pág. 205.  También recomiendo a Marciano Vidal, La ética como signo de esperanza: la bondad del corazón de la gente sencilla, Concilium Nro. 283, Noviembre 1999. Su conclusión es muy interesante: La “sencillez de vida” para crear unos valores alternativos a la complejidad actual.
[22] C. Geffre, Para un cristianismo mundial”, Selecciones de Teología, Nro. 151, Julio-Sept. 1999
[23] Albert Rouet, La Mondialisation, probleme Spirituel: Propositions theologiques,en: Foi et developpement Nro. 277 - octobre 1999
[24] “Toda la felicidad del mundo viene del corazón altruista, y toda su infelicidad del amor de sí mismo. ¿De que sirven tantas palabras? El necio vive atado a su propio interés y Buda se consagra al interés del prójimo: ¡ Considera tú mismo la diferencia!” SANTIVEDA (Maestro budista del siglo VIII) Citado por Rui Manuel Gracia das Neves. En: “El desafío del nuevo milenio, hacia una espiritualidad holística”  Diakonía, Oct- Dic 1999, XXIII - 92
[25] Benjamín G. B., “El proceso de la desgracia a la gracia en el seguimiento de Jesús” en: Más allá de los balsamos epidérmicos ¿Es posible vivir el sufrimiento como experiencia de la gracia?, EP, 1992, pág. 4
[26] Benjamín G. B., Perfumes y Denarios: La gratuidad del Reino, Sal Terrae, Sept 97
[27] Este “Chin”es de Regino Martinez.
[28] Cfr. Benjamín dijo en alguna parte que Jesús es la gratuidad de Dios,  pero ahora no encuentro la cita.
[29] Cfr. Benjamín G. B. EL difícil uso de los medios, en: No llevéis alforjas para el camino” SalTerrae, Oct98
[30] Christian Bobin, Le Tres-Bas, Gallimard, 1992, pág. 119
[31] Cfr. Benjamín, No lleveís Alforja...,  “Solo es posible Evangelizar en una relación de gratuitad”, pág. 712.
[32] Hans Kung, Teología para la Postmodernidad, Alianza Editorial, Madrid, 1998
[33] “No basta con crear espacios de gatuidad entre el vértigo de los compromisos, como espacios verdes entre las prisas y la dureza del asfalto urbano. Es necesario que la gratuidad impregne todas las actividades y pasividades, como una forma permanente de estar abiertos a la gracia de Dios, es decir, de vivir con intensidad de relación con  él.” Benjamín G.B., En el Aliento de Dios, Salmos de Gratuidad, De. MSC, Sto. Dgo.  1995, pág. 24
[34] Maureen Junker-Kenny (ed.), La fe en una sociedad de gratificación instantánea, CONCILIUM, Nro 282 septiembre 1999
[35] Cfr. Mirarme desde tí, Benjamín G.B., La Utopía esta en ... pág. 36
[36] “Lo que no nace gratuitamente, acaba por pasar factura a los demás o a nosotros mismos por los servicios prestados. Exige éxito constatable y publicable. Incluso puede destruirnos a nosotros, cuando nos somete a exigencias que superan nuestras posibilidades reales y nos ignoran...La gratuidad lleva a ser firmes en el trabajo por el Reino de Dios, más allá de las constataciones de fracaso o retroceso. Cada día sigue fluyendo  hasta este mundo maltrecho la oferta generosa de Dios que crea la vida nueva. El que acoge este don, busca el amor eficaz con tanta profundidad que no se deja paralizar por los episodios dolorosos de rechazo. En definitiva sólo el amor gratuito es realmente eficaz porque deja pasar limpiamente el amor de Dios entre nosotros”. Ibid, pág. 174
[37] Jon Sobrino, El Principio Misericordia: Bajar de la Cruz a los pueblos crucificados, Sal Terrae, 1992
[38] “No hay nada que humille y que eleve tanto como la Gracia” Abbe de Saint-Cyran, citado por Andre Louf, Au gre de sa grace: propos sur la priere, Desclee de Brouwer, 1989, pág. 7.
[39] Cfr. “Solo Dios Basta ... Pero no basta un Dios solo” , en:  Benjamín G.B., La utopía está en lo germinal, Ediciones MSC, 1998.
[40] “Cuando se mira la Cruz y se confiesa a Jesús como Mesías, se tiene la certeza de la eficacia del amor, por más que siga pareciendo escándalo y locura. Solo la gratuidad vence al mundo y las resistencias de nuestro corazón obstinado. Eso sí, se trata de una eficacia a largo plazo, porque trabaja al ritmo de Dios y desde dentro del hombre”   Javier Garrido, Proceso humano y Gracia de Dios: Apuntes de espiritualidad cristiana, Sal Terrae 1996, 426
[41] “Cuando miramos  hacia atrás podemos afirmar que 1999 fue un año intenso en el que se movieron muchos procesos que indican una gran vitalidad en la sociedad dominicana. Pero esta vitalidad necesita encauzarse por caminos no violentos, que construyan una más fuerte democracia participativa que logre repartir nuestro crecimiento equitativamente y hacerlo sustentable para que sea verdaderamente esperanza para nuestro futuro. Al ver el cúmulo de problemas algunos pueden sentirse amenazados de desesperanza. Pero cuando miramos el trabajo de tantos hombres y mujeres que han hecho posible nuestro crecimiento económico, cuando contemplamos el esfuerzo de tantas organizaciones de la sociedad civil, cuando percibimos la lucha mantenida por tantos grupos por abrir nuevas posibilidades, renace la esperanza en nuestro corazón como si fuera Navidad”  Jorge Cela, Mirar el 99 con ojos de Esperanza, en: Democracia es Participar, Centro de Estudios Sociales P. Juan Montalvo sj,   Nro. 33 Noviembre 1999. /  También el mismo artículo en Almanaque Escuela de Radio Santa María 1999

[42] Quisiera continuar estas profundas palabras de Vicente Santuc sj :  “Ellos, que son pobres de todo, incluso del sentido y de la estimación de su propia vida, son precisamente los que nos pueden hablar de la vida humana en lo que es profundamente para todos: don gratuito, regalo, contingencia, ´ inutilidad ´. Jesús ha repetido que con los pobres entrábamos en el centro de la vida. La vida no es en razón de los “por qué”  o “para qué”  con los cuales la podemos vestir. Vivir es hacer vivir la vida, es servirla en todos, es servir una vida regalada y dedicarnos al canto gratuito que sólo podemos cantar todos juntos. Allí está lo que tenemos que poner al centro de nuestros esfuerzos para reorganizar nuestro mundo y encontrar nuevas estructuras de relación entre nosotros. Eso de la gratuidad de la vida se cree, no se prueba. Pero, en el servicio de ella para todos, se puede verificar que de hecho las cosas son así. La vida en nosotros es lo que exige de nosotros creación original, don gratuito, ocio y empobrecimiento de razones y autosuficiencia para que de ella tengamos experiencia. Por allí está el espacio del ocio que juntos podríamos abrir si supiéramos,  si quisiéramos” .  Vicente Santuc, Trabajo y ocio desde la tradición, en: J.C. Scannone - G. Remolina, Etica y Economía: Economía de Mercado, Neoliberalismo y Etica de la gratuidad, de. Bonum, Buenos Aires, 1998, pág. 365.

Resulta iluminador que uno de los grandes teólogos protestantes de actualidad se exprese de manera similar en una ponencia dedicada al valor del trabajo humano: “La humanidad del hombre, entendida como agradecimiento, debe demostrarse en su conducta con sus semejantes, en particular con aquellos que ya no son o todavía no son productivos. Es la mera existencia la que hace a los hombres humanos. Y esto debemos mostrarlo en nuestra sociedad marcada por la eficacia, no en último lugar a través de nuestra relación con los niños y, sobre todo, con los ancianos. Estos representan de manera natural la preeminencia de la persona sobre sus méritos. El niño y el anciano son básicamente receptores. Tan sólo cuando sentimos a los que todavía o ya no pueden hacer nada por su existencia como un beneficio, sólo cuando nos determinamos, teniendo en cuenta su condición de receptores, a dar algo, tendrá derecho nuestra sociedad a ser llamada humana” Eberhard Jungel, Persona y Trabajo, en: Manuel Ureña - Javier Prades, Hombre y Dios en lasociedad de fin de siglo, Unión Editorial, 1994, pág. 166

“El límite es el lugar donde se acaba nuestro ser y nos duele la vida. Pero puede ser también el punto donde nos sentimos existir en el Iluminado, y al comulgar con él, abrirnos a un encuentro que no tiene fronteras” Benjamín G.B., En el Aliento de Dios: Salmos de Gratuidad, Ediciones MSC, 1995, pág. 12
[43] ... y en comunión con valores legítimos de la postmodernidad.  Resumo brevemente la posición del jóven teólogo Alberto Parra. Para este la postmodernidad no significa “premodernidad”. La postmodernidad no es ni mucho menos abandono de compromiso, ni neoconservadurismo, ni renuncia a la razón ilustrada, ni negación de utopías. Si conlleva poder salir de la repetición constante “de lo mismo”, quiere que los discursos universales pasen por la objetivación del sujeto, estimula la multiplicidad de la acción humana, aborrece la normatividad totalizante, abre hacia lo simbólico. Quiere un discurso narrativo, evocativo, performativo y no solo argumentativo o declarativo. Busca la inclusión del gozo, el disfrute, lo estético, lo artístico y el tiempo libre. Finalmente “La postmodernidad es religiosa, porque el Espíritu Santo de Dios es postmoderno con su presencia salvadora y su acción en la ciudad postmoderna y como fue moderno en la razón ilustrada o en la práxis sociales para la liberación de la gran miseria de una realidad inaceptable”. En: Alberto Parra, “Teología y sociedad en la alborada de la postmodernidad”, Hablar de Dios, diversas voces, CRT, 1998 pág. 125  Me llama la atención que en conversación con Regino M. me decía que en su experiencia la gratuidad de la opción por los pobres debe asumir más lo simbólico. El símbolo evangélico, no es productivo, tiene una fuerza y como ejemplo me ponía a su  casa, que es de yagua y con piso de tierra. Es su casa y no busca hablar a nadie de su casa. Pero en su experiencia, cosas como ésas son las que aterrizan la gratuidad de Dios. La pobreza aterriza lo gratuito. Nuestra gratuidad debe siempre pisar tierra.

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