Nano Polanco sj
Centro Bonó
República
Dominicana
28/12/1999
Se me ha pedido una reflexión sobre la “Teología de la Gratuidad”[1].
Confieso que esto me queda grande pero supongo que en el marco de esta reunión
no se trata de entrar en complejidades teológicas pero si abordar el tema de
manera que nos quede un panorama de la cuestión. Como veremos este es un tema
que viene creciendo y que está ganando la importancia “de los signos de los
tiempos”. Es algo que se está posando en el ambiente espiritual en que
gira nuestra fe y la acción humana. Veo necesidad de conversar sobre esto y
pienso que todos podemos aportar al tema desde la propia cosecha. Por eso mi
propósito aquí es iniciar un dialogo que bien puede ser retomado en otro
momento. Les propongo primero describir brevemente cómo está apareciendo el
tema de la gratuidad en la espiritualidad y en la teología actual y luego
extraer de aquí varios puntos sobre los cuales me parece importante que
reflexionemos y dialoguemos.
Lo primero que debo decir es que no he encontrado en la literatura teológica
algo que se llame expresamente “Teología de la Gratuidad”. El título
como tal me parece una novedad. Lo más parecido es la Teología de la Gracia.
Pero creo que la doctrina de la Gracia no admitiría rápidamente esta
equivalencia. En la tradición cristiana no es lo mismo gratuidad y Gracia.
La doctrina tradicional de la Gracia habla brevemente de gratuidad diciendo que
ella es una propiedad o carácter de la Gracia, pero no la Gracia misma[2].
La gratuidad de la Gracia es el carácter generoso con que Dios la ofrece. La
Gracia nos llega por pura gratuidad de Dios, como acción generosa suya, sin
interés, de balde y sin mérito alguno de nuestra parte que la exija. En este
sentido, la Gracia comporta un contenido muy preciso, mientras que la gratuidad
es el modo de proceder respecto a este contenido. El contenido de la Gracia son
los diversos dones de Dios, sobretodo el don del Espíritu y la obra salvadora
de Jesucristo que nos eleva o nos capacita para vivir una vida según Dios. Sin
embargo, la gratuidad es el carácter, o “modo de proceder” con que Dios
hace todo esto, es decir por pura generosidad, condescendencia y misericordia
suya.
Ahora bien el énfasis en la gratuidad hasta llegar a su equivalencia con la
Gracia es algo muy reciente. En los últimos años el tema aparece en el terreno
de la espiritualidad, la mística, la exégesis bíblica, la pastoral, en los
documentos de la Iglesia, en los documentos de nuestra congregación, en otras
religiones, también en la filosofía, la antropología, la psicología, la
pedagogía, la educación, la economía, las ciencias sociales, la medicina, el
arte en general como la música, la canción, la poesía, el cine, el teatro
etc.
En el terreno de nuestra fe han sido la
Espiritualidad y la Mística que han tomado la iniciativa. El tema de la
gratuidad aparece ampliamente en los escritos de Benjamín ya difundidos en
muchos países[3].
Mucho de lo que digo más adelante es de inspiración suya. También cercano a
nosotros es Javier Osuna en Colombia del cual recomiendo su reflexión sobre
“Gratuidad y experiencia de Dios” en los Ejercicios Espirituales de San
Ignacio[4].
Los Ejercicios son una pedagogía espiritual que nos introduce al misterio de la
gratuidad de Dios[5].
También en los comentarios a los Ejercicios Espirituales de Arzubialde
encontramos tópicos muy interesantes sobre “la conversión a la gratuidad”
recordándonos que “la madurez humana coincide con el sentido de gratuidad”[6].
En este sentido desde la psicología recientemente me comentaba Alberto García
que “las afecciones desordenas son la mejor excusa para no vivir según la
gratuidad de Dios”. Experiencias similares se describen en comentarios
actuales de vida de Santos, como es el caso de la vida de San Francisco de Asís
por Bobin en “Le Tres-Bas”[7]
o el de San Francisco Javier en “Itinerario Místico del apóstol” por León
Dufour[8]
En los teólogos los acentos son diferentes. En
los años 70 se habla de “la gratuidad de la fe” para encarar la
secularización del mundo moderno. Creer es un acto gratuito. Es el caso del
libro de González Ruiz llamado “Dios es gratuito pero no superfluo”. A su
vez, del lado protestante, Eberhard Jungel insiste que sobre la Cruz, el Amor de
Dios se reveló como más que necesario, esto es, como realmente gratuito[9].
Según Lutero Dios aparece gratuito bajo su contrario. En la teología católica[10]
K. Rahner nos hablará del evento de la gratuita autocomunicación de Dios mismo
en nuestra humanidad. El ser de Dios se revela en gratuidad. En Francia, Joseph
Moingt integra posturas interesantes[11]
relacionando ateísmo, gratuidad y cruz. En España tenemos el caso de los teólogos
de “Cristianisme i Justícia”
[12]
que insisten sobre el “espacio del don” como único espacio posible para
vivir la fe y la esperanza de cara a los desafíos del complejo mundo del tercer
milenio. No menos también nos insiste Panikkar[13]
con la teología desde el oriente al hablarnos de arrojo, abandono y silencio en
la acogida del misterio gratuito. En América Latina se insiste en la gratuidad
de la cultura de los pobres y se hablará de que la gratuidad de los pobres
orienta la espiritualidad del compromiso y de la liberación. No debemos olvidar
que Gustavo Gutiérrez le dedica una parte importante al tema de la gratuidad en
su teología de la liberación y también en su otro libro “Beber en su Propio
Pozo” y su más reciente “Densidad del Presente”[14].
En el terreno de la filosofía algunos trabajos de Josep Vives van en esta línea.
El Dios que se presupone en la teología de la liberación solo puede ser
Gratuito, no el “ser-necesario” de la tradición filosófica griega. El Dios
de los cristianos solo puede ser gratuito y libre[15].
En otro sentido los filósofos jesuitas latinoamericanos están trabajando desde
hace varios años la filosofía y ética de la gratuidad[16].
Scannone nos insiste que una ética liberadora debe estar asentada en la dimensión
de gratuidad de la cultura latinoamericana. Como principio de la ética, la
gratuidad libera del autocentramiento y es capaz de orientar la acción humana
regulando la economía, el trabajo, y la política entre los pueblos. La
gratuidad tiene una lógica[17]
que cuando se le es fiel provoca instituciones de gratuidad y de liberación. Más
recientemente el tema de la gratuidad ha tocado los campos de la sociología del
Sujeto, de la Democracia Participativa[18]
y la sociedad civil[19].
Algunos comentan que en los movimientos de solidaridad nacional e internacional,
en los cientos de Organizaciones No Gubernamentales sin fines de lucro, en la
multitud de juntas de vecinos, en las numerosas asociaciones barriales y
campesinas, etc. encontramos valiosos testimonios de cómo la acción gratuita
(sin fines de lucro) es fuente de participación, no de exclusión. Estas
organizaciones nos enseñan que el primado de la gratuidad no es algo mágico
sino que debe entrar en relación con los procesos de construcción del poder
inclusivo, la concertación y el diálogo político, la comprensión del
beneficio justo, el combate a la ilegalidad, la regulación del conflicto, la
asimilación de fracasos y la detonación de utopías.[20]
En la actualidad me parece que el tema de la gratuidad está delante de un gran
desafío de cara a la llamada Cultura Adveniente, pues esta cultura no es ya
adveniente, sino que ya llegó. Recientemente la espiritualidad y la teología
vienen gestando un diálogo entre la experiencia de la gratuidad y la situación
postmoderna junto con los desafíos de la vida cotidiana[21].
Pero no bien esto se inicicia, ya constatamos también la necesidad de una
profundización de lo que es el don cristiano frente a la problemática de los
inmigrantes, la globalización[22],
la mundialización[23]
de la cultura, el pluralismo religioso[24]
y todo este mundo de la era informática que nos rodea. Todo esto está digamos
en pañales.
La ambigüedad de la Gratuidad.
A mi parecer según los escritos anteriores lo primero que debemos tomar en
cuenta es que vivimos un mundo que nos está provocando hablar de gratuidad pero
que por la misma situación que vivimos el término gratuidad es ambiguo y esto
quizás porque experimentamos la gratuidad en dos sentidos. De un lado, en un
mundo tan marcado por el interés, el mercado, la competencia, los deseos, la
utilidad, las recompensas, los beneficios, las preferencias, el poder, la prisa
y la eficacia, no nos sorprende esta insistencia en la acción gratuita y en la
experiencia de la Gratuidad. Pero además en un mundo donde crece la gratuidad
de tanto mal, la inercia ante los problemas, el relativismo de opciones
profundas, el desinterés por los que más sufren, la cultura del bienestar, el
vacío de la responsabilidad y del poder compartido, el puro individualismo del
sujeto, la irracionalidad de la acción, el olvido del sacrificio y del esfuerzo
por la vida etc.. Todo eso cuestiona una gratuidad que no se puede bendecir y
que conduce a la desgracia.
Desde nuestra fe podemos decir que hay una gratuidad compañera de la Gracia y
una gratuidad compañera de la desgracia[25],
que jalonan nuestra vida. Y no pocas veces lo que experimentamos es una especie
de confusión que no sabemos ponerle nombre, una mezcla de buena intención
junto a deseos desordenados, una fidelidad con sensación de autoengaño, una
generosidad como forzada, en deber jalonado por la culpa y un avance con marcas
de retroceso que al igual que a San Pablo nos hace decir “¡Desgraciado de mí!
¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte?” (Rm 7, 24).
Necesitamos luz que nos ilumine y nos haga acoger el camino de la gratuidad Dios
frente a la gratuidad del sin razón del pecado y de la desgracia. Y por eso
creo que este tema viene en aumento y se está convirtiendo, como decía, en
algo muy significativo para vivir nuestro tiempo; especialmente un tiempo
marcado por la falta de utopías, por el desencanto, por la falta de horizontes,
por la fuerza de los fundamentalismos o de los inmediatismos, etc. todo eso es
el terreno que hace levantar la pregunta de cómo ser realmente don para los demás
y de cómo acoger y proceder en la vida con la misma gratuidad con que Dios
procede.
Pero también, desde nuestra pequeñez, al lado de la lucha diaria, en la
cotidianidad de la vida, no pocas veces uno también se detiene diciendo lo
mismo de San Pablo “¡cuantas gracias le doy a Dios, por Jesús!”, porque
nos sorprendemos de que a Dios le cuadran las cuentas, que él escribe derecho
con líneas torcidas, que en nuestros esfuerzos y pasividades incluso bajo el
signo de la falta y la culpa, somos los pecadores muy amados, pobres siervos a
través de los cuales la gratuidad de Jesús se enseñorea majestuosamente. Hay
un Espíritu que nos saca de nosotros mismos y nos hace ver un horizonte a
recorrer. Entonces tenemos ojos para ver los lirios del campo y para ver que
Dios traza un camino junto a nosotros. Con los ojos del Místico y del
Espiritual podemos ver que la gratuidad de Dios “perfuma”[26]
y germina “el chin”[27]
que somos. El Señor forma nuestro corazón y hace unir nuestros pobres
esfuerzos a un Jesús que viene a caminar bajo el reinado de su Padre y la guía
de su Espíritu . La gratuidad de Dios se abre paso desde situaciones que
parecen condenarla.
Contemplar, Discernir la Gratuidad
La segunda
reflexión a que nos invitan los escritos es a discernir nuestra gratuidad por
la contemplación de Jesús. Nuestra gratuidad humana necesita luz y salvación.
La verdadera gratuidad es revelación de Dios y la encarna Jesús. La gratuidad
de Dios se ha encarnado en la gratuidad humana de Jesús. De manera que en la
humana gratuidad de Jesús encontramos la revelación definitiva de la Gratuidad
de Dios[28].
En esta revelación la gratuidad de Jesús no aparece en oposición a todo lo
que nosotros podamos suponer: el deseo, el interés, el mercado, el poder, la
eficacia, la utilidad e incluso la competencia. Es lo que vemos: Jesús
habló de que si alguien quiere ser el primero que compita en ser el último.
Para hablar de su don (talentos), habló de mercado, de meter dinero en banco y
de millones. Para hablar del Reino, habla de un tesoro y de saber bien invertir.
Para hablar de amor retoma la máxima de amar al prójimo como a ti mismo etc.
El problema no está pues en los mismos medios sino en el uso y para buen orden
del uso tenemos que acercarnos a Jesús[29].
La espiritualidad y la teología nos recuerdan que ni el interés, ni el
mercado, ni la competencia, ni los deseos, ni el poder, ni la eficacia, etc. son
en sí mismos una contradicción a la gratuidad de Dios. Y una gratuidad que
renuncie a las mediaciones humanas, no es la de Dios. Si así fuera nuestra fe
caería en fundamentalismo. Como tampoco es gratuidad de Dios aquella que se
deja atrapar y conducir por el valor de las mediaciones. Sería una fe
manipulada por los inmediatismos y caeríamos en la falta de horizontes propios
a nuestra fe. Por eso Jesús incluso llama a la renuncia, a la separación de
medios en determinadas situaciones o en dimensiones de nuestra vida. Jesús hace
“podas” para que demos buenos frutos, para que nuestra casa se asiente en
base sólida. Así pues, tan peligroso es el fundamentalismo como los
inmediatismos.
Por eso la Teología y la Espiritualidad insisten que por situada y sentida que
aparezca la gratuidad de Dios, ella no se deja atrapar, definir o concretizar.
Ella se deja contemplar en Jesús y en aquellos que son sus testigos. Y aquí
quiero citar a Bobin cuando habla del amor y de la gratuidad que encuentra en la
vida de San Francisco de Asís: “Es verdad, les concedo, que es una cosa
incomprensible. Mas lo que es imposible para comprender es tan simple de
vivir!”[30].
Me parece que esto es bien verdad: el don y la gratuidad de Dios se resisten a
ser explicados o atrapados en sus mediaciones y por lo mismo arrinconados al
espacio de la ausencia de mediaciones. La gratuidad de Dios pertenece a lo más
intimo de su Misterio. Es lo que Santo Tomás llama el “esse” de Dios, esto
es, su existir mismo. Por eso el terreno propio de la expresión de la gratuidad
de Dios es el terreno de la analogía, de las parábolas, de las canciones, los
poemas, la narración de la historia. Todo ello nos remite al Misterio de Dios.
Desde esta
evocación del Misterio podemos decir que para los teólogos, místicos y los
filósofos, la gratuidad de Dios es un Misterio lleno de sentido, esto es, un
Misterio lleno de orientación[31].
La gratuidad de Dios contemplada en Jesús es orientación del discernimiento de
la voluntad de Dios. La gratuidad de Dios contemplada en Jesús purifica y
cuestiona nuestra manera de ser gratuitos. Nos empuja a discernir, a optar, a
establecer renuncias y es desde el fondo de estas opciones, de los compromisos
asumidos que vamos caminando hacia la gratuidad de Jesús que es siempre más de
lo que sospechamos. La gratuidad de Jesús es punto de partida y punto de
llegada del discernimiento cristiano. En resumidas cuentas para la teología y
la espiritualidad el don y la gratuidad vienen a ocupar el lugar de lo que Hans
Kung[32]
llamó recientemente “paradigma” de nuestra fe.
Paradigma
significa que el Evangelio nos orienta en el encuentro con la gratuidad de Dios
presente en este mundo, a la vez que la experiencia del don y de la gratuidad en
nuestra vida cotidiana ilumina y nos ayuda a escuchar la Palabra de Dios[33].
Jesús nos habla en parábolas, de situaciones, historias, prioridades en la
vida que nos remiten al Misterio de la Gratuidad de Dios en nuestras vidas. Pero
también en las situaciones concretas, las acciones, las experiencias, etc. nos
ayudan a precisar en cierta manera el itinerario de esa gratuidad de Dios.
La Gratuidad de Dios aparece guiando un camino, un modo de proceder, que en todo
momento debe ser discernido y contrastado con la contemplación del Evangelio.
El itinerario de la Gratuidad cristiana.
El tercer punto de reflexión a que nos invitan la teología y la espiritualidad
es que el proceder de la gratuidad de Dios provoca un rumbo, una ruta o un
itinerario. Este énfasis contrapone una compresión actual de la gratuidad
centrada en la vivencia del presente[34].
Lejos de negar este aspecto, lo que el cristianismo afirma es que la gratuidad
cristiana debe ubicarse siempre en perspectiva histórica, esto es, saber de dónde
viene, saber con quién se está y tercero hacia dónde se dirige esta
gratuidad. El tipo de gratuidad que sugiere el cristianismo es pues una
gratuidad histórica, una gratuidad con pasado, presente y futuro. Y esto no
supone negar la eterna y trascendente gratuidad de Dios, sino afirmar su
revelación histórica.
Lo que el cristiano afirma en primer lugar es que su gratuidad tiene que
arrancar y partir de Jesús. Ya lo dijimos. En este sentido Jesús es el origen
de la gratuidad que queremos vivir. Las cosas nos salen más autenticas y más
gratuitas cuando vemos que Jesús es su origen y su motivación última. Desde
aquí la insistencia a la vida de oración y a la relación personal con el
misterio de Jesús. Sin Jesús no hay gratuidad de Dios. Lo segundo es que Jesús
nos invita a estar con él estando con alguien: “dónde dos o tres estén
reunidos en mi nombre allí estaré yo también”. No hay gratuidad cristiana
sin comunidad. La comunidad es la forma de vivir la gratuidad cristiana. Pero no
basta. Lo tercero es que la vida comunitaria debe saber a quienes dirigir su
gratuidad y lo propio de Jesús es la invitación a dirigirnos hacia terceros,
esto es, ir más allá de los compañeros. Sin la preocupación por los demás -
que no es mi comunidad - no hay gratuidad cristiana. Pero precisemos más las
cosas.
Que la gratuidad debe venir de Jesús no debe significar que no venga de nuestro
propio pasado. La gratuidad de Jesús cambia y cuenta con nuestro pasado. Desde
este punto de vista el pasado no tiene la perspectiva negativa de lo
determinado, lo fijo y lo hecho. Desde Jesús nuestro pasado guarda una
ventana abierta, pues es siempre una sorpresa descubrir lo que Dios mismo plantó
desde los orígenes y lo que ha venido cultivando desde entonces. Jesús
nos lleva a releer siempre nuestro pasado, a descubrir ahí las huellas amorosas
de su Padre, aquél que nos amó primero. Todo pasado puede converger hacia los
planes de Dios. Todo el pasado debe llegar a ser revelación de Dios para
nosotros. No se trata aquí de que Jesús ignore o cambie el pasado. El pasado
es algo muy serio. Muchas cosas del pasado podrán cambiar, otras demoran. La
cuestión es hasta qué punto nuestra visión del pasado coincide con la de
Dios. El cristiano no puede ignorar que por el pasado, Dios ha pasado también y
que incluso ha pasado por donde más duele. Pero esta perspectiva solo la
ganamos cuando vemos que Jesús toma en cuenta nuestro pasado porque lo asocia
al suyo, esto es, cuando podemos leer nuestro pasado en el pasado de Jesús[35].
En este sentido Jesús como que busca “reproducirse” en nuestra historia.
Busca unirnos de tal manera a él que seamos otros Cristos desde nuestra propia
originalidad y situación histórica. Sólo así vemos que Dios ha estado en
nuestra vida plantando posibilidades.
Lo segundo que decíamos es que la gratuidad cristiana conduce a la vida
comunitaria. Aquí la espiritualidad y la teología insisten en que la vida
comunitaria debe asentarse sobre la base de que Dios nos acepta y nos ama
como somos. Ahora bien hay que precisar el sentido de esta aceptación. Se
trata de aceptar lo que somos desde Dios. Y es que también desde la Gratuidad
de Dios somos mucho más de lo que percibimos de nosotros mismos. El otro es más
de lo que veo en él. Y lo que sucede es que a veces somos defensivos de una
pobre visión de nosotros mismos y del otro. Entonces nos asusta la palabra
confrontación. La sentimos en oposición a la palabra aceptación. Pero la
aceptación gratuita de Dios es enormemente confrontadora de la corta visión
que tenemos de nosotros, de los demás y de la vida misma. Nadie nos acepta
tanto como Dios, ni nadie nos confronta tanto como Dios. Y nunca estamos tan
dispuestos a cambiar y a reconocer nuestras miserias que cuando percibimos una
amistad incondicional sobre nuestras vidas. Solo el amor gratuito confronta
eficazmente[36].
Ahora bien no podemos idealizar esta confrontación amorosa pues tenemos que
aceptar que ella nos llega a través de un otro que es tan débil y limitado
como yo. Y quizás desde esta perspectiva ganamos una visión diferente de
la vida comunitaria. La vida comunitaria es más que un lugar de superación
fraterna pues siempre estará atravesada por sus pequeños conflictos, por
momentos de tedio, por ciertas soledades. Su finalidad no está en sí misma, en
su propio bienestar, sino en la preocupación por unos “terceros” que no son
los compañeros. Y es la perspectiva de estos “terceros”, aquellos por los
cuales luchamos y damos la vida, lo que más nos conduce a agradecerle a Dios la
presencia del compañero, del amigo, de la vida fraterna.
Por último decimos que la vida comunitaria debe saber a quiénes dirigirse y lo
propio de Jesús es la invitación a dirigirnos hacia terceros, esto es, ir más
allá de los compañeros. Sin la preocupación por los demás - que no es mi
comunidad - no hay gratuidad cristiana. Y en esa preocupación por
“terceros” creo que la espiritualidad, la teología y la filosofía
cristiana insisten en varios puntos.
Lo primero es que la gratuidad comporta un deber, ella es creadora de deber y
con ello creadora de obligaciones y de responsabilidades hacia los demás, con
consecuentes renuncias y opciones de lugar. Ciertamente el cristiano sabe
que en el fondo no le puede guiar un “deber ser” y que está liberado de la
culpa, justificado por la Gracia de Dios. Pero la Gracia es fuerza de
remisión hacia el otro y es en este sentido que la Gracia salva la gratuidad,
en el sentido de que estira la gratuidad hasta que llegue a ser misericordia[37],
donación de sí hacia los otros[38].
La Gracia puede hacer que por gratuidad lo que me importe sea el otro. La
gratuidad si no es por la Gracia de Dios no tiene la fuerza de salir de sí
misma, de su propia autocomplacencia, llegando incluso hasta el sacrificio. Y
aquí reside la mayor complacencia y gratifación cristiana, en el llegar a
“dar la vida por los demás”, en pasar por el olvido de sí mismo hasta que
Dios mismo nos recuerde lo que somos: imagen y semejanza suya.
Lo segundo es que la gratuidad comporta formas de institución que
procuren la libertad y la justicia. Ciertamente la gratuidad cristiana es
exigencia de una libertad inapresable. Pero la gratuidad cristiana conduce
hacia formas muy precisas de vivir y de procurar la libertad. Hay una manera de
vivir la libertad que va mucho más allá de la expansión de la propia
autorealización personal. Ya dijimos que la gratuidad cristiana es aquella que
se ve necesitada del otro, regulada por la participación del otro, por la
diferencia del otro, por la inclusión del otro en el bien que quiere hacer. La
gratuidad cristiana conduce hacia formas de vida organizadas en beneficio de
otros. Sabe que cuando se marcha solo no se llega muy lejos. Hay un largo plazo
a vivirse con el auxilio de obras e instituciones de servicio.
Lo tercero que quiero decir es que la gratuidad cristiana no puede significar el
olvido de los pobres, porque en el fondo podemos olvidar lo más auténtico de
la gratuidad de Dios. La gratuidad de Dios remite al encuentro y a la preocupación
por el que más sufre. Mateo 25 nos narra este misterio de relación entre
Dios y los pobres. Fue en la relación gratuita con los pobres donde los justos
se encontraron con Dios. Y esto es bien verdad, pues con los pobres la
gratuidad gana acentos especiales. Muchos pobres se han organizado con grandes
esfuerzos, a veces sobrehumanos. Queriendo superar límites infranqueables
buscan el tiempo para aprender, para asistir a reuniones, para dar tiempo tanto
a la comunidad cristiana como a la organización social. Se someten a normas que
reglan y buscan garantizar la participación de todos. Y, a veces, la gente se
entrega con resistencias, con cruces de su misma familia, vecinos y amigos. Más
aún es un esfuerzo llevado a cabo con caídas, frustraciones y un de nuevo
volver a empezar. Es un esfuerzo llevado con la carga del bajo salario o del
desempleo, con la frecuente falta de salud, con el peso de los años. Hay todo
un esfuerzo entre los excluidos que no vemos y, si lo vemos, no sabemos bien
estimarlo. La gratuidad de tantas personas es silenciosa, no es viento
huracanado, aunque en determinadas circunstancias así se dé a sentir.
Pero, reconocer esos esfuerzos no quiere decir idealizar a los mismos pobres.
Eso sería franca ilusión. Sabemos que la persona en estado de exclusión también
está atravesada por lo que llamamos pecado. La gratuidad entre los excluidos
está embarrada de sus miles necesidades. No es un idealismo lo que está
en el medio de los esfuerzos gratuitos de los mismos excluidos. Para encontrar
sentido a la gratuidad entre los pobres no se trata en el fondo de detectar cómo
ella es operativa y produce participación y organización. La gratuidad no se
contabiliza, ni se mide. La gratuidad de Dios no es valiosa por ser eficaz o por
llevarnos al deber o a la institución; al contrario, ella es eficaz entre los
excluidos por ser lo realmente valioso en este mundo[39].
La cuestión no es la operatividad de la gratuidad en nuestras vidas. Aun cuando
nada se puede hacer la gratuidad sigue siendo lo más valioso en este mundo. El
valor en sí mismo de la gratuidad no lo dan los excluidos, ni nadie, pertenece
sólo a Dios. Vivir el valor en sí de la gratuidad es experimentar a Dios.
Pero sucede que
esa gratuidad de Dios la experimentamos en su mayor Misterio de cara a los
pequeños, a los que sufren. Sucede que su valor en sí Dios lo clava en
aquellos que el mundo les niega valor, dignidad. Dios clavó todo su valor en el
dolor de este mundo. Si esto no es verdad, nos engañamos sobre la cruz de Jesús.
Lo que está enfrente de toda cruz es el Misterio abriendo sus brazos. Un
Misterio que nos dice que “cuando te abrace la cruz yo te abrazo también” y
que “para abrazar lo más gratuito debes abrazar una cruz”. Y que, cuando
sintamos la cruz, lo más grandioso que puede suceder es su invitación a ser
unos “buenos ladrones” de su Palabra; una Palabra que hace eco allí donde
el mundo empuja a las personas a perder toda gracia, a perder todo don. Una
Palabra que se deja escuchar sólo allí donde por el soplo de un Espíritu
se hace eco en nuestro presente el grito de un Hijo que sufrió por nosotros ser
el regalo más grande de Dios. El Buen Pastor llegó hasta el otro extremo de la
vida donde el pecado nos lanza; allí donde todo don se nos apaga, allí donde sólo
estamos a la espera de un Espíritu que nos dé vida, esto es, allí en la
muerte[40].
Son ellos,
en su esfuerzo de ser gratuitos cuando pasan tantas necesidades y cuando el
mundo repite que “nada se puede hacer”, la memoria donde se palpa un Dios
Padre con su hijo crucificado que nos sigue testarudamente diciendo que la
comunión de hermanos es siempre y eternamente posible. La base de esa comunión
es un Misterio, un Espíritu de Gratuidad que ni la muerte ni el pecado pueden
destruir. Esa Gratuidad puede resucitar los muertos. Es la gratuidad de Dios que
resucita los muertos. Esa es la fuerza y el poder de Dios. Ese es el testimonio
de la gratuidad silenciosa de tantos seres humanos[41].
Más aún es con los que este mundo considera “inútiles”, “no
productivos”, que podemos encontrar la suficiente gratuidad que recrea la
esperanza. Los “no productivos”, los que experimentan la
enfermedad y el “límite de la vida” , los que son pobres de todo, son los
que nos pueden hablar de la vida humana en lo que es profundamente para todos:
don gratuito, regalo, contingencia, “inutilidad”
[42].
Son pues
los “no eficaces” los que nos recuerdan que el Resucitado pasa largo rato
con nosotros, que también se sienta a contemplar (¡Y el séptimo día descansó...
resucitó!), a comer un pescado, a simplemente transmitir paz, consuelo gratuito
del que se sienta a recibir, a acoger. Ellos nos revelan que Dios es fuente de
ocio verdadero, de todo reposo, de todo encuentro divertido y festivo. Ellos
anuncian que la vida a pesar de todo es Don y belleza y que vale la pena luchar
por ella. Los “no productivos” provocan sacar de nosotros lo mejor que
tenemos, en ellos anida el motor de todo esfuerzo humano. En este sentido los
que sólo pueden “recibir” nos hacen ver que el itinerario de la gratuidad
no se limita a la perspectiva del dar, sino también a recibir. Aquellos a
quienes servimos nos remiten a la otra cara de la gratuidad, que no es la del
dar, sino la perspectiva del recibir, del acoger. La perspectiva del recibir
corrige nuestra manera de dar y lo sitúa en la línea del puro agradecimiento.
En realidad nuestro dar será siempre una expresión limitada de todo cuanto
recibimos de Dios y de los demás. Recibimos más de lo que damos. Esa es
normalmente la experiencia humana en su justa humildad. No alcanzamos a
retribuir la fuente que nos hace ser. Y que alegría que sea así, pues esta
experiencia es la que nos garantiza que en el fondo somos regalo de Dios. El Don
de Dios no tiene retribución, será siempre mayor. Los que solo pueden
recibir sitúan el itinerario de la gratuidad en su justa trascendencia,
sobre la base de la gratitud y por encima de una lógica de producción[43].
Quizás desde esta perspectiva de la gratuidad nos estemos encaminando hacia un
vínculo entre la opción por los pobres y la llamada “postmodernidad”.
Vínculo que creo necesario para ambas dialogar sobre el problema de la
mundialización y la globalización de la cultura. Sobre esto creo que debemos
dialogar.
Cómo podremos agradecerte
si somos incapaces de saber
todo lo que hemos recibido?
¿Por qué me escogiste para existir
entre posibles seres infinitos?
¿Quién podrá catalogar ahora
lo que tu nos das en un segundo?
¿De quién fueron las manos y el cansancio
que asfaltaron la calle en que camino?
¿Cuantas veces en lo oscuro detuviste
nuestra vida al borde del abismo?
¿Cómo la vida eterna dentro de mi
ya impregna de infinito mis instantes?
¿Si todos somos don unos para otros,
bastará que entone yo solo mi canto?
¿Solo Jesús resucitado podrá darte
gracias y nosotros unirnos a su canto de alabanza? [B.G.B.sj]
“No me mueve mi Dios para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido,
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera”
Evocaciones sobre la Gratuidad de Dios [de B.G.B. sj]
1. La Gratuidad del Creador Discreto... en nuestro Barro.
No hay que pensar el aire
para que se filtre
al último rincón de los pulmones,
ni hay que imaginar la aurora
para que decore el nuevo día
jugando con los colores y las sombras.
...Dios discreto.
Para que tu infinitud no nos espante,
te regalas en el don
en que te escondes.
2. Jesús: la Gratuidad de Dios
Jesús de Nazaret...
En ti todo está dicho,
aunque sólo sorbo a sorbo
vamos librando tu misterio.
3. El Misterio de la Gratuidad de Dios.
Estoy en el fondo
de un misterio sin caminos,
ni contraseñas de iniciado.
Es una gratuidad plena
sin fecha ni contrato,
sin cercas ni medidas.
4. Los ojos de la Gratuidad
Mírame tú, Jesús de Nazaret...
Déjame entrar dentro de ti,
para mirarme desde ti,
y sentir que se disuelven,
tantas miradas propias y ajenas que me deforman y me
rompen
4. Los compañeros que nos regalas.
Ni garra, ni guante, ni melaza.
Yo quiero una mano de carne a carne,
verdadera, amiga y libre, tan fuerte
como mendiga.
5. Misión en Gratuidad: Gracias Señor por
que nos necesitas.
En tu silencio acogedor
nos ofreces ser tu palabra
traducida en miles de lenguas,
adaptada a toda situación
Quieres expresarte en nuestros labios,
en el susurro al enfermo terminal,
en el grito que sacude la injusticia,
en la sílaba que alfabetiza a un niño.
6. Gratuidad en los pobres
Noemí sabía mucho
de hambres hincadas
como un alfiler
en el centro del estómago,
de deudas enviando mensajeros
con insistencia y amenazas,
y de emergencias repentinas
desequilibrando en un instante
la frágil existencia.
Por eso dejó con alegría
unos centavos en el templo
regalo suyo y de Dios
para un hermano.
[1]
La invitación me vino a causa de un trabajo de tesis que hace cinco años en
Francia José Nuñez y yo escribimos sobre el papel de la gratuidad en la
pastoral de nuestros barrios de Guachupita y Los Guandules. Esto dio lugar a
varios talleres con agentes pastorales organizados por el Centro Bonó y que
superaron en grande nuestra tesis original.
[2]
Cfr. Enrique DENZINGER, El Magisterio de la Iglesia, Herder, Barcelona, 1955.
El vocablo como tal no aparece en los documentos sino en el índice sistemático,
pág. 39.
[3]
En un encuentro de teólogos latinoamericanos del año pasado, uno de ellos se
expresaba de la siguiente manera: “Benjamín González Buelta, maestro
espiritual español-dominicano, ha dicho que la desilusión provocada por
“la crisis de las utopías” puede tener la ventaja de ayudarnos a ubicar más
adecuadamente la eficacia de nuestro trabajo, al asumirla como lo que es en el
fondo, un don de Dios. Hoy, más que nunca, ha de quedar claro que la opción
preferencial por los pobres es un don de Dios”. en : Hablar de Dios,
diversas voces, CRT, 1998 pág. 110
[4]
Javier Osuna sj, “Gratuidad y Experiencia de Dios”, en: Juan M. García
Lomas (ed.), Ejercicios Espirituales y mundo de Hoy, Mensajero-
Sal Terrae, Santander 1991, pág. 253
[5]
El Padre General en la última congregación de procuradores retoma el tema de
la gratuidad ignaciana al comentar el punto de vista de la gratuidad que
aparece en una exhortación postsinodal de Juan Pablo II. Kolvenbach recuerda
que el Santo Padre “... insiste en la superabundancia de la gratuidad y de
la entrega generosa de sí, testimoniadas por una vida consagrada que hoy
lleva el don de Cristo a un mundo ‘ seducido por una autorrealización egoísta,
el lujo y la vida cómoda, un mundo que aprecia el prestigio, el poder y la
autosuficiencia ‘ (CG 34, d. 25,5). Inmediatamente el P. General nos
recuerda que la gratuidad ignaciana tiene unos imperativos y unas
exigencias de cara a los medios indispensables para realizar la misión: “En
las Constituciones, San Ignacio vuelve varias veces a la importancia del
testimonio de la gratuidad. No cita mucho el Evangelio, pero sí el dicho ‘
dad gratis lo que gratis habéis recibido’. Imperativos de orden económico
nos han hecho renunciar a varias formas de gratuidad financiera, pero con la
libertad que nos aseguran los votos, el don de sí voluntario y enérgico,
dentro y fuera de cualquier institución, es un testimonio del Señor que
habla. El Buen Samaritano no tenía por qué preocuparse de su identidad: la
gratuidad de sus acciones era ya un luminoso testimonio”.
[6]
Santiago Arzubialde sj, Ejercicios Espirituales de S. Ignacio: Historia y Análisis,
Mensajero- Sal Terrae, Santander 1991, pág. 665
[7]
Bobin Ch, Le Tres-Bas, Gallimard, Paris, 1992.
[8]
Xavier Léon-Dufour, San Francisco Javier: Itinerario mísitco del apóstol,
Mensajero - Sal Terrae, 1998.
[9]
Eberhard Jungel, Dios Misterio del Mundo, Sígueme, 1984
[10]
La teología fundamental no tiene un apartado propio sobre la gratuidad, sino
que se habla de gratuidad y el don al tratar sobre la inspiración, la tradición,
la revelación, los sacramentos y sobretodo en el tratado de la Gracia” y la
Trinidad. Es decir se habla de gratuidad al hablar sobre lo fundamental de
Dios. Ella acompaña el hablar fundamental sobre Dios. Lo mismo se presenta en
la teología bíblica pues vemos que la revelación bíblica es la revelación
de la gratuita creación, de la gratuidad de la revelación de Dios en la
historia, del amor gratuito del Padre, de la fuerza gratuita del Espíritu,
del Don gratuito del Hijo, del Reino que acontece gratuitamente, del don de la
Buena Noticia etc. En definitiva la gratuidad no se presenta a sí misma sino
mas bien como puerta que abre para allí donde uno se juega la vida en serio o
para allí donde uno toma la vida en profundidad y también para allí donde
se quiere hablar en profundidad sobre Dios.
[11]
“En nuestra época de cultura sin Dios, la fe en Dios conlleva un
asentimiento gratuito (no necesario) que postula la gratuidad ( y no la
fortaleza ni la justicia) como primer atributo de Dios. Tal es la enseñanza
que nos muestra hoy la cruz de Jesús”. Josep Moingt RSR 83/3 (1995) 331-356
[12]
Cristianisme i Justicia, De cara al tercer milenio: Lecciones y desfíos, Sal
Terrae, 1994
[13]
Ramón Panikkar, Iconos del Misterio: La experiencia de Dios, Ed. Peninsula,
1998
[14]
Gustavo Gutierrez, Densidad del presente, CEP. Lima, 1996. También quien
desee profundizar el tema de la gratuidad en Gustavo Gutiérrez le sugiero el
valioso estudio de Soledad Martínez Castellanos, “El Dios de Jesús:
Gratuidad y predilección por los últimos”, en : Espíritu y Vida,
Vol IV, Nro 11, 1997
[15]
Josep Vives, Dios, ¿Principio de necesidad o interpelación absoluta a la
libertad?: Análisis del concepto de Dios-necesidad en la tradición filosófica
griega. En: Revista Latinoamericana de Teología IV/3 (1988)
[16]
J.C. Scannone - G. Remolina, Etica y Economía: Economía de Mercado,
Neoliberalismo y Etica de la gratuidad, Ed. Bonum, Buenos Aires, 1998.
Cfr. Más antiguamente trabajó este tema Carlos Díaz, Contra Prometeo: Una
contraposición entre ética autocéntrica y ética de la gratuidad, Encuentro
Ediciones, Madrid, 1980.
[17]Juan
Pablo II se refiere a una lógica de la gratuidad en su EXHORTACIÓN
APOSTÓLICA POSTSINODAL PASTORES DABO VOBIS sobre la formación de los
sacerdotes en la situación actual - 25/3/1992 – Dice así “Los jóvenes
sienten más que nunca el atractivo de la llamada «sociedad de consumo», que
los hace dependientes, y prisioneros de una interpretación individualista,
materialista y hedonista de la existencia humana. El «bienestar» materialísticamente
entendido tiende a imponerse como único ideal de vida, un bienestar que hay
que lograr a cualquier condición y precio. De aquí el rechazo de todo
aquello que sepa a sacrificio y renuncia al esfuerzo de buscar y vivir los
valores espirituales y religiosos. La «preocupación» exclusiva por el tener
suplanta la primacía del ser, con la consecuencia de interpretar y de vivir
los valores personales e interpersonales, no según la lógica del don y de la
gratuidad, sino según la de la posesión egoísta y de la instrumentalización
del otro.” Y aquí mismo hablando del sacerdocio dice “De este modo, por
su misma naturaleza y misión sacramental, el sacerdote aparece, en la
estructura de la Iglesia, como signo de la prioridad absoluta y gratuidad de
la gracia que Cristo resucitado ha dado a su Iglesia”.
[18]
La tesis de José Nuñez es que lo que se encuentra a la base de los deseos de
participación democrática de muchos cristianos de organización popular es
la experiencia eclesial de una comunidad que celebra la
gratuidad de ser Hijos de Dios, con una Dignidad inalienable. La
participación es consecuencia de la afirmación cristiana de la
gratuidad de la vida presente en la cultura de los pobres. Este
principio de la gratuidad debe regular la marcha de los procesos de
participación, pues nos impone marchar al ritmo no de “los primeros” y más
eficaces, sino al ritmo de los pequeños y de “ los últimos”. Ello
implica a veces retrocesos de ciertas metas y la aceptación de
ciertas “mediocridades” para tomar realmente en cuenta a las personas y no
“saltar” sobre ellas. Ciertamente esto no desdice que los mismos pobres no
deban someterse a las exigencias de institucionalización de toda organización
humana. Más bien lo que está en juego es una Sabiduría del caminar
junto con los auxilios y las estrategias de una buena marcha.
[19]
Cumbre Regional para el Desarrollo Político y los Principios Democráticos
Brasilia 1997: Gobernar la globalización; la política de la inclusión;
el cambio de responsabilidad compartida, Ediciones Demos, 1997
[20]
En el Centro Bonó, a nivel de ensayo, con Jorge Cela y su equipo del CES
hemos dado talleres sobre la relación entre Cultura de la Pobreza,
Experiencia de la Gratuidad y la Democracia Participativa.
[21]
Lucio del Burgo, El Profetismo de lo cotidiano, en: Espíritu y Vida.
Nro 9, 1996. Entre otros interesantes aspectos el artículo nos hace una
saludable “invitación al buen humor” , pág. 205. También
recomiendo a Marciano Vidal, La ética como signo de esperanza: la bondad del
corazón de la gente sencilla, Concilium Nro. 283, Noviembre 1999. Su conclusión
es muy interesante: La “sencillez de vida” para crear unos valores
alternativos a la complejidad actual.
[22]
C. Geffre, Para un cristianismo mundial”, Selecciones de Teología, Nro.
151, Julio-Sept. 1999
[23]
Albert Rouet, La Mondialisation, probleme Spirituel: Propositions
theologiques,en: Foi et developpement Nro. 277 - octobre 1999
[24]
“Toda la felicidad del mundo viene del corazón altruista, y toda su
infelicidad del amor de sí mismo. ¿De que sirven tantas palabras? El necio
vive atado a su propio interés y Buda se consagra al interés del prójimo:
¡ Considera tú mismo la diferencia!” SANTIVEDA (Maestro budista del siglo
VIII) Citado por Rui Manuel Gracia das Neves. En: “El desafío del nuevo
milenio, hacia una espiritualidad holística” Diakonía, Oct- Dic
1999, XXIII - 92
[25]
Benjamín G. B., “El proceso de la desgracia a la gracia en el seguimiento
de Jesús” en: Más allá de los balsamos epidérmicos ¿Es posible vivir el
sufrimiento como experiencia de la gracia?, EP, 1992, pág. 4
[26]
Benjamín G. B., Perfumes y Denarios: La gratuidad del Reino, Sal Terrae, Sept
97
[27]
Este “Chin”es de Regino Martinez.
[28]
Cfr. Benjamín dijo en alguna parte que Jesús es la gratuidad de Dios,
pero ahora no encuentro la cita.
[29]
Cfr. Benjamín G. B. EL difícil uso de los medios, en: No llevéis alforjas
para el camino” SalTerrae, Oct98
[30]
Christian Bobin, Le Tres-Bas, Gallimard, 1992, pág. 119
[31]
Cfr. Benjamín, No lleveís Alforja..., “Solo es posible Evangelizar
en una relación de gratuitad”, pág. 712.
[32]
Hans Kung, Teología para la Postmodernidad, Alianza Editorial, Madrid, 1998
[33]
“No basta con crear espacios de gatuidad entre el vértigo de los
compromisos, como espacios verdes entre las prisas y la dureza del asfalto
urbano. Es necesario que la gratuidad impregne todas las actividades y
pasividades, como una forma permanente de estar abiertos a la gracia de Dios,
es decir, de vivir con intensidad de relación con él.” Benjamín G.B.,
En el Aliento de Dios, Salmos de Gratuidad, De. MSC, Sto. Dgo. 1995, pág.
24
[34]
Maureen Junker-Kenny (ed.), La fe en una sociedad de gratificación instantánea,
CONCILIUM, Nro 282 septiembre 1999
[35]
Cfr. Mirarme desde tí, Benjamín G.B., La Utopía esta en ... pág. 36
[36]
“Lo que no nace gratuitamente, acaba por pasar factura a los demás o a
nosotros mismos por los servicios prestados. Exige éxito constatable y
publicable. Incluso puede destruirnos a nosotros, cuando nos somete a
exigencias que superan nuestras posibilidades reales y nos ignoran...La
gratuidad lleva a ser firmes en el trabajo por el Reino de Dios, más allá de
las constataciones de fracaso o retroceso. Cada día sigue fluyendo
hasta este mundo maltrecho la oferta generosa de Dios que crea la vida nueva.
El que acoge este don, busca el amor eficaz con tanta profundidad que no se
deja paralizar por los episodios dolorosos de rechazo. En definitiva sólo el
amor gratuito es realmente eficaz porque deja pasar limpiamente el amor de
Dios entre nosotros”. Ibid, pág. 174
[37]
Jon Sobrino, El Principio Misericordia: Bajar de la Cruz a los pueblos
crucificados, Sal Terrae, 1992
[38]
“No hay nada que humille y que eleve tanto como la Gracia” Abbe de Saint-Cyran,
citado por Andre Louf, Au gre de sa grace: propos sur la priere, Desclee de
Brouwer, 1989, pág. 7.
[39]
Cfr. “Solo Dios Basta ... Pero no basta un Dios solo” , en: Benjamín
G.B., La utopía está en lo germinal, Ediciones MSC, 1998.
[40]
“Cuando se mira la Cruz y se confiesa a Jesús como Mesías, se tiene la
certeza de la eficacia del amor, por más que siga pareciendo escándalo y
locura. Solo la gratuidad vence al mundo y las resistencias de nuestro corazón
obstinado. Eso sí, se trata de una eficacia a largo plazo, porque trabaja al
ritmo de Dios y desde dentro del hombre” Javier Garrido, Proceso
humano y Gracia de Dios: Apuntes de espiritualidad cristiana, Sal Terrae 1996,
426
[41]
“Cuando miramos hacia atrás podemos afirmar que 1999 fue un año
intenso en el que se movieron muchos procesos que indican una gran vitalidad
en la sociedad dominicana. Pero esta vitalidad necesita encauzarse por caminos
no violentos, que construyan una más fuerte democracia participativa que
logre repartir nuestro crecimiento equitativamente y hacerlo sustentable para
que sea verdaderamente esperanza para nuestro futuro. Al ver el cúmulo de
problemas algunos pueden sentirse amenazados de desesperanza. Pero cuando
miramos el trabajo de tantos hombres y mujeres que han hecho posible nuestro
crecimiento económico, cuando contemplamos el esfuerzo de tantas
organizaciones de la sociedad civil, cuando percibimos la lucha mantenida por
tantos grupos por abrir nuevas posibilidades, renace la esperanza en nuestro
corazón como si fuera Navidad” Jorge Cela, Mirar el 99 con ojos de
Esperanza, en: Democracia es Participar, Centro de Estudios Sociales P. Juan
Montalvo sj, Nro. 33 Noviembre 1999. / También el mismo artículo
en Almanaque Escuela de Radio Santa María 1999
[42]
Quisiera continuar estas profundas palabras de Vicente Santuc sj :
“Ellos, que son pobres de todo, incluso del sentido y de la estimación de
su propia vida, son precisamente los que nos pueden hablar de la vida humana
en lo que es profundamente para todos: don gratuito, regalo, contingencia, ´
inutilidad ´. Jesús ha repetido que con los pobres entrábamos en el centro
de la vida. La vida no es en razón de los “por qué” o “para qué”
con los cuales la podemos vestir. Vivir es hacer vivir la vida, es servirla en
todos, es servir una vida regalada y dedicarnos al canto gratuito que sólo
podemos cantar todos juntos. Allí está lo que tenemos que poner al centro de
nuestros esfuerzos para reorganizar nuestro mundo y encontrar nuevas
estructuras de relación entre nosotros. Eso de la gratuidad de la vida se
cree, no se prueba. Pero, en el servicio de ella para todos, se puede
verificar que de hecho las cosas son así. La vida en nosotros es lo que exige
de nosotros creación original, don gratuito, ocio y empobrecimiento de
razones y autosuficiencia para que de ella tengamos experiencia. Por allí está
el espacio del ocio que juntos podríamos abrir si supiéramos, si quisiéramos”
. Vicente Santuc, Trabajo y ocio desde la tradición, en: J.C. Scannone
- G. Remolina, Etica y Economía: Economía de Mercado, Neoliberalismo y Etica
de la gratuidad, de. Bonum, Buenos Aires, 1998, pág. 365.
Resulta iluminador que uno de los grandes teólogos
protestantes de actualidad se exprese de manera similar en una ponencia
dedicada al valor del trabajo humano: “La humanidad del hombre, entendida
como agradecimiento, debe demostrarse en su conducta con sus
semejantes, en particular con aquellos que ya no son o todavía no son
productivos. Es la mera existencia la que hace a los hombres humanos.
Y esto debemos mostrarlo en nuestra sociedad marcada por la eficacia, no en último
lugar a través de nuestra relación con los niños y, sobre todo, con los
ancianos. Estos representan de manera natural la preeminencia de la persona
sobre sus méritos. El niño y el anciano son básicamente receptores.
Tan sólo cuando sentimos a los que todavía o ya no pueden
hacer nada por su existencia como un beneficio, sólo cuando nos
determinamos, teniendo en cuenta su condición de receptores, a dar algo,
tendrá derecho nuestra sociedad a ser llamada humana” Eberhard
Jungel, Persona y Trabajo, en: Manuel Ureña - Javier Prades, Hombre y Dios en
lasociedad de fin de siglo, Unión Editorial, 1994, pág. 166
“El límite es el lugar donde se acaba nuestro ser y nos
duele la vida. Pero puede ser también el punto donde nos sentimos existir en
el Iluminado, y al comulgar con él, abrirnos a un encuentro que no tiene
fronteras” Benjamín G.B., En el Aliento de Dios: Salmos de Gratuidad,
Ediciones MSC, 1995, pág. 12
[43]
... y en comunión con valores legítimos de la postmodernidad. Resumo
brevemente la posición del jóven teólogo Alberto Parra. Para este la
postmodernidad no significa “premodernidad”. La postmodernidad no es ni
mucho menos abandono de compromiso, ni neoconservadurismo, ni renuncia a la
razón ilustrada, ni negación de utopías. Si conlleva poder salir de la
repetición constante “de lo mismo”, quiere que los discursos universales
pasen por la objetivación del sujeto, estimula la multiplicidad de la acción
humana, aborrece la normatividad totalizante, abre hacia lo simbólico. Quiere
un discurso narrativo, evocativo, performativo y no solo argumentativo o
declarativo. Busca la inclusión del gozo, el disfrute, lo estético, lo
artístico y el tiempo libre. Finalmente “La postmodernidad es
religiosa, porque el Espíritu Santo de Dios es postmoderno con su presencia
salvadora y su acción en la ciudad postmoderna y como fue moderno en la razón
ilustrada o en la práxis sociales para la liberación de la gran miseria de
una realidad inaceptable”. En: Alberto Parra, “Teología y sociedad en la
alborada de la postmodernidad”, Hablar de Dios, diversas voces, CRT, 1998 pág.
125 Me llama la atención que en conversación con Regino M. me decía
que en su experiencia la gratuidad de la opción por los pobres debe asumir más
lo simbólico. El símbolo evangélico, no es productivo, tiene una fuerza y
como ejemplo me ponía a su casa, que es de yagua y con piso de tierra.
Es su casa y no busca hablar a nadie de su casa. Pero en su experiencia, cosas
como ésas son las que aterrizan la gratuidad de Dios. La pobreza aterriza lo
gratuito. Nuestra gratuidad debe siempre pisar tierra.
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