Mauro Capellari, n. en Belluno el 18 sept. 1765. Ingresa a los 17 años en
los camaldulenses y alcanzó muy pronto, por su piedad y cualidades
intelectuales, un alto prestigio dentro de su orden. Su nombre llegó a
tener celebridad en Italia y en otros países europeos cuando, en días de
tormenta para la Iglesia, publicó Il trionfo della Santa Fede (1799),
donde sometía a crítica a todas las corrientes que habían desembocado en
el movimiento revolucionario. Abad del monasterio romano de San Gregorio
en 1807, Pío VII le integró en varias congregaciones romanas y le encargó
diversas funciones -Visitador apostólico de las universidades, examinador
de los expedientes episcopales, etc- en cuyo desempeño desplegó un gran
celo y competencia. General de su orden (1823), León XII le creó cardenal
(1826) y le designó Prefecto de Propaganda Fide. En tal cargo, sus
cualidades de gobierno y sus dotes administrativas hallaron su máxima
expresión, constituyendo las bases sobre las cuales se erigiría la inmensa
tarea acometida luego durante su Pontificado (2 feb. 1831 - 1 jun. 1846),
y en que alcanzaría su mayor y más indiscutido título de grandeza. Elegido
Papa, su primera alocución pontificia evidenciaría su irreductible
intransigencia ante las formas de vida nacidas del fenómeno
revolucionario, incapaces, según su pensamiento, de ser fecundadas por la
doctrina católica. Su condena del movimiento del «L'Avenir» (enc. Mirari
vos, 15 ag. 1832; Denz.Sch. 2730 ss.) que aspiraba a establecer diálogo y
a construir cauces de integración entre la Iglesia y el mundo moderno,
mostró de igual manera su negativa a todo eventual entendimiento con el
error (v. LAMENNAIS). Sin embargo, como soberano temporal, los actos
iniciales de G. estuvieron presididos por la búsqueda de fórmulas
conciliadoras con respecto a los núcleos insurreccionales que habían
brotado en los Estados Pontificios (v.) como resultas de la Revolución de
1830 (v.) y se habían apoderado de casi todas las regiones
septentrionales. El fracaso de tales tentativas hizo obligada su apelación
a las tropas austriacas que sofocaron, manu militar¡, a aquéllos. A
instancias de Francia, fue convocada inmediatamente en Roma una
conferencia de las grandes potencias que impusieron al gobierno pontificio
un memorandum, en el que se explicitaban gran número de medidas
reformistas, aceptadas con renuencia por el Papa. Un nuevo levantamiento
al año siguiente debió ser aplastado igualmente por otra intervención
austriaca, acompañada en esta ocasión por la de las guerras de Luis Felipe
de Orleáns.
Gregorio XVI ante el liberalismo. A pesar del apoyo extranjero a sus funciones temporales, el Papa se esforzó en los primeros años de su pontificado en salvaguardar la independencia y la capacidad de acción de la Iglesia con relación a las grandes potencias, impulsado sobre todo a esta conducta por su hábil secretario de Estado, el card. Bernetti, forjado en la escuela de Consalvi (v.). De tal manera que su intervención en la lucha ruso-polaca (v. PoLONIA Iv), de inicios de su gobierno, en que apoyó a través de un famoso breve que conmovió a Europa (Superior¡ Anno, 9 jun. 1832), la política de Nicolás I en la vencida y anexionada Polonia, no se debió, como difundieron sus enemigos coetáneos, a su simpatía hacia los poderes autoritarios y conservadores, sino, como han demostrado sólidos estudios posteriores, a la escasez de sus fuentes de información. La enérgica y emocionada actitud que tomaría después, una vez bien enterado de los desgraciados sucesos, lo probaría elocuentemente. De igual modo, el escaso eco que encontraron en Roma los pujantes movimientos católicos de una Bélgica recién estrenada a la autonomía e independencia nacionales (v. BÉLGICA v, 2), y de una Irlanda enfervorizada por O'Donnell (v. IRLANDA v), encuentra su principal motivación en el recelo invencible con que G. observaba todos los movimientos liberales. Sólo en un caso, al no estar implicada la lucha por la libertad religiosa con ninguna otra aspiración o meta de índole política, el Papa respaldó incondicionalmente las tendencias de aquel signo. Rebrotada con gran fuerza la cuestión de los matrimonios mixtos en el sur del reino prusiano (v. Pío VIII), G. alentó sin tregua al clero y a los fieles a secundar los esfuerzos del célebre arzobispo de Colonia, Clemente Augusto DrosteVischering, por mantener y cumplir las disposiciones pontificias. El gran éxito alcanzado, tras no pocas pruebas, por la resistencia católica y que tuvo, como era lógico e inevitable, amplias repercusiones en la esfera temporal y política, no modificó, sin embargo, la actitud del Papa hacia los movimientos liberales. El influjo ejercido en su ánimo por su rígido e intransigente Secretario de Estado, card. Lambruschini, que había sustituido en 1836 a Bernetti, contribuyó en medida decisiva a afianzarle en sus posiciones ideológicas. Éstas, junto con el maximalismo anticlerical de los programas de la mayor parte de los gobiernos que detentaron el poder en España y Portugal durante la casi totalidad de su pontificado, explican el rompimiento con la Santa Sede y las tentativas cismáticas que varias veces tomaron cuerpo en dichos países. De igual modo, su posición frente al liberalismo se reflejó con claridad en sus contactos con la monarquía francesa; siendo ostensible su paulatino acercamiento a medida que el régimen de Luis Felipe abandonaba su anticlericalismo inicial y reforzaba sus actitudes conservadoras (v. LIBERALISMO).
Gregorio XVI y la vida de la Iglesia. Su indesmayable vigilancia de la Iglesia y de su depósito doctrinal se evidenció en múltiples ocasiones (cfr. Denz.Sch. 2725 ss.; 2745 ss.; 2758 ss.; 2771 ss.; cte.), de manera particular, en su condena de las corrientes de signo antiescolástico, informadas del mundo filosófico de los grandes pensadores alemanes, las más importantes de las cuales tendían a suprimir los fundamentos racionales de la fe: anatema de los escritos de Hermes (v.; Breve Dum acerbissimas, 26 sept. 1835: Denz.Sch. 2778 ss.); prohibición de las enseñanzas de Bautain (v.; cfr. Denz.Sch. 2751 ss.), etc. Su infatigable diligencia para el acrecentamiento y perfeccionamiento de la vida religiosa se canalizó a través de numerosas medidas y actuaciones (selección cuidadosa y aumento del episcopado, fomento y apoyo a la creación de nuevas órdenes, exaltación del culto mariano, su vasta e inteligente obra en pro del resurgimiento misional (v. MISIONES I), etc., que perfilarían en sus grandes líneas la exaltación del Papado que constituiría el legado supremo del Pontificado posterior.
De igual valor que la apuntada anteriormente para la potencialización de la vida interna de la Iglesia fue la tarea realizada en or(len a dotar de una mayor eficacia a la organización de los Estados Pontificios (v.) y a elevar, en grado muy considerable, su nivel material. Un bien articulado programa reformista dotó a los territorios sobre los que se ejercía la autoridad temporal del Pontífice de una infraestructura poderosa -caminos, escuelas, establecimientos benéficos, fomento de la agricultura, créditos a pequeños y medianos propietarios rurales, agilización del sistema aduanero, medidas urbanísticas, etc.-. No se limitó únicamente a la promoción económica de sus súbditos temporales, sino que pretendió abarcar áreas más extensas. Así, en los inicios de su pontificado, acometió (con una acción de escaso radio y cortos vuelos) el acceso de los laicos a los puestos dirigentes de la administración mediante su responsabilidad y participación en el gobierno de las ciudades. Más éxito que el alcanzado en la citada empresa acompañó su afán por crear un sistema judicial en consonancia con las necesidades de la época, desterrando de él gran número de prácticas y procedimientos impopulares.
V. t.: CONTEMPORÁNEA, EDAD I y II.
Gregorio XVI ante el liberalismo. A pesar del apoyo extranjero a sus funciones temporales, el Papa se esforzó en los primeros años de su pontificado en salvaguardar la independencia y la capacidad de acción de la Iglesia con relación a las grandes potencias, impulsado sobre todo a esta conducta por su hábil secretario de Estado, el card. Bernetti, forjado en la escuela de Consalvi (v.). De tal manera que su intervención en la lucha ruso-polaca (v. PoLONIA Iv), de inicios de su gobierno, en que apoyó a través de un famoso breve que conmovió a Europa (Superior¡ Anno, 9 jun. 1832), la política de Nicolás I en la vencida y anexionada Polonia, no se debió, como difundieron sus enemigos coetáneos, a su simpatía hacia los poderes autoritarios y conservadores, sino, como han demostrado sólidos estudios posteriores, a la escasez de sus fuentes de información. La enérgica y emocionada actitud que tomaría después, una vez bien enterado de los desgraciados sucesos, lo probaría elocuentemente. De igual modo, el escaso eco que encontraron en Roma los pujantes movimientos católicos de una Bélgica recién estrenada a la autonomía e independencia nacionales (v. BÉLGICA v, 2), y de una Irlanda enfervorizada por O'Donnell (v. IRLANDA v), encuentra su principal motivación en el recelo invencible con que G. observaba todos los movimientos liberales. Sólo en un caso, al no estar implicada la lucha por la libertad religiosa con ninguna otra aspiración o meta de índole política, el Papa respaldó incondicionalmente las tendencias de aquel signo. Rebrotada con gran fuerza la cuestión de los matrimonios mixtos en el sur del reino prusiano (v. Pío VIII), G. alentó sin tregua al clero y a los fieles a secundar los esfuerzos del célebre arzobispo de Colonia, Clemente Augusto DrosteVischering, por mantener y cumplir las disposiciones pontificias. El gran éxito alcanzado, tras no pocas pruebas, por la resistencia católica y que tuvo, como era lógico e inevitable, amplias repercusiones en la esfera temporal y política, no modificó, sin embargo, la actitud del Papa hacia los movimientos liberales. El influjo ejercido en su ánimo por su rígido e intransigente Secretario de Estado, card. Lambruschini, que había sustituido en 1836 a Bernetti, contribuyó en medida decisiva a afianzarle en sus posiciones ideológicas. Éstas, junto con el maximalismo anticlerical de los programas de la mayor parte de los gobiernos que detentaron el poder en España y Portugal durante la casi totalidad de su pontificado, explican el rompimiento con la Santa Sede y las tentativas cismáticas que varias veces tomaron cuerpo en dichos países. De igual modo, su posición frente al liberalismo se reflejó con claridad en sus contactos con la monarquía francesa; siendo ostensible su paulatino acercamiento a medida que el régimen de Luis Felipe abandonaba su anticlericalismo inicial y reforzaba sus actitudes conservadoras (v. LIBERALISMO).
Gregorio XVI y la vida de la Iglesia. Su indesmayable vigilancia de la Iglesia y de su depósito doctrinal se evidenció en múltiples ocasiones (cfr. Denz.Sch. 2725 ss.; 2745 ss.; 2758 ss.; 2771 ss.; cte.), de manera particular, en su condena de las corrientes de signo antiescolástico, informadas del mundo filosófico de los grandes pensadores alemanes, las más importantes de las cuales tendían a suprimir los fundamentos racionales de la fe: anatema de los escritos de Hermes (v.; Breve Dum acerbissimas, 26 sept. 1835: Denz.Sch. 2778 ss.); prohibición de las enseñanzas de Bautain (v.; cfr. Denz.Sch. 2751 ss.), etc. Su infatigable diligencia para el acrecentamiento y perfeccionamiento de la vida religiosa se canalizó a través de numerosas medidas y actuaciones (selección cuidadosa y aumento del episcopado, fomento y apoyo a la creación de nuevas órdenes, exaltación del culto mariano, su vasta e inteligente obra en pro del resurgimiento misional (v. MISIONES I), etc., que perfilarían en sus grandes líneas la exaltación del Papado que constituiría el legado supremo del Pontificado posterior.
De igual valor que la apuntada anteriormente para la potencialización de la vida interna de la Iglesia fue la tarea realizada en or(len a dotar de una mayor eficacia a la organización de los Estados Pontificios (v.) y a elevar, en grado muy considerable, su nivel material. Un bien articulado programa reformista dotó a los territorios sobre los que se ejercía la autoridad temporal del Pontífice de una infraestructura poderosa -caminos, escuelas, establecimientos benéficos, fomento de la agricultura, créditos a pequeños y medianos propietarios rurales, agilización del sistema aduanero, medidas urbanísticas, etc.-. No se limitó únicamente a la promoción económica de sus súbditos temporales, sino que pretendió abarcar áreas más extensas. Así, en los inicios de su pontificado, acometió (con una acción de escaso radio y cortos vuelos) el acceso de los laicos a los puestos dirigentes de la administración mediante su responsabilidad y participación en el gobierno de las ciudades. Más éxito que el alcanzado en la citada empresa acompañó su afán por crear un sistema judicial en consonancia con las necesidades de la época, desterrando de él gran número de prácticas y procedimientos impopulares.
V. t.: CONTEMPORÁNEA, EDAD I y II.
BIBL.: A. EHRHARD y W. NEUSS,
Historia de la Iglesia, IV, Madrid 1962, 451 ss.; B. LLORCA, R. GARCIA
VILLOSLADA, F. J. MONTALBÁN, Historia de la Iglesia católica, IV, 3 ed.
1963, 425 ss. (con abundante bibl. especializada); J. SCHMroLIN, Histoire
des Papes de 1'époque contemporaine, II, París 1940 (trad. del alemán, de
indispensable consulta); CH. POUTHAS, L'Église catholique de l'événement
de Pie VII à l'événernent de Pie IX, París 1933 (punto de, vista
agnóstico, pero respetuoso hacia la Iglesia); J. M. CUENCA TORIBIO, La
desarticulación de la Iglesia española del Antiguo Régimen (1833-1843), «Hispania
Sacra» (1968). CH. SILVAIN, Histoire da pontificat de Gregoire XVI, Brujas
1889; M. VINCENTI, Gregorio XVI, Roma 1941.
J. M. CUENCA TORIBIO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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