domingo, 8 de junio de 2014

LAS NAVAS DE TOLOSA: PRODIGIOS, PROBLEMAS Y ARGUCIAS DE LA BATALLA MÁS DECISIVA DE LA HISTORIA DE LA RECONQUISTA.



Los cristianos tuvieron que hacer frente, en la larga etapa de la Reconquista, a dos invasiones integristas musulmanas que llegaban del norte de África. La primera, la de los almorávides en el siglo XI que ya vimos que fue frenada por el Cid y la segunda, la de los almohades, a principios del siglo XIII. 

Los almohades eran guerreros bien organizados, con una fe ciega en el Islam primitivo, deseosos de recuperar el terreno que los cristianos habían conseguido ir recuperando con el paso de los años. Su llegada a la Península fue definida por las crónicas de la época como la de un mar de hombres. La amenaza para los reinos cristianos era muy grande y, por una vez, dejando a un lado sus diferencias, los reyes de Castilla, Alfonso VIII, de Aragón, Pedro II el Católico y de Navarra, Sancho el Fuerte, decidieron aunar sus fuerzas para hacer frente a un invasor que se juzgaba terrible. 

La amenaza era de tal calibre que el Papa Inocencia III declaró Cruzada a esta lucha contra el infiel, concediendo indulgencia y bula a todos los caballeros europeos que participasen en ella. Y para reforzar la ayuda divina decretó tres días de ayuno. 

Pero los caballeros europeos pronto volvieron grupas porque las perspectivas de botín eran escasas, el terreno sobre el que luchar de una gran dureza, así como el calor agobiante que en junio hacia ya por estas latitudes. Además de todo esto, en cuanto llegaron a tierras hispanas se dedicaron a matar a los primeros infieles que encontraron, los judíos, que eran súbditos del rey de Castilla y protegidos del mismo. Hubo que parar la matanza y con ello los guerreros del continente perdieron mucho aliciente. 

Los tres ejércitos, con un pequeño contingente de franceses, cuya presencia era casi testimonial, se pusieron en marcha aunque la desproporción numérica entre cristianos y musulmanes era muy grande: 100.000 de los primeros por 400.000 de los segundos. 

EI20 de junio de 1212, las tropas aliadas, al mando de Alfonso VIII, dejaron Toledo y se dirigieron al encuentro de las tropas almohades al mando de Mohammed I, el famoso "Miramolín" de los cristianos. Aunque la aventura comenzó bien, porque conquistaron en apenas cuatro días el castillo de Malagón y se apoderaron de Calatrava, los almohades estaban confiados en sus fuerzas muy superiores. 

Alfonso VIII tuvo noticias de que el ejército musulmán se encontraba en las Navas de Tolosa, Jaén, y allí se encaminó el contingente cristiano que, además de contar con los ejércitos reales, se hallaba reforzado con las tropas de los obispos de Toledo, Palencia, Sigüenza, Osma, Ávila y Tarazona; los caballeros de las órdenes de caballería: el Temple, Calatrava y Santiago, así como el señor de Vizcaya y los condes del Rosellón, Ampurias, Barcelona y de Lara. Numerosos concejos y otros nobles contribuían también con aquellos voluntarios y tropas propias que habían querido participar en la batalla que se avecinaba. 

La vanguardia de Alfonso se topó con un obstáculo casi insalvable: el desfiladero de Losa, donde fue recibida con una lluvia de flechas musulmanas. Ante aquel problema se celebró unconsejo en el que unos eran partidarios de la retirada, esperando un lugar más propicio para luchar y otros estaban decididos a mantenerse firmes en el intento. Mientras se especulaba sobre qué hacer y cómo hacerlo, llegó un pastorcillo al campamento cristiano con un mensaje para el rey castellano. Este pastor, Martín Halaja, conocía un camino por el que podían avanzar sin ser detectados por el ejército enemigo y que los situaría sobre la cumbre del desfiladero. Se mandaron exploradores para comprobar la veracidad de la información, que era cierta y, al día siguiente, la tropas cristianas coronaban la planicie donde se situaba n los musulmanes. Años después los cristianos convirtieron al zagal en San Isidro Labrador que les había socorrido en este trance, pero lo más seguro es que fuera un pastor sin más. 

La sorpresa de Mohamed I fue notable, pero decidió dar la batalla, a lo que se negaron los cristianos, que estaban derrengados por el esfuerzo de avanzar, durante toda la noche, por el sendero milagroso. Además, el día siguiente era domingo y por lo tanto no podían combatir en el día sagrado. 

El lunes 16 de julio se produjo el primer choque entre ambos ejércitos. La lucha fue durísima y los almohades rompieron las filas cristianas y casi alcanzaron el campamento de éstos. 

Alfonso vio que la situación era desesperada, pero no cabía más que combatir. Tenía por segura la derrota y así se lo manifestó al arzobispo de Toledo que luchaba a su lado, pero las palabras de ánimo de prelado le decidieron al contraataque. 

Ahora se volvieron las tornas. La ferocidad de los que se creían ya vencidos, quebró las filas musulmanas. La dureza de la lucha era terrible. Ambos bandos batallaron sin descanso hasta que las tropas de Alfonso VIII llegaron a la tienda de Miramolín, el caudillo árabe. Allí los mandobles se volvieron épicos, pues la tienda estaba defendida por mil negros encadenados entre sí, armados con lanzas contra las que se estrellaron los jinetes cristianos. Volvieron a la carga, pero esta vez pusieron los caballos al revés, con los cuartos traseros cara a los defensores negros con objeto de que los coceasen. 

Tampoco esta vez se tomó el real de Miramolín. Sancho de Navarra se lanzó a la tremenda y en un ataque suicida comenzó a repartir espadazos a diestro y siniestro abriéndose paso entre la escolta negra. Por la brecha penetraron los cristianos y Miramolín, espantado por el hecho, emprendió la huida mientras el desánimo cundía entre las filas almohades que se dispersaron. 

Los castellanos se quedaron con el estandarte almohade y lo llevaron el monasterio de Las Huelgas, en Burgos, para acreditar aquella portentosa victoria y, por su parte, Sancho de Navarra incluyó en su escudo las cadenas que cercaban la tienda de Miramolín y que todavía campean hoy orgullosas del bravo gesto de aquel rey apodado "el Fuerte". 

A partir de esta batalla ya nada fue lo mismo para las fuerzas almohades y para la España musulmana. Las Navas de Tolosa fueron la puerta que se abrió hacia la conquista del valle del Guadalquivir.

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