A su retorno de aquellas lejanas
tierras, los Cruzados trajeron multitud de reliquias, que se suponía eran todas
vestigios del paso del Redentor sobre la tierra. Con ellas comenzó un enorme negocio que, en la mayoría de los casos, sólo hizo que aprovecharse de la
buena fe de las gentes.
Entre las más abundantes se
encuentran los trozos de la cruz de Cristo, los lignum crucis, de los
que hay tantos esparcidos por el mundo que con ellos podría construirse cientos
de cruces.
Y entre las más curiosas e inverosímiles se encuentran: un pelo de la
Virgen María que se venera en Sangüesa; una paja del pesebre del Niño Jesús, que
pertenece al rey de España y que se encuentra en la iglesia de Santa María la
Mayor; el mantel sobre el que se celebró la Última Cena y que se venera en
Coria.
Por el mundo se encuentran
diseminados más de 60 dedos de San Juan Bautista, tres prepucios de Cristo y
varios cordones umbilicales del Niño Jesús y hasta lentejas y pan que sobraron de la Santa Cena y raspas de pescado procedentes del milagro de la
multiplicación de los panes y los peces.
Tampoco las treinta monedas
traidoras que recibió Judas por vender a Jesús, se han escapado de convertirse
en codiciadas reliquias. En un documento del Archivo de la Nobleza del Hospital
Tavera de Toledo, se detalla que el cardenal Lorenzana, en 1778, mandó traer a Toledo
una de estas monedas que se encontraba como objeto de culto en la Puebla de Montalbán.
El sacerdote José Colino, en un libro de la parroquia de Puebla halló la
descripción de esta reliquia: "Una moneda precio de la sangre de
Jesucristo en un pequeño viril de plata sobredorada, pesa una libra y cuatro
onzas"
Las otras veintinueve monedas, que
completarían las treinta monedas bíblicas, se encuentran repartidas por el
mundo entero. Siete de ellas en la catedral de Zacatecas, México, en Brasil, Perú, Colombia, Venezuela, Alemania, Francia, Italia y Portugal
hasta completar ¡más de doscientas!
Según la tradición en España,
además de la moneda citada que fue de Puebla a Toledo, había otra que se fundió
en una campana de Velilla de Ebro en Zaragoza. Esta campana se dice que es
milagrosa y que toca sola cuando anuncia acontecimientos tristes o sucesos
extraordinarios.
Pero sin duda una de las mayores
reliquias de la cristiandad es la Sábana Santa que se venera en Turín. Se
supone que es el sudario que envolvió el cuerpo de Jesús, y en efecto sobre la
tela se reproduce el cuerpo y el rostro de un cuerpo muerto que refleja todas
las heridas del martirio de Jesucristo: las señales de los clavos en las manos
y los pies, la lanzada en el costado ... Ha sido objeto de estudios exhaustivos,
hasta que un científico americano, recientemente fallecido, Walter MCrone, puso
fin a las especulaciones que durante siglos se mantuvieron sobre la autenticidad de dicha reliquia.
Mucho antes de las pruebas del
carbono 14, ya puso en evidencia el fraude del sudario que, como él mismo decía, le hubiera encantado que fuera el verdadero. En 1970
lo vio por primera vez y quedó fascinado por aquella pieza. Era falsa, como
todas las demás y se trataba de una pintura en la que la supuesta sangre eran pigmentos de ocre y bermellón
muy empleados en la Edad Media. Cuando la Sábana Santa, diez años después, fue sometida a
esta prueba se demostró que no era la auténtica. Se trataba de un lienzo de
lino que fue confeccionado 13 siglos después de Cristo. El Vaticano ya se había pronunciado y daba por
buena la falsedad de la sábana, pero debido a la adoración que los fieles del mundo entero
sienten por ella, no la ha retirado. La fe, que poco entiende de verdades y de ciencias, sigue viendo
ella la imagen del Redentor del mundo.
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