Una vocación al servicio de los pobres
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“El
cariño de su madre, que se hace para ella muy visible y frecuente,
debido a este tipo de enfermedad, marcará su experiencia humana y
religiosa. Mucho más que cualquier niña, ella depende de los brazos
cariñosos de su madre para moverse por la vida. Lista y sensible como
era María Luisa Zancajo, es perfectamente consciente de esta realidad y
de esta experiencia vital. Lógicamente, su situación se extiende a la
experiencia radical de toda su vida, que se puede sintetizar como un
ser llevado en los brazos cariñosos de Dios, o en expresión suya
frecuente, gozar de ‘las misericordias de Dios’. Desde esta clave del
amor como cariño, y como cariño que se nota sensiblemente, podemos
hacer una lectura de toda la experiencia espiritual de María Luisa
Zancajo. Cariño-Misericordias, Amor Misericordioso de Dios” (Tesis
doctoral D. Alfredo Tolín).
La
familia Zancajo, como muchos emigrantes de los pueblos que buscan
soluciones en la gran ciudad, decide trasladarse a vivir a Madrid. Se
han quedado sin recursos económicos, con tres hijas pequeñas y con el
padre enfermo. Solo pueden salir adelante con el trabajo de la madre y
con la ayuda y el recurso a la beneficencia pública. Esta será la
realidad social de Mª Luisa hasta que cumpla sus 25 años. Con todo, el
asilo constiuira para ella un ámbito familiar y formativo. Será su
casa-escuela y su casa-convento. En él se desarrolla la primera etapa
de toda su vida. Por la edad y por el tiempo, podemos decir que es el
período por excelencia de su formación religiosa. No es de extrañar que
María Luisa califique al asilo de San José como la “santa casa”, “mi
amada casa”, “nuestra casa”, donde se fue educando religiosamente o,
como ella dice simplificando, “donde aprendió a amar a Jesús”.
Entrega total
María
Luisa había leído, escuchado y meditado muchas veces los Evangelios.
Le impresionaba la llamada de Jesús a sus discípulos, y recordaba con
frecuencia sus palabras: “Ven y sígueme”. Se fijaba mucho en su
invitación concreta a “venir junto a Él”, a “estar con Él” y cumplir la
misión (Cf. Mc.3,13-16). Enseguida sintió la llamada de Jesús y
enseguida aprendió que el primer escalón del seguimiento es el de estar
conviviendo plenamente con Él. La forma concreta de expresar y vivir
todo esto es la idea y el compromiso de una consagración total a Jesús.
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Sobrevivir a la guerra
Los
avatares de la guerra van a ser múltiples. En primerísimo lugar se
trata de vivir o, mejor, sobrevivir, en un permanente riesgo físico de
muerte. Vive en plena zona republicana y en medio de los bombardeos que
se producen sobre Madrid. Se hace difícil una vida diaria normalizada.
Pero
esta dureza de la vida exterior no crea especial sufrimiento a María
Luisa. Es más fuerte para ella todo lo que afecta a la fe y a la vida
de fe. Ahí es donde reside básicamente la prueba. Es la vida en la
clandestinidad. Es vivir sin renunciar a lo que uno cree, siente y
practica, y cómo vivirlo manteniéndose fiel a la fe y cómo mantener la
fe sin comunidad, sin alimentarla y sin celebrarla, expuesta siempre a
ser descubierta, con el riesgo de ser asesinada por eso mismo. Era
realmente una durísima prueba. Ella nunca había vivido así. Vivía con
“inquietud y zozobra”. “Muchas cosas turbaban su corazón”. Pasó “grandes
penas y persecuciones”, “grandes contrariedades”. A su alrededor
percibía “una vida de locura y desatino”. Ella “no estaba en su
centro”. “Aquella vida no era para mí”.
Ardor misionero
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La
devoción eucarística, como vivencia espiritual profunda, y la doctrina
sobre la Eucaristía confluyen y se identifican en la persona de María
Luisa Zancajo para configurar su experiencia espiritual, de manera muy
importante, en clave eucarística y de unión mística a la vez. En el
amor, y con el matiz oblativo y sacrificial que resalta fuertemente.
Alma
enamorada, supo infundir en todas las hermanas un amor ardiente a la
Santísima Virgen, a la que cariñosamente llamaba su “Madrecita”, y que,
junto con el amor al corazón de Jesús víctima, son los dos grandes
animadores de nuestra misión.
Murió
el 5 de junio de 1954 a la edad de 42 años. El 28 de enero de 2012 se
clausuró la etapa diocesana del proceso de canonización de la Sierva de
Dios Madre María Luisa.
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jueves, 5 de junio de 2014
MISIONERAS DE LA CARIDAD Y LA PROVIDENCIA.
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