PLANTA SAGRADA
“Aquí, en esta parte del mundo, nació el maíz. Nuestros abuelos lo
criaron. Con él se criaron ellos mismos, al forjar una de las grandes
civilizaciones de la historia. La casa más antigua del maíz está en
nuestras tierras. Desde este lugar del universo se fue para otras partes
del mundo. Somos gente de maíz. El grano es hermano nuestro, fundamento
de nuestra cultura, realidad de nuestro presente. Está en el centro de
nuestra vida cotidiana. Aparece sin falta en nuestra dieta y en la
cuarta parte de los productos que adquirimos en las tiendas. Es el
corazón de la vida rural y un ingrediente infaltable en la vida urbana.
Somos gente de maíz. Y lo somos a contracorriente, en lucha continua con
los vientos dominantes [...] Vamos a fortalecer la siembra de nuestros
maíces criollos de todos los colores. Lo haremos en la milpa que
cultivamos siempre, asociándolos con el frijol, calabaza, quelites y
otras plantas”. (Manifiesto suscrito en el foro En defensa del maíz, celebrado en la ciudad de Oaxaca el 10 de marzo de 2004).
Los
relatos míticos otorgan al maíz el papel de protagonista, le concibe
dones y lo convierte en dioses, dándole así el valor de una planta
sagrada. Fray Bernardino de Sahagún en su obra “Historia General de las
Cosas de Nueva España” señala las supersticiones que también se le
tenían al maíz; en el apéndice del Quinto libro titulado “De las
abusiones [sic] que usaban estos naturalez indica: “...el maíz ante que
lo echen en la olla para cocerse han de resollar sobre ello, como
dándole ánimo para que no tema la cochura. También decían que cuando
estaba derramado algún maíz por el suelo, el que lo vía era obligado a
cogerlo, y el que no lo cogía hacían injuria al maíz, y el maíz se
quejaba delante de Dios, diciendo: señor, castigad a este que me vio
derramado y no me cogió, o dad hambre porque no me menosprecien...”.
El Histoire du Mechique,
documento de la Colonia temprana, guarda un mito de los pueblos nahuas
que señala como origen del maíz el cuerpo de un mismo dios: “El dios
llamado Piltzintecuhtli, ella Xochipilli, tuvieron por hijo a Cinteotl.
El dios hijo [...] se hundió en la tierra para producir diferentes
vegetales útiles al hombre. Así de sus cabellos salio el algodón; de una
oreja la planta llamada huauhtzontli; de la nariz la chía; de los
dedos, los camotes y del resto del cuerpo, otros muchos frutos. A su
creación más destacada debe el dios su nombre principal, Cinteotl (el
dios mazorca)”, (López Austin, 2003). Por esto, dicho dios fue el más
querido de todos y le llamaron el “señor amado”, Tlazopilli.
Son
los dioses los que al ir ensayando sus múltiples creaciones lograron
encontrar al fin la solución que los llevó a la creación de una
humanidad perfecta y un alimento perfecto.
El mito de la creación del hombre por los dioses esta señalada en los
relatos mayas de las tierras altas de Guatemala, registrados en el Popol
Vuh. Este relato Quiche afirma que una vez que los dioses creadores
poblaron el mundo con los animales del cielo y de la tierra, pidieron a
estas criaturas que los alabaran invocando sus nombres; pero solo
recibieron chillidos, graznidos y gorjeos. En castigo, los dioses
enviaron a los animales a las barrancas y a los bosques, convirtiendo
sus carnes en alimento.
Tras su fracaso, los dioses decidieron formar seres mejores: los
hombres. Como primer intento tomaron la Tierra como materia prima, pero
las nuevas criaturas se deshacían, carecían de fuerza y movimiento,
tenían la vista velada, eran incapaces de reproducirse.
Frustrados, los dioses intentaron con la madera de colorín. Los nuevos
seres pudieron moverse, hablar y reproducirse; pero sus carnes eran
enjutas, sin sangre ni sustancia; no tenían alma ni entendimiento,
vagaban sin rumbo sobre la tierra. Decepcionados, los dioses destruyeron
su creación.
Nuevamente
reflexionaron y discutieron buscando la claridad de su pensamiento.
Entonces enviaron al coyote, al gato montés, a la cotorra chocoyo y al
cuervo a traer las mazorcas amarillas y blancas de Paxil y Cayalá.
Molieron el maíz e hicieron con la masa nueve bebidas, y con ella
crearon la sangre y la carne del primer varón y la primera mujer. Fueron
maravillosas criaturas, quienes pudieron reproducirse para llenar el
mundo de seres que reconocen, alaban y alimentan con sus ofrendas a los
dioses.
El mito señala que el maíz fue dado por los dioses para el consumo del hombre,
pero es éste quien tiene que cuidarlo. El maíz surge de la tierra, el
hombre tiene que cultivar, atender, alimentar al mismo maíz para que se
engrandezca y le aporte sus beneficios.
Guillermo Bonfíl Batalla señalo:
“El maíz es una planta humana, cultural en el sentido más profundo del
término, porque no existe sin la intervención inteligente y oportuna de
la mano; no es capaz de reproducirse por sí misma. Más que domesticada,
la planta del maíz fue creada por el trabajo humano”.
Los
antiguos pobladores de Huastecapan fueron los primeros que lo
domesticaron y cultivaron llamándolo to-nacayo, que significa “nuestra
carne”, porque su leyenda decía que el hombre fue hecho por los dioses
únicamente de maíz.
Los aztecas transformaron el nombre huasteco y lo llamaron tsintli,
aludiendo el alimento a los dioses o teosintli.
Aunque el origen del maíz (Zea mexicana) es un misterio, se trata de una
planta ampliamente distribuida en territorio mexicano, y su cultivo se
remonta a más de 7 000 años de antigüedad.
No
hay lugar en México en donde no se observen huellas del maíz que, como
en la antigüedad, hoy sigue nutriendo nuestra cultura y nuestros
cuerpos; en el pasado las grandes civilizaciones y las millones de vidas
mexicanas en el presente, tienen como raíz y fundamento al generoso
maíz.
Lo podemos encontrar en cada rincón que visitemos como base fundamental
en nuestra alimentación y cultura.
Nada se
desperdicia del maíz y en general de la milpa: Los granos, las hojas,
las espigas, el olote, los tallos y hasta el agua del nixtamal tienen
uso específico e integral, para satisfacer distintas necesidades
culturales y sociales.
La espiga se emplea para hacer tamales. El elote se come entero, asado o
cocido, rebanado para sopas, moles y otros guisos o en grano, ya sea
entero (para sopas, pozole, ensaladas, etc.) o molido (para tamales,
atoles, pasteles, etc.). La caña es una golosina. Seca o desgranada, la
mazorca tostada y molida se emplea para pinoles, atoles y galletas; nixtamalizada, sirve para hacer tortillas y antojitos. Con la variedad apropiada se preparan palomitas, simples o con caramelo.
Todas las partes de la planta sirven como alimento para animales.
El cabello del elote tiene grandes cualidades medicinales: con albahaca y
hojas de guayaba, en forma de té, sirve para aliviar el dolor de
estómago; como infusión con azúcar o doradilla se da a quienes orinan
sangre; en forma de té, con epazote de perro, manzanilla, hojas de
guayaba y albahaca, ayuda a curar el dolor de estómago con vómito. El té
de cabellos de maíz con ajenjo, boldo y ruda, sirve para aliviar la
bilis, por citar unos ejemplos.
Las mazorcas, los granos de diversos colores, la "cruz del tallo" y las
hojas se usan comúnmente en rituales. Por ejemplo, se usan granos para
hacer adivinaciones, granos y mazorcas de cada color como ofrenda en
rituales y ceremonias propiciatorias.
Por todo ello el maíz es fuente inagotable de inspiración. Tanto en sus
usos directos como en las inmensas posibilidades de transformación. Aun
hoy en el campo mexicano (con todo y sus problemas) es parte vital de la
vida rural. El maíz es real y simbólico, dador de vida, creador de
cultura. Por eso el maíz, con la diversidad que lo caracteriza, ha
permitido su expansión mundial.
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