Cuando Jesús inició su ministerio público, Palestina era un
pequeño territorio oriental sometido al Imperio Romano. Roma nombraba los
gobernadores, dictaba las leyes, establecía los tribunales y cobraba los
tributos. La clase dirigente judía estaba escindida en dos bandos, los saduceos
y los fariseos, que mantenían concepciones políticas y religiosas enfrentadas.
Los saduceos, descendientes de Sadoc, sacerdote del Templo de Jerusalén en
tiempos de Salomón, se cuidaban del culto y los sacrificios y, en el plano
político, procuraban abrir vías de entendimiento y colaboración con la potencia
ocupante. Los fariseos, los grandes mentores religiosos del pueblo, se atenían
al cumplimiento escrupuloso de los preceptos de la ley mosaica y se dedicaban
al estudio y la interpretación de las Escrituras. Tenía también importancia la
corriente espiritual de los esenios, cultivadores de la vida ascética en sus
apartados monasterios. Observaban con rigor los ritos y los preceptos sobre la
pureza y rechazaban el sacerdocio de Jerusalén. Gozaba asimismo de gran
simpatía entre la población el movimiento nacionalista y violento de los
zelotas.
A este heterogéneo y en parte contradictorio auditorio dirigió Jesús su mensaje, y entre todos sus componentes encontró seguidores: fariseos, miembros del alto tribunal del Sanedrín, pescadores, las clases humildes, ricos y funcionarios del Imperio, mujeres cercanas a la corte real, y en fin, hombres y mujeres santos y también pecadores.
En la historia de la humanidad no existe un personaje que haya
inspirado tanto amor y tantas polémicas. Si por él murieron muchos, otros
tantos por él mataron. ¿Dios y hombre? ¿Quién fue Jesús de Nazaret?
La tesis propugnada por algunos racionalistas radicales en el siglo XIX, negando la existencia de Jesús de Nazaret y afirmando que se trataba de un personaje mitológico, es hoy día unánimemente rechazada por los investigadores. La existencia real de Jesús de Nazaret es aceptada por toda la crítica histórica. Menciona a Jesús, con declarada simpatía, el historiador judío Flavio Josefo, quien hacia el año 95 le describía como "varón sabio" que contó con numerosos seguidores y a quien Pilato condenó a morir en la cruz. Más conciso, pero sin duda auténtico, es otro texto del mismo autor, en el que habla de Santiago el Menor, "hermano de Jesús, el llamado Cristo".
El historiador Suetonio alude a "un tal Khrestos" (fácil corrupción de Khristos, Cristo), ejecutado bajo el reinado de Tiberio por orden de Poncio Pilato. Tácito menciona a algunos "cristianos, así llamados por ser seguidores de Cristo, condenado a muerte por Poncio Pilato". Plinio el Joven, en una carta a Trajano, informa sobre "cristianos que cantan himnos a Cristo como a un dios".
Fuera de estas breves alusiones, la únicas fuentes escritas de que
se dispone sobre la vida y las actividades de Jesús son los Evangelios y
algunas cartas de Pablo. Las noticias cronológicamente más antiguas son las
aportadas por las dos cartas de Pablo a los cristianos de Tesalónica, hacia el
año 50, y el Evangelio de Marcos, escrito hacia el 65 pero con
documentación extraída probablemente del hoy perdido evangelio arameo de Mateo,
redactado hacia el año 50, es decir, apenas 20 años después de los
acontecimientos narrados.
Debe advertirse que los evangelistas no pretendieron escribir una biografía de Jesús en el sentido de la historiografía moderna. Los evangelios configuran un género literario particular en el que los datos biográficos no son invenciones, pero tampoco son expuestos siguiendo una rigurosa secuencia histórica, sino que están ordenados y agrupados con la mirada puesta en su principal objetivo, transmitir el mensaje de Jesús. Por ello, la exactitud cronológica de los episodios o sus circunstancias geográficas pasa a un segundo plano.
Con esta aclaración, el dato más seguro acerca de la biografía de Jesús es la fecha de su muerte, que puede situarse, con bastante probabilidad, en el viernes 7 de abril del año 30. Admitiendo como hipótesis más probable que su actividad pública se extendió a lo largo de 2 o 3 años, como dice el Evangelio de Juan (y no de un año tan sólo, como se deduce de los Evangelios sinópticos), Jesús habría iniciado su ministerio hacia el año 27 o el 28. Siempre según estos cálculos, y de la mano de la información de Lucas de que cuando Jesús comenzó su actividad pública "tenía unos 30 años", puede fijarse su nacimiento entre los años 7 y 4 antes de nuestra era, bajo el reinado de Herodes el Grande en Palestina, durante el imperio de Augusto. Los "Evangelios de la infancia" hablan de su nacimiento en Belén de Judá y de su niñez y juventud en Nazaret de Galilea.
Su doctrina, sus curaciones de enfermos, expulsiones de malos espíritus y otros prodigios despertaron la admiración del pueblo, que le seguía a todas partes, pero también la suspicaz curiosidad y, al cabo de poco, la abierta hostilidad de los dirigentes políticos y religiosos. Algunas de sus enseñanzas eran inadmisibles para la ortodoxia judía. Aunque Jesús nunca se aplicó el título de Mesías, su afirmación de que era mayor que Abraham era blasfema para la mentalidad hebrea, y el sanedrín le condenó a muerte. Dado que sólo las autoridades romanas tenían competencia para pronunciar y ejecutar sentencias capitales, los sacerdotes le llevaron ante el gobernador de Roma, Poncio Pilato, pero cambiando el contenido de la acusación. Las autoridades civiles se habrían desentendido, con seguridad, en un proceso de carácter religioso. Por tanto, la denuncia acusaba a Jesús de alborotar al pueblo, proclamarse "rey de los judíos", es decir, de rebelarse contra el emperador y, además, de prohibir pagar tributos al César. Eran delitos de alta traición. El gobernador le condenó a morir en la cruz.
La figura de Jesús ha sido contemplada en el curso de la historia
desde numerosas y, a menudo, contradictorias perspectivas que le presentan unas
veces como un hombre manso y piadoso, que se somete a los designios de Dios y
soporta sin quejas los sufrimientos, y otras como un gran profeta, como taumaturgo
dotado de poderes curativos preternaturales o como un revolucionario radical
que proclama la subversión del orden establecido para liberar a los hombres de
las cadenas de la esclavitud económica y social. Una lectura atenta de los
Evangelios descubre en su conducta -y en su prolongación en las parábolas-
una personalidad riquísima y compleja, con una inabarcable gama de matices.
Es patente, ya desde el primer momento, su inequívoca inclinación hacia los pobres, los niños, los desamparados, los pecadores, las capas más humildes y despreciadas de la sociedad. Es muy compasivo y parece incapaz de negarse a socorrer a quienes acuden a él en busca de ayuda. Se conmueve cuando piensa en que la muchedumbre que le sigue carece de alimentos o en la suerte de sus discípulos cuando él muera, ya que se quedarán desvalidos y desorientados como ovejas sin pastor. No tiene ningún apego a los bienes materiales. "Las zorras tienen madrigueras y las aves nidos, pero yo no tengo donde reclinar la cabeza." Sin embargo, no ofrece la imagen de rigor y austeridad de Juan Bautista. Se comporta como una persona sociable, acepta la invitación a una boda en Caná, come en compañía de publicanos y pecadores, pero también se sienta a la mesa de fariseos de buena posición, o del acaudalado Zaqueo, hasta el punto de ser acusado de llevar una vida regalada; tiene un elevado sentido de la amistad; llora con desconsuelo la muerte de Lázaro, y al traidor Judas le dirige una reproche dolorido: "Amigo, ¿con un beso me entregas?".
Es notable la sensación de seguridad que se desprende de sus actos. Despertaba la admiración del pueblo porque enseñaba con autoridad, y no como los escribas. Se enfrentó con ánimo firme y sereno a los poderes militares, políticos y religiosos. No vaciló en presentar su propia doctrina no sólo contra las tradiciones y las enseñanzas de los doctores y maestros, sino también contra los preceptos de la ley mosaica. Vivió también instantes de turbación, que le llevaron a suplicar a Dios en Getsemaní que le ahorrara el suplicio de la muerte. Pero a continuación recobra el autodominio y acepta con serenidad su destino. Es en las horas de agonía en la cruz donde se revela el insondable abismo de sus vivencias definitivas, desde el angustiado lamento: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", hasta la entrega final confiada: "En tus manos pongo mi espíritu. Y dicho esto, murió".
Jesús impartió sus enseñanzas por medio de la palabra hablada y
también de manera oral transmitieron su mensaje los discípulos. Es probable que
como segundo paso, tal vez unos diez años después de la desaparición del
Maestro, surgieran colecciones de sus sentencias y parábolas más memorables.
Estas "memorias" de los testigos presenciales, bastante numerosas
según el testimonio del prólogo del Evangelio de Lucas, han sido la base
de la consignación escrita de un "Evangelio de Mateo",
originariamente redactado en hebreo (o arameo), hacia el año 50, y hoy perdido.
Tal vez de este Evangelio se hicieron varias traducciones griegas (también hoy
perdidas) que, junto con algunos otros datos y tradiciones no escritas
aportadas por los testigos de la primera obra, sirvieron para la redacción de
los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. Se les llama
"Evangelios sinópticos" porque tienen muchas secciones parecidas de
modo que, puestos en tres columnas, pueden apreciarse claramente sus
coincidencias y divergencias. Este proceso de consignación escrita, que
garantizaba la conservación para el futuro de la doctrina, era también, a la
vez, un proceso de eliminación. En efecto, de toda aquella enorme masa de
información sobre las cosas que hizo Jesús, sólo han llegado hasta nosotros las
consignadas en los escritos canónicos. El resto se ha perdido.
El primero de los evangelios, por orden cronológico, es el
Marcos, el más breve, espontáneo y colorista de los tres. Puede situarse su
fecha de redacción final hacia el año 64. El Evangelio de Mateo, en
griego, debió ser redactado antes del año 70, ya que ignora la destrucción de
Jerusalén por Tito. Sus destinatarios son judíos. Por eso, su genealogía de
Jesús se remonta sólo hasta Abraham. El Evangelio de Lucas exhibe un
buen estilo literario. No es posterior al año 80 y está dirigido a los
gentiles: su genealogía de Jesús alcanza hasta el primer hombre, Adán. La fecha
de redacción del Evangelio de Juan puede fijarse en torno a los años
96-98. Aunque es el más tardío de los cuatro, sorprende por la mayor exactitud
en muchas de sus informaciones cronológicas y topográficas. Es el que presenta
un carácter semita más acusado.
Las "cartas" configuran el segundo grupo de escritos neotestamentarios. En el sentido moderno de carta, es decir, la misiva que una persona concreta envía a otra sobre asuntos privados, en el Nuevo Testamento sólo hay una: la de Pablo a su amigo Filemón. Las restantes son más bien exposiciones doctrinales a las que sus autores han dado forma epistolar, dirigida a unos destinatarios concretos mencionados al principio y al final del escrito.
Las cartas representan más de una tercera parte de todo el Nuevo Testamento. Se distribuyen en dos grupos: cartas paulinas y cartas católicas. Las primeras, así llamadas por haber sido dictadas por el apóstol Pablo, o atribuidas a él, forman un conjunto doctrinal que ha ejercido una influencia determinante en los conceptos del cristianismo. Se llaman "cartas católicas" los documentos que mencionan el nombre del autor, pero no el de los destinatarios. Son escritos dirigidos a toda la cristiandad, es decir, de alcance universal, católico.
El Libro de los Hechos de los Apóstoles se inscribe en un género literario muy cultivado durante el helenismo. Pueden citarse a este propósito los Hechos de Alejandro y los Hechos de Aníbal. Escrito con toda seguridad por Lucas, autor del Evangelio de su nombre, narra, en el mejor estilo griego de todo el Nuevo Testamento, la historia de las primeras comunidades cristianas y la expansión universal del mensaje cristiano, con particular dedicación a las actividades de Pablo.
Cierra la lista de los libros sagrados del Nuevo Testamento el Apocalipsis de Juan. Pretende describir, a través de revelaciones divinas, las cosas arcanas del pasado, el presente y el futuro. El lenguaje presenta elevadas dosis de simbolismos que dificultan la comprensión del texto.
"Apócrifo" significa literalmente "oculto",
destinado sólo a los iniciados. Fueron muchas las obras de este género escritas
entre los siglos II-I a.C. y I d.C. Sus autores intentaban dar peso y autoridad
a sus doctrinas atribuyéndoselas a personajes célebres de la Antigüedad (Adán,
Henoc, Abraham, Jacob, David, Elías, Isaías, Job) o del Nuevo Testamento
(Jesús, María, los apóstoles).
Es abundante el material de escritos apócrifos neotestamentarios que ha llegado hasta nosotros. Merecen especial atención, por la influencia doctrinal que ejercieron, los Hechos de Andrés, el Evangelio de los ebionitas, el Evangelio de los egipcios, el Evangelio de Felipe, los Hechos de Felipe, el Evangelio de los hebreos, el Evangelio de Marción, el Evangelio de los nazarenos, los Hechos de Pablo y Tecla, las Cartas de Pablo y Séneca, el Apocalipsis de Pedro, el Evangelio de Pedro, los Hechos de Pedro (con el conocido episodio de "Quo vadis"), el Protoevangelio de Santiago, el Evangelio de Tomás, todos ellos del siglo II. Se remontan al siglo III los Hechos de Tomás y al siglo IV, La asunción de María y el Evangelio de la infancia de Tomás.
A este heterogéneo y en parte contradictorio auditorio dirigió Jesús su mensaje, y entre todos sus componentes encontró seguidores: fariseos, miembros del alto tribunal del Sanedrín, pescadores, las clases humildes, ricos y funcionarios del Imperio, mujeres cercanas a la corte real, y en fin, hombres y mujeres santos y también pecadores.
Jesús de Nazaret
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La tesis propugnada por algunos racionalistas radicales en el siglo XIX, negando la existencia de Jesús de Nazaret y afirmando que se trataba de un personaje mitológico, es hoy día unánimemente rechazada por los investigadores. La existencia real de Jesús de Nazaret es aceptada por toda la crítica histórica. Menciona a Jesús, con declarada simpatía, el historiador judío Flavio Josefo, quien hacia el año 95 le describía como "varón sabio" que contó con numerosos seguidores y a quien Pilato condenó a morir en la cruz. Más conciso, pero sin duda auténtico, es otro texto del mismo autor, en el que habla de Santiago el Menor, "hermano de Jesús, el llamado Cristo".
El historiador Suetonio alude a "un tal Khrestos" (fácil corrupción de Khristos, Cristo), ejecutado bajo el reinado de Tiberio por orden de Poncio Pilato. Tácito menciona a algunos "cristianos, así llamados por ser seguidores de Cristo, condenado a muerte por Poncio Pilato". Plinio el Joven, en una carta a Trajano, informa sobre "cristianos que cantan himnos a Cristo como a un dios".
Biografía de Jesús según los Evangelios
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Debe advertirse que los evangelistas no pretendieron escribir una biografía de Jesús en el sentido de la historiografía moderna. Los evangelios configuran un género literario particular en el que los datos biográficos no son invenciones, pero tampoco son expuestos siguiendo una rigurosa secuencia histórica, sino que están ordenados y agrupados con la mirada puesta en su principal objetivo, transmitir el mensaje de Jesús. Por ello, la exactitud cronológica de los episodios o sus circunstancias geográficas pasa a un segundo plano.
Con esta aclaración, el dato más seguro acerca de la biografía de Jesús es la fecha de su muerte, que puede situarse, con bastante probabilidad, en el viernes 7 de abril del año 30. Admitiendo como hipótesis más probable que su actividad pública se extendió a lo largo de 2 o 3 años, como dice el Evangelio de Juan (y no de un año tan sólo, como se deduce de los Evangelios sinópticos), Jesús habría iniciado su ministerio hacia el año 27 o el 28. Siempre según estos cálculos, y de la mano de la información de Lucas de que cuando Jesús comenzó su actividad pública "tenía unos 30 años", puede fijarse su nacimiento entre los años 7 y 4 antes de nuestra era, bajo el reinado de Herodes el Grande en Palestina, durante el imperio de Augusto. Los "Evangelios de la infancia" hablan de su nacimiento en Belén de Judá y de su niñez y juventud en Nazaret de Galilea.
Su doctrina, sus curaciones de enfermos, expulsiones de malos espíritus y otros prodigios despertaron la admiración del pueblo, que le seguía a todas partes, pero también la suspicaz curiosidad y, al cabo de poco, la abierta hostilidad de los dirigentes políticos y religiosos. Algunas de sus enseñanzas eran inadmisibles para la ortodoxia judía. Aunque Jesús nunca se aplicó el título de Mesías, su afirmación de que era mayor que Abraham era blasfema para la mentalidad hebrea, y el sanedrín le condenó a muerte. Dado que sólo las autoridades romanas tenían competencia para pronunciar y ejecutar sentencias capitales, los sacerdotes le llevaron ante el gobernador de Roma, Poncio Pilato, pero cambiando el contenido de la acusación. Las autoridades civiles se habrían desentendido, con seguridad, en un proceso de carácter religioso. Por tanto, la denuncia acusaba a Jesús de alborotar al pueblo, proclamarse "rey de los judíos", es decir, de rebelarse contra el emperador y, además, de prohibir pagar tributos al César. Eran delitos de alta traición. El gobernador le condenó a morir en la cruz.
El perfil humano de Jesús
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Es patente, ya desde el primer momento, su inequívoca inclinación hacia los pobres, los niños, los desamparados, los pecadores, las capas más humildes y despreciadas de la sociedad. Es muy compasivo y parece incapaz de negarse a socorrer a quienes acuden a él en busca de ayuda. Se conmueve cuando piensa en que la muchedumbre que le sigue carece de alimentos o en la suerte de sus discípulos cuando él muera, ya que se quedarán desvalidos y desorientados como ovejas sin pastor. No tiene ningún apego a los bienes materiales. "Las zorras tienen madrigueras y las aves nidos, pero yo no tengo donde reclinar la cabeza." Sin embargo, no ofrece la imagen de rigor y austeridad de Juan Bautista. Se comporta como una persona sociable, acepta la invitación a una boda en Caná, come en compañía de publicanos y pecadores, pero también se sienta a la mesa de fariseos de buena posición, o del acaudalado Zaqueo, hasta el punto de ser acusado de llevar una vida regalada; tiene un elevado sentido de la amistad; llora con desconsuelo la muerte de Lázaro, y al traidor Judas le dirige una reproche dolorido: "Amigo, ¿con un beso me entregas?".
Es notable la sensación de seguridad que se desprende de sus actos. Despertaba la admiración del pueblo porque enseñaba con autoridad, y no como los escribas. Se enfrentó con ánimo firme y sereno a los poderes militares, políticos y religiosos. No vaciló en presentar su propia doctrina no sólo contra las tradiciones y las enseñanzas de los doctores y maestros, sino también contra los preceptos de la ley mosaica. Vivió también instantes de turbación, que le llevaron a suplicar a Dios en Getsemaní que le ahorrara el suplicio de la muerte. Pero a continuación recobra el autodominio y acepta con serenidad su destino. Es en las horas de agonía en la cruz donde se revela el insondable abismo de sus vivencias definitivas, desde el angustiado lamento: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", hasta la entrega final confiada: "En tus manos pongo mi espíritu. Y dicho esto, murió".
El Nuevo Testamento y los apócrifos
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Los libros canónicos
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Las "cartas" configuran el segundo grupo de escritos neotestamentarios. En el sentido moderno de carta, es decir, la misiva que una persona concreta envía a otra sobre asuntos privados, en el Nuevo Testamento sólo hay una: la de Pablo a su amigo Filemón. Las restantes son más bien exposiciones doctrinales a las que sus autores han dado forma epistolar, dirigida a unos destinatarios concretos mencionados al principio y al final del escrito.
Las cartas representan más de una tercera parte de todo el Nuevo Testamento. Se distribuyen en dos grupos: cartas paulinas y cartas católicas. Las primeras, así llamadas por haber sido dictadas por el apóstol Pablo, o atribuidas a él, forman un conjunto doctrinal que ha ejercido una influencia determinante en los conceptos del cristianismo. Se llaman "cartas católicas" los documentos que mencionan el nombre del autor, pero no el de los destinatarios. Son escritos dirigidos a toda la cristiandad, es decir, de alcance universal, católico.
El Libro de los Hechos de los Apóstoles se inscribe en un género literario muy cultivado durante el helenismo. Pueden citarse a este propósito los Hechos de Alejandro y los Hechos de Aníbal. Escrito con toda seguridad por Lucas, autor del Evangelio de su nombre, narra, en el mejor estilo griego de todo el Nuevo Testamento, la historia de las primeras comunidades cristianas y la expansión universal del mensaje cristiano, con particular dedicación a las actividades de Pablo.
Cierra la lista de los libros sagrados del Nuevo Testamento el Apocalipsis de Juan. Pretende describir, a través de revelaciones divinas, las cosas arcanas del pasado, el presente y el futuro. El lenguaje presenta elevadas dosis de simbolismos que dificultan la comprensión del texto.
Los escritos apócrifos del Nuevo Testamento
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Es abundante el material de escritos apócrifos neotestamentarios que ha llegado hasta nosotros. Merecen especial atención, por la influencia doctrinal que ejercieron, los Hechos de Andrés, el Evangelio de los ebionitas, el Evangelio de los egipcios, el Evangelio de Felipe, los Hechos de Felipe, el Evangelio de los hebreos, el Evangelio de Marción, el Evangelio de los nazarenos, los Hechos de Pablo y Tecla, las Cartas de Pablo y Séneca, el Apocalipsis de Pedro, el Evangelio de Pedro, los Hechos de Pedro (con el conocido episodio de "Quo vadis"), el Protoevangelio de Santiago, el Evangelio de Tomás, todos ellos del siglo II. Se remontan al siglo III los Hechos de Tomás y al siglo IV, La asunción de María y el Evangelio de la infancia de Tomás.
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