domingo, 4 de octubre de 2015

DESMITIZACIÓN

I. El problema
Bultmann no es el primero que ha afirmado la existencia de mitos en el NT. Sin embargo, es él quien ha centrado el problema teológico y exegético sobre la idea de una necesaria d. Y precisamente en función de su propio proyecto, el problema de la d. preocupa a numerosos teólogos y exegetas contemporáneos.
La idea de la necesidad de cierta d. había aparecido en diversas ocasiones dentro de las primeras obras de Bultmann. Sin embargo, el año 1941 él volvió sobre la misma idea ofreciendo una exposición de conjunto bajo el título de Nuevo Testamento y Mitología. Esta conferencia programática estaba llamada a tener considerable resonancia. Las discusiones que suscitó no han terminado todavía. El problema de la d. sigue siendo un problema de la mayor actualidad.
La idea fundamental de Bultmann es la del abismo que separa a nuestro mundo del mundo en que se concibió y expresó el NT. La «imagen del mundo» a que se refiere el NT es una imagen mítica, mientras que aquella a que nos referimos nosotros, explícita o implícitamente, es una imagen científica. Según él, « es mítico el modo de representación en que lo que no es de este mundo, lo divino, aparece como si fuera del mundo, como humano, en que el más allá aparece como algo de aquí abajo, y la trascendencia de Dios se concibe en forma de alejamiento espacial; es mito todo modo de representación según el cual el culto se concibe como una acción que con medios materiales comunica fuerzas inmateriales». El pensamiento moderno, en cambio, marcado irreversiblemente por la ciencia, se caracteriza por el principio de inmanencia, según el cual la razón de los fenómenos no se debe buscar sino en los fenómenos mismos, sin que pueda haber la menor fisura en su desarrollo.
A Bultmann le parece evidente que la imagen del mundo en el NT es mítica. Ella evoca un universo estructurado en tres planos (cielo, tierra, infierno), que por otra parte están en comunicación entre sí, siendo la tierra de los hombres el teatro de influencias supra o infraterrestres, mucho más que una tierra elaborada por la decisión y el trabajo de sus habitantes. Es también mítica la historia del mundo que presenta a éste bajo el poder de Satán, del pecado, de la muerte, y como si anduviera hacia su fin próximo en una catástrofe universal, a través de «sufrimientos» extraordinarios, a los que finalmente pondrá término la venida del juez celestial, trayendo la salvación o la condenación. A la imagen mítica del mundo corresponde según Bultmann una representación mítica del evento salvador, «que constituye el contenido propio del mensaje neotestamentario», es decir, la venida la tierra del Hijo preexistente de Dios, que con su muerte opera la expiación de los pecados, resucita, es elevado al cielo a la diestra de Dios...; y esta obra salvífica es hecha presente para los hombres en forma igualmente mítica a través de los sacramentos.
Así, según Bultmann, la d. debe ser radical. No puede consistir únicamente en una operación de cribado, en la que se desechen unos elementos y se conserven otros. Debe extenderse hasta el centro mismo del mensaje neotestamentario. Más aún, en éste se impone con mayor urgencia, puesto que precisamente al centro y corazón del NT es adonde nos importa llegar para apropiarnos su fuerza.
Por lo demás, para Bultmann la exigencia de d. no surge solamente de la necesidad de adaptarse a las exigencias del espíritu moderno. «Más bien, dice, hay que preguntar sencillamente si el mensaje neotestamentario en verdad no es otra cosa que mitología o, por el contrario, precisamente el intento de comprenderlo en su auténtica intención que conduce a la eliminación del mito.» En efecto, concluye Bultmann, el NT se propone algo muy distinto de la transmisión de aquella imagen mítica del mundo, que él tiene en común con los otros documentos de la época. Trata de comunicarnos, no una imagen del mundo, sino una palabra viva de salvación; una palabra, por tanto, que primero debe oírse realmente, para que luego pueda transformar efectivamente nuestra existencia.
Así, el pensamiento de la d. en Bultmann no constituye sino el aspecto negativo de una empresa que quiere ser esencialmente positiva y que está presidida por la preocupación de la mayor fidelidad posible al NT mismo. Este aspecto positivo queda expresado sobre el intento de la interpretación existencial. ¿Pero cómo hemos de injuiciar el problema de la d. en general?
II. Aspectos inaceptables de la desmitización en Bultmann
Por diferentes razones no nos es posible aceptar el programa de la d., tal como lo formula Bultmann.
Ante todo, parte de simplificaciones abusivas. Están en primer lugar las del recuento de datos que se suponen míticos en el NT.
K. Barth, en el opúsculo que ha consagrado a Bultmann (Bultmann, ein Versuch, ihn xu verstehen, p. 27), pregunta qué sentido pueda tener el medir, como lo hace Bultmann en forma «caricaturesca», elementos tan diversos con una misma vara, embutiéndolos todos en la categoría del «mito». P. ej., la doctrina neotestamentaria de los sacramentos ¿deriva del mismo estilo de pensar, plantea los mismos problemas que la representación del mundo en tres planos? ¿Y es acaso tan desconcertante ver expresada la trascendencia en forma espacial? Nosotros, que no podemos ya entrar en el universo mítico, ¿logramos eliminar todo vestigio espacial en nuestro pensamiento? Y nuestra imagen del mundo ¿vuelve a hacerse mítica cuando hablamos de la «elevación» de un pensamiento, de una vida, de un testimonio...?
Asimismo la oposición radical que Bultmann establece, o pretende descubrir, entre la imagen del mundo de las primeras generaciones cristianas y la nuestra, se debe con toda evidencia a una simplificación preñada de consecuencias. Lévy-Brühl y su escuela habían creído poder establecer una diferencia fundamental entre la mentalidad «prelógica» de los pueblos primitivos y la mentalidad lógica de las sociedades civilizadas. Pero el mismo Lévy-Brühl hubo de reconocer al fin de su vida que aquella oposición era una falacia. En todo caso parece difícil admitir una real discontinuidad entre la forma de pensar y de ver el mundo que tenían las generaciones apostólicas y la que nosotros tenemos en la actualidad. La técnica de hace dos mil años estaba ciertamente muy lejos de la que informa nuestras vidas de hombres del siglo xx. Sin embargo, nuestro mundo técnico se hallaba ya prefigurado en los primeros utensilios. Los pescadores de Tiberíades y los mercaderes del templo no tenían una relación meramente mítica con el mundo. E inversamente, las relaciones que el hombre moderno mantiene con el mismo mundo, no son únicamente de orden científico y técnico. No hay más que evocar el universo del arte o de la poesía. La -> psicología profunda manifiesta también la función permanente de los mitos, cuyo hondo sentido exploran por otra parte cada vez más los etnólogos. Desde este punto de vista en Bultmann habla un racionalismo estrecho, ampliamente superado ya en nuestros días.
Bultmann subraya el poder significativo de los mitos. Su sentido, puntualiza, no consiste tanto en dar una «imagen del mundo», cuanto en expresar «la manera cómo el hombre se comprende en su mundo». Sin embargo, a las representaciones míticas sólo les reconoce un significado universal. Y así los datos del NT, que él considera como «míticos», no le revelarán otra cosa que la «importancia» de aquello de que nos habla el texto: el hecho de Cristo. Al abismo, que él establece entre el mundo del NT y el nuestro, responde otro abismo no menos profundo entre el significado (no mítico) de los datos bíblicos y el modo (mítico) de expresión bajo el cual se nos presentan estos datos.
¿No será prudente preguntar si el principio de estos abismos no se da en la situación confesional de quien formula el proyecto de d.? Ese abismo que Bultmann cree poder constatar entre el mundo del NT y el nuestro ¿no fue abierto originariamente por un movimiento que consistió también en romper con la realidad histórica de la Iglesia y con la continuidad de su tradición? ¿Y no es esta «abstracción» del mundo y de la historia lo que se halla en la ruptura establecida entre las representaciones concretas y su significado, entre los pretendidos mitos y un --> kerygma que acaba por perder su contenido?
La debilidad de Bultmann en su planteamiento del problema de la d. viene en definitiva de que él no extiende la crítica hasta la situación a partir de la cual emprende su investigación y saca sus conclusiones. Sin duda rechaza la idea de hacer del hombre moderno la medida de todas las cosas. Sin embargo, a partir de él o, más exactamente, de sus ilusiones racionalistas, define y critica el mundo de pensamiento llamado mítico, en el que se mueven los hombres del NT. Bultmann no ha sabido sacar partido de aquella crítica de lo «moderno» que inició concretamente Nietzsche y que sigue desarrollándose en una rama de la filosofía contemporánea. Desde este punto de vista, él no ha hecho fructífera la enseñanza de M. Heidegger, al que, por lo demás, invoca tan resueltamente. Para Heidegger, la era moderna se caracteriza precisamente por el hecho de que ella ve el mundo condicionado siempre a la época. Así, pues, hablar de «imagen mítica» del mundo sería partir de una inteligencia radicalmente falsa del mito. Sería, por lo menos, considerarlo desde el exterior y convertir la perspectiva muy estrecha del hombre moderno en punto de vista absoluto.
III. Desmitización y teología católica
El problema de la d., si bien está ligado en parte con la situación confesional de quien lo estudió tan a fondo, no puede menos de interesar también en ciertos aspectos a la teología católica. i;sta puede hacer suya la preocupación de Bultmann sólo en la medida en que se orienta a expresar lo más adecuadamente posible y de la manera más perfecta los datos de la fe contenidos en la Escritura. Desde este punto de vista se puede decir que toda teología realiza lo que hay de auténtico en el proyecto de Bultmann.
Sin embargo, el término d, no es apropiado para designar este quehacer. Podría en efecto hacer pensar que el NT nos pone en presencia de mitos propiamente tales, siendo así que los rechaza formalmente (cf. 1 Tim 1, 4; 4, 7; 2 Tim 4, 4... ) y da testimonio de una historia real. En virtud de esta vinculación esencial a la historia, que es propio no sólo del NT sino también del AT, se debe caracterizar la revelación como proceso de d. (como lo hace G. VON RAD, Theologie des A.T., 2 tomos, Mn 21962-1965). Lo que a lo sumo se puede hallar en los escritos bíblicos son elementos representativos procedentes de mitos, los cuales, sin embargo, están asumidos en un nuevo contexto y en una nueva significación. El intento de reducir el problema hermenéutico (--> hermenéutica, -> hermenéutica bíblica), a la cuestión de la d., sería rebajarlo a un quehacer relativamente superficial. La búsqueda y la determinación del sentido de la Escritura, que han atraído el trabajo de generaciones y generaciones, constituyen un programa mucho más profundo.
¿Quiere esto decir que el problema suscitado por Bultmann no se relaciona con ninguna dificultad particular y que los tiempos modernos, de los que él se hace eco, no han planteado ninguna dificultad nueva a nuestra inteligencia creyente del AT y del NT? Sería absurdo querer sostener que el sentido crítico no se haya desarrollado considerablemente desde hace 2000 años, y que la relación de los hombres del siglo xx con la Biblia siga siendo espontáneamente la misma que la de los padres de la Iglesia o de los teólogos medievales. Que puede producirse cierta tensión entre las afirmaciones tradicionales de la fe y el trabajo propio de la crítica, lo muestra p. ej. la crisis modernista a comienzos de nuestro siglo. Todavía en nuestros días se han subrayado más de una vez las dificultades con que se tropieza para armonizar perfectamente la evolución de la dogmática con los descubrimientos de la exégesis. Esto quiere decir que se nos impone un esfuerzo, con frecuencia difícil, para poner en consonancia nuestras exigencias críticas de hombres modernos y nuestra inteligencia de la fe, que, sin embargo, hemos de conservar en su continuidad con la generación apostólica.

René Marlé

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