viernes, 23 de octubre de 2015

DOMINGO. LITURGIA.


SUMARIO: I. Aproximación existencial y cultural al problema del domingo: 1. El paso de una sociedad rural a una sociedad industrializada; 2. El fenómeno de la secularización; 3. Problemas y contradicciones resultantes:
a) Indices de tendencia que resultan de la investigación sociológica y estadística, b) El panorama actual de la asamblea dominical; 4. Indicaciones de objetivos pastorales en orden a una superación de la situación - II. El domingo: fundamento bíblico y tradición eclesial: 1. Los datos del NT; 2. El domingo, día del Señor y fiesta primordial según algunos testimonios de los padres; 3. Relación entre sábado hebreo y domingo cristiano - III. Significado teológico-litúrgico del domingo: 1. El domingo, sacramento de la pascua; 2. Dimensiones del acontecimiento: a) Actualización en el presente, h) Memoria del pasado, c) Profecía del futuro; 3. Modalidades de la celebración: a) Valor pascual del "convenire in unum", b) de la proclamación-escucha de la palabra de Dios, c) del memorial eucarístico; 4. La celebración, en domingo, de los demás sacramentos - IV. Problemas y perspectivas pastorales: 1. La cuestión del "precepto"; 2. Esfuerzo para que en la celebración eucarística dominical se revele el verdadero rostro de la iglesia; 3. Domingo y celebraciones de los santos; 4. El problema de las "jornadas".

I. Aproximación existencial y cultural al problema del domingo
En la pastoral de estos últimos años, el domingo se ha convertido en un grave problema, uno de esos nudos en los que confluyen todas las contradicciones del momento presente, no sólo en el plano religioso y pastoral, sino también en el cultural, social, político y económico. Cuando se intenta realizar una aproximación a este tema, no entran en causa solamente la vivencia de la fe y el compromiso propiamente pastoral, sino toda la complejidad del tejido social, con particular referencia al significado del trabajo y, por tanto, del tiempo libre, a las exigencias naturales fundamentales de la vida de relación e interdependencia entre las personas, etc. Así afloran a la superficie todos los interrogantes y perplejidades que han aparecido en la iglesia y, de un modo más general, en el mundo en que vivimos como consecuencia de las radicales transformaciones que se han realizado en los últimos cincuenta años y que tienen raíces mucho más lejanas y profundas.
Desde la perspectiva estrictamente religiosa, y en particular por lo que se refiere a la celebración del domingo —que es el aspecto que ahora nos interesa directamente—, dos son los aspectos que han tenido y siguen teniendo incidencia sobre él, hasta hacerlo cambiar de imagen y suscitar graves problemas pastorales. Uno de orden más bien sociológico, otro de carácter cultural; los dos dejan una considerable huella negativa en la fe y la práctica religiosa.
1. EL PASO DE UNA SOCIEDAD RURAL A UNA SOCIEDAD INDUSTRIALIZADA, de una sociedad estática y cerrada a una sociedad caracterizada por la movilidad y el pluralismo. La primera se centraba en las realidades sacrales del tiempo y del espacio; en ella el domingo rompía la monotonía de las pequeñas cosas para evocar valores espirituales e ideales más altos, y fomentaba el sentido de pertenencia al grupo étnico y religioso en que las personas estaban profundamente arraigadas. La segunda, en cambio, ha perdido estas dimensiones naturales, comunitarias y cósmicas: en ella domina la ley de la productividad, con los ritmos frenéticos que ésta lleva consigo; en ella se manifiesta claramente la tendencia al individualismo, que conduce a encerrarse en lo privado con actitud de desconfianza y de recelo hacia el otro o a abrirse al máximo con los grupos de los afines; se experimenta todavía la necesidad de la -> fiesta, pero como necesidad de evasión y de ruptura, que de hecho se convierte frecuentemente en cansancio, aburrimiento y frustración.
2. EL FENÓMENO DE LA SECULARIZACIÓN. Desde el punto de vista cultural, el fenómeno que tiene mayores efectos negativos sobre la mentalidad y la práctica religiosa, y por tanto sobre el modo de considerar y vivir el domingo, parece ser el de la -> secularización creciente, que tiende cada vez más a convertirse en secularismo. Basado en dicha secularización, se afirma en el hombre moderno la tendencia a considerarse autosuficiente y la convicción de que el propio destino, como el de la historia misma, encuentra su realización en este mundo y que no tenemos ninguna referencia a la trascendencia. De ahí se deriva la pretensión de excluir la religión de las estructuras y de las instituciones públicas, para confinarla todo lo más en el ámbito de la vida privada, si es que no se la considera insignificante o incluso alienante. El hombre que vive en la ciudad secular, no pudiendo ya captar el designio de Dios sobre la historia, como se realiza hoy en el tiempo de la iglesia, y sobre todo en la liturgia, ya no cae en la cuenta de la referencia que tiene su vida, y especialmente algunos de sus momentos, a las celebraciones litúrgicas; por ello las conoce cada vez menos, si es que no las considera meras formas de una práctica socio-cultural o expresión de una vaga religiosidad de tipo sacral, terminando, en consecuencia, por abandonarlas o por darles un relieve muy escaso dentro de la propia vida.
La polarización en torno al domingo de tantas y tan complejas problemáticas explica los numerosos simposios y congresos, investigaciones y estudios que se han desarrollado en estos últimos veinte-treinta años en torno a este tema, con el intento de profundizarlo en todos sus aspectos e implicaciones y con el objeto de iluminar su original y originario significado bíblico-teológico, el valor que tiene en la genuina tradición eclesial, los contenidos y las modalidades celebrativas, los problemas que plantea a la pastoral actual y las orientaciones para su revalorización.
Considerada la amplitud y complejidad de los puntos en cuestión y los límites que se nos han asignado, resaltaremos solamente los elementos más interesantes desde el punto de vista litúrgico-pastoral, sin dejarnos arrastrar por la pretensión de llegar a conseguir un cuadro completo y exhaustivo.
3. PROBLEMAS Y CONTRADICCIONES RESULTANTES. El día que la tradición cristiana nos ha transmitido como el primero, el señor de los días, es decir, aquel en el que se sintetizaba y se celebraba toda la historia de la salvación centrada en la pascua de Cristo, se ha desviado gradualmente hacia la posición diversa que describiremos en seguida (-> infra, a-b), hasta el punto de que su identidad propiamente cristiana no sólo está seriamente amenazada, sino que parece sin más hallarse encaminada a desaparecer por completo.
Se verifica, con acentuación particular, a propósito del domingo, el fenómeno que tiene una amplia resonancia en otros muchos campos de la vida de la iglesia: por un lado, se ha afirmado en estos últimos tiempos una teología bíblica bastante elaborada —se diría cuasi completa— sobre el domingo, mientras que, por otro, la acción pastoral encuentra cada vez más dificultad en traducir en clave operativa el dato teológico. En otros términos, se tiene la impresión de un desnivel cada vez más acentuado entre lo que el domingo es en la tradición bíblica y está llamado a ser, desde la genuina experiencia eclesial, y lo que de hecho es en la situación actual, tanto en la conciencia como en la praxis de la llamada cristiandad. La razón está en el hecho de que las nuevas adquisiciones o el redescubrimiento de las instancias que han surgido en el campo bíblico-teológico quedan de hecho sepultadas por los factores negativos vinculados con las profundas y radicales transformaciones históricas, culturales y sociales de nuestro tiempo. La identidad cristiana del domingo resulta así comprometida no sólo por las presiones masivas y violentas de un mundo descristianizado, sino también por un persistente modo de vivir la experiencia cristiana dentro de la misma iglesia que se ha ido afirmando a partir del medievo y que no promete cambiar a pesar del impulso de renovación en los últimos años, y sobre todo a partir del Vat. II.
a) Indices de tendencia que resultan de la investigación sociológica y estadística. La Asamblea Plenaria del Episcopado Español, en su reunión del 23 al 27 de noviembre de 1981, y a propuesta de la Comisión Episcopal de Liturgia, aprobó realizar una encuesta a nivel nacional sobre la asistencia a la misa dominical. Se pretendía conocer los motivos de la asistencia, algunas actitudes y opiniones de los asistentes. Realizó la encuesta la Oficina de Estadística y Sociología de la Iglesia.
Han emergido así dos aspectos de diferente impacto, si bien estrechamente relacionados: uno de tipo formal y estadísticamente importante, otro más preocupante y más profundo, y que, como tal, es un índice de tendencia no reducible a números. El primero ha hecho constatar que, en una sociedad radicalmente cambiada, también para los bautizados el domingo no aparece ya como día de descanso físico, y mucho menos como día de descanso espiritual, sino más bien como momento de evasión, que desemboca en formas de diversión que terminan en el aburrimiento y la frustración; los ritmos de un trabajo rígidamente programado con vistas a la producción, además, tienden a no dejar ya coincidir, para muchos, el tiempo libre con el domingo; finalmente, la semana corta y el mejorado tenor de vida, con el correspondiente bienestar, llevan a un número cada vez más alto no sólo de familias, sino especialmente de jóvenes a pasar el fin de semana fuera del propio ambiente natural y de la comunidad en el que habitualmente viven, erradicándolos de costumbres que, es preciso recordarlo, habían sido adquiridas sin serio convencimiento ni motivaciones profundas.
El segundo aspecto se incluye en el fenómeno más amplio de la disociación entre fe y culto y entre liturgia y vida. La evolución parece darse en una triple dirección. Ante todo, hacia una concepción del culto de tipo naturalista: el domingo no es considerado como el día nacido de la pascua y para celebrar la pascua, sino que se alinea entre los tiempos sagrados que toda religión natural conoce, para satisfacer la obligación que tiene la creación de tributar el propio culto a la divinidad. Tratados de moral y catecismos de los tiempos pasados explicaban el "acuérdate de santificar las fiestas" en esta óptica. En segundo lugar, en la dirección del legalismo, que desvía la atención del gran acontecimiento pascual, raíz y quicio del domingo, al precepto obligatorio sub gravi para los cristianos de santificarlo, absteniéndose de obras serviles y oyendo misa; precepto que se ha presentado progresivamente como extrínseco e inmotivado y que, particularmente entre los más jóvenes, se tiende a descuidar en nombre de una espontaneidad en la fe y en los actos que la expresan. La tercera línea de tendencia ve en la santificación de la fiesta y en los gestos relacionados con ella un compromiso puramente individual. Cada vez se afianza más el convencimiento de que la obligación del descanso y de la misa afecta al cristiano particular o, todo lo más, considerado en su relación con la autoridad jerárquica, la única competente para regular toda esta materia y, eventualmente, para dispensar. La referencia a la comunidad de los hermanos, el hacer iglesia y sentirse iglesia para celebrar la fe pascual y realizarla comunión con el Resucitado desaparece gradualmente del horizonte. Estamos en una época en la que el individualismo en todas sus formas y la escasa conciencia de iglesia, o incluso una visión errónea de la misma, determinan estas actitudes.
b) El panorama actual de la asamblea dominical. En los años siguientes más cercanos a nosotros la atención se ha trasladado de los datos estadísticos referentes a la práctica religiosa y de su interpretación al significado, a la fisonomía y a la estructura de la asamblea dominical, a las exigencias que ella manifiesta, a los cometidos que se exigen no sólo en relación con la celebración, sino también con la misión de los creyentes en el mundo También en esta perspectiva aparecen problemas y dificultades que no es fácil sintetizar y que están en relación con las tres tendencias arriba mencionadas.
Hay que notar ante todo el fenómeno preocupante del cambio de los ritmos de la asamblea eucarística: no son ya los del plazo semanal dominical, sino que tienden a distanciarse cada vez más hasta coincidir solamente con algunas grandes solemnidades del año litúrgico (navidad, pascua, etc.), quizá más vinculadas con la devoción y la tradición religiosa popular (todos los santos, conmemoración de los difuntos, Inmaculada, etc.).
El ir a misa no forma parte del nuevo estilo de vida, sino que se considera ahora como una exigencia relacionada con la costumbre ambiental cuando el emigrado vuelve al lugar de origen con motivo de alguna fiesta o en el período de vacaciones.
Si luego la atención se dirige a los participantes en la asamblea dominical, todo pastor de almas observa una notable pluralidad de situaciones en las personas que la componen: se va desde los participantes ocasionales, presentes a veces por motivos contingentes, hasta los asistentes sólo por costumbre o por un sentimiento religioso vago, hasta quienes están buscando sinceramente una fe auténtica o desean profundizar su sentimiento de pertenencia a Cristo y a la iglesia, o —finalmente-- hasta quienes se hallan sinceramente comprometidos en la vida cristiana, en el servicio y en el testimonio. En relación con esto cambia naturalmente el tipo de participación en la acción litúrgica: hay quien asiste casi sólo pasivamente y en actitud de despacharla, quien intenta insertarse también sacramentalmente en el misterio y quien se pone al servicio de los hermanos en los diversos ministerios previstos por la celebración. Para la mayoría, la misa del domingo es el único acto religioso; para pocos, el momento fuerte de un más amplio y global compromiso de fe y misionero.
Una última serie de factores tiende a oscurecer el cuadro de la asamblea dominical: la excesiva multiplicación de misas, sin que sea posible constituir verdaderas comunidades de oración; la división de los creyentes —sobre todo los más comprometidos— en grupos que tienden a reivindicar una propia autonomía en celebraciones sectoriales; la escasa -> animación y vitalidad que se nota en la acción litúrgica...
4. INDICACIONES DE OBJETIVOS PASTORALES EN ORDEN A UNA SUPERACIÓN DE LA SITUACIÓN. Frente a esta situación que puede parecer pesimista, pero que parece, en cambio, corresponder a una realidad bastante difundida aunque no generalizable, es necesaria una acción pedagógica y pastoral a diversos niveles y con objetivos precisos. En particular, es urgente un compromiso educativo global y al mismo tiempo personalizado, orientado a restituir al domingo su pleno significado tal como se encuentra en la tradición bíblica y patrística, en la reflexión teológica y en el magisterio conciliar reciente; se impone una atención a las contradicciones y dificultades que se han creado con la nueva situación sociocultural, a fin de encontrar una pastoral que las tenga en cuenta y procure superarlas, sin traicionar las instancias más genuinas, y por lo mismo imprescindibles, del dato teológico; es, finalmente, de urgencia inaplazable un esfuerzo por llevar a la práctica en la asamblea litúrgica dominical las instancias de la renovación litúrgica reciente, de modo que dicha asamblea vuelva a ser el momento fuerte, no exclusivo, pero totalizante, en que la comunidad de los creyentes celebra la pascua de Cristo y la propia fe con autenticidad de signos y de modos expresivos, con seriedad de propósitos, con plena y consciente participación personal y eclesial.

II. El domingo: fundamento bíblico y tradición eclesial
"La iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón día del Señor o domingo" (SC 106). Este texto fundamental del magisterio conciliar constituye el punto de referencia más autorizado para una reflexión sobre el significado original del domingo y sobre las características que adquiere su celebración en la tradición y en la experiencia actual de la comunidad cristiana.
1. Los DATOS DEL NT. En el año 112, Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, escribe al emperador Trajano para hablarle de lo que él llama una "perniciosa y extravagante superstición"': es el primer documento profano que poseemos sobre los comienzos de la iglesia, calificada ya por el contemporáneo Tácito como "una multitud inmensa". La investigación promovida por el gobernador ha dado como resultado que los miembros de esta secta —es decir, los cristianos— tienen la costumbre de reunirse antes del alba en un día establecido para cantar himnos a Cristo como si fuera un Dios. La policía de Plinio había visto la realidad, a pesar de que la descripción es superficial y sumaria.
Esta reunión es considerada por los mismos cristianos como un hecho original y típico de su fe. San Justino, en su conocida Apología 1, escrita para el emperador Antonino Pío hacia mediados del s. n, nos ofrece un precioso testimonio al respecto. Afirma que "en el día llamado del sol" los cristianos "que habitan en la ciudad y en los campos se reúnen en un mismo lugar"; y pasa luego a describir el desarrollo de la celebración, que es el más antiguo que poseemos.
La misma constitución conciliar sobre la liturgia, en los primeros números, después de haber descrito la obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, que tiene su preludio en las "maravillas que Dios obró en el pueblo de la antigua alianza" (SC 5) y tuvo su cumplimiento con la muerte- glorificación de Cristo, recuerda que, desde pentecostés, "en que la iglesia se manifestó al mundo", la comunidad de los creyentes "nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual" (SC 6).
Desde el principio hasta nosotros hay una ininterrumpida continuidad, que tiene origen y fundamento en los escritos del NT. Los Hechos de los Apóstoles presentan la reunión dominical como un hecho habitual en Tróade (He 20,7); pensando en ella, el autor del Apocalipsis escribe el primer capítulo de su libro como "revelación" que le fue concedida "en el día del Señor" (Ap 1,10); esto explica, finalmente, la insistencia y la precisión con que Juan data las apariciones del Resucitado a los discípulos reunidos, con intervalos de una semana (Jn 20,19.26), precisamente el primer día después del sábado. La reunión dominical queda así vinculada a un hecho primordial y original: el encuentro de los primeros creyentes con el Resucitado, encuentro en que se realiza plenamente la palabra de Jesús: "donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,24).
Esta tradición ininterrumpida constituye para la iglesia una especie de pulsación que la hace vivir, hasta el punto que cuando algunos cristianos de Africa, en el s. Iv, acusados de reuniones ilícitas, comparecen ante el tribunal de Cartago, afirman con fuerza: "Hemos celebrado la asamblea dominical porque no está permitido suspenderla'''. por esto mueren mártires.
2. EL DOMINGO, DÍA DEL SEÑOR Y FIESTA PRIMORDIAL SEGÚN ALGUNOS TESTIMONIOS DE LOS PADRES.
La originalidad del domingo y el sentido profundo que adquiere en la experiencia de fe de la primitiva comunidad cristiana están encerrados en el término griego que lo designa: kyriaché eméra, o simplemente kyriaché, de donde se deriva el latín dies dominicus, y de ahí nuestro domingo. El término califica al domingo como el día del Kyrios, día del Señor victorioso o, mejor, día memorial de la resurrección. La Didajé, con una tautología poco elegante, pero muy expresiva, le llama "el día señorial del Señor" (katá kyriakén dé Kyríou...).
No sería difícil recoger una rica mies de textos y testimonios antiguos que pongan en estrecha relación el domingo cristiano con el gran acontecimiento pascual. Una preciosa y cuidada colección se puede encontrar en las dos obras fundamentales de W. Rordorf " y de C. Mosna. Baste recordar aquí que el nexo pascua de Cristo-domingo cristiano es un dato de fondo y constante en toda la tradición: para Tertuliano se trata del "día de la resurrección del Señor" ', y para Eusebio de Cesarea "el domingo es el día de la resurrección salvífica de Cristo"; por eso, sigue él afirmando: "cada semana, en el domingo del Salvador, nosotros celebramos la fiesta de nuestra pascua". San Basilio habla de "el santo domingo, honrado con la resurrección del Señor, primicia de todos los otros días". San Jerónimo se deja llevar del entusiasmo cuando afirma: "El domingo es el día de la resurrección, el día de los cristianos; es nuestro día"
Fundándose precisamente en estos testimonios, la constitución litúrgica del Vat. II afirma que "el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles" (SC 106), y por tanto ha de considerarse como fundamento y núcleo de todo el año litúrgico. La celebración anual de la pascua en el gran domingo de la resurrección, de hecho, vino posteriormente. En torno a este doble quicio se fue organizando gradualmente todo el -> año litúrgico, con el que la iglesia intenta celebrar,con sagrado recuerdo, en días determinados, la obra de la salvación realizada por su divino esposo (ib).
De los textos de la tradición que nos han llegado y que atestiguan el nexo domingo-pascua surge la nota de la alegría, de la festividad, como dominante de la celebración. Incluso autores austeros, como Tertuliano, exhortan a dar espacio a la alegría en este día, no por una debilidad, sino por una exigencia del espíritu ". Esto explica, entre otras cosas, la conocidísima doble prohibición, constantemente repetida tanto en Oriente como en Occidente, de orar de rodillas y de ayunar. La Didascalía de los apóstoles llegará incluso a declarar que el que ayuna o está triste en domingo comete pecado.
3. RELACIÓN ENTRE SÁBADO HEBREO Y DOMINGO CRISTIANO. Todos estos datos demuestran con claridad que la iglesia, desde el primer momento, quiso dar un significado y un valor preciso al domingo. Este no es un día cualquiera, ni siquiera la trasposición al día siguiente de lo que los hebreos celebraban el sábado. Aquí aparece el complejo problema de la relación entre el sábado hebreo y el domingo cristiano, del que se ocupó ampliamente la literatura antigua y reciente, y que no ha encontrado todavía soluciones concordes y del todo satisfactorias. Se puede decir, sin embargo, al menos en general, que tal relación es de continuidad y de ruptura al mismo tiempo; y que sobre este punto, como sobre muchos otros, surge la cuestión de la relación entre la economía cultual-salvífica del AT y la del NT, preanunciada por los profetas e inaugurada por Cristo. Vale la pena hacer alguna indicación más precisa.
La semana de los hebreos comienza con el sábado y conduce hacia el siguiente. La teología del sábado hebreo tiene su fundamento (o, mejor, su punto de referencia) en el libro del Génesis, donde Dios descansa después de la obra de la creación. El sábado, sin embargo, es una de esas instituciones cuyo origen hoy parece con certeza que debe buscarse en el ambiente mesopotámico y que posteriormente recibió de la cultura hebrea una nueva interpretación y contenidos originales Lo que más llama la atención a quien recorre la tradición bíblica, y por lo mismo lo que más caracteriza al sábado, es el descanso absoluto (cf Ex 16,29-30; 23,12; 34,21). Lo indica la misma etimología del término shabbat, que quiere decir cesar, reposar. La tradición sacerdotal (cf Ex 31, 17.20) lo ve como una imitación del descanso divino después de la creación (cf Gén 2,2). En la actualidad parece incluso cierto que la narración ha sido concebida y escrita precisamente para inculcar y motivar entre los hebreos la necesidad del descanso semanal. Como el hombre imitaba con su trabajo la obra creadora de Dios, así debía imitar su descanso; tanto más Israel, que por elección divina había llegado a ser hijo de Dios. Esta ley se hará bastante pesada, sobre todo en la época del exilio babilónico, por las prescripciones y las detalladas y asfixiantes determinaciones inculcadas por el legalismo imperante. Pero el sábado no es solamente imitación del descanso de Yavé: es también día de culto, de acción de gracias y de oración. Con su descanso Dios santificó el sábado, lo hizo sagrado, estableciendo que fuese consagrado a él. De aquí la expresión santificar el sábado, tan frecuente en la biblia (Ex 20,8; Dt 5,12; Is 56,24; Neh 13,17) para infundir en el pueblo de Dios veterotestamentario la conciencia del deber de reconocer con gestos cultuales su consagración.
El sábado es, pues, una institución central del judaísmo, hasta el punto de que, mientras en el mundo helenístico vige la semana planetaria y los diversos días toman nombre de los planetas, en el judaísmo sólo el sábado tiene nombre; los demás días simplemente se numeran: primer día, segundo día, etcétera. Uso que la liturgia romana ha conservado para designar precisamente los días feriales.
Los apóstoles y los primeros discípulos de Jesús, provenientes del judaísmo, conocían y practicaban la semana judía y antes de separarse de esta matriz conservaron sus antiguas costumbres. No hay, pues, que extrañarse de que en cualquier comunidad cristiana, por ejemplo en aquella para la que escribe Mateo, pudiera coexistir pacíficamente la celebración del domingo con la observancia del sábado (cf Mt 24,20). La polémica antisabática comienza con san Pablo y en sus comunidades, de proveniencia helenística (cf Gál 4,8-11; Rom 14,5-6; Col 2,16-17): no se siente ya la obligación legal del sábado, y se apunta hacia lo que es propio y específico de los cristianos; con la intensificación de la polémica contra los judaizantes se afirmará la tendencia a vaciar de sentido la vieja ley sabática, como también asimismo la de la circuncisión y la referente a las impurezas legales.
Así se evidencian algunos hechos que vale la pena subrayar:
— Los cristianos comenzaron a celebrar, por cuenta propia y con modalidades propias, el domingo o "el primer día después del sábado"". El domingo fue organizado para asumir el elemento más importante y característico del sábado judío, el reposo, y así permanecieron las cosas hasta la paz de Constantino.
— Sin embargo, no fue fácil desembarazarse de la observancia sabática, insertando ésta entre los otros preceptos del decálogo, considerados norma moral y válida también para los cristianos. El camino de salida, aun apelando al ejemplo de Jesús, que con frecuencia entró en conflicto con la observancia material del sábado, se encontró elaborando una teología espiritualizante, que entendía el reposo en clave a veces escatológica, otras veces alegórica y otras moral. Temas, todos éstos, desarrollados por la gran patrística, y de los que nos ofrece una síntesis san Agustín en sus Confesiones cuando, al hablar de la paz, que consiste en alcanzar a Dios sumo bien, usa la expresión "la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin anochecer".
— A pesar de todo esto, por causas no fáciles de explicar, precisamente a partir del s. Iv se asiste a una vuelta a las viejas costumbres sabáticas. Dos hechos atestiguan este fenómeno: en marzo del año 321 la ley de Constantino, en el marco de cristianización de la sociedad, impone la obligación del descanso dominical también en el ámbito de la sociedad civil, mientras que hasta ese momento el domingo era día laborable para todos; el otro hecho, todavía más curioso, es la vuelta, en diversos sectores de la cristiandad, a la observancia pura y simple del antiguo sábado al lado de la del domingo, como de "dos días que son hermanos", según dirá san Gregorio de Nisa 22.
Si pudiésemos seguir las diferentes vicisitudes de la historia del domingo hasta la clásica distinción entre trabajos serviles y trabajos liberales, atribuida corrientemente a Martín de Braga (? 580), bajando hasta el medievo, en que varios concilios y capitulares de los reyesfrancos llegan a precisar cada vez más y con mayor rigor el doble precepto dominical, el del descanso festivo obligatorio (visto, de hecho, en paralelo con el precepto del decálogo sobre el sábado judío) y el de oír la misa (aunque una primera alusión a esta obligación se encuentra ya en el concilio de Elvira, de 305-306, contra quien se ausenta por tres veces seguidas); si se considera luego cómo en esta dirección se ha desarrollado poco a poco toda una casuística posescolástica y postridentina que se ha agudizado hasta nuestros días, se llega a una conclusión muy simple que resume un poco toda la cuestión: tras el nacimiento original del domingo cristiano y su progresiva afirmación frente al sábado judío, a partir del s. ni se asiste a un movimiento inverso, que se puede caracterizar como una gradual sabatización del domingo. Las consecuencias de este hecho, que ha determinado una concepción y una praxis del domingo inspiradas en una visión naturalista del culto y del domingo mismo (día que hay que dedicar a Dios), en el legalismo y en el individualismo, se pueden experimentar todavía hoy y hacen difícil una renovación que se funde sobre la tradición bíblico-patrística y sobre el profundo significado sacramental y eclesial del día del Señor.

III. Significado teológico-litúrgico del domingo
Toda la teología del domingo debe reconducirse a este núcleo fundamental, es decir, al concepto y a la realidad del domingo como pascua semanal. Los demás aspectos adquieren significado y valor a partir de éste. El domingo está marcado por el acontecimiento central que resume toda la historia de la salvación; su celebración permite a los creyentes entrar en contacto con la resurrección de Cristo y realizar en sí mismos su alcance salvífico. Esto es lo que le convierte en día sagrado por excelencia, y por tanto intocable; quien lo toca, atenta contra el fundamento mismo de la iglesia: el misterio pascual del que ella nació (SC 5), del que continuamente vive y por el que se manifiesta y crece como comunión, hasta que llegue a la medida de la plenitud de Cristo (cf Ef 4,13).
1. EL DOMINGO, SACRAMENTO DE LA PASCUA. Lo que san Agustín dice del tiempo se puede aplicar plenamente a este fragmento suyo que se asoma a la eternidad. El domingo "es en el alma como espera del futuro, como atención al presente, como recuerdo del pasado"". Estas palabras abren el camino exacto y ofrecen la perspectiva más adecuada para comprender y vivir el domingo. Este es ante todo un signo litúrgico, y tiene, por lo mismo, todas las dimensiones y características de los signos sacramentales, que son simultánea e inseparablemente memoria del pasado, actualización en el presente de un acontecimiento salvífico, anuncio y profecía del futuro.. Aplicado al domingo, el término sacramento quiere indicar que éste no es un signo vacío, un simple recuerdo de un acontecimiento del pasado, sino un misterio, es decir, la realidad de un porvenir que se verifica en el presente sobre la base del pasado. Como tal, entra en esa economía sacramental que caracteriza el actuar de Dios en el tiempo, Y por ello explica de la manera más acabada la realización del proyecto divino que se va cumpliendo en la historia humana. Esta no es, ciertamente, una novedad de la teología posconciliar; es un ideal dominante en la tradición eclesial, sobre todo patrística. San Agustín, por ejemplo, habla con frecuencia del domingo como "sacramentum paschae", es decir, de un signo-misterio que actúa una presencia viva y operante del Señor; signo que, acogido con fe, permite a los creyentes entrar en comunión con Cristo resucitado, e inserta a la iglesia, peregrina en el tiempo, en el nuevo orden de cosas que con su resurrección quedó inaugurado.
El domingo no es más que una fracción de tiempo: ¿cómo es posible vincular su eficacia al fluir de éste? La dificultad es sólo aparente. El -> tiempo, en efecto, encierra en sí toda la actividad humana y la mide: desde él adquiere valor. El domingo es una porción de tiempo elevada a la dignidad de sacramento. Su celebración implica algunas acciones humanas realizadas por la iglesia, esposa del Señor y su prolongación en el tiempo, a las cuales va vinculada una presencia operante del resucitado, y que por lo mismo son santos misterios, fuentes genuinas de salvación para quienes creen en el Señor. Tales acciones sacramentales —esencialmente tres: reunión en el nombre del Señor, escucha-proclamación de la palabra, acción de gracias memorial—tienen su síntesis en la sinaxis eucarística, que es el centro de la celebración dominical; a ellas, como afirma la SC, está vinculada la presencia real y operante de Cristo (n. 7); tres acciones que los fieles están invitados a realizar para celebrar la pascua del Señor (n. 106). Precisamente por medio de estos misterios es el domingo sacramento, signo elocuente y eficaz de culto al Padre por Cristo en el Espíritu y de santificación para el hombre.
2. DIMENSIONES DEL ACONTECIMIENTO. La pascua, de la que el domingo es signo-memorial, no es, sin embargo, un acontecimiento cerrado en sí mismo, sino un acontecimiento en el que desemboca y se resume toda la economía salvífica pasada, presente y futura.
a) Actualización en el presente. El domingo se presenta ante todo como una "anamnesis del Kyrios" el día en que se hace memoria del paso de Jesús de este mundo al Padre; paso que comporta la pasión y muerte en la cruz y culmina en su exaltación a la derecha de Dios y en el don del Espíritu. Se trata de un único gran acontecimiento (el -> misterio pascual) que tiene una profunda y orgánica unidad: gracias a él, Cristo ha pasado del estado de debilidad y limitación en la carne al estado de gloria, en el que el Padre lo ha constituido Señor de la historia y del cosmos y espíritu vivificante para toda criatura. A continuación de Cristo, todo hombre, por la mediación sacramental, puede pasar de la muerte a la vida y vivir una existencia pascual; todo el universo se siente impelido a renovarse, hasta alcanzar los cielos nuevos y la tierra nueva de que habla el Apocalipsis (21,1).
b) Memoria del pasado. Puesto que este acontecimiento es el punto de llegada de toda la economía veterotestamentaria, es claro que recordarlo significa también reevocar y actualizar las "mirabilia" realizadas por Dios en la antigua alianza, que son anuncio y profecía de la pascua cristiana. Así también en nuestros tiempos vemos resplandecer los antiguos prodigios: lo que Dios hizo con su mano poderosa para liberar a los israelitas de la opresión del faraón lo realiza hoy; la humanidad entera es acogida entre los hijos de Abrahán y se hace partícipe de la dignidad del puebloelegido (cf oración después de la tercera lectura de la vigilia pascual).
Desde esta perspectiva se explica también aquella corriente de la tradición que considera el domingo como el día memorial de la primera y de la nueva creación, y por tanto como el primer día o bien día del sol o día de la luz. El primer día es el día en que Dios hizo la luz; es el mismo en que Jesús resucitado inauguró la nueva creación. La expresión está tomada —como es fácil intuir— de la denominación de la semana planetaria de los paganos. El uso que de ella hace a veces el NT (1 Cor 16,1-2; He 20,7) demuestra que nos encontramos ante una tentativa de cristianización de una institución pagana. En efecto, Cristo resucitado es el sol de la justicia que, elevándose, reviste con su luz todo el mundo y se convierte en lux mundi y lumen gentium. En su rostro resplandece en plenitud la luz del primer día cósmico. Este acercamiento, que se encuentra ya —como hemos visto más arriba [-> II, 1]- en la Apología 1 de Justino, ha sido desarrollado por muchos padres. Baste recordar aquí dos testimonios. Ante todo, el de Eusebio de Alejandría, que dice: "Este es el día en que Dios comenzó las primicias de la creación del mundo y, en el mismo día, dio al mundo las primicias de la resurrección: principio de la creación del mundo, principio de la resurrección, principio de la semana"". En un discurso de san Máximo de Turín, por otra parte, se encuentra escrito: "El domingo es para nosotros un día venerable y festivo, puesto que es el día en que el Salvador se elevó resplandeciente como el sol, tras haber disipado las tinieblas de los infiernos en la luz de su resurrección. Por eso este día, entre los hijos de este siglo, lleva el nombre de día del sol, porque Cristo, sol de justicia, resucitando lo iluminó"". Ecos de esta misma tradición encontramos en la liturgial, como, por ejemplo, en los himnos que introducen las primeras vísperas y laudes del domingo. Por su parte, santo Tomás, con un lenguaje bastante conciso y eficaz, afirma: "El sábado, que recordaba la primera creación, se ha cambiado por el domingo, en el que se conmemora la nueva creación iniciada con la resurrección"". Esta constante afirmación fundamenta la primera componente de la espiritualidad cristiana, que es la de vivir la experiencia cristiana como una fiesta de total novedad. El domingo, todo cristiano es llamado a tomar conciencia de su participación en la vida del Resucitado; a sentir la urgencia de construir en sí mismo el hombre nuevo; a experimentar el gozo de pertenecer a un mundo nuevo y a comprometerse a edificarlo en justicia y santidad.
c) Profecía del futuro. El domingo, por fin, justamente por ser sacramento, presenta una tercera dimensión, la de futuro o escatológica: anuncia y en cierto modo anticipa la vuelta gloriosa del Resucitado cuando venga a celebrar con los elegidos la pascua eterna. Es una esperanza fundada firmemente sobre el don que los signos litúrgicos sacramentales manifiestan y comunican. "En la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos, esperamos tener parte con ellos y gozar de sucompañía; aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste él, nuestra vida, y nosotros nos manifestemos también gloriosos con él" (SC 8). En la medida, pues, en que la comunidad cristiana participa en la celebración litúrgica dominical tiene ya la vida eterna, aunque en misterio; vive la vida filial y bienaventurada, aunque escondida, y espera su plena epifanía (cf Jn 3,2).
Los padres profundizaron con inagotable fecundidad esta dimensión del día del Señor, que por eso es no sólo el día del Resucitado, sino también el día de su venida última al final de los tiempos, para cumplir el juicio divino (cf 1 Tim 5,2; 2 Tim 2,2; 1 Pe 2,12; 2 Pe 2,9; Rom 2,5). Sus reflexiones se desarrollan en torno al tema del octavo día ". Como el primer día de la semana sirve para indicar el inicio de la creación, el octavo alude al cumplimiento del mundo futuro y se convierte en signo de la plena participación en el misterio pascual. Baste citar aquí la última página del De civitate Dei de san Agustín, en la que el genio del gran doctor y obispo ha condensado el meollo de esta doctrina. "Este séptimo día será nuestro sábado, cuyo fin no será una tarde, sino un domingo como octavo día, que está consagrado por la resurrección de Cristo; que prefigura el descanso no sólo del espíritu, sino también del cuerpo. Allí nosotros seremos libres y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que habrá al final sin final" ".
El domingo recibe así esa tensión que es esencial a toda existencia redimida, y que da a la espiritualidad, fundada en la liturgia, otra connotación propia. La vida cristiana está llamada a convertirse en un nuevo éxodo, un camino pascual, un itinerario que de domingo en domingo va hacia el descanso de Dios, es decir, hacia la plena y definitiva comunión con él. Esta espera le da su equilibrio: mientras le arranca de una cómoda organización y coloca bajo el signo de la precariedad todas las acciones humanas, empuja a los creyentes a comprometerse con todas sus fuerzas para realizar ese reino perfecto de justicia y de paz que se ha manifestado en la persona y en la obra pascual de Cristo y que se realizará plenamente en su última venida, al final de los tiempos (LG 5). Precisamente sobre este fundamento teológico-sacramental se funda el aspecto del domingo como "día de alegría y de liberación del trabajo" (SC 106), que es lo mismo que decir día de fiesta, como ya se ha indicado [-> supra, II, 2].
3. MODALIDADES DE LA CELEBRACIÓN. Llegados a este punto, hay que preguntarse: ¿cuáles son en concreto las modalidades de la celebración dominical en cuanto sacramento de la pascua? La respuesta es sencilla: son las modalidades propias del misterio cultual. Hay una expresión de san Gregorio Magno particularmente iluminadora a este respecto: "Lo que nuestro Salvador realizó en la propia carne (es decir, su muerte-resurrección) nos lo comunica a través de signos eficaces"''. Y ello está de acuerdo con la ley de la sacramentalidad que preside toda la economía salvífica del AT y NT. En efecto, Dios, adaptándose al hombre, espíritu encarnado, ha querido y quiere servirse de signos sensibles para hacer dar a los suyos el gran paso de este mundo a él, para estipular la alianza pascual, para comunicar su espíritu y su vida, para construir su pueblo.
El gran signo que permite hoy a la comunidad de los creyentes realizar la pascua con Cristo es indudablemente la eucaristía, "memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, convite pascual" (SC 47). Es en la celebración eucarística donde el domingo encuentra su sentido pleno y toda su eficacia; por eso se le llama justamente "día de la eucaristía".
La eucaristía es la celebración de la nueva y eterna alianza sancionada por Cristo con su muerte-resurrección. Es un acto ritual complejo, significativo y eficaz por los signos que lo constituyen y estructuran dinámicamente su desarrollo; en él se cumple lo que sucede en la celebración de la antigua alianza, que selló el acontecimiento pascual (cf Ex 24,3ss). Como se ha afirmado ya [-> supra, l], tales signos son fundamentalmente tres: la convocación del pueblo, el diálogo entre Dios y los suyos, el rito sacrificial y convivial. Aunque estrechamente unidos y ordenados uno a otro como a su natural complemento, cada uno de ellos tiene un valor pascual que alcanza su plenitud y su vértice y se consuma en el último de ellos, que es el gesto ritual del convite en el que se actualiza el sacrificio pascual de Cristo. La constitución litúrgica, en un texto ya citado, recuerda que los fieles que celebran el domingo deben realizar los tres actos: "reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la eucaristía, recuerden la pasión, resurrección y gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1 Pe 1,3)" (SC 106).
Hoy, sin embargo, teniendo en cuenta el pluralismo de fe de los participantes en la asamblea dominical, y por tanto la diversidad de situaciones y de exigencias en relación al crecimiento en la fe y a la profesión de la misma, ¿es programable una celebración que en casos particulares acentúe uno u otro de estos tres signos, hasta prever que uno pueda excepcionalmente estar sin el otro? Es una pregunta que se plantea en la vida pastoral, y que no puede ser ignorada ni minimizada. Ciertamente no es de fácil solución, sobre todo si se tiene en cuenta que la teología sobre el domingo, y especialmente la legislación canónica, que incluye en el precepto la asistencia a la misa, han sido elaboradas en una situación de cristiandad y en el marco de una sociedad monolítica también en relación con la creencia, que ya son solamente un recuerdo.
No tenemos aquí la pretensión de resolver la (quizá) más grave cuestión que hoy se plantea en el plano pastoral. La hemos mencionado sólo por señalar un problema que merece ser profundizado. Una modesta contribución puede venir de una reflexión acerca del valor pascual de cada uno de los tres signos de la celebración eucarística dominical que, naturalmente en grado bastante diverso, pueden consentir a quien los practica realizar el propio paso pascual.
a) Valor pascual del "convenire in unum". El domingo no es concebible sin la reunión cultual de la comunidad. Por este motivo se le llama también día de la iglesia, día de la asamblea. La iglesia, pueblo de la nueva alianza, nació de la pascua de Cristo; por eso su celebración exige la ecclesía, la convocación "de quienes creyendo ven en Jesús al autor de la salvación y principio de la unidad y de la paz" (LG 9). "Es absurdo celebrar la fiesta de la redención solos, aislándose de la comunidad... La pascua es esencialmente un acontecimientomundial que exige una proclamación pública, solemne... Por eso el dies dominicus es también el día de la asamblea litúrgica cristiana en que los fieles se reúnen para recordar y celebrar el gran acontecimiento de la redención... Si el domingo fuese solamente un recuerdo psicológico, se podría también concebir su celebración en el plano individual; pero puesto que lleva consigo una renovación sacramental, debe ser una celebración solemne y comunitaria: es esencialmente un hacer fiesta juntos" ".
Está claro que, al ser la asamblea una epifanía de la iglesia, la celebración debería destacar todas sus características: la unidad, incluso en la diversidad de los que la componen; la estructura jerárquica y ministerial, con una adecuada distribución de cometidos y oficios; la unanimidad en la participación; una actitud de acogida y de apertura hacia todos; una atención a las posibilidades y exigencias de cada uno; cosas bastante difíciles de conseguir si no se procura una adecuada -> animación de la asamblea.
Comúnmente se pone de relieve el hecho de que la asamblea litúrgica está ordenada a la celebración eucarística y constituye su primer signo. Esto es cierto, pero hay que subrayar también que la reunión del pueblo de Dios para el culto y la oración y para expresar y realizar la comunión con los hermanos en la fe, es ya significativa en sí misma y tiene un valor pascual. En efecto, ésta es ante todo un paso de la dispersión-división causada por el pecado a la comunión con Dios y con los hermanos. Y éste es el resultado de la acción misericordiosa de Dios, y exige de los convocados docilidad a la acción del Espíritu, y por lo mismo una actitud de conversión continua. Por este motivo toda asamblea dominical debería comportar gestos concretos de perdón y reconciliación. Tal paso está destinado a consumarse en una auténtica caridad hacia los hermanos. "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos" (1 Jn 3,14).
Este amor está llamado, en domingo, a sacramentalizarse, a hacerse visible y operante en palabras-gestos de amistad y de fraternidad, de testimonio y de servicio, de participación y condivisión, sobre todo en relación con los que no tienen o son menos, dentro o fuera de la asamblea. Sólo con estas condiciones la convocación se con-vierte en momento pascual.
b) Valor pascual de la proclamación-escucha de la palabra de Dios. La palabra de Dios, en la antigua economía, anunció y realizó la liberación de Israel y lo convirtió en pueblo de Yavé. Con más razón sucede esto en el caso de la iglesia, que es obra de la palabra viva, Cristo. La palabra de Dios es siempre, directa o indirectamente, un anuncio de la muerte y resurrección de Cristo; anuncio que no es solamente un recuerdo, sino un evento que se realiza aquí y ahora en virtud de la presencia de Cristo, que en la palabra de Dios y a través de ella habla y actúa para hacer realizar a los creyentes el nuevo éxodo pascual. "Esto hay que decirlo señaladamente de la liturgia de la palabra en la celebración de la misa, en que se unen inseparablemente el anuncio de la muerte y resurrección del Señor, la respuesta del pueblo que oye y la oblación misma por la que Cristo confirmó con su sangre la nueva alianza, oblación en la que los fieles comulgan de deseo y por la percepción del sacramento" (PO 4).
A pesar de ello, hay que atribuirun valor pascual a la celebración de la palabra de Dios independientemente del rito eucarístico, por el alcance sacramental que adquiere cuando es proclamada "in ecclesia" (SC 7,33). Acoger y obedecer a la palabra anunciada y celebrada en una asamblea cultual se convierte siempre en un paso de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida. "En verdad, en verdad os digo que el que escucha mis palabras y cree en el que me ha enviado tiene vida eterna y no es condenado, sino que ha pasado de la muerte a la vida" (Jn 5,24). Este paso realiza la comunión con Dios y con los hermanos que se adhieren con fe a tal palabra. En efecto, a través de su palabra "Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía" (DV 2). Esta comunión es comparada frecuentemente por los padres con una manducación análoga a la del cuerpo de Cristo en la eucaristía.
En una situación en que la fe disminuye, y simultáneamente crece el hambre de esta palabra y la exigencia de evangelización, la pastoral litúrgica, especialmente la referente al domingo, además de valorar su celebración en el marco de la eucaristía, ¿no debería prever también formas nuevas y más amplias de anuncio, de catequesis, de oración en torno a ella, incluso independientemente del memorial eucarístico?
c) Valor pascual del memorial eucarístico. En la asamblea del Sinaí, el acontecimiento pascual, que comienza con el paso de Dios en medio de los suyos para arrancarlos de la opresión y de la esclavitud, se concluye con el rito sacrificial de la sangre, que luego seconvierte en banquete de comunión de los salvados. La comunidad de Israel lo conmemora en la cena pascual, sacrificio en honor de Yavé (Ex 12,27), que es al mismo tiempo acción de gracias y signo de fraternidad. El rito era figura y profecía de la nueva pascua, que históricamente se cumplió con la muerte-glorificación de Cristo y que la iglesia recuerda y celebra en la liturgia eucarística, repitiendo, según el mandato de Cristo, lo que él mismo hizo en la última cena. El, "en efecto, tomó el pan y el cáliz, partió el pan y dio el uno y el otro a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed, bebed, esto es mi cuerpo, éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía"
La actualización del sacrificio pascual de Cristo tiene su expresión ritual en dos gestos fundamentales: la oración eucarística y la comunión sacramental. En la primera, que es oración de acción de gracias y de santificación, "se dan gracias a Dios por toda la obra de la salvación, y las ofrendas se convierten en cuerpo y sangre de Cristo", alcanzando su presencia real la culminación de eficacia; "por medio de la comunión los mismos fieles reciben el cuerpo y la sangre del Señor, del mismo modo que los apóstoles lo recibieron de las manos de Cristo mismo".
Así la pascua de Jesús se convierte en pascua de la iglesia. "Cuando nosotros reunidos comemos la carne del Señor y bebemos su sangre, celebramos la pascua"", pasamos de la muerte a la vida (cf Jn 6,32-33), nos convertimos en lo que estamos llamados a ser: el cuerpo místico de Cristo, pueblo pascual del NT. A esto es a lo que tiende la celebración dominical; he ahí por qué el domingo sin la eucaristía no puede decirse plenamente día del Señor y de su iglesia.
La cuestión que se plantea es qué significado para la fe y qué alcance salvífico puedan tener estos gestos para quien no participa en ellos consciente y plenamente. Esto especialmente en relación con la comunión sacramental. Es bien conocido el hecho de que, a pesar de haber crecido notablemente el número de los que se acercan a la comunión, todavía no es realizada por todos los que asisten a la asamblea dominical; a veces, además, no resulta comprendida en su sentido verdadero y en todas las exigencias que comporta. ¿No sería conveniente tomar en seria consideración la posibilidad de celebraciones diversificadas, según las características y las exigencias de los participantes? Es claro que la eucaristía plenamente participada debería ser siempre la meta hacia la que hay que caminar y la desembocadura natural y necesaria de la acción pastoral dominical.
4. LA CELEBRACIÓN, EN DOMINGO, DE LOS DEMÁS SACRAMENTOS. De la vinculación existente entre domingo y pascua de Cristo y entre ésta y su actualización, que tiene lugar no sólo en la eucaristía, sino también en los otros signos sacramentales (SC 61), se sigue que, por principio, el domingo es también el día privilegiado para la celebración de todos los sacramentos. "El aspecto descendente de la acción del Kyrios se funde, especialmente en este día, con el movimiento ascendente de la iglesia: en el bautismo el misterio pascual encuentra su fundamento estructural y su simbolismo básico; en la unción crismal el don del Espíritu perfecciona la vocación al testimonio pascual del bautizado (Rom 6,10); en la celebración de la penitencia se realiza el momento de una convocación libre del pecado, que es propia de la asamblea eucarística; con el rito nupcial se manifiesta en la consagración de la bipolaridad sexual el misterio de amor que debe constituir el efecto específico de la misma comunión eucarística; en el rito fúnebre se proclama la esperanza cristiana en la resurrección de los muertos, ya anticipada sacramentalmente en la presencia del Señor en medio de sus comensales pascuales"".
Algún problema pastoral de hecho surge, especialmente para algunas de estas celebraciones, en particular para el matrimonio y para los funerales, sobre todo si están incluidos en la eucaristía; no tanto por las inevitables molestias que puedan traer a la vida de la comunidad parroquial cuanto porque con mucha frecuencia, más bien que enriquecer y explicitar algunas potencialidades de la eucaristía, acaban depauperándola en algunos de sus elementos. Esto es lo que sucede, por ejemplo, en el caso del ciclo de lecturas, que queda cuestionado por la elección de perícopas propias.
Consideración aparte merece la celebración de la reconciliación. Convendría tener presentes dos indicaciones que pueden facilitar la solución de las cuestiones que se plantean a este respecto. Ante todo la insistente recomendación del magisterio reciente de que no se superponga la celebración de la misa con la reconciliación individual, determinando para ésta horarios y momentos diversos". En segundo lugar, una oportuna redistribución de las misas dominicales facilitaría, especialmente en algunas iglesias, la celebración de la reconciliación no sólo individual, sino también en la segunda forma prevista por el nuevo Ritual de la Penitencia.

IV. Problemas y perspectivas pastorales
Lo que hemos estado diciendo, especialmente en la última parte, ha puesto ya en evidencia algunos problemas pastorales y ha sugerido propuestas concretas de trabajo en orden a una renovación del domingo. Ahora intentaremos completar el cuadro, conscientes, sin embargo, de que hay cuestiones de difícil solución, que deben ser resueltas gradualmente por quien tiene la autoridad competente en la iglesia, mientras que para otras la solución está frecuentemente en la responsabilidad, sensibilidad y buen sentido de los agentes parroquiales.
1. LA CUESTIÓN DEL "PRECEPTO°. Un problema sobre el que se ha discutido y se sigue discūtiendo mucho es el referente al precepto dominical. La reflexión que precedió a la promulgación del nuevo CDC (25 de enero de 1983) había llegado a formular algunas orientaciones generales, que se pueden resumir en estas palabras de F.N. Appendino: "Superada la polémica teórica entre precepto sí y precepto no, se distingue ahora entre el deber dominical, que todos reconocen como vinculado al kerigma apostólico e ínsito en la conciencia de la iglesia primitiva, y el precepto eclesiástico, que, en sustancia, casi todos admiten con algún motivo legítimo (pedagógico) y con ciertos significados eclesiales: a condición de que lo hagan salir del legalismo y lo reconduzcan al seno de la genuina tradición sacramental sin apagar del todo la libertad de autodecisión en las opciones concretas"".
Como el anterior CDC (cáns. 1247-1249), también el nuevo dedica tres cánones (1246-1248) a los días de fiesta. Se notará que ahora la observancia del domingo se funda en una motivación histórico-teológica. Además se habla de participar (y no de oír) la misa. "El domingo, en que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en toda la iglesia como fiesta primordial de precepto..." (can. 1246, § 1). "El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la misa, y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo" (can. 1247).
La catequesis deberá seguir luchando para que el precepto dominical no quede sumergido, por una parte, en una difusa concepción naturalista del culto y, por otra, en la aridez de la rutina y el formalismo. Esta ley debe aparecer no como un imperativo exterior, sino como una exigencia y un compromiso responsable en el camino de la fe. Ya en la época de la carta a los Hebreos la asiduidad de los fieles a la asamblea dominical debió ser objeto de insistencia, recordándoles su carácter escatológico (10,25).
En el s. ul la Didascalía de los apóstoles desarrolla, a este respecto, una problemática que sigue teniendo actualidad. Dirigiéndose al obispo, dice el autor: "Cuando enseñes, ordena y persuade al pueblo a que sea fiel... en reunirse, a fin de que nadie disminuya en un miembro al cuerpo de Cristo. No despreciéis, pues, vosotros mismos y no privéis al Salvador de sus miembros, no rompáis ni disperséis su cuerpo" °'.
2. CARÁCTER ECLESIAL DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA DOMINICAL. La afirmación del domingo como día de la comunidad lleva consigo, entre otras cosas, un esfuerzo múltiple por restituir a la celebración eucarística una dimensión verdadera y plenamente eclesial, de modo que —como desea la constitución litúrgica— "florezca el sentido comunitario parroquial sobre todo en la celebración común de la misa dominical" (SC 42).
Para alcanzar este objetivo es preciso ante todo evitar la dispersión y el fraccionamiento de las asambleas con la correspondiente y frecuentemente inmotivada multiplicación de las misas. La verdadera (o presunta) utilidad de los fieles, especialmente si son pocos, no es motivo suficiente para esto. Hace falta, además, promover una celebración verdaderamente eclesial con la participación de una verdadera asamblea, en la que se valoren plenamente los elementos de la acción litúrgica (lecturas, cantos, oraciones) y se pongan en acción los diversos ministerios y servicios requeridos. Objeto de muy particular atención tiene que ser, naturalmente, la -> homilía, valorando las enormes riquezas del leccionario y teniendo presente que la celebración dominical es la única ocasión que la mayor parte de los fieles tienen de oír la palabra de Dios y penetrar en su mensaje.
Conviene que los mismos grupos eclesiales y las comunidades (incluso religiosas) se sientan llamados a participar en la más grande y significativa asamblea dominical, para contribuir así a manifestar el misterio de la iglesia, pueblo santo, variado, articulado y orgánicamente estructurado. No tiene sentido aquí la petición de algunos grupos de tener una celebración particular el sábado por la tarde para anticipar la fiesta. Esto puede hacerse, y más acertadamente, en otros días de la semana.
Continuando con el tema de una celebración dominical que sea reflejo del auténtico rostro de la iglesia, se plantea un problema a propósito de las misas en lugares turísticos o de veraneo. Frente a la movilidad creciente y a la pérdida de sentido en muchos cristianos de la nota de catolicidad propia de la iglesia, los agentes pastorales deberán procurar que también la eucaristía en estas zonas o ambientes resulte una verdadera experiencia de iglesia. La acogida familiar para con los turistas y los transeúntes; la preocupación por hacer sentir a los fieles que en la asamblea local, reunida aquí y ahora, se realiza el misterio de la iglesia como convocación universal y abierta a todos; el realce de las palabras y gestos rituales que destaquen estos aspectos, son llamadas de atención que ayudan a superar la tentación del individualismo y del anonimato, determinados también por una cierta concepción del precepto.
3. DOMINGO Y CELEBRACIONES DE LOS SANTOS. El domingo es la fiesta primordial por excelencia. Por eso la constitución litúrgica recomienda que "no se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de veras de suma importancia" (SC 106). Desde aquí se explican las incongruencias, y por ello las prohibiciones, de trasladar al domingo las fiestas de la bienaventurada Virgen María y de los santos, exceptuando los casos particulares previstos por la legislación litúrgica actual". En la actualidad se constata una revalorización de la -> religiosidad popular y de sus formas incluso cultuales. Sin embargo, esto no se realiza siempre según las orientaciones del magisterio reciente por lo que la tendencia a fijar en domingo las celebraciones de los santos vuelve, a pesar de todas las buenas intenciones, verdaderas o presuntas, a surgir con soluciones a veces aberrantes o al menos discutibles no sólo en el plano de las manifestaciones sociales, sino también en el religioso, y más específicamente litúrgico. Lo cual es claramente deformante, incluso desde el punto de vista de la fe, ya que atenta contra la centralidad del misterio pascual de Cristo que se celebra cada domingo.
4. EL PROBLEMA DF LAS "JORNADAS". En la comunidad eclesial nacional o diocesana se celebran con frecuencia, por mandato de la CEE o del obispo, jornadas particulares orientadas a sensibilizar a la comunidad sobre graves problemas sociales o eclesiales y a comprometer a los creyentes en un esfuerzo para solucionarlos a la luz de la fe. Este hecho, en sí mismo legítimo, no debe comprometer el significado genuino de la celebración dominical, sobre todo si se trata de domingos privilegiados, como son los de adviento, cuaresma y pascua, lo que desgraciadamente sucede cuando, por ejemplo, la homilía que se hace en tales ocasiones prescinde por completo del mensaje propuesto por las lecturas y cuando las intenciones de petición en la oración de los fieles se centran todas en el tema propuesto para la jornada. Se está pidiendo desde diversas comunidades y grupos, y justamente, una intervención clarificadora que ponga freno a una tendencia que podría terminar siendo peligrosa. No faltan, a este respecto, sugerencias y propuestas de interés.
L. Brandolini
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