domingo, 13 de julio de 2014

Cine: "Vigilanti cura"

VIGILANTI CURA: CARTA ENCÍCLICA DEL PAPA PÍO XI SOBRE LA CINEMATOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN:
Siguiendo con ojo vigilante, como lo requiere nuestro Oficio Pastoral, la labor benéfica de nuestros hermanos en el episcopado y de los fieles, ha sido muy agradable para nosotros conocer sobre los frutos ya recogidos y sobre los progresos que se siguen realizando por la prudente iniciativa lanzada hace más de dos años atrás como una cruzada santa contra los abusos de las imágenes en movimiento y encomendada de manera especial a la "Liga de la Decencia".
Este excelente experimento nos ofrece ahora una oportunidad muy positiva de manifestar más completamente nuestro pensamiento respecto a un asunto que toca íntimamente la vida moral y religiosa de todo el pueblo cristiano.
En primer lugar, expresamos nuestra gratitud a la jerarquía de los Estados Unidos de América y a los fieles que cooperaron con ellos, por los importantes resultados que ha obtenido la “Liga de la Decencia”, bajo su dirección y orientación. Y nuestra gratitud es más intensa por el hecho de que estábamos profundamente angustiados al notar con cada día que pasa el progreso lamentable---magni passus extra viam---del arte e industria de la cinematografía en la representación del pecado y el vicio.
I. RECORDANDO ADVERTENCIAS PREVIAS
Tan a menudo como se ha presentado la ocasión, hemos considerado que es el deber de nuestro alto Oficio dirigir a esta condición la atención no sólo del episcopado y el clero, sino también de todos los hombres rectos y solícitos por el bien público.
En la Encíclica “Divini illius Magistri”, ya habíamos lamentado que "instrumentos potentes de la publicidad (como el cine) que podrían ser de gran ventaja para el aprendizaje y la educación si fuesen correctamente dirigidos por sanos principios, a menudo, lamentablemente sirven de incentivo a las malas pasiones y están subordinados a ganancias deshonestas".
La Influencia de la Cinematografía
En agosto de 1934, dirigiéndonos a una delegación de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica, señalamos la gran importancia que ha adquirido el cine en nuestros días y su vasta influencia tanto en la promoción del bien como en la insinuación del mal, y les recordamos que es necesario aplicar al cine la regla suprema que debe dirigir y regular el gran don del arte a fin de que no se coloque en continuo conflicto con la moral cristiana, o incluso con la simple moral humana basada en la ley natural. El objetivo esencial del arte, su razón de ser, es ayudar en la perfección de la personalidad moral, que es el hombre, y por esta razón debe ser moral en sí mismo. Y se concluyó en medio de la aprobación manifiesta de ese cuerpo electo---la memoria nos sigue siendo querida---recomendarles la necesidad de hacer a la cinematografía "moral, una influencia para la buena moral, una educadora”.
E incluso recientemente, en abril de este año, cuando tuvimos la dicha de recibir en audiencia a un grupo de delegados al Congreso Internacional de la Prensa Cinematográfica, celebrado en Roma, nuevamente llamamos la atención sobre la gravedad del problema y le exhortamos cálidamente a todos los hombres de buena voluntad, en nombre no sólo de la religión, sino también del verdadero bienestar moral y civil de la gente, a usar todos los medios a su alcance, tales como la prensa, para hacer del cine un valioso auxiliar de instrucción y educación, y no de destrucción y ruina de las almas.
Las Necesidades de toda la Cristiandad
El tema, sin embargo, es de tan capital importancia en sí mismo y debido a la condición actual de la sociedad, que consideramos necesario volver sobre él, no sólo con el propósito de hacer recomendaciones concretas, como en ocasiones anteriores, sino con una perspectiva universal que, aunque comprende las necesidades de sus propias diócesis, Venerables Hermanos, tiene en cuenta las de todo el mundo católico. De hecho, es urgentemente necesario el procurar que también en este campo los progresos del arte, de las ciencias y de la misma industria y técnica humanas, puesto que son verdaderos dones de Dios, se ordenen a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, y sirvan prácticamente para la dilatación del reino de Dios en la tierra. Así como la Iglesia nos manda a orar, todos podemos aprovecharnos de ellos, pero de tal manera de no perder los bienes eternos: "transeamus sic por temporalia bona ut no admittamus Aeterna".[2]
Ahora bien, es una certeza que puede ser fácilmente comprobada que mientras más maravilloso es el progreso del arte e industria de la cinematografía, más pernicioso y mortal se ha mostrado para la moral y la religión e incluso para el mismo decoro de la sociedad humana.
Los mismos directores de la industria en los Estados Unidos reconocieron este hecho cuando confesaron que la responsabilidad ante el pueblo y el mundo recae sobre ellos mismos. En un compromiso hecho por común acuerdo, en marzo de 1930, y solemnemente sellado, firmado y publicado en la prensa, se comprometieron formalmente a salvaguardar para el futuro el bienestar moral de los asistentes al cine.
Se prometió en este acuerdo que no se produciría ninguna película que disminuya el estándar moral de los espectadores, que desacredite la ley natural o humana o que despierte simpatía por su violación.
Promesas no Cumplidas
Sin embargo, a pesar de esta sabia y espontánea decisión tomada, los responsables se mostraron incapaces de llevarla a cabo y parecía que los productores y los operadores no estaban dispuestos a defender los principios a los que se habían comprometido. Dado que, por lo tanto, el mencionado compromiso ha comprobado tener sólo un leve efecto y dado que el desfile del vicio y el crimen ha continuado en la pantalla, el camino parecía casi cerrado para los que buscaban una diversión honesta en el cine.
En esta crisis, vosotros, Venerables Hermanos, estuvieron entre los primeros en estudiar los medios de salvaguardar las almas confiadas a su cuidado, y se puso en marcha la "Legión de la Decencia" como una cruzada por la moralidad pública destinada a revitalizar los ideales de la rectitud natural y cristiana. Lejos de ustedes estaba la idea de hacer daño a la industria cinematográfica; más bien la armaron de antemano contra la ruina que amenaza a toda forma de recreación que, en la forma de arte, degenera en corrupción.
El Juramento de la “Liga de la Decencia”
Su liderato reclamó la rápida y devota lealtad de su pueblo fiel, y millones de católicos estadounidenses firmaron el compromiso de la "Legión de la Decencia", comprometiéndose a no asistir a cualquier película que fuese ofensiva a los principios morales católicos o a los estándares de vida adecuados. Así somos capaces de anunciar con alegría que pocos problemas de estos últimos tiempos han unido tan estrechamente a los obispos y al pueblo como el resuelto mediante la cooperación en esta santa cruzada. No sólo católicos, sino también protestantes magnánimos, judíos y muchos otros aceptaron su ejemplo y unieron sus esfuerzos con los suyos en el restablecimiento de estándares sabios, tanto artísticos como morales, para el cine.
Es para nosotros un consuelo muy grande el notar el éxito sobresaliente de la cruzada. Debido a su vigilancia y debido a la presión que ha ejercida la opinión pública, el cine ha mostrado una mejoría desde el punto de vista moral: se muestran la delincuencia y el vicio con menos frecuencia; ya no se aprueba y aclama el pecado tan abiertamente; los falsos ideales de vida ya no se presentan de forma tan flagrante a las mentes impresionables de los jóvenes.
Un Ímpetu Útil
Aunque en algunos círculos se pronosticó que los valores artísticos del cine se verían seriamente perjudicados por la reforma impulsada por la "Legión de la decencia", parece que ha ocurrido todo lo contrario y que la "Legión de la Decencia" ha dado no poco ímpetu a los esfuerzos para promover el cine camino a la importancia artística noble orientándolo hacia la producción de obras maestras clásicas, así como de creaciones originales de un valor poco común.
Tampoco las inversiones financieras de la industria han sufrido, como se predijo gratuitamente, pues muchos de los que se mantenían lejos del cine porque ultrajaba la moral lo están patrocinando ahora que son capaces de disfrutar de películas limpias, que no son ofensivas para la moral o peligrosas para la virtud cristiana.
Cuando ustedes comenzaron su cruzada se dijo que sus esfuerzos serían de corta duración y que los efectos no serían duraderos, porque, como la vigilancia de los obispos y fieles disminuiría paulatinamente, los productores se verían libres para regresar de nuevo a sus antiguos métodos. No es difícil entender por qué algunos de estos podrían estar deseosos de volver a los temas siniestros que complacen a los deseos inferiores y que ustedes habían prohibido. Mientras que la representación de temas de verdadero valor artístico y la representación de las vicisitudes de la virtud humana requieren esfuerzo intelectual, fatiga, capacidad y a veces desembolso considerable de dinero, a menudo es relativamente fácil atraer a un cierto tipo de persona y ciertas clases de personas a un teatro que presenta películas destinadas a inflamar las pasiones y despertar los bajos instintos latentes en el corazón humano.
Una vigilancia incesante y universal debe, por el contrario, convencer a los productores que la "Legión de la Decencia" no se ha iniciado como una cruzada de corta duración, que pronto será descuidada y olvidada, sino que los obispos de los Estados Unidos están determinados, en todo momento y a toda costa, a salvaguardar la recreación de las personas independientemente de la forma que esa recreación puede tomar.
II. EL PODER DEL CINE
La recreación, en sus múltiples variedades, se ha convertido en una necesidad para las personas que trabajan en las extenuantes condiciones de la industria moderna, pero debe ser digna de la naturaleza racional del hombre y por lo tanto debe ser moralmente sana. Debe ser elevada al rango de un factor positivo para el bien y debe tratar de despertar sentimientos nobles. Un pueblo que, en el tiempo de reposo, se entrega a diversiones que violan la decencia, el honor o la moral, a recreaciones que, sobre todo para los jóvenes, constituyen ocasiones de pecado, está en grave peligro de perder su grandeza e incluso su poder nacional.
No admite ninguna discusión que el cine ha logrado en estos últimos años una posición de importancia universal entre los medios de diversión modernos.
La Forma Más Popular de Entretenimiento
No es necesario señalar el hecho de que millones de personas van al cine todos los días; que en países civilizados y semi civilizados se abren cada día mayor número de salas de cine, que el cine se ha convertido en la forma de diversión más popular que se ofrece para las horas de ocio no sólo de los ricos, sino de todas las clases sociales.
Al mismo tiempo, hoy día no existe un medio más potente para influenciar a las masas que el cine. La razón de esto hay que buscarla en la naturaleza misma de las imágenes proyectadas en la pantalla, en la popularidad de las obras cinematográficas y en las circunstancias que las acompañan.
El poder del cine consiste en esto, que habla por medio de imágenes vivas y concretas que la mente acepta con alegría y sin fatiga. Incluso el cine cautiva a las mentes más crueles y primitivas, que no tienen ni la capacidad ni el deseo de hacer los esfuerzos necesarios para la abstracción o el razonamiento deductivo. En lugar del esfuerzo que requieren la lectura o la escucha, está el continuo placer de una sucesión de imágenes concretas y, por así decirlo, vivientes.
Este poder es aún mayor en la imagen parlante debido a que la interpretación se hace aún más fácil y se le añade el encanto de la música a la acción del drama. Los bailes y la variedad de actos que se introducen a veces entre las películas sirven para aumentar la estimulación de las pasiones.
Debe ser Elevado
Puesto que el cine es en realidad una especie de lección que, para bien o para mal, enseña a la mayoría de los hombres más efectivamente que el razonamiento abstracto, debe ser elevado de conformidad con los objetivos de una conciencia cristiana y debe ser librado de efectos depravantes y desmoralizadores.
Todo el mundo sabe el daño que hacen al alma las películas malas. Son ocasiones de pecado, seducen a los jóvenes a los caminos del mal mediante la glorificación de las pasiones; muestran la vida bajo una luz falsa; nublan los ideales; destruyen el amor puro, el respeto por el matrimonio, el cariño por la familia. Son capaces también de crear prejuicios entre los individuos y malentendidos entre las naciones, entre las clases sociales, entre razas enteras
Por otra parte, las películas buenas son capaces de ejercer una profunda influencia moral sobre aquellos que las ven. Además de lograr la recreación, son capaces de despertar los nobles ideales de la vida, de comunicar conceptos valiosos, de impartir un mejor conocimiento de la historia y las bellezas de la patria y de otros países, de presentar la verdad y la virtud en formas atractivas, de crear, o al menos favorecer el entendimiento entre naciones, clases sociales y razas, de defender la causa de la justicia, de dar nueva vida a las reclamaciones de la virtud, y de contribuir positivamente a la génesis de un orden social justo en el mundo.
No le Habla a los Individuos, sino a las Multitudes
Estas consideraciones adquieren mayor gravedad por el hecho de que el cine no habla a los individuos, sino a las multitudes, y que lo hace en circunstancias de tiempo y lugar y ambientes que son muy adecuadas para despertar el entusiasmo inusual tanto para lo bueno como para lo malo y para conducir a la exaltación colectiva que, como nos enseña la experiencia, puede asumir las formas más morbosas.
Las películas son vistas por personas que están sentadas en un teatro oscuro y cuyas facultades mentales, físicas y a menudo espirituales, están relajadas. No hace falta ir muy lejos en busca de estos teatros: están cercanos a la casa, a la iglesia y a la escuela, y así llevan el cine al mismo centro de la vida popular.
Por otra parte, el cine representa las historias y las acciones con hombres y mujeres cuyas dotes naturales se incrementan con el adiestramiento y embellecimiento por todas las artes conocidas, en un modo que posiblemente se puede convertir en una fuente adicional de corrupción, especialmente para los jóvenes. Además, la cinematografía contrata a su servicio mobiliario de lujo, música agradable, el vigor del realismo, toda forma de capricho y fantasía. Por esta misma razón, atrae y fascina especialmente a los jóvenes, los adolescentes e incluso a los niños. Así, en la misma época en que se está formando el sentido moral y en la que se están desarrollando las ideas y los sentimientos de justicia y rectitud, del deber y la obligación y de los ideales de la vida, el cine con su propaganda directa asume una posición de influencia dominante.
Es lamentable que, en el actual estado de cosas, esta influencia sea ejercida frecuentemente para el mal. Tanto es así que cuando uno piensa en los estragos causados en el alma de la juventud y la infancia, en la pérdida de la inocencia que tan a menudo se sufre en las salas cinematográficas, nos viene a la mente la terrible condena pronunciada por Nuestro Señor a los corruptores de los pequeños: "y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar.” (Mt. 18,6).
No Debe Ser una Escuela de Corrupción
Por tanto, es una de las necesidades supremas de nuestro tiempo vigilar y trabajar hacia la meta de que el cine no sea más una escuela de corrupción, sino que se transforme en un instrumento eficaz para la educación y la elevación de la humanidad.
Y aquí anotamos con satisfacción que algunos gobiernos, en su ansiedad por la influencia ejercida por el cine en el campo moral y educativo, han creado, con la ayuda de personas rectas y honestas, especialmente padres y madres de familia, comisiones revisoras y han constituido otros organismos que tienen que ver con la producción cinematográfica, en un esfuerzo para dirigir el cine a buscar inspiración en las obras nacionales de los grandes poetas y escritores.
Fue muy apropiado y deseable que vosotros, Venerables Hermanos, hayan ejercido una vigilancia especial sobre la industria cinematográfica, que en su país está tan desarrollada y que tiene gran influencia en otros lugares del mundo. Es igualmente el deber de los obispos de todo el mundo católico unirse en la vigilancia de esta forma universal y potente de entretenimiento e instrucción, a fin de que puedan ser capaces de colocar una prohibición sobre las películas malas porque son una ofensa a los sentimientos morales y religiosos y porque están en oposición al espíritu cristiano y a sus principios éticos. No debe haber cansancio en la lucha contra todo lo que contribuye a la disminución del sentido de decencia y honor en la gente.
Esta es una obligación que vincula no sólo a los obispos, sino también a los fieles y a todos los hombres decentes que se preocupan por el decoro y salud moral de la familia, de la nación y de la sociedad humana en general. ¿En qué, entonces, debe consistir esta vigilancia?
III. UN TRABAJO PARA LA ACCIÓN CATÓLICA
El problema de la producción de películas morales estaría resuelto radicalmente si fuese posible que lográsemos que la producción estuviese totalmente inspirada en los principios de la moral cristiana. Nunca podemos alabar lo suficiente a todos aquellos que se han dedicado o que se dedican a la noble causa de elevar el estándar de las películas para que satisfagan las necesidades de la educación y las exigencias de la conciencia cristiana. Para ello, deben hacer plena utilización de la capacidad técnica de los expertos y no permitir la pérdida de esfuerzos y de dinero al emplear a aficionados.
Pero como sabemos lo difícil que es organizar una industria como esa, especialmente debido a consideraciones de carácter financiero, y como por otra parte es necesario influir en la producción de todas las películas de modo que no contengan nada perjudicial desde un punto de vista religioso, moral o social, los pastores de almas deben ejercer su vigilancia sobre las películas dondequiera que se produzcan y se ofrezcan a los cristianos.
A los Obispos de Todos los Países
En cuanto a la industria del cine en sí misma, exhortamos a los obispos de todos los países, pero en particular vosotros, Venerables Hermanos, a hacer un llamamiento a los católicos que ocupan posiciones importantes en esta industria. Que hagan una reflexión seria de sus deberes y de la responsabilidad que tienen como hijos de la Iglesia para que utilicen su influencia y autoridad para la promoción de los principios de la sana moral en las películas que producen o ayudan a producir. Seguramente hay muchos católicos entre los ejecutivos, directores, autores y actores que participan en este negocio, y es lamentable que su influencia no haya estado siempre de conformidad con su fe y sus ideales. Harán bien, venerables hermanos, en hacerlos comprometerse a llevar su profesión en armonía con sus conciencias como hombres respetables y seguidores de Jesucristo.
En éste, como en cualquier otro campo del apostolado, los pastores de almas sin duda encontrarán sus mejores compañeros de trabajo en aquellos que luchan en las filas de la Acción Católica, y en esta carta no puedo dejar de dirigirles un cálido llamado a que le den a esta causa toda su contribución y su incansable e inagotable actividad.
De vez en cuando, los obispos harán bien en recordarle a la industria cinematográfica que, en medio de las preocupaciones de su ministerio pastoral, tienen la obligación de interesarse en todas las formas de recreación digna y saludable, ya que son responsables ante Dios por el bienestar moral de su pueblo, incluso durante su tiempo de ocio.
La Fibra Moral de una Nación
Su llamado sagrado los obliga a proclamar clara y abiertamente que el entretenimiento malsano e impuro destruye la fibra moral de una nación. Asimismo, le recordarán a la industria cinematográfica que las demandas que hacen se refieren no sólo a los católicos, sino a todos los que patrocinan el cine.
En particular, vosotros, Venerables Hermanos de los Estados Unidos, podrán insistir con justicia que la industria de su país ha reconocido y aceptado su responsabilidad ante la sociedad.
Los obispos de todo el mundo tendrán cuidado en dejar claro a los líderes de la industria cinematográfica que una fuerza de tal poder y universalidad como el cine se puede dirigir, con gran utilidad, a los más altos fines de mejoramiento individual y social. ¿Por qué, de hecho, debería ser sólo una simple cuestión de evitar lo que está mal? El cine no debe ser simplemente un medio de diversión, una leve relajación para pasar el tiempo libre; con su poder magnífico puede y debe ser un portador de luz y una guía positiva hacia el bien.
Y ahora, en vista de la gravedad del tema, consideramos que es oportuno llegar a algunas indicaciones prácticas.
Una Promesa Anual de Parte de los Fieles
Sobre todo, todos los pastores de almas se comprometerán a obtener de su pueblo anualmente una promesa similar a la que hicieron sus hermanos estadounidenses y en la que prometan alejarse de películas que sean ofensivas a la verdad y a la moral cristiana.
La manera más eficaz de obtener estos compromisos o promesas es a través de la parroquia o la escuela y la obtención de la cooperación sincera de todos los padres y madres de familia que son conscientes de sus serias responsabilidades
Los obispos también podrán valerse de la prensa católica con el fin de convencer de modo concluyente a su pueblo sobre la belleza moral y la eficacia de esta promesa.
El cumplimiento de este compromiso supone que a la gente se le diga claramente cuáles películas están permitidas para todos, cuáles se permiten con reservas, y cuáles son nocivas o positivamente malas. Esto requiere la pronta, regular y frecuente publicación de las listas clasificadas de películas a fin de hacer la información accesible a todos. Para este propósito se pueden utilizar boletines especiales u otras publicaciones oportunas, tales como la prensa diaria católica.
Si fuera posible, sería en sí mismo deseable establecer una lista única para todo el mundo, porque todos viven bajo la misma ley moral. Sin embargo, como hay aquí cuestión de películas que les interesan a todas las clases de la sociedad, los grandes y los humildes, sabios e iletrados, el juicio pasado sobre una película no puede ser el mismo en cada caso y en todos los aspectos. De hecho las circunstancias, los usos y las formas varían de país a país, de modo que no parece práctico tener una lista única para todo el mundo. Si, sin embargo, las películas se clasifican en cada país en la forma indicada anteriormente, la lista resultante sería en principio la guía necesaria. .
Una Oficina de Revisión Nacional
Por lo tanto, será necesario que en cada país los obispos establezcan una oficina revisora nacional permanente a fin de ser capaz de promover el buen cine, clasificar a los demás, y llevar esta sentencia ante el conocimiento de los sacerdotes y fieles. Será muy adecuado confiar esta agencia a la organización central de la Acción Católica, que depende de los obispos. En todo caso, debe quedar claramente establecido que, para que este servicio de información funcione orgánica y eficientemente, debe ser sobre una base nacional y que debe ser llevada a cabo por un solo centro de responsabilidad. En caso de que graves motivos realmente lo requieran, los obispos, en sus propias diócesis y a través de sus comités revisores diocesanos, podrán aplicar a la lista nacional---que deben utilizar normas aplicables a toda la nación---tales criterios severos como puedan ser exigidos por el carácter de la región, e incluso pueden censurar películas que fueron admitidas en la lista general.
Películas en Salones Parroquiales
La mencionada Oficina se ocupará asimismo de la organización de las salas de cine existentes pertenecientes a las parroquias y asociaciones católicas, de modo que se les garanticen películas aprobadas y debidamente revisadas. Mediante la organización de estas salas, las cuales la industria del cine a menudo reconoce como buenos clientes, será posible presentar una nueva demanda, es decir, que la industria produzca películas que se ajusten totalmente a nuestras normas. Estas películas pueden ser fácilmente exhibidas no sólo en las salas de católicos, sino también en otras.
Nos damos cuenta de que el establecimiento de esa Oficina supondrá cierto sacrificio y un cierto gasto para los católicos de los distintos países. Sin embargo, la gran importancia de la cinematografía y la necesidad de salvaguardar la moral del pueblo cristiano y de toda la nación hacen que este sacrificio sea más que justificado. De hecho, la eficacia de nuestras escuelas, de nuestras asociaciones católicas, e incluso de nuestras iglesias es reducida y puesta en peligro por la plaga de películas malas y perniciosas.
Se debe tener cuidado de que la Oficina esté compuesta de personas que estén familiarizadas con la técnica del cine y que, al mismo tiempo, estén bien firmes en los principios de la moral y doctrina católica. Deben, además, estar bajo la orientación y la supervisión directa de un sacerdote elegido por los obispos.
Intercambio de Información
Un intercambio mutuo de asesoramiento e información entre las Oficinas de los distintos países conducirá a una mayor eficacia y armonía en la labor de revisión de las películas, mientras que se prestará la debida atención a las diversas condiciones y circunstancias. De este modo será posible lograr la unidad de perspectiva en los juicios y en las comunicaciones que aparecen en la prensa católica del mundo.
Estas oficinas se beneficiarán no sólo de los experimentos realizados en los Estados Unidos, sino también de la labor que los católicos de otros países han logrado en el campo cinematográfico.
Aunque los empleados de la Oficina---con la mejor buena voluntad e intenciones--- cometiesen un error ocasional, como sucede en todos los asuntos humanos, los obispos, en su prudencia pastoral, sabrán cómo aplicar recursos efectivos y salvaguardar en todas las formas posibles la autoridad y el prestigio de la propia Oficina. Esto puede hacerse mediante el fortalecimiento del personal con hombres más influyentes o sustituyendo a los que han demostrado ser no del todo aptos para una posición de confianza tan delicada.
Vigilancia Cuidadosa
Si los obispos del mundo asumen su parte en el ejercicio de esta vigilancia minuciosa sobre el cine---y no tenemos duda de esto pues conocemos su celo pastoral---sin duda realizarán una gran obra para la protección de la moral de su pueblo en sus horas de ocio y recreación. Obtendrán la aprobación y el beneplácito de todos los hombres de pensamiento correcto, católicos y no católicos, y ayudarán a asegurar que una gran fuerza internacional---la cinematografía---se oriente hacia el noble fin de promover los más altos ideales y los verdaderos estándares de vida.
Que estos deseos y oraciones que hemos derramado desde el corazón de un padre puede ganar en virtud, implorar la ayuda de la gracia de Dios y en compromiso de ello imparto a vosotros, Venerables Hermanos, y al clero y pueblo confiado a ustedes, nuestra amorosa Bendición Apostólica.
Dada en Roma, en la Catedral de San Pedro, el 29 de junio, Fiesta de Santos Pedro y Pablo, en el año 1936, el decimoquinto de nuestro Pontificado. PP. Pío XI.

NOTAS:
1.. A.A.S., 1930, vol. XXII, pág. 82.
2. De la Misa del Tercer Domingo después de Pentecostés.
Traducida del inglés por Luz María Hernández Medina para la Enciclopedia Católica

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