SUMARIO
I.
Las indicaciones de los manuales preconciliares:
1. Distinciones fundamentales;
2. Las "reglas para los escrupulosos";
3. Problemas abiertos.
1. Distinciones fundamentales;
2. Las "reglas para los escrupulosos";
3. Problemas abiertos.
II.
Aportaciones de la psicología contemporánea:
1. Génesis psicológica del sentido moral;
2. Manifestaciones de la psicopatología del sentido moral.
1. Génesis psicológica del sentido moral;
2. Manifestaciones de la psicopatología del sentido moral.
III.
Líneas de intervención:
1. ¿Una educación no represiva?;
2. Tratamiento psicológico y confrontación con lo real;
3. Confesión de los pecados y esperanza en el don de Dios:
a) Escrúpulo y responsabilidad moral,
b) El encuentro liberador con el Padre,
c) Conclusiones en el campo pastoral.
1. ¿Una educación no represiva?;
2. Tratamiento psicológico y confrontación con lo real;
3. Confesión de los pecados y esperanza en el don de Dios:
a) Escrúpulo y responsabilidad moral,
b) El encuentro liberador con el Padre,
c) Conclusiones en el campo pastoral.
La
l conciencia es en última instancia el criterio decisivo de la moralidad y hay
que seguirla también cuando se equivoca sin culpa; de ahí se deriva la
importancia del problema de los escrúpulos y de otros fenómenos que pueden
calificarse como enfermedades de la conciencia. Nos ocuparemos de los criterios
que la tradición nos presenta a este propósito (I) e intentaremos
profundizarlos a la luz de los conocimientos que la psicología pone a nuestra
disposición con vistas a una terapia (II-III).
I.
Las indicaciones de los manuales preconciliares
1.
DISTINCIONES FUNDAMENTALES. La conciencia escrupulosa se define, siguiendo a san
Alfonso, como aquella "que por motivos leves, sin causa o fundamento
razonable, a menudo teme el pecado donde de hecho no existe" (E. GENICOT, I,
46); esto se manifiesta tanto en el discernimiento que precede a la acción como
luego, en el miedo de haber cometido pecado mortal. Se había advertido que el
escrúpulo se refiere siempre a las faltas "mortales" y que no se
manifiesta necesariamente en todos los campos de la moral, ya que habitualmente
afecta a sectores particulares (ib, 47). Es siempre muy importante la distinción
entre la escrupulosidad verdadera y la transitoria (que no es más que un
momento del crecimiento) y, sobre todo, de la conciencia timorata, que intenta
evitar el mal incluso en sus formas menos graves. Lo que caracteriza a la
conciencia timorata es la ausencia de aquella angustia e incapacidad de
conseguir la paz interior, que distingue, en cambio, a la conciencia
escrupulosa.
2.
LAS "REGLAS PARA LOS ESCRUPULOSOS". Aunque nadie puede sustituir a la
conciencia de otro, hay que ayudar al escrupuloso; pero la dificultad está
justamente en el hecho de que el interesado pide ayuda sólo de palabra y no se
atiene a lo que se le sugiere. Por eso los tratados tradicionales intentaban
resolver las dificultades de los confesores con las "reglas para los
escrupulosos": que el escrupuloso obre a pesar de cualquier duda, que
emplee un esfuerzo mediano en el examen de conciencia y no repita por ningún
motivo las confesiones ya hechas; el confesor o director espiritual, una vez que
se ha cerciorado de que tiene que habérselas con un escrupuloso, no le permita
exponer muy por extenso sus tormentos interiores, sino que más bien invítele a
acercarse a la comunión eucárística; dé respuestas claras sin vacilar, y
generalmente no aduzca las razones de las directrices señaladas (E. GENICOT, I,
48s).
3.
PROBLEMAS ABIERTOS. Estas orientaciones revelan ciertamente una notable
experiencia pastoral y buena sensibilidad psicológica, al menos en relación
con los datos científicos de que se disponía en el pasado. Las mayores
reservas que pueden nacer hoy a la luz del aumento de los conocimientos psicológicos,
se refieren a la determinación de quienes son los destinatarios de las
"reglas", dado que la distinción entre conciencia
escrupulosa y conciencia normal no parece haberse fijado de modo neto y que los
casos de patología del sentido moral se ha visto que son muy variados. Es
cierto que la praxis tradicional dejaba un amplio margen a la sensatez del
confesor, pero quizá hubiera sido útil recordar más explícitamente la
exigencia de estudiar los detalles de los casos en particular. El consejo de no
explicar las razones de las directrices dadas estaba justificado por la
exigencia de poner al confesor en guardia para no entrar en el juego de una
imaginación enferma con daño propio y del penitente; pero corría el riesgo de
colocar a este último en situación de dependencia y de irresponsabilidad, de
favorecer la fuga de los problemas reales y de crear un bloqueo del crecimiento
moral. Mas en especial era casi inexistente la reflexión teológica sobre el
problema de la psicopatología del sentido moral y sobre la función que la fe
puede tener en estos casos. A continuación se expondrán algunos elementos que
nos ofrece la psicología contemporánea, que pueden ser útiles para la
reflexión teológico-moral y para la formación de la conciencia cristiana.
II.
Aportaciones de la psicología contemporánea
[l Ciencias humanas y ética]
1.
GÉNESIS PSICOLÓGICA DEL SENTIDO MORAL. El
desarrollo del sentido moral está ligado al desarrollo psíquico de la persona.
A la luz de la práctica psicoterapéutica, el hombre se presenta desde su
nacimiento como movido por la pulsión, una fuerza que no conoce límites y en
la que, por lo menos en los primeros años de vida, no aparecen otras
finalidades esenciales que la de buscar una satisfacción material y afectiva.
Una fuerza así caracterizada no puede menos de chocar con las prohibiciones
impuestas por la vida en común, y sobre todo por los padres, de los cuales
depende la vida entera del niño. El miedo imaginario de perder su afecto hace
que el hijo no sólo bloquee la acción prohibida, sino sobre todo que
introyecte y haga suya la instancia prohibitiva, creándose un superyó
irreprochable, una pseudoconciencia de naturaleza psíquica, que apela a la sola
angustia y remueve del campo de la conciencia cualquier representación del
objeto prohibido. Es importante para el teólogo moralista recordar que esta
angustia es particularmente profunda en cuanto significa sentirse rechazado como
persona, y, por otro lado, que la fuerza originaria de la pulsión, una vez
reprimida, no se destruye, sino que incluso se vuelve más insistente y
obsesiva.
Esta
situación conflictiva originaria puede tener dos líneas de desarrollo. Cuando
el conflicto no es superado (y "se repite" cuantas veces el sujeto,
también adulto, se encuentre ante una ley), la valencia agresiva de la pulsión
rechazada se revuelve contra el sujeto en forma de sentido de culpa, angustia
que no está ligada a una falta particular, sino a la presencia (oscura respecto
a su origen y a sus fines) del deseo rechazado en toda su violencia. Estas
consecuencias negativas se superan cuando el sujeto comprende que la instancia
prohibitiva (el padre y los sucesivos representantes de la autoridad) no quieren
bloquear la fuerza del deseo, sino orientarla hacia metas no imaginarias, y se
le presenta no como concurrente, sino como modelo y promesa de un futuro mejor.
En este caso la pulsión no es negada, sino guiada a fines constructivos en lo
real, hacia un equilibrio afectivo y una capacidad de percibir los valores
humanos auténticos (la llamada "sublimación'~.
2.
MANIFESTACIONES DE LA PSICOPATOLOGÍA DEL SENTIDO MORAL. Las consecuencias de no
superar el conflicto entre pulsión y ley son muy varias. En el caso clásico
del escrupuloso encontramos una incapacidad para distinguir entre faltas
importantes y secundarias; tormentos por saber si una acción o un pensamiento
han sido libremente queridos; búsqueda ansiosa de seguridades con repetición
obsesiva consiguiente de exámenes de conciencia y de confesiones; retorno
compulsivo del deseo del "fruto prohibido", particularmente violento
justamente por haber sido rechazado. Es importante notar la escasa preocupación
del escrupuloso por los daños eventualmente ocasionados a los demás; se
pregunta sólo si él, personalmente, es responsable de un pecado
"mortal". Todo esto es signo del carácter egocéntrico del sentido
psicológico de culpa, de su dependencia de las fuerzas instintivas ciegas,
incapaces de aceptar los límites de lo real, y sobre todo la posibilidad de ser
perdonados.
Sin
embargo, es importante notar que las manifestaciones de este conflicto no sé
reducen al caso del escrúpulo, sino que asumen formas diversas, que pueden
tener consecuencias no menos graves para el individuo y para la sociedad. En
efecto, contra el sentido de culpa la psique se defiende sobre todo con el
"desplazamiento" de las fuerzas pulsionales reprimidas hacia objetos
que no despiertan las sospechas del superyó. En el caso más clásico, se pasa
de la "libido normal" a la "libido dominandi" (A. HESNARD,
94), dando lugar a una castidad ácida y agresiva, a una desculpabilización
indebida de sectores de la moral no afectados por la prohibición infantil... De
ahí nacen, en las relaciones humanas, situaciones falsas, difíciles de
afrontar, porque los verdaderos móviles de la acción se ocultan detrás de
racionalizaciones y compensaciones, y porque no se reconoce el carácter ambiguo
de ciertas formas de perfeccionismo que tienen su origen en un profundo rechazo
de la realidad y de los límites que ella impone.
Tampoco
el fenómeno de la conciencia lapsa hay que verlo siempre como búsqueda
voluntaria de soluciones fáciles. Con frecuencia, bajo actitudes de aireada
insensibilidad a algunos valores morales se oculta la misma angustia
inauténtica de culpa infantil, que es rechazada y se transforma en su
contrario, en una reacción de rechazo radical respecto a cualquier ley y
autoridad. Es éste un fenómeno normal en la adolescencia, pero en algún caso
se presenta como una actitud estable. $n diversos casos el sentido de culpa es
superado justamente mediante la realización del acto prohibido; ello se explica
por el hecho de que la angustia ligada al sentido de culpa no nace de actos
culpables, sino del conflicto "inconsciente" entre deseo y ley. Es
posible, pues, defenderse contra semejante angustia ateniéndose
escrupulosamente a las leyes, pero también rechazándolas o realizando de hecho
el deseo prohibido. Esto puede verificarse en el caso de delincuentes que se
presentan como enteramente amorales; pero es más fácil encontrarlo en
fenómenos masturbatorios, con los cuales se descarga la angustia nacida de la
pulsión reprimida, con el resultado práctico de agudizar el sentido mismo de
culpa y de establecer una "coacción a repetir" que implica una
dependencia análoga a la causada por las drogas. Algo análogo puede ocurrir en
ciertas manifestaciones agresivas, en la búsqueda de experiencias
extramatrimoniales o con otros medios con los que se intenta resolver problemas
psíquicos más profundos.
Un
mecanismo de defensa particularmente peligroso es la proyección de la culpa en
"chivos expiatorios" (judíos o árabes conservadores o progresistas,
etc.) designados por algún-líder carismático que asume el papel de padre juez
investido del poder de indicar a los culpables de los males sociales; contra
ellos es lícito y obligado orientar el desahogo de las tendencias agresivas
rechazadas (cf F. FORNARI, bibl.). Por desgracia, asistimos hoy al renacer de
este fenómeno también en clave de fanatismo religioso. El actual permisivismo
de diversas formas de /erotismo barato puede leerse de modo muy similar. H.
Marcuse habla (bibl.) a este propósito de desublimación represiva, o sea de la
oferta de un desahogo inadecuado para compensar las renuncias impuestas por las
exigencias de la producción.
III.
Líneas de intervención
Ahora
se verá cómo pueden articularse las aportaciones centrales de la psicología
con el discurso ético y de fe.
1.
¿UNA EDUCACIÓN NO REPRESIVA? Basándose en cuanto se ha observado sobre las
consecuencias del conflicto de la pulsión con la ley, se han desarrollado,
sobre todo en los años sesenta, teorías según las cuales el sentido de culpa
es necesariamente patológico y causa de violenta agre= sividad; por eso hay que
eliminarlo con una educación que no frustre las exigencias pulsionales. En
general, estas concepciones han sido rechazadas por las grandes escuelas
psicológicas, que contemplan tanto la excesiva severidad como la demasiada
indulgencia como hechos negativos que; diversamente, llegan a idénticas
consecuencias. Más aún: ante la pulsión dejada a sí misma, el sujeto cae
habitualmente en una forma de angustia todavía peor, pues, no habiendo
aprendido a enfrentarse con la realidad afrontando los riesgos que la vida exige
al que desea realizar algo, permanece bloqueado por la angustia frente a su
mismo deseo, víctima de cualquier "droga" que le permita la huida de
los conflictos existenciales. Para favorecer la superación positiva del
conflicto infantil, la educación ha de expresar tanto el afecto como la
decisión de un guía seguro. Las reprensiones no pueden menos de existir:
conducen el deseo imaginario a la medida de lo real; pero es fundamental que no
se destruya el ambiente de aceptación y de amor que, incluso cuando se
equivoca, necesita el niño y del que no debe poder dudar jamás. Es importante
el modo de hacer la reprensión; por ejemplo, una expresión de cólera, igual
que un permisivo dejar correr, puede entenderlos el niño, incapaz de
relativizar sus sentimientos, como odio o abandono, representando así una
frustración efectivamente patógena. Lo que mejor que todo guiará a los padres
en la búsqueda del justo equilibrio en sus intervenciones educativas será un
amor que no sea posesión, la cual se muestra, por ejemplo, intentando que los
hijos den satisfacciones y realicen cuanto los padres no han conseguido realizar
ellos mismos; sobre todo se manifiesta en la incapacidad para favorecer en ellos
el desarrollo de una personalidad autónoma.
2.
TRATAMIENTO-PSICOLóGICO Y CONFRONTACIÓN CON LO REAL. La terapia analítica-no
mira a la eliminación de las prohibiciones, sino a que se dé expresión
simbólica a los conflictos reprimidos. Se trata de una técnica que,
análogamente a la del arqueólogo, tiende en el curso de la relación de transfert
que se establece entre paciente y terapeuta a identificar las huellas de las
experiencias pasadas e interpretarlas. En esa relación "se
repite" el pasado, en el sentido de que el paciente revive sus emociones
antiguas orientándolas hacia el terapeuta, es decir, a una persona que no entra
en el juego de sus conflictos y compensaciones afectivas, no proyecta sobre él
sus problemas personales, no pronuncia juicios ni de condena ni de aprobación,
por lo cual representa para él la realidad con sus exigencias y sus límites.
En este contexto las expresiones de los afectos, arrancadas al influjo de los
conflictos infantiles, pueden interpretarse y verse en su verdad,
convirtiéndose así en una palabra capaz de integrarse en el discurso
consciente y libre del sujeto: la demasía que caracterizaba las manifestaciones
originarias de la búsqueda del placer y de la aprobación por parte del
superyó se confronta explícitamente con las exigencias de lo real, en
particular con las exigencias de las otras personas.
-La
terapia analítica conduce al sujeto a reconocer los límites de diverso tipo
que le impone lo real (cf A. VERGOTE, L ética...), pero esto no
significa que se realice automáticamente un equilibrio humano pleno. En efecto,
siendo la pulsión una fuerza vital del hombre, no se la puede destruir o
regular de modo puramente voluntario; hay que descubrir nuevas metas y valores
existenciales hacia los cuales orientar aquellas energías, metas que sean
social y humanamente aceptables. Es el proceso que Freud (cf Psicoanálisis,
1562-1563) llama sublimación, pero que quizá sea mejor denominar
canalización, como se expresan algunos psicólogos personalistas. En todo caso,
la obra de purificación de la psicoterapia ha de integrarse en el nivel de los
valores conscientemente aceptados, En este punto le compete un papel específico
al consejero espiritual.
3.
CONFESIÓN DE LOS PECADOS Y ESPERANZA EN EL DON DE DIOS.
a)
Escrúpulo y responsabilidad moral. Si el escrupuloso descubre culpas y
responsabilidades incluso donde manifiestamente no existen, no hay que concluir
por eso que deba ser "desculpabilizado" en forma global. Una
interpretación ética de los datos psicológicos nos permite ver que, para
realizarse como hombre, el escrupuloso debe ante todo "hacerse libre"
(cf Jn 8,36) utilizando todas las posibilidades que se le ofrecen de
superar sus bloqueos interiores. No se puede excluir a priori alguna
responsabilidad moral del sujeto por no haber desarrollado un esfuerzo
suficiente para intentar salir del círculo vicioso que hace estéril su
existencia. "El que desobedece a su conciencia en el campo de las
relaciones omnicomprensivas de la ley del amor, tiende a refugiarse en el
esfuerzo asfixiante y restringido de cumplir los más mínimos detalles de
algunas leyes, para esconderse a sí mismo y a los otros su apatía y su laxismo
en las áreas realmente importantes de la moral" (B. Haring). Semejante
actitud, prosigue el autor, citando a san Alfonso, nace de una falsa imagen de
Dios, visto como un tirano siempre pronto a castigar.
Es
claro que la medida de esta eventual responsabilidad del escrupuloso es muy.
difícil de determinar. Lo que importa aclarar es la negatividad objetiva de la
actitud como tal. Desde un punto de vista más psicológico, A. Vergote (La
peine...) observa que la pretensión de ser justo con las propias fuerzas,
igual que el rechazo de la ley misma para justificar las propias
transgresiones,. representan dos modos diversos pero igualmente inauténticos de
afirmar la propia inocencia, entendida como búsqueda narcisista de no tener.
necesidad del perdón de nadie, de no depender ni de Dios ni de los hombres; en
ambos casos se trata de una actitud inauténtica de autosuficiencia.
b)
El encuentro liberador con el Padre. La psicología estudia la génesis del
sentido moral más o menos inauténtico, descubriendo, por consiguiente, los
límites de la responsabilidad humana. La revelación tiende no tanto a medir el
grado de la responsabilidad cuanto a liberar al hombre orientándolo hacia el
futuro, haciéndole superar el peso de su pasado en la experiencia del encuentro
con el Padre, que pronuncia sobre el pecador una palabra de reconciliación y le
reconoce de pleno derecho como hijo (cf Lc 15). Estamos, pues, fuera de la
lógica psicológicamente ambigua del juicio moral sobre la persona; tal juicio
si se lo pronuncia antes de la vuelta definitiva de Cristo, es condenado
enérgicamente (cf 1Cor 4,3s; Mt 7,Is). La Biblia no se hace ilusiones sobre el
hombre y subraya fuertemente los límites humanos, lo trágico de la vida, el
pecado; el hombre está llamado a tomar conciencia de todo esto, a expresar y
confesar su propia culpa, a abandonar sus propias máscaras; pero la salvación
y la paz no son vistas en la Escritura como fundadas en la profundidad de esta
concienciación, sino sólo en la fe en el amor de Dios, que en Cristo nos
reconoce como hijos.
El
verdadero impedimento para recibir el don de la liberación no son las
transgresiones más o menos graves y voluntarias, sino la pretensión humana de
la autosuficiencia, de la autonomía total, que esconde la propia desnudez
radical (cf Gén 3). De esta pretensión nace tanto la búsqueda ansiosa,
típica del escrupuloso, de una seguridad basada en la propia justicia, como el
endurecimiento del corazón y la autojustificación del que rehúsa reconocerse
pecador. Esta negativa a reconocer la propia ceguera (cf Jn 9,40) impide la
acción de Dios; por el contrario, el pecado reconocido y perdonado es fuente de
una confianza muy fuerte -por estar basada no
en sí mismo, sino en Dios-, que permite concentrar las fuerzas propias en el
esfuerzo por seguir a Cristo para la realización de su reino en la historia. De
esto no se sigue siempre que el escrupuloso no sufra ya por sus dudas; en la
medida en que no consiga superarlas con los medios normales y con la ayuda del
psicólogo, este malestar podrá aceptarlo con la fe como un modo de participar
en los sufrimientos redentores de Cristo.
c)
Conclusiones en el campo pastoral. Las palabras tranquilizadoras de quien,
siguiendo las "reglas" tradicionales, quiere convencer al escrupuloso
de lo infundado de su ansiedad se rechazan a menudo como inconvenientes. De
hecho la ansiedad del escrupuloso no es un problema moral; fundamentalmente es
un problema psicológico que, como tal, cae fuera de la competencia del
sacerdote. El pastor deberá ser consciente de la delicadeza de los equilibrios
psíquicos subyacentes al sentido moral y de la diversidad que estos fenómenos
asumen en las diferentes personas. Del psicólogo deberá aprender actitudes de
fondo y técnicas para mantener válidamente un diálogo sin entrar en el campo
de la psique profunda, en el que carece de competencia, y si lo hiciera,
correría el riesgo de exponer a falsificaciones su propia acción espiritual
más específica.
Puesto
que las diversas formas de psicopatología del sentido moral dependen todas del
conflicto infantil, común a todos los hombres, entre pulsión y ley, el
discurso sobre el escrúpulo hay que introducirlo en el discurso de conjunto
sobre la formación de la conciencia moral. En efecto, si el anuncio moral
habitual se hace de un modo legalista y usa un lenguaje afín al del superyó
infantil, el escrupuloso, a pesar de cuanto se le diga en contra, se verá
siempre empujado hacia sus angustias
imaginarias y no se percatará nunca de que en su caso se debe hacer una
excepción al rigor de la ley interpretada con la máxima minuciosidad. Esta
presentación jurídica de la moral favorecerá igualmente a las otras formas de
defensa del sentido de culpa que en varios modos permiten enmascarar el egoísmo
humano. Para ayudar a las personas a superar estas diversas formas de
inautenticidad, el guía espiritual debería seguir sustancialmente el camino
indicado por la Escritura. En efecto, en el encuentro con el Padre el hombre se
percibe a sí mismo en la verdad; las máscaras y las seguridades ilusorias tras
las cuales se ocultaba su egoísmo son denunciadas con lucidez total y sin
excusas, pero a la vez son vistas en su total inutilidad, ya que la salvación
es ofrecida en todo caso como don del Padre, que nos llama a no remover o
excusar nuestro pasado, sino a abrirnos a la confianza en su perdón y a
proseguir esta historia de la misericordia aceptando y perdonando a nuestros
hermanos. De este amor deberían ser siempre vivo testimonio el diálogo
penitencial, la predicación y la actitud del creyente.
[l
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chrétiens de la dérive pathologique, Seuil, París 1978.
G.
Rossi
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