jueves, 14 de abril de 2016

ESCRÚPULO. TEOLOGÍA MORAL.

SUMARIO
I. Las indicaciones de los manuales preconciliares:
1.
Distinciones fundamentales;
2. Las "reglas para los escrupulosos";
3. Problemas abiertos. 
II. Aportaciones de la psicología contemporánea:
1.
Génesis psicológica del sentido moral;
2. Manifestaciones de la psicopatología del sentido moral. 
III. Líneas de intervención:
1.
¿Una educación no represiva?;
2. Tratamiento psicológico y confrontación con lo real;
3. Confesión de los pecados y esperanza en el don de Dios: 
    a)
Escrúpulo y responsabilidad moral, 
    b)
El encuentro liberador con el Padre,
    c) Conclusiones en el campo pastoral.
La l conciencia es en última instancia el criterio decisivo de la moralidad y hay que seguirla también cuando se equivoca sin culpa; de ahí se deriva la importancia del problema de los escrúpulos y de otros fenómenos que pueden calificarse como enfermedades de la conciencia. Nos ocuparemos de los criterios que la tradición nos presenta a este propósito (I) e intentaremos profundizarlos a la luz de los conocimientos que la psicología pone a nuestra disposición con vistas a una terapia (II-III).
I. Las indicaciones de los manuales preconciliares
1. DISTINCIONES FUNDAMENTALES. La conciencia escrupulosa se define, siguiendo a san Alfonso, como aquella "que por motivos leves, sin causa o fundamento razonable, a menudo teme el pecado donde de hecho no existe" (E. GENICOT, I, 46); esto se manifiesta tanto en el discernimiento que precede a la acción como luego, en el miedo de haber cometido pecado mortal. Se había advertido que el escrúpulo se refiere siempre a las faltas "mortales" y que no se manifiesta necesariamente en todos los campos de la moral, ya que habitualmente afecta a sectores particulares (ib, 47). Es siempre muy importante la distinción entre la escrupulosidad verdadera y la transitoria (que no es más que un momento del crecimiento) y, sobre todo, de la conciencia timorata, que intenta evitar el mal incluso en sus formas menos graves. Lo que caracteriza a la conciencia timorata es la ausencia de aquella angustia e incapacidad de conseguir la paz interior, que distingue, en cambio, a la conciencia escrupulosa.
2. LAS "REGLAS PARA LOS ESCRUPULOSOS". Aunque nadie puede sustituir a la conciencia de otro, hay que ayudar al escrupuloso; pero la dificultad está justamente en el hecho de que el interesado pide ayuda sólo de palabra y no se atiene a lo que se le sugiere. Por eso los tratados tradicionales intentaban resolver las dificultades de los confesores con las "reglas para los escrupulosos": que el escrupuloso obre a pesar de cualquier duda, que emplee un esfuerzo mediano en el examen de conciencia y no repita por ningún motivo las confesiones ya hechas; el confesor o director espiritual, una vez que se ha cerciorado de que tiene que habérselas con un escrupuloso, no le permita exponer muy por extenso sus tormentos interiores, sino que más bien invítele a acercarse a la comunión eucárística; dé respuestas claras sin vacilar, y generalmente no aduzca las razones de las directrices señaladas (E. GENICOT, I, 48s).
3. PROBLEMAS ABIERTOS. Estas orientaciones revelan ciertamente una notable experiencia pastoral y buena sensibilidad psicológica, al menos en relación con los datos científicos de que se disponía en el pasado. Las mayores reservas que pueden nacer hoy a la luz del aumento de los conocimientos psicológicos, se refieren a la determinación de quienes son los destinatarios de las "reglas", dado que la distinción entre conciencia escrupulosa y conciencia normal no parece haberse fijado de modo neto y que los casos de patología del sentido moral se ha visto que son muy variados. Es cierto que la praxis tradicional dejaba un amplio margen a la sensatez del confesor, pero quizá hubiera sido útil recordar más explícitamente la exigencia de estudiar los detalles de los casos en particular. El consejo de no explicar las razones de las directrices dadas estaba justificado por la exigencia de poner al confesor en guardia para no entrar en el juego de una imaginación enferma con daño propio y del penitente; pero corría el riesgo de colocar a este último en situación de dependencia y de irresponsabilidad, de favorecer la fuga de los problemas reales y de crear un bloqueo del crecimiento moral. Mas en especial era casi inexistente la reflexión teológica sobre el problema de la psicopatología del sentido moral y sobre la función que la fe puede tener en estos casos. A continuación se expondrán algunos elementos que nos ofrece la psicología contemporánea, que pueden ser útiles para la reflexión teológico-moral y para la formación de la conciencia cristiana.
II. Aportaciones de la psicología contemporánea
[l Ciencias humanas y ética]
1. GÉNESIS PSICOLÓGICA DEL SENTIDO MORAL. El desarrollo del sentido moral está ligado al desarrollo psíquico de la persona. A la luz de la práctica psicoterapéutica, el hombre se presenta desde su nacimiento como movido por la pulsión, una fuerza que no conoce límites y en la que, por lo menos en los primeros años de vida, no aparecen otras finalidades esenciales que la de buscar una satisfacción material y afectiva. Una fuerza así caracterizada no puede menos de chocar con las prohibiciones impuestas por la vida en común, y sobre todo por los padres, de los cuales depende la vida entera del niño. El miedo imaginario de perder su afecto hace que el hijo no sólo bloquee la acción prohibida, sino sobre todo que introyecte y haga suya la instancia prohibitiva, creándose un superyó irreprochable, una pseudoconciencia de naturaleza psíquica, que apela a la sola angustia y remueve del campo de la conciencia cualquier representación del objeto prohibido. Es importante para el teólogo moralista recordar que esta angustia es particularmente profunda en cuanto significa sentirse rechazado como persona, y, por otro lado, que la fuerza originaria de la pulsión, una vez reprimida, no se destruye, sino que incluso se vuelve más insistente y obsesiva.
Esta situación conflictiva originaria puede tener dos líneas de desarrollo. Cuando el conflicto no es superado (y "se repite" cuantas veces el sujeto, también adulto, se encuentre ante una ley), la valencia agresiva de la pulsión rechazada se revuelve contra el sujeto en forma de sentido de culpa, angustia que no está ligada a una falta particular, sino a la presencia (oscura respecto a su origen y a sus fines) del deseo rechazado en toda su violencia. Estas consecuencias negativas se superan cuando el sujeto comprende que la instancia prohibitiva (el padre y los sucesivos representantes de la autoridad) no quieren bloquear la fuerza del deseo, sino orientarla hacia metas no imaginarias, y se le presenta no como concurrente, sino como modelo y promesa de un futuro mejor. En este caso la pulsión no es negada, sino guiada a fines constructivos en lo real, hacia un equilibrio afectivo y una capacidad de percibir los valores humanos auténticos (la llamada "sublimación'~.
2. MANIFESTACIONES DE LA PSICOPATOLOGÍA DEL SENTIDO MORAL. Las consecuencias de no superar el conflicto entre pulsión y ley son muy varias. En el caso clásico del escrupuloso encontramos una incapacidad para distinguir entre faltas importantes y secundarias; tormentos por saber si una acción o un pensamiento han sido libremente queridos; búsqueda ansiosa de seguridades con repetición obsesiva consiguiente de exámenes de conciencia y de confesiones; retorno compulsivo del deseo del "fruto prohibido", particularmente violento justamente por haber sido rechazado. Es importante notar la escasa preocupación del escrupuloso por los daños eventualmente ocasionados a los demás; se pregunta sólo si él, personalmente, es responsable de un pecado "mortal". Todo esto es signo del carácter egocéntrico del sentido psicológico de culpa, de su dependencia de las fuerzas instintivas ciegas, incapaces de aceptar los límites de lo real, y sobre todo la posibilidad de ser perdonados.
Sin embargo, es importante notar que las manifestaciones de este conflicto no sé reducen al caso del escrúpulo, sino que asumen formas diversas, que pueden tener consecuencias no menos graves para el individuo y para la sociedad. En efecto, contra el sentido de culpa la psique se defiende sobre todo con el "desplazamiento" de las fuerzas pulsionales reprimidas hacia objetos que no despiertan las sospechas del superyó. En el caso más clásico, se pasa de la "libido normal" a la "libido dominandi" (A. HESNARD, 94), dando lugar a una castidad ácida y agresiva, a una desculpabilización indebida de sectores de la moral no afectados por la prohibición infantil... De ahí nacen, en las relaciones humanas, situaciones falsas, difíciles de afrontar, porque los verdaderos móviles de la acción se ocultan detrás de racionalizaciones y compensaciones, y porque no se reconoce el carácter ambiguo de ciertas formas de perfeccionismo que tienen su origen en un profundo rechazo de la realidad y de los límites que ella impone.
Tampoco el fenómeno de la conciencia lapsa hay que verlo siempre como búsqueda voluntaria de soluciones fáciles. Con frecuencia, bajo actitudes de aireada insensibilidad a algunos valores morales se oculta la misma angustia inauténtica de culpa infantil, que es rechazada y se transforma en su contrario, en una reacción de rechazo radical respecto a cualquier ley y autoridad. Es éste un fenómeno normal en la adolescencia, pero en algún caso se presenta como una actitud estable. $n diversos casos el sentido de culpa es superado justamente mediante la realización del acto prohibido; ello se explica por el hecho de que la angustia ligada al sentido de culpa no nace de actos culpables, sino del conflicto "inconsciente" entre deseo y ley. Es posible, pues, defenderse contra semejante angustia ateniéndose escrupulosamente a las leyes, pero también rechazándolas o realizando de hecho el deseo prohibido. Esto puede verificarse en el caso de delincuentes que se presentan como enteramente amorales; pero es más fácil encontrarlo en fenómenos masturbatorios, con los cuales se descarga la angustia nacida de la pulsión reprimida, con el resultado práctico de agudizar el sentido mismo de culpa y de establecer una "coacción a repetir" que implica una dependencia análoga a la causada por las drogas. Algo análogo puede ocurrir en ciertas manifestaciones agresivas, en la búsqueda de experiencias extramatrimoniales o con otros medios con los que se intenta resolver problemas psíquicos más profundos.
Un mecanismo de defensa particularmente peligroso es la proyección de la culpa en "chivos expiatorios" (judíos o árabes conservadores o progresistas, etc.) designados por algún-líder carismático que asume el papel de padre juez investido del poder de indicar a los culpables de los males sociales; contra ellos es lícito y obligado orientar el desahogo de las tendencias agresivas rechazadas (cf F. FORNARI, bibl.). Por desgracia, asistimos hoy al renacer de este fenómeno también en clave de fanatismo religioso. El actual permisivismo de diversas formas de /erotismo barato puede leerse de modo muy similar. H. Marcuse habla (bibl.) a este propósito de desublimación represiva, o sea de la oferta de un desahogo inadecuado para compensar las renuncias impuestas por las exigencias de la producción.
III. Líneas de intervención
Ahora se verá cómo pueden articularse las aportaciones centrales de la psicología con el discurso ético y de fe.
1. ¿UNA EDUCACIÓN NO REPRESIVA? Basándose en cuanto se ha observado sobre las consecuencias del conflicto de la pulsión con la ley, se han desarrollado, sobre todo en los años sesenta, teorías según las cuales el sentido de culpa es necesariamente patológico y causa de violenta agre= sividad; por eso hay que eliminarlo con una educación que no frustre las exigencias pulsionales. En general, estas concepciones han sido rechazadas por las grandes escuelas psicológicas, que contemplan tanto la excesiva severidad como la demasiada indulgencia como hechos negativos que; diversamente, llegan a idénticas consecuencias. Más aún: ante la pulsión dejada a sí misma, el sujeto cae habitualmente en una forma de angustia todavía peor, pues, no habiendo aprendido a enfrentarse con la realidad afrontando los riesgos que la vida exige al que desea realizar algo, permanece bloqueado por la angustia frente a su mismo deseo, víctima de cualquier "droga" que le permita la huida de los conflictos existenciales. Para favorecer la superación positiva del conflicto infantil, la educación ha de expresar tanto el afecto como la decisión de un guía seguro. Las reprensiones no pueden menos de existir: conducen el deseo imaginario a la medida de lo real; pero es fundamental que no se destruya el ambiente de aceptación y de amor que, incluso cuando se equivoca, necesita el niño y del que no debe poder dudar jamás. Es importante el modo de hacer la reprensión; por ejemplo, una expresión de cólera, igual que un permisivo dejar correr, puede entenderlos el niño, incapaz de relativizar sus sentimientos, como odio o abandono, representando así una frustración efectivamente patógena. Lo que mejor que todo guiará a los padres en la búsqueda del justo equilibrio en sus intervenciones educativas será un amor que no sea posesión, la cual se muestra, por ejemplo, intentando que los hijos den satisfacciones y realicen cuanto los padres no han conseguido realizar ellos mismos; sobre todo se manifiesta en la incapacidad para favorecer en ellos el desarrollo de una personalidad autónoma.
2. TRATAMIENTO-PSICOLóGICO Y CONFRONTACIÓN CON LO REAL. La terapia analítica-no mira a la eliminación de las prohibiciones, sino a que se dé expresión simbólica a los conflictos reprimidos. Se trata de una técnica que, análogamente a la del arqueólogo, tiende en el curso de la relación de transfert que se establece entre paciente y terapeuta a identificar las huellas de las experiencias pasadas e interpretarlas. En esa relación "se repite" el pasado, en el sentido de que el paciente revive sus emociones antiguas orientándolas hacia el terapeuta, es decir, a una persona que no entra en el juego de sus conflictos y compensaciones afectivas, no proyecta sobre él sus problemas personales, no pronuncia juicios ni de condena ni de aprobación, por lo cual representa para él la realidad con sus exigencias y sus límites. En este contexto las expresiones de los afectos, arrancadas al influjo de los conflictos infantiles, pueden interpretarse y verse en su verdad, convirtiéndose así en una palabra capaz de integrarse en el discurso consciente y libre del sujeto: la demasía que caracterizaba las manifestaciones originarias de la búsqueda del placer y de la aprobación por parte del superyó se confronta explícitamente con las exigencias de lo real, en particular con las exigencias de las otras personas.
-La terapia analítica conduce al sujeto a reconocer los límites de diverso tipo que le impone lo real (cf A. VERGOTE, L ética...), pero esto no significa que se realice automáticamente un equilibrio humano pleno. En efecto, siendo la pulsión una fuerza vital del hombre, no se la puede destruir o regular de modo puramente voluntario; hay que descubrir nuevas metas y valores existenciales hacia los cuales orientar aquellas energías, metas que sean social y humanamente aceptables. Es el proceso que Freud (cf Psicoanálisis, 1562-1563) llama sublimación, pero que quizá sea mejor denominar canalización, como se expresan algunos psicólogos personalistas. En todo caso, la obra de purificación de la psicoterapia ha de integrarse en el nivel de los valores conscientemente aceptados, En este punto le compete un papel específico al consejero espiritual.
3. CONFESIÓN DE LOS PECADOS Y ESPERANZA EN EL DON DE DIOS.
a) Escrúpulo y responsabilidad moral. Si el escrupuloso descubre culpas y responsabilidades incluso donde manifiestamente no existen, no hay que concluir por eso que deba ser "desculpabilizado" en forma global. Una interpretación ética de los datos psicológicos nos permite ver que, para realizarse como hombre, el escrupuloso debe ante todo "hacerse libre" (cf Jn 8,36) utilizando todas las posibilidades que se le ofrecen de superar sus bloqueos interiores. No se puede excluir a priori alguna responsabilidad moral del sujeto por no haber desarrollado un esfuerzo suficiente para intentar salir del círculo vicioso que hace estéril su existencia. "El que desobedece a su conciencia en el campo de las relaciones omnicomprensivas de la ley del amor, tiende a refugiarse en el esfuerzo asfixiante y restringido de cumplir los más mínimos detalles de algunas leyes, para esconderse a sí mismo y a los otros su apatía y su laxismo en las áreas realmente importantes de la moral" (B. Haring). Semejante actitud, prosigue el autor, citando a san Alfonso, nace de una falsa imagen de Dios, visto como un tirano siempre pronto a castigar.
Es claro que la medida de esta eventual responsabilidad del escrupuloso es muy. difícil de determinar. Lo que importa aclarar es la negatividad objetiva de la actitud como tal. Desde un punto de vista más psicológico, A. Vergote (La peine...) observa que la pretensión de ser justo con las propias fuerzas, igual que el rechazo de la ley misma para justificar las propias transgresiones,. representan dos modos diversos pero igualmente inauténticos de afirmar la propia inocencia, entendida como búsqueda narcisista de no tener. necesidad del perdón de nadie, de no depender ni de Dios ni de los hombres; en ambos casos se trata de una actitud inauténtica de autosuficiencia.
b) El encuentro liberador con el Padre. La psicología estudia la génesis del sentido moral más o menos inauténtico, descubriendo, por consiguiente, los límites de la responsabilidad humana. La revelación tiende no tanto a medir el grado de la responsabilidad cuanto a liberar al hombre orientándolo hacia el futuro, haciéndole superar el peso de su pasado en la experiencia del encuentro con el Padre, que pronuncia sobre el pecador una palabra de reconciliación y le reconoce de pleno derecho como hijo (cf Lc 15). Estamos, pues, fuera de la lógica psicológicamente ambigua del juicio moral sobre la persona; tal juicio si se lo pronuncia antes de la vuelta definitiva de Cristo, es condenado enérgicamente (cf 1Cor 4,3s; Mt 7,Is). La Biblia no se hace ilusiones sobre el hombre y subraya fuertemente los límites humanos, lo trágico de la vida, el pecado; el hombre está llamado a tomar conciencia de todo esto, a expresar y confesar su propia culpa, a abandonar sus propias máscaras; pero la salvación y la paz no son vistas en la Escritura como fundadas en la profundidad de esta concienciación, sino sólo en la fe en el amor de Dios, que en Cristo nos reconoce como hijos.
El verdadero impedimento para recibir el don de la liberación no son las transgresiones más o menos graves y voluntarias, sino la pretensión humana de la autosuficiencia, de la autonomía total, que esconde la propia desnudez radical (cf Gén 3). De esta pretensión nace tanto la búsqueda ansiosa, típica del escrupuloso, de una seguridad basada en la propia justicia, como el endurecimiento del corazón y la autojustificación del que rehúsa reconocerse pecador. Esta negativa a reconocer la propia ceguera (cf Jn 9,40) impide la acción de Dios; por el contrario, el pecado reconocido y perdonado es fuente de una confianza muy fuerte -por estar basada no en sí mismo, sino en Dios-, que permite concentrar las fuerzas propias en el esfuerzo por seguir a Cristo para la realización de su reino en la historia. De esto no se sigue siempre que el escrupuloso no sufra ya por sus dudas; en la medida en que no consiga superarlas con los medios normales y con la ayuda del psicólogo, este malestar podrá aceptarlo con la fe como un modo de participar en los sufrimientos redentores de Cristo.
c) Conclusiones en el campo pastoral. Las palabras tranquilizadoras de quien, siguiendo las "reglas" tradicionales, quiere convencer al escrupuloso de lo infundado de su ansiedad se rechazan a menudo como inconvenientes. De hecho la ansiedad del escrupuloso no es un problema moral; fundamentalmente es un problema psicológico que, como tal, cae fuera de la competencia del sacerdote. El pastor deberá ser consciente de la delicadeza de los equilibrios psíquicos subyacentes al sentido moral y de la diversidad que estos fenómenos asumen en las diferentes personas. Del psicólogo deberá aprender actitudes de fondo y técnicas para mantener válidamente un diálogo sin entrar en el campo de la psique profunda, en el que carece de competencia, y si lo hiciera, correría el riesgo de exponer a falsificaciones su propia acción espiritual más específica.
Puesto que las diversas formas de psicopatología del sentido moral dependen todas del conflicto infantil, común a todos los hombres, entre pulsión y ley, el discurso sobre el escrúpulo hay que introducirlo en el discurso de conjunto sobre la formación de la conciencia moral. En efecto, si el anuncio moral habitual se hace de un modo legalista y usa un lenguaje afín al del superyó infantil, el escrupuloso, a pesar de cuanto se le diga en contra, se verá siempre empujado hacia sus angustias imaginarias y no se percatará nunca de que en su caso se debe hacer una excepción al rigor de la ley interpretada con la máxima minuciosidad. Esta presentación jurídica de la moral favorecerá igualmente a las otras formas de defensa del sentido de culpa que en varios modos permiten enmascarar el egoísmo humano. Para ayudar a las personas a superar estas diversas formas de inautenticidad, el guía espiritual debería seguir sustancialmente el camino indicado por la Escritura. En efecto, en el encuentro con el Padre el hombre se percibe a sí mismo en la verdad; las máscaras y las seguridades ilusorias tras las cuales se ocultaba su egoísmo son denunciadas con lucidez total y sin excusas, pero a la vez son vistas en su total inutilidad, ya que la salvación es ofrecida en todo caso como don del Padre, que nos llama a no remover o excusar nuestro pasado, sino a abrirnos a la confianza en su perdón y a proseguir esta historia de la misericordia aceptando y perdonando a nuestros hermanos. De este amor deberían ser siempre vivo testimonio el diálogo penitencial, la predicación y la actitud del creyente.
[l Acto humano; l Conciencia; l Pecado].
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G. Rossi

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