sábado, 4 de agosto de 2012

PASO DEL MAR ROJO.


De todas las historias del Antiguo Testamento, la más conocida es sin duda la del éxodo. Ésta cuenta cómo los israelitas lograron escapar de Egipto bajo la guía de Moisés, mientras el faraón y su ejército trataban inútilmente de alcanzarlos. Algunos la conocen por haberla leído en la Biblia. Otros, por haberla aprendido en el catecismo. Pero ha sido Hollywood quien la ha inmortalizado en la célebre escena de la película “Los Diez Mandamientos”, en la que un impecable Charlton Heston (en el papel de Moisés) logra con su bastón abrir espectacularmente las aguas del Mar Rojo, y formar con ellas dos inmensos diques a ambos lados para que los hebreos puedan huir de sus perseguidores egipcios.
Este suceso es considerado por los israelitas como el acontecimiento más importante de toda su historia, ya que a partir de ese momento Israel habría comenzado a existir como pueblo. Fue su “día de nacimiento”. Y el recuerdo de este episodio se volvió tan importante para el pueblo judío, que todo padre de familia debía enseñar a su hijo desde pequeño a repetir: “Nosotros éramos esclavos del faraón en Egipto, y Dios nos sacó de allí con gran poder” (Dt 6,21); “Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y esclavizaron. Pero clamamos a Dios, y Él nos escuchó y nos sacó de Egipto con su poder, haciendo cosas extraordinarias” (Dt 26,6-8).
Por eso la narración de la huida de Egipto, que se encuentra en el libro del Éxodo 13-15, es el centro de todo el Antiguo Testamento[1].

Un ejército que se agranda

Ahora bien, si leemos el texto bíblico, ¿qué podemos sacar en claro de lo que sucedió aquella noche? ¿Cómo fue que escaparon los hebreos? Esta pregunta es muy difícil de responder, porque el relato bíblico contiene una serie de contradicciones, incoherencias y detalles increíbles, que más bien parecen revelar que los relatos de la liberación de Egipto, por la importancia que tenían, fueron retocados y transformados precisamente para recalcar mejor el mensaje de fe que encerraban para los oyentes.
En efecto, si analizamos la narración (que se halla en Ex 14,5-31) leemos lo siguiente: “Cuando anunciaron al rey de Egipto que el pueblo de Israel había huido, el faraón y su gente dijeron: «¿Qué hemos hecho? Hemos dejado ir a los israelitas y ya no serán nuestros servidores». El faraón entonces hizo preparar su carro y partió con su tropa. Tomó 600 carros, todos los carros de Egipto, junto con sus guerreros”. (El faraón marchó, pues, únicamente con los carros y sus guerreros).
Los egipcios, es decir, todos los carros, los caballos, los jinetes y el ejército del faraón los persiguieron, y los alcanzaron junto al mar”. (Ahora parece que, además de los carros, también salieron a perseguirlos la caballería y toda la infantería).

“Van a vencer con la mirada”

Al ver al faraón detrás de ellos, los israelitas sintieron mucho miedo y clamaron a Yahvé. Pero Moisés dijo al pueblo: «No se asusten, quédense tranquilos y vean cómo Yahvé los salva hoy. Miren a esos egipcios a los que nunca más volverán a ver. Yahvé peleará por ustedes, y ustedes solamente mirarán». (Moisés les advierte, pues, que con solo mirar vencerán a los egipcios). Yahvé entonces dijo a Moisés: «Levanta tu bastón, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los israelitas pasen por el medio sin mojarse.(¡Cómo! ¿No tenían que mirar solamente? ¿Ahora deben escapar cruzando el mar?). Yo, mientras tanto, haré que los egipcios salgan a perseguirlos a ustedes»”. (¡Pero si hace rato que los egipcios salieron a perseguirlos, y ya los tienen detrás de ellos!).
El ángel de Yahvé, que iba delante del ejército de Israel, cambió de lugar y se puso atrás; también la columna de nube que iba adelante se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los israelitas y el campamento de los egipcios. La nube fue para unos tinieblas, y para otros luz en la noche; y no permitió que se acercaran los unos a los otros durante la noche”. (Pero ¿para qué el ángel de Yahvé y la columna de nube se interponen entre ambos ejércitos, si Dios está por abrir las aguas?)
Moisés extendió su mano sobre el mar, y Yahvé hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este que secó el mar. (O sea, el mar desapareció). Se dividieron las aguas. (¿Cuáles aguas, si ya se habían secado?). Los israelitas pasaron en seco por medio del marLas aguas les hacían de murallas a la izquierda y a la derecha. Los egipcios se lanzaron a perseguirlos, y todo el ejército del faraón entró en medio del mar con sus carros y caballos”.

El mar que regresó tarde

A la madrugada miró Yahvé a través de la columna de fuego y humo hacia el campamento de los egipcios, y sembró allí la confusión. (El ejército egipcio ya se había lanzado hacia el mar. ¿Cómo es que todavía está en el campamento?) Yahvé atascó las ruedas de sus carros, que no podían avanzar sino con gran dificultad. Entonces los egipcios dijeron: «Huyamos, porque Yahvé pelea a favor de Israel y contra nosotros»”.
Pero Yahvé dijo a Moisés: «Extiende tu mano sobre el mar, y las aguas volverán sobre los egipcios, sus carros y sus caballos». Moisés extendió su mano sobre el mar. Y al amanecer, el mar volvió a su lugar.(¿Al amanecer volvieron las aguas? ¿No dijo Dios que las aguas volverían inmediatamente? Si volvieron al amanecer, el ejército egipcio debió de haber tenido mucho tiempo para escapar). De modo que los egipcios, al querer huir, se toparon con el mar. (¿Se “toparon”? ¡Si ya se habían metido en él!) Así arrojó Yahvé a los egipcios en medio del mar. Pues al volver las aguas cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del faraón que había entrado en el mar persiguiéndolos; no se escapó ni uno solo. Pero los israelitas pasaron sin mojarse por el medio del mar; las aguas les hicieron de murallas a derecha e izquierda. Aquel día Yahvé libró a Israel del poder de los egipcios. Israel contempló a los egipcios muertos en la orilla del mar. Y al ver las maravillas que hizo Yahvé, el pueblo creyó en Yahvé, y en Moisés su siervo”.

La salvación de la nube

Tantas marchas, contramarchas y contradicciones han llevado a los biblistas a concluir, luego de un cuidadoso análisis, que este relato, aparentemente unitario, encierra en realidad tres tradiciones distintas del milagro de la liberación de los israelitas, que luego fueron unidas como si se tratara de una sola.
Según una primera versión, la noche en que el pueblo de Israel huyó de Egipto, el ángel de Yahvé y una columna de nube se colocaron delante de éste para guiarlo en su marcha hacia el desierto. Cuando el ejército del faraón se lanzó a perseguirlo y estaba por darle alcance, el ángel de Dios y la columna de nube cambiaron de lugar y se ubicaron detrás del pueblo, en la retaguardia (Ex 14,19). Al colocarse entre los dos campamentos, la nube ocultó a los hebreos de la vista de sus enemigos. De este modo, la nube oscureció el horizonte a los egipcios, pero a la vez iluminó a los israelitas, que pudieron escapar tranquilamente amparados por esta cortina de luz (Ex 14,20).
En este relato, pues, es la nube la que libera a los israelitas de la persecución de los egipcios y los conduce directamente al desierto. No hay milagro del paso del mar, ni tampoco destrucción del ejército egipcio. Éste simplemente no puede enfrentar a los israelitas, los cuales se ven libres de sus perseguidores y pueden escapar sin un rasguño.

El viento del este

La segunda versión del éxodo es más amplia y con más detalles. Cuenta que cuando el faraón persiguió a los israelitas, éstos se rebelaron contra Moisés; pero él les dijo que se quedaran donde estaban y que miraran (Ex 14,10-14). Entonces, en medio de la noche, comenzó a soplar un fuerte viento del este que secó el mar (que ellos, de alguna manera ya habían vadeado y habían dejado atrás)(Ex 14,21b). Los egipcios, despreocupados, instalaron su campamento en la zona donde el agua había desaparecido. A la madrugada, antes de que éstos atacaran, Dios, desde la columna de fuego y de nube, provocó una inundación en el campamento egipcio y sembró la confusión en su ejército. Las ruedas de los carros se vieron frenadas por el barro, y no pudieron avanzar. Entonces comprendieron que Yahvé combatía en favor de los israelitas (Ex 14,24-25). Y cuando decidieron escapar, ya era demasiado tarde: el agua, que ya volvió otra vez a su lecho, los anegaba por completo. Y así fue como Yahvé terminó arrojando a los egipcios en el mar (Ex 14,27b).
En este segundo relato tampoco se habla de un cruce milagroso del mar. Los hebreos simplemente miran desde su campamento, sin moverse para nada. Y el milagro consiste sólo en la destrucción de los egipcios como consecuencia de las aguas, que primero se secan milagrosamente y luego regresan inundando a los perseguidores.
Esta segunda versión es la que aparece en la tradición más antigua de Israel. Así, por ejemplo, el canto que entona María, la hermana de Moisés, inmediatamente después del éxodo, dice: “Canten a Yahvé, que se cubrió de gloria; hundió en el mar a los carros y a los caballos” (Ex 15,21). María no menciona para nada el cruce del mar. Lo mismo vemos en el largo canto que entona Moisés luego de atravesar las aguas (Ex 15,1-18): no dice una palabra de que las hayan cruzado; sólo cuenta el hundimiento del ejército egipcio.

Las murallas de agua

Finalmente tenemos una tercera versión, que es la que todo el mundo recuerda: la de las aguas que se abren por la mitad para que pueda pasar el pueblo con Moisés. Ésta es una ampliación, bastante exagerada, de la versión anterior, en la que se busca resaltar aún más el carácter espectacular del hecho, a fin de que sirviera en la catequesis para fortalecer la fe del pueblo.
Según este tercer relato, ante el clamor de Moisés (no ya del pueblo, como decía el anterior), Dios ordena a los israelitas que caminen en dirección al mar que estaba al frente, y a Moisés le dice que levante su bastón sobre las aguas (Ex 14,15-18). Al hacerlo, el mar se divide por la mitad y sus aguas forman una muralla a la derecha y a la izquierda del pueblo (Ex 21a.c). Los israelitas, entonces, pueden entrar en él sin siquiera mojarse los pies. Al ver a los hebreos atravesar el mar, los egipcios se lanzan ellos también en medio del mar, con sus caballos, jinetes y carros, para perseguirlos (Ex 14,22-23). Dios ordena entonces a Moisés que extienda nuevamente su mano sobre el mar (Ex 14,26-27a), y así las aguas vuelven a cerrarse sobre el ejército egipcio, de modo que todos perecen ahogados. Los israelitas, en cambio, pueden cruzar sanos y salvos al otro lado del mar (Ex 14,28-31).
En esta tercera narración la figura central es Moisés. Él es quien actúa con su bastón, dividiendo el mar por la mitad, y colocando luego las aguas en su sitio.

¿Cómo fue el “paso del mar”?

Vemos, pues, cómo el relato que tenemos en Éxodo 14 es en realidad un entretejido de tres versiones, cada una de las cuales cuenta su propio argumento y con su propia originalidad.
En la primera versión quien obra el prodigio es la columna de nube; en la segunda, es Dios mismo; en la tercera, es Moisés.
En la primera versión, lo que sucedió fue que los egipcios no pudieron ubicar el campamento israelita. En la segunda, se produjo una repentina inundación. En la tercera, el mar se abrió prodigiosamente para luego engullir a los egipcios.
En la primera versión la actuación de Dios consiste en el oscurecimiento de la visión enemiga. En la segunda, en la destrucción del ejército del faraón. En la tercera, además de la destrucción del ejército egipcio se narra el cruce milagroso del mar.
Pero entonces, ¿cómo fue el éxodo según la Biblia? No es fácil saberlo exactamente, porque los autores sagrados no pretendieron recordar hechos históricos, sino que presentaros las diversas tradiciones que tenían, entremezcladas en un solo relato. Lo que importa es saber que, cuando lo escribieron, su intención fue la de presentar aquel suceso como una señal del poder de Dios.

Milagro, a pesar de todo

Sin embargo, suponiendo que detrás de estas tradiciones pueda haber habido algún acontecimiento histórico, podríamos deducir lo que realmente pasó. Un grupo de antepasados de los israelitas aprovecharon una catástrofe nacional sufrida por Egipto (quizás alguna plaga que mató a los niños egipcios, pues el Éxodo habla del “ángel exterminador que pasó matando a los primogénitos”; Ex 12,29-30) y huyeron en dirección al desierto. Cuando los egipcios se dieron cuenta, se lanzaron a perseguirlos. Los hebreos, entonces, al llegar frente a uno de los brazos del río Nilo, y teniendo en las espaldas al ejército egipcio, comprendieron que estaban perdidos. Pero en ese momento sucedió algo extraño. ¿Qué fue? ¿Un fuerte viento del este, que levantó una nube de polvo y arena y ocultó a los hebreos (como parece decir la 1ª versión)? ¿Los hombres del faraón entraron en una zona pantanosa y se atascaron los carros (como parece decir la 2ª versión)? ¿Encontraron los hebreos un vado para atravesar, mientras los egipcios cruzaron por un lugar equivocado y algunos se ahogaron (como parece decir la 3ª versión)? Lo cierto es que el hecho fue considerado como una intervención divina, y así se conservó en el recuerdo de la tradición posterior.
Con el paso del tiempo, el relato del éxodo se transformó en el episodio fundamental y determinante de la historia de Israel. Y contado una y mil veces por los narradores hebreos, los detalles fueron variando y ampliándose, según los lugares y las épocas, de manera tal que adquirió distintos coloridos en diversas regiones.
Finalmente, un redactor inspirado por Dios, que conocía los diferentes relatos, los unió lo mejor que pudo, formando con ellos uno solo. Es el que se encuentra actualmente en el libro del Éxodo.

Dios siempre abre las aguas

La forma como podría haber ocurrido el éxodo es, en definitiva, poco importante. Lo esencial está en la convicción, que tenía el pueblo de Israel, de que contaban con la ayuda de un Dios capaz de liberarlo de toda posible esclavitud, de cualquier dependencia, y sometimiento. Si ya una vez Dios lo había hecho, podría hacerlo siempre.
¿Quién no sueña con ser libre? ¿Quién no ansía huir de las ataduras que lo oprimen (miedos, angustia, miseria moral, injusticias, compañías destructivas, dependencias políticas opresoras)? Todos suspiramos por alcanzar nuestra propia tierra prometida. Pero para ello no basta con hacer planes y proyectos. Hay que animarse a sortear los obstáculos que nos esperan, a romper con las fuerzas caóticas que amenazan tragarnos si nos liberamos. Y el relato del éxodo nos enseña que tales fuerzas siempre se doblegan ante el impulso de Dios. Que las aguas jamás engullen a quienes se guían por la providencia divina.
Es verdad que los israelitas, para dominar la fuerza de las aguas, supusieron la ayuda de un líder excepcional: Moisés. Pero ¿qué nos preocupa? Dios nos asegura que jamás faltará a nuestro lado la presencia de un nuevo Moisés, dispuesto a guiar a cuantos buscan la libertad. La figura de Moisés puede encarnarse en un libro, un amigo, una experiencia religiosa. Lo grandiosamente cierto es que Dios estará siempre muy cerca de nosotros, abriendo las aguas de quienes se dejan guiar por Él.

[1] Muchos arqueólogos y biblistas sostienen actualmente que el éxodo, tal como está en la Biblia, no es un acontecimiento histórico, sino parte de una tradición elaborada por Israel para expresar la fe de que su pueblo había sido guiado por Dios desde sus comienzos.

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