jueves, 24 de octubre de 2013

Acto penitencial.

El acto penitencial

Ya en presencia de la Santísima Trinidad damos un segundo paso: pedir perdón, implorar la misericordia de Dios por los pecados cometidos. Es el acto penitencial.

Cristo nos invita a la Santa Misa


Recordemos la parábola de los invitados a las bodas: Un rey organiza un gran banquete al que invita a gran cantidad de gente. Algunos no pueden ir, no obstante, la sala se va llenando. En un momento dado, ese rey se da cuenta que uno de los invitados no está preparado para estar en su banquete, no tiene el vestido limpio, y entonces el rey le pide salir,y dejar el banquete.
Cristo nos invita a la Santa Misa. Cristo nos llama pero somos nosotros quienes nos debemos poner el vestido correcto, debemos llevar el vestido limpio, es decir, la pureza debe vestir nuestra alma.

No somos dignos de recibir al Dios

Algunas veces sentimos que no somos dignos de recibir a Dios, que no somos dignos de su perdón y, es cierto. Nunca, nunca la persona humana podrá ser digna de todo un Dios. Es Dios quien nos hace dignos con su perdón.
En este momento de la Santa Misa todos nuestros pecados veniales quedan perdonados para ser dignos de recibir a Cristo en la eucaristía. Sabemos, por la doctrina de la Iglesia, que los pecados mortales sólo se perdonan en el sacramento de la reconciliación, pero todas nuestras imperfecciones, todas nuestras debilidades y todos los pecados veniales quedan perdonados, quedan absueltos en este momento del acto penitencial. Las palabras que dice el sacerdote, son claras: “Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna”. El sacerdote después de rezar el Yo confieso con todo el pueblo, pide a Dios que otorgue su perdón a todos los fieles que participan en esa santa misa.

Frutos del acto penitencial

¿Cuáles son los frutos de este acto penitencial? En primer lugar, como hemos mencionado, perdona los pecados veniales. En segundo lugar, nos hace dignos de poder estar ante el Señor, de poder recibir la comunión. Y como consecuencia de estos dos frutos, y es lo que más tenemos que valorar, nos ayuda a mantenernos en una continua limpieza de nuestra alma. Transforma y regresa nuestra alma a su estado puro del día del bautismo o de la primera comunión. El alma que cada día hace con conciencia este acto penitencial es un alma totalmente entregada, totalmente encauzada y enfocada a Dios nuestro Señor.
Cuentan, en broma, que un señor tenía un coche muy antiguo con gran cantidad de kilómetros recorridos. Quería venderlo pero nadie se lo compraba. Un amigo suyo le sugiere que recorra, marcha atrás, todos los kilómetros hasta que el medidor marque cero y entonces lo podrá vender como nuevo. El señor se animó y siguió todas las instrucciones. Después de algunos meses se encontró nuevamente con su amigo quien le preguntó si pudo vender el coche. Y el señor le contestó: “¿para qué lo voy a vender, si me quedó como nuevo? mejor lo sigo usando yo”.
Esto, por supuesto, es una broma pero nos puede ayudar a entender lo que pasa en nuestra alma después de cada acto penitencial. Cada día volvemos a ser como nuevos, cada día nuestro corazón vuelve a estar totalmente limpio, totalmente enfocado, totalmente dedicado a Dios nuestro Señor.
No restes importancia a este acto, no estés distraído, no lo veas como simple requisito al inicio de la misa o para hacer después las lecturas. Valora el fruto, el gran milagro que se obra en esos momentos en tu alma cuando con sinceridad pones tus faltas en manos de Dios, cuando reconoces esas actitudes desviadas que Dios no quiere para ti. Ten la certeza de que Él te perdona, y de que sales de la santa misa con el alma totalmente limpia de tal manera que te mantienes con la integridad de tu bautismo, de la primera comunión. Habrá habido malas experiencias, habrá habido caídas el día anterior pero tu alma vuelve a encontrarse como nueva ante Dios nuestro Señor, digna de poder recibir a Cristo.

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