domingo, 8 de junio de 2014

JUANA DE ARCO: EL ÁNGEL EXTERMINADOR Y EL REY TRAIDOR.



Durante buena parte del siglo XV Francia e Inglaterra estuvieron en guerra constante. Los primeros querían recuperar el territorio patrio y los segundos querían defender sus posesiones en Francia y de paso, si era posible hacerse con el trono de este país. Esta contienda venía de lejos, se la llamó la Guerra de los Cien Años, y es que casi durante un siglo se sucedieron victorias y derrotas por ambos bandos sin llegar a una solución definitiva. En honor a la verdad hay que decir que los ingleses llevaron siempre la iniciativa y que los monarcas galos, al frente de ejércitos feudales, difícilmente batieron a las mesnadas de arqueros e infantes que llegaban de más allá del Canal de la Mancha. 

Todo parecía perdido cuando llegó Juana de Arco. Juana nació en 1412, de una familia campesina y humilde, en lo que hoy se llama en su honor Domrémy-Ia-Pucelle. En aquella época gran parte de Francia estaba bajo el poder de Enrique V, uno de los monarcas ingleses más victoriosos y guerreros. Juana, desde muy niña, se dedicó al pastoreo. Era muy religiosa y cuando apenas contaba 13 años comenzó a hablar de las visiones que tenía en el campo. En ellas San Miguel y las Santas Margarita y Catalina la animaban a la liberación de Francia del yugoinglés. Pero en aquellos tiempos era peligroso hablar de materias como éstas, pues fácilmente podía ser acusada de brujería y acabar en la hoguera por lo que sus comentarios se circunscribieron al ámbito familiar donde causaron la natural sorpresa. 

A los 16 años, las voces celestiales no cesaban y a pesar de los temores familiares Juana decidió llevar adelante su misión. Dejó su casa, a sus padres y hermanos, incluso hay quien apunta que dejó también a un posible novio de nombre Raimundo, e intentó entrevistarse con el heredero de la corona francesa, el futuro Carlos VII. 

En los primeros intentos los clérigos y nobles se mofaron de sus propuestas y fue objeto de todo tipo de burlas, pero, no obstante, el heredero la recibió y escuchó su mensaje dictado por la Providencia. Carlos VII, era según algunos, un hombre aficionado al lujo y al placer, indeciso y débil que en aquellos momentos sólo prestaba atención a su amante, la hermosísima Inés Sorel. Para otros, sin embargo, se trataba de un político astuto que supo aprovechar el fervor patriótico de la inocente Juana. Fuera como fuera, y a pesar de la confianza del rey, Juana tuvo que hacer frente a la Inquisición que no parecía muy segura de la inspiración divina de los planes liberadores de la Doncella. Pero para pasmo de todos, se defendió prodigiosamente bien y más si tenemos en cuenta que era una pastorcilla que no sabía leer ni escribir. 

El Delfín la armó caballero en Poitiers, en 1429. Cortó sus cabellos y vistió ropas militares y con un estandarte blanco sobre el que ondeaba la flor de lis, símbolo de la monarquía francesa, partió hacia Orleans sitiada por los invasores ingleses. A pesar de la superioridad numérica de éstos, Juana liberó la plaza venciendo en la batalla de Patay. Sólo tenía 17 años y su actuación en medio del combate, blandiendo la espada y sajando ingleses la asemejaban a un ángel exterminador. La sangre salpicaba su coraza blanca ante la admiración de sus compatriotas enfervorizados por la fuerza sobrenatural que parecía desplegar la muchachita. Las victorias prosiguieron y los ingleses cayeron derrotados en Loira, en una lucha durísima, con muchos muertos por ambas partes.

Por fin el 17 de junio de 1429 el Delfín era coronado rey de Francia, con el nombre de Carlos VII, en la catedral de Reims. Juana asistió a la ceremonia vestida de soldado y mientras dirigía la vista a los cielos, tal vez agradeciendo la ayuda celestial, los nobles y los religiosos entre los que tenía muchos adversarios, dirigían la vista a la tierra, buscando cómo podían deshacerse de la Doncella que se había convertido en un peligro. La envidia por sus éxitos, la adoración que el pueblo y sus soldados sentían por ella, llegó a incomodar hasta al rey que le debía el trono. 

La casa reinante, la de Orleans, tenía como enemiga declarada a la de Borgoña, partidaria esta última de los ingleses. Sus enfrentamientos no se solventarían hasta la Paz de Arrás, en 1435, y en esta época Juana estaba considerada también por los Borgoña como su enemiga personal.

 En su nómina de enemistades no faltaban los señores feudales, ya que la heroína era partidaria de que no existiesen intermediarios entre el rey y su pueblo, con lo que la autoridad de los señores podía verse seriamente afectada. El panorama no se presentaba muy alentador para la Doncella, máxime cuando después de la coronación manifestó sus deseos de continuar con la liberación de Francia. Pero sus deseos no fueron bien acogidos. 

Juana de Arco fue apresada en la defensa de Compiégne, una localidad cercana a París, por las tropas borgoñonas cuando intentaba encontrar refugio en la fortaleza que le cerró las puertas. De allí se la trasladó a Rouen de donde ya no saldría con vida. 

La Inquisición tomó cartas en el asunto y fue acusada de hereje, bruja, de cortar sus cabellos y vestir como un hombre. Su mismo padre la acusó de hechicera y hasta se cuestionó su virginidad. Abandonada por su rey, sola ante los interrogatorios que duraron cuatro meses, Juana resistió y contestó a las cuestiones inquisitoriales con extraordinaria lucidez. En el juicio
hubo sus más y sus menos. Los dignatarios ingleses querían su condena a toda costa, mientras que algunos inquisidores, no muy seguros de si se encontraban ante un ángel o un demonio, deseaban encontrar una solución menos traumática. Le presentaron un documento en que Juana se retractaba de sus acciones anteriores y lo firmó con lo que se suspendió la condena de morir en la hoguera y se le impuso prisión perpetua. Pero cuando comprendió el alcance de dicho documento y que jamás volvería a estar con sus soldados cabalgando por las tierras de su patria, se retractó. Y entonces ya no hubo misericordia para ella. 

El 30 de mayo de 1431 fue quemada viva en la plaza de Rouen sin que Carlos VII moviera un dedo por salvarla del horrible suplicio. Abrazada a una cruz, Juana no abjuró de su misión y sus últimas palabras fueron un simple: "Jesús" La multitud, que tantas veces la había aclamado, acudió en masa a contemplar el horrible espectáculo y tan sólo un soldado inglés se atrevió a gritar lleno de pavor: u ¿ Qué hemos hecho? Hemos quemado a una santa".

Pasados algunos años, cuando Juana ya no representaba ningún peligro para nadie, Carlos VII, que todo se lo debía a ella, y tal vez acuciado por su mala conciencia, pidió al papa Calixto III que designara una comisión que investigara el caso para rehabilitar la memoria de la Doncella. 

Pero tendríamos que llegar al siglo XX para que fuera declarada beata, en 1909 y canonizada como santa por Benedicto XV en 1920.

Si en vida Juana de Arco ya estuvo rodeada de leyendas su muerte trágica aumentó esa aureola mítica. Aun sin pretenderlo, hoyes la heroína del Frente Nacional, el partido de ultraderecha francés, que cada 1 de mayo, mientras gritan sus consignas en contra de la emigración y de los extranjeros, depositan flores y desfilan ante el monumento que la Doncella de Orleans tiene en París. Tampoco se libra la santa de ser la abanderada de la causa feminista que la considera una triunfadora en un mundo de hombres y valoran su independencia, valentía y arrojo. 

¡Quién sabe lo que pensara Juana de las nuevas atribuciones que se le están otorgando en los tiempos que corren!

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