Hay además esferas de realidad inaccesibles al método de la medida y el
experimento. Sólo se alcanzan por la intuición o la visión.
La intuición es un enfoque del entendimiento en lo esencial de un objeto, suceso o relación. Penetra y aisla el valor decisivo, delimita el rasgo característico y en ese valor y rasgo integra el conjunto, viendo en ellos la esencia y la definición del objeto. En el estilo, da origen a la sinécdoque, figura literaria que toma la parte por el todo, porque esa parte resume y sintetiza el todo. La intuición descubre una diferencia de valor entre el punto enfocado y el resto; es un conocimiento intensivo, no extensivo; concentrador, no explicador; contemplativo, no analítico. Es esencialmente valorativa, y como la valoración se hace con el densímetro del sujeto que intuye, es emotiva y comprometedora.
La intuición contrasta con el conocimiento discursivo, que no busca esencias, sino relaciones. El objeto se coteja con otros, se incluye en una especie, se cataloga. En vez de aislar lo específico, conecta con los genérico; no tiende a valorar, sino a nivelar; no ve lo único, sino lo general.
Enamorarse, tener un hijo o recibir una gracia mística suponen para el individuo experiencias únicas por las que puede acceder a una realidad superior. Para el observador analítico serán solamente una ficha más en su archivo de experiencias comunes.
Encontramos así dos modos de pensar: el pensar calculador y la reflexión meditativa. El primero incluye la planificación y la investigación, y nunca se ha practicado tanto como en nuestra época; tiene en cuenta determinados datos para obtener un resultado preciso, para ganar una batalla. Nunca está quieto, nunca vuelve sobre sí ni reflexiona sobre el sentido que gobierna todo lo que existe.
Para que la técnica no convierta al hombre en instrumento, hay que añadir al pensar utilitario la reflexión meditativa, el sosiego ante las cosas, que tienen un sentido no dado por el hombre. El mismo mundo técnico ha de tener un significado, y hay que buscarlo.
La falta de meditación e intuición priva al hombre de sus experiencias profundas, las que tiene que expresar en la fiesta. Si vive usando únicamente el conocimiento utilitario, se queda en su superficie y no conoce su raíz. No tiene holganza para darse cuenta de sus aspiraciones profundas, que ciertamente no están en la agitación y el afán. Empezamos a descubrir una de las razones de la decadencia de la fiesta: el hombre no reflexiona sobre sí, no se toma espacio para sentir los vahos calientes que suben de su entraña. No teniendo tal experiencia, no tiene por qué expresarla.
La intuición es un enfoque del entendimiento en lo esencial de un objeto, suceso o relación. Penetra y aisla el valor decisivo, delimita el rasgo característico y en ese valor y rasgo integra el conjunto, viendo en ellos la esencia y la definición del objeto. En el estilo, da origen a la sinécdoque, figura literaria que toma la parte por el todo, porque esa parte resume y sintetiza el todo. La intuición descubre una diferencia de valor entre el punto enfocado y el resto; es un conocimiento intensivo, no extensivo; concentrador, no explicador; contemplativo, no analítico. Es esencialmente valorativa, y como la valoración se hace con el densímetro del sujeto que intuye, es emotiva y comprometedora.
La intuición contrasta con el conocimiento discursivo, que no busca esencias, sino relaciones. El objeto se coteja con otros, se incluye en una especie, se cataloga. En vez de aislar lo específico, conecta con los genérico; no tiende a valorar, sino a nivelar; no ve lo único, sino lo general.
Enamorarse, tener un hijo o recibir una gracia mística suponen para el individuo experiencias únicas por las que puede acceder a una realidad superior. Para el observador analítico serán solamente una ficha más en su archivo de experiencias comunes.
Encontramos así dos modos de pensar: el pensar calculador y la reflexión meditativa. El primero incluye la planificación y la investigación, y nunca se ha practicado tanto como en nuestra época; tiene en cuenta determinados datos para obtener un resultado preciso, para ganar una batalla. Nunca está quieto, nunca vuelve sobre sí ni reflexiona sobre el sentido que gobierna todo lo que existe.
Para que la técnica no convierta al hombre en instrumento, hay que añadir al pensar utilitario la reflexión meditativa, el sosiego ante las cosas, que tienen un sentido no dado por el hombre. El mismo mundo técnico ha de tener un significado, y hay que buscarlo.
La falta de meditación e intuición priva al hombre de sus experiencias profundas, las que tiene que expresar en la fiesta. Si vive usando únicamente el conocimiento utilitario, se queda en su superficie y no conoce su raíz. No tiene holganza para darse cuenta de sus aspiraciones profundas, que ciertamente no están en la agitación y el afán. Empezamos a descubrir una de las razones de la decadencia de la fiesta: el hombre no reflexiona sobre sí, no se toma espacio para sentir los vahos calientes que suben de su entraña. No teniendo tal experiencia, no tiene por qué expresarla.
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