lunes, 19 de enero de 2015

LA DESCONOCIDA HISTORIA DEL CRISTIANISMO CELTA.


Una de las historias más desconocidas de Europa, es la del Cristianismo Celta. Suene asombroso o no, lo cierto es que durante medio milenio, Irlanda fue el más grande centro cultural de Europa, y desde allí partían los monjes eruditos a evangelizar todo el resto del continente. Más aún: inventaron un tipo de Cristianismo democrático y libre de jerarquías. El Ojo de la Eternidad refiere la sorprendente historia de los celtas que se convirtieron al Cristianismo, y estuvieron a punto de cambiar la historia de esta religión... para siempre.
EN UN COMIENZO: SAN PATRICIO DE IRLANDA.
Hacia el año 400 d.C., el Imperio Romano estaba acosado por bárbaros en todas sus fronteras. Quienes hayan visto la película "El Rey Arturo" del año 2004, podrán hacerse una idea bastante aproximada de la situación desesperada que vivía Inglaterra en aquellos años. A comienzos del siglo V, los romanos tuvieron que retirar las legiones de Inglaterra para defender el territorio mucho más vital de la Galia (la actual Francia). Lo que sobrevino fue el desastre: los bárbaros anglos, sajones y jutos atacaron Inglaterra y la arrasaron hasta tal punto, que ésta recayó en el paganismo más absoluto.
Anteriormente, en los siglos III y IV, el Cristianismo se había arraigado en tales regiones. En esa época, los cristianos habían conseguido que el Imperio Romano los protegiera, así es que vivían los vaivenes políticos con enorme terror. Pero en Bretaña e Inglaterra, regiones de hondas raíces celtas (hasta hoy) que no tenían mayor interés en el Imperio, se vivía el Cristianismo de manera harto distinta. En dichas regiones se generó la herejía optimista de Pelagio, quien negaba el Pecado Original, y consideraba que Adán había legado a la posteridad sólo el mal ejemplo de la desobediencia a Dios. Todo este desarrollo naufragó con la invasión bárbara...
...salvo en Irlanda, que se mantuvo cristiana de milagro. Hacia el año 400 un joven romano llamado Patricio fue secuestrado y vendido como esclavo en Irlanda. Allí se desempeñó como pastor al servicio de un rey (la única ocupación económica de la isla en ese entonces, aparte de la piratería). Consiguió fugarse, algo que él atribuyó a la intercesión divina, y volvió a Inglaterra. Sin embargo, había quedado tan impresionado con los irlandeses y su espíritu, que regresó a esas tierras para evangelizarlos. El Cristianismo no sólo estaba destinado a sobrevivir en Irlanda, sino que tomaría un rumbo inesperado, que estuvo a punto de cambiar la historia europea, y quizás la universal.

LOS CRISTIANOS CELTAS.
Los invasores que paganizaron Inglaterra, no pudieron o no quisieron saltar a Irlanda. Así, la Irlanda cristianizada quedó aislada del continente también cristiano por una barrera de paganos. Lo que hicieron fue algo muy típicamente celta: en vez de adaptarse ellos al Cristianismo, adaptaron el Cristianismo a sus necesidades. Su Cristianismo, por tanto, tiene muchos rasgos propios y particulares.
De partida, en Irlanda no habían ciudades, como en el Imperio Romano, así es que la estructura jerárquica en obispados carecía de sentido. En Irlanda prosperó como unidad básica, como célula de organización social cristiana, el monasterio. No había un monasterio "a la cabeza", a la manera de los obispados que estaban "a la cabeza" de otros obispados en el resto de la Cristiandad. Esto era propio del carácter celta, que valoraba la libertad sobre todas las cosas.
Además, los celtas cayeron en una pasión devoradora por saber cosas. De alguna manera se las arreglaron para agenciarse toda clase de libros y textos, y aprendieron latín, e incluso griego. Generalmente se atribuye la conservación de la cultura grecolatina en la Edad Media a los monasterios. Lo que no se dice es que dichos monasterios fueron los irlandeses, no los católicos continentales, en donde la cultura estaba bajo mínimos (se dice que a fines del siglo VI, el Papa Gregorio Magno censuraba a un obispo enseñar gramática a sus amigos).
Por otra parte, entre los cristianos celtas había igualdad de género. Una mujer tenía tantas oportunidades de llegar a abadesa (la máxima distinción eclesiástica en su sistema) como un hombre de ser abad. Las santas celtas, incluyendo a Santa Brígida, tenían tanto relieve como los varones. Y la mujer cristiana celta era tan culta e instruida como sus colegas varones.
En definitiva, el Cristianismo Celta era optimista, original y expansivo. Su gran amor por la cultura los llevó a que su obra de arte característica fuera el códice miniado. En el Imperio Romano, los textos se guardaban en rollos, mientras que estos monjes discurrieron tomar los pergaminos recortados y coserlos para construir los primeros libros conocidos. Además inventaron la letra minúscula, indispensable para copiar textos de prisa (los romanos sólo escribían CON MAYÚSCULAS): esa letra minúscula se transformará después en la letra carolingia que es la base del alfabeto minúsculo que utilizamos hasta el día de hoy.

EL CHOQUE CONTRA ROMA.
A finales del siglo VI, ambas cristiandades, la céltica irlandesa y la romana, estaban en franco proceso de expansión. En la segunda mitad del siglo VI comenzó la labor de evangelizar a los anglosajones de Inglaterra. Los irlandeses fundaron el monasterio de Iona, en el norte, y empezaron a avanzar hacia el sur, mientras que los católicos enviaron a Agustín de Canterbury a conseguir la conversión del rey de York, en el sur, para así avanzar hacia el norte.
La sorpresa inicial de encontrarse ambas cristiandades, acabó en desagrado. Los católicos consideraban a los irlandeses como pedantes, insolentes e insubordinados. Los irlandeses, por su parte, los miraban como ignorantes, bárbaros y arrogantes. Los monjes irlandeses, con Columbano a la cabeza, dieron el salto al continente, y fundaron monasterios en la Galia, en Suiza (el importantísimo monasterio de Saint Gall), e incluso en el norte de Italia.
Pasaba que los irlandeses y los romanos, al evolucionar por separado, habían creado dos cristiandades diferentes, y por eso, ambos se miraban mutuamente como herejes. Además, estaba el tema de la autoridad papal, que los irlandeses no es que no reconocieran, sino que incluso pasaban por alto, convencidos de que ningún eclesiástico podía estar por encima de otro, como no fuera un abad sobre la gente de su propio monasterio. Cuando Columbano tuvo fricciones con los monjes franceses, y éstos recibieron apoyo del Papado, Columbano reaccionó escribiéndole que reconsiderara, so pena de "ser considerado hereje y repudiado con desprecio por las Iglesias de Occidente". Esto se lo decía a Gregorio Magno (590-604), uno de los máximos defensores del totalitarismo papal de todos los tiempos.
El campo de batalla fue Inglaterra. Durante bastante tiempo la frontera entre ambas cristiandades se estabilizó allá, y sufrió varios vaivenes por la incertidumbre política que un caudillo pagano llamado Penda introdujo, con sus sucesivas guerras. Apenas derrotado Penda de Mercia, el rey de Northumbria (el más poderoso reino anglosajón) convocó a un sínodo en su capital, el puerto de Whitsby (que todavía existe hoy). Del Sínodo de Whitby, celebrado el año 664, salió el triunfo definitivo de los católicos. Los monasterios irlandeses quedaron entonces encajonados en Irlanda, hasta que la invasión vikinga del siglo X los aniquiló por completo, y con ellos, su peculiar manera de vivir y entender el Cristianismo.
Pero el legado de los monasterios irlandeses no murió allí. Durante siglos, los más aguerridos monjes misioneros y educadores salieron de Irlanda e Inglaterra, no del continente europeo. Entre ellos están misioneros como Bonifacio de Alemania, pedagogos como Alcuino de York, o teólogos como Juan Escoto Erígena... este último ya en pleno siglo IX. Si la cultura grecorromana se salvó para la Cristiandad, fue por obra de los monjes irlandeses, no de los católicos, quienes se subieron al carro cultural en forma tardía, y por qué no decirlo, con una enorme cantidad de trabazones mentales que los celtas no sentían. La historia hubiera sido muy distinta si los cristianos celtas de Irlanda hubieran ganado en el Sínodo de Whitby.

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