SAN AGUSTÍN, OBISPO DE
HIPONA
LIBRO UNICO[1]
Contiene este libro el
conjunto de razones sobre la inmortalidad del alma, así como la solución de
las dificultades que se presentan.
I
Primera razón por la
cual el alma es inmortal: porque es sujeto de la ciencia que es eterna.
1. Si la ciencia existe en
alguna parte, y no puede existir sino en un ser que vive, y existe siempre; y
si cualquier ser en el que algo siempre existe, debe existir siempre: siempre
vive el ser en el que se encuentra la ciencia. Si nosotros somos los que
razonamos, es decir, nuestra alma; si ésta no puede razonar con rectitud sin
la ciencia y si no puede subsistir el alma sin la ciencia, excepto el caso en
que el alma esté privada de ciencia, existe la ciencia en el alma del hombre.
La ciencia existe en alguna parte, porque existe y todo lo que existe no puede
no existir en parte alguna. Además la ciencia no puede existir sino en un ser
que vive. Porque ningún ser que no vive puede aprender algo; y no puede
existir la ciencia en aquel ser que no puede aprender nada. Asimismo, la
ciencia existe siempre. En efecto, lo que existe y existe de modo inmutable es
necesario que exista siempre. Ahora bien, nadie niega la existencia de la
ciencia. En efecto, quienquiera que admita que no se puede hacer que una línea
trazada por el centro de un círculo no sea la más larga de todas las que no se
tracen por el dicho centro, y que esto es objeto propio de alguna ciencia,
afirma que existe una ciencia inmutable. Además nada en lo que algo existe
siempre, puede no existir siempre. Efectivamente, ningún ser que existe
siempre permite que sea sustraído alguna vez el sujeto en el que existe
siempre. Desde luego cuando razonamos, esto lo hace nuestra alma. En efecto,
no razona sino el que entiende: mas ni el cuerpo entiende, ni el alma con el
auxilio del cuerpo, porque cuando quiere entender se aparta del cuerpo.
Aquello que es entendido existe siempre del mismo modo; y nada propio del
cuerpo existe siempre de la misma manera, luego el cuerpo no puede ayudar al
alma que se esfuerza por entender, le basta con no serle obstáculo. Asimismo
nadie sin ciencia razona con rectitud. Pues el recto raciocinio es el
pensamiento que tiende de lo cierto al descubrimiento de lo incierto, y nada
cierto hay en el alma que ésta lo ignore. Mas todo lo que el alma sabe, lo
posee en sí misma, y no abraza cosa alguna con su conocimiento sino en cuanto
pertenece a una ciencia. En efecto, la ciencia es el conocimiento de
cualesquiera cosas. Por consiguiente, el alma humana vive siempre.
II
Segunda razón por la
cual el alma es inmortal: porque es sujeto de la razón que es inmutable.
2. La razón ciertamente o
es el alma o existe en el alma. Mas nuestra razón es mejor que nuestro cuerpo;
nuestro cuerpo es una substancia, y es mejor ser substancia que no ser nada,
luego nuestra razón es algo. Además cualquier armonía propia del cuerpo que
exista, es necesario que exista de modo inseparable en el sujeto cuerpo, y no
se crea que en esa armonía puede existir alguna otra cosa que de igual manera
no exista con necesidad en ese sujeto cuerpo, en el que también esta misma
armonía existe no menos inseparablemente. Pero el cuerpo humano es mudable, y
la razón inmutable. En efecto, es mudable todo lo que no existe siempre del
mismo modo. Y siempre es de la misma manera que dos y cuatro sumen seis.
Además siempre es del mismo modo que dos y dos sumen cuatro; mas esto no lo
tiene el dos porque el dos no es cuatro. Pero esta relación es inmutable, por
consiguiente, es razón. Ahora bien, de ningún modo no puede padecer el cambio,
habiéndose mudado el sujeto, lo que existe inseparablemente en él. Luego, no
es el alma la armonía del cuerpo, y no puede sobrevenir la muerte a cosas
inmutables. En consecuencia el alma vive siempre ya sea ella misma la razón ya
sea que la razón exista en ella de modo inseparable.
III
La substancia viva y el
alma, que no es susceptible de cambio, aún siendo de algún modo capaz de
cambiar, es inmortal.
3. Hay un poder propio de
la permanencia y toda permanencia es inmutable, y todo poder puede hacer algo,
ni cuando no hace nada deja de ser un poder. Además toda acción consiste en
recibir un movimiento o en causarlo. Luego, o no todo lo que recibe el
movimiento, o ciertamente no todo lo que lo causa es mudable. Pero todo lo que
es movido por otro y no se mueve a sí mismo es algo mortal. Y nada mortal es
inmutable.
De ahí se puede concluir
con certeza y sin alternativa alguna que no todo lo que causa movimiento se
cambia. Mas no hay movimiento posible sin una sustancia: toda sustancia vive o
no vive, pero todo lo que no vive carece de alma y sin alma no existe acción
alguna. Luego, aquel ser que causa el movimiento sin perder su inmutabilidad
es necesariamente una sustancia viviente. Esta sustancia pone el cuerpo en
movimiento a través de todos los grados. En consecuencia, no todo lo que mueve
el cuerpo es mudable.
Pero si el cuerpo no se
mueve sino según el tiempo y en esto consiste el moverse más despacio y más
rápidamente, síguese que existe, pues algo que mueve en el tiempo, y sin
embargo no se cambia.
Ahora bien, todo lo que
mueve el cuerpo en el tiempo, aunque tienda a un único fin, sin embargo no
puede realizarlo todo a la vez, ni puede tampoco evitar de hacer muchas cosas:
en efecto no puede hacer, - ya se trate de cualquier agente - que sea
perfectamente uno lo que puede dividirse en partes, o de lo contrario se daría
un cuerpo sin partes o un tiempo sin intervalo de pausas; ni tampoco que pueda
pronunciarse la sílaba más corta de la que no se oiga entonces el fin, cuando
ya no se oye el comienzo. Luego, lo que se comporta así exige la previsión
para que pueda llevarse a cabo y la memoria para que pueda ser aprehendido en
la medida posible. La previsión es para las cosas que serán, la memoria para
aquellas que pasaron. Pero el propósito de obrar es propio del tiempo
presente, a través del cual lo futuro pasa a ser pretérito; y no se puede
esperar sin ninguna memoria el fin del movimiento de un cuerpo que ha sido
iniciado. En efecto, ¿cómo se podría esperar el fin de un movimiento si no se
recuerda que ha comenzado, o ni siquiera que tal movimiento existe? Además, el
propósito de llevar a cabo algo, que es presente, no puede existir sin que se
tenga en vista la obtención del fin que es futuro: no existe nada que todavía
no existe, o que ya no existe. Puede, por consiguiente, haber en una acción
algo que pertenece a aquellas cosas que aún no son y, simultáneamente, puede
haber muchas cosas en el agente, aún cuando no puede llevar a término muchas a
la vez. Luego, puede haber también en el que mueve, cosas que no se pueden
encontrar en el que es movido. Pero las cosas que no pueden existir
simultáneamente en el tiempo y que sin embargo pasan del futuro al pasado,
están necesariamente sometidas al cambio.
4. De aquí concluimos en
seguida que puede haber algún ser que, causando el movimiento en las cosas
mudables, no se cambia. En efecto, ¿quién podría dudar de la legitimidad de la
conclusión toda vez que no varía el propósito del agente de llevar al término
que se propone el cuerpo que pone en movimiento, cuando este cuerpo del que
algo se hace, cambia a cada instante por este mismo movimiento, y puesto que
aquel propósito de obrar, que permanece inmutable como es evidente, no sólo
mueve los brazos del obrero, sino también la madera o la piedra que están
sujetos al artífice? Pero no del hecho que el alma cause el movimiento y
produzca los cambios en el cuerpo y que ella se proponga estos cambios se está
en derecho de pensar que también el alma cambia y que por esto está sujeta a
la muerte. Ella, pues, puede unir en este su propósito el recuerdo del pasado
y la previsión del futuro, cosas que no pueden darse sin la vida. Aunque la
muerte no puede acaecer sin el cambio y ningún cambio sin el movimiento, sin
embargo no todo cambio produce la muerte ni todo movimiento realiza un cambio.
En efecto, es lícito decir que nuestro propio cuerpo en cada una de sus
acciones recibe un gran número de movimientos y que evidentemente cambia por
la edad: con todo no se puede decir que ya ha muerto, esto es, que está sin
vida. Luego también permítasenos concluir que el alma tampoco es privada de la
vida, aunque tal vez por el movimiento le acaezca algún cambio.
IV
El arte y los
principios de las matemáticas son inmutables y no pueden
existir sino en un alma
que vive.
5. Entonces si algo
permanece inmutable en el alma, y esto a su vez no puede subsistir sin vida,
también es necesario que una vida permanezca sempiterna en el alma. Esto
sucede precisamente de manera que si se da lo primero, necesariamente también
debe darse lo segundo; pero lo primero es cierto. En efecto, dejando de lado
otras cosas, ¿quién se atrevería a afirmar que la relación de los números es
mudable o que todo arte no está constituido por esta relación? o ¿que el arte
no está en el artífice, aun cuando no lo ejerza? o ¿que su existencia no puede
darse en el alma, o que puede existir en donde no hay vida? o ¿que lo que es
inmutable puede alguna vez no existir? o ¿que una cosa es el arte y otra la
relación?
Aunque, pues, se diga que
un solo arte es como un conjunto de relaciones, con todo se puede decir
también de un modo certísimo y entender el arte como una única relación. Pero,
ya sea esto, ya sea aquello, no menos se sigue que el arte es inmutable, que
no sólo existe en el alma del artífice como es evidente, sino también que no
existe en ninguna otra parte a no ser en el alma y esto de una manera
inseparable. Puesto que si el arte se pudiera separar del alma, o bien
existiría fuera del alma, o bien no existiría en ninguna parte, o pasaría
continuamente de alma en alma. Pero como, por otra parte, la sede del arte
necesariamente debe ser un ser con vida,, así también la vida con la razón es
exclusivamente propia del alma. En fin, lo que existe debe existir e n alguna
parte, y lo que es inmutable no puede dejar de existir en ningún momento. Si,
por el contrario, el arte pasa de alma en alma, dejando ésta para habitar en
aquélla, nadie enseñaría un arte sino perdiéndolo, y también nadie se haría
hábil en un arte a no ser o por el olvido del que lo enseria o por su muerte.
Si, pues, estas cosas son
absurdísimas y del todo falsas, como efectivamente lo son, el alma humana
necesariamente es inmortal.
6. Pero si sucede que el
arte unas veces existe en el alma y otras no, como bien lo prueban el olvido y
la ignorancia, la contextura de este argumento no aporta ninguna prueba en
favor de la inmortalidad del alma, a menos que se niegue lo anterior del
siguiente modo: o hay algo en el alma que no está en el pensamiento actual, o
en un alma instruida no se encuentra el arte de la música cuando ésta piensa
en la geometría únicamente. Esto último es falso, luego lo primero es
verdadero. Pero el alma no siente que posee algo, sino lo que le, haya venido
al pensamiento. Por consiguiente puede haber en el alma algo que ella misma no
sienta que existe en ella. Mas por cuanto tiempo sea esto no interesa; porque
si el alma se hallare ocupada en otras cosas por más tiempo del que puede
fácilmente volver su intención sobre sus pensamientos anteriores, se produce
lo que se llama el olvido o la ignorancia. Pero cuando razonamos con nosotros
mismos o cuando otra persona nos ha interrogado de una manera conveniente
sobre cualquiera de las artes liberales, las cosas que descubrimos no las
encontramos en otra parte sino en nuestra propia alma; y no es lo mismo
descubrir que hacer o crear; porque de lo contrario el alma con un
descubrimiento temporal crearía cosas eternas, puesto que ella a menudo
encuentra en sí cosas eternas. En efecto, ¿qué tan eterno como la razón del
círculo, o qué otra cosa propia de artes semejantes se puede concebir que
alguna vez ha podido o que podrá no existir? Queda, pues, claro que el alma
humana es inmortal y que subsisten en sus secretos todas las verdaderas
razones de las cosas, aunque, sea por ignorancia, sea por olvido parezca o que
no las posee o que las ha perdido.
V
El alma no está así
sujeta' al cambio de modo que deje de existir.
7. Mas veamos ahora hasta
dónde se pueda admitir el cambio que experimenta el alma. Si, en efecto,
existiendo el arte en un sujeto, este sujeto es el alma, y si no puede
experimentar cambio alguno el sujeto sin que también lo experimente lo que
existe en el sujeto, ¿cómo podemos establecer que son inmutables el arte y la
razón, si se prueba que está sujeta al cambio el alma en la que existen? ¿Qué
cambio, pues, puede haber mayor que el que se suele realizar en los
contrarios, y quién niega que el alma, dejando de lado otros casos, es unas
veces necia, otras, por el contrario, sabia? Entonces consideremos primero de
cuántos modos se puede admitir este cambio que se predica del alma. De estos
modos de cambiar el alma, según opino, solamente nos son más evidentes y más
claros dos en cuanto al género, pero se pueden enumerar muchos en cuanto a la
especie. En efecto, se dice que el alma cambia o según las pasiones del
cuerpo, o según las suyas propias. Según las pasiones del cuerpo: el cambio se
realiza en el alma por las edades, las enfermedades, los dolores, los
malestares, las ofensas, los goces; según las suyas propias: por el desear, el
alegrarse, el temer, el enojarse, el estudiar, el aprender.
8. Todos estos cambios si
no constituyen un argumento necesario de que el alma muera, los mismos en nada
realmente han de ser temidos por sí, considerados separadamente; pero hay que
examinar si no se oponen a nuestra doctrina, por la que establecimos que,
habiéndose mudado el sujeto, de modo necesario experimenta cambio todo lo que
existe en él. Pero la verdad es que no se oponen. Aquello se afirma según este
cambio del sujeto por el cual éste es forzado cambiar absolutamente de nombre.
Puesto que si la cera pasa de algún modo del color blanco al negro, y si de la
forma cuadrada pasa a la redonda, y de blanda se vuelve dura y de caliente
llega a ser fría, no por eso es menos cera; ahora bien, estas cosas existen en
un sujeto, y este sujeto es la cera. Pero la cera permanece ni más ni menos
cera, aun cuando aquellas cosas experimenten el cambio. Síguese que puede
hacerse un cierto cambio de aquellas cosas que existen en el sujeto y, sin
embargo que este mismo sujeto según su esencia y su nombre no se cambie.
Con todo, si de aquellas
cosas que existen en el sujeto, se hiciese un cambio tan profundo, de modo que
aquel sujeto, que se suponía subyacer ya de ninguna manera se pudiese llamar
tal, como por ejemplo cuando por el calor del fuego la cera se dispersa en el
aire y experimenta tal cambio que claramente hace entender que ha sido
cambiado el sujeto, que era cera y que ahora ya no es cera; de ningún modo se
juzgaría con alguna razón que queda algo de aquellas cosas que existían en
aquel sujeto porque hasta ahora era su sujeto.
9. Por lo tanto, si el
alma es el sujeto, como dijimos más arriba, en el que existe la razón de una
manera inseparable y con aquella necesidad también con que se demuestra que
existe en un sujeto, si el alma no puede existir sino viva, si en ella la
razón no puede existir sin la vida, y si la razón es inmortal, el alma, es
inmortal.
Por cierto, la razón no
podría permanecer al margen de todo cambio no existiendo de ninguna manera su
propio sujeto. Esto sucedería si le sobreviniera al alma un cambio tan
profundo que la hiciera dejar de ser alma, esto es, la obligara a morir. Mas
ninguno de aquellos cambios, que se realizan ya sea por medio del cuerpo ya
sea por medio del alma misma (no obstante ser un problema de no poca
importancia, de si algunos de estos cambios son realizados por ella misma,
esto es, que ella misma sea la causa de ellos), puede obrar de modo de hacer
que el alma deje de ser alma. Luego, ya no han de ser temidos estos cambios,
no sólo en sí mismos, sino también para nuestros razonamientos.
VI
La razón que es
inmutable, ya exista en el alma, ya con el alma, ya el alma exista en la
razón, no se puede separar de la misma e idéntica alma.
10. Por consiguiente, veo
que nos debemos aplicar con todas las fuerzas del raciocinar para saber qué es
la razón y de cuántas maneras se puede definir a fin de que aparezca evidente
la inmortalidad del alma según todas sus modalidades.
La razón es la visión del
alma con la cual ésta por sí misma y no por medio del cuerpo intuye la verdad;
o bien es la contemplación de la verdad no realizada por medio del cuerpo, o
bien es la verdad misma que es contemplada.
Nadie puede dudar que la
razón en el primer caso subsiste en el alma; con respecto al segundo y tercero
se puede investigar; con todo, en el segundo caso tampoco puede subsistir sin
el alma. En cuanto al tercero se presenta un grave problema: si aquella
verdad, que el alma intuye sin el auxilio del cuerpo, exista por sí misma y no
exista en el alma, o si podría existir sin el alma. Pero de cualquier modo que
sea, no podrá el alma por sí misma contemplar la verdad si no tuviese con ella
alguna unión. Puesto que todo lo que contemplamos o aprehendemos con el
pensamiento, lo aprehendemos o con el sentido o con el entendimiento. Pero
aquello que es captado por el sentido es también sentido como existiendo fuera
de nosotros y como contenido en el espacio, por lo cual se afirma que no puede
ser percibido realmente. Por el contrario, lo que es entendido, es entendido
no como puesto en otra parte, sino como el alma misma que entiende, puesto que
es entendido al mismo tiempo como no contenido en el espacio.
11. Por lo cual, esta
unión del alma que intuye y de su verdad que es intuida o es tal que el sujeto
es el alma y la verdad aquella existe en el alma, o, por el contrario, es la
verdad el sujeto y el alma existe en ella, o ambas, verdad y alma, son
sustancias.
De estos tres casos si es
cierto el primero, tan inmortal es el alma como la razón, según la exposición
hecha más arriba: que la razón no puede existir sino en un sujeto vivo.
La misma necesidad se
encuentra en el segundo caso. Porque si aquella verdad, que se llama razón,
nada tiene que esté sujeto al cambio, como es evidente, nada tampoco puede
mudarse de lo que existe en ella como en su sujeto.
Por consiguiente, toda la
discusión se reduce a lo tercero. Puesto que si el alma es sustancia, y la
razón a la que se une es también sustancia, no sería absurdo que alguien
hubiera podido pensar que podría suceder que, perdurando la razón, el alma
dejara de existir. Pero es evidente que mientras el alma no se separe de la
razón y esté unida a ella, necesariamente perdura y vive. Y bien, ¿con qué
fuerza, en última instancia, puede ser separada? ¿Acaso con una fuerza
corporal cuyo poder no sólo es más débil sino también su origen inferior y su
naturaleza bastante distinta? Imposible. Entonces, ¿tal vez con una fuerza
psíquica? Pero también esto, ¿de qué manera? ¿Hay quizá alguna otra alma más
poderosa, cualquiera que sea, que no puede contemplar la razón sino separando
de ella a otra? Sin embargo, dado que todas las almas están en contemplación
de la razón, a ninguna le puede faltar; y, no habiendo nada más poderoso que
la razón misma, que es lo más inmutable, de ninguna manera habrá un alma que
aún no esté unida a la razón más poderosa que el alma que le está unida.
Queda todavía otra
posibilidad: o que la razón la separe de sí misma, o que el alma misma se
separe voluntariamente de la razón. Ahora bien, nada hay de mala voluntad en
la naturaleza de la razón para que no se entregue al alma a fin de que la
disfrute. Además, cuanto más plenamente la razón existe, tanto más hace que
cuanto se le una, exista, y precisamente es esto todo lo contrario de la
muerte. Mas no sería demasiado absurdo que alguien dijera que el alma se puede
separar de la razón voluntariamente, concedido que pueda darse alguna
separación entre sí de las cosas que no están en el espacio. Esto ciertamente
se puede objetar contra todo lo anterior, a lo que hemos alegado otras
objeciones.
¿Qué pues? ¿Acaso ya no se
ha de concluir que el alma es inmortal? O ¿quizá, si no se puede separar,
puede todavía extinguirse? Porque si aquella fuerza de la razón afecta al alma
por su misma unión, que efectivamente no puede dejar de afectarla, de tal
manera seguramente la afecta que le otorga el existir. En efecto, la razón
misma existe por sobre todo y en ella es donde también se entiende la máxima
inmutabilidad. Y así al alma, a la que afecta de sí, la obliga en algún modo a
existir. Por consiguiente, el alma no se puede extinguir, a no ser que hubiera
sido separada de la razón. Mas no se puede separar como arriba lo hemos
demostrado. Luego no puede perecer.
VII
El alma no perece ni
aún cuando flor su esencia tienda al menoscabo.
12. Pero esta separación
de la razón por la que sobreviene al alma la necedad, no puede darse sin un
menoscabo del alma; si, en efecto, es más que el alma esté dirigida y adherida
a la razón, por eso, porque está adherida a un ser inmutable que es la verdad,
que no sólo existe por sobre todas las cosas, sino también antes que todas,
cuando de ella ha sido separada posee en menor grado esa misma existencia, lo
que es menoscabarse. Ahora bien, todo menoscabo tiende a la nada, y no se
puede concebir ninguna muerte más propiamente que cuando esto, que era algo,
se hace nada. Por lo cual, tender a la nada es tender a la muerte. Porqué la
muerte no caiga en el alma en la que cae el menoscabo, apenas es posible
decirlo. Aquí concedemos todo lo demás, pero negamos que necesariamente se
siga la muerte para lo que tiende a la nada, esto es, que efectivamente llegue
a la nada. Esto se puede observar también en el cuerpo. Porque, puesto que
todo cuerpo es una parte del mundo sensible y por eso cuanto más grande es y
más lugar ocupa, tanto más se acerca al todo, y cuanto más se comporta así
tanto más plenamente existe. En efecto, el todo es más que la parte. Por lo
cual también es necesario que sea menos cuando se reduce. Luego, cuando se
reduce, experimenta un menoscabo. Ahora bien, se reduce cuando de él se quita
algo cortando. De aquí resulta que por esa sustracción tienda a la nada. Con
todo, ninguna sustracción lo lleva ala nada; porque toda parte que queda es
cuerpo y cualquiera sea su tamaño, ocupa un lugar de cualquier dimensión. Esto
no podría suceder, si no tuviese partes en las que siempre de idéntico modo se
dividiera. Luego, se puede reducir un cuerpo al infinito dividiéndolo
infinitivamente, y por eso, puede sufrir un menoscabo y tender a la nada,
aunque jamás pueda llegar. Todo esto también se puede afirmar y entender del
espacio mismo y de cualquier intervalo. Porque no sólo quitando de esos
intervalos limitados, v. gr., una mitad, sino también de lo que resta siempre
la mitad, el intervalo se reduce y progresa hacia el fin, al que sin embargo
de ningún modo llega. ! Cuánto menos se ha de temer esto del alma! Puesto que
el alma es ciertamente mejor y más vivaz que el cuerpo, por medio de la cual
éste recibe la vida.
VIII
Como al cuerpo no se le
puede quitar aquello por lo que es cuerpo, así
tampoco al alma aquello
por lo que es alma
13. Porque si lo que hace
que exista un cuerpo no consiste en su masa, sino por el contrario en su
forma, -aserción que se prueba con argumento irrebatible- tanto más plenamente
existe el cuerpo, cuanto más bello y hermoso; y tanto menos, cuanto más feo y
deforme; este menoscabo no proviene como aquél del que ya hemos hablado
bastante de una reducción de la masa, sino del menoscabo que sobreviene a su
forma. Hemos de examinar y discutir este asunto con todo el cuidado posible, a
fin de que no vaya alguien a afirmar que el alma puede perecer a causa de un
tal menoscabo como se podría creer, por ejemplo, que, mientras el alma está en
la locura y se encuentra así privada en cierta medida de su forma, esta
privación pueda ser aumentada en tanto que la despoje enteramente de toda su
forma y por ese menoscabo la reduzca a la nada y la obligue necesariamente a
morir. Por eso, si llegamos a demostrar que el cuerpo mismo no puede incurrir
en una privación tal que también lo despoje de aquella forma por la que es
cuerpo, de derecho quizá habremos demostrado que mucho menos el alma puede ser
privada de lo que le es esencial como alma. Porque, a la verdad, nadie que se
haya examinado interiormente bien, dejará de confesar que cualquier alma se ha
de considerar superior a cualquier cuerpo.
14. Establezcamos, pues,
como principio de nuestro razonamiento que ningún ser se hace o se engendra a
sí mismo; de lo contrario existiría antes de existir: puesto que si esto es
falso, aquello es verdadero. Digamos aún más, que lo que no ha sido hecho o
nacido y sin embargo existe, es necesariamente eterno. Quien quiera que
acuerde a algún cuerpo esta naturaleza y excelencia cae ciertamente en un
grave error. Pero, ¿para qué vamos a discutir? En ese caso, con mucha mayor
razón estamos obligados a otorgar esa excelencia al alma. Y así, si algún
cuerpo es eterno, toda alma es eterna porque cualquier alma se ha de anteponer
a cualquier cuerpo, y lo que es eterno a lo que no lo es. Sin embargo, si como
es cierto, el cuerpo ha sido creado, lo ha sido por un creador, que no puede
ser inferior a él; pues no habría sido capaz para darle que obrara cualquier
cosa sea aquello que hiciera. EL creador tampoco puede ser igual a lo creado;
porque es conveniente que el creador tenga para ejecutar la obra algo superior
a lo que crea. Porque se puede decir sin absurdo de aquel que engendra que él
es de la misma naturaleza que aquello que es engendrado por él. Luego todo
cuerpo ha sido creado por una fuerza y por una naturaleza más poderosa y
mejor, no en verdad corpórea. Porque si un cuerpo ha sido creado por otro
cuerpo, no pudo haber sido creado todo cuerpo. De lo más verdadero, pues, es
lo que establecimos al comienzo de esta disensión: que ningún ser puede
hacerse por si mismo. Mas esta fuerza y esta naturaleza incorpórea, hacedora
de todo cuerpo, lo mantiene todo entero por su potencia siempre presente; no
lo creó y se apartó de él y creado no lo abandonó. Esta sustancia que
realmente no es cuerpo y que no se mueve s localmente, por así decirlo, de
modo que pueda separarse de aquella sustancia a la que le corresponde el
espacio, y aquella fuerza creadora no puede estar exenta de no cuidar lo que
ha sido creado por ella, ni de permitir que carezca de la forma por la que
existe todo en la medida en que existe. En efecto, lo que no existe por sí, si
es abandonado por aquel ser por el cual existe, seguramente dejará de existir;
y no podemos decir que el cuerpo cuando fue creado ha recibido esto: que ya
pudiese ser suficiente por sí mismo, aún si fuese abandonado por el creador.
15. Con todo, si es así,
con mayor razón el alma, que es a ojos vista superior al cuerpo, tendría esta
autosuficiencia. Y así, si el alma puede existir por sí misma, de inmediato se
prueba que es inmortal. En efecto, todo cuanto existe de tal modo
necesariamente es incorruptible y por eso no puede perecer, porque nada deja
su propio ser. Pero la mutabilidad del cuerpo salta a la vista, como
suficientemente lo demuestra el universal movimiento del mismo universo
corpóreo. De ahí que a los que observan con atención, en cuanto puede ser
observada la naturaleza, se les revela que con una ordenada mutabilidad es
imitado lo que es inmutable. Mas lo que existe por sí, tampoco tiene necesidad
de movimiento alguno, teniendo toda la plenitud para sí en su propia
existencia, porque todo movimiento es hacia otro ser del que carece el ser que
se mueve.
Luego está presente al
universo corpóreo una forma de naturaleza superior, renovando y manteniendo
las cosas que creó: por eso, aquella mutabilidad no le quita al cuerpo el ser
cuerpo, sino que lo hace pasar de forma en forma con un movimiento
ordenadísimo. En efecto, no permite que ninguna de sus partes vuelva a la
nada, abrazándolo todo entero aquella fuerza creadora con su poder que no se
esfuerza ni permanece inactivo, dando el ser a todo lo que por ella existe, en
la medida en que existe.
Por lo tanto, nadie debe
haber tan desviado de la razón, para quien o no sea cierto que el alma es
mejor que el cuerpo, o, concedido esto, juzgue que al cuerpo no le pueda
acaecer que no sea cuerpo, pero sí al alma que no sea alma. Si esto no sucede
y si no puede existir el alma sin que viva, verdaderamente el alma no muere
nunca.
IX
El alma esencialmente
es vida; luego no puede carecer de ella.
16. Si alguien objeta que
esa muerte por la que sucede que algo que fue no sea nada, no ha de ser temida
por el alma, sino aquella otra por la cual llamamos cosas muertas a las que
carecen de vida, tenga presente que ninguna cosa carece de su propio ser.
Ahora bien, el alma es una especie de vida, por la cual todo lo que está
animado, vive; mas todo lo que no está animado y que puede ser animado, se
concibe como muerto, esto es, como privado de vida. Luego el alma no puede
morir. Porque si pudiese carecer de vida no sería alma, sino algo animado; si
esto es absurdo, mucho menos ha de temerse para el alma esta clase de muerte;
puesto que, por cierto, no se la ha de temer para la vida. Porque justamente
si muere el alma, entonces cuando la abandona aquella vida, esa misma vida que
abandona a está, se la concibe mucho mejor como alma, de modo que ya no sea el
alma algo que puede ser abandonado por la vida, sino aquella misma vida que es
la que abandona. Todo cuanto, pues, ha sido abandonado por la vida se llama
muerto, y lo muerto se concibe como dejado por el alma; mas esta vida, que
abandona a los seres que mueren, porque ella misma es el alma, no puede dejar
su propio ser. Luego el alma no puede morir.
X
EL alma no es la
organización del cuerpo.
17. ¿No será quizá que
debamos concebir la vida como una cierta organización del cuerpo, como algunos
han pensado? Estos, seguramente nunca hubieran creído esto, si alejando y
purificando su propia alma del trato con los cuerpos, hubiesen podido ver
aquellas cosas que existen realmente y perduran inmutables. ¿Quién, pues,
examinándose bien no ha experimentado que entendió algo tanto más
profundamente, cuanto mes pudo apartar y retirar la atención de la mente de
los sentidos del cuerpo? Por cierto esto no se podría realizar si el alma
fuese la organización del cuerpo. En efecto, una cosa que no tuviese una
naturaleza propia ni existiese como sustancia, sino que existiese
inseparablemente en el cuerpo como en su sujeto, de la misma manera que el
color y la figura, de ningún modo se podría esforzar por apartarse del propio
cuerpo para captar los inteligibles; y en cuanto pudiese hacerlo, en tanto
podría intuirlos, y por esa visión hacerse mejor y más perfecta. En realidad,
de ninguna manera la figura o el color o también la misma organización del
cuerpo, que es una mezcla real de aquellas cuatro naturalezas por las que
subsiste el cuerpo mismo, se pueden apartar de éste en el que existen
inseparablemente como en su sujeto. A esto añadimos que los inteligibles, que
el alma entiende cuando se aparta del cuerpo, no son ciertamente seres
corpóreos y, sin embargo, existen y existen con la máxima plenitud porque
siempre se poseen a sí mismos de idéntico modo. En efecto, nada más absurdo se
puede afirmar que aquello que vemos con los ojos existe y lo que contemplamos
con la inteligencia no existe, siendo propio de un insensato dudar que la
inteligencia es incomparablemente superior a los ojos. Ahora bien, estas cosas
que se entienden como poseyéndose a sí mismas siempre de idéntico modo, cuando
las intuye el alma demuestra bastante que ella les está unida de una manera
admirable y asimismo incorporal, esto es, no espacialmente.
Puesto que o estas
verdades existen en el alma o ésta existe en ellas. Sea cualquiera de los dos
casos, o exista el uno en el otro como en su sujeto, o bien el uno y el otro
existan como sustancias. Pero si se admite lo primero, el alma no existe en el
sujeto cuerpo como el color y la figura, porque ella misma o existe como
sustancia o existe en un sujeto que es otra sustancia que no es cuerpo. Ahora
bien: si lo segundo es verdad, el alma no existe en el sujeto cuerpo como el
color porque es sustancia. Por el contrario, la organización del cuerpo existe
en el sujeto cuerpo como el color; en consecuencia, el alma no es la
organización del cuerpo, sino que la vida es el alma; y puesto que ningún ser
deja su propio ser y puesto que lo que la vida abandona muere, luego el alma
no puede morir.
XI
Siendo la verdad causa
del alma, no por eso perece a causa del error
contrario a la verdad.
18. Finalmente, pues, si
de nuevo se ha de temer algo, se ha de temer esto: que el alma perezca por
deficiencia cuando es privada de su forma de existir. Aunque juzgo que sobre
este asunto se ha dicho bastante, y que ha sido demostrado con argumento
cierto cuán imposible es esto; sin embargo se debe también atender a esto: que
no hay otra causa de este temor sino porque se ha de confesar que el alma
necia está en una especie de deficiencia y que el alma sabia está en una
esencia más cierta y más plena. Pero si el alma cuando intuye la verdad es
entonces sapientísima de lo que nadie duda-, verdad que existe siempre de
idéntico modo y a la que se adhiere inseparablemente unida por un amor divino;
y si todas aquellas cosas que existen no importa cómo, existen por esta
esencia, que existe suma y supremamente, el alma en la medida en que existe o
existe por aquélla o existe por sí misma. Pero si existiese por sí misma,
siendo la causa de su propia existencia y como nunca abandonaría su propio
ser, jamás perecería, como ya lo expusimos más arriba. Mas si, por el
contrario, el alma recibe la existencia de aquella esencia, es necesario
buscar diligentemente qué cosa puede serle contraria que le pueda quitar al
alma la existencia que le otorga aquélla. ¿Cuál es, pues, este ser? ¿Es acaso
el error, porque aquélla es la verdad? ¡Cuánto puede dañar al alma el error es
evidente y claro! ¿Quizá puede más que engañarla? Pero nadie que no viva se
engaña. Por consiguiente, el error no puede destruir el alma. Porque, si el
error, que es contrario a la verdad, no puede arrancarle al alma la existencia
que le otorgó la verdad (en tan altísimo grado la verdad es invencible), ¿qué
otro ser se encontrará que arranque al alma aquello por lo que es alma?
Nada en realidad: porque
nada hay más poderoso que un contrario para arrebatar aquello que ha sido
hecho por su contrario.
XII
Nada hay contrario a la
verdad, por la que el alma es lo que es, en la
medida ere que la
verdad misma es.
19. Mas si así buscamos lo
contrario a la verdad, no en cuanto es verdad, sino en cuanto existe suma y
supremamente, aunque esto mismo lo es en tanto en cuanto es verdad, ya que la
llamamos verdad porque por ella son verdaderas todas las cosas en la medida en
que existen, y en tanto existen en cuanto son verdaderas; sin embargo, porque
se me presente esto tan evidente, de ningún modo eludiré el problema. En
efecto, si ninguna esencia en cuanto es esencia tiene algo contrario, mucho
menos tiene contrario aquella primera esencia, que se llama verdad, en cuanto
es esencia. Lo primero es verdadero; efectivamente toda esencia no es esencia
por otra cosa sino porque es. El ser no tiene como contrario sino el no ser,
por lo cual nada hay contrario a la esencia. Luego de ningún modo cosa alguna
puede ser contraria a aquella sustancia que es absolutamente suprema y
primera. De parte de la cual si el alma posee aquello mismo por lo que ella
es, -porque esto que el alma no lo tiene de sí misma, no lo puede tener de
otra parte sino de aquel ser que por esto mismo es más perfecto que el alma-
no hay ser por cuya causa lo pierda, porque no hay ningún ser contrario a ese
ser por el que lo tiene; y por eso, no deja de existir. La sabiduría empero,
porque la tiene por conversión hacia aquello de lo que procede, la puede
perder por separación. Porque la separación es contraria a la conversión. Pero
aquel ser que participa de aquél al que ninguna cosa es contraria, no tiene
ninguna posibilidad por la que pueda perderlo. En consecuencia el alma no
puede perecer.
XIII
El alma no se puede
transformar en cuerpo.
20. Aquí quizá nazca algún
otro problema: a ver si así como el alma no puede perecer tampoco se pueda
transformar en una esencia inferior. En efecto, puede parecerle a cualquiera, y
no sin razón, que por esta argumentación se ha demostrado que el alma no puede
llegar a la nada, pero que tal vez se pueda transformar en cuerpo.
Si lo que antes era alma se
hubiese hecho cuerpo, no por cierto dejaría de existir del todo. Pero esto no
puede suceder, a menos que o el alma misma lo quiera o sea forzada por otro a
serlo. Sin embargo, no se sigue de inmediato que el alma pueda ser cuerpo ya sea
que ella misma lo haya querido, ya sea que haya sido forzada a serlo. Lo lógico
es que, si lo es, lo quiera así o sea forzada a ello; pero no se sigue que si lo
quiere o es obligada lo sea realmente.
Ahora bien, el alma nunca
querrá ser cuerpo. Porque todo su impulso hacia el cuerpo es o para cuidarlo o
para vivificarlo o para que se organice de un cierto modo, o para cuidarlo de
alguna manera. Ahora bien, nada de esto puede hacer si no es superior al cuerpo.
Pero si es cuerpo, en realidad no será superior al cuerpo. Por consiguiente, el
alma no querrá ser cuerpo. Y no hay argumento alguno más cierto sobre este
asunto que cuando el alma se interroga de esto a sí misma. De esta manera, pues,
el alma comprueba fácilmente que no tiene ningún impulso si no es o para hacer,
o saber, o sentir algo, o tan sólo para vivir en cuanto esto depende de ella.
21. Pero si el alma es
forzada a ser cuerpo, ¿por quién pues lo podrá ser? Por un ser, que ciertamente
sea más poderoso. Luego no puede serlo por el mismo cuerpo; pues de ninguna
manera se puede dar un cuerpo mas poderoso que un alma. Por otra parte, un alma
más poderosa no podría forzar hacia algo, si no es a aquel ser que está sujeto a
su poder; ni en modo alguno un alma está sujeta al poder de otra, si no por sus
pasiones. Luego esa alma no puede forzar a otra más que cuanto se lo permiten
las pasiones de ésta a la que fuerza. Pero hemos dicho que el alma no puede
tener deseo de ser cuerpo. También es evidente que el alma no llega a ninguna
satisfacción de su deseo cuando pierde todo deseo; ahora bien, cuando se hace
cuerpo lo pierde, luego el alma no puede ser forzada a hacerse cuerpo por otro
ser que no tiene facultad para obligar sino en cuanto se lo permiten las
pasiones de su sometida. Finalmente, toda alma que tiene a otra en su poder,
necesariamente quiere más tener bajo su poder a ésta que no un cuerpo, y la
quiere atender con bondad o mandar con malicia. Por eso no querrá que se
convierta en cuerpo.
22. En fin, esta alma que
fuerza o bien es un ser animado o bien carece de cuerpo. Pero si carece de
cuerpo, no existe en este mundo, y si es así es sumamente buena y no puede
desearle otra tan torpe trasmutación. Mas si es un ser animado, o también es un
ser animado aquélla a la que fuerza o no lo es. Pero si no lo es, para nada
puede ser forzada por otra. En efecto, no hay alma más poderosa que la que
existe en grado máximo. Mas si existe en un cuerpo, asimismo es forzada por
medio de un cuerpo por otra que existe en un cuerpo, a cualquier cosa que sea
forzada. Mas, ¿quién puede dudar que de ningún modo se puede hacer una tan
grande trasmutación en el alma por medio de un cuerpo? Sería posible, pues,
esto, si el cuerpo fuese más poderoso que el alma; aunque cualquiera sea aquello
a lo que el alma es forzada por el cuerpo, justamente lo es no por medio de un
cuerpo, sino por medio de sus pasiones, acerca de las cuales ya se ha dicho
bastante. Ahora bien, lo que es superior al alma racional, según unánime
afirmación, es Dios. ÉL por cierto cuida del alma y por eso el alma no puede ser
forzada por ÉL a transformarse en cuerpo.
XIV
La fuerza del alma no la
puede menoscabar ni el sueño ni ninguna
afección semejante del
cuerpo.
23. Si, pues, el alma no
consiente transformarse en cuerpo ni por propia voluntad ni forzada por otro,
¿de dónde puede consentirlo? ¿Quizá porque muchas veces, a pesar nuestro, nos
oprime el sueño, se ha de temer que por alguna deficiencia así, pueda ser
convertida el alma en cuerpo? ¡ Cómo si realmente porque nuestros miembros se
marchitan por el sueño, por eso de algún modo el alma se pudiera hacer más
débil! Tan sólo no siente las cosas sensibles, porque cualquier cosa sea la que
produce el sueño, es propia del cuerpo y opera en el cuerpo; porque tal cambio
está ordenado según la naturaleza para el descanso del cuerpo de los trabajos;
sin embargo, este cambio no quita al alma la capacidad de sentir o de entender.
Porque no sólo tiene de inmediato presentes las imágenes de las cosas sensibles
con tan grande expresión de semejanza, que no es posible en ese mismo tiempo
distinguirlas de aquellas cosas de las que son imágenes; sino también, si
entiende algo, eso mismo es igualmente verdadero para cuando duerme como para
cuando está en vigilia. En efecto, si durante el sueño, por ejemplo, a uno le
hubiese parecido haber disputado y haber seguido en la disputa razones
verdaderas, habrá aprendido algo; y ya despierto también esas mismas razones
permanecen en él inmutables, aunque se compruebe que son falsas las demás cosas,
como ser el lugar en el que se realizara la disputa, la persona con la que se
disputara, y las palabras mismas en cuanto al sonido con las que se creía
discutir, y otras cosas por el estilo, que también se sienten y realizan con los
mismos sentidos cuando despiertos y, sin embargo pasan y nunca obtienen la
presencia estable de las verdaderas razones.
De lo cual se concluye que
por tal cambio de estado en el cuerpo, cual es el sueño, no se puede menguar la
vida propia del alma, sino sólo el uso que la misma tiene del cuerpo.
XV
Nuevo argumento que
prueba que el alma no puede transformarse en
cuerpo.
24. Por último, si la unión
del alma y del cuerpo no es local aunque el cuerpo ocupe un lugar, el alma
recibe antes que el cuerpo, y no sólo antes sino más que el cuerpo, la impresión
de estas razones sublimes y eternas cuya existencia es inmutable y que
ciertamente no están contenidas en el espacio. En efecto, tanto antes el alma es
impresionada por estas verdades cuanto les es más cercana, y por la misma razón
tanto más, cuanto superior al cuerpo; ni esta cercanía es acercamiento de lugar,
sino de orden de naturaleza. Pues en virtud de este orden se entiende que
aquella suprema esencia por medio del alma otorga al cuerpo la forma, por la
cual éste es en la medida en que es. El cuerpo subsiste a causa del atina y por
ella misma es animado, ya sea universalmente como el mundo, ya sea
particularmente como cada uno de los vivientes dentro del mundo. Por lo cual era
lógico que el alma se hiciera cuerpo por el alma y que en absoluto pudiera ser
de otra manera. Mas como esto no sucede, permaneciendo por cierto el alma en
aquello que la constituye alma, el cuerpo subsiste por ésta que le otorga la
forma y sin que ella la pierde. El alma, pues, no se puede convertir en cuerpo.
Si, en efecto, el alma no comunicara al cuerpo la forma que ella recibe del
Supremo Bien, el cuerpo no existiría por medio de ella, y si no existiese por
medio de ella, o no existiría en absoluto, o él recibiría tan inmediatamente su
forma como el alma; pero el cuerpo no sólo existe, sino también si recibiese tan
inmediatamente la existencia como el alma, sería de la misma naturaleza que el
alma: pues esto interesa; puesto que si el alma es superior al cuerpo es porque
ella recibe su forma más inmediatamente que el cuerpo. Ahora bien, el cuerpo la
recibiría de una manera también tan inmediata, si no la recibiese por medio del
alma: puesto que, no habiendo ningún intermediario, seguramente recibiría su
forma tan inmediatamente. No se encuentra nada que esté entre la Suprema Vida,
Sabiduría y Verdad inmutable, y el último ser que es vivificado, esto es el
cuerpo, a no ser el alma que lo vivifica. Si el alma trasmite al cuerpo la
forma, para que sea cuerpo en la medida en que es cuerpo, por cierto dándole la
forma ella no la pierde. Ahora bien, la perdería si se transformara en cuerpo.
El alma, pues, no se puede convertir en cuerpo ni por su propia potencia, porque
el cuerpo no subsiste sino en cuanto ella subsiste como alma; ni tampoco puede
llegar a ser cuerpo por la potencia de otra alma, porque el cuerpo no se hace
sino por transmisión de la forma por medio del alma, y el alma no se
transformaría en cuerpo sino perdiendo su forma, si este cambio fuese posible.
XVI
Tampoco el alma racional
puede transformarse en alma irracional. El alma está toda entera en el cuerpo
todo entero y en cada una de sus partes.
25.-Se puede decir del alma
o de la vida irracional también esto: que el alma racional tampoco puede
transformarse en alma irracional. En efecto, el alma irracional si no fuese de
un orden inferior a aquel del alma racional, recibiría de manera igual el ser y
le sería idéntica. Así pues, siguiendo el orden natural, los seres más poderosos
trasmiten a los seres más débiles la forma que ellos han recibido de la Esencia
Suprema; y cuando la trasmiten ellos no la pierden. Estos seres más débiles
existen, en la medida en que existen, porque la forma por la que existen les es
trasmitida por seres más poderosos, que por lo mismo que son más poderosos son
también más excelentes. Ahora bien, esta excelencia no les ha sido otorgada como
potencia de una masa más grande sobre masas más pequeñas, sino que estas
naturalezas más poderosas son más excelentes por una misma forma sin tener
volumen alguno en el espacio. En este orden el alma es más poderosa y más noble
que el cuerpo; y, puesto que el cuerpo subsiste por el alma, como lo hemos
dicho, ella no se puede transformar de ningún modo en cuerpo. En efecto, el
cuerpo no existe sino recibiendo la forma por intermedio del alma. Ahora bien,
para que el alma pudiera llegar a ser cuerpo, sería necesario no que recibiese
una forma nueva sino que perdiera la suya propia; por eso, pues, no puede
convertirse en cuerpo a no ser que quizá esté encerrada en el espacio y se la
una localmente al cuerpo. Porque si ello fuese así, podría ser que una masa más
grande pudiese hacer tomar al alma, aunque más excelente, su naturaleza
inferior, como se ve que un viento mayor extiende una llama menor. Pero ello no
es así. En realidad toda masa que ocupa un lugar, no existe toda entera en cada
una de sus partes, sino en la totalidad. Por lo cual, una de sus partes está en
un lugar y otra en otro. El alma, por el contrario, no está sólo presente en
toda la masa del cuerpo que anima, sino que también está presente al mismo
tiempo toda entera en cada una de sus partes más pequeñas. En efecto, ella
siente toda entera la impresión que recibe una parte del cuerpo, y, sin embargo,
no la siente en el cuerpo todo entero. Así cuando el pie sufre, el ojo mira, la
lengua habla y las manos se allegan. Ahora bien, esto no sucedería si lo que del
alma hay, no estuviese en aquellas partes, y si no sintiera el dolor del pie
herido; ni podría sentir lo que ha pasado en ese miembro si está ausente.
Porque, en fin no es creíble que ello suceda por medio de algún mensajero que
anuncia lo que no siente, porque la impresión que se da no recorre la
continuidad de la masa del cuerpo, para advertir de su presencia a las demás
partes del alma que existen en distintos lugares; sino que el alma toda siente
lo que pasa en esa parte del pie y lo siente sólo allí donde sucede. Luego el
alma que siente toda entera al mismo tiempo en cada una de las partes del
cuerpo, está presente toda entera al mismo tiempo en cada una de esas partes.
Sin embargo, no está presente toda entera como la blancura u otra cualidad por
el estilo que está toda entera en cada parte del cuerpo. Porque si el cuerpo
experimenta en una parte una alteración de la blancura, esta alteración puede no
afectar en nada la blancura que está en otra parte. Por lo cual, es evidente que
esta blancura está disgregada en partes de acuerdo a la disgregación de partes
de la masa. Mas que así no sucede en el alma se demuestra por la sensación de la
que acabamos de hablar.
[1]
Escrito el año 387 de Cristo.
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