La obediencia a Dios puede ser incondicionada porque consta de su
infinita bondad y rectitud: "Sé bien de quién me he fiado" (2 Tim 1,12).
Pero ni aun ésa excluye el diálogo, como lo enseñan el libro de Job y
la oración de Cristo en Getsemaní. Dios no quiere borregos, sino hombres
libres, y como a tales nos trata; por eso no da órdenes, sino invita
persuadiendo: "Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me
instruye internamente" (Sal 15,7). Cuando se revela en Jesucristo,
invita a responder con la fe, pero no la impone, aunque sea el hombre
cuestión de vida o muerte: "Ya escribieron los profetas que todos serán
discípulos de Dios: todo el que escucha al Padre y aprende, se acerca a
mí" (Jn 6,45).
Dios no quiere autómatas; la única respuesta digna de él es amor libre, espontáneo y agradecido; y el amor no se suscita con la coacción.
La palabra obediencia no aparece nunca en los evangelios. El verbo obedecer, muy poco frecuente, se aplica a los vientos y al lago en el milagro de la tempestad calmada (Mc 4,41 y parals.), a los espíritus inmundos (ibíd. 1,27) y a una higuera (Lc 17,6), nunca a hombres.
El término griego entolé, que se traduce unas veces por "mandamiento" y otras por "encargo" (por ejemplo, Jn 10,18), no es nunca complemento del verbo obedecer. Cuando se trata de mandamientos, se usa de ordinario el verbo "guardar", que significa retenerlos en la memoria para que dirijan la conducta; son etiquetas que denuncian lo que es dañoso para la salud.
A las palabras de Cristo y a la voluntad de Dios, la respuesta que se piede es "hacer", concepto que penetra todo el Evangelio de Mateo:
"Quien escucha estas palabras mías y las pone en obra (lit. "las hace") se parece al hombre sensato que edificó su casa sobre roca" (7,24).
"Hágase tu voluntad en la tierra" (6,10).
"¿CUál de los dos cumplió (lit. "hizo") la voluntad del padre?" (21,23).
Pero ese "hacer" no es la sumisión a una orden, sino la expresión de una fidelidad. Tal es el significado más frecuente en el primer evangelio del término griego dikaiosyne, ordinariamente traducido por "justicia". Dios es "justo" porque es fiel a su alianza con los hombres, y pide del hombre una "justicia", es decir, una fidelidad que responda a la suya: "Si vuestra fidelidad no supera a la de los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 5,20).
La fidelidad es flor de la estima; supone el diálogo entre Dios y el hombre, que es la alianza; procede de una persuasión interior y es consecuencia de una aceptación libre.
Dios no quiere autómatas; la única respuesta digna de él es amor libre, espontáneo y agradecido; y el amor no se suscita con la coacción.
La palabra obediencia no aparece nunca en los evangelios. El verbo obedecer, muy poco frecuente, se aplica a los vientos y al lago en el milagro de la tempestad calmada (Mc 4,41 y parals.), a los espíritus inmundos (ibíd. 1,27) y a una higuera (Lc 17,6), nunca a hombres.
El término griego entolé, que se traduce unas veces por "mandamiento" y otras por "encargo" (por ejemplo, Jn 10,18), no es nunca complemento del verbo obedecer. Cuando se trata de mandamientos, se usa de ordinario el verbo "guardar", que significa retenerlos en la memoria para que dirijan la conducta; son etiquetas que denuncian lo que es dañoso para la salud.
A las palabras de Cristo y a la voluntad de Dios, la respuesta que se piede es "hacer", concepto que penetra todo el Evangelio de Mateo:
"Quien escucha estas palabras mías y las pone en obra (lit. "las hace") se parece al hombre sensato que edificó su casa sobre roca" (7,24).
"Hágase tu voluntad en la tierra" (6,10).
"¿CUál de los dos cumplió (lit. "hizo") la voluntad del padre?" (21,23).
Pero ese "hacer" no es la sumisión a una orden, sino la expresión de una fidelidad. Tal es el significado más frecuente en el primer evangelio del término griego dikaiosyne, ordinariamente traducido por "justicia". Dios es "justo" porque es fiel a su alianza con los hombres, y pide del hombre una "justicia", es decir, una fidelidad que responda a la suya: "Si vuestra fidelidad no supera a la de los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 5,20).
La fidelidad es flor de la estima; supone el diálogo entre Dios y el hombre, que es la alianza; procede de una persuasión interior y es consecuencia de una aceptación libre.
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