La exuberancia se enraíza en el sentimiento de libertad y de riqueza. Al
afirmar la vida, el hombre sabe que su atmósfera propia es la
espontaneidad, no la sujeción; la abundancia, no la escasez. Agobiado en
el quehacer diario por infinitas restricciones, preceptos, convenciones
sociales y etiquetas, recobra en la fiesta su libre espontaneidad;
ansía desentumecer tendones encogidos en la camisa de fuerza del
protocolo cultural.
La fiesta es el brinco que suelta la traba.
Por diversos temores no de atreve de ordinario a desafiar la opresión de tanta estúpida norma ni la frialdad del anonimato urbano. En la fiesta, con el apoyo y complicidad de los demás, empieza a ser él mismo, a desplegar capacidades; deja caer las caretas impuestas e incluso a veces adopta una postiza que revele mejor su verdadero rostro.
Cuando alguno no logra vencer sus temores para ser él mismo, nace el aguafiestas; suele ser un cohibido disfrazado de bravucón o un insensible con aires de experimentado; quizá un defraudado de sí mismo, que ridiculiza la espontaneidad ajena y se burla de la exuberancia inocente.
La exuberancia es manifestación de riqueza, no principal ni necesariamente de dinero, sino de espíritu: es efusión, rebose y plenitud; de aquí vienen la generosidad y la tendencia al derroche, síntomas de la abundancia interior.
Según lo dicho, la exuberancia muestra otro aspecto de la fe que penetra en la fiesta: afirma la espontaneidad como salud y forma de vida humana; rechaza, como raquitismo, la continua convención social y espera vivir un día con expresión plena, no coartado por el ambiente.
La fiesta es el brinco que suelta la traba.
Por diversos temores no de atreve de ordinario a desafiar la opresión de tanta estúpida norma ni la frialdad del anonimato urbano. En la fiesta, con el apoyo y complicidad de los demás, empieza a ser él mismo, a desplegar capacidades; deja caer las caretas impuestas e incluso a veces adopta una postiza que revele mejor su verdadero rostro.
Cuando alguno no logra vencer sus temores para ser él mismo, nace el aguafiestas; suele ser un cohibido disfrazado de bravucón o un insensible con aires de experimentado; quizá un defraudado de sí mismo, que ridiculiza la espontaneidad ajena y se burla de la exuberancia inocente.
La exuberancia es manifestación de riqueza, no principal ni necesariamente de dinero, sino de espíritu: es efusión, rebose y plenitud; de aquí vienen la generosidad y la tendencia al derroche, síntomas de la abundancia interior.
Según lo dicho, la exuberancia muestra otro aspecto de la fe que penetra en la fiesta: afirma la espontaneidad como salud y forma de vida humana; rechaza, como raquitismo, la continua convención social y espera vivir un día con expresión plena, no coartado por el ambiente.
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