Taciano,
de origen sirio, se convirtió. al parecer, en Roma, y fue discípulo de san
Justino. Se conserva de él un Discurso contra los griegos en el que se lanza a
atacar el politeísmo y la filosofía pagana de una manera vehemente y extremosa
que muestra bien su radicalismo y virulencia de carácter. Llevado de este
radicalismo llegó a abandonar la doctrina común de la Iglesia y fundó una
especie de secta puritana de tendencias gnósticas, que fue llamada de los
encratitas o continentes, en la que se practicaba una total abstención de
carnes, y de bebidas alcohólicas, se condenaba absolutamente el matrimonio y
hasta se llegó a sustituir el vino por el agua en la celebración de la
eucaristía. Son de particular interés, para el desarrollo teológico, sus
ideas acerca de la generación del Verbo —que pronuncian los desarrollos
ulteriores de Tertuliano y san Agustín— así como su elaboración de la
doctrina de la inmortalidad y de la resurrección.
JOSEP
VIVES
*
* * * *
TACIANO EL
SIRIO, nacido de una familia pagana y en Siria, seguramente en la zona
cercana al imperio persa («nacido en tierra de asirios», dice de sí mismo),
y con una gran antipatía hacia todo lo griego, se convirtió quizá en Roma,
donde acudió a la escuela de Justino; como su maestro, había llegado al
cristianismo después de una larga búsqueda de la verdad entre los filósofos.
Pero a diferencia de Justino, Taciano rechaza completamente no sólo la
filosofía de los griegos, sino toda su cultura y sus costumbres. Regresó a
Oriente hacia el 172, y dio origen a una secta rigorista, llamada de los
encratitas, que proscribía el matrimonio, el comer carne y el beber vino,
hasta el punto de que en la misma Eucaristía lo substituyó por agua.
De sus obras
sólo dos se conservan. Una, que al parecer era la más importante de todas y
que se puede reconstruir con las traducciones que tenemos, es el
Diatessaron; se trata de una concordia de los cuatro evangelios, hecha
con objeto de presentarlos en un solo relato continuo; parece que fue muy
utilizado, incluso en la liturgia, durante un largo tiempo; su traducción al
latín fue posiblemente la primera versión latina del Evangelio.
La otra obra es
el Discurso contra los griegos, una apología que, más que una defensa
frente a los paganos, es un ataque virulento y desmesurado contra todo lo
griego, al que añade la exposición de algunos puntos de la religión
cristiana: Dios, el Logos, el pecado original, los demonios y su actividad,
la posibilidad de que el hombre se haga inmortal si sabe rechazar
completamente la materia, el misterio de la encarnación, la conducta de los
cristianos; la religión cristiana, dice, es la más antigua de todas, pues
Moisés es anterior a cualquier pensador griego.
MOLINÉ
TEXTOS
Dios
era en el principio, y el Principio, según hemos recibido de nuestra,
tradición, es la potencia del Verbo. Porque el Señor del universo, que es por
sí mismo el mantenedor de todo, en cuanto que la creación no había sido hecha
todavía, estaba solo; pero en cuanto que residía en él toda la potencia de
las cosas visibles e invisibles, sustentaba por sí mismo todas las cosas por
medio de su potencia racional. Por voluntad de su simplicidad procede el Verbo:
y este Verbo, que no salta al vacío, se convierte en la obra primogénita del
Padre.
Sabemos
que él es el principio del mundo, y se produjo por participación, no por
división. Porque lo que se divide de otro, queda separado de ello; pero lo que
es participado, distinguiéndose en cuanto a la dispensación (o economía) no
deja más pobre a aquello de donde se toma. Porque así como de una sola
antorcha se encienden muchos fuegos, y la primera antorcha no queda disminuida
en su luz por haberse encendido de ella muchas antorchas, así también, el
Logos que procede de la potencia del Padre no dejó sin razón al que le había
engendrado. Yo mismo, ahora estoy hablando, y vosotros me escucháis: y está
claro que no porque mi palabra pase a vosotros me quedo yo sin palabra al
conversar, sino que al proferir yo mi voz estoy poniendo orden en la materia
desordenada que está en vosotros. Y a la manera como el Verbo, engendrado en el
principio, engendró a su vez él mismo para sí nuestra creación, creando la
materia, así también yo, reengendrado a imitación del Verbo y habiendo
alcanzado la comprensión de la verdad, intento poner un orden en la materia de
la que yo mismo participo. Porque la materia no está sin principio, como Dios,
ni tiene un poder igual al de Dios siendo sin principio, sino que ha sido
creada. y no por otro ha sido creada fuera del que la produjo como creador de
todas las cosas 1.
Creemos
que habrá la resurrección de los cuerpos después de la consumación del
universo, no como opinan los estoicos, según los cuales las mismas cosas nacen
y perecen de acuerdo con unos ciclos periódicos sin ninguna utilidad, sino que
una sola vez cuando hayan llegado a su término los tiempos en que vivimos, se
dará la perfecta restauración de solos los hombres en orden al juicio. Y no
nos juzgarán Minos o Radamanto, antes de cuya muerte, según las fábulas,
ninguna de las almas era juzgada, sino que se constituirá en juez el mismo Dios
que nos ha creado. No nos importa que nos tengáis por fabuladores o
charlatanes, porque creamos esta doctrina. Porque así como yo no existía antes
de mi nacimiento y no sabía quién era, sino que sólo existía la sustancia de
mi materia carnal, pero una vez nacido he venido a creer que existo en virtud de
mi nacimiento, aunque antes no existiera, así también, de la misma manera, yo,
que he existido, y que por la muerte dejaré de existir otra vez y desapareceré
de la vista, volveré a existir de nuevo, por un proceso semejante a aquel por
el que no existiendo antes comencé a existir. Y aunque el fuego haga
desaparecer mi carne, el universo recibe la materia evaporada; y si soy
consumido en los ríos o en los mares, o soy devorado por las fieras, quedo
depositado en los depósitos del que es un rico señor. El pobre que no cree en
Dios no conoce estos depósitos; pero el Dios soberano, cuando quiera,
restablecerá en su condición original aquella sustancia que sólo para él es
visible 2.
Nuestra
alma, no es por sí misma inmortal, sino mortal. Pero es también capaz de la
inmortalidad. Si no conoce la verdad, muere y se disuelve con el cuerpo, pero
resucita luego juntamente con el cuerpo en la consumación del mundo, para
recibir como castigo una muerte inmortal. Por el contrario, si ha alcanzado el
conocimiento de Dios, no muere por más que por el momento se disuelva (con el
cuerpo). En efecto, por sí misma el alma es tinieblas, y no hay nada luminoso
en ella, que es, sin duda, lo que significa aquello: «Las tinieblas no
aprehenden la luz» (Jn 1, 5). Porque no es el alma por sí misma la que salva
al espíritu, sino la que es salvada por él. Y la luz aprehendió a las
tineblas, en el sentido de que el Verbo es la luz de Dios, mientras que las
tinieblas son el alma ignorante. Por esto, cuando vive sola, se inclina hacia
abajo hacia la materia y muere con la carne; pero cuando alcanza la unión con
el Espíritu de Dios ya no se encuentra sin ayuda, sino que puede levantarse a
las regiones hacia donde le conduce el Espíritu. Porque la morada del Espiritu
está en lo alto, pero el origen del alma es de abajo. En un principio, el
Espíritu era compañero del alma: pero ésta no quiso seguir al espiritu, y
éste la abandonó. Mas ella, que conservaba, como un resplandor del poder del
espíritu, y que separada de él ya no podía contemplar lo perfecto, andaba en
busca de Dios, y se modeló extraviada muchos dioses, siguiendo a los demonios
embusteros. Por otra parte, el Espíritu de Dios no está en todos los hombres,
sino sólo con algunos que viven justamente, en cuya alma se hace presente y con
la cual se abraza y por cuyo medio, con predicciones, anuncia a las demás almas
lo que está escondido. Las que obedecen a la sabiduría, atraen a sí mismas el
espíritu que les es congénito; pero las que no obedecen y rechazan al que es
servidor del Dios que ha subido, lejos de mostrarse como religiosas se muestran
más bien como almas que hacen la guerra a Dios 3.
¿Por
qué os empeñáis, oh griegos, en que, como en lucha de pugilato, choquen las
instituciones del Estado contra nosotros? Si no quiero seguir las costumbres de
ciertas gentes, ¿por qué he de ser odiado como el ser más abominable? El
emperador manda pagar tributos, y yo estoy dispuesto a hacerlo. Mi amo quiere
que le esté sujeto y le sirva, y yo reconozco esta servidumbre. Porque, en
efecto, al hombre se le ha de honrar humanamente, pero temer sólo se ha de
temer a Dios, que no es visible a los ojos humanos ni es por arte alguna
comprensible. Sólo si se me manda negar a Dios no estoy dispuesto a obedecer,
sino que antes sufriré la muerte, para no declararme mentiroso y desagradecido
4.
........................
1.
TACIANO, Discurso contra los griegos, cap. 5.
2.
Ibid., cap. 6.
3.
Ibid., cap. 13.
4.
Ibid., cap. 4.
TACIANO
Discurso contra los griegos
Ataque a la
filosofía griega:
¿Qué habéis
producido que merezca respeto, con vuestra filosofía? ¿Quién de entre los que
pasan por los más notables estuvo exento de arrogancia? Diógenes, que con la
fanfarronada de su tonel ostentaba su independencia, se comió un pulpo crudo y,
atacado de un cólico, murió de intemperancia; Aristipo, paseándose con su manto
de púrpura, se entregaba a la disolución con apariencias de gravedad; Platón,
con toda su filosofía, fue vendido por Dionisio a causa de su glotonería. Y
Aristóteles, que puso neciamente límite a la providencia y definió la felicidad
por las cosas de que él gustaba, adulaba muy paletamente al muchacho loco de
Alejandro, quien, muy aristotélicamente por cierto, metió en una jaula a un
amigo suyo por no haberle querido adorar, y lo llevaba por todas partes como a
un oso o un leopardo. Por lo menos, obedecía muy puntualmente a los preceptos de
su maestro, mostrando su valor y su virtud en los banquetes, y atravesando con
su lanza al más íntimo y más querido de sus amigos, llorando luego y negándose a
tomar alimento por simulación de tristeza, a fin de no atraerse el odio de los
suyos.
Pudiera también
reírme de los que hasta ahora siguen las doctrinas de Aristóteles, quienes,
afirmando que las cosas más acá de la luna carecen de providencia, no obstante
estar ellos más cercanos a la tierra que la luna y más bajos que el curso de
ésta, ellos proveen a lo que la providencia no alcanza; porque los que no tienen
belleza, ni riqueza, ni fuerza corporal, ni nobleza de origen, no tienen
tampoco, según Aristóteles, felicidad. Pues filosofen en hora buena tales
gentes.
(2; BAC 116, 574-575)
El Dios de los cristianos:
¿Por qué tenéis
empeño, oh griegos, en que, como en una lucha de pugilato, choquen contra
nosotros las leyes del Estado? Y si yo no quiero someterme a las costumbres de
ciertas gentes, ¿por qué he de ser aborrecido como el ser más abominable? El
emperador manda que se le paguen tributos y yo estoy dispuesto a pagarlos; mi
amo me ordena que le esté sujeto y le sirva y yo reconozco mi servidumbre.
Porque al hombre se le ha de honrar humanamente: pero temer, sólo hay que temer
a Dios, que no es visible por ojos humanos ni por arte alguna comprensible. Sólo
si se me manda negar a Dios, no estoy dispuesto a obedecer, sino que moriré
antes, para no ser condenado por embustero e ingrato.
Nuestro Dios no
tiene principio en el tiempo, siendo Él solo sin principio y, a par, principio
de todo el universo. Dios es espíritu, pero no el que penetra por la materia,
sino el creador de los espíritus materiales y de las formas de la materia misma;
invisible e intangible. Él es padre de las cosas sensibles y visibles. Por su
creación le conocemos, y lo invisible de su poder, por sus criaturas lo
comprendemos. La obra que por amor mío fue por Él hecha, no la quiero adoran El
sol y la luna fueron hechos por causa nuestra; luego, ¿cómo voy a adorar a los
que están a mi servicio? ¿Y cómo voy a declarar por dioses a la leña y a las
piedras? Porque al mismo espíritu que penetra la materia, siendo como es
inferior al espíritu divino, y asimilado como está a la materia, no se le debe
honrar a par del Dios perfecto. Tampoco debemos pretender ganar por regalos al
Dios que no tiene nombre; pues el que de nada necesita, no debe ser por nosotros
rebajado a la condición de un menesteroso.
(4; BAC 116,
577-578)
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