El título fue tomado por el cardenal Pietro Pierleone en la discutida elección papal del año 1130. La fecha de su nacimiento es incierta; murió el 25 de enero de 1138. Aunque los Pierleone eran considerada una de las más ricas y poderosas familias senatoriales de Roma, y aunque habían apoyado firmemente a los Papas en los cincuenta años de guerra por reforma y libertad, sin embargo, nunca se olvidó que eran de extracción judía y que se habían enriquecido y llegado al poder por la usura.
El abuelo del cardenal, llamado León en honor al Papa León IX, quien le había bautizado, fue un fiel seguidor de Gregorio VII; el hijo de León, Pedro, del que la familia adquirió el apellido de Pierleoni, se convirtió en el líder de la facción de la nobleza romana enemistada con los Frangipani. Su ataúd de mármol puede verse todavía en los claustros de San Pablo con sus pomposas inscripciones que exaltan su riqueza y numerosa prole. Intentó instalar a su hijo como prefecto de Roma en 1116, apoyado por el Papa, pero se le opuso el partido contrario con motines y derramamiento de sangre.
Su segundo hijo, el futuro antipapa, estaba destinado para la Iglesia. Después de terminar su educación en París, se hizo monje en el monasterio de Cluny, pero enseguida el Papa Pascual II lo llamó a Roma y lo creó cardenal-diácono de los Santos Cosme y Damián. Acompañó al Papa Gelasio en su huida a Francia y fue empleado por sucesivos pontífices en asuntos importantes, incluyendo legaciones a Francia e Inglaterra. Si podemos creerle a sus enemigos, deshonró tan alto oficio por su crasa inmoralidad y por su avaricia en acumular riquezas. Sea cual sea la exageración que pueda haber en estas como en otras acusaciones, no puede haber duda de que estaba determinado a comprar o conseguir por la fuerza la silla papal.
Cuando Honorio yacía en su lecho de muerte, Pierleone pudo contar con los votos de treinta cardenales, respaldados por el apoyo del populacho mercenario y por todas las familias nobles romanas, excepto los Corsi y los Frangipani. La pars senior del Sacro Colegio eran solo 16, dirigidos por el enérgico canciller Haymaric y el cardenal obispo de Ostia. Los squadronisti, como se les habría llamado después, resolvieron rescatar el papado de manos indignas con un coup d'état (golpe de estado). Aunque en una minoría sin esperanza, tenían la ventaja de que cuatro de ellos eran cardenales-obispos, a los que la legislación de Nicolás II había confiado el papel dirigente en la elección. Más aún, de la comisión de ocho cardenales, a la que, por miedo a un cisma, se decidió dejar la elección, siendo uno de ellos Pierleone, cinco se oponían a tan ambicioso aspirante. Para asegurarse la libertad de acción, trasladaron al enfermo pontífice del Lateranense a San Gregorio, cerca de las torres de los Frangipani.
Honorio murió la noche del 13 de febrero, lo enterraron precipitadamente a la mañana siguiente, y obligaron a un reacio cardenal de San Jorge, Gregorio Papareschi, bajo amenaza de excomunión, a que aceptara el manto pontifical. Tomó el nombre de Inocencio II. Más tarde ese mismo día el partido de Pierleone se reunió en la iglesia de San Marcos y lo proclamaron Papa, el cual tomó el nombre de Anacleto II. Ambos fueron consagrados el mismo día 23 de febrero, Anacleto en San Pedro e Inocencio en Santa María Nuova.
Es difícil decir cómo se habría sanado este cisma si se hubiera dejado a la decisión de los canonistas. Anacleto tenía un fuerte título de hecho y de derecho. La mayoría de los cardenales, con el obispo de Porto, dean del Sacro Colegio, a la cabeza, se mantuvieron con él; casi todo el populacho se reunió a su alrededor. Su victoria parecía completa cuando, poco después, los Frangipani abandonaron lo que parecía una causa perdida y se pasaron a su bando.
Inocencio buscó la seguridad en la huida, pero nada más llegar a Francia sus asuntos dieron un giro favorable. "Expulsado de la urbe, fue bienvenido por el orbe", dice San Bernardo cuya influencia y esfuerzos le aseguró la adhesión de prácticamente toda la cristiandad. El santo expone sus razones para decidirse a favor de Inocencio en una carta a los obispos de Aquitania (Op. CXXVI). Puede que no fuesen canónicamente convincentes, pero satisficieron a sus contemporáneos: "La vida y carácter de nuestro Papa Inocencio están sobre todo ataque, incluso de su rival; mientras que los del otro no están segura ni siquiera de parte de sus amigos. En segundo lugar, si se comparan las elecciones, la de nuestro candidato tiene inmediatamente la ventaja sobre la otra por ser más pura en el motivo, más regular en la forma y anterior en el tiempo. El último punto está fuera de toda duda, los otros han sido probados por el mérito y dignidad de los electores. Encontraréis, si no me equivoco, que esta elección fue hecha por la parte más discreta de aquellos a quienes pertenece la elección del Sumo Pontífice. Había cardenales, obispos, sacerdotes y diáconos en número suficiente, según los decretos de los Padres, para hacer una elección válida. La consagración fue realizada por el obispo de Ostia, a quien pertenece especialmente esa función".
Mientras tanto, Anacleto mantenía su popularidad en Roma mediante el pródigo gasto de sus riquezas acumuladas y de los saqueados tesoros de las iglesias. Puesto que sus cartas y las de los romanos a Lotario de Alemania permanecieron sin respuesta, se aseguró un valioso aliado en el duque Roger de Apulia, cuya ambición satisfizo con el regalo de la realeza; el día de Navidad de 1130 un cardenal legado de Anacleto ungió en Palermo al primer rey de las Dos Sicilias, un acontecimiento trascendental en la historia de Italia.
En la primavera de 1133, el rey alemán llevó a Roma a Inocencio II, al que dos grandes sínodos, Reims y Piacenza, habían declarado el Papa legítimo; pero como sólo iba acompañado de dos mil de a caballo, el antipapa, a salvo dentro de las murallas del Castillo de Sant´Angelo, miraba impávido. Incapaces de abrirse camino hasta San Pedro, Lotario y su reina Richenza, recibieron la corona imperial en el Lateranense el 4 de junio. Una vez que el emperador partió, Inocencio hubo de retirarse a Pisa, y durante cuatro años su rival quedó en posesión pacífica de la Ciudad Eterna.
En 1137, Lotario, que por fin había derrotado a los insurgentes Hohenstaufens, volvió a Italia a la cabeza de un ejército formidable; pero como el propósito principal de su expedición era castigar a Roger, se le encomendó la conquista de Roma a las labores misioneras de San Bernardo. La elocuencia del santo fue más efectiva que las armas imperiales. Cuando Anacleto murió, la preferencia de los romanos por Inocencio fue tan pronunciada que el antipapa Víctor IV, que había sido elegido como su sucesor, pronto se hizo penitente ante San Bernardo y fue llevado por él a los pies del Papa. Así terminó, tras un período de ocho años, un cisma que amenazó con serios desastres a la Iglesia
Fuente: Loughlin, James. "Anacletus II." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01447a.htm>.
Traducido por Pedro Royo. rc
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.