Por San Atanasio de Alejandría
ATANASIO, OBISPO, A LOS HERMANOS EN EL EXTRANJERO
ATANASIO, OBISPO, A LOS HERMANOS EN EL EXTRANJERO
NACIMIENTO Y JUVENTUD DE ANTONIO
LA VOCACIÓN DE ANTONIO Y SUS PRIMEROS PASOS EN LA VIDA MONÁSTICA
PRIMEROS COMBATES CON LOS DEMONIOS
ANTONIO AUMENTA SU AUSTERIDAD
ANTONIO SE RECLUYE EN LOS SEPULCROS: LAS LUCHAS CON LOS DEMONIOS
ANTONIO BUSCA EL DESIERTO Y HABITA EN PISPIR
ANTONIO ABANDONA SU SOLEDAD Y SE CONVIERTE EN PADRE ESPIRITUAL
CONFERENCIA DE ANTONIO A LOS MONJES SOBRE EL DISCERNIMIENTO DE
ESPÍRITUS Y EXHORTACIÓN A LA VIRTUD (16-43)
PERSEVERANCIA Y VIGILANCIA
OBJETO DE LA VIRTUD
ARTIFICIOS DE LOS DEMONIOS
IMPOTENCIA DE LOS DEMONIOS
FALSAS PREDICCIONES DEL FUTURO
DISCERNIMIENTO DE LOS ESPÍRITUS
ANTONIO NARRA SUS EXPERIENCIAS CON LOS DEMONIOS
VIRTUD MONÁSTICA
ANTONIO VA ALEJANDRÍA BAJO LA PERSECUCIÓN DEL EMPERADOR MAXIMINO (311)
EL DIARIO MARTIRIO DE LA VIDA MONACAL
HUIDA A LA MONTAÑA INTERIOR
DE NUEVO LOS DEMONIOS
ANTONIO VISITA A LOS HERMANOS A LO LARGO DEL NILO
LOS HERMANOS VISITAN A ANTONIO
MILAGROS EN EL DESIERTO
VISIONES
DEVOCIÓN DE ANTONIO A LOS MINISTROS DE LA IGLESIA
ECUANIMIDAD DE SU
CARÁCTER
POR LEALTAD A LA FE, ANTONIO INTERVIENE EN LA LUCHA ANTIARRIANA
LA VERDADERA SABIDURÍA
LOS EMPERADORES ESCRIBEN A ANTONIO
ANTONIO PREDICE LOS ESTRAGOS DE LA HEREJÍA ARRIANA
ANTONIO, TAUMATURGO DE DIOS Y MÉDICO DE ALMAS
MUERTE DE ANTONIO
EPÍLOGO
* * * * *
ATANASIO,
OBISPO, A LOS HERMANOS EN EL EXTRANJERO
Excelente
es la rivalidad en la que ustedes han entrado con los monjes de Egipto,
decididos como están a igualarlos o incluso a sobrepasarlo en su práctica de
la vida ascética. De hecho ya hay celdas monacales en su tierra y el nombre de
monje se ha establecido por sí mismo. Este propósito de ustedes es, en verdad,
digno de alabanza, ¡y logren sus oraciones que Dios lo cumpla!
Ustedes
me pidieron un relato sobre la vida de san Antonio: quisieran saber como llegó
a la vida ascética, que fue antes de ello, como fue su muerte, y si lo que se
dice de él es verdad. Piensan modelar sus vida según el celo de su vida. Me
alegro mucho de aceptar su petición, pues también saco yo provecho y ayuda del
solo del solo recuerdo de Antonio, y presiento que también ustedes, después de
haber oído su historia, no sólo van a admirar al hombre, sino que querrán
emular su resolución en cuanto les sea posible. Realmente, para los monjes la
vida de Antonio es modelo ideal de vida ascética.
Así,
no desconfíen de los relatos que han recibido de otros de él, sino que estén
seguro de que, al contrario, han oído muy poco todavía. En verdad, poco les
han contado, cuando hay tanto que decir. Incluso yo mismo, con todo lo que les
cuente por carta, les voy a transmitir sólo algunos de los recuerdos que tengo
de él. Ustedes, por su parte, no dejen de preguntar a todos los viajeros que
lleguen desde acá. Así, tal vez, con lo que cada uno cuente de lo que sepa, se
tendrá un relato que aproximadamente le haga justicia.
Bien,
cuando recibí su carta quise mandar a buscar a algunos monjes, en especial los
que estuvieron unidos con él más estrechamente. Así yo habría aprendido
detalles adicionales y podría haber enviado un relato completo. Por el tiempo
de navegación ya pasó y el hombre del correo se está poniendo impaciente. Por
eso me apresuro a escribir lo que yo mismo ya sé –porque lo vi con frecuencia–,
y lo que pude aprender del que fue su compañero por un largo período y vertía
agua de sus manos. Del comienzo al fin he considerado escrupulosamente la
verdad: no quiero que nadie rehuse creer porque lo que haya oído le parezca
excesivo, ni que mire en menos a hombre tan santo porque lo que haya sabido no
le parezca suficiente.
NACIMIENTO
Y JUVENTUD DE ANTONIO
Antonio
fue egipcio de nacimiento. Sus padres eran de buen linaje y acomodados. Como
eran cristianos, también el mismo creció. Como niño vivió con sus padres, no
conociendo sino su familia y su casa; cuando creció y se hizo muchacho y
avanzó en edad, no quiso ir a la escuela, deseando evitar la compañía de
otros niños, su único deseo era, como dice la Escritura acerca de Jacob (Gn
25,27), llevar una simple vida de hogar. Por su puesto iba a la iglesia con sus
padres, y ahí no mostraba el desinterés de un niño ni el desprecio de los
jóvenes por tales cosas. Al contrario, obedeciendo a sus padres, ponía
atención a las lecturas y guardaba cuidadosamente en su corazón el provecho
que extraía de ellas. Además, sin abusar de las fáciles condiciones en que
vivía como niño, nunca importunó a sus padres pidiendo una comida rica o
caprichosa, ni tenía placer alguno en cosas semejantes. Estaba satisfecho con
lo que se le ponía delante y no pedía más.
LA
VOCACIÓN DE ANTONIO Y SUS PRIMEROS PASOS EN LA VIDA MONÁSTICA
Después
de la muerte de sus padres quedó solo con una única hermana, mucho mas joven.
Tenía entonces unos dieciocho o veinte años, y tomó cuidado de la casa y de
su hermana. Menos de seis meses después de la muerte de sus padres, iba, como
de costumbre, de camino hacia la iglesia. Mientras caminaba, iba meditando y
reflexionaba como los apóstoles lo dejaron todo y siguieron al Salvador (Mt
4,20; 19,27); cómo, según se refiere en los Hechos (4,35-37), la gente vendía
lo que tenía y lo ponía a los pies de los apóstoles para su distribución
entre los necesitados; y que grande es la esperanza prometida en los cielos a
los que obran así (Ef 1,18; Col 1,5). Pensando estas cosas, entró a la
iglesia. Sucedió que en ese momento se estaba leyendo el pasaje, y se escuchó
el pasaje en el que el Señor dice al joven rico: Si quieres ser perfecto, vende
lo que tienes y d selo a los pobres; luego ven, sígueme, y tendrás un tesoro
en el cielo (Mt 19,21). Como si Dios le hubiese puesto el recuerdo de los santos
y como si la lectura hubiera sido dirigida especialmente a él, Antonio salió
inmediatamente de la iglesia y dio la propiedad que tenía de sus antepasados:
80 hectáreas, tierra muy fértil y muy hermosa. No quiso que ni él ni su
hermana tuvieran ya nada que ver con ella. Vendió todo lo demás, los bienes
muebles que poseía, y entregó a los pobres la considerable suma recibida,
dejando sólo un poco para su hermana.
Pero
de nuevo, entró en la iglesia, escuchó aquella palabra del Señor en el
Evangelio: No se preocupen por el mañana (Mt 6,34). No pudo soportar mayor
espera, sino que fue y distribuyó a los pobres también esto último. Colocó a
su hermana donde vírgenes conocidas y de confianza, entregándosela para que
fuese educada. Entonces él mismo dedico todo su tiempo a la vida ascética,
atento a sí mismo, cerca de su propia casa. No existían aún tantas celdas
monacales en Egipto, y ningún monje conocía siquiera el lejano desierto. Todo
el que quería enfrentarse consigo mismo sirviendo a Cristo, practicaba la vida
ascética solo, no lejos de su aldea. Por aquel tiempo había en la aldea vecina
un anciano que desde su juventud llevaba la vida ascética en la soledad. Cuando
Antonio lo vio, "tuvo celo por el bien" (Gl 4,18), y se estableció
inmediatamente en la vecindad de la ciudad. Desde entonces, cuando oía que en
alguna parte había un alma que se esforzaba, se iba, como sabia abeja, a
buscarla y no volvía sin haberla visto; sólo después de haberla recibido, por
decirlo así, provisiones para su jornada de virtud, regresaba.
Ahí,
pues, pasó el tiempo de su iniciación y afirmó su determinación de no volver
mas a la casa de sus padres ni de pensar en sus parientes, sino de dedicar todas
sus inclinaciones y energías a la práctica continua de la vida ascética.
Hacía trabajo manual, pues había oído que "el que no quiera trabajar,
que tampoco tiene derecho a comer" (2 Ts 3,10). De sus entradas guardaba
algo para su manutención y el resto lo daba a los pobres. Oraba constantemente,
habiendo aprendido que debemos orar en privado (Mt 6,6) sin cesar (Lc 18,1;
21,36; 1 Ts 5,17). Además estaba tan atento a la lectura de la Escritura, que
nada se le escapaba: retenía todo, y así su memoria le serví en lugar de
libros.
Así
vivía Antonio y era amado por todos. El, a su vez, se sometía con toda
sinceridad a los hombres piadosos que visitaba, y se esforzaba en aprender
aquello en que cada uno lo aventajaba en celo y práctica ascética. Observaba
la bondad de uno, la seriedad de otro en la oración; estudiaba la apacible
quietud de uno y la afabilidad de otro; fijaba su atención en las vigilias
observadas por uno y en los estudios de otros; admiraba a uno por su paciencia,
y a otro por ayunar y dormir en el suelo; miraba la humildad de uno y la
abstinencia paciente de otro; y en unos y otros notaba especialmente la
devoción a Cristo y el amor que se tenían mutuamente.
Habiéndose
así saciado, volvía a su propio lugar de vida ascética. Entonces hacía suyo
lo obtenido de cada uno y dedicaba todas sus energías a realizar en sí mismo
las virtudes de todos. No tenía disputas con nadie de su edad, pero tampoco
quería ser inferior a ellos en lo mejor; y aún esto lo hacía de tal modo que
nadie se sentía ofendido, sino que todos se alegraban por él. Y así todos los
aldeanos y los monjes con quienes estaba unido, vieron que clase de hombre era y
lo llamaban "el amigo de Dios" amándolo como hijo o hermano.
PRIMEROS
COMBATES CON LOS DEMONIOS
Pero
el demonio que odia y envidia lo bueno, no podía ver tal resolución en un
hombre joven, sino que se puso a emplear sus viejas tácticas contra él.
Primero trató de hacerlo desertar de la vida ascética recordándole su
propiedad, el cuidado de su hermana, los apegos de su parentela, el amor al
dinero, el amor a la gloria, los innumerables placeres de la mesa y de todas las
cosas agradables de la vida. Finalmente le hizo presente la austeridad de todo
lo que va junto con esta virtud, despertó en su mente toda una nube de
argumentos, tratando de hacerlo abandonar su firme propósito.
El
enemigo vio, sin embargo, que era impotente ante la determinación de Antonio, y
que más bien era él que estaba siendo vencido por la firmeza del hombre,
derrotado por su sólida fe y su constante oración. Puso entonces toda su
confianza en las armas que están "en los músculos de su vientre"
(Job 40,16). Jactándose de ellas, pues son su artimaña preferida contra los
jóvenes, atacó al joven molestándolo de noche y hostigándolo de día, de tal
modo que hasta los que lo veían a Antonio podían darse cuenta de la lucha que
se libraba entre los dos. El enemigo quería sugerirle pensamientos sucios, pero
el los disipaba con sus oraciones; trataba de incitarlo al placer, pero Antonio,
sintiendo vergüenza, ceñía su cuerpo con su fe, con sus oraciones y su ayuno.
El perverso demonio entonces se atrevió a disfrazarse de mujer y hacerse pasar
por ella en todas sus formas posibles durante la noche, sólo para engañar a
Antonio. Pero él llenó sus pensamientos de Cristo, reflexionó sobre la
nobleza del alma creada por El, y sobre la espiritualidad, y así apagó el
carbón ardiente de la tentación. Y cuando de nuevo el enemigo le sugirió el
encanto seductor del placer, Antonio, enfadado, con razón, y apesadumbrado,
mantuvo sus propósitos con la amenaza del fuego y del tormento de los gusanos (
Js 16,21; Sir 7,19; Is 66,24; Mc 9,48). Sosteniendo esto en alto como escudo,
pasó a través de todo sin ser doblegado.
Toda
esa experiencia hizo avergonzarse al enemigo. En verdad, él, que había pensado
ser como Dios, hizo el loco ante la resistencia de un hombre. El, que en su
engreimiento desdeñaba carne y sangre, fue ahora derrotado por un hombre de
carne en su carne. Verdaderamente el Señor trabajaba con este hombre, El que
por nosotros tomó carne y dio a su cuerpo la victoria sobre el demonio. Así,
todos los que combaten seriamente pueden decir: No yo, sino la gracia de Dios
conmigo (1 Co 15,10).
Finalmente,
cuando el dragón no pudo conquistar a Antonio tampoco por estos últimos medios
sino que se vio arrojado de su corazón, rechinando sus dientes, como dice la
Escritura (Mc 9,17), cambio su persona, por decirlo así. Tal como es en su
corazón, así se le apreció: como un muchacho negro; y como inclinándose ante
él, ya no lo acosó más con pensamientos –pues el impostor había sido
echado fuera–, sino que usando voz humana dijo: "A muchos he engañado y
a muchos he vencido; pero ahora que te he atacado a ti y a tus esfuerzos como lo
hice con tantos otros, me he demostrado demasiado débil".
¿Quién
eres tú que me hablas así?, preguntó Antonio.
El
otro se apresuró a replicar con voz gimiente: Soy el amante de la fornicación.
Mi misión es acechar a la juventud y seducirla; me llaman el espíritu de la
fornicación. ¡A cuantos no he engañado, que estaban decididos a cuidar de sus
sentidos! ¡A cuántas personas castas no he seducido con mis lisonjas! Yo soy
aquel por cuya causa el profeta reprocha a los caídos: Ustedes fueron
engañados por el espíritu de la fornicación (Os 4,12). Sí, yo fui quien los
hice caer. Yo soy el que tanto te molesté y que tan a menudo fui vencido por
C,],LD". Antonio dio gracias al Señor y armándose de valor contra él,
dijo: Entonces eres enteramente despreciable; eres negro en tu alma y tan débil
como un niño. En adelante ya no me causas ninguna preocupación, porque el
señor esta conmigo y me auxilia, ver la derrota de mis adversarios (Sal 117,7).
Oyendo
esto, el negro desapareció inmediatamente, inclinándose a tales palabras y
temiendo acercarse al hombre.
ANTONIO
AUMENTA SU AUSTERIDAD
Esta
fue la primera victoria de Antonio sobre el demonio; más bien, digamos que este
singular éxito de Antonio fue el del Salvador, que condenó el pecado en la
carne, a fin de que la justificación de la ley se cumpliera en nosotros, que
vivimos no según la carne sino según el espíritu (Rm 8,3-4). Pero Antonio no
se descuidó ni se creyó garantido por sí mismo por el hecho de que el demonio
hubiera sido echado a sus pies; tampoco el enemigo, aunque vencido en el
combate, dejó de estar al acecho de él. Andaba dando vueltas alrededor, como
un león (1 P 5,8), buscando una ocasión en su contra. Pero Antonio habiendo
aprendido en las Escrituras que los engaños del maligno son diversos (Ef 6,11),
practicó seriamente la vida ascética, teniendo en cuenta que aun si no se
podía seducir su corazón con el placer del cuerpo, trataría ciertamente de
engañarlo por algún otro método, porque el amor del demonio es el pecado.
Resolvió por eso, acostumbrarse a un modo mas austero de vida. Mortificó su
cuerpo más y más, y lo puso bajo la sujeción, no fuera que habiendo vencido
en una ocasión, perdiera en otra (1 Co 9,27). Muchos se maravillaron de sus
austeridades, pero él mismo las soportaba con facilidad. El celo que había
penetrado en su alma por tanto tiempo, se transformó por la costumbre segunda
naturaleza, de modo que aun la menor inspiración recibida de otros lo hacía
responder con gran entusiasmo. Por ejemplo, observaba las vigilias nocturnas con
tal determinación que a menudo pasaba toda la noche sin dormir, y eso no sólo
una sino muchas veces, para admiración de todos. Así también comía una sola
vez al día, después de la caída del sol; a veces cada dos días, y con
frecuencia tomaba su alimento cada dos días. Su alimentación consistía en pan
y sal; como bebida tomaba solo agua. No necesitamos mencionar carne o vino,
porque tales cosas tampoco se encuentran entre los demás ascetas. Se contentaba
con dormir sobre una estera, aunque lo hacía regularmente sobre el suelo
desnudo.
Despreciaba
el uso de ungüentos para el cutis, diciendo que los jóvenes debían practicar
la vida ascética con seriedad y no andar buscando cosas que ablandan el cuerpo;
debían mas bien acostumbrarse a trabajar duro, tomando en cuenta las palabras
del apóstol: Cuando mas débil soy, mas fuerte me siento (2 Co 12,10). Decía
que las energías del alma aumentan cuanto más débiles son los deseos del
cuerpo.
Estaba
además absolutamente convencido de lo siguiente: pensaba que apreciaría su
progreso en la virtud y su consecuente apartamiento del mundo no por el tiempo
pasado en ello sino por su apego y dedicación. Conforme a esto, no se
preocupaba del paso del tiempo sino que cada día a día, como si recién
estuviera comenzando la vida ascética, hacía los mayores esfuerzos hacia la
perfección. Gustaba repetirse a si mismo las palabras de san Pablo: Olvidarme
de lo que queda atrás y esforzarme por lo que está delante (Flp 3,13),
recordando también la voz del profeta Elías: Vive el Señor, en cuya presencia
estoy este día (1 Re 17,1; 18,15). Observaba que al decir este día, no estaba
contando el tiempo que había pasado, sino que, como comenzando de nuevo,
trabajando duro cada día para hacer de sí mismo alguien que pudiera aparecer
delante de Dios: puro de corazón y dispuesto a seguir Su voluntad. Y
acostumbraba a decir que la vida llevada por el gran profeta Elías debía ser
para el asceta como un gran espejo en el cual poder mirar siempre la propia
vida.
ANTONIO
SE RECLUYE EN LOS SEPULCROS: LAS LUCHAS CON LOS DEMONIOS
Así
Antonio se dominó a sí mismo. Entonces decidió mudarse a los sepulcros que se
hallan a cierta distancia de la aldea. Pidió a uno de sus familiares que le
llevaran pan a largos intervalos. Entró entonces en una de las tumbas, el
mencionado hombre cerró la puerta tras él, y así quedó dentro solo. Esto era
más de lo que el enemigo podía soportar, pues en verdad temía que ahora fuera
a llenar también el desierto con la vida ascética. Así llegó una noche con
un gran número de demonios y lo azotó tan implacablemente que quedó tirado en
el suelo, sin habla por el dolor. Afirmaba que el dolor era tan fuerte que los
golpes no podían haber sido infligidos por ningún hombre como para causar
semejante tormento. Por la providencia de Dios, porque el Señor no abandona a
los que esperan en El, su pariente llegó al día siguiente trayéndole pan.
Cuando abrió la puerta y lo vio tirado en el suelo como muerto, lo levantó y
lo llevó hasta la Iglesia y lo depositó sobre el suelo. Muchos de sus
parientes y de la gente de la aldea se sentaron en torno a Antonio como para
velar su cadáver. Pero hacia la medianoche Antonio recobró el conocimiento y
despertó. Cuando vio que todos estaban dormidos y sólo su amigo estaba
despierto, le hizo señas para que se acercara y le pidió que lo levantara y lo
llevara de nuevo a los sepulcros, sin despertar a nadie.
El
hombre lo llevó de vuelta, la puerta fue trancada como antes y de nuevo que
solo dentro. Por los golpes recibidos estaba demasiado débil como para
mantenerse en pie; entonces oraba tendido en el suelo. Terminada su oración,
gritó: "Aquí estoy yo, Antonio, que no me he acobardado con tus golpes, y
aunque mas me des, nada me separar del amor a Cristo" (Rm 8,35). Entonces
comenzó a cantar: "Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no
tiembla" (Sal.26,3).
Tales
eran los pensamientos y las palabras del asceta, pero el que odia el bien, el
enemigo, asombrado de que después de todos los golpes todavía tuviera valor de
volver, llamó a sus perros, y arrebatado de rabia dijo: "Ustedes ven que
no hemos podido detener a este tipo con el espíritu de fornicación ni con los
golpes; al contrario llega a desafiarnos. Vamos a proceder con él de otro
modo".
La
función del malhechor no es difícil para el demonio. Esa noche, por eso,
hicieron tal estrépito que el lugar parecía sacudido por un terremoto. Era
como si los demonios se abrieran paso por las cuatro paredes del recinto,
reventando a través de ellas en forma de bestia y reptiles. De repente todo el
lugar se llenó de imágenes fantasmagóricas de leones, osos, leopardos, toros,
serpientes, áspides, escorpiones y lobos; cada uno se movía según el ejemplar
que había asumido. El león rugía, listo para saltar sobre él; el toro ya
casi lo atravesaba con sus cuernos; la serpiente se retorcía sin alcanzarlo
completamente; el lobo lo acometía de frente; y el griterío armado
simultáneamente por todas estas apariciones era espantoso, y la furia que
mostraba era feroz.
Antonio,
remecido y punzado por ellos, sentía aumentar el dolor en su cuerpo; sin
embargo yacía sin miedo y con su espíritu vigilante. Gemía es verdad, por el
dolor que atormentaba su cuerpo, pero su mente era dueña de la situación, y,
como para burlarse de ellos, decía: si tuvieran poder sobre mí, hubiera
bastado que viniera uno solo de ustedes; pero el Señor les quitó su fuerza, y
por eso están tratando de hacerme perder el juicio con su número; es señal de
su debilidad que tengan que imitar a las bestias". De nuevo tuvo la
valentía de decirles: "Si es que pueden, seis que han recibido el poder
sobre mí, no se demoren, ¡vengan al ataque!. Y si nada pueden, ¿para qué
forzarse tanto sin ningún fin? Por que la fe en nuestro Señor es sello para
nosotros y muro de salvación". Así, después de haber intentado muchas
argucias, rechinaron su dientes contra él, porque eran ellos los que se estaban
volviendo locos y no él.
De
nuevo el Señor no se olvidó de Antonio en su lucha, sino que vino a ayudarlo.
Pues cuando miró hacia arriba, vio como si el techo se abriera y un rayo de luz
bajara hacia él. Los demonios se habían ido de repente, el dolor de su cuerpo
cesó y el edificio estaba restaurado como antes. Antonio, habiendo notado que
la ayuda había llegado, respiró más libremente y se sintió aliviado en sus
dolores. Y preguntó a la visión: "¿Dónde estaba tú? ¿Por qué no
apareciste al comienzo para detener mis dolores?"
Y
una voz le habló: "Antonio, yo estaba aquí, pero esperaba verte en
acción. Y ahora que haz aguantado sin rendirte, seré siempre tu ayuda y te
haré famoso en todas partes."
Oyendo
esto, se levantó y oró; y fue tan fortalecido que sintió su cuerpo más
vigoroso que antes. Tenía por aquel tiempo unos treinta y cinco años edad.
ANTONIO
BUSCA EL DESIERTO Y HABITA EN PISPIR
Al
día siguiente se fue, inspirado por un celo aún mayor por el servicio de Dios.
Fue al encuentro del anciano ya antes mencionado (3-5) y le rogó que se fuera a
vivir con él en el desierto. El otro declinó la invitación a causa de su edad
y porque tal modo de vivir no era todavía costumbre. Entonces se fue solo a
vivir a la montaña. ¡Pero ahí estaba de nuevo el enemigo!. Viendo su seriedad
y queriendo frustarla, proyectó la imagen ilusoria de un disco de plata sobre
el camino. Pero Antonio, penetrando en el ardid del que odia el bien, se detuvo
y, desenmascaró al demonio en él, diciendo: " ¿Un disco en el desierto?
¿De dónde sale esto?. Esta no es una carretera frecuentada, y no hay huellas
de que haya pasado gente por este camino. Es de gran tamaño y no puede haberse
caído inadvertidamente. En verdad, aunque se hubiera perdido, el dueño habría
vuelto y lo habría buscado, y seguramente lo habría encontrado porque es una
región desierta. Esto es engaño del demonio. ¡No vas a frustrar mi
resolución con estas cosas, demonio! ¡Tu dinero perezca junto contigo!" (Hch
8,20). Y al decir esto Antonio, el disco desapareció como humo.
Luego,
mientras caminaba, vio de nuevo, no ya otra ilusión, sino oro verdadero,
desparramado a lo largo del camino. Pues bien, ya sea que al mismo enemigo le
llamó la atención, o si fue un buen espíritu el que atrajo al luchador y le
demostró al demonio de que no se preocupabas ni siquiera de las riquezas
auténticas, él mismo no lo indicó, y por eso no sabemos nada sino que era
realmente oro lo que allí había. En cuanto a Antonio, quedó sorprendido por
la cantidad que había, pero atravesó por él, como si hubiera sido fuego y
siguió su camino sin volverse atrás. Al contrario, se puso a correr tan
rápido que al poco rato perdió de vista el lugar y quedó oculto de él.
Así,
afirmándose más y más en su propósito, se apresuro hacia la montaña. En la
parte distante del río encontró un fortín desierto que con el correr del
tiempo estaba plagado de reptiles. Allí se estableció para vivir. Los reptiles
como si alguien los hubiera echado, se fueron de repente. Bloqueó la entrada,
después de enterrar pan para seis meses –así lo hacen los tebanos y a menudo
los panes se mantienen frescos por todo un año–, y teniendo agua a mano,
desapareció como en un santuario. Quedó allí solo, no saliendo nunca y no
viendo pasar a nadie. Por mucho tiempo perseveró en esta práctica ascética;
solo dos veces al año recibía pan, que lo dejaba caer por el techo.
Sus
amigos que venían a verlo, pasaban a menudo días y noches fuera, puesto que no
quería dejarlos entrar. Oían que sonaba como una multitud frenética, haciendo
ruidos, armando tumulto, gimiendo lastimeramente y chillando: "¡Ándate de
nuestro dominio! ¿Que tienes que hacer en el desierto? Tú no puedes soportar
nuestra persecución". Al principio los que estaban afuera creían que
había hombres peleando con él y que habrían entrado por medio de escaleras,
pero cuando atisbaron por un hoyo y no vieron a nadie, se dieron cuenta que eran
los demonios los que estaban en el asunto, y, llenos de miedo, llamaron a
Antonio. El estaba más inquieto por ellos que por los demonios. Acercándose a
la puerta les aconsejó que se fueran y no tuvieran miedo. Les dijo: "Sólo
contra los miedosos los demonios conjuran fantasmas. Ustedes ahora hagan la
señal de la cruz y vuélvanse a su casa sin temor, y déjenlos que se
enloquezcan ellos mismos".
Entonces
se fueron, fortalecidos con la señal de la cruz, mientras él se quedaba sin
sufrir ningún daño de los demonios. Pero tampoco se fastidiaba de la
contienda, porque la ayuda que recibía de lo alto por medio de visiones y la
debilidad de sus enemigos, le daban gran alivio en sus penalidades y ánimo para
un mayor entusiasmo. Sus amigos venían una y otra vez esperando, por supuesto,
encontrarlo muerto, pero lo escuchaban cantar: "Se levanta Dios y se
dispersan sus enemigos, huyen de su presencia los que lo odian. Como el humo se
disipa, se disipan ellos; como se derrite las cera ante el fuego, así perecen
los impíos ante Dios" (Sal 67,2). Y también: "Todos los pueblos me
rodeaban, en el nombre del Señor los rechacé" (Sal 117,10).
ANTONIO
ABANDONA SU SOLEDAD Y SE CONVIERTE EN PADRE ESPIRITUAL
Así
pasó casi veinte años practicando solo la vida ascética, no saliendo nunca y
siendo raramente visto por otros. Después de esto, como había muchos que
ansiaban y aspiraban imitar su santa vida, y algunos de sus amigos vinieron y
forzaron la puerta echándolas abajo, Antonio salió como de un santuario, como
un iniciado en los sagrados misterios y lleno del Espíritu de Dios. Fue la
primera vez que se mostró fuera del fortín a los que vinieron hacia él.
Cuando lo vieron, estaban asombrados al comprobar que su cuerpo guardaba su
antigua apariencia: no estaba ni obeso por falta de ejercicio ni macilento por
sus ayunos y luchas con los demonios: era el mismo hombre que habían conocido
antes de su retiro.
El
estado de su alma era puro, pues no estaba ni encogido por la aflicción, ni
disipado por la alegría, ni penetrado por la diversión o el desaliento. No se
desconcertó cuando vio la multitud ni se enorgulleció al ver a tantos que lo
recibían. Se tenía completamente bajo control, como hombre guiado por la
razón y con gran equilibrio de carácter.
Por
él sanó a muchos de los presentes que tenían enfermedades corporales y
liberó a otros de espíritus impuros. Concedió también a Antonio el encanto
en el hablar; y así confortó a muchos en sus penas y reconcilió a otros que
se peleaban. Exhortó a todos a no preferir nada en este mundo al amor de
Cristo. Y cuando en su discurso los exhortó a recordar los bienes venideros y
la bondad mostrada a nosotros por Dios, "que no perdonó a su Hijo, sino
que lo entregó por todos nosotros (Rm 8,32), indujo a muchos a abrazar la vida
monástica. Y así aparecieron celdas monacales en la montaña y el desierto se
pobló de monjes que abandonaban a los suyos y se inscribían para ser
ciudadanos del cielo (Hb 3,20; 12,23).
Una
vez tuvo necesidad de cruzar el canal de Arsinoé –la ocasión fue para una
visita a los hermanos–; el canal estaba lleno de cocodrilos. Simplemente oró,
se metió con todo sus compañeros, y pasó al otro lado sin ser tocado. De
vuelta a su celda, se aplicó con todo celo a sus santos y vigorosos ejercicios.
Por medio de constantes conferencias encendía el ardor de los que ya eran
monjes e incitaba a muchos otros al amor de la vida ascética; y pronto, en la
medida en que su mensaje arrastraba a hombres a través de él, el número de
celdas monacales se multiplicaba y para todos era como un padre y guía.
CONFERENCIA
DE ANTONIO A LOS MONJES SOBRE EL DISCERNIMIENTO DE ESPIRÍTUS Y EXHORTACIÓN A
LA VIRTUD (16-43)
Un
día en que él salió, vinieron todos los monjes y le pidieron una conferencia.
El les habló en lengua copta como sigue:
"Las
Escrituras bastan realmente para nuestra instrucción. Sin embargo, es bueno
para nosotros alentarnos unos a otros en la fe y usar de la palabra para
estimularnos. Sean, por eso, como niños y tráiganle a su padre lo que sepan y
díganselo, tal como yo, siendo el mas antiguo, comparto con ustedes mi
conocimiento y mi experiencia.
Para
comenzar, tengamos todos el mismo celo, para no renunciar a lo que hemos
comenzado, para no perder el ánimo, para no decir: "Hemos pasado demasiado
tiempo en esta vida ascética". No, comenzando de nuevo cada día,
aumentemos nuestro celo. Toda la vida del hombre es muy breve comparada con el
tiempo que a de venir, de modo que todo nuestro tiempo es nada comparada con la
vida eterna. En el mundo, todo se vende; y cada cosa se comercia según su valor
por algo equivalente; pero la promesa de la vida eterna puede comprarse con muy
poco. La Escritura dice: "Aunque uno viva setenta años y el más robusto
hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil" (Sal 89,10). Si, pues,
todos vivimos ochenta años o incluso cien, en la práctica de la vida
ascética, no vamos a reinar el mismo período de cien años, sino que en vez de
los cien reinaremos para siempre. Y aunque nuestro esfuerzo es en la tierra, no
recibiremos nuestra herencia en la tierra sino lo que se nos ha prometido en el
cielo. Más, aún, vamos a abandonar nuestro cuerpo corruptible y a recibirlo
incorruptible (1 Co 15,42).
Así,
hijitos, no nos cansemos ni pensemos que estamos afanándonos mucho tiempo o que
estamos haciendo algo grande. Pues los sufrimientos de la vida presente no
pueden compararse con la gloria separada que nos ser revelada (Rm 8,18). No
miremos hacia a través, hacia el mundo, que hemos renunciado a grandes cosas.
Pues incluso todo el mundo, y no creamos que es muy trivial comparado con el
cielo. Aunque fuéramos dueños de toda la tierra y renunciaremos a toda la
tierra, nada sería comparado con el reino de los cielos. Tal como una persona
despreciaría una moneda de cobre para ganar cien monedas de oro, así es que el
dueño de la tierra y renuncia a ella, da realmente poco y recibe cien veces
más (Mt 19,29). Pues, ni siquiera, toda la tierra equivale el valor del cielo,
ciertamente el que entrega una poca tierra no debe jactarse ni apenarse; lo que
abandona es prácticamente nada, aunque sea un hogar o una suma considerable de
dinero de lo que se separa.
"Debemos
además tener en cuenta que si no dejamos estas cosas por el amor a la virtud,
después tendremos que abandonarlas de todos modos y a menudo también, como nos
recuerda el Eclesiastés" (2,18; 4,8; 6,2), a personas a las que no
hubiéramos querido dejarlas. Entonces, ¿por qué no hacer de la necesidad
virtud y entregarlas de modo que podamos heredar un reino por añadidura? Por
eso, ninguno de nosotros tenga ni siquiera el deseo de poseer riquezas. ¿De
qué nos sirve poseer lo que no podemos llevar con nosotros? ¿Por qué no
poseer mas bien aquellas cosas que podamos llevar con nosotros: prudencia,
justicia, templanza, fortaleza, entendimiento, caridad, amor a los pobres, fe en
Cristo, humildad, hospitalidad? Una vez que las poseamos, hallaremos que ellas
van delante de nosotros, preparándonos la bienvenida en la tierra de los
mansos. (Lc 16,9; Mt 5,4)
PERSEVERANCIA
Y VIGILANCIA
"Con
estos pensamientos cada uno debe convencerse que no hay que descuidarse sino
considerar que se es servidor del Señor y atado al servicio de su Maestro. Pero
un sirviente no se va atrever a decir: "Ya que trabajé ayer, no voy a
trabajar hoy". Tampoco se va a poner a calcular el tiempo que se ya ha
servido y a descansar durante los día que le quedan por delante; no, día tras
día, como está escrito en el Evangelio (Lc 12,35-38; 17,7-10; Mt 24,45),
muestra la misma buena voluntad para que pueda agradar a su patrón y no causar
ninguna molestia. Perseveremos, pues, en la práctica diaria de la vida
ascética, sabiendo de que si somos negligentes un solo día, El no nos va a
perdonar en consideración al tiempo anterior, sino que se va a enojar con
nosotros por nuestro descuido. Así lo hemos escuchado en Ezequiel (Ez 18,24.26;
33,12ss); lo mismo Judas, que en una sola noche destruyó el trabajo de todo su
pasado.
Por
eso, hijos, perseveremos en la práctica del ascetismo y no nos desalentemos.
También tenemos en esto al Señor que nos ayuda, según la Escritura:
"Dios coopera para el bien" (Rm 8,28) con todo el que elige el bien. Y
en cuanto a que no debemos descuidarnos, es bueno meditar lo que dice el
apóstol: "muero cada día" (1 Co 15,31). Realmente si nosotros
también viviéramos como si en cada nuevo día fuéramos a morir, no
pecaríamos. En cuanto a la cita, su sentido es este: Cuando nos despertamos
cada día, deberíamos pensar que no vamos a vivir hasta la tarde; y de nuevo,
cuando nos vamos a dormir, deberíamos pensar que no vamos a despertar. Nuestra
vida es insegura por naturaleza y nos es medida diariamente por Providencia. Si
con esta disposición vivimos nuestra vida diaria, no cometeremos pecado, no
codiciaremos nada, no tendremos inquina a nadie, no acumularemos tesoros en la
tierra; sino que como quien cada día espera morirse, seremos pobres y
perdonaremos todo a todos. Desear mujeres u otros placeres sucios, tampoco
tendremos semejantes deseos sino que le volveremos las espaldas como a algo
transitorio combatiendo siempre y teniendo ante nuestros ojos el día del
juicio. El mayor temor a juicio y el desasosiego por los tormentos, disipan
invariablemente la fascinación del placer y fortalecen el ánimo vacilante.
OBJETO
DE LA VIRTUD
"Ahora
que hemos hecho un comienzo y estamos en la senda de la virtud, alarguemos
nuestros pasos aún más para alcanzar lo que tenemos delante (Flp 3,13). No
miremos atrás, como hizo la mujer de Lot (Gn 19,26), porque sobretodo el Señor
ha dicho: "Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, es apto
para el reino de los cielos" (Lc 9,62). Y este mirar hacia atrás no es
otra cosa sino arrepentirse de lo comenzado y acordarse de nuevo de lo mundano.
Cuando
oigan hablar de la virtud, no se asusten ni la traten como palabra extraña.
Realmente no está lejos de nosotros ni su lugar está fuera de nosotros; no,
ella está dentro de nosotros, y su cumplimiento es fácil camino y cruzan el
mar para estudiar las letras; pero nosotros no tenemos necesidad de ponernos en
camino por el reino de los cielos ni de cruzar el mar para alcanzar la virtud.
El Señor nos lo dijo de antemano: "El reino de los cielos está dentro de
nosotros y brota de nosotros". La virtud existe cuando el alma se mantiene
en su estado natural. Es mantenida en su estado natural cuando queda cuando vino
al ser. Y vino al ser limpia y perfectamente íntegra (Ecl 7,30). Por eso
Josué, el hijo de Nun, exhortó al pueblo con estas palabras: "Mantengan
íntegro sus corazones ante el Señor, el Dios de Israel" (Jos 24,26); y
Juan: "Enderecen sus caminos" (Mt 3,3). El alma es derecha cuando la
mente se mantiene en el estado en que fue creada. Pero cuando se desvía y se
pervierte de su condición natural, eso se llama vicio del alma.
La
tarea no es difícil: si quedamos como fuimos creados, estamos en estado de
virtud, pero si entregamos nuestra mente a cosas bajas, somos considerados
perversos. Si este trabajo tuviese que ser realizado desde fuera, sería en
verdad difícil; pero dado que está dentro de nosotros, cuidémonos de
pensamientos sucios. Y habiendo recibido el alma como algo confiado a nosotros,
guardémosla para el Señor, para que el pueda reconocer su obra como la misma
que hizo.
"Luchemos,
pues, para que la ira no sea nuestro dueño ni la concupiscencia nos esclavice.
Pues está escrito 'que la ira del hombre no hace lo que agrada a Dios'( St
1,20). Y la concupiscencia ' cuando ha concebido, da a luz el pecado; y de este
pecado, cuando esta desarrollado, nace la muerte (St 1,15). Viviendo esta vida,
mantengámonos cuidadosamente en guardia y, como está escrito, guardemos
nuestro corazón con toda vigilancia (Pr 4,23). Tenemos enemigos poderosos y
fuertes: son los demonios malvados; y contra ellos 'es nuestra lucha', como dice
el apóstol, 'no contra gente de carne y hueso, sino contra las fuerzas
espirituales de maldad en las regiones celestiales, es decir, los que tienen
mando, autoridad y dominio en este mundo oscuro' (Ef 6,12). Grande es su número
en el aire a nuestro alrededor, y no están lejos de nosotros. Pero la
diferencia entre ellos es considerable. Nos llevaría mucho tiempo dar una
explicación de su naturaleza y distinciones, tal disquisición es para otros
más competentes que yo; lo único urgente y necesario para nosotros ahora es
conocer sólo sus villanías contra nosotros.
ARTIFICIOS
DE LOS DEMONIOS
En
primer lugar, démonos cuenta de esto: los demonios no fueron creados como
demonios, tal como entendemos este término, porque Dios no hizo nada malo.
También ellos fueron creados limpios, pero se desviaron de la sabiduría
celestial. Desde entonces andan vagando por la tierra. Por una parte, engañaron
a los griegos con vanas fantasías, y, envidiosos de nosotros los cristianos, no
han omitido nada para impedirnos entrar en cielo: no quieren que subamos al
lugar de donde ellos cayeron. Por eso se necesita mucha oración y disciplina
ascética para que uno pueda recibir del Espíritu Santo el don del
discernimiento de espíritus y ser capaz de conocerlos: cuál de ellos es menos
malo, cuál de ellos más; que interés especial persigue cada uno y cómo han
de ser rechazados y echados fuera. Pues sus astucias y maquinaciones numerosas.
Bien sabían el santo apóstol y sus discípulos cuando decían: conocemos muy
bien su mañas (2 Co 2,11). Y nosotros, enseñados por nuestras experiencias,
deberíamos guiar a otros a apartarse de ellos. Por eso yo, habiendo hecho en
parte esta experiencia, les hablo a ustedes como a mis hijos.
"Cuando
ellos ven que los cristianos en general, pero en particular los monjes, trabajan
con cuidado y hacen progresos, primero los asaltan y los tientan colocándoles
continuamente obstáculos en el camino (Sal 139,6). Estos obstáculos son los
malos pensamientos. Pero no debemos asustarnos de sus asechanzas, pues se las
desbarata pronto con la oración, el ayuno y la confianza en el Señor. Sin
embargo, aunque desbaratados, no cesan sino que vuelven ataque con toda maldad y
astucia. Cuando no pueden engañar el corazón con placeres abiertamente
impuros, cambian su táctica y van de nuevo al ataque. Entonces urden y fingen
apariciones para espantar el corazón, transformándose e imitando mujeres,
bestias, reptiles, cuerpos de gran tamaño y hordas de guerreros. Pero ni aún
así deben aplastarnos el miedo a semejantes fantasmas, ya que no son nada sino
pura vanidad, especialmente si uno se fortalece con la señal de la cruz.
En
verdad, son atrevidos y extraordinariamente desvergonzados. Si en este punto
también se los derrota, avanzan una vez más con nueva estrategia. Pretender
profetizar y predecir futuros acontecimientos. Aparecen mas altos que el techo,
fornidos y corpulentos. Su propósito es, si es posible, arrebatar con tales
apariciones a los que no han podido engañar con pensamientos. Y si hallan que
aún el alma permanece fuerte en su fe y sostenida por la esperanza hacen
intervenir a su jefe.
Este
aparece a menudo de esta manera como, por ejemplo, se lo reveló el Señor a
Job: "Sus ojos son como los párpados del alba. De su boca salen antorchas
encendidas, chispas de fuego saltan fuera. De sus narices sale humo, como de
olla o caldero que hierve. Su aliento enciende los carbones y de su boca sale
llama" (Jb 41,18-21). Cuando el jefe de los demonios aparece de esta
manera, el bribón trata de aterrorizarnos, como dije antes, con su hablar
bravucón, tal como fue desenmascarado por el Señor cuando dijo a Job: 'Tiene
toda arma por hojarasca, y del blandir de la jabalina se burla; hace hervir como
una olla el mar profundo, y lo revuelve como una olla de ungüento' (Jb
41,29.31); también dice el profeta: 'Dijo el enemigo: los perseguiré y
alcanzaré' (Ex 15,9); y en otra parte:' Y halló mi mano como nido las riquezas
de los pueblos, y como se recogen los huevos abandonados, así me apoderé yo de
toda la tierra' (Is 10,14)
Esta
es, en resumen, la jactancia de la que alardean, estas son las peroratas que
hacen para engañar al que teme a Dios. Con toda confianza no necesitamos temer
sus apariciones ni poner atención a sus palabras. Es sólo un embustero y no
hay verdad en nada en lo que dice. Cuando habla semejantes tonterías y lo hace
con tanta jactancia, no se da cuenta de como es arrastrado con un garfio como
dragón por el Salvador (Jb 41,1-2), con un cabestro como animal de carga, con
sus narices con anillo como esclavo fugitivo, y con sus labios atravesados por
una abrazadera de hierro. Ha sido, pues, atrapado como gorrión para nuestra
diversión. Tal él como sus compañeros fueron tratados así para ser
pisoteados como escorpiones y culebras (Lc 10,19) por nosotros los cristianos; y
prueba de ello es el hecho de que seguimos existiendo a pesar de él. En verdad,
noten que él, que prometió que iba a secar el mar y apoderarse de todo el
mundo, no puede impedir nuestras practicas ascéticas ni que yo hable contra
él. Por eso, no demos atención a lo que pueda decir, porque es un mentiroso
redomado, ni temamos sus apariciones, porque también son mentiras. Ciertamente
no es verdadera luz la que aparece en ellos, más bien es mero comienzo y
parecido del fuego preparados para ellos mismos; y con lo mismo que serán
quemados tratan aterrorizar a los hombres. Aparecen, es verdad, pero desaparecen
de nuevo en el momento, sin dañar a ningún creyente, mientras se llevan
consigo esa apariencia del fuego que los espera. Por eso, no hay ninguna razón
para tenerles miedo, pues por la gracia de Cristo todas sus tácticas terminan
en nada.
"Pero
son traicioneros y están preparados para soportar cualquier cambio o
transformación. A menudo, por ejemplo, pretenden cantar salmos, sin aparecer, y
citan textos de la Escrituras. También algunas veces, cuando estamos leyendo,
repiten como eco lo que hemos leído. Cuando vamos a dormir, nos despiertan para
orar, y esto lo hacen continuamente, dejándonos dormir apenas. Otra veces se
disfrazan de monjes y simulan piadosas conversaciones, teniendo como meta
engañar con su apariencia y arrastran entonces a sus víctimas adonde quieren.
Pero no debemos prestarle atención, aunque nos despierten para orar, aunque nos
aconsejen no comer del todo, aunque pretendan acusarnos de cosas que antes
aprobaban. Hacen esto no por amor a la piedad o a la verdad, sino para inducir
al inocente a la desesperación, presentar la vida ascética como sin valor y
hacer que los hombres tomen fastidio por la vida solitaria como algo tosco y
demasiado pesado, y hacer caer a los que llevan tal vida.
Por
eso profeta enviado por el Señor a tales infelices con estos términos: ¡Ay
del que da de beber a prójimo un mal trago! (Hab 2,15). Tales argumentos son
desastrosos par el camino que conduce a la virtud. Nuestro Señor mismo, aunque
incluso los demonios hablaban la verdad –pues decían verdaderamente: Tú eres
el Hijo de Dios (Lc 4,41)–, sin embargo los hizo callar y les prohibió
hablar. No quiso que desparramaran su propia maldad junto con la verdad, y
tampoco deseaba que nosotros les hiciéramos caso aunque aparentemente hablaban
la verdad. Por eso, pues, es inconveniente que nosotros, que poseemos las
Escrituras y la libertad del Salvador, seamos enseñados por el demonio, por
él, que no quedó en su puesto (Judas 6), sino que constantemente ha cambiado
de parecer. Por eso también les prohibe usar citas de la Escritura al decir:
Dios dice al pecador ¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en tu
boca mi Alianza? (Sal 49,19). Ciertamente ellos hacen de todo: hablan, gritan,
engañan, confunden, y todo para engañar al simple. Arman también tremendos
estrépitos, lanzan risas tontas y silbidos. Si nadie les hace caso, lloran y se
lamentan como derrotados.
"El
Señor, por eso, porque es Dios, hizo callar a los demonios. En cuanto a
nosotros, hemos aprendido nuestras lecciones de los santos, hacemos como ellos
hicieron e imitamos su valor. Pues cuando ellos veían tales cosas,
acostumbraban a decir: Cuando el pecador se levantó contra mí, guardé
silencio resignado, no hablé con ligereza (Sal 38,2); y en otra parte: Pero yo
como un sordo no oigo, como un mudo no abro la boca; soy como uno que no oye
(Sal 37,14). Así también nosotros no los escuchemos, mirándolos como
extraño, no prestándole atención, aunque nos despierten para la oración o
nos hablen de ayunos. Sigamos atentos más bien a la práctica de la vida
ascética como es nuestro propósito, y no nos dejemos engañar por los que
practican la traición en todo lo que hacen. No debemos tenerles miedo aunque
aparezcan para atacarnos y amenazarnos con la muerte. En realidad, son débiles
y no pueden hacer más que amenazar.
IMPOTENCIA
DE LOS DEMONIOS
Bien,
hasta ahora he hablado de este tema sólo al pasar. Pero ahora no debo dejarlo
de tratar con mayores detalles; recordarles esto puede redundar sólo en su
mayor seguridad.
Desde
que el Señor habitó con nosotros, el enemigo cayó y sus poderes declinaron.
Por eso no puede nada; Sin embargo, aunque han caído, no puede quedarse quieto
sino que como tirano que no puede hacer otra cosa, se va en amenazas, aunque
ellas sean puras palabras. Cada uno acuérdese de esto y podrá despreciar a los
demonios. Se estuvieran confiados a cuerpos como los nuestros, deberíamos decir
entonces: A la gente que se esconde, no la vamos a encontrar; pero si los
encontramos, los vamos a dañar. Y en este caso podríamos escapar de ellos
escondiéndonos y trancando las puertas. Pero éste no es el caso, y pueden
entrar a pesar de estar trancadas la puertas; vemos que están presentes en
todas partes en el aire, ellos y su jefe, el demonio, y sabemos que su voluntad
es mala y que están inclinados a dañar, y que como dice el Salvador, el
demonio ha sido homicida desde el principio (Jn 8,44); entonces si a pesar de
todo vivimos, y vivimos nuestra vidas desafiándolo, es claro que no tiene
ningún poder. Como ustedes ven, el lugar no les impide su conspiración;
tampoco nos ven amables hacia ellos como para que nos perdonen, ni son tampoco
amantes del bien como para cambiar sus caminos. No, al contrario, ellos son
malos y nada hay que deseen más ansiosamente que hacer daño a los amantes de
la virtud y a los adoradores de Dios. Por la simple razón de que son impotentes
para hacer algo, nada hacen excepto amenazar. Si pudieran, estén ustedes
seguros de que no esperarían sino que realizarían sus fuertes deseos: el mal,
y eso contra nosotros. Noten, por ejemplo, como ahora estamos reunidos aquí
hablando contra ellos, y ellos saben además que en la medida en que hacemos
progresos, ellos se debilitan. En verdad, si estuviera en su poder, no dejarían
vivo a ningún cristiano, porque el servicio de Dios es abominación para el
pecador (Sir 1,25). Puesto que no pueden nada, se hacen daño a sí mismos, ya
que no pueden llevar a cabo sus amenazas.
Además,
esto otro debería ser tomado en cuenta para acabar con el miedo a ellos: si
tuvieran algún poder, no vendrían en manada, ni recurrirían a apariciones, ni
usarían el artificio de transformarse. Bastaría que viniera uno solo e hiciera
lo que fuera capaz de hacer o a lo que tuviera inclinación. Lo más importante
de todo es que el que tiene realmente poder no se esfuerza en matar con
fantasmas ni trata de aterrorizar con hordas sino que sin más trámites usa su
poder como quiere. Pero actualmente los demonios, impotentes como son, hacen
piruetas como si estuvieran sobre un escenario, cambiando sus formas en
espantajos infantiles, con manadas ilusorias y muecas, con todo lo cual su
debilidad se hace todavía más despreciable. Estemos seguros: El ángel
verdadero enviado por el Señor contra los asirios no tuvo necesidad de
múltiples, ni de ilusiones visibles, ni de soplidos resonantes, ni de
sonajeras; no, él ejerció su poder tranquilamente y de una vez mató a ciento
ochenta y cinco mil de ellos (2 R 19,35). Pero los demonios impotentes criaturas
como son, tratan de aterrorizar, ¡y eso con mero fantasmas!
Si
alguien al examinar la vida de Job, dijera: ¿Por qué, entonces, siguió el
demonio haciendo cosas contra él? Lo despojó de sus posesiones, mató a sus
hijos y lo hirió con graves úlceras (Job 1,13ss; 2,7), que esa persona se dé
cuenta de que no se trata de que el demonio tuviera poder para hacer eso, sino
que Dios el entregó a Job para que lo tentara (Job 1,12). Por su puesto no
tenía poder para hacerlo; lo pidió y actuó sólo después de haberlo
recibido. Aquí tenemos otra razón para despreciar al enemigo, pues aunque tal
era su deseo, no fue capaz de vencer a un hombre justo. Si el poder hubiera sido
suyo, no hubiera necesitado pedirlo, y el hecho de que lo pidiera no una sino
dos, muestra su debilidad y incapacidad. No es extraño de que no tuviera poder
contra Job, cuando le fue imposible destruir ni siquiera sus ganados a menos de
que Dios accediera a ello. Pero no tiene poder ni siquiera contra los cerdos,
como está escrito en el Evangelio: Y los espíritus malos rogaron al Señor:
déjanos entrar en esos cerdos, mucho menos sobre los hombres hechos a imagen de
Dios.
Por
eso, se debe temer sólo a Dios y despreciar esos seres, sin tenerles miedo en
absoluto. Y cuanto mas se dediquen a tales cosas, tanto más dediquémonos
nosotros a la vida ascética para contraatacarlos, pues una vida recta y la fe
en Dios son una gran arma contra ellos. Temen a los ascetas por su ayuno, sus
vigilias, sus oraciones, su mansedumbre, tranquilidad, desprecio del dinero,
falta de presunción, humildad, amor a los pobres, limosnas, ausencias de ira,
y, más que todo para que nadie los pisotee, su lealtad a Cristo. Esta el la
razón por lo que hacen todo para que nadie los pisotee. Conocen la gracia dada
por el Salvador a los creyentes cuando dice: "Miren: yo les he dado poder
para pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo (Lc 10,19).
FALSAS
PREDICCIONES DEL FUTURO
"Asimismo,
si pretenden predecir el futuro, no les hagan caso. A veces, por ejemplo, nos
comunican días antes la visita de hermanos, y efectivamente llegan. Pero no es
que se preocupen de sus oyentes que hacen esto, sino para inducirlos a colocar
su confianza en ellos, y así, cuando los tienen bien a mano poder destruirlos.
No los escuchemos sino que echémoslo fuera, pues no lo necesitamos. ¿Qué de
prodigioso hay en ellos, que tienen cuerpos mas sutiles que los hombres, viendo
que alguien se pone de camino, se le adelanten y anuncien su llegada? Una
persona de a caballo podría también adelantarse a uno a pie y dar la misma
información. Así, pues, tampoco en esto hay que asombrarse de ellos. No tienen
ningún conocimiento previo de lo que todavía no ha sucedido, sino que sólo
Dios conoce todas las cosas antes de que sean (Dn 13,42). En este punto son como
ladrones que corren delante y anuncian lo que vieron. En este mismo momento, ¡a
cuántos ya les habrán comunicado lo que estamos haciendo, como estamos aquí
discutiendo sobre ellos, antes de que ninguno de nosotros pueda levantarse e
informar de lo mismo! Pero hasta un niño veloz haría correr lo mismo,
adelantándose a una persona más lenta. Les voy a aclarar con un ejemplo lo que
quiero decir. Si alguien quiere ponerse en viaje desde la Tebaida o de cualquier
otro lugar, antes de que efectivamente parta no saben si van a salir o no; pero
en cuanto lo ven caminar, se adelantan y anuncian su llegada de antemano. Y así
sucede que después de algunos días, llega. Pero a veces, sin embargo, el
viajero se vuelve, y el informe es falso.
También
a veces hablan tonterías con respecto al agua del Río. Por ejemplo, viendo
lluvias en las regiones de Etiopía y sabiendo que las avenidas del Río tienen
su origen, se adelantan y lo anunciantes de que el agua alcance Egipto. Los
hombres también podrían hacerlo, si pudieran correr tan rápido como ellos. Y
tal como el atalaya de David (2 S 18,24), subiéndose a una altura, logró un
vistazo del que llegaba antes del que estaba debajo, y echando a correr le
informó antes que los demás, no lo que aún no había pasado, sino lo que
estaba por suceder en el acto, así también los demonios se apresuran a
anunciar cosas a otros con el solo fin de engañarlos. En verdad, si entre tanto
la Providencia tuviera una disposición especial en cuanto al agua o a los
viajeros, y esto es perfectamente posible, entonces se vería que el informe de
los demonios es mentira, y quedarían engañados los que pusieron su confianza
en ellos.
Así
surgieron los oráculos griegos y así fue descarriado el pueblo de la
antigüedad por los demonios. Con esto hay que decir también cuanto engaño fue
preparado para el futuro, pero el Señor vino para suprimir los demonios y su
villanía. No conocen nada fuera de sí mismos, pero ven otros tienen
conocimientos y entonces, como ladrones, se apoderan de él y lo desfiguran.
Practican más la conjetura que la profecía. Por eso, aunque a veces parezcan
estar en la verdad, nadie debería maravillarse. En realidad, también los
médicos, cuya experiencia en enfermedades les viene de haber observado la misma
dolencia en diferentes personas, hacen a menudo conjeturas sobre la base de su
práctica y predicen lo que va a pasar. También los pilotos y campesinos,
observando las condiciones del tiempo, por su experiencia pronostican si va a
ver temporal o buen tiempo. A nadie se le ocurriría decir que profetizan por
inspiración divina, sino por la experiencia que da la práctica. En
consecuencia, si también los demonios adivinan algunas de estas mismas cosas y
las dicen, no por eso ustedes tienen que asombrarse ni hacerles caso en
absoluto. ¿De que les sirve a los oyentes saber días antes los que va a pasar?
¿O qué afán en saber tales cosas, aún suponiendo que tal conocimiento
resulte verdad? Seguro que no es ése el elemento fundamental de la virtud ni
tampoco prueba de nuestro progreso. Pues nadie es juzgado por lo que no sabe, y
nadie es llamado bienaventurado por lo que ha aprendido y sabe; y el juicio que
nos espera a cada uno es si hemos guardado la fe y observado fielmente los
mandamientos.
"De
ahí de que no sea propio nuestro darle importancia a estas cosas ni afanarnos
en la vida ascética con el fin de saber el futuro, sino para agradar a Dios
viviendo bien. Deberíamos orar, no para saber el futuro, ni deberíamos pedir
esto como recompensa por la práctica ascética, sino que el fin de nuestra
oración ha de ser lo que el Señor sea nuestro compañero para lograr la
victoria sobre el demonio. Pero si algún día llegamos a conocer el futuro,
mantengamos pura nuestra mente. Tengo la absoluta confianza de que si el alma es
pura íntegramente y está en su estado natural, alcanza la claridad de visión
y ve más y más lejos que los demonios. A ellos el Señor les revela las cosas.
Tal era el alma de Eliseo que vio lo que pasó que Giezi (2 R 5,26), y
contempló los ejércitos que estaban cerca (2 R 6,17).
DISCERNIMIENTO
DE LOS ESPÍRITUS
"Ahora,
pues, cuando se les aparezcan de noche y quieran contarles el futuro o les
digan: Somos los ángeles, ignórenlo porque están mintiendo. Si alaban su
práctica de la vida ascética o los llaman santos, no los escuchen ni tengan
nada que ver ellos. Hagan mas bien la señal de la Cruz sobre ustedes, sobre su
morada y oración, y los verán desaparecer. Son cobardes y le tienen terror
mortal a la señal de la Cruz de nuestro Señor, desde que en la Cruz el Señor
los despojó e hizo escarmiento con ellos (Col 2,15). Pero si insisten con mas
desvergüenza todavía, bailando en torno y cambiando su apariencia, no les
teman ni se acobarden ni les presten atención como si fueran buenos; es
totalmente posible distinguir entre el bien y el mal cuando Dios lo garantiza.
Una visión de los santos no es turbulenta, pues no contendrá ni gritar , y
nadie oirá su voz por las calles (Mt 12,19; Is 42,2). Tal visión llega tan
tranquila y suave que de inmediato hay alegría, gozo y valor en el alma. Con
ellos está nuestro Señor, que es nuestra alegría, y el poder de Dios Padre. Y
los pensamientos del alma permanecen sin molestia ni oleaje, de modo que en su
propia brillante transparencia posible contemplar la aparición. Un anhelo de
las cosas divinas y de la vida futura se posesiona del alma, y su deseo es
unirse totalmente a ellos y poder partir con ellos. Pero si algunos, por ser
humanos, tienen miedo ante la visión de los buenos, entonces los que aparecen
expulsan el temor por el amor, como lo hizo Gabriel con Zacarías (Lc 1,13), y
el ángel que apreció a las mujeres en el santo sepulcro (Mt 28,5), y el ángel
que habló a los pastores: No teman (Lc 2,10). Temor en estos casos, no es
cobardía del alma sino conciencia de la presencia de seres superiores. Tal es,
pues, la visión de los santos.
Por
otra parte, el ataque y la aparición de los malos están llenos de confusión,
acompañados de ruidos, bramidos y alaridos; bien podría ser el tumulto de
muchachos groseros o salteadores. Esto al comienzo ocasiona terror en el alma,
disturbios y confusión de pensamientos, desaliento, odio de la vida ascética,
tedio, tristeza, recuerdo de los parientes, miedo de la muerte; luego viene el
deseo del mal, el desprecio de la virtud y un completo cambio de carácter. Por
eso, si ustedes tienen una visión y sienten miedo, pero si el miedo se lo
quitan inmediatamente y en su lugar les viene una inefable alegría y contento,
valor, recuperación de la fuerza y de la calma de pensamiento y de todo lo
demás que he mencionado, y valentía de corazón y amor de Dios, entonces
alégrense y oren; su gozo y la tranquilidad de su alma dan prueba de la
santidad de Aquel que está presente. Así Abraham, viendo al Señor, se alegró
(Jn 8,56), y Juan, oyendo la voz de María, la Madre de Dios, saltó de gozo (Lc
1,41). Pero si tienen visiones que los sorprenden y confunden y al tumulto por
doquier y apariciones terrenas y amenazas de muerte y todo lo demás que
mencioné, entonces sepan que la visita es del malo.
"Tengan
también esta otra señal: si el alma sigue con miedo, el enemigo está
presente. Los demonios no quitan el miedo que producen, como lo hizo el gran
arcángel Gabriel con María y Zacarías, y el se le apareció a las mujeres en
el sepulcro. Los demonios, al contrario, cuando ven que los hombres tienen
miedo, aumentan sus fantasmagorías, para aterrorizarlos aún más, luego bajan
y los engañan diciéndoles: Póstrense y adórennos (Mt 4,9). Así engañaron a
los griegos, pues entre ellos los había, tomados falsamente por dioses. Pero
nuestro Señor no permitió que fuéramos engañados por el demonio, cuando una
vez le reprochó que intentara utilizar sus alucinaciones con El: Apártate,
Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y al el sólo lo
servirás (Mt 4,10). Por eso, despreciemos más y más al autor del mal, pues lo
que dijo nuestro Señor fue por nosotros: cuando los demonios oyen tales
palabras, son expulsados por el Señor que con estas palabras los reprendió.
"No
debemos jactarnos de echar fuera a los demonios ni darnos aires por curaciones
realizadas; no debemos honrar sólo al que expulsa demonios y despreciar al que
no lo hace. Que cada uno observe atentamente la vida ascética de otro, entonces
que la imite y emule, o que la corrija. Pues hacer milagros no es asunto
nuestro. Eso está reservado sólo para nuestro Salvador. El, por otra parte,
dijo a los discípulos: Alégrense, no porque los demonios se les sometan, sino
porque sus nombres están escritos en el cielo (Lc 10,20). Y el hecho de que
nuestros nombres estén escrito en el cielo es testimonio para nuestra virtud,
pero en cuanto a expulsar demonios, eso es don del Salvador que él concede. Por
eso, a los que se jactaban no de su virtud sino de sus milagros y decían:
¿Señor, no hemos expulsado demonios en tu nombre y no hemos obrado milagros
también en tu nombre? (Mt 7,22). El respondió: En verdad, les digo que no los
conozco (Mt 7,23), pues el Señor no conoce el camino de los impíos (Sal 1,6).
En resumen, se debe orar, como he dicho, por el don de discernimiento de
espíritus, a fin de que, como esta escrito, no creamos a cada espíritu.
ANTONIO
NARRA SUS EXPERIENCIAS CON LOS DEMONIOS
En
realidad, ahora querría detenerme y no decir nada más que viniera de mí
mismo, ya que basta con lo que se ha dicho. Pero para que ustedes no piensen que
simplemente digo estas cosas por hablar, sino para que puedan convencerse de que
lo hago por verdadera experiencia, por eso quiero contarles lo que he visto en
cuanto a las prácticas de los demonios. Tal vez me llamen tonto, pero el Señor
que está escuchando sabe que mi conciencia es limpia y que no es por mí mismo
sino por ustedes para alentarlos que digo todo esto.
¡Cuántas
veces me llamaron bendito, mientras yo los maldecía en el nombre del Señor!
¡Cuántas veces hacían predicciones acerca del agua del Río! Y yo les decía:
¿Y qué tienen que ver ustedes con esto?. Una vez llegaron con amenazas y me
rodearon como soldados armados hasta los dientes. En otra ocasión llenaron la
casa con caballos y bestias y reptiles, pero yo canté el salmo: "Unos
confían en sus carros, otros en su caballería, pero nosotros confiamos en el
nombre del Señor Dios nuestro" (Sal 19,8), y a esta oración fueron
rechazados por el Señor. Otra vez, en la obscuridad llegaron con una luz fatua
diciendo: 'Hemos venido a traerte luz, Antonio'. Pero cerré mis ojos, oré, y
de un golpe se apago la luz de los impíos. Pocos meses después llegaron
cantando salmos y citando las Escrituras. 'Pero yo fui como un sordo que no oye'
(Sal 37,14). Una vez sacudieron la celda de un lado para otro, pero yo oré,
permaneciendo inconmovible en mi mente. Entonces volvieron haciendo un ruido
continuo, dando golpes, silbando y haciendo cabriolas. Pero yo me puse a orar y
a cantar salmos, y entonces comenzaron a gritar y a lamentarse como si
estuvieran completamente agotados, y yo alabé al Señor que redujo a nada su
descaro e insensatez y les dio una lección.
Una
vez se me apareció en visión un demonio realmente enorme, que tuvo la
desfachatez de decir: 'Soy el Poder de Dios', y 'Soy la Providencia'. ' ¿Por
favor qué deseas que te otorgue?'. Entonces yo le soplé mi aliento, invocando
el nombre de Cristo, e hice empeño por golpearlo. Parece que tuve éxito,
porque al instante, grande como era, desapareció él, y todos sus compañeros
junto con él, al nombre de Cristo. Otra vez que yo estaba ayunando, se llegó a
mí el taimado acarreando panes ilusorios. Se puso a darme consejos:
"¡Come y déjate de tus privaciones! También tú eres hombre y estás
punto de enfermarte". Pero yo, notando su superchería, me levanté a orar
y no pudo aguantarlo. Desapareció como humo a través de la puerta.
¡Cuántas
veces me mostró en el desierto una visión de oro que yo podía tocar y buscar!
Pero me le opuse cantando un salmo y se disolvió. Me golpeó a menudo, y yo
decía: "Nada podrá separarme del amor de Cristo" (Rm 8,35), y
entonces ¡ellos se golpeaban unos a otros! Pero no fui yo quien detuvo y
paralizó sus esfuerzos, sino el Señor que dijo: "Vi a Satanás cayendo
del cielo como un relámpago" (Lc 10,18)
Hijitos
míos acuérdense de lo que dijo el apóstol: "Me apliqué esto a mí
mismo" (1 Co 4,6), y aprenderán a no descorazonarse en su vida ascética y
a no temer las ilusiones del demonio y sus compañeros.
"Ya
que me ha hecho loco entrando en todas sus cosas, escuchen también lo que
sigue, para que pueda servirles para su seguridad; créanme, no miento. Una vez
escuché un golpe en la puerta de mi celda, salí afuera y vi una figura
enormemente y alta. Cuando le pregunté: ¿Quién eres?, me contestó: 'Soy
Satanás'. ¿Qué estás haciendo aquí? El respondió: ¿Qué falta me
encuentran los monjes y los demás cristianos sin ninguna razón? ¿Por qué me
echan a cada rato?. Bien, ¿por qué los molestas?, le dije.
El
contestó: No soy yo quien los molesta, sino que sus molestias tienen su origen
en ellos mismos, porque yo me he debilitado. ¿No han leído acaso; El enemigo
ha sido desarmado, arrasaste sus ciudades? (Sal 9,7). Ahora no tengo lugar,
armas, ni ciudad. En todas partes hay cristianos y hasta el desierto está lleno
de monjes. Que se dediquen a sus propios asuntos y no me maldigan sin causa.
Entonces
me maravillé ante la gracia del Señor y le dije: Aunque eres siempre mentiroso
y nunca hablas la verdad, sin embargo esta vez has dicho la verdad, por más que
te desagrade hacerlo. Ves tú, Cristo con su venida te hizo impotente, te
derribó, te despojó. El oyendo el nombre del Salvador e incapaz de soportar el
calor que esto causaba, se desvaneció.
Por
eso, si incluso el mismo demonio confiesa que no tienen poder, deberíamos
despreciarlo totalmente. El malo y sus sabuesos tienen, es verdad, todo un
acopio de bellaquerías, pero nosotros, sabiendo su debilidad, podemos
despreciarlos. No nos entreguemos, pues, ni desalentemos, ni dejemos que haya
cobardía en nuestra alma ni causemos miedo a nosotros mismos pensando: ¡Ojalá
que no venga el demonio y me haga caer! ¡Ojalá que no venga y me lleve para
arriba o para abajo, o aparezca de repente y me saque de mis casillas! No
deberíamos tener en absoluto semejantes pensamientos ni afligirnos como si
fuéramos a perecer. Mas bien tengamos valor y alegrémonos siempre como hombres
que están siendo salvados. Pensemos que el Señor está con nosotros, El que
ahuyentó los malos espíritus y les quitó su poder.
Meditemos
siempre sobre esto y recordemos que mientras el Señor esté con nosotros,
nuestros enemigos no nos harán daño. Pues cuando vienen, actúan tal como nos
encuentran, y en el estado del alma en que nos encuentren, de ese modo presentan
sus ilusiones. Si nos ven llenos de miedo y de pánico, inmediatamente toman
posesión como bandoleros que encuentran la plaza desguarnecida; todo lo que
pensemos de nosotros mismos, lo aprovecharán con interés redoblado. Si nos ven
con temerosos y acobardados, van a aumentar nuestro miedo lo más que puedan en
forma de imaginaciones y amenazas, y así la pobre alma es atormentada para el
futuro. Pero si nos encuentran alegrándonos con el Señor, meditando en los
bienes que han de venir y contemplando las cosa que son del Señor; considerando
que todo está en sus manos y que el demonio no tiene poder sobre un cristiano;
que, de hecho, no tiene poder sobre nadie absolutamente, entonces, viendo al
alma salvaguardada con tales pensamientos, se avergüenzan y se vuelven. Así,
cuando el enemigo vio a Job fortificado, se retiró de él, mientras que
encontrando a Judas desprovisto de toda defensa, lo tomó prisionero.
Por
eso, si queremos despreciar al enemigo, mantengamos siempre nuestro pensamiento
en las cosas del Señor y que nuestra alma se goce con la esperanza (Rm 12,12).
Veremos entonces cómo los engaños del demonio se desvanecen como humo, y los
veremos huir en lugar de perseguirnos. Ellos son, como dije, abyectos, cobardes,
siempre recelosos del fuego preparados para ellos (Mt 25,41).
"Observen
también esto con respecto a la intrepidez que deben tener en su presencia. Cada
vez que venga una aparición, no se derrumben inmediatamente llenos de cobarde
miedo, sino que, sea lo que sea, pregunten primero con corazón resuelto:
¿Quién eres tú y de dónde vienes?. Si es una visión buena, los va a
tranquilizar y a cambiar su miedo en alegría. Sin embargo, si tiene que ver con
el demonio, va a desvanecerse al instante viendo el decidido ánimo de ustedes,
ya que la simple pregunta, ¿quién eres y de dónde vienes?, es la señal de
tranquilidad. Así lo aprendió el hijo de Nun (Jos 5,13s), y el enemigo no se
libró de ser descubierto cuando Daniel lo interrogó (Dn, 13-59).
VIRTUD
MONÁSTICA
Mientras
Antonio discurría sobre estos asuntos con ellos, todos se regocijaban.
Aumentaba en algunos la virtud, en otros desaparecía la negligencia, y en otros
la vanagloria era reprimida. Todos prestaban consejos sobre los ardides del
enemigo, y se admiraban de la gracia dada a Antonio por el Señor para discernir
los espíritus.
Así
sus solitarias celdas en las colinas eran como las tiendas llenas de coros
divinos, cantando salmos, estudiando, ayunando, orando, gozando con la esperanza
de la vida futura, trabajando para dar limosnas y preservando el amor y la
armonía entre sí. Y en realidad, era como ver un país aparte, una tierra de
piedad y justicia. No había malhechores ni víctimas del mal ni acusaciones del
recaudador de impuestos, sino una multitud de ascetas, todos con un solo
propósito: la virtud. Así, al ver estas celdas solitarias y la admirable
alineación de los monjes, no se podía menos que elevar la voz y decir:
"¡Qué hermosas son las tiendas, oh Jacob! ¡Tus habitaciones, oh Israel!
Como arroyos están extendidas, como huertos junto al río, como tiendas
plantadas por el Señor, como cedros junto a las aguas" (Num 24,5).
Antonio
volvió como de costumbre a su propia celda e intensificó sus prácticas
ascéticas. Día tras día suspiraba en la meditación de las moradas
celestiales (Jn 14,12), con todo anhelo por ellas, viendo la breve existencia
del hombre. Al pensamiento de la naturaleza espiritual del alma, se avergonzaba
cuando debía aprestarse a comer o dormir o a ejecutar las otras necesidades
corporales. A menudo, cuando iba a compartir su alimento con otros monjes, le
sobrevenía el pensamiento del alimento espiritual y rogando que le perdonaran,
se alejaba de ellos, como si le diera vergüenza de que otros lo vieran
comiendo. Comía, por su puesto, porque su cuerpo lo necesitaba, y
frecuentemente lo hacía también con los hermanos, turbado a causa de ellos,
pero hablándoles por la ayuda que sus palabras significaban para ellos.
Acostumbraba a decir que se debía dar todo su tiempo al alma más bien que al
cuerpo. Ciertamente, puesto que la necesidad lo exige, algo de tiempo tiene que
darse al cuerpo, pero en general deberíamos dar nuestra primera atención al
alma y buscar su progreso. Ella no debería ser arrastrada hacia abajo por los
placeres del cuerpo, sino que el cuerpo debe ser puesto bajo sujeción del alma.
Esto, decía, es lo que el Salvador expresó: "No se preocupen por la vida,
por lo que van a comer o beber, ni estén inquietos ansiosamente; la gente del
mundo busca todas esas cosas. Pero su Padre sabe que ustedes necesitan todo
esto. Busquen primero su Reino y todo esto se les dar dado por añadidura"
(Lc 12,22.29-31; Mt 6,31-33)
ANTONIO
VA ALEJANDRÍA BAJO LA PERSECUCIÓN DEL EMPERADOR MAXIMINO (311)
Después
de esto, la persecución de Maximino, que irrumpió en esa época, se abatió
sobre la Iglesia. Cuando los santos mártires fueron llevados a Alejandría, él
también dejó su celda y los siguió, diciendo: "vayamos también nosotros
a tomar parte en el combate si somos llamados, o a ver a los combatientes".
Tenía el gran deseo de sufrir el martirio, pero como no quería entregarse a
sí mismo, servía a los confesores de la fe en las minas y en las prisiones. Se
afanaba en el tribunal, estimulando el celo de los mártires cuando los
llamaban, y recibiéndolos y escoltándolos cuando iban a su martirio, quedando
junto a ellos hasta que expiraban. Por eso el juez, viendo su intrepidez y la de
sus compañeros y su celo en estas cosas, dio orden de que ningún monje
apareciera en el tribunal o estuviera en la ciudad. Todos los demás pensaron
conveniente esconderse ese día, pero Antonio se preocupó tan poco de ello que
lavó sus ropas y al día siguiente se colocó al frente de todos, en un lugar
prominente, a vista y presencia del prefecto. Mientras todos se admiraban y el
prefecto mismo lo veía al acercarse con todos los funcionarios, el estaba ahí
de pie, sin miedo, mostrando el espíritu anhelante característico de nosotros
los cristianos. Como lo expresé antes, oraba para que también él pudiera ser
martirizado, y por eso se apenaba por no haberlo sido.
Pero
el Señor cuidaba de él para nuestro bien y para el bien de otros, a fin de que
pudiera se maestro de la vida ascética que él mismo había aprendido en las
Escrituras. De hecho, muchos, sólo con ver su actitud, se convirtieron en
celosos seguidores de su modo de vida. De nuevo, por eso, continuó con su
costumbre, de ir al servicio de los confesores de la fe y, como si estuviera
encadenado con ellos (Hb 13,3), se agotó en su afán por ellos.
EL
DIARIO MARTIRIO DE LA VIDA MONACAL
Cuando
finalmente la persecución cesó y el obispo Pedro, de santa memoria, hubo
sufrido el martirio, se fue y volvió a su celda solitaria, y ahí fue mártir
cotidiano en su conciencia, luchando siempre las batallas de la fe. Practicó
una vida ascética llena de celo y más intensa. Ayunaba continuamente, su
vestidura era de pelo la interior y de cuero la exterior, y la conservó hasta
el día de su muerte. Nunca bañó su cuerpo para lavarse, ni tampoco lavó sus
pies ni se permitió meterlos en el agua sin necesidad. Nadie vio su cuerpo
desnudo hasta que murió y fue sepultado.
Vuelto
a la soledad, determinó un período de tiempo durante el cual no saldría ni
recibiría a nadie. Entonces un oficial militar, un cierto Martiniano, llegó a
importunar a Antonio: tenía una hija a la molestaba el demonio. Como persistía
ante él, golpeado a la puerta y rogando que saliera y orara a Dios por su hija,
Antonio no quiso salir sino que, usando una mirilla le dijo: "Hombre ¿por
qué haces todo ese ruido conmigo?. Soy un hombre tal como tú. Si crees en
Cristo a quien yo sirvo, ándate y como eres creyente, ora a Dios y se te
concederá". Ese hombre se fue y creyendo e invocando a Cristo, y su hija
fue librada del demonio. Muchas otras cosas hizo también el Señor a través de
él, según la palabra: "Pidan y se les dará" (Lc 11,9). Muchísima
gente que sufría, dormía simplemente fuera de su celda, ya que él no quería
abrirle la puerta, y eran sanados por su fe y su sincera oración.
HUIDA
A LA MONTAÑA INTERIOR
Cuando
se vio acosado por muchos e impedido de retirarse como eran su propósito y su
deseo, e inquieto por lo que el Señor estaba obrando a través de él, pues
podía transformarse en presunción, o alguien podía estimarlos más de lo que
convenía, reflexionó y se fue hacia la Alta Tebaida, a un pueblo en el que era
desconocido. Recibió pan de los hermanos y se sentó a la orilla del río,
esperando ver un barco que pasara en el que pudiera embarcarse y partir.
Mientras estaba así aguardando, se oyó una voz desde arriba: "Antonio,
¿a dónde vas y porque?".
No
se desorientó sino que, habiendo escuchado a menudo tales llamadas, contestó:
"Ya que las multitudes no me permiten estar solo, quiero irme a la Alta
Tebaida, porque son muchas las molestias a las que estoy sujeto aquí, y sobre
todo porque me piden cosas más allá de mi poder". "Si subes a la
Tebaida", dijo la voz, "o si, como también pensaste, bajas a la
Bucolia, tendrás más, sí, el doble más de molestias que soportar. Pero si
realmente quieres estar contigo mismo, entonces vete al desierto interior".
Pero,
dijo Antonio, ¿quién me mostrará el camino?. Yo no lo conozco. De repente le
llamaron la atención unos sarracenos que estaban por tomar aquella ruta.
Acercándose, Antonio les pidió ir con ellos al desierto. Ellos le dieron la
bienvenida como por orden de la Providencia. Y viajó con ellos tres días y
tres noches y llegó a una montaña muy alta. Al pie de la montaña había agua,
clara como el cristal, dulce y muy fresca. Extendiéndose desde allí había una
llanura y unos cuantos datileros.
Antonio,
como inspirado por Dios, quedó encantado por el lugar, porque esto fue lo que
quiso decir Quien habló con el a la orilla del Río. Comenzó por conseguir
algunos panes de sus compañeros de viaje y se quedo sólo en la montaña, sin
ninguna compañía. En adelante, miró este lugar como si hubiera encontrado su
propio hogar. En cuanto a los sarracenos, notando el entusiasmo de Antonio,
hicieron del lugar un punto de sus travesías, y estaban contentos de llevarle
pan. También los datileros le daban un pequeño y frugal cambio de dieta. M s
tarde, los hermanos, se las ingeniaron para mandarle pan. Antonio, sin embargo,
viendo que el pan les causaba molestias porque tenían que aumentar el trabajo
que ya soportaban, y queriendo mostrar consideración a los monjes en esto,
reflexionó sobre el asunto y pidió a algunos de sus visitantes que les
trajeran un azadón y un hacha y algo de grano.
Cuando
se lo trajeron, se fue al terreno cerca de la montaña, y encontrando un pedazo
adecuado, con abundante provisión de agua de la vertiente, lo cultivo y
sembró. Así lo hizo cada año y les suministraba su pan. Estaba feliz de que
con eso no tenía que molestar a nadie, y con todo trataba de no ser carga para
otros. Pero más tarde, viendo que de nuevo llegaba gente a verlo, comenzó
también a cultivar algunas hortalizas, a fin de que sus visitantes tuvieran
algo más para restaurar sus fuerzas después del viaje tan cansado y pesado.
Al
comienzo, los animales del desierto que venían a beber agua le dañaban los
sembrados de la huerta. Entonces atrapó a uno de los animales, lo retuvo
suavemente y les dijo a todos: " ¿Por qué me hacen perjuicio si yo no les
haga nada a ninguno de ustedes? ¡Váyanse, y en el nombre del Señor no se
acerquen otra vez a estas cosas!". Y desde ese entonces, como atemorizados
por sus órdenes, no se acercaron al lugar.
DE
NUEVO LOS DEMONIOS
Así
estuvo sólo en la Montaña Interior, dando su tiempo a la oración y a la
práctica de la vida ascética. Pero los hermanos que fueron en su busca, le
rogaron que les permitiera llegar cada mes y llevarle aceitunas, legumbres y
aceite, puesto que ya ahora era anciano.
De
sus visitantes hemos sabido cuantos combates tuvo que soportar mientras vivió
ahí, "no contra carne y sangre", como está escrito (Ef 6,12), sino
en lucha con los demonios. Pues también allí oyeron tumultos y muchas voces y
clamor como de armas. De noche vieron la montaña llenarse de vida con bestia
salvajes. Lo vieron también peleando como también con enemigos visibles, y
orando contra ellos. A uno que lo visitó, le habló palabras de aliento
mientras el mismo se mantenía firme en la contienda, de rodillas y orando al
Señor. Era realmente notable que, sólo como estaba en ese despoblado, nunca
desmayase frente a los ataques de los demonios, ni tampoco con todos los
animales y reptiles que había, tuviese miedo de su ferocidad. Como está en la
escritura, él realmente "confiaba en el Señor como el monte Sión (Sal
124,l), con ánimo inquebrantable e intrépido. Así los demonios más bien
huían de él, y los animales salvajes hicieron la paz con él, como está
escrito (Job 5,23)
El
malo puso estrecha guardia sobre Antonio y rechinó sus dientes contra él, como
dice David en el salmo (Sal 34,16), pero Antonio fue animado por el Salvador,
quedando sin ser dañado por esa villanía y sutil estrategia. Le envió bestias
salvajes mientras estaba en sus vigilias nocturnas, y en plena noches todas las
hienas del desierto salieron de sus guaridas y lo rodearon. Teniéndolo en
medio, abrían sus fauces y amenazaban morderlo. Pero él, conociendo bien las
mañas del enemigo, les dijo: "Si han recibido poder para hacer esto contra
mí, estoy dispuesto a ser devorado; pero si han sido enviadas por los demonios,
váyanse inmediatamente porque soy servidor de Cristo". En cuanto Antonio
dijo esto, huyeron como azotados por el látigo de esa palabra.
Pocos
días después, mientras estaba trabajando –porque el trabajo formaba parte de
su propósito–, alguien llegó a la puerta y tiró la cuerda con que trabajaba
(estaba haciendo canastos, que daba a sus visitantes en cambio por lo que le
traían). Se levantó y vio a un monstruo que parecía hombre hasta los muslos,
pero con piernas y pies de asno. Antonio hizo simplemente la señal de la cruz y
dijo: "Soy servidor de Cristo. Si has sido enviado contra mí aquí
estoy". Pero el monstruo con sus demonios huyó tan rápido, que su misma
rapidez lo hizo caer y murió. La muerte del monstruo vino a significar el
fracaso de los demonios: hicieron cuanto pudieron porque se fuera del desierto y
no pudieron.
ANTONIO
VISITA A LOS HERMANOS A LO LARGO DEL NILO
Una
vez los monjes le pidieron que regresara donde ellos y pasara algún tiempo
visitándolos a ellos y sus establecimientos. Hizo el viaje con los monjes que
vinieron a su encuentro. Un camello había cargado con pan y agua, ya que en
todo ese desierto no hay agua, y la única agua potable estaba en la montaña de
donde habían salido y en donde estaba su celda. Yendo de camino se acabó el
agua, y estaban todos en peligro cuando el calor es mas intenso. Anduvieron
buscando y volvieron sin encontrar agua. Ahora estaban demasiado débiles para
poder caminar siquiera. Se echaron al suelo y dejaron que el camello se fuera,
entregándose a la desesperación.
Entonces
el anciano, viendo el peligro en que todos estaban, se llenó de aflicción.
Suspirando profundamente, se apartó un poco de ellos. Entonces se arrodilló,
extendió sus manos y oró. Y de repente el Señor hizo brotar una fuente donde
estaba orando, de modo que todos pudieron beber y refrescarse. Llenaron sus
odres y se pusieron a buscar el camello hasta que lo encontraron, sucedió que
el cordel se había enredado en una piedra y había quedado sujeto. Lo llevaron
a abrevar y, cargándolo con los odres, concluyeron su viaje sin más deterioros
ni accidentes.
Cuando
llegó a las celdas exteriores, todos le dieron una cordial bienvenida,
mirándolo como a un padre. El, por su parte, como trayéndoles provisiones de
su montaña, los entretenía con su narraciones y les comunicaba su experiencia
práctica. Y de nuevo hubo alegría en las montañas y anhelos de progreso, y el
consuelo que viene de una fe común (Rm 1,12). También se alegró de contemplar
el celo de los monjes y al ver a su hermana que había envejecido en su vida de
virginidad, siendo ella misma guía espiritual de otras vírgenes.
LOS
HERMANOS VISITAN A ANTONIO
Después
de algunos días volvió a su montaña. Desde entonces muchos fueron a
visitarlo, entre ellos muchos llenos de aflicción, que arriesgaban el viaje
hasta él. Para todos los monjes que llegaban donde él, tenía siempre el mismo
consejo: poner su confianza el Señor y amarlo, guardarse a sí mismo de los
malos pensamientos y de los placeres de la carne, y no ser seducido por el
estómago lleno, como está escrito en los Proverbios (Prov 24,15). Debían huir
de la vanagloria y orar continuamente; cantar salmos antes y después del
sueño; guardar en el corazón los mandamientos impuestos en las Escrituras y
recordar los hechos de los santos, de modo que el alma, al recordar los
mandamientos, pueda inflamarse ante el ejemplo de su celo. Les aconsejaba sobre
todo recordar siempre la palabra del apóstol: "Que el sol no se ponga
sobre tu ira" (Ef 4,26), y a considerar estas palabras como dichas de todos
los mandamientos: el sol no debe ponerse no sólo sobre la ira sino sobre
ningún otro pecado.
Es
enteramente necesario que el sol no condene por ningún pecado de día, ni la
luna por ninguna falta o incluso pensamiento nocturno. Para asegurarnos de esto,
es bueno escuchar y guardar lo que dice el apóstol: "Júzguense y
pruébense ustedes mismos" (2 Co 13,5). Por eso cada uno debe hacer
diariamente un examen de lo que ha hecho de día y de noche; si ha pecado, deje
de pecar; si no ha pecado, no se jacte por ello. Persevere mas bien en la
practica de lo bueno y no deje de estar en guardia. No juzgue a su prójimo ni
se declare justo él mismo, como dice el santo apóstol Pablo, "Hasta que
venga el Señor y saque a luz lo que está escondido" (1 Co 4,5; Rm 2,16).
A menudo no tenemos conciencia de lo que hacemos; nosotros no lo sabemos, pero
el Señor conoce todo. Por eso dejémosle el juicio a El, compadezcámonos
mutuamente y "llevemos los unos las cargas de los otros" (Ga 6,2).
Juzguémonos a nosotros mismo y, si vemos que hemos disminuido, esforcémonos
con toda seriedad para reparar nuestra deficiencia. Que esta observación sea
nuestra salvaguardia con el pecado: anotemos nuestras acciones e impulsos del
alma como si tuviéramos que dar un informe a otro; pueden estar seguros que de
pura vergüenza de que esto se sepa, dejaremos de pecar y de seguir teniendo
pensamientos pecaminosos. ¿A quién le gusta que lo vean pecando? ¿Quién
habiendo pecado, no preferiría mentir, esperando escapar así a que lo
descubran? Tal como no quisiéramos abandonarnos al placer a vista de otros,
así también si tuviéramos que escribir nuestros pensamientos para decírselos
a otro, nos guardaríamos muchos de los malos pensamientos, de vergüenza de que
alguien los supiera. Que ese informe escrito sea, pues, como los ojos de
nuestros hermanos ascetas, de modo que al avergonzarnos al escribir como si nos
estuvieran viendo, jamás nos demos al mal. Moldeándonos de esta manera,
seremos capaces de llevar a nuestro cuerpo a obedecernos (1 Co 9,27), para
agradar al Señor y pisotear las maquinaciones del enemigo.
MILAGROS
EN EL DESIERTO
Estos
eran los consejos a los visitantes. Con los que sufrían se unía en simpatía y
oración, y a menudo y en muchos y variados casos, el Señor escuchó su
oración. Pero nunca se jactó cuando fue escuchado, ni se quejó cuando no lo
fue. Siempre dio gracias al Señor, y animaba a los sufrientes a tener paciencia
y a darse cuenta de que la curación no era prerrogativa suya ni de nadie, sino
sólo de Dios, que la obra cuando quiere y a quienes El quiere. Los que sufrían
se satisfacían con recibir las palabras del anciano como curación, pues
aprendían a tener paciencia y a soporta el sufrimiento. Y los que eran sanados,
aprendían a dar gracias no a Antonio sino sólo a Dios.
Había,
por ejemplo, un hombre llamado Frontón, oriundo de Palatium. Tenía una
horrible enfermedad: Se mordía continuamente la lengua y su vista se le iba
acortando. Llegó hasta la montaña y le pidió a Antonio que rogara por él.
Oró y luego Antonio le dijo a Frontón " Vete, vas a ser sanado".
Pero el insistió y se quedó durante días, mientras Antonio seguía
diciéndole: "No te vas a sanar mientras te quedes aquí y cuando llegues a
Egipto verás en ti el milagro". El hombre se convenció por fin y se fue,
al llegar a la vista de Egipto desapareció su enfermedad. Sanó según las
instrucciones que Antonio había recibido del Señor mientras oraba.
Una
niña de Busiris en Trípoli padecía de una enfermedad terrible y repugnante:
una supuración de ojos, nariz y oídos se transformaba en gusanos cuando caía
al suelo. Además su cuerpo estaba paralizado y sus ojos eran defectuosos. Sus
padres supieron de Antonio por algunos monjes que iban a verlo, y teniendo fe en
el Señor que sanó a la mujer que padecía hemorragia ( Mt 9,20), les pidieron
que pudieran ir con su hija. Ellos consintieron. Los padres y la niña quedaron
al pie de la montaña con Pafnucio, el confesor y monje. Los demás subieron, y
cuando se disponían a hablarle de la niña, el se les adelantó y les dijo todo
sobre el sufrimiento de la niña y de como había hecho el viaje con ellos.
Entonces cuando le preguntaron si esa gente podía subir, no se los permitió y
sino que dijo: "Vayan y, si no ha muerto, la encontrar n sana. No es
ciertamente mérito mío que ella halla querido venir donde un infeliz como yo;
no, en verdad; su curación es obra del Salvador que muestra su misericordia en
todo lugar a los que lo invocan. En este caso el Señor ha escuchado su
oración, y su amor por los hombres me ha revelado que curar la enfermedad de la
niña donde ella está". En todo caso el milagro se realizó: cuando
bajaron, encontraron a los padres felices y a la niña en perfecta salud.
Sucedió
que cuando los hermanos estaban en viaje hacia él, se les acabó el agua
durante el viaje; uno murió y el otro estaba a punto de morir. Ya no tenía
fuerzas para andar, sino que yacía en el suelo esperando también la muerte.
Antonio, sentado en la montaña, llamó a dos monjes que estaban casualmente
sentados allí, y los apremió a apresurarse: "Tomen un jarro de agua y
corran abajo por el camino a Egipto; venían dos, uno acaba de morir y el otro
también morir a menos que ustedes se apuren. Recién me fue revelado esto en la
oración". Los monjes fueron y hallaron a uno muerto y lo enterraron. Al
otro lo hicieron revivir con agua y lo llevaron hasta el anciano. La distancia
era de un día de viaje. Ahora si alguien pregunta porque no habló antes de que
muriera el otro, su pregunta es injustificada. El decreto de muerte no pasó por
Antonio sino por Dios, que la determinó para uno, mientras que revelaba la
condición del otro. En cuanto a Antonio, lo único admirable es que, mientras
estaba en la montaña con su corazón tranquilo, el Señor les mostró cosas
remotas.
En
otra ocasión en que estaba sentado en la montaña y mirando hacia arriba, vio
en el aire a alguien llevado hacia lo alto entre gran regocijo entre otros que
le salían al encuentro. Admirándose de tan gran multitud y pensando que
felices eran, oró para saber que era eso. De repente una voz se dirigió a él
diciéndole que era el alma de un monje Ammón de Nitria, que vivió la vida
ascética hasta edad avanzada. Ahora bien, la distancia entre Nitria a la
montaña donde estaba Antonio, era de trece días de viaje. Los que estaban con
Antonio, viendo al anciano tan extasiado, le preguntaron que significaba y el
les contó que Ammón acababa de morir.
Este
era bien conocido, pues venía ahí a menudo y muchos milagros fueron logrados
por su intermedio. El que sigue es un ejemplo: "Una vez tenía que
atravesar el río Licus en la estación de las crecidas; le pidió a Teodor que
se le adelantara para que no se vieran desnudos uno a otro mientras cruzaban el
río a nado. Entonces cuando Teodor se fue, el se sentía todavía avergonzado
por tener que verse desnudo él mismo. Mientras estaba así desconcertado y
reflexionando, fue de repente transportado a la otra orilla. Teodoro, también
un hombre piadoso, salió del agua, y al ver al otro lado al que había llegado
antes que él y sin haberse mojado se aferró a sus pies, insistiendo que no lo
iba a soltar hasta que se lo dijera. Notando la determinación de Teodoro,
especialmente, después de lo que le dijo, él insistió a su vez para que no se
lo dijera a nadie hasta su muerte, y así le reveló que fue llevado y
depositado en la orilla, que no había caminado sobre el agua, ya que sólo esto
es posible al Señor y a quienes El se lo permite, como lo hizo en el caso del
apóstol Pedro (Mt 14,29). Teodoro relató esto después de la muerte de Ammón.
Los
monjes a los que Antonio les habló sobre la muerte de Ammón, se anotaron el
día, y cuando, un mes después, los hermanos volvieron desde Nitria,
preguntaron y supieron que Ammón se había dormido en el mismo día y hora en
que Antonio vio su alma llevada hacia lo alto. Y tanto ellos como los otros
quedaron asombrados ante la pureza del alma de Antonio, que podía saber de
inmediato lo que había pasado trece días antes y que era capaz de ver el alma
llevada hacia lo alto.
En
otra ocasión, el conde Arquelao lo encontró en la montaña Exterior y le
pidió solamente que rezara por Policracia, la admirable virgen de Laodicea,
portadora de Cristo. Sufría mucho del estómago y del costado a causa de su
excesiva austeridad, y su cuerpo estaba reducido a gran debilidad. Antonio oró
y el conde anotó el día en que hizo oración. Cuando volvió a Laodicea,
encontró sana a la virgen. Preguntando cuando se vio libre de su debilidad,
sacó el papel donde había anotado la hora de la oración. Cuando le
contestaron, inmediatamente mostró su anotación en el papel, y todos se
asombraron al reconocer que el Señor la había sanado de su dolencia en el
mismo momento en que Antonio estaba orando e invocando la bondad del Salvador en
su ayuda.
En
cuanto a sus visitantes, con frecuencia predecía su venida, días y a veces un
mes antes, indicando la razón de su visita. Algunos venían sólo a verlo,
otros a causa de sus enfermedades, y otros, atormentados por los demonios. Y
nadie consideraba el viaje demasiado molesto o que fuera tiempo perdido; cada
uno volvía sintiendo que había recibido ayuda. Aunque Antonio tenía estos
poderes de palabra y visión, sin embargo suplicaba que nadie lo admirara por
esta razón, sino mas bien admirara al Señor, porque El nos escucha a nosotros,
que sólo somos hombres, a fin de conocerlo lo mejor que podamos.
En
otra ocasión había bajado de nuevo para visitar las celdas exteriores. Cuando
fue invitado a subir a un barco y orar con los monjes, sólo él percibió un
olor horrible y sumamente penetrante. La tribulación dijo que había pescado y
alimento salado a bordo y que el olor venía de eso, pero él insistió que el
olor era diferente. Mientras estaba hablando, un joven que tenía un demonio y
había subido a bordo poco antes como polizón, de repente soltó un chillido.
Reprendido en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, el demonio se fue y el
hombre volvió a la normalidad; todos entonces se dieron cuenta de que el hedor
venía del demonio.
Otra
vez un hombre de rango fue donde él, poseído de un demonio. En este caso el
demonio era tan terrible que el poseso no estaba consciente de que iba hacia
Antonio. Incluso llegaba a devorar sus propios excrementos. El hombre que lo
llevó donde Antonio le rogó que orara por él. Sintiendo compasión por el
joven, Antonio oró y pasó con él toda la noche. Hacia el amanecer el joven de
repente se lanzó sobre Antonio y le dio un empujón. Sus compañeros se
enojaron ante eso, pero Antonio dijo: "No se enojen con el joven, porque no
es él el responsable sino el demonio que está en él. Al ser increpado y
mandado irse a lugares desiertos, se volvió furioso e hizo esto. Den gracias al
Señor, porque el atacarme de este modo es una señal de la partida del
demonio". Y en cuanto Antonio dijo esto, el joven volvió a la normalidad.
Vuelto en sí se dio cuenta donde estaba, abrazó al anciano y dio gracias a
Dios.
VISIONES
Son
numerosas las historias, por lo demás todas concordes, que los monjes han
trasmitido sobre muchas otras cosas semejantes que él obró. Y ellas, sin
embargo, no parecen tan maravillosas como otras aún más maravillosas. Un a
vez, por ejemplo, a la hora nona, cuando se puso de pie para orar antes de
comer, se sintió transportado en espíritu y, extraño es decirlo, se vio a sí
mismo y se hallara fuera de sí mismo y como si otros seres lo llevaran en los
aires. Entonces vio también otros seres terribles y abominables en el aire, que
le impedían el paso. Como sus guías ofrecieron resistencia, los otros
preguntaron con qué pretexto quería evadir su responsabilidad ante ellos. Y
cuando comenzaron ellos mismos a tomarles cuentas desde su nacimiento,
intervinieron los guías de Antonio: "Todo lo que date desde su nacimiento,
el Señor lo borró; pueden pedirle cuentas desde cuando comenzó a ser monje y
se consagró a Dios. Entonces comenzaron a presentar acusaciones falsas y como
no pudieron probarlas, tuvieron que dejarle libre el paso. Inmediatamente se vio
así mismo acercándose –a lo menos, así le pareció– y juntándose consigo
mismo, y así volvió Antonio a la realidad.
Entonces,
olvidándose de comer, pasó todo el resto del día y toda la noche suspirando y
orando. Estaba asombrado de ver contra cuantos enemigos debemos luchar y qué
trabajos tiene uno para poder abrirse paso por los aires. Recordó que esto es
lo que dice el apóstol: "De acuerdo al príncipe de las potencias del
aire" (Ef 2,2). Ahí está precisamente el poder del enemigo, que pelea y
trata de detener a los que intentan pasar. Por eso el mismo apóstol da también
su especial advertencia: "Tomen la armadura de Dios que los haga capases de
resistir en el día malo" (Ef 6,13), y "no teniendo nada malo que
decir de nosotros el enemigo, pueda ser dejado en vergüenza" (Tt 2,8). Y
los que hemos aprendido esto, recordemos lo que el mismo apóstol dice: "No
sé si fue llevado con cuerpo o sin él, Dios lo sabe" (2 Co 2,12). Pero
Pablo fue llevado al tercer cielo y escuchó "palabras inefables" (2
Co 12,2.4), y volvió, mientras que Antonio se vio a sí mismo entrando en los
aires y luchando hasta que quedó libre.
En
otra ocasión tuvo este favor de Dios. Cuando solo en la montaña y
reflexionando, no podía encontrar alguna solución, la Providencia se la
revelaba en respuesta a su oración; el santo varón era, con palabras de la
Escritura, "Enseñado por Dios" (Is 54,13; Jn 6,45; 1 Ts 4,9). Así
favorecido, tuvo una vez una discusión con unos visitantes sobre la vida del
alma y qué lugar tendría después de la vida. A la noche siguiente le llegó
un llamado desde lo alto: "¡Antonio, sal fuera y mira!". El salió,
pues distinguía los llamados que debía escuchar, y mirando hacia lo alto vio
una enorme figura, espantosa y repugnante, de pie, que alcanzaba las nubes, y
además vio ciertos seres que subían como con alas. La primera figura extendía
sus manos, y algunos de los seres eran detenidos por ella, mientras otros
volaban sobre ella y, habiéndola sobrepasado, seguían ascendiendo sin mayor
molestia. Contra ella el monstruo hacía rechinar sus dientes, pero se alegraba
por los otros que habían caído. En ese momento una voz se dirigió a Antonio:
"¡Comprende la visión!" (Dn 9,23). Se abrió su entendimiento (Lc
24,45) y se dio cuenta que ese era el paso de las almas y de que el monstruo que
allí estaba era el enemigo, en envidioso de los creyentes. Sujetaba a los que
le correspondían y no los dejaba pasar, pero a los que no había podido
dominar, tenía que dejarlo pasar fuera de su alcance.
Habiéndolo
visto esto y tomándolo como advertencia, luchó aún más para adelantar cada
día lo que le esperaba.
No
tenía ninguna inclinación a hablar a cerca de estas cosas a la gente. Pero
cuando había pasado largo tiempo en oración y estado absorto en toda esa
maravilla, y sus compañeros insistían y lo importunaban para que hablara,
estaba forzado a hacerlo. Como padre no podía guardar un secreto ante sus
hijos. Sentía que su propia conciencia era limpia y que contarles esto podría
servirles de ayuda. Conocerían el buen fruto de la vida ascética, y que a
menudo las visiones son concedidas como compensación por las privaciones.
DEVOCIÓN
DE ANTONIO A LOS MINISTROS DE LA IGLESIA
ECUANIMIDAD
DE SU CARÁCTER
Era
paciente por disposición y humilde de corazón. Siendo hombre de tanta fama,
mostraba, sin embargo, el más profundo respeto a los ministros de la Iglesia, y
exigía que a todo clérigo se le diera más honor que a él. No se avergonzaba
de inclinar su cabeza ante obispos y sacerdotes. Incluso si algún di cono
llegaba donde él a pedirle ayuda, conversaba con él lo que fuera provechoso,
pero cuando llegaba la oración le pedía que presidiera, no teniendo vergüenza
de aprender. De hecho, a menudo planteó cuestiones inquiriendo los puntos de
vista de sus compañeros, y si sacaba provecho de lo que el otro decía, se lo
agradecía.
Su
rostro tenía un encanto grande e indescriptible. Y el Salvador le había dado
este don por añadidura: si se hallaba presente en una reunión de monjes y
alguno a quien no conocía deseaba verlo, ese tal en cuanto llegaba pasaba por
alto a los demás, como atraído por sus ojos. No era ni su estatura ni su
figura las que lo hacían destacar sobre los demás, sino su carácter sosegado
y la pureza de su alma. Ella era imperturbable y así su apariencia externa era
tranquila. El gozo de su alma se transparentaba en la alegría de su rostro, y
por la forma de expresión de su cuerpo se sabía y se conocía la estabilidad
de su alma, como lo dice la Escritura: "Un corazón contento alegra el
rostro, uno triste deprime el espíritu" (Pr 15,13). También Jacob
observó que Labán estaba tramando algo contra él y dijo a sus mujeres:
"Veo que el padre de ustedes no me mira con buenos ojos" (Gn 31,5).
También Samuel reconoció a David porque tenía los ojos que irradiaban
alegría y dientes blancos como la leche (1 S 16,12; Gn 49,12). Así también
era reconocido Antonio: nunca estaba agitado, pues su alma estaba en paz, nunca
estaba triste, porque había alegría en su alma.
POR
LEALTAD A LA FE, ANTONIO INTERVIENE EN LA LUCHA ANTIARRIANA
En
asuntos de fe, su devoción era sumamente admirable. Por ejemplo, nunca tuvo
nada que hacer con los cismáticos melecianos, sabedor desde el comienzo de su
maldad y apostasía. Tampoco tuvo ningún trato amistoso con los maniqueos ni
con otros herejes, a excepción únicamente de las amonestaciones que les hacía
para que volvieran a la verdadera fe. Pensaba y enseñaba que amistad y
asociación con ellos perjudicaban y arruinaban su alma. También detestaba la
herejía de los arrianos, y exhortaba a todos a no acercárseles ni a compartir
su perversa creencia. Una vez, cuando uno de esos impíos arrianos llegaron
donde él, los interrogó detalladamente; y al darse cuenta de su impía fe, los
echó de la montaña, diciendo que sus palabras era peores que veneno de
serpientes.
Cuando
en una ocasión los arrianos esparcieron la mentira de que compartía sus mismas
opiniones, demostró que estaba enojado e irritado contra ellos. Respondiendo al
llamado de los obispos y de todos los hermanos, bajó de la montaña y entrando
en Alejandría denunció a los arrianos. Decía que su herejías era la peor de
todas y precursora del anticristo. Enseñaba al pueblo que el Hijo de Dios no es
una creatura ni vino al ser "de la no existencia", sino que "El
es la eterna Palabra y Sabiduría de la substancia del Padre. Por eso es impío
decir: 'hubo un tiempo en que no existía', pues la Palabra fue siempre
coexistente con el Padre. Por eso, no se metan para nada con estos arrianos
sumamente impíos; simplemente, 'no hay comunidad entre luz y tinieblas' (2 Co
6,14). Ustedes deben recordar que son cristianos temerosos de Dios, pero ellos,
al decir que el Hijo y la Palabra de Dios Padre es una creatura, no se
diferencian de los paganos 'que adoran la creatura en lugar del Dios creador' (Rm
1,25). Estén seguros de que toda la creación está irritada contra ellos,
porque cuentan entre las cosas creadas al Creador y Señor de todo, por quien
todas las cosas fueron creadas" (Col 1,16).
Todo
el pueblo se alegraba al escuchar a semejante hombre anatemizar la herejía que
luchaba contra Cristo. Toda la ciudad corría para ver a Antonio. También los
paganos e incluso los mal llamados sacerdotes, iban a la Iglesia diciéndose:
"Vamos a ver al varón de Dios", pues así lo llamaban todos. Además,
también allí el Señor obró por su intermedio expulsiones de demonios y
curaciones de enfermedades mentales. Muchos paganos querían tocar al anciano,
confiando en que serían auxiliados, y en verdad hubo tantas conversiones en eso
pocos días como no se las había visto en todo un año. Algunos pensaron que la
multitud lo molestaba y por eso trataron de alejar a todos de él, pero él, sin
incomodarse, dijo: "Toda esta gente no es más numerosa que los demonios
contra los que tenemos que luchar en la montaña".
Cuando
se iba y lo estábamos despidiendo, al llegar a la puerta una mujer detrás de
nosotros le gritaba: "¡Espera varón de Dios mi hija está siendo
atormentada terriblemente por un demonio! ¡Espera, por favor, o me voy a morir
corriendo!". El anciano la escuchó, le rogamos que se detuviera y el
accedió con gusto. Cuando la mujer se acercó, su hija era arrojada al suelo.
Antonio oró, e invocó sobre ella el nombre de Cristo; la muchacha se levantó
sana y el espíritu impuro la dejó. La madre alabó a Dios y todos dieron
gracias. y él también contento partió a la Montaña, a su propio hogar.
LA
VERDADERA SABIDURÍA
Tenía
también un grado muy alto de sabiduría práctica. Lo admirable era que, aunque
no tuvo educación formal, poseía ingenio y comprensión despiertos. Un
ejemplo: Una vez llegaron donde él dos filósofos griegos, pensando que podían
divertirse con Antonio. Cuando él, que por ese entonces vivía en la Montaña
Exterior, catalogó a los hombres por su apariencia, salió donde ellos y les
dijo por medio de un intérprete: " ¿Por qué filósofos, se dieron tanta
molestia en venir donde un hombre loco?. Cuando ellos le contestaron que no era
loco sino muy sabio, él les dijo: "Si ustedes vinieron donde un loco, su
molestia no tiene sentido; pero si piensan que soy sabio, entonces háganse lo
que yo soy, porque hay que imitar lo bueno. En verdad, si yo hubiera ido donde
ustedes, los habría imitado; a la inversa, ahora que ustedes vinieron donde
mí, conviértanse en lo que soy: yo soy cristiano". Ellos se fueron,
admirados de él, vieron que los demonios temían a Antonio.
También
otros de la misma clase fueron a su encuentro en la Montaña Exterior y pensaron
que podían burlarse de él porque no tenía educación. Antonio les dijo:
"Bien, que dicen ustedes: ¿qué es primero, el sentido o la letra? ¿Y
cuál es el origen de cuál?: ¿El sentido de la letra o la letra del sentido?.
Cuando ellos expresaron que el sentido es primero y origen de la letra, Antonio
dijo: "Por eso quien tiene una mente sana no necesita las letras. Esto
asombró a ellos y a los circunstantes. Se fueron admirados de ver tal
sabiduría en un hombre iletrado. Porque no tenía las maneras groseras de quien
a vivido y envejecido en la montaña, sino que era un hombre de gracia y
cortesía. Su hablar estaba sosegado con la sabiduría divina (Col 4,6), de modo
que nadie le tenía mala voluntad, sino que todos se alegraban de haber ido en
su busca.
Y
por cierto, después de éstos vinieron otros todavía. Eran de aquellos que de
entre los paganos tienen reputación de sabios. Le pidieron que planteara una
controversia sobre nuestra fe en Cristo. Cuando trataban de argüir con sofismas
a partir de la predicación de la divina Cruz con el fin de burlarse, Antonio
guardó silencio por un momento y, compadeciéndose primero de su ignorancia,
dijo luego a través de un intérprete que hacía una excelente traducción de
sus palabras: "Qué es mejor: ¿confesar la Cruz o atribuir adulterio o
pederastias a sus mal llamados dioses? Pues mantener lo que mantenemos es signo
de espíritu viril y denota desprecio de la muerte, mientras que lo que ustedes
pretenden habla sólo de sus pasiones desenfrenadas. Otra vez, qué es mejor:
¿decir que la Palabra de Dios inmutable quedó la misma al tomar el cuerpo
humano para la salvación y bien de la humanidad, de modo que al compartir el
nacimiento humano pudo hacer a los hombres partícipes de la naturaleza divina y
espiritual (2 P 1,4), o colocar lo divino en un mismo nivel que los seres
insensibles y adorar por eso a bestias y reptiles e imágenes de hombres?.
Precisamente eso son los objetos adorados por sus hombres sabios. ¿Con qué
derecho vienen a rebajarnos porque afirmamos que Cristo pereció como hombre,
siendo que ustedes hacen provenir el alma del cielo, diciendo que se extravió y
cayó desde la bóveda del cielo al cuerpo? ¡Y ojal que fuera sólo el cuerpo
humano, y que no se cambiara o migrara en el de bestia y serpientes!. Nuestra fe
declara que Cristo vino para la salvación de las almas, pero ustedes
erróneamente teorizan acerca de un alma increada. Creemos en el poder de la
Providencia y en su amor por los hombres y que esa venida por tanto no era
imposible para Dios; pero ustedes llamando al alma imagen de la Inteligencia, le
impulsan caídas y fabrican mitos sobre su posibilidad de cambios. Como
consecuencia, hacen a la inteligencia misma mutable a causa del alma. Porque en
cuanto era imagen debe ser aquello a cuya imagen es. Pero si ustedes piensan
semejantes cosas acerca de la Inteligencia, recuerden que blasfeman del Padre de
la Inteligencia.
"Y
referente a la Cruz, qué dicen ustedes que es mejor: ¿soportar la cruz, cuando
hombres malvados echan mano de la traición, y no vacilar ante la muerte de
ninguna manera o forma, o fabricar fábulas sobre las andanzas de Isis u Osiris,
las conspiraciones de Tifón, la expulsión de Cronos, con sus hijos devorados y
parricidios?. Sí, ¡aquí tenemos su sabiduría!
¿Y
por qué mientras se ríen de la Cruz, no se maravillan de la Resurrección?
Porque los mismos que nos trasmitieron un suceso, escribieron también sobre el
otro. ¿O por qué mientras se acuerdan de la Cruz, no tiene nada que decir
sobre los muertos devueltos a la vida, los ciegos que recuperaron la vista, los
paralíticos que fueron sanados y los leprosos que fueron limpiados, el caminar
sobre el mar, y los demás signos y milagros que muestran a Cristo no como
hombre sino como Dios? En todo caso me parece que ustedes se engañan así
mismos y que no tienen ninguna familiaridad real con nuestras Escrituras. Pero
léanlas y vean que cuanto Cristo hizo prueba que era Dios que habitaba con
nosotros para la salvación de los hombres.
Pero
háblennos también ustedes sobre sus propias enseñanzas. Aunque ¿que pueden
decir de las cosas insensibles sino insensateces y barbaridades?. Pero si, como
oigo, quieren decir que entre ustedes tales cosas se hablan en sentido figurado,
y así convierten el rapto de Coré en alegoría de la tierra; la cojera de
Hefestos, del sol; a Hera, del aire; a Apolo, del sol; a Artemisa, de la luna; y
a Poseidón, del mar: aún así no adoran ustedes a Dios mismo, sino que sirven
a la creatura en lugar del Dios que creó todo. Pues si ustedes han compuesto
tales historias porque la creación es hermosa, no debían haber ido mas allá
de admirarla, y no hacer dioses de las creaturas para no dar a las cosas hechas
el honor del Hacedor. En ese caso, ya sería tiempo que dieran el honor al
debido arquitecto, a la casa construidas por él, o el honor debido al general,
a los soldados. Ahora, ¿qué tienen que decir a todo esto? Así sabremos si la
Cruz tiene algo que sirva para burlase de ella".
Ellos
estaban desconcertados y le daban vueltas al asunto de una y otra forma. Antonio
sonrió y dijo, de nuevo a través de un intérprete: "Sólo con ver las
cosas ya se tiene la prueba de todo lo que he dicho. Pero dado que ustedes, por
supuesto, confían absolutamente en las demostraciones, y es éste un arte en
que ustedes son maestros, y ya que nos exigen no adorar a Dios sin argumentos
demostrativos, díganme esto primero. ¿Cómo se origina el conocimiento preciso
de las cosas, en especial el conociendo de Dios? ¿Es por una demostración
verbal o por un acto de fe? Y qué viene primero: ¿el acto de fe o la
demostración verbal?". Cuando replicaron que el acto de fe precede y que
esto constituye un conocimiento exacto, Antonio, dijo: "¡Bien respondido!
La fe surge de la disposición del alma, mientras la dialéctica vine de la
habilidad de los que la idean. De acuerdo a esto, los que poseen una fe activa
no necesitan argumentos de palabras, y probablemente los encuentran incluso
superfluos. Pues lo que aprendemos por la fe, tratan ustedes de construirlo con
argumentaciones, y a menudo ni siquiera pueden expresar lo que nosotros
percibimos. La conclusión es que una fe activa es mejor y más fuerte que sus
argumentos sofistas.
"Los
cristianos, por eso, poseemos el misterio, no basándonos en la razón de la
sabiduría griega (1 Co 1,17), sino fundado en el poder de una fe que Dios nos
ha garantido por medio de Jesucristo. Por lo que hace a la verdad de la
explicación dada, noten como nosotros, iletrados, creemos en Dios, reconociendo
su Providencia a partir de sus obras. Y en cuanto a que nuestra fe es algo
efectivo, noten que nos apoyamos en nuestra fe en Cristo, mientras que ustedes
lo hacen basados en disputas o palabras sofísticas; sus ídolos fantasmas
están pasando de moda, pero nuestra fe se difunde en todas partes. Ustedes con
todos sus silogismos y sofisma no convierten a nadie del cristianismo al
paganismo, pero nosotros, enseñando la fe en Cristo, estamos despojando a sus
dioses del miedo que inspiraban, de modo que todos reconocen a Cristo como Dios
e Hijo de Dios. Ustedes en toda su elegante retórica, no impiden la enseñanza
de Cristo, pero nosotros, con sólo mencionar el nombre de Cristo crucificado,
expulsamos a los demonios que ustedes veneran como dioses. Donde aparece el
signo de la Cruz, allí la magia y la hechicería son impotentes y sin efecto.
"En
verdad, dígannos, ¿dónde quedaron sus oráculos? ¿Dónde los encantamientos
de los egipcios? ¿Dónde sus ilusiones y fantasmas de los magos? ¿Cuándo
terminaron estas cosas y perdieron su significado? ¿No fue acaso cuando llegó
la Cruz de Cristo? Por eso, es ella la que merece desprecio y no mas bien lo que
ella ha echado abajo, demostrando su impotencia? También es notable el echo de
que la religión de ustedes jamás fue perseguida; al contrario en todas partes
goza de honor entre los hombres. Pero los seguidores de Cristo son perseguidos,
y sin embargo es nuestra causa la que florece y prevalece, no la suya. Su
religión, con toda la tranquilidad y protección que goza, está muriéndose,
mientras la fe y enseñanza de Cristo, despreciadas por ustedes a menudo
perseguidas por los gobernantes, han llenado el mundo. ¿En qué tiempo
resplandeció tan brillantemente el conocimiento de Dios? ¿O en qué tiempo
aparecieron la continencia y la virtud de la virginidad? ¿O cuándo fue
despreciada la muerte como cuando llegó la Cruz de Cristo? Y nadie duda de esto
al ver a los mártires que desprecian la muerte por causa de Cristo, o al ver a
las vírgenes de la Iglesia que por causa de Cristo guardan sus cuerpos puros y
sin mancilla.
"Estas
pruebas bastan para demostrar que la fe en Cristo es la única religión
verdadera. Pero aquí están ustedes, los que buscan conclusiones basadas en el
razonamiento , ustedes que no tienen fe. Nosotros no buscamos pruebas, tal como
dice nuestro maestro, con palabras persuasivas de sabiduría humana (1 Co 2,4),
sino que persuadimos a los hombres por la fe, fe que precede tangiblemente todo
razonamiento basado en argumentos. Vean, aquí hay algunos que son atormentados
por los demonios". Estos eran gente que habían venido a verlo y que
sufrían a causa de los demonios; haciéndolos adelantarse, dijo: "O bien,
sánenlos con sus silogismos, o cualquier magia que deseen, invocando a sus
ídolos; o bien, si no pueden, dejen de luchar contra nosotros y vean el poder
de la Cruz de Cristo". Después de decir esto, invocó a Cristo e hizo
sobre los enfermos la señal de la Cruz, repitiendo la acción por segunda y
tercera vez. De inmediato las personas se levantaron completamente sanas,
vueltas a su mente y dando gracias al Señor. Los mal llamados filósofos
estaban asombrados y realmente atónitos por la sagacidad del hombre y por el
milagro realizado. Pero Antonio les dijo: " ¿Por qué se maravillan de
esto? No somos nosotros sino Cristo quien hace esto a través de los que creen
en El. Crean ustedes también y verán que no es palabrería la que tenemos,
sino fe que por la caridad obrada por Cristo (Ga 5,6); si ustedes también hacen
suyo esto, no necesitarán ya andar buscando argumentos de la razón, sino que
hallarán que la fe en Cristo es suficiente". Así habló Antonio. Cuando
partieron, lo admiraron, lo abrazaron y reconocieron que los había ayudado.
LOS
EMPERADORES ESCRIBEN A ANTONIO
La
fama de Antonio llegó hasta los emperadores. Cuando Constantino Augusto y sus
hijos Constancio Augusto y Constante Augusto, oyeron están cosas, le escribían
como a un padre, rogándole que les contestara. El, sin embargo, no dio mucha
importancia a los documentos ni se alegró por las cartas; siguió siendo el
mismo que antes de que le escribiera el emperador. Cuando le llevaron los
documentos, llamó a los monjes y dijo: "No deben sorprenderse si un
emperador nos escribe, porque es hombre; deberían sorprenderse de que Dios haya
escrito la ley para la humanidad y nos haya hablado por medio de su propio
Hijo". En verdad, ni quería recibir cartas, diciendo que no sabía qué
contestar. Pero los monjes le persuadieron haciéndole presente que los
emperadores eran cristianos y que se ofenderían al ser ignorados; entonces
accedió a que se las leyeran. Y contestó, recomendándoles que dieran culto a
Cristo y dándoles el saludable consejo de no apreciar demasiado las cosas de
este mundo sino más bien recordar el juicio venidero, y saber que sólo Cristo
es el Rey verdadero y eterno. Les rogaba que fueran humanos y que hicieran caso
de la justicia y de los pobres. Y ellos estuvieron felices de recibir la
respuesta. Por eso era amado por todos, y todos deseaban tenerlo como padre.
ANTONIO
PREDICE LOS ESTRAGOS DE LA HEREJÍA ARRIANA
Dando
tal razón de sí mismo y contestando así a los que lo buscaban, volvió a la
Montaña Interior. Continuó observando sus antiguas prácticas ascéticas, y a
menudo, cuando estaba sentado o caminando con visitantes, se quedaba mudo, como
está escrito en el libro de Daniel (Dn 4,16 LXX). Después de un tiempo,
retomaba lo que había estado diciendo a los hermanos que estaban con él, y los
presentes se daban cuenta de que había tenido una visión. Pues a menudo cuando
estaba en la montaña veía cosas que sucedían en Egipto, como se las confesó
al obispo Serapión, cuando este se encontraba en la Montaña Interior y vio a
Antonio en trance de visión.
En
una ocasión, por ejemplo, mientras estaba sentado trabajando, tomó la
apariencia de alguien que está en éxtasis, y se lamentaba continuamente por lo
que veía. Después de algún tiempo volvió en sí, lamentándose y temblando,
y se puso a orar postrado, quedando largo tiempo en esa posición. Y cuando se
incorporó, el anciano estaba llorando. Entonces los que estaban con él se
agitaron y alarmaron muchísimo, y lee preguntaron que pasaba; lo urgieron por
tanto tiempo que lo obligaron a hablar. Suspirando profundamente, dijo: "Oh,
hijos míos, sería mejor morir antes de que sucedieran estas cosas de la
visión". Cuando ellos le hicieron más preguntas, dijo entre l grimas:
"La ira de Dios está a punto de golpear a la Iglesia, y ella está a punto
de ser entregada a hombres que son como bestias insensibles. Pues vi la mesa de
la casa del Señor y había mulas en torno rodeándolas por todas partes y dando
coces con sus cascos a todo lo que había dentro, tal como el coceo de una
manada briosa que galopaba desenfrenada. Ustedes oyeron cómo me lamentaba; es
que escuché una voz que decía: "Mi altar será profanado".
Así
habló el anciano. Y dos años después llegó el asalto de los arrianos y el
saqueo de las Iglesias, cuando se apoderaron a la fuerza de los vasos y los
hicieron llevar por los paganos; cuando también forzaron a los paganos de sus
tiendas para ir a sus reuniones y en su presencia hicieron lo que se les antojó
sobre la sagrada mesa. Entonces todos nos dimos cuenta de que el coceo de mulas
predicho por Antonio era lo que los arrianos están haciendo como bestias
brutas.
Cuando
tuvo esta visión, consoló a sus compañeros: "No se descorazonen, hijos
míos, aunque el Señor ha estado enojado, nos restablecer después. Y la
Iglesia se recobrar rápidamente la belleza que le es propia y resplandecer con
su esplendor acostumbrado. Verán a los perseguidos restablecido y a la
irreligión retirándose de nuevo a sus propias guaridas, y a la verdadera fe
afirmándose en todas partes con completa libertad. Pero tengan cuidado de no
dejarse manchar con los arrianos. Toda su enseñanza no es de los Apóstoles
sino de los demonios y de su padre, el diablo. Es estéril e irracional, y le
falta inteligencia, tal como les falta el entendimiento a las mulas.
ANTONIO,
TAUMATURGO DE DIOS Y MÉDICO DE ALMAS
Tal
es la historia de Antonio. No deberíamos ser escépticos porque sea a través
de un hombre que han sucedido estos grandes milagros. Pues es la promesa del
Salvador: "Si tienen fe aunque sea como un grano de mostaza, le dirán a
ese monte: ¡Muévete de aquí!, y se mover ; nada les ser imposible" (Mt
17,20). Y también: "En verdad, les digo: Todo lo que le pidan al Padre en
mi nombre, El se los dar ... Pidan y recibirán" (Jn 16,23 ss.). El es
quien dice a sus discípulos y a todos los que creen en El: "Sanen a los
enfermos..., echen fuera a los demonios; gratis lo recibieron, gratis tienen que
darlo" (Mt 8,10).
Antonio,
pues, sanaba no dando órdenes sino orando e invocando el nombre de Cristo, de
modo de que para todo era claro que no era él quien actuaba sino el Señor
quien mostraba su amor por los hombres sanando a los que sufrían, por
intermedio de Antonio. Antonio se ocupaba sólo de la oración y de la práctica
de la ascesis, por esta razón llevaba su vida montañesa, feliz en la
contemplación de las cosas divinas, y apenado de que tantos lo perturbaban y lo
forzaban a salir a la Montaña Exterior.
Los
jueces, por ejemplo, le rogaban que bajara de la montaña, ya que para ellos era
imposible ir para allá a causa del séquito de gente envueltas en pleito. Le
pidieron que fuera a ellos para que pudieran verlo. El trató de librarse del
viaje y les rogó que lo excusaran de hacerlo. Ellos insistieron, sin embargo,
incluso le mandaron procesados con escoltas de soldados, para que en
consideración a ellos se decidiera a bajar. Bajo tal presión, y viéndolos
lamentarse, fue a la Montaña Exterior. De nuevo la molestia que se tomó no fue
en vano, pues ayudo a muchos y su llegada fue verdadero beneficio. Ayudó a los
jueces aconsejándoles que dieran a la justicia precedencia a todo lo demás,
que temieran a Dios y que recordaran que "serían juzgados con la medida
con que juzgaran" (Mt 7,12). Pero amaba su vida montañesa por encima de
todo.
Una
vez importunado por personas que necesitaban su ayuda y solicitado por el
comandante militar que envió mensajeros a pedirle que bajara, fue y habló
algunas palabras acerca de la salvación y a favor de los que lo necesitaban, y
luego se dio prisa para irse. Cuando el duque, como lo llaman, le rogó que se
quedara, le contestó que no podía pasar más tiempo con ellos, y los satisfizo
con esta hermosa comparación: "Tal como un pez muere cuando está un
tiempo en tierra seca, así también los monjes se pierden cuando holgazanean y
pasan mucho tiempo entre ustedes. Por eso tenemos que volver a la montaña, como
el pez al agua. De otro modo, si nos entretenemos podemos perder de vista la
vida interior. El comandante al escucharle esto y muchas otras cosas más, dijo
admirado que era verdaderamente siervo de Dios, pues, ¿de dónde podía un
hombre ordinario tener una inteligencia tan extraordinaria si no fuera amado por
Dios?
Había
una vez un comandante –Balacio era su nombre–, que era como los partidario
de los execrables arrianos perseguía duramente a los cristianos. En su barbarie
llegaba a azotar a las vírgenes y desnudar y azotar a los monjes. Entonces
Antonio le envió una carta diciéndole lo siguiente: "Veo que el juicio de
Dios se te acerca; deja, pues, de perseguir a los cristianos para que no te
sorprenda el juicio; ahora está a punto de caer sobre ti". Pero Balacio se
echó a reír, tiró la carta al suelo y la escupió, maltrató a los mensajeros
y les ordenó que llevaran este mensaje a Antonio: "Veo que estás muy
preocupados por los monjes, vendré también por ti". No habían pasado
cinco días cuando el juicio de Dios cayó sobre él. Balacio y Nestorio,
prefecto de Egipto, habían salido a la primera estación fuera de Alejandría,
llamada Chereu; ambos iban a caballo. Los caballos pertenecían a Balacio y eran
los más mansos que tenía. No habían llegado todavía al lugar, cuando los
caballos, como acostumbraban a hacerlo, comenzaron a retozar uno contra otro, y
de repente el más manso de los dos, que cabalgaba Nestorio, mordió a Balacio,
lo echó abajo y lo atacó. Le rasgó el muslo tan malamente con sus dientes,
que tuvieron que llevarlo de vuelta a la ciudad, donde murió después de tres
días. Todos se admiraron de que lo dicho por Antonio se cumpliera tan
rápidamente.
Así
dio escarmiento a los duros. Pero en cuanto a los demás que acudían a él, sus
íntimas y cordiales conversaciones con ellos lo hacían olvidar sus litigios y
hacían considerar felices a los que abandonaban la vida del mundo. De tal modo
luchaba por la causa de los agraviados que se podía pensar qué el mismo y no
los otros era la parte agraviada. Además tenía tal don para ayudar a todos,
que muchos militares y hombres de gran influjo abandonaban su vida agravosa y se
hacían monjes. Era como si Dios hubiera dado un médico a Egipto. ¿Quién
acudió a él con dolor sin volver con alegría? ¿Quién llegó llorando por
sus muertos y no echó fuera inmediatamente su duelo? ¿Hubo alguno que llegara
con ira y no la transformara en amistad? ¿Que pobre o arruinado fue donde él,
y al verlo y oírlo no despreció la riqueza y se sintió consolado en su
pobreza? ¿Qué monje negligente no ganó nuevo fervor al visitarlo? ¿Qué
joven, llegando a la montaña y viendo a Antonio, no renunció tempranamente al
placer y comenzó a amar la castidad? ¿Quién se le acercó atormentado por un
demonio y no fue librado? ¿Quién llegó con un alma torturada y no encontró
la paz del corazón?
Era
algo único en la práctica ascética de Antonio que tuviera, como establecí
antes, el don de discernimientos de espíritus. Reconocía sus movimientos y
sabía muy bien en que dirección llevaba cada uno de ellos su esfuerzo y
ataque. No sólo que él mismo fue no fue engañado por ellos, sino que,
alentando a otros que eran hostigados en sus pensamientos, les enseñó como
resguardarse de sus designios, describiendo la debilidad y ardides de espíritus
que practicaban la posesión. Así cada uno se marchaba como ungido por él y
lleno de confianza para la lucha contra los designios del diablo y sus demonios.
¡Y
cuántas jóvenes que tenían pretendientes pero vieron a Antonio sólo de
lejos, quedaron vírgenes por Cristo! La gente llegaba donde él también de
tierras extrañas, y también ellos recibían ayuda como los demás, retornando
como enviados en un camino por un padre. Y en verdad, y ahora que ya partió,
todos, como huérfanos que han perdido a su padre, se consuelan y conforman
sólo con su recuerdo, guardando al mismo tiempo con cariño sus palabras de
admonición y consejo.
MUERTE
DE ANTONIO
Este
es el lugar para que les cuente y ustedes oigan, ya que están deseosos de ello,
como fue el fin de su vida, pues en esto fue modelo digno de imitar.
Según
su costumbre, visitaba a los monjes en la Montaña Exterior. Recibiendo una
premonición de su muerte de parte de la Providencia, habló a los hermanos:
"Esta es la última visita que les hago y me admiraría si nos volvemos a
ver en esta vida. Ya es tiempo de que muera, pues tengo casi ciento cinco
años". Al oír esto, se pusieron a llorar, abrasando y besando al anciano.
Pero él, como si estuviera por partir de una ciudad extranjera a la suya
propia, charlaba gozosamente. Los exhortaba a "no relajarse en sus
esfuerzos ni a desalentarse en las práctica de la vida ascética, sino a vivir,
como si tuvieran que morir cada día, y, como dije antes, a trabajar duro para
guardar el alma limpia de pensamientos impuros, y a imitar a los pensamientos
santos. No se acerquen a los cismáticos melecianos, pues ya conocen su
enseñanza perversa e impía. No se metan para nada con los arrianos, pues su
irreligión es clara para todos. Y si ven que los jueces los apoyan, no se dejen
confundir: esto se acabar , es un fenómeno que es mortal y destinado a su fin
en corto tiempo. Por eso, manténganse limpios de todo esto y observen la
tradición de los Padres, y sobre todo, la fe ortodoxa en nuestro Señor
Jesucristo, como lo aprendieron de las Escrituras y yo tan a menudo se los
recordé".
Cuando
los hermanos lo instaron a quedarse con ellos y morir allí, se rehusó a ello
por muchas razones, según dijo, aunque sin indicar ninguna. Pero especialmente
era por esto: los egipcios tienen la costumbre de honrar con ritos funerarios y
envolver con sudarios de lino los cuerpos de los santos y particularmente el de
los santo mártires; pero no los entierran sino que los colocan sobre divanes y
los guardan en sus casas, pensando honrar al difunto de esta manera. Antonio a
menudo pidió a los obispos que dieran instrucciones al pueblo sobre este
asunto. Asimismo avergonzó a los laicos y reprobó a las mujeres, diciendo que
"eso no era correcto ni reverente en absoluto. Los cuerpos de los
patriarcas y los profetas se guardan en las tumbas hasta estos días; y el
cuerpo del Señor fue depositado en una tumba y pusieron una piedra sobre él (Mt
27,60), hasta que resucitó al tercer día". Al plantear así las cosas,
demostraba que cometía error el que no daba sepultura a los cuerpos de los
difuntos, por santos que fueran. Y en verdad, ¿qué hay más grande o más
santo que el cuerpo del Señor? Como resultado, muchos que lo escucharon
comenzaron desde entonces a sepultar a sus muertos, dieron gracias al Señor por
la buena enseñanza recibida.
Sabiendo
esto, Antonio tuvo miedo de que pudieran hacer lo mismo con su propio cuerpo.
Por eso, despidiéndose de los monjes de la Montaña Exterior, se apresuró
hacia la Montaña Interior, donde acostumbraba a vivir. Después de pocos meses
cayó enfermo. Llamó ó a los que lo acompañaban –había dos que llevaban la
vida ascética desde hacía quince años y se preocupaban de él a causa de su
avanzada edad–, y les dijo: "Me voy por el camino de mis padres, como
dice la Escritura (1 R 2,2; Js 23,14), pues me veo llamado por el Señor. En
cuanto a ustedes estén en guardia y no hagan tabla rasa de la vida ascética
que han practicado tanto tiempo. Esfuércense para mantener su entusiasmo como
si estuvieran recién comenzando. Ya conocen a los demonios y sus designios,
conocen también su furia y también su incapacidad. Así, pues, no los teman;
dejen mas bien que Cristo sea el aliento de su vida y pongan su confianza en El.
Vivan como si cada día tuvieran que morir, poniendo su atención en ustedes
mismos y recordando todo lo que me han escuchado. No tengan ninguna comunión
con los cismáticos y absolutamente nada con los herejes arrianos. Saben como yo
mismo me cuidé de ellos a causa de su pertinaz herejía en contra de Cristo.
Muestren ansia de mostrar su lealtad primero al Señor y luego a sus santos,
para que después de su muerte los reciban en las moradas eternas (Lc 16,9),
como a mis amigos familiares. Grábense este pensamiento, téngalo como
propósito. Si ustedes tienen realmente preocupación por mí y me consideran su
padre, no permitan que nadie lleve mi cuerpo a Egipto, no sea que me vayan a
guardar en sus casas. Esta fue mi razón para venir acá, a la montaña. Saben
como siempre avergoncé a los que hacen eso y los intimé a dejar tal costumbre.
Por eso, háganme ustedes mismos los funerales y sepulten mi cuerpo en tierra, y
respeten de tal modo lo que les he dicho, que nadie sino sólo ustedes sepa el
lugar. En la resurrección de los muertos, el Salvador me lo devolver
incorruptible. Distribuyan mi ropa. Al obispo Atanasio denle la túnica y el
manto donde yazgo, que él mismo me lo dio pero que se ha gastado en mi poder;
al obispo Serapión denle la otra túnica, y ustedes pueden quedarse con la
camisa de pelo. Y ahora, hijos míos, Dios los bendiga. Antonio se va, y no esta
más con ustedes".
Después
de decir esto y de que ellos lo hubieron besado, estiró sus pies; su rostro
estaba transfigurado de alegría y sus ojos brillaban de regocijo como si viera
a amigos que vinieran a su encuentro, y así falleció y fue a reunirse con sus
padres. Ellos entonces, siguiendo las órdenes que les había dado, prepararon y
envolvieron el cuerpo y lo enterraron ahí en la tierra. Y hasta el día de hoy,
nadie, salvo esos dos, sabe donde está sepultado. En cuanto a los que
recibieran las túnicas y el manto usado por el bienaventurado Antonio, cada uno
guarda su regalo como un gran tesoro. Mirarlos es ver a Antonio y ponérselos es
como revestirse de sus exhortaciones con alegría.
Este
fue el fin de la vida de Antonio en el cuerpo, como antes tuvimos el comienzo de
la vida ascética. Y aunque este sea un pobre relato comparado con la virtud del
hombre, recíbanlo, sin embargo, y reflexionen en que caso de hombre fue
Antonio, el varón de Dios. Desde su juventud hasta una edad avanzada conservó
una devoción inalterable a la vida ascética. Nunca tomó la ancianidad como
excusa para ceder al deseo de la alimentación abundante, ni cambió su forma de
vestir por la debilidad de su cuerpo, ni tampoco lavó sus pies con agua. Y, sin
embargo, su salud se mantuvo totalmente sin perjuicio. Por ejemplo, incluso sus
ojos eran perfectamente normales, de modo que su vista era excelente; no había
perdido un solo diente; sólo se le habían gastado las encías por la gran edad
del anciano. Mantuvo las manos y los pies sanos, y en total aparecía con
mejores colores y más fuerte que los que usan una dieta diversificada, baños y
variedad de vestidos.
El
hecho de que llegó a ser famoso en todas partes, de que encontró admiración
universal y de que su pérdida fue sentida aún por gente que nunca lo vio,
subraya su virtud y el amor que Dios le tenía. Antonio ganó renombre no por
sus escritos ni por sabiduría de palabras ni por ninguna otra cosa, sino sólo
por su servicio a Dios.
Y
nadie puede negar que esto es don de Dios. ¿Cómo explicar, en efecto, que este
hombre, que vivió escondido en la montaña, fuera conocido en España y Galia,
en Roma y Africa, sino por Dios, que en todas partes hace conocidos a los suyos,
que, más aún, había dicho esto en los comienzos?. Pues aunque hagan sus obras
en secreto y deseen permanecer en la oscuridad, el Señor los muestra
públicamente como lámparas a todo los hombres (Mt 5,16), y así, los que oyen
hablar de ellos, pueden darse cuenta de que los mandamientos llevan a la
perfección, y entonces cobran valor por la senda que conduce a la virtud.
EPÍLOGO
Ahora,
pues, lean a los demás hermanos, para que también ellos aprendan cómo debe
ser la vida de los monjes, y se convenzan de que nuestro Señor y Salvador
Jesucristo glorifica a los que lo glorifican. El no sólo conduce al Reino de
los Cielos a quienes lo sirven hasta el fin, sino que, aunque se escondan y
hagan lo posible por vivir fuera del mundo, hace que en todas partes se lo
conozca y se hable de ellos, por su propia santidad y por la ayuda que dan a
otros. Si la ocasión se les presenta, léanlo también a los paganos, para que
al menos de este modo puedan aprender que nuestro Señor Jesucristo es Dios e
Hijo de Dios, y que los cristianos que lo sirven fielmente y mantienen su fe
ortodoxa en El, demuestran que los demonios, considerados dioses por los
paganos, no son tales, sino que, más aún, los pisotean y ahuyentan por lo que
son: engañadores y corruptores de hombres.
Por
nuestro Señor Jesucristo, a quien la gloria por los siglos. Amé
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