Braulio Manzano
Tierra Santa, Julio-Agosto (1992), 175-181
Durante el prolongado verano el paisaje al este de Jerusalén
se presenta áspero, reseco, tórrido, como de colinas calcinadas por el sol
oriental y roídas por una erosión secular, sedientas de agua, sin el arraigo,
el alivio y la sombra de una sola planta mayor. Predominan a lo lejos los tonos
rojizos y de cerca los rosáceos y blancuzcos. Un punto negro que se mueve señala
una cabra pastando, y uno mayor inmóvil, la tienda de beduinos tejida con pelo
del mismo animal. Imposible parecería a primera vista dar con un
establecimiento humano estable y formal.
El macho cabrío despeñado en el desierto
Sin embargo, aquí las señales de vida son tan permanentes
como los episodios y las historias del Viejo o del Nuevo Testamento que
presenciaron y evocan. Entre los salientes al sur del mesón del Buen
Samaritano, destaca el llamado Zuk en hebreo, el Muntar de los 520
metros que en días despejados permite divisar las fortalezas del Herodiun al SO,
del Alexandreiun al NE., del Hircaniun por delante. Hasta su cima era arrastrado
el chivo expiatorio en el día del Yom Kippur, el de la Expiación de Israel:
"Hecha la expiación del santuario... presentará el macho cabrío vivo;
pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, confesará
sobre él todas sus culpas, todas las iniquidades de los hijos de Israel y todas
las transgresiones con que han pecado y los echará sobre la cabeza del macho
cabrío, y lo mandará al desierto por medio de un hombre designado para ello.
El macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra
inhabitada, y el que lo lleve lo dejará en el desierto" (Lv 16,20-22).
"¡Lleva nuestros pecados y desaparece!" le
gritaban los fieles cuando le arrastraban fuera de Jerusalén. Los de la
comitiva disponían de agua y de alimentos en los diez puestos o hitos del
trayecto. Llegados a la altura de Muntar, empujaban al macho cabrío y lo despeñaban.
La Mishná refiere que antes de alcanzar la mitad de la pendiente estaba
destrozado.
Siglos después y dentro ya de la Era Cristiana, la
emperatriz Eudoxia levantaría sobre igual altura la torre que facilitaría
aquellos coloquios con S. Eutimio por los cuales ella se reintegraría a la fe
del Concilio de Calcedonia, el del 451. De esa misma torre se serviría otra
lumbrera del desierto, S. Sabas, para construir el cenobio que en el año 510
confió a su discípulo Juan Escolanos. Una hoguera retransmitía desde el
Muntar a los eremitorios y lauras circundantes el anuncio que otra proclamaba en
el Olivete: ¡Cristo ha resucitado!
"Flores de Cristo" pueblan el desierto de Judea
Porque, ¿quién lo esperaría?, el Señor convertirla lo
escabroso en llano, la tiniebla en luz, guiando a los ciegos por senderos
que ignoran, por caminos que no conocen (Is 47,16). El inhóspito desierto
de Judá se puebla a partir del momento en que el cristianismo emerge de las
catacumbas y antes incluso. Dícese que S. Hilarión, nacido en Gaza, fundó el
primer eremitorio de Palestina allá por el 311, cuando él contaba 21 años.
Lauras y monasterios fueron precedidos por anacoretas como el penitente de Ain
Fara, S. Jaritón, antes de que, con la paz de Constantino, erigiera esa laura -
nominalmente "desfiladero", barranco-, 14 kms al NE. de Jerusalén, y
después la de Duka, sobre el Monte de las Tentaciones, y la de Suka, al oriente
de Tecoa, la patria de Amós.
La penetración en el desierto de Judá seguirá los cauces
accidentados y estrechos de los wadis y la efectuarán de norte a sur y
de oeste a este, primero Eutimio, Teotisto y sus discípulos y después Sabas,
Teodosio y los suyos. Diez mil anacoretas y cenobitas se concentraron en Jerusalén
para testimoniar ante el Patriarca Juan su fe calcedonense. Siete años más
tarde, en el 523, fallecería S. Sabas a los 93 años de edad, archimandrita de
todas las lauras y "luz de toda la Tierra Santa", además del "más
fuerte baluarte de la fe católica" en ella. Por dos veces compareció en
la corte imperial de Constantinopla, una para defender la ortodoxia ante el
emperador Anastasio, otra para conseguir del emperador Justiniano la exención
de impuestos a los súbditos de Palestina arruinados por el levantamiento de los
samaritanos. El fue quien más contribuyó a poblar de penitentes las soledades
de Judea: "Si de veras quieres hacer del desierto una ciudad, quédate
aquí". Las "flores de Cristo" que según S. Jerónimo
constelaban en sus días todo el desierto, se propagarán y agrupadas serán
jardines en los torrentes y en los valles, en las estepas y en las fortalezas.
Lauras y monasterios de ayer y de hoy
La laura que S. Eutimio fundó en el año 428, auxiliado por
la tribu árabe y nómada de Sahel a la que convirtió, fue desenterrada quince
siglos más tarde, entre 1928 y 1929. Queda entre Khan el-Hatrur y el saliente
del Muntar y se la denomina Khan el Ahmar o del Buen Samaritano. Convertida en
cenobio o monasterio para el año 481, y desempeñada esa misión con los que
entonces descendían al Jordán, ha encontrado otro buen samaritano en el
Ministerio de Cultos de Israel. Éste fue quien libró los restos del monasterio
de Eutimio, ya "in extremis" cuando lo tenían entre sus garras las
excavadoras de una fábrica de plásticos. Más tarde, en 1979, los restos óseos
de varios centenares de monjes víctimas de los persas en la invasión del 614,
fueron descubiertos en una cripta subterránea por el arqueólogo griego Yonnis
Namaris.
Más afortunada ha sido la laura de Koziba fundada en el 470
por 5. Juan de Tebas, el Kozibita. Adosada a las paredes maestras, a los ciclópeos
muros del wadi Kelt, con un pequeño oasis de verdor a sus plantas, fue
reconstruida y habitada a partir de 1878 por monjes del Patriarcado Griego
Ortodoxo de Jerusalén. A este lugar, cercano a la Jericó herodiana, se
adscribió desde antiguo, la memoria de 5. Joaquín, padre de la Virgen. La
iglesita de la Theotocos o Madre de Dios de Koziba será una de las más
antiguas con esa advocación.
Al igual que este cenobio, los de S. Teodosio y de S. Sabas,
en el paralelo de Belén, mantienen vigente la extraordinaria atracción monacal
del desierto de Judá. El primero reunió en vida del fundador más de 400
monjes de procedencias y lenguas diversas. Hoy es como una pincelada de arte y
de color en los umbrales del desierto. Venera el sepulcro del santo fundador en
la gruta inicial, la que según tradición que justificó Teodosio de Petra, su
biógrafo, sirvió de refugio a los magos cuando regresaron a Oriente.
Es más roqueña y está mucho más fortificada, la Gran
Laura que S. Sabas edificó por el año 483 sobre el flanco occidental del
torrente Cedrón, perseverante hasta el día de hoy. Algunas de sus
dependencias, excavadas parcialmente en la roca, se elevan 150 m. por encima del
torrente. Fortín de la piedad oriental, ofrece insoslayablemente las trazas de
un baluarte singular. Relicarios de acendrada devoción son la celda y el
sepulcro de 5. Juan Damasceno. El Sto. Tomás de Aquino del Oriente fue monje en
este monasterio y en él falleció el 4 de diciembre del año 749. Los restos de
S. Sabas, restituidos por Venecia, descansan desde octubre de 1965 en un altar
de la capilla principal de esta Laura Madre, presidida por él durante medio
siglo.
Una visita a cualquiera de los treinta cenobios
identificados, más una ojeada a los Evangelios, bastan para sentirse tan
centrados como, pongamos por caso, en las recién restauradas ruinas de Corozaín.
Los eremitas cristianos afrontaron espontáneamente aquella espada del
desierto (Lam 5,9) que curtió al pueblo de Dios.
El "Desierto", término evangélico
Nadie como ellos siguieron y honraron los pasos de Jesús por
el desierto. Es término con entidad evangélica propia, que en singular
y en plural, como substantivo o adjetivo, aparece no menos de 34 veces en el
Evangelio. Incluso los desiertos del Sinaí y de la Arabia Pétrea obtienen sus
menciones. El primero al invocar en Cafarnaún los interlocutores de Jesús y
Jesús mismo, el maná que los padres comieron en el desierto (Jn
6,31.49). El segundo al emplear Jesús como antitipo de sí mismo la serpiente
de bronce alzada por Moisés en el desierto (Jn 3,14-15). Prescindiendo de los
espacios desiertos cercanos a Cafarnaún y a otros poblados de Galilea, Jesús,
los Apóstoles y las muchedumbres que les seguían se dirigieron varias veces a
los lugares desiertos no cultivados y no habitados, sitos en la banda oriental
del Lago de Tiberíades.
Ya en Judea, quedan al suroeste de Jerusalén "Los
desiertos en que vivió (Juan Bautista) hasta el día de su manifestación
a Israel"(Lc 1,80). Se trata de lugares solitarios, empinados, elegidos
por el Precursor y no alejados de Aim Karem. En ellos le 'fue dirigida la
palabra de Dios" (Lc 3,2) para proclamar la llegada del Reino desde
otras zonas desérticas, esto es, no habitadas permanentemente y situadas al
oriente, tras el pasillo verde del Jordán, más allá del palmeral de Jericó y
más acá de las dunas movedizas por encima del Mar Muerto.
El desierto evangélico lo constituyen propiamente los
cientos, los miles, de colinas entrelazadas en el páramo estepario erosionado,
agrietado, desolado, estéril, vasto. Descienden de los montes de Judea a las
vegas del Jordán y se prolongan desde las alturas de Efrén hasta perderse
después de Dimona en el Neguev. Se le calculan unos 80km. de N. a 5. y de 20 a
25 de E. a O. Mateo nombra expresamente a este desierto y el cuarto evangelista
concreta la región septentrional que lo limita (Mt 3,1; Jn 11,54).
Un buen número de referencias evangélicas a estas olas
petrificadas por la insolación y la aridez, corresponden a los asomos últimos
de este peculiarísimo páramo al Valle del Jordán. En general, el desierto de
Jesús coincide con el de Judá. A éste se dirigió, "conducido por el
Espíritu para ser tentado por el diablo" (Mt 4,1). En él permaneció
durante "cuarenta días". A él habrá de retirarse al ser perseguido
a muerte, igual que lo fueran Moisés, David, Elías. Ningún otro Cristo, ningún
nuevo Mesías verdadero, volverá a manifestarse partiendo de este desierto de
Judá. Lo anticipará a sus discípulos el propio Jesús: Aunque os digan: He
aquí que el Cristo está en el desierto, no vayáis allá" (Mt 24,26).
Jesús pasó y repasó por el desierto de Judá
Sitúa S. Lucas (10,30-38) la parábola del Buen Samaritano
inmediatamente antes de que Jesús penetrara en la aldea y en la morada de las
hermanas Marta y María. El camino ascendente hacia Jerusalén impulsó al
doctor de la Ley que, con la inquisición sobre la identidad de su prójimo,
motivó la parábola y aplicación.
A la principal declaración mesiánica de Jesús se debe el
texto más explícito sobre el paso y repaso de este desierto de Judá por Jesús:
"Y se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había
comenzado a bautizar" (Jn 10,40). De nuevo remontará ese desierto con
ocasión de la muerte y resurrección de Lázaro, el hermano de Marta y María
(in 11,6-7). La postrera y definitiva subida a Jerusalén será registrada
expresamente por los tres sinópticos, limitándose Juan a darla por efectiva al
reanudar su relato a partir de la llegada a Betania (Jn 12,1).
Que la marcha siguió el camino usual entonces entre Jericó
y Betania resalta en Lucas particularmente. "Caminaba (Jesús) el
primero subiendo hacia Jerusalén "(Lc 19,28). Como el camino más
corto es el que, después de atravesar el wadi Kelt costea en un
principio la margen derecha del mismo, ese camino se tiene por cierto que seguiría.
El peregrino cristiano no olvida esta última peregrinación por el desierto de
Judá del Isaac efectivo. Si el Bautista bajó al Jordán para anunciar el Reino
de los Cielos, el Cordero de Dios subió a Jerusalén para confirmarlo e
instaurarlo. La Víctima Expiatoria de la Nueva Alianza ascendía
voluntariamente, a diferencia de las del Antiguo, forzadas y renuentes. Las
direcciones eran contrarias y diversos los valores. Las víctimas del Testamento
Viejo desaparecían en el desierto; la del Nuevo, alzada sobre una piedra
desechada por los canteros jerosolimitanos, atraerá hacia sí cuanto ha sido
creado y perdurará hasta hoy: Stat crux dum volvitur orbis, reza el lema
cartujano.
Mirad, subimos a Jerusalén
Por S. Marcos consta la disposición psicológica de los discípulos
en esta subida. Estaban como atónitos, sorprendidos, maravillados, porque "Jesús
caminaba delante de ellos'; se les adelantaba. Ellos, en cambio, "le
seguían con miedo" (Mc 10,32). Al ánimo y decisión de Él seguía el
titubeo y temor de los discípulos, por más que el final cruento, inmediato,
predicho por Tomás el Gemelo antes de iniciarse la subida anterior (Jn 11,16)
habría de verificarse únicamente en el Hijo del hombre. Los tres sinópticos
registran que entonces acaeció la tercera predicción expresa de la Pasión "a
los Doce, tomándoles aparte". Esta confirmación en solitario debió
dejarles más atónitos todavía. "No entendieron nada de esto; no
entendieron lo que les había dicho", insiste Lucas sin osar
interpretar la reacción interior de los Apóstoles (Lc 18,31-34). Lo que
resulta comprensible: La gloria del Unigénito venía irradiando sobre ellos
luego de tres años junto a Jesús y acababa de iluminarles en Jericó. Ninguna
predicción adversa aminoraba en sus ánimos el resplandor de esa gloria - la
del Padre, en la carta a los Hebreos durante la vida misma de Jesús y antes de
su Pasión. De ahí que a continuación y en igual subida y camino, Mateo y
Marcos, sin interrumpir las respectivas narraciones, presenten a la madre de los
hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, postrándose ante Jesús para pedirle "que
estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu
reino" (Mt 20,20-28). Puesto que los dos Boanerges consintieron en la
actuación de su madre y corroboraron la petición con sus propias respuestas,
sabedores como estaban de la reciente predicción de Jesús, alentaba en ellos
la fe en el triunfo y glorificación del Maestro, tanto vivo como muerto, antes
de la Pasión y después de ella. Juan corroboraría su sinceridad una semana
después sobre el Gólgota. Santiago la probaría al beber, el primero de los Apóstoles,
el cáliz del martirio, catorce años más tarde.
En el aire de estas soledades, en los silencios de estas
colinas, prendidos han quedado el aliento de Jesús y el jadeo de sus Apóstoles.
BRAULIO MANZANO S.J.
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