I.
Concepto de escándalo
1.
Concepto funcional
La
evolución personal del individuo y el desarrollo cultural de los grupos están
condicionados, de un lado, por impulsos endógenos, como las ideas creadoras y
la dinámica que de ellas se deriva, y de otro lado, por impulsos exógenos,
como el ejemplo y el e. Por tanto, el desarrollo de la -> existencia
espiritual y de la --> cultura no es impedido solamente por propia
incapacidad o claudicación, sino también por la omisión de ayudas en la
educación, la formación, etc., y también por los escándalos dados. Así,
pues, psicológica y sociológicamente el e. tiene una función ambivalente. La
religión y la moralidad han de tomar conciencia de esto.
Hablamos
de un e. cuando un individuo o un grupo de tal manera se ve afectado, herido y
amenazado en sus actitudes personales y en sus convicciones, que surge un riesgo
serio para su existencia, y, en consecuencia, él toma una posición defensiva,
con una tensa excitación, contra esta perturbación del transcurso normal de la
vida espiritual; esa posición defensiva puede provocar medidas protectoras o de
represalia. En oposición al diálogo, el escándalo es, cuando se da
conscientemente, un medio de desafío espiritual.
A
diferencia del disgusto, que se produce por la frustración de ciertas
tendencias integrantes y, con ello, por perturbaciones en la periferia de la
vida, el e. se refiere siempre a la lesión de valores personales necesarios
para la existencia, él amenaza el fundamento del esbozo unitario de un hombre o
de una comunidad.
Además,
el disgusto se refiere a valores que solamente tienen una importancia individual
en el campo del provecho o del bienestar, mientras que el e. afecta a valores
socialmente importantes, a valores espirituales esenciales para la sociedad, de
manera que el e. lleva siempre de la esfera puramente psicológica a la sociológica.
El fundamento de esto hay que buscarlo en que el hombre en su núcleo es tanto
individual como social, y, consecuentemente, toda amenaza contra su existencia
repercute siempre en la esfera social. De manera semejante, los grupos que se
mantienen unidos en virtud de su vinculación común a determinados valores
personales, son susceptibles de escándalos en la medida en que su existencia se
ve amenazada por ataques a los valores unificantes.
A
partir de esta determinación funcional del e. se puede distinguir entre e.
verdaderos y e. falsos. Se dan los primeros cuando se responde en nombre del
valor amenazado, p. ej., cuando a un e. religioso le sigue una respuesta
religiosa. Por eso el auténtico e. podrá ser tanto mayor cuanto más
intensamente haya sido aprehendido un alto valor (cf. el e. de jesús por las
palabras de Pedro). Y se trata de un «falso» e. cuando la respuesta no se da
puramente en nombre del valor amenazado, p. ej., cuando alguien recibe un escándalo
estético por los valores religiosos. Y se da igualmente un falso e. en el caso
de que, a causa de una aprehensión poco diferenciada de los valores, la
claudicación moral, pero no religiosa, de un sacerdote produzca en alguien un
complejo de e. moral-religioso o preferentemente religioso. Lo mismo cabe decir
del resentimiento, pues aquí no late una toma de posición positiva con relación
al valor sino que aquél se produce en forma meramente negativa, por una repulsa
al valor.
2.
El efecto de los escándalos
La
distinción hecha es psicológica y sociológicamente importante para enfocar
ciertas tomas de posición con relación a los valores que no están
justificados por la naturaleza de la cosa. P. ej., en la formación de ídolos e
-> ideologías se da una especial irritabilidad con relación a los escándalos,
por la razón de que allí late una falta de capacidad espiritual y personal de
decisión.
Por
otro lado, esta irritabilidad depende de factores subjetivos e históricos que
están sometidos a mutación. Efectivamente, sólo podemos escandalizarnos por
la lesión de ciertos valores en cuanto ellos son operantes en la vida concreta.
Pero como el significado de los valores espirituales en una determinada situación
no sólo depende de su importancia objetiva, sino también de su necesidad de
realizarse concretamente, la susceptibilidad con relación a los e. cambia al
transformarse la situación espiritual y cultural.
De
este modo, difícilmente puede preverse el efecto que en ciertas circunstancias
producirá un ataque a valores que viven en forma latente o que están
reprimidos. En general las personas y los grupos espiritualmente diferenciados
son menos susceptibles para los e. que las gentes primitivas, pues disponen de más
elásticas y eficaces medidas de defensa, con tal no quede afectada la raíz
misma de la existencia. Precisamente la religión, como fuerza en el fondo
conservadora por su relación a lo eterno, tiende a aislarse para defender la fe
y, con ello, a una postura meramente reaccionaria. Hemos de advertir además que
los e. surgidos dentro del propio mundo espiritual tienen un efecto más
relajador, mientras que los procedentes de fuera provocan una consolidación de
la propia posición, pues los primeros incitan a una elaboración espiritual y,
en cambio, los segundos no pueden asimilarse fácilmente sin renunciar a sí
mismo. Cuanto mayor --a autoridad tiene alguien, tanto más escándalo puede dar
a causa de su potencia espiritual.
El
efecto positivo o negativo de los impulsos que provocan e. sólo puede juzgarse
rectamente ponderando en forma realista las circunstancias espirituales en su
proceso de mutación y teniendo en cuenta las leyes psicológicas y sociológicas
de tales e. El problema psicológico consiste aquí en la función del e. para
una ordenación óptima de la orientación personal hacia dentro y hacia fuera.
El efecto del e. es sociológicamente importante para la comunicación, o el
aislamiento, o incluso la enemistad entre los grupos.
3.
Distinciones
Metódicamente
hay que distinguir en primer lugar entre el e. que alguien da (scandalum
activum) y el e. que alguien recibe (scandalum passivum). Desde el
punto de vista de la teología moral es importante el hecho de que el e. puede
buscarse directa o indirectamente, y el de que el e. pasivo tiene su
fundamento decisivo en la constitución subjetiva, o también en el ataque
objetivo. El propósito directo de escandalizar se convierte en «e. diabólico»,
si con ello se pretende formalmente la corrupción del escandalizado y no se
busca el pecado del otro en forma meramente material, como ocurre con frecuencia
en la lujuria. Un comportamiento que ocasiona un e. no pretendido ni siquiera en
forma indirecta, conduce al así llamado scandalum mere acceptum. Si el
e. recibido se funda en lo unilateral de la dirección hacia fuera por parte del
escandalizado, de modo que él, por su falta de solidez espiritual, no está en
condiciones de asumir adecuadamente el impulso que le escandaliza en su propio
desarrollo, entonces se habla de scandalum pusillorum. A diferencia de
esto, en el scandalum pharisaicum hay en el escandalizado una unilateral
dirección hacia dentro, la cual le impide que él acepte los impulsos
necesarios para su desarrollo o su conservación.
II.
El concepto de skandalon en la Escritura (El escándalo religioso)
En
la Escritura el concepto de e. se usa en un sentido específicamente religioso.
El escándalo es tanto un obstáculo para creer como una causa de confusión en
la fe. En la terminología neotestamentaria skandalon es solamente un
impulso para la caída, el cual puede ser eficaz o ineficaz; skandalipso
significa la acción que causa la caída; y skandalipsomai se refiere a
la caída que de hecho se ha producido.
1.
Los sinópticos: el escándalo de Jesús
De
acuerdo con el significado religioso del concepto, el e. es visto en un contexto
escatológico. Así Mt 24, 10 habla de la gran confusión en la fe
al llegar los tiempos finales; Mt 13, 41 describe cómo los seductores
para el pecado y la caída, y todos los que cometen la maldad son condenados al
horno de fuego. Mt 18, 7 (= Lc 17, 1) afirma por un lado la necesidad de
los e. venideros (7b) y, por otro lado, profiere «ayes» sobre aquellos
que participan pasiva (7a) y activamente (7b) en su aparición. Las
palabras dirigidas a Pedro según Mt 16, 23 tratan de cómo se cumplen ya
en el presente esos escándalos que han de venir. Pedro es aquí una especie de
piedra de e. para Jesús mismo, y, en cambio, él es designado como la piedra
sobre la que ha de fundarse la Iglesia. Su papel, a pesar de todas las
diferencias, corresponde de manera sorprendente al de Jesús. Jesucristo, la
piedra fundamental (cf. 1 Cor 3, 11, etc.), la piedra de salvación (Rom 9,
33b; 1 Pe 2, 6), se convierte para muchos en piedra de e. (Rom 9,
33a; 1 Pe 2, 8). Pedro, que debe ser la defensa de la comunidad
contra los poderes del infierno, en el e. actúa como instrumento de Satán (cf.
Mt 13, 41). El e. surge de la oposición entre Dios y el hombre, la cual
aquí se expresa con toda su fuerza y sin ninguna clase de compromisos (Cf. Mt 7,
11; 15, 19; 12, 34): el que sólo piensa y quiere como hombre se pone en
oposición con Dios y su voluntad.
El
escándalo real consiste en el error acerca del mensaje del reino de Dios y, con
ello, en apartarse del evangelio (Mt 13, 20ss par; Mc 4, 17 ). Jesús
mismo se convierte así en el gran escándalo. Al lado de una fuerza que
despierta la fe, su acción tiene también otra fuerza que lleva a errar en la
fe. El error acerca de Jesús (Mt 26, 31.33; 11, 6 par; Le 7, 23; Mt
13, 57 par; Me 6, 3) puede así convertirse en antítesis de la fe
en él (Me 14, 27; 14, 29; Mt 13, 57; Me 6, 3). Los
fariseos mismos, no sólo sienten una indignación personal porque jesús los
ataca (Mt 15, 8), sino que, además, reciben un grave escándalo
religioso por la predicación de Cristo (Mt 15, 12). Su ceguera significa
incredulidad y la caída en el abismo índice de perdición escatológica. El
inesperado comportamiento mesiánico de Jesús (Mt 11, 6), su origen
terreno (Mc 6, 3), su actitud frente a la tradición meramente humana (Mt
15, 3ss), la interpretación totalmente nueva del pensamiento de la
purificación (Mt 15, 11), su posición libre frente a la ley (cf. Mc 2,
23ss; 3, lss, etc.), se convierten en motivo de e., de repulsa a él mismo y
de alejamiento de él por la incredulidad.
Jesús
sabe que su palabra y acción impulsan a la incredulidad, sin que esto pueda
evitarse. Sin embargo, persigue denodadamente el fin de evitar la caída escatológica
de la fe. Así, en las palabras sobre el e. dado a los pequeños (Me 9, 42 par)
se trata de evitar el hecho de que los hombres se escandalicen. En el mismo
contexto han de verse las frases sobre los miembros que son ocasión de e. (Mc 9,
43-48; Mt 18, 8s; 5, 29s).
2.
Pablo: el escándalo de la cruz
También
Pablo conoce un e. activo que es inevitable (Rom 9, 33; cf. 1 Pe 2,
6ss). Según él, Cristo, que llama a la fe, se convierte para el incrédulo
en piedra de escándalo precisamente por el hecho de que él no cree; en cambio
el creyente, por el hecho de creer experimenta a Cristo como honor (1 Pe 2,
7a) y justicia (Rom 9, 30). Un aspecto esencial de la fe es la
superación del e. que implica la presencia de Dios en Cristo. Para Pablo el
prototipo de la perdición por el e. del evangelio son los judíos. Esto aparece
especialmente claro en 1 Cor 1, 23, texto según el cual la cruz es e.
para los judíos y necedad para los paganos (lo cual es otra forma de e.). Gál 5,
11 pone en primer plano la negativa al mensaje de la gracia libre de ley.
De
todos modos, el e. de la fe en ningún caso puede eliminarse o atenuarse
manteniendo «a la vez» la cruz y la circuncisión. Y el e. tampoco puede
suavizarse por una alta sabiduría de lenguaje (1 Cor 1,
17; 2, 4 ).
Por
otro lado Pablo conoce también un e. pasivo que debe evitarse
incondicionalmente, el cual se produce en las comunidades paulinas a
consecuencia de las diferencias de fe (1 Cor 8, llss; 2, 4). Pablo, que
de suyo comparte la actitud creyente de los fuertes, como pastor se coloca al
lado de los débiles, imitando así a Jesús, que se preocupa de los «pequeños».
3.
Juan: la superación del e. por el amor
Según
san Juan el que no ama está ciego, y por esto se halla expuesto a los e. (1 Jn
2, 10). -> Fe y -> amor están aquí muy estrechamente ligados. Para el
que ama no hay ningún obstáculo en el camino de la fe (Jn 6, 61). Los
discursos de despedida de jesús narrados en Juan, lo mismo que los últimos
discursos de su vida transmitidos en los sinópticos, tienen la finalidad de
preservar contra la caída. Pero mientras que en los sinópticos ésta se
presenta inevitable incluso para los discípulos, el jesús que habla en el
evangelio de Juan despierta la esperanza de que ella podrá ser superada: «Os
he dicho esto para que no os escandalicéis» (Jn 16, 1; cf. Jn 6, 63).
III.
Tradición
1.
En la patrística el contenido neotestamentario del concepto queda
transformado y secularizado de tal manera, que en ella pasan a .ser decisivos
dos aspectos de segundo rango.
a)
el psicológico (cf. p. ej., Mt 13, 57; 15, 12; 17, 27). «Scandalum»
es entendido cada vez más en el sentido de «offendiculum», y así pasa al
lenguaje popular cristiano para significar una incitación a determinados
sentimientos humanos, como el orgullo y la envidia, o un acto que provoca
irritación e indignación.
b)
el moral. Así p. ej., en el comentario del Ambrosiaster a 2 Cor 11, 29
el «desfallecer» equivale a ser incitado y seducido en el campo sexual. De
esa manera el término recibe el sentido de e. moral, de ejemplo corruptor, de
seducción y tentación, ya sea en la esfera individual ya en la -> pública.
A este respecto constituye una forma peculiar el e. que se refiere a lo dogmático,
al error religioso y a la herejía.
2.
La escolástica: el escándalo como
inmoralidad. Así se hizo posible que, en la moral sistemática de la escolástica
y particularmente de Tomás, el e, fuera entendido como una acción externa que
ofrece al prójimo ocasión de pecado y que
se realiza sin razón justificante. Cuando una acción bajo ciertas
circunstancias puede convertirse para alguien en ocasión de pecado, el amor
manda omitir esa acción, si no existe una razón que la justifique moralmente.
El pecado consiste en que se asume conscientemente el riesgo de la claudicación
de otros, que no se produciría sin la propia acción. El e. indirecto puede
permitirse si el acto que lo causa es justificable en virtud de un bien
directamente apetecido, según las reglas que han de aplicarse en las acciones
con doble efecto (TOMÁS DE AQUINO, ST II-II q. 43, 4 sent. 35). La
casuística que generalmente se ofrece al tratar del e. producido, parte de la
obligación grave de evitarlo y, para no caer en el extremo del inmovilismo, a
base de diversas distinciones procura agudizar la mirada para las razones
excusantes que justifican la acción.
A
diferencia del e. activo, el e. pasivo es un pecado solamente contra la virtud
violada por la propia acción, cuya malicia puede incluso estar atenuada por las
circunstancias. Sólo en el e. farisaico toda la malicia está en el
escandalizado.
3.
Crítica. Este enfoque tradicional
implica ante todo el grave inconveniente de que reduce el concepto
neotestamentario de e., particularmente en su acuñación debida a Pablo.
Ahora
bien, la fuerza interna del cristianismo tiene una de sus bases en que se
conserve sin atenuaciones el e. de la cruz.
A
esto se añade que la interpretación moral del e. no toma suficientemente en
consideración las funciones psicológicas, sociológicas y morales del mismo.
Según lo dicho antes, la función del e. no se limita a la incitación al
pecado; por el contrario, él puede constituir un estímulo personal y cultural
en individuos y grupos, y así significar incluso una ayuda para la salvación
de otros. El e. lleva consigo esos efectos positivos en cuanto produce una
apertura en el escandalizado, la cual permite una asimilación fructífera de
impulsos que a primera vista parecían meramente negativos.
El
olvido de este aspecto del e. en la ciencia moral conduce necesariamente a una
unilateral ética de sentimiento, bajo un signo negativo y conservador. Con lo
cual queda desplazada la mirada en orden a la tarea de contribuir a la realización
del bien dentro de lo concretamente posible.
IV.
Sobre la ética del escándalo
En
consecuencia, una ética de responsabilidad que tome en consideración todo el
significado del e. ha de partir de que éste en abstracto tiene un valor neutro.
En concreto la cuestión si el e. es deseable o rechazable depende de su
necesidad para la conservación justificada de la propia existencia espiritual y
de su aportación al perfeccionamiento del otro o del grupo.
Para
que el e. deseable y necesario no tenga un efecto negativo, el valor a cuyo
servicio él quiere ponerse ha de aparecer en forma pura, para que así pueda
ser aceptado más fácilmente en su valía sin ninguna actitud de repulsa. Además,
valores que provoquen e. sólo han de difundirse en la medida en que puedan ser
asimilados por el «escandalizado». Para esto se requiere en quien da e. que él
quiera servir realmente a lo conocido como valioso y no se proponga simplemente
imponer sus intereses personales, e igualmente que se esfuerce con amor por
fomentar el bien del otro, renunciando incluso, si es necesario, a los propios
derechos justificados, siempre que su uso no sea incondicionalmente necesario
para conservar la dignidad personal.
Ha
de procurarse en todo caso substituir el e. por el diálogo o, por lo menos,
desarrollar la disputa inevitable según las reglas de la -> tolerancia,
procediendo así a tono con la dignidad humana. Para lo cual se requiere que la
disputa se produzca en forma adecuada a los valores que están en debate. Los e.
religiosos han de abordarse en el campo de lo religioso, y los científicos en
el terreno de lo científico, etc. Si se guardan estas reglas, no sólo se
evitará una innecesaria y quizá deplorable extensión del conflicto, sino que
se creará además un presupuesto para un resultado positivo de la disputa y
quizá incluso para un enriquecimiento mutuo. Con ello la confrontación
personal hallará una mediación, y la coexistencia y cooperación se harán más
fáciles.
El
que da el escándalo y el escandalizado, ya se trate de individuos ya de grupos,
deben tener en cuenta que, según las leyes psicológicas, las provocaciones y
reacciones demasiado fuertes en general producen lo contrario del efecto
pretendido. Así, p. ej., las -> persecuciones cristianas fortalecen a una
comunidad viva, y un e. demasiado grande dentro de la Iglesia conduce a la
escisión (-->herejía, --> cisma). Cuanto mayor sea la autoridad de
alguien, tanto más responsabilidad asume él al dar e. Por otro lado, también
el débil debe esforzarse por no obrar nunca en forma meramente reaccionaria.
El
intento de proclamar conscientemente a los cuatro vientos el e. recibido por
situaciones que desde la propia perspectiva son abusivas, puede conducir al
desagradable resultado de fomentar esas mismas situaciones, pues, desde el punto
de vista de otros, quizá el e. producido sea considerado precisamente como
prueba de valor positivo, así lo muestra, p. ej., el fracaso en la impugnación
espectacular de determinadas películas malas. Sólo se pueden invocar
determinados valores -sobre todo de orden público - en la medida en que ellos
son actualmente vivos. De otro modo se trata, funcionalmente hablando, de un escándalo
farisaico.
En
qué medida bajo ciertas circunstancias los e. son deseables o no lo son,
constituye por tanto una cuestión que no puede responderse a priori,
sino que ha de resolverse en cada caso con prudencia, nivelando en los platos de
la balanza la prudencia y la precaución, y tomando en consideración tanto el
e. necesario e inevitable como el que ha de evitarse incondicionalmente.
En
la respuesta a la pregunta de si los e. públicos han de castigarse con sanciones
jurídicas, hay que partir igualmente del carácter ambivalente del e.,
enfocándolo de cara al -> bien común. Dentro de lo posible, es necesario
que, por un lado, quede garantizada la libertad de disputa y, por otro lado, se
impida la impugnación que haga imposible la necesaria y deseable comunicación.
Por eso los responsables del orden deben reprimir las hostilidades que pongan
seriamente en peligro la paz social, o sea, aquellas actitudes que, por recurrir
a insultos, desprecios, calumnias, etc., tienden a suscitar violentas reacciones
defensivas. Incluso desde una perspectiva neutral con relación a los valores,
las convicciones y los sentimientos subjetivos deben protegerse públicamente en
la medida en que eso es necesario para conservar la indispensable comunidad
social. Por eso está justificada la prohibición legal de ofensas, insultos,
calumnias, etc. - sobre todo en lo relativo a las convicciones religiosas -, mas
no debe formularse y aplicarse con tanto rigor que se impida una fuerte, pero
objetiva, disputa incluso acerca de juicios valorativos que parecen obvios.
La
represión de e. públicos provocados por una fuerte crítica social o por obras
convulsivas en la literatura y el arte, ha de realizarse con suma precaución,
pues los excesos en la censura podrían poner en peligro valores sociales tan
altos como la justicia y el arte. La persecución contra los e. provenientes de
las extralimitaciones en la moda, los anuncios, etc., por la naturaleza de la
cosa puede ir tranquilamente tan lejos como lo exija la moralidad pública,
necesaria para la conservación del bien común, p. ej., para evitar la corrupción
de la juventud y el crimen. Qué es lo objetivamente adecuado en una determinada
situación, sólo puede decirse a posteriori, a base de una ponderación
oportuna de los bienes.
En
resumen podemos decir que la recta valoración del e. es un factor
primordial para la configuración fructífera de las relaciones entre los
hombres, la promoción del progreso cultural, la conservación de la paz social
y la difusión responsable de lo conocido como un valor, especialmente para la
difusión de la religión o de la misión.
BIBLIOGRAFIA:
O. Schmitz, Vom Wesen des Árgernis (B 21925); G. Stáhlin, Skandalon.
Untersuchungen zur Geschichte eines biblischen Begriffes (Gü 1930); W. ScUllgen,
Soziologie und Ethik des Árgernis (D 1931); N. Jung, Scandale: DThC
XIV XIV 1246-1254; A. Humbert, Essai d'une théologie da scandale dans
les synoptiques: Bibl 35 (1954) 128; R. Bruch, Die Bevorzugung des
kleineren Übels in moraltheologischer Beurteilung: ThGl 48 (1958) 241-257; Mdring
II 452-469; G. Stdhlin, axccv8aaov, axavaaa(lw: ThW VII 338-358.
Waldemar
Molinski
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