SUMARIO: I. La escuela católica,
institución civil y ámbito eclesial. II. Identidad y caracteres de la escuela
católica: 1. Escuela «de tiempo completo»; 2. Con vocación educadora; 3. Ámbito
homogéneo y coherente; 4. Enraizada en Cristo y en el evangelio; 5. En torno a
la comunidad de fe; 6. Con capacidad de testimoniar los valores del Reino. III.
Misión evangelizadora de la escuela católica: 1. Los dinamismos de la escuela
católica; 2. El proyecto de acción pastoral; IV. Los retos del futuro.
La escuela católica, lugar tradicional de la acción evangelizadora, ha sido, desde la llegada de los aires renovadores del Vaticano II, un ámbito llamado a definir su identidad y su misión, ya interpelado por los condicionamientos de la nueva sociedad, ya urgido por la propia Iglesia. Desde los caracteres de una sociedad secular y pluralista, la escuela católica se ve interpelada a redefinir su tradicional papel de suplencia y a situarse, dentro del marco de las libertades sociales, como una oferta educativa junto a otras ofertas; desde la propia Iglesia, es urgida a reconsiderar cuáles son su identidad y su misión específicas, como lugar eclesial y como ámbito evangelizador en el campo de la educación. Quizá sea esto lo que mejor defina el carácter propio y peculiar de este ámbito secular y eclesial que llamamos escuela católica y de su proyecto original. Quizá sea necesario también reconsiderar la identidad de la escuela católica y reconocer su originalidad o diferencia, pues «lo que falta a veces a los católicos que trabajan en la escuela es, quizás, una clara conciencia de la identidad de la escuela católica y la audacia para asumir todas las consecuencias que se derivan de su diferencia respecto de otras escuelas» (EC 66).
I. La escuela católica, institución civil y ámbito eclesial
Como toda escuela, la escuela católica se sitúa de lleno entre las instituciones
educativas propias de la sociedad y, como tal, participa de los caracteres y
hace suyas las finalidades educadoras de toda escuela. Es, por tanto, un ámbito
civil y secular. Y esta dimensión civil y secular genera en la escuela católica
un carácter ambivalente y ambiguo, que es necesario considerar como parte
integrante de su naturaleza y de su estructura. En efecto, la escuela católica,
en cuanto institución civil, se sitúa dentro del sistema y participa de
las estructuras, condicionamientos y exigencias de toda institución social;
pero, por otra parte, como sujeto eclesial, está llamada, desde su fe
cristiana, a ser crítica con ese mismo sistema. Por otro lado, la escuela
católica tiene vocación de evangelizar; pero ha de hacerlo, en gran medida, a
través de estructuras que de por sí no evangelizan.
Este carácter ambivalente y ambiguo ha de ser considerado como algo inherente a
la estructura misma de la escuela católica. Ello facilitará, a su vez, la
adecuada comprensión de su misión evangelizadora, del ejercicio de la pastoral y
de los medios más aptos para lograrlo.
II. Identidad y caracteres de la escuela católica
1. ESCUELA «DE TIEMPO COMPLETO».
La escuela católica es una escuela «de tiempo completo». Esto quiere decir que
lo cristiano de la escuela abarca a su realidad global, a todo su ser, a toda
estructura, relación o acción que se realice dentro de su ámbito educador; que
su acción evangelizadora comprende todo: actividad académica o curricular y
actividades que pueden no ser consideradas como curriculares, pero que son parte
integrante de la propia escuela.
2. CON VOCACIÓN EDUCADORA. La escuela católica expresa y vive una inequívoca vocación educadora; es decir, su
primera misión es la de educar, la de servir al proceso de maduración personal
de los educandos. Dicho proceso, que tiene lugar en el seno de la comunidad
educadora y que se realiza a través de la transmisión/asimilación de la cultura,
constituye el objetivo prioritario de la escuela y debe prevalecer sobre
cualquier otro objetivo de educación cristiana.
3. ÁMBITO HOMOGÉNEO Y COHERENTE. La escuela católica pretende ser
un ámbito homogéneo
y coherente, caracterizado, según el Vaticano II, por un clima de caridad y
libertad. La consideración de la escuela como un entorno con capacidad de
influir positivamente en la personalidad de los educandos significa que dicho
ambiente ha de caracterizarse por su concreción y tangibilidad. Este realismo
del ambiente educador exige que la escuela encarne el espíritu del evangelio
y que haga reales los valores de caridad y libertad, junto a otros no
menos evangélicos, como son la verdad, la fraternidad, la justicia, la paz, la
tolerancia y el diálogo.
4. ENRAIZADA EN CRISTO Y EN EL
EVANGELIO. La escuela católica se ofrece a la
sociedad como una opción educadora, a través de un proyecto enraizado en Cristo
y en el evangelio, es decir, en la persona y en el mensaje de Jesús: «En el
proyecto educativo de la escuela católica, Cristo es el fundamento. El revela y
promueve el sentido nuevo de la existencia cristiana y la transforma,
capacitando al hombre a vivir de manera divina, es decir, a pensar, querer y
actuar según el evangelio, haciendo de las bienaventuranzas la norma de su vida»
(EC 34). La persona de Jesús y su evangelio se proponen como fundamentos
de todo el quehacer educador: de las personas, de las estructuras docentes y de
las relaciones.
5. EN TORNO A LA COMUNIDAD DE FE.
En el centro de la escuela católica ha de estar presente la comunidad de fe:
a) La comunidad de fe (o comunidad cristiana) ha de situarse en el centro mismo,
en el origen de la escuela, y no como algo al margen o
suplementario a la concepción y al dinamismo de la escuela. La presencia central
de la comunidad cristiana en la escuela es uno de los signos más eficaces de su
acción evangelizadora. Esta comunidad, representada durante siglos generalmente
por la comunidad de religiosos, ha de ser hoy entendida como «un grupo de
talla humana e identidad cristiana, que ha asumido el programa de Jesús, que
expresa y celebra su fe en Jesús, y que se compromete en la realización del
reino de Dios a través de la educación»1.
b) La comunidad cristiana ha de manifestarse en el proceso
educativo y ha de ofrecerse como ámbito en el que desarrollar la fe cristiana,
meta de todo creyente. Quiere esto decir que la comunidad cristiana ha de
configurar y ha de dar sentido al carácter cristiano de la escuela: la
educación de la fe ha de realizarse desde una realidad comunitaria; los
educandos han de poder redescubrir la dimensión comunitaria de su fe, no sólo
porque se les hable de la comunidad, sino porque pueden descubrirla, presente
y viva, como lugar de referencia, en la escuela.
c) La comunidad cristiana ha de ser signo visible de la acción
y de la presencia en y a través de la educación. Es decir, la presencia
de esta comunidad ha de repercutir en la dimensión total de la escuela:
interpelar a la institución, trabajar por transformar desde la fe las
estructuras, imprimir sentido nuevo a las relaciones entre los miembros de la
comunidad educativa.
6. CON CAPACIDAD DE TESTIMONIAR LOS VALORES DEL REINO. La escuela
católica se define también por la capacidad
de testimoniar y de transparentar los valores del Reino. La escuela católica,
como conjunto de estructuras al servicio de la maduración de los educandos, ha
de expresar con claridad los signos del misterio de la encarnación de Jesús, y
manifestarlos a través de sus estructuras, como opción expresa. A los signos de
encarnación se unen los signos de
trascendencia2 .
a) Signos de encarnación. 1)
La escuela católica ha de encarnar el signo del carácter popular. Esto
quiere decir que ha de buscar la encarnación visible, no sólo teórica, entre los
más necesitados; y también que, si está al servicio de las clases acomodadas, se
encarne no sometiéndose a los valores dominantes de la clase social a la que
sirve, sino como opción educadora que transparente, desde su fe y desde su
proyecto educador, los valores del evangelio. 2) Ha de encamar también el valor
del servicio; la escuela mostrará en sus estructuras y en su actuar
diario el carácter vocacional de diakonía, de servicio a la persona
humana en todos los órdenes. 3) Ha de encarnar también el carácter secular:
este signo evangélico exige de la escuela, al menos, dos características:
que no se convierta en un lugar cerrado, en el que se reflejen sobre todo los
elementos religiosos y congregacionales, y que dé cabida a los seglares
cristianos como elemento configurador de la escuela en su ser y en su actuar. 4)
Debe tener asimismo un carácter fraternal y dialogal: la fraternidad debe
transparentarse no sólo en el ejercicio de las relaciones horizontales y en los
momentos de fácil convivencia, sino también en las relaciones personales
difíciles, las que están mediatizadas por conflictos laborales y académicos. 5)
Finalmente, ha de encamar el signo de la libertad: la escuela católica se
proclama hoy favorecedora de la educación de y en la libertad; esto
significa el respeto a la conciencia individual y a la libertad religiosa de los
educandos.
b) Signos de trascendencia: Además, la escuela
católica deberá testimoniar: 1) el signo de la pobreza, situándose entre
los pobres y mostrando a todos, pobres y no pobres, el único absoluto: Dios; 2)
el signo de la apertura y acogida universales, mostrando su genuina y
plena catolicidad, y 3) el signo de la palabra de Dios, cuyo
anuncio explícito deberá constituir una característica original y distintiva de
la escuela.
La escuela católica tiene su razón de existir en cuanto ámbito evangelizador,
que participa de la única misión de la Iglesia: «La escuela católica encuentra
su verdadera justificación en la misión misma de la Iglesia» (DRE 34). Como
«sujeto eclesial» (DRE 33) y como «medio privilegiado para la formación integral
del hombre» (EC 8), la escuela es «lugar de formación integral, de auténtico
apostolado y de acción pastoral, no en virtud de actividades complementarias o
paralelas o paraescolares, sino por la naturaleza misma de su misión,
directamente dirigida a formar la personalidad cristiana» (DRE 33). Como la
Iglesia misma, la escuela católica realiza su misión evangelizadora mediante el
testimonio y mediante el anuncio explícito.
Esta vivencia de la fe y su anuncio explícito deben generar luego un camino de
experiencia y de fe cristianas que, partiendo de unos dinamismos
evangelizadores propios de la escuela católica, se plasmará en un
Proyecto de evangelización o de acción
pastoral.
1. LOS DINAMISMOS
DE LA ESCUELA CATÓLICA. Para realizar esta misión evangelizadora, la escuela
católica debe presentar unas líneas de fuerza o unos dinamismos que
impulsen toda su acción educadora y que revelen, a su vez, las grandes opciones
evangelizadoras. Estos dinamismos son:
a) Dinamismo misionero: la evangelización que
promueve la escuela católica ha de realizarse desde un profundo sentido
misionero; esto significa, al menos, dos cosas: 1) por una parte, que asume los
rasgos de una pastoral misionera, como superadora de una pastoral de
cristiandad; 2) por otra, que está abierta a todos —y no exclusivamente a los
católicos—como ejercicio de la diakonía evangélica.
b) Dinamismo profético: encarnada
en la cultura y en la educación, la escuela católica hace presente en ellas el
acontecimiento del Dios encarnado que «se introduce en nuestra historia
para dotarla, desde dentro, de una perspectiva radicalmente nueva. Esta es la
conciencia de la escuela católica, que asume así una función profética en el
interior mismo de la cultura y en la iniciación cultural de los jóvenes»3.
c) Dinamismo de integración: el
proyecto educativo de la escuela católica tiende a «coordinar el conjunto
de la cultura humana con el mensaje de salvación» (DRE 100). Esta fuerza
integradora ha de manifestarse eficaz no sólo como superadora de cualquier
dicotomía (entre la fe y la vida, entre la fe y la cultura o entre la educación
y la pastoral), sino como ofrecimiento a sus destinatarios de un proyecto
educativo coherente y global, que facilite la vivencia de la fe en y a través
de toda la acción educadora: «La plena coherencia de saberes, valores,
actitudes y comportamientos con la fe, desembocará en la síntesis personal entre
la vida y la fe del educando» (El laico católico, 31).
d) Dinamismo de iniciación:
como toda escuela, la escuela católica ha de manifestar y ofrecer un dinamismo
que impulse al alumno a su iniciación en la vida cultural y en la participación
social; la iniciación en actitudes, valores y modos de comportamiento propios de
una identidad personal madura es algo inherente a su propia identidad como
escuela. Pero además, ha de favorecer la iniciación en la fe como proceso
personal y comunitario, fiel al grado de madurez de los educandos y fiel al
dinamismo propio de la fe. La escuela católica es iniciadora del proceso
personal de la fe de sus educandos hasta lograr que esa fe sea vivida en el seno
de la comunidad cristiana.
2. EL PROYECTO DE
ACCIÓN PASTORAL. La escuela católica
crea entre todos los componentes de la comunidad educativa y ofrece a sus
alumnos un proyecto educativo en el que se hallan articulados aquellos fines y
objetivos que son propios del currículo obligatorio para todas las escuelas de
un país, y los objetivos que promueve una educación específicamente cristiana y
que están reflejados en el carácter propio de la escuela. La articulación
de ambos elementos genera un Proyecto nuevo y específico de la escuela
católica, a través del cual esta proyecta la realización de su misión
evangelizadora. Esta, que ha de programarse de acuerdo con el grado de
vinculación de los alumnos a la religión y a la fe cristiana, se expresa a
través de un Proyecto de pastoral global —posteriormente especificado y
diversificado—, que comprende los siguientes ámbitos o
círculos.
a) Ambito o círculo
del umbral: la escuela católica, como
instancia educadora, muestra su capacidad de estructurar y unificar todos los
medios pedagógicos y todas las acciones educadoras, de forma que se ofrezca como
un ámbito coherente, es decir, como «un conjunto de elementos
coexistentes y cooperantes capaces de ofrecer condiciones favorables al proceso
educativo» (DRE 24). A partir de ese ambiente educador, toda la acción
escolar resultará eficaz para el logro de la educación integral de la persona de
los educandos.
Este primer ámbito, al tratar de educar la
personalidad integral del alumno, tiende también a posibilitar la apertura
humana a la fe, y se constituye en el primer momento de su acción
evangelizadora. En este sentido, la escuela cuidará con prioridad el desarrollo
de las dimensiones siguientes: 1) El desarrollo'de ciertas capacidades
que significan crecimiento y maduración de la persona y, en último término,
posibilidad de apertura a lo trascendente. Así, la capacidad de admiración, de
asombro y de interrogación acerca de la realidad, más allá de los datos
aprendidos; la capacidad de búsqueda como ejercicio de superación de las
seguridades; la capacidad crítica que, a partir del análisis de la realidad,
ayude al alumno a superar lo existente y a sentirse llamado a comprometerse en
la transformación de la sociedad; y finalmente, la capacidad simbólica que le
ayude a superar la dimensión objetiva de la realidad para descubrir el sentido
sacramental de la vida y del mundo. 2) Este primer ámbito evangelizador
significa también la educación de actitudes, es decir, de formas
habituales de reaccionar y de actuar ante la realidad y ante los otros. La
escuela católica educará en la actitud de esperanza, como superación de
la realidad dada y como apertura a la realidad nueva y renovadora; la
solidaridad con los hombres, sus semejantes, especialmente con aquellos que
viven en una situación de pobreza, injusticia y marginación; la actitud de
compromiso ante la realidad, empezando por educar en la sensibilidad ante
las injusticias más próximas al educando, y continuando por la iniciación del
compromiso en proyectos de acción social en favor de la justicia y la paz. 3)
Finalmente, la escuela católica ha de promover la educación de valores,
lo que significa la propuesta de y la invitación a los valores, no
a través de una disciplina o área determinada, sino a través de toda la acción
escolar, y no sólo como una propuesta teórica, sino como realización
experiencial intensa. La escuela católica educará en los valores humanos
fundamentales (la dignidad de la persona humana, la vida, la libertad, la
solidaridad, la tolerancia, el bien común, la paz...). Y,
por otra parte, iniciará en el conocimiento, análisis y
crítica de los valores vigentes, promovidos por la cultura dominante, que
consciente o inconscientemente configuran la persona de los educandos y tienden
a convertirse en modelos habituales de referencia.
Juzgado desde el conjunto del proyecto evangelizador, este ámbito de umbral
reviste una importancia definitiva para la escuela católica: mantiene en un
permanente estado de vigilancia sobre ella misma, sobre los educadores, sobre
las relaciones educativas, sobre las estructuras, sobre la acción docente y
discente y sobre todo lo que, no estando programado, constituye un elemento de
acción comprobada: el llamado currículo oculto. No es, pues, gratuito
afirmar que la concepción de la escuela en su totalidad como ambiente
educador es el medio más adecuado para lograr los objetivos de la educación
plenamente humana, único camino que puede posibilitar la apertura a la fe y la
educación en la misma.
b) Ambito del diálogo entre la fe y
la cultura:
otro ámbito del proyecto evangelizador de la escuela católica
se realiza a través de la tarea de integrar las dos realidades que constituyen
parte fundamental de la identidad de la escuela: la fe y la cultura. En este
sentido, es la escuela católica en su totalidad —y no sólo una de sus
estructuras, como, por ejemplo, la clase de religión— la que ha de posibilitar
las condiciones y el ejercicio de esa aproximación y de ese diálogo. La escuela,
como lugar cultural en el que se descubre, se transmite, se asimila, se
valora y se recrea la cultura, encuentra su razón de ser en «la comunicación
crítica y sistemática de la cultura para la formación integral de la persona»
(EC 36). Y se trata, además, de una educación de la cultura dentro de la visión
cristiana de la realidad, «mediante la cual la cultura humana adquiere su puesto
privilegiado en la vocación integral del hombre» (GS 57).
Pudiera parecer que este objetivo fuera un tanto inadecuado e inalcanzable para
los niños y los adolescentes; y ello, en cierto modo, es verdad. Pero aunque el
diálogo entre cultura y fe sea, en realidad, tarea propia de la madurez
cristiana, la escuela deberá fomentar su aprendizaje e iniciar en un camino de
evangelización que habrá de prolongarse durante toda la vida del creyente.
Dicha síntesis —o
diálogo— se explicita a través de dos tareas pastorales:
1) La evangelización de la cultura, o
sea, la transmisión de esta de manera objetiva y
crítica. Puede constituir para la escuela un riesgo grave el hecho de
desvincular, del conjunto de la fe, la cultura en la que se educa, del resto de
las actividades religiosas: «su primer problema no es el de la propuesta de la
fe, sino la transmisión de una cultura abierta a las dimensiones espirituales y
religiosas, a perspectivas cristianas y evangélicas»4.
La cultura escolar se transmite a través de toda la acción educativa, pero de
manera específica a través de los saberes, de los objetivos y de los contenidos
de las áreas curriculares. La primera parte de este diálogo consistirá, pues, en
presentar una cultura fiel a la realidad de nuestro tiempo, pero también abierta
a la fe y juzgada e interpelada desde los valores del evangelio.
2) La inculturación de la fe:
es sabido que la fe cristiana, desde sus orígenes,
fue vivida y expresada en términos culturales específicos. La escuela católica
ha de expresar la fe cristiana en un lenguaje que sea próximo a la cultura de
nuestro tiempo, estar atenta a los desafíos que la cultura presenta a la fe y
tratar de responder a esos desafíos a través de una adecuada integración de la
fe en el conjunto de los saberes escolares.
Es necesario advertir que la cultura no es algo abstracto, sino, más bien, una
realidad vivida en el seno de la sociedad y expresada en el interior de la
escuela. Su integración con la fe es tarea permanente del conjunto de la
escuela, pero tiene lugar de manera especial en un momento clave del proceso
evangelizador: la clase de religión. La enseñanza religiosa, «en conexión con
las demás disciplinas, es una forma privilegiada de la relación ineludible entre
fe y cultura; es el medio para que el alumno haga personalmente la síntesis de
la fe con la cultura» (OPERE 41).
Pero esta pedagogía entre cultura y fe tiene lugar también en la actitud
permanente de los educadores y en la forma como es vivida a través de la acción
global de la escuela. En este sentido, será necesario examinar cómo son las
actitudes de los educadores cristianos ante la ciencia y ante la cultura; cómo
son las relaciones que viven habitualmente los educadores, como mediadores de
la cultura, con la fe; cómo ayudan al alumno a situarse en sus respectivas
disciplinas, en relación con la fe, especialmente en aquellas cuestiones en las
que esa relación se torna más conflictiva o problemática; cómo repercute la fe,
expresada y vivida en la escuela, en la cultura que se vive en ella y fuera de
ella; qué planteamientos interdisciplinares se realizan en el ámbito escolar; de
qué manera se presentan los profesores y educadores como mediadores de
ese diálogo, es decir, cómo han realizado ellos mismos esa relación didáctica —y
dialógica— entre la fe que profesan y la cultura, objetivo específico de su
misión educadora. En este sentido cabe recordar que «la síntesis entre cultura y
fe se realiza gracias a la armonía orgánica de fe y vida en la persona de los
educadores. La nobleza de la tarea a la que han sido llamados reclama que, a
imitación del único Maestro, Cristo, ellos revelen el misterio cristiano no sólo
con la palabra, sino también con sus mismas actitudes y comportamientos» (EC
43).
En definitiva, es toda la acción educadora de la escuela, su espíritu y su
talante, y no sólo la clase de religión, la que habrá de lograr este objetivo
pastoral.
c) Ambito de la catequización: la trayectoria que
venimos recorriendo nos lleva ahora al tercer ámbito o círculo de la acción
pastoral de la escuela católica: la catequización explícita.
Que la escuela católica sea lugar de catequización es no sólo una realidad
constatable, y aun floreciente en muchos casos, sino algo deseable para la
propia Iglesia. En documentos oficiales sobre la escuela católica se afirma la
idoneidad y aun la necesidad de esta como lugar de catequización. Así, en el
documento La escuela católica se acentúa la prioridad de la función
catequística de la familia, para insistir luego en la necesidad e importancia de
la catequesis en la escuela (cf EC 51).
Es cierto que la catequesis es tarea de la comunidad cristiana. Habrá que
afirmar, entonces, que la escuela católica es comunidad de fe; pues bien,
el documento Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica
identifica a la escuela católica como sujeto eclesial. Esto quiere decir
que en la escuela católica la Iglesia se autoafirma, se desarrolla y actúa como
Iglesia. Este sujeto eclesial, equivalente también a comunidad
cristiana o comunidad de fe, identifica la escuela como lugar de
catequización.
La naturaleza de la escuela hace de ella una comunidad diferente a la
comunidad parroquial. Pero aun así, puede constar de idénticos elementos
comunitarios, incluido el de la continuidad y la permanencia, ya que, como hemos
afirmado anteriormente, consideramos aquí la escuela católica como una
plataforma evangelizadora que supera los límites de la acción estrictamente
académica. Pero, al referirnos a la catequización, ¿de qué tipo o modelo de
acción catequizadora hablamos? La catequesis de que hablamos debe ser entendida
como un proceso de iniciación cristiana, es decir, como un proceso de
conversión a Cristo, que culmina con la incorporación a la comunidad cristiana,
y se manifiesta en el compromiso vital por el reino de Dios.
Esta iniciación puede llamarse de inspiración o de estilo catecumenal,
ya que «el modelo de toda catequesis es el catecumenado bautismal». Dicha
catequesis, siguiendo las orientaciones pastorales de la Iglesia
española, consta de las siguientes dimensiones: 1) «una iniciación en el
conocimiento del misterio de Cristo y del designio salvador de Dios»; 2)
«una iniciación en la vida evangélica, en ese estilo de vida nuevo, que
no es más que la vida en el mundo, pero una vida según las bienaventuranzas»; 3)
«una iniciación en la experiencia religiosa genuina, en la oración y en la vida
litúrgica...», y 4) «una iniciación en el compromiso apostólico y de Iglesia»5.
Pues bien, esta catequesis tiene su estructuración en la escuela católica, como
proceso continuado a través de los grupos de profundización en la fe,
en los cuales «se desarrolla el proceso catecumenal y donde convergen o
toman consistencia todos los elementos catequísticos citados anteriormente»6.
Este camino es, hoy por hoy, no sólo la plasmación teórico-doctrinal de lo que
puede y debe hacerse en la catequesis escolar, sino también la traducción
palpable y real de que tal catequesis, con las garantías necesarias, es posible
en la escuela católica. El grupo, como núcleo metodológico de la acción
catecumenal, como núcleo vital para todo el proceso de la educación de la fe,
es hoy una realidad más o menos floreciente en torno a comunidades
cristianas nacidas y desarrolladas en y a través de la escuela católica.
IV. Los retos del futuro
Para finalizar, tan solo un breve apunte sobre algunos desafíos que se presentan
a la escuela católica en el futuro. La respuesta a dichos desafíos proporcionará
credibilidad a la escuela en una sociedad cada vez más plural. Entre estos retos
señalamos: 1) reformular la identidad de la escuela católica en una
sociedad secular y pluralista, con una presencia notable de la llamada
cultura de la increencia; 2) la creación y la vivencia de la escuela como un
ambiente específico, como un ámbito educador, con fuerza e
intensidad necesaria como para poder imprimir un carácter propio a su educación
y para contrarrestar el influjo de fuerzas poderosas antieducativas;
3) la creación de la comunidad cristiana como realidad viva dentro de
la propia escuela, como lugar de pertenencia y como referencia permanente al
proceso de iniciación de la fe cristiana de los alumnos; 4) la incorporación de
los seglares a la educación cristiana, comprendida, vivida y ejercida
como un auténtico ministerio eclesial; 5) la programación de su acción
evangelizadora, atendiendo a la diversidad religiosa de sus alumnos y al
grado de vinculación de los mismos con la fe cristiana, y 6) la
integración, afectiva y efectiva, de la escuela católica en el conjunto de
la pastoral de la Iglesia.
NOTAS: 1. DEPARTAMENTO DE PASTORAL DE FERE, La
pastoral de la escuela católica, Madrid 1993, 23. – 2 Cf A. APARISI,
Utopía escolar y realismo educativo, Narcea, Madrid 1982, 72ss. — 3.
DEPARTAMENTO DE PASTORAL DE FERE, o.c., 30. – 4. Ib, 47. – 5. CC 83ss. – 6.
HERMANOS DE LAS ESCUELAS CRISTIANAS,
Escuela cristiana y catequesis,
San Pío X, Madrid 1990, 49.
BIBL.: AA.VV., La escuela ¿lugar de
evangelización?, San Pío X, Madrid 1986; AA.VV., Animation chrétienne de
l'ecole
en Lumen Vitae, vol. XLII, 1987; AA.VV.,
La otra escuela cristiana, Sinite,l04 (1993); BOCoS A., Escuela misionera
y profética en la nueva sociedad, Publicaciones Claretianas, Madrid 1987;
CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, La escuela católica, Roma 1977;
El laico católico, testigo de la fe en la escuela, Roma 1988;
Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, Roma 1988;
DEPARTAMENTO DE PASTORAL DE FERE, La pastoral de la escuela católica,
Madrid 1993; GARCÍA REGIDOR T., En el corazón de la escuela, San Pablo,
Madrid 1988; LAMOTTE E., Guide pastorale de l'enseignement catholique. Pour
la réflexion et 1'action, Drogue-Ardant, Limoges 1989.
Teódulo García
Regidor
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