La metafísica de
occidente se ha elaborado en forma pretrinitaria, a partir del análisis del ser
o de los entes, conforme a una visión que ha sido precisada y criticada en los
últimos decenios por M. Heidegger. Pero Heidegger parece empeñado en volver a la
«fuente griega», tal como estaría reflejada en los primeros pensadores (los
presocráticos). Sólo de esa forma se podría superar la división (o escisión)
establecida ya tras Platón entre el ser y los entes.
Pienso que esa
crítica de Heidegger resulta en el fondo muy parcial y limitada. El problema no
está en el «olvidodel ser», en la cosificación de la realidad, tal como ha
venido a culminar en la visión instrumentalista y técnica de la cultura de
occidente. El problema está en el olvido de las personas o, mejor dicho, en el
eclipse del amor cristiano.
Existe cosificación
en la cultura de occidente, existe el riesgo de manipular la realidad y destruir
al ser humano. Pero ese riesgo no viene del olvido del ser (entendido en forma
filosófica) sino de la falta de amor o, mejor dicho, de la destrucción del valor
de la persona, tal como ella viene a revelarse en Jesucristo.
Hemos definido a la
persona como forma del amor. Cada persona es un momento de amor y únicamente
existe en gesto de relación gratificante. El ser sólo es persona en la medida en
que se da y se acoge, en la medida en que se ofrece y se comporte. Por eso, las
personas trinitarias son las formas fundantes del amor. Son eso que pudiéramos
llamar el amor originario, más allá del puro nirvana (budismo) y de la eternidad
del bien que todo lo atrae, sin entregarse a sí mismo (platonismo)
Dios es amor o,
mejor dicho, las tres formas del amor fundante: es el amor como donación,
acogida y encuentro personal. Es don eterno de sí (Padre) y es eterna
receptividad (Hijo) y es comunión eterna del Padre y el Hijo que
suscitan juntos al Espíritu, como verdad y plenitud del amor compartido. Más
allá de este encuentro de amor no existe nada: no hay «ser» ni existen entes.
Este es el misterio, es el punto de partida de todo lo que pueda darse sobre el
mundo.
Este «discurso del
amor trinitario», esta metafísica que habla de las tres formas fundantes de la
personalidad, nos sitúa en el límite de todas las palabras: allí donde el
silencio es pleno es también pleno el misterio. En el principio no está el ser
ni están los entes; en el principio se encuentran las personas, el Padre que
genera al Hijo, el Hijo engendrado, la comunión del Espíritu.
Ésta es la fe más
honda: es la experiencia fundante de los fieles. Por eso no podemos demostrarla
ni probarla con razones. Esta es la verdad que la Iglesia proclama en su Credo
cuando dice que «cree» en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu. Pues bien, a
partir de esta experiencia fundante puede y debe darse el pensamiento, conforme
a la sentencia famosa de san Anselmo: «fides quaerens intellectum»; la fe da que
pensar, nos capacita para formular y conocer de forma nueva todas las
realidades, especialmente la realidad del amor en las personas.
Comenzó Hegel a
pensar en el amor, para convertirlo en principio de su sistema de filosofía.
Pero luego prefirió dejarlo a un lado, construyendo un sistema de dialéctica
lógica (racional). Juzgo que su opción resultó, en su más honda raíz,
equivocada. Necesitamos un nuevo Hegel, pero un Hegel distinto, que sea capaz de
pensar la realidad desde el amor, pero no como discurso lógico sino en forma de
camino comprometido de entrega mutua. Porque el amor no se puede pensar en forma
abstracta sino en clave de entrega compartida, de compromiso por los otros.
Pensar el amor
significa vivirlo, convertirlo en principio de existencia. Esto es lo que ha
hecho el Cristo. En fórmula muy bella, la teología ha concebido a Jesús como
representante de Dios
(mediador, revelador del Padre): representa y
realiza en el mundo, en forma plena (homoousios), la hondura y verdad del amor
trinitario. En otras palabras, Jesús se atreve a «representar a Dios sobre el
mundo», en gesto de entrega por el reino, en actitud de amor comprometido,
fuerte, intenso. Este amor por los otros (por el reino) ha puesto a Jesús en
manos de los hombres; en favor de ellos se ha entregado, padeciendo la violencia
de ellos ha muerto.
De este modo ha
revelado (ha representado y realizado) sobre el mundo todo el misterio del amor
trinitario. Por eso, la metafísica del amor, interpretada en clave trinitaria en
forma de don-acogida-encuentro personal (Padre, Hijo y Espíritu) viene a
expresarse de un modo concreto en el mensaje y vida, en la entrega y muerte de
Jesús. Por eso, conocer a Jesús y recibirle es recibir y conocer el amor de
Dios, en actitud de amor responsable.
Nadie conoce el
amor desde fuera, como un espectador que mira hacia las cosas que pasan en la
calle. Sólo puede conocerlo el que lo vive, identificándose a sí mismo con el
proceso de acogida y entrega, de pasividad, de comunicación y comunión que es la
vida trinitaria. Así lo ha mostrado Jesús, en gesto fuerte de acción (su mensaje
de reino) y de pasión (se deja en manos del Padre Dios, poniéndose en manos de
los hombres). Por eso dice la revelación cristiana que Jesús ha desplegado sobre
el mundo el misterio pleno del amor que es el Espíritu Santo.
De esta forma
debemos recordar que el amor no suplanta a Dios (como quería Feuerbach) sino que
lo revela yactualiza. Allí donde el amor es pleno no se puede ya afirmar que
resulta innecesaria la presencia de Dios. Al contrario, si el amor es pleno se
supone que Dios está presente, como indica Mt 25, 31-46. Está presente Dios en
los pobres y pequeños de este mundo; y está también en aquellos
que ayudan a los pobres, haciendo así posible el surgimiento de la solidaridad
gratuita y creadora sobre el mundo.
La pascua de Jesús,
esto es la revelación plena del amor trinitario. Por eso, la metafísica del amor
que aquí estamos esbozando carece de sentido si no lleva a la exigencia del
gesto liberador, a la entrega en favor de los pobres, a la transformación de
esta sociedad injusta. Los que emplean métodos de fuerza violenta y de opresión
injusta para cambiar a los demás muestran así que no creen en el amor, no creen
en la Trinidad de Dios ni en la pasión-pascua de Cristo. Pero aquellos que
confiesan con la boca la Trinidad pero no liberan a los otros, ni se entregan
gratuitamente por ellos creen de mentira. Para ellos, la Trinidad se ha
convertido en una especie de especulación gnóstica que sirve para sacralizar el
orden establecido; la Trinidad se diluye en una mala metafísica. Sólo aquellos
que expresan la Trinidad en hermenéutica de cruz-pascua, sólo aquellos que
explicitan el encuentro personal divino en categorías de reino de Jesús, de
entrega liberadora por los otros, han creído de verdad en la Trinidad tal como
ella viene a revelarse en Cristo.
Llegamos de esa
forma al centro y culmen de toda nuestra exposición: el amor de Dios es Cristo,
entregado por los hombres, en camino de liberaciónpascual. Por eso, el sentido
del amor trinitario (inmanencia de Dios) sólo se comprende y vive en la
fidelidad al camino de Jesús (Trinidad económica). Por otra parte, el amor de
Jesús sólo alcanza su plenitud y sólo se desvela en verdad como divino
(originario, fuente y cima de todo lo que existe) allí donde viene a expresarse
desde el misterio trinitario como revelación plena y representación total de la
Trinidad.
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