Suele ser bastante común que el
sabio, cuando en realidad lo es, se muestre como un ser asequible y modesto tal
vez porque comprende lo mucho que aún le queda por aprender. Sólo los ignorantes se creen siempre en posesión de la verdad absoluta y opinan de
todo con auténtica osadía.
Pues bien, entre los grandes sabios
de todos los tiempos, nos encontramos con Santo Tomás de Aquino, el hombre que
supo conciliar la fe y la razón con unos planteamientos que siguen siendo
totalmente válidos.
Tomás nació hacia finales del año
1224, en el castillo de Roccasseca, hijo de Landolfo de quino y Teodora de
Teate. Su familia pertenecía a la aristocracia guerrera y a la guerra se dedicaron
seis de sus hermanos. Sin embargo, él fue destinado a la abadía de Montecasino,
cercana a su lugar de nacimiento, y allí se formó en humanidades, música y
religión. Las andanzas del emperador Federico, del que ya hemos hablado, en su
continuo batallar con el papado, hizo que en 1239 quemara abadías y conventos. El
padre de Tomás al servicio del emperador, sacó a su hijo de la abadía y lo llevó a la universidad de Nápoles, donde
entraría en contacto con la filosofía y la Orden de los Predicadores, o sea los dominicos. Ya no se
apartaría de ellos, a pesar de las presiones familiares.
Tomás era fuerte, un tanto grueso y
con un 1,90 de estatura, tranquilo y bonancible, hablaba poco y estudiaba
mucho, a tal punto que sus compañeros le apodaban "el buey mudo" El futuro
San Alberto el Magno, que fue su maestro, detectó enseguida el talento y las
capacidad de aquella mente, y solía decir: "Lo llamáis el buey mudo, pero su mugido
ha de resonar en el mundo entero" y, evidentemente, así fue.
Tomás recorrió varias ciudades
europeas, siempre rehuyendo dignidades y dedicándose a la docencia y al estudio.
Con sólo 31 años obtuvo una cátedra en París durante cinco años. Después, llamado
por la Curia pontificia, marchó a Italia y vivió en muchas ciudades siguiendo
los pasos de los Papas itinerantes. iPara aquel hombre, reposado y sereno, debió ser un auténtico tormento, andar rodando de una a otra casa, arrastrando escritos y libros, y sólo Dios sabe cuántos perdería por los caminos! pero nada agrió su carácter.
los pasos de los Papas itinerantes. iPara aquel hombre, reposado y sereno, debió ser un auténtico tormento, andar rodando de una a otra casa, arrastrando escritos y libros, y sólo Dios sabe cuántos perdería por los caminos! pero nada agrió su carácter.
Sus discípulos lo adoraban y le
llamaban iI buon fra Tommaso. Con frecuencia paseaban juntos, le consultaban sus dudas y le hacían comentarios. Tomás escuchaba a
todos, como escuchaba al rey francés Luis IX que le pedía consejos o al papa Urbano IV que lo
convirtió en teólogo de la Casa Pontificia.
En una ocasión, volviendo de un
paseo con uno de los muchachos que asistía a sus clases, ambos se pararon a
contemplar una hermosa vista de París. El alumno le dijo: "¡Qué ciudad, maestro!
¿No os gustaría gobernarla?" y la respuesta fue: "No hijo, porque no
tendría tiempo para pensar" Así era el bueno de Santo Tomás.
Murió cuando se dirigía al Concilio
de Lyon, en la hospedería del convento cisterciense de Fosanova. Era el7 de
marzo de 1274 y sólo tenía 49 años.
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