domingo, 4 de enero de 2015

¿QUÉ PODERNOS DECIR DEL PERDÓN?

 
        
 
¿Qué podernos decir del perdón? Es a la vez necesario y casi imposible. Imaginemos un mundo del que estuviese excluido. Todo sería rencor y violencia, represalias y venganzas. Creeríamos poder salvar todo estableciendo una estricta justicia, pero ésta no sería más que rigor e inhumanidad. Por lo tanto, no es posible que se de una relación estable entre dos personas sin que no engendre conflictos, incomprensiones heridas. El sufrimiento es mayor cuanto mayor es también el lazo que los une.
 
¿Un perdón imposible?
 No es extraño que el perdón parezca ser algo imposible. Cuando la herida es demasiado profunda, cuando la herida aún está sangrando, ¿se puede actuar como si nada hubiese pasado? ¿Cómo es posible que una madre perdone a los asesinos de su hija? ¿Cómo no tener en cuenta los dramas tan terribles que las deportaciones masivas, los genocidios, o las opresiones de los opresores? ¿Habrá que olvidarse, entonces, del perdón?
Pero he aquí que en el momento del sufrimiento más fuerte, Jesús de Nazaret, colgado de una cruz, exclama: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". Aquel día, la víctima inocente rezaba por sus enemigos. Los discípulos recogieron su herencia. Se acuerdan que el Maestro les habló a menudo del perdón.
¿Cómo poder seguir haciendo hoy lo de ayer? Pero ¿qué es el perdón?
No olvidemos que se trata de una relación. Hace falta, al menos, dos personas: el que perdona y el que es perdonado. Las dos son importantes. Muchas veces nos fijamos únicamente en la primera persona. ¿Qué quiere decir perdonar?
Perdonar no significa olvidar. ¿Cómo se puede construir el futuro haciendo tabla rasa del pasado? ¿Qué ganaríamos con quitar de la memoria lo que forma parte de los acontecimientos importantes de nuestra vida? No se trata de hacerse un lavado de cerebro y actuar como si nada malo hubiese ocurrido.
El perdón no es una cuestión de compasión. Esta humilla a la persona a quien nos dirigimos. Pero puede ser un primer paso en el camino a recorrer para llegar a la nobleza del perdón.
No se trata tampoco de negociar, como muchas veces ocurre en política. No se tiene en cuenta el mal que se ha podido ocasionar, cuando esto conviene a las dos partes. Entonces el perdón se convierte en una especie de compraventa.
              
El hombre perdonado
 ¿Cómo descubrir lo que es el perdón? En este campo, como en otros muchos, el Evangelio va a contra corriente. Nos invita a mirar por otro prisma: no sólo perdonar, sino ser perdonado.
¿Qué ocurre con aquel que es perdonado? El mejor ejemplo ¿no es acaso el de Zaqueo? (Le 19, 1-10) ¿Qué ha ocurrido entre él y Jesús? No gran cosa. Una mirada del Maestro dirigida hacia este hombre pequeño subido en un árbol. Y he aquí que Jesús se invita a comer. Zaqueo se queda sorprendido, su vida cambiará de ahora en adelante.
Podemos buscar otras páginas del Evangelio. Pedro negó tres veces al Maestro. Después de la Resurrección, en el borde del lago, le hacen tres veces la misma pregunta: "Pedro, ¿me amas?" (Jn 21, 15-19), y se le confirma en la misión de ser cabeza de la comunidad. Una mujer, durante una comida en casa de Simón el fariseo, llora sobre los pies de Jesús. Se sabe amada, pero ella ama más aún (Le 7, 36-50).
Escenas de este tipo no sólo se encuentran en el Evangelio.
En el seno de nuestras familias todos hemos tenido experiencias parecidas, aunque a la medida de nuestras "faltas". Los padres que se saben perdonar luego son capaces de volver a empezar. A veces tan solo es cuestión de una mirada. La Palabra de Dios nos revela la grandeza de lo que vivimos día 'tras día.
              
 ¿Qué ocurre?
 Para cada una de las dos partes, vivir el perdón es siempre una cuestión de fe, no forzosamente religiosa, pero una cuestión de fe que es don de sí mismo al otro. Ser perdonado, es creer que el otro sigue queriéndonos. La alegría comienza a nacer cuando descubrimos que el otro es capaz de amarnos verdaderamente, tal y como somos, con nuestras sombras, que también nos hacen sufrir a nosotros mismos. Esta mirada nos abre hacia el futuro, nos salva de nosotros mismos.
Perdonar, finalmente, es simplemente seguir queriendo. Algunas veces es hacer renacer el amor, si se estaba debilitando. Entonces habremos matado el odio. El mal no tiene ya poder sobre el bien. Perdonar es abrirse hacia el futuro. Es poner su confianza en el otro, es creer en la luz con el riesgo que esto lleva. Nos podrán debilitar una vez más. Pero entregar la propia fe siempre es un riesgo.
La mayoría de las veces, el perdón no es cosa de dos, sino de tres. En el evangelio de Lucas (7, 36-50), además de Jesús y la mujer pecadora, también está Simón: que es la opinión pública.
Para cada uno de nosotros, perdonar es hacer un largo camino de descubrimiento del otro. Pero Dios nos perdona antes de que se lo pidamos; porque nos ama y nos conoce y cree en nosotros. Entre nosotros, el perdón siempre es recíproco; en algún momento nos tocará a nosotros pedir perdón a aquel que hoy nos ha perdonado. Con Dios, es diferente. El es la fuente del perdón y nos i entran ganas de decirle no tanto: "perdónanos como nosotros perdonamos" sino más bien "haz que seamos capaces de perdonar, como tú nos perdonas".

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