La
primitiva lengua del cristianismo, aun en el occidente romano, fue el griego. En
la Galia romana, Ireneo de Lyón escribía en griego, y aun en la misma Roma,
Hipólito utilizaba esta lengua a finales del siglo II. Sin embargo, a medida
que el cristianismo iba arraigando en occidente, dejando de predominar entre sus
filas los inmigrantes de origen oriental, empezó a sentirse la necesidad de
expresarse en latín. Los textos latinos cristianos más antiguos hubieron de
ser las traducciones bíblicas y los formularios litúrgicos, de los que quedan
rastros dispersos. Pero ya a finales del siglo II aparecen obras literarias
propiamente tales en latín: en esta lengua escribe, en los ambientes romanos,
el apologista Minucio Félix; y en el Africa romana surge el genio incomparable
de Tertuliano.
Tertuliano
nació en Cartago antes del año 160, y se dedicó desde muy joven a la
retórica y al derecho. Pasó a Roma, donde parece que ganó reputación como
jurista, aunque esto no acabó de satisfacer su temperamento idealista y
apasionado. Hacia el año 195 se convirtió al cristianismo, y desplegó una
incansable actividad literaria en defensa y explicación de su nueva fe. Sin
embargo, ni aun en ella encontraba fácilmente satisfacción aquel africano
ardiente a quien toda perfección parecía poca: pronto se dejó atraer por las
tendencias más espiritualistas y rigoristas dentro del cristianismo, y
finalmente, hacia el año 207, se adhirió abiertamente a la secta herética de
Montano, que pretendía ser un cristianismo más purificado por medio de una
nueva encarnación del Espíritu de Dios en sus miembros.
Los
escritos de Tertuliano reflejan todo el apasionamiento de su alma. La doctrina
cristiana se expresa en ellos con una fuerza extraordinaria, pero también de
una forma extremosa, desmesurada y, a veces, llena de contradicciones. Los
escritos montanistas del último período de su vida manifiestan una actitud
rigorista y espiritualista que contradice las posturas más moderadas de sus
primeros años. Aun así, los escritos de Tertuliano ejercieron un influjo
incalculable en la formación del pensamiento teológico.
Al
revés que los alejandrinos, Tertuliano afecta repudiar totalmente la cultura
pagana, lo cual no quiere decir que sus propios modos de pensar y de expresarse
no estén profundamente influidos por la retórica y la filosofía de su tiempo.
Antes de entregarse al espiritualismo montanista, Tertuliano está convencido de
que la única verdad es la que se contiene en la tradición apostólica que se
conserva en la iglesia. Ni siquiera la Escritura es por si misma garantía
suficiente de verdad, puesto que todas las sectas apelan a ella: el verdadero
sentido de la Escritura nos lo da la regla de fe de la Iglesia. Más adelante,
cuando él mismo haya caído en la secta montanista, Tertuliano repudiará la
regla de fe y de vida de la Iglesia, para buscar la verdad únicamente en la
inspiración carismática de los que se sienten arrebatados por una extraña
nueva efusión del Espiritu.
Contra
el marcionismo, Tertuliano defenderá la unicidad del Dios creador y redentor,
del Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento. La misma creación material es en
sí buena, manifestando en su orden y belleza la bondad de Dios, que la hizo
para bien del hombre. En el tratado contra Práxeas, hereje monarquianista,
Tertuliano defiende la doctrina trinitaria con fórmulas que preludian el
definitivo pensamiento agustiniano en esta materia: aunque se encuentra todavía
con dificultades de expresión por falta de un lenguaje teológico preciso,
Tertuliano expresa la verdadera unidad de naturaleza y de sustancia en Dios
juntamente con la verdadera trinidad de personas, y al combatir el
monarquianismo no cae, como los padres griegos, en expresiones de tendencia
subordinacionista. En él se encuentra ya el germen de lo que será la
explicación psicológica de la Trinidad que desarrollará san Agustín. El
misterio de la Encarnación es explicado magistralmente por Tertuliano en el
tratado De carne Christi, en el que combate las tendencias docetistas siempre
amenazantes. La antropología de Tertuliano es original y vigorosa, y puede
estudiarse particularmente en su tratado De Anima, el primer libro que un autor
cristiano dedicara especialmente a esta cuestión. El alma es imagen de Dios,
libre, e inmortal. Respecto al origen de las almas individuales, Tertuliano se
inclina por lo que luego se llamó traducianismo, es decir, por la explicación
según la cual el alma se transmitiría y se multiplicaría a través del semen
paterno en el acto de la generación. A partir de la doctrina cristiana de la
resurrección Tertuliano corrige el espiritualismo de la tradición platónica,
y defiende la dignidad de la carne y del cuerpo humano, que ha de servir a Dios
juntamente con el alma, y que con ella ha de recibir el premio de la vida
bienaventurada. El pecado original es una corrupción inicial y culpable de la
naturaleza que se transmite con la transmisión de las almas a los individuos.
Podría
considerarse a Tertuliano como el fundador de la teología sacramental. Su
tratado De Baptismo—la primera obra cristiana dedicada expresamente al estudio
de un sacramento—establece las bases teológicas de los sacramentos como
signos de la gracia. Antes de entregarse al montanismo, Tertuliano admitía la
posibilidad de una penitencia aun después del bautismo, y como exhortación a
ella escribió su tratado De paenitentia, Con el montanismo adoptó en cambio un
rigorismo extremo, lanzándose a furiosos ataques contra la jerarquía de la
Iglesia a la que acusaba de laxismo en el perdón de los pecados. En Tertuliano
se encuentran también las primeras referencias al rito del matrimonio
cristiano.
En
cuanto a la vida cristiana, Tertuliano subraya en ciertos momentos con
intención apologética que los cristianos son en todo como los demás hombres,
dedicándose a toda suerte de ocupaciones y orando por los emperadores. En
cambio, en otros momentos, y sobre todo a consecuencia del rigorismo montanista,
parece exigir una rigurosa ascética de apartamiento del mundo, negando que el
cristiano pueda prestar servicio militar y ocuparse en cosas temporales. A pesar
de sus expresiones, a menudo intolerantes, Tertuliano es uno de los primeros
escritores cristianos que, por razones apologéticas, proclama los principios de
la libertad religiosa, por los que ningún culto particular puede ser impuesto a
nadie por la fuerza, y declara la absoluta igualdad de todos los hombres ante
Dios.
Por
lo que respecta a la escatología, Tertuliano acepta el milenarismo o reinado de
los justos durante mil años sobre esta tierra al fin de los tiempos; en él se
expresa ya la concepción, que luego se generalizó, por la cual el alma pasa a
recibir el premio o el castigo de Dios ya inmediatamente después de su muerte,
sin esperar a la resurrección final, así como la idea del purgatorio o
purificación del alma después de la muerte.
TERTULIANO es el
primero de los escritores de África y uno de los más notables. Hasta él, es
escaso lo que sabemos de la Iglesia de África. La primera noticia es de poco
antes, del año 180, y nos la da el acta de los mártires de Scillium. Para
entonces esa Iglesia está ya muy organizada; no mucho más tarde Tertuliano dirá
que si los cristianos abandonasen las ciudades, éstas se quedarían vacías: una
exageración retórica, sin duda, pero significativa a pesar de todo; ciertamente,
los cristianos de África eran ya muchos, estaban arraigados desde tiempo atrás,
y mantenían relaciones estrechas con los de Roma.
Tertuliano nació en
Cartago, probablemente hacia el año 155, de padres paganos. Hijo de un
centurión, con una buena formación en derecho, se hizo famoso en Roma como
abogado. Se hizo cristiano hacia el 193 y se estableció en Cartago. Aunque San
Jerónimo afirma que fue ordenado sacerdote, continúan las dudas sobre si
permaneció laico o no. Sus escritos se extienden desde el 197 hasta el 220; fue
hacia el 207 cuando se pasó abiertamente al montanismo, del que fue cabeza en
África, como ya hemos dicho. Su muerte debió de ocurrir hacia el 230.
Dejando aparte a
San Agustín, Tertuliano es el escritor latino más importante. Es notable su
conocimiento de la filosofía y de la literatura latina y griega; su estilo es
vivo, de frase breve, aficionado a la paradoja. Valiente hasta la temeridad,
probablemente fue el heroísmo de los mártires lo que más le acercó a la fe. Sus
argumentos son a veces poco convincentes por exceso: trata de probar demasiado,
de deshacer completamente al adversario, y una apariencia de recurso al sofisma
puede obscurecer su amor apasionado a la verdad.
Las primeras obras
que escribió son apologías; una consecuencia inmediata de su conversión,
pues, dirigiéndose a los paganos, dice al comienzo de la primera de
lasmencionadas más abajo: «los que con vosotros antes ignoraban y con vosotros
odiaban, así que comienzan a conocer dejan de odiar lo que dejaron de ignorar;
es más, se hacen aquello que, odiaban y comienzan a odiar aquello que
eran». Por eso desea dar a conocer la religión de los cristianos, deshacer las
calumnias, mostrar los errores de los adversarios. En definitiva, son los temas
que ya conocernos de la literatura apologética.
Dos obras muy
semejantes abordan este objetivo. La primera está dirigida Ad nationes,
«a los paganos»; la segunda, Apologeticum, «apología», se dirige a los
gobernadores provinciales romanos. Esta segunda, poco después de su aparición
estaba ya traducida al griego, y es la obra mejor conocida de todas las suyas y
la más conseguida.
También pueden
clasificarse como de apología las obras siguientes: el alegato dirigido A
Scápula, procónsul de África desde 211 a 213, que perseguía cruelmente a los
cristianos y al que trata de convencer de que mientras esa persecución es dañosa
para el estado romano, en nada puede perjudicar a los cristianos; el escrito
Contra los judíos, donde expone las relaciones entre la ley antigua y la
nueva y cómo aquélla fue abrogada; y El testimonio del alma, en que desea
mostrar cómo el alma que no ha sido aún pervertida por la filosofía manifiesta
una tendencia natural a conocer al Dios de los cristianos y las principales
verdades de esta religión; como se puede ver, su actitud hacia el saber profano
es muy distinta de la de los escritores griegos contemporáneos.
Junto a los
escritos de defensa contra los ataques exteriores, se pueden poner aquellos
otros que defienden la fe contra las herejías. Se trata de obras no muy
extensas, a excepción de una de ellas que lo es en extremo: el tratado Contra
Marción, que, con gran diferencia, es la obra más voluminosa de Tertuliano y
que fue redactado tres veces; entre otras cosas, nos da mucha información sobre
esta herejía dualista, de la que ya hemos hablado: Contra Hermógenes está
escrito contra un gnóstico de Cartago de este nombre. Contra los
valentinianos, contra esta secta gnóstica.
Sobre el bautismo,
escrito contra unas objeciones de tipo racionalista, es el primer tratado
conocido sobre un sacramento, y de una importancia teológica considerable. En
Scorpiace defiende el martirio contra los gnósticos, y en Sobre la carne
de Cristo y Sobre la resurrección de la carne, defiende la realidad de
ambas, íntimamente ligadas tanto en la mente de Tertuliano como en la de los que
las negaban. Contra Práxeas, que identificaba el Padre con el Hijo,
escribió con gran acierto, de manera que muchas de las fórmulas sobre la
Santísima Trinidad son semejantes a las utilizadas por el concilio de Nicea, y
fueron recogidas por escritores posteriores, entre ellos San Agustín; sin
embargo, propende algo hacia el subordinacionismo. El tratado Sobre el alma,
bastante extenso, es una refutación de diversas opiniones erróneas de su
tiempo, al mismo tiempo que expone las suyas, tratando de derivarlas de las
Escrituras; entre otras cosas, habla de una cierta corporeidad del alma, que
sería también engendrada por los padres, lo cual es un error («traducianismo»).
Finalmente, tiene
interés su tratado Sobre la prescripción de los herejes, en el que
ataca radicalmente su proceder, adaptando una noción del derecho procesal: a los
herejes no les es lícito usar las Sagradas Escrituras en apoyo de sus tesis,
pues las Escrituras están confiadas a la Iglesia; por tanto, aquellos de sus
argumentos que pretenden basarse en la Escritura no tienen derecho siquiera a
ser oídos: no hace falta responder a sus razones, basta con señalar que no están
autorizados a presentarlas.
El último grupo en
que hemos clasificado las obras de Tertuliano lo forman aquellas que versan
sobre problemas prácticos, ya sean sobre la disciplina o sobre la moral y la
perfección cristianas. Como se verá enseguida, es en ellas donde más se acusará
su inclinación creciente hacia elmontanismo. Quizá la mejor manera de dar una
idea de su gran variedad sea enumerar sus títulos, en un orden que pretende ser
aproximadamente cronológico, de modo que ilustre también ese desplazamiento
hacia el montanismo.
Estas obras son: A
los mártires, una de las primeras, breve, sencilla y admirable, dirigida
a confortar a los que ya en la cárcel esperaban el martirio. Sobre los
espectáculos, donde condena los juegos públicos (circo, anfiteatro,
etcétera) tanto por su origen y su significado religioso como por su contenido
inmoral. Sobre el vestido de las mujeres, rigorista. Sobre la oración,
dirigido a los catecúmenos, con la más antigua explicación conocida del
padrenuestro, y con una serie de consejos prácticos sobre cómo orar, en los que
se ve una concepción realmente cristiana de la vida. Sobre la paciencia,
la manera de sufrir las contradicciones de la vida y el sentido de éstas.
Sobre la penitencia, que comprende tanto la preparación al bautismo como a
la segunda penitencia.
A mi mujer,
sobre el matrimonio, un tema en el que insistirá con menos acierto más adelante,
cuando comience a deslizarse hacia el montanismo, y de nuevo cuando ya sea
plenamente montanista. Exhortación a la castidad, dedicado a un amigo
cuya esposa acababa de morir, para persuadirle de que no se case de nuevo.
Sobre la monogamia, en que se sigue mostrando enemigo de las segundas
nupcias, escrito en un tono brillante y amargo a la vez. Sobre el velo que
han de llevar las vírgenes. Sobre la corona, en que sostiene que el
cristiano no puede servir en el ejército, y en el que critica ya a los
católicos.
Sobre la huida en
la persecución, que según él en ningún caso está permitida por Dios, otro
paso dentro del montanismo. Sobre la idolatría, donde expone cómo el
cristiano queda excluido de muchas ocupaciones y profesiones por la relación que
tienen, en mayor o en menor grado, con el culto de los ídolos. Sobre el ayuno
de los psíquicos, es decir, de los católicos, a los que ahora ataca
violentamente porque no están de acuerdo con su actitud rigorista. Sobre la
modestia, también muy violento, y en el que sostiene que el poder de
perdonar no pertenece a la jerarquía de la Iglesia, sino a una jerarquía
espiritual y profética. Sobre el palio, un manto griego que usaban los
filósofos, en que se defiende de las críticas por haberlo comenzado a usar, y
que tanto puede ser una obra primeriza como una de las últimas.
Quizá debido en
parte a su deslizamiento hacia la herejía, Tertuliano fue poco leído por la
posteridad; con excepción del Apologeticum, sus obras nos han llegado en
mal estado, y algunas se han perdido.
*
* * * *
La
pasión por la verdad. VERDAD/TERTULIANO
...
Dejad que la verdad se abra paso hasta vuestros oídos, aunque sea por este
camino privado de un escrito sin voz, La verdad no pide favor alguno para su
causa, porque no se asombra de su condición: sabe que anda como extranjera en
la tierra, y que, andando entre extranjeros, fácilmente se encuentra con
enemigos: su linaje, su morada, su esperanza, su crédito, el reconocimiento de
su valor están en los cielos. Mientras tanto, una sola cosa pide: que no se la
condene sin ser conocida. ¿Qué daño les puede venir a las leyes, que son
soberanas en su propia esfera, de que se la oiga? ¿Podrá su soberanía ser
más gloriosa por el hecho de que condenen a la verdad sin haberla oído? Si la
condenan sin oírla, además del reproche de injusticia, se atraerán la
sospecha de un prejuicio por el cual no están dispuestos a oir aquello que
saben que no podrían condenar una vez oído... 1
La
verdad no tiene nada de qué avergonzarse, sino sólo de que no se la saque a
luz 2,
El
cristianismo y la filosofía.
Todo
esto son doctrinas humanas y demoníacas, nacidas de la especulación de la
sabiduría mundana, para agradar a los oídos. Pero el Señor las llamó
necedad, y eligió lo necio según el mundo para confundir a la misma
filosofía. Porque la filosofía es el objeto de la sabiduría mundana,
intérprete temeraria del ser y de los designios de Dios. Todas las herejías en
último término tienen su origen en la filosofía. De ella proceden los eones y
no sé qué formas infinitas y la tríada humana de Valentín; es que había
sido platónico. De ella viene el Dios de Marción, cuya superioridad está en
que está inactivo; es que procedía del estoicismo. Hay quien dice que el alma
es mortal. y ésta es doctrina de Epicuro. En cuanto a los que niegan la
resurrección de la carne, se apoyan en la enseñanza de todos los filósofos
sin excepción. Los que equiparan a Dios con la materia siguen las enseñanzas
de Zenón. Los que pretenden un Dios ígneo aducen a Heráclito. Las mismas
cuestiones tratan los filósofos y los herejes, y sus disquisiciones andan
entremezcladas: ¿de dónde viene el mal?; ¿cuál es su causa?; ¿de dónde y
cómo ha surgido el hombre? Y también lo que hace poco propuso Valentín: ¿de
dónde viene Dios? Está claro de la Entimesis y del Ectroma. Es el miserable
Aristóteles el que les ha instruido en la dialéctica, que es el arte de
construir y destruir, de convicciones mudables, de conjeturas firmes, de
argumentos duros, artífice de disputas, enojosa hasta a sí misma, siempre
dispuesta a reexaminarlo todo, porque jamás admite que algo esté
suficientemente examinado. De ella nacen las fábulas y las genealogías
interminables. las disputas estériles, las palabras que se insinúan como un
escorpión... Quédese para Atenas esta sabiduría humana manipuladora y
adulteradora de la verdad, por donde anda la múltiple diversidad de sectas
contradictorias entre sí con sus diversas herejías. Pero, ¿qué tiene que ver
Atenas con Jerusalén? ¿Qué relación hay entre la Academia y la Iglesia?
¿Qué tienen que ver los herejes y los cristianos? Nuestra escuela es la del
pórtico de Salomón, que enseñó que había que buscar al Señor con
simplicidad de corazón. Allá ellos los que han salido con un cristianismo
estoico, platónico o dialéctico. No tenemos necesidad de curiosear, una vez
que vino Jesucristo, ni hemos de investigar después del Evangelio. Creemos, y
no deseamos nada más allá de la fe: porque lo primero que creemos es que no
hay nada que debamos creer más allá del objeto de la fe... 3
La
tradición apostólica, regla de fe. TRADICION/REGLA-FE
Jesucristo
mientras vivía en la tierra declaraba lo que él era, lo que había sido, cuál
era la voluntad del Padre que él ejecutaba, qué deberes prescribía al hombre;
y todo esto, ya abiertamente al pueblo, ya a sus discípulos aparte, de entre
los cuales había escogido a doce principales para tenerlos junto a sí,
destinados a ser los maestros de las naciones. Y así, habiendo hecho defección
uno de ellos, cuando después de su resurrección partía hacia el Padre mandó
a los once restantes que partieran y enseñaran a las naciones, bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y al punto los
apóstoles -—palabra que significa Enviados»— ...recibieron la fuerza del
Espíritu Santo que les había sido prometida para hacer milagros y para hablar.
Y en primer lugar anunciaron por la Judea la fe en Jesucristo e instituyeron
Iglesias, y luego marcharon por todo el orbe y predicaron la enseñanza de la
misma fe a las naciones. Así fundaron Iglesias en cada una de las ciudades, y
de éstas las demás Iglesias tomaron luego el retoño de la fe y la semilla de
la doctrina, como lo siguen haciendo todos los días para ser constituidas como
Iglesias. Por esta razón éstas se tenían también por Iglesias apostólicas,
puesto que eran como retoños de las Iglesias apostólicas. A todo linaje se le
atribuyen las características de su origen. Y así todas estas Iglesias, tan
numerosas y tan importantes, se reducen a aquella primera Iglesia de los
apóstoles, de la que todas provienen. Todas son primitivas; todas son
apostólicas, puesto que todas son una. Prueba de esta unidad es la
intercomunicación de la paz y del nombre de hermanos, así como de las
garantías de la hospitalidad...
Aquí
fundamos nuestro argumento de prescripción: Si el Señor Jesús envió a los
apóstoles a predicar, no hay que recibir otros predicadores fuera de los que
Cristo determinó, puesto que «nadie conoce al Padre sino el Hijo, y a quien el
Hijo lo revelare» (Mt 28, 19), ni parece que el Hijo lo revelase a otros fuera
de los apóstoles, a quienes envió a predicar precisamente lo que les había
revelado. ¿Qué es lo que predicaron, es decir, qué es lo que Cristo les
reveló? Mi presupuesto de prescripción es que esto no se puede esclarecer si
no es recurriendo a las mismas Iglesias que los apóstoles fundaron y en las que
ellos predicaron «de viva voz», como se dice, lo mismo que más tarde
escribieron por cartas. Si esto es así, es evidente que toda doctrina que esté
de acuerdo con la de aquellas Iglesias apostólicas, madres y fuentes de la fe,
debe ser considerada como verdadera, ya que claramente contiene lo que las
Iglesias han recibido de los apóstoles, como éstos la recibieron de Cristo y
Cristo de Dios. Al contrario, cualquier doctrina ha de ser juzgada a priori como
proveniente de la falsedad, si contradice a la verdad de las Iglesias de los
apóstoles, de Cristo y de Dios. Sólo nos queda, pues, demostrar que nuestra
doctrina, cuya regla hemos formulado anteriormente, procede de la tradición de
los apóstoles, mientras que por este mismo hecho las otras provienen de la
falsedad. Nosotros estamos en comunión con las Iglesias apostólicas, ya que
nuestra doctrina en nada difiere de la de aquéllos. Este es el criterio de la
verdad.
...Suelen
objetarnos que los apóstoles no tuvieron conocimiento de todo; luego, agitados
por la misma locura con que todo lo vuelven al revés, dicen que efectivamente
los apóstoles tuvieron conocimiento de todo, pero no lo enseñaron todo a
todos. En uno y otro caso atacan al mismo Cristo, quien hubiera enviado a unos
apóstoles o mal instruidos o poco sinceros. Porque, ¿quién estando en sus
cabales puede creer que ignorasen algo aquellos a quienes el Señor puso como
maestros, todos los cuales fueron sus compañeros, sus discípulos, sus
íntimos? A ellos les explicaba por separado todas las cosas oscuras; a ellos
les dijo que les estaba dado conocer los secretos que el vulgo no podia
comprender. ¿Ignoró algo Pedro, a quien llamó Piedra sobre la que había de
edificarse la Iglesia, quien obtuvo las llaves del reino de los cielos y el
poder de atar y desatar en el cielo y en la tierra? ¿Ignoró algo Juan, el muy
amado del Señor, el que descansó sobre su pecho, el único a quien el Señor
descubrió que Judas sería el traidor, el que fue dado a María como hijo en su
propio lugar? ¿Qué podia querer que ignorasen aquellos a quienes mostró hasta
su propia gloria, con Moisés y Elías, y hasta la voz del Padre desde el cielo?
Y con ello no hacía ofensa a los demás apóstoles, sino que atendía a que
<<tada palabra ha de reposar sobre tres testigos» (Dt 9, 15). Seguramente
fueron ignorantes aquellos a quienes aun después de la resurrección, mientras
iban de camino, se dignó explicarles todas las Escrituras. En cierta ocasión
había dicho claramente: «Os tengo que decir todavía muchas cosas, pero ahora
no las podéis soportar» (Jn 16, 21). Sin embargo, añadió: «Cuando venga
aquel Espíritu de verdad, os llevará a toda verdad.» Con lo cual mostró que
no ignoraban nada aquellos a quienes prometía que «conseguirían toda verdad»
por medio del Espiritu de verdad. Y ciertamente cumplió lo prometido con la
venida del Espiritu Santo, atestiguada en los Actos de los apóstoles. Los que
rechazan este libro ni siquiera pueden pertenecer al Espiritu Santo, ya que no
pueden reconocer que el Espiritu Santo haya sido enviado a los discípulos; ni
siquiera pueden admitir la iglesia, ya que no pueden probar cuándo ni en qué
cuna fue constituido este cuerpo. Pero ellos se preocupan poco de no tener
pruebas de aquello que defienden: y así tampoco han de considerar las
refutaciones de sus embustes.
...Con
una locura semejante, como dijimos, confiesan que efectivamente los apóstoles
no ignoraban nada, ni predicaban cosas distintas unos de otros, pero no admiten
que ellos revelasen a todos todas las cosas, sino que algunas las anunciaban en
público y para todo el mundo, y otras en privado y para pocos. Aducen las
palabras que dirigió Pablo a Timoteo (I Tim 6, 20): <<Guarda el
depósito», y también: «Conserva el precioso depósito»...
...Era
natural que al confiarle a Timoteo la administración del Evangelio, añadiera
que no lo hiciera de cualquier manera y sin prudencia, según la palabra del
Señor de «no echar las piedras preciosas a los puercos, ni las cosas santas a
los perros» (cf. Mt 7, 6). El Señor enseñó en público, sin ninguna alusión
a secreto misterioso alguno. Él mismo les mandó que lo que hubieran oído de
noche y en lo oculto, lo predicasen a pleno día y desde los tejados. Mediante
una parábola les daba a entender que ni siquiera una mina, es decir, una de sus
palabras, tenían que guardar en un escondite sin dar fruto alguno. Él mismo
les enseñaba que no se solía ocultar una lámpara bajo un celemín, sino que
se ponía sobre un candelabro, para que brille «para todos los que están en la
casa» (Mt 5, 15). Todo esto, los apóstoles o lo habrían despreciado, o no lo
habrían entendido, si no lo cumplieron, ocultando algo de la luz que es la
palabra de Dios y el misterio de Cristo... 4
No
basta la Escritura como garantía de verdad: se requiere la fe de la Iglesia que
la interpreta.
Es
evidente que toda doctrina que esté de acuerdo con la de aquellas Iglesias
apostólicas, madres y fuentes de la fe, debe ser considerada como verdadera, ya
que claramente contiene lo que las Iglesias han recibido de los apóstoles, como
éstos la recibieron de Cristo y Cristo de Dios. Al contrario, cualquier
doctrina ha de ser juzgada a priori como proveniente de la falsedad, si
contradice a la verdad de las Iglesias de los apóstoles, de Cristo y de Dios.
Sólo nos queda, pues, demostrar que nuestra doctrina, cuya regla hemos
formulado anteriormente, procede de la tradición de los apóstoles, mientras,
que por este mismo hecho las otras provienen de la falsedad. Nosotros estamos en
comunión con las Iglesias apostólicas, ya que nuestra doctrina en nada difiere
de la de aquellas. Este es el criterio de la verdad 5.
La
regla de la verdad es la tradición antigua.
Habrá
que considerar como herejía lo que se ha introducido con posterioridad, y
habrá que tener por verdad lo que ha sido transmitido desde el principio por la
tradición. Pero otra obra asentará contra los herejes esta tesis, por la que,
aun sin discutir sus doctrinas, habrá que convencerles de ser tales a causa de
la «prescripción de novedad» 6.
La
apelación no ha de ser a la Escritura; no hay que llevar la lucha a un terreno
en el que la victoria sea ambigua, incierta o insegura. Aunque la confrontación
de textos no tuviera por resultado poner en un mismo plano los dos partidos
combatientes, todavía según requiere la naturaleza de las cosas, habría que
proponerse antes la única cuestión que ahora pretendemos dilucidar, a saber, a
quién hay que atribuir la fe misma, la fe a la que dicen relación las
Escrituras. Por quién, mediante quién, cuándo y a quién ha sido dada la
doctrina que nos ha hecho cristianos. Dondequiera que aparezca que reside la
verdad de la enseñanza y de la fe cristiana, allí estarán las verdaderas
Escrituras, las verdaderas interpretaciones de todas las que verdaderamente son
tradiciones cristianas 7.
El
Espíritu Santo, garantía de la tradición de la Iglesia.
Concedamos
que todas las Iglesias hayan caído en el error; que el mismo Apóstol se haya
equivocado al dar testimonio en favor de algunas. El Espíritu Santo no ha
tenido cuidado de ninguna a fin de conducirla a la verdad, aunque para esto
había sido enviado por Cristo, para esto había sido pedido al Padre, para que
fuera doctor de la verdad. No ha cumplido su deber el mayordomo de Dios, el
vicario de Cristo, sino que ha dejado que las Iglesias entiendan a veces otra
cosa y crean otra cosa que lo que él mismo predicaba por medio de los
apóstoles. ¿Es verosímil realmente que tantas y tan importantes Iglesias
hayan andado por el camino del error para encontrarse finalmente en una misma
fe? Muchos sucesos independientes no llevan a un resultado único. El error
doctrinal de las Iglesias debiera haber llevado a la diversificación. Pero sea
lo que fuere, cuando entre muchos se aprecia unanimidad, ésta no viene del
error, sino de la tradición. ¿Quién tendrá la audacia de decir que se
equivocaron los autores de esta tradición? 8
El
criterio de antigüedad combinado con el de apostolicidad.
Así
pues, si quieres ejercitar mejor tu curiosidad en lo que toca a tu salvación,
recorre las Iglesias apostólicas en las que todavía en los mismos lugares
tienen autoridad las mismas cátedras de los apóstoles. En ellas se leen
todavía las cartas auténticas de ellos, y en ellas resuena su voz y se
conserva el recuerdo de su figura. Si vives en las cercanías de Acaya, tienes
Corinto. Si no estás lejos de Macedonia, tienes Filipos. Si puedes acercarte al
Asia, tienes Efeso. Si estás en los confines de Italia, tienes Roma, cuya
autoridad también a nosotros nos apoya. Cuán dichosa es esta Iglesia, en la
que los apóstoles derramaron toda su doctrina juntamente con su sangre, donde
Pedro sufrió una pasión semejante a la del Señor, donde Pablo fue coronado
con un martirio semejante al de Juan (Bautista), donde el apóstol Juan fue
sumergido en aceite ardiente sin sufrir daño alguno, para ser luego relegado a
una isla. Veamos lo que esta Iglesia aprendió; veamos lo que enseñó. Y con
ella las Iglesias de Africa que le están vinculadas (ecclesiis contesseratis).
Ella reconoce a un solo Dios y Señor, creador de todo, y a Cristo Jesús,
nacido de la virgen María, hijo del Dios creador; reconoce la resurrección de
la carne, asocia la ley y los profetas con los escritos evangélicos y
apostólicos: aquí es donde va a beber su fe: la fe que sella con el agua, que
viste con el Espíritu Santo, que alimenta con la Eucaristía. Ella exhorta al
martirio, y no admite a nadie contrario a esta doctrina. Tal es la doctrina, no
digo que ya prenunciaba las herejías futuras, pero sí de la que nacieron las
herejías. Estas no forman parte de ella, puesto que surgieron en oposición a
ella. También de un hueso de oliva suave, rica y comestible, nace un acebuche.
También de las pepitas de higos deliciosos y dulcísimos nace el vacío e
inútil cabrahígo. Así las herejías han nacido de nuestro troncos pero no son
de nuestra raza; han nacido de la semilla de la verdad, pero con la bastardía
de la mentira.
Siendo
así que la verdad ha de declararse a nuestro favor, a saber, de todos los que
profesamos aquella regla que la Iglesia recibió de los apóstoles, éstos de
Cristo, y Cristo de Dios, es evidente que nuestro intento es razonable cuarido
proponemos que no se ha de permitir a los herejes que apelen a las Escrituras,
ya que probamos sin recurrir a las Escrituras que ellos no tienen nada que ver
con las Escrituras. Si son herejes, no pueden ser cristianos, ya que no han
recibido de Cristo lo que ellos se han escogido por propia elección al admitir
el nombre de herejes. No siendo cristianos, no tienen derecho alguno sobre los
escritos cristianos. Con razón se les ha de decir: ¿Quiénes sois? ¿Cuándo
llegasteis, y de dónde? ¿Qué hacéis en mi terreno, no siendo de los míos?
¿Con qué derecho, Marción, cortas leña en mi bosque? ¿Con qué permiso,
Valentín, desvías el agua de mis fuentes? ¿Con qué poderes, Apeles, mueves
mis mojones?... Esta posesión es mia; posesión antigua y anterior a vosotros.
Tengo unos origenes firmes, desde los mismos fundadores de la doctrina... 9.
El
criterio de antigüedad de la verdad.
Volvamos
a nuestra discusión acerca del principio de que lo más originario es lo
verdadero, y lo posterior es lo falso. Tenemos en su favor aquella parábola de
la buena semilla que fue sembrada por el Señor primero, y a la que el diablo
enemigo añadió después la mezcla impura de la cizaña que es hierba estéril.
Adecuadamente representa la parábola la diversidad de las doctrinas: porque
también en otros pasajes la semilla es imagen de la palabra de Dios, y así la
misma sucesión temporal manifiesta que viene del Señor y es verdadero lo que
ha sido depositado en primer lugar, mientras que lo que ha sido introducido
después es extraño y falso. Este principio permanece válido contra
cualesquiera herejías posteriores, las cuales no tienen conciencia alguna de su
continuidad como argumento de su verdad.
Por
lo demás, si algunas tienen la audacia de remontarse hasta la edad apostólica,
a fin de parecer transmitidas por los apóstoles por el hecho de haber existido
en la época de los apóstoles, les podemos replicar: Que nos muestren los
orígenes de sus Iglesias; que nos desarrollen las listas de sus obispos en el
orden sucesorio desde los comienzas, de suerte que el primer obispo que
presenten como su autor y padre sea alguno de los apóstoles o de los varones
apostólicos que haya perseverado en unión con los apóstoles. En esta forma,
solo las iglesias apostólicas pueden presentar sus listas, como la de Esmirna,
que afirma que Policarpo fue instituido por Juan, y la de Roma, que afirma que
Clemente fue ordenado por Pedro. De la misma manera las demás Iglesias muestran
a aquellos a quienes los apóstoles constituyeron en el episcopado y son sus
rebrotes de la semilla apostólica. Que los herejes inventen algo semejante, ya
que nada les es ilícito, una vez que se han puesto a blasfemar. Pero aunque lo
inventen, nada conseguirán, puesto que su misma doctrina, al ser comparada con
la de los apóstoles, declarará por su contenido distinto y aun contrario que
no tuvo como autor a ningún apóstol ni a ningún varón apostólico. Porque,
así como los apóstoles no enseñaron cosas diversas entre sí, así los
varones apostólicos no enseñaron cosas contrarias a las de los apóstoles; a
no ser que se admita que una cosa aprendieron de los apóstoles, y otra
predicaron. Con tal forma de argumento les atacarán aquellas Iglesias que,
aunque no presentan como fundador suyo a ninguno de los apóstoles o de los
varones apostólicos, puesto que son muy posteriores y aun todos los días
siguen siendo fundadas, sin embargo, por la comunión con aquella misma fe se
consideran como no menos apostólicas en virtud de la consanguinidad doctrinal.
Así pues, que todas las herejías, llamadas a juicio por nuestras Iglesias bajo
una u otra de estas formas, prueben que son apostólicas por alguna de ellas.
Pero está claro que no lo son, y que no pueden probar ser lo que no son, y que
no son admitidas a la paz y a la comunión con las Iglesias que de cualquier
manera son apostólicas, ya que por la diversidad de sus misterios (ab
diversitatem sacramenti) de ninguna manera son apostólicas 10
La
regla de la antigüedad y la tradición, contra Marción.
Siendo
cosa clara que es más verdadero lo que es más antiguo, y es más antiguo lo
que viene de los comienzos, y viene de los comienzos lo que viene de los
apóstoles, será igualmente claro que fue transmitido por los apóstoles lo que
es tenido por sacrosanto en las Iglesias de los apóstoles. Veamos cuál es la
leche que los corintios bebieron del apóstol Pablo, según qué principios
fueron reprendidos los gálatas, qué se escribió a los filipenses, a los
tesalonicenses, a los efesios, qué es lo que los romanos oyen directamente, a
los que tanto Pedro como Pablo les dejaron el Evangelio sellado con su propia
sangre. Tenemos también las Iglesias que se alimentaron de Juan: porque, aunque
Marción rechaza su Apocalipsis, si recorremos la sucesión de los obispos hasta
su origen terminaremos en Juan, su autor. De la misma manera se puede reconocer
la autenticidad de las demás Iglesias. Me refiero ya no sólo a las
directamente apostólicas, sino a todas aquellas que están unidas con ellas por
la comunión del sacramento: en ellas se encuentran el evangelio de Lucas desde
que fue publicado, mientras que la mayoría ni siquiera conocen el de Marción.
¿No queda condenado por el solo hecho de que nadie lo conoce? Ciertamente
Marción tiene Iglesias: las suyas, tan posteriores como adúlteras, ya que si
uno recorre su lista sucesoria, se encontrará más fácilmente con un apóstata
que con un apóstol, esto es, descubrirá que su fundador es Marción u otro de
los del enjambre de Marción. Las avispas hacen también panales, y así hacen
Iglesias los marcionistas. Es esta autoridad de las Iglesias apostólicas la que
garantiza los demás evangelios que nos han llegado a través de ellas y según
la interpretación de ellas, a saber, el de Juan, el de Mateo, y el que publicó
Marcos —aunque se dice que es de Pedro, de quien Marcos era intérprete—y el
que compuso Lucas, cuyo contenido se atribuye a Pablo... 11.
........................
1. TERTULIANO, Apologeticus, I, 1, 1ss.
2. TERTUL., Adv. Val. 3.
3. TERTUL., De Praescriptione, 7, 1 ss.
4. Ibid. 20-26.
5. Ibid. 21, 4-7.
6. TERTUL., Adversus Marcionem, 1, 1.
7. De Praescr. 19, 1-3.
8. Ibid, 28, 1-4.
9. Ibid. 36-37.
10. Ibid. 31-32.
11. Adv. Marc. 5, 1.
1. TERTULIANO, Apologeticus, I, 1, 1ss.
2. TERTUL., Adv. Val. 3.
3. TERTUL., De Praescriptione, 7, 1 ss.
4. Ibid. 20-26.
5. Ibid. 21, 4-7.
6. TERTUL., Adversus Marcionem, 1, 1.
7. De Praescr. 19, 1-3.
8. Ibid, 28, 1-4.
9. Ibid. 36-37.
10. Ibid. 31-32.
11. Adv. Marc. 5, 1.
Los crímenes secretos
atribuidos a los cristianos:
Dicen que somos los
mayores de los criminales a causa del rito de infanticidio y del alimento que de
él tomamos, y del in-cesto a que nos entregamos después del banquete, incesto
que nos preparan, dicen, unos perros, verdaderos alcahuetes de las tinieblas,
entrenados en derribar las luces para que por lo me-nos haya vergüenza en esas
orgías impías.
Se dice, pero, a
pesar de que hace tanto tiempo que se dice, nunca os habéis preocupado de
comprobarlo. Pues bien, comprobadlo si lo creéis, o no lo creáis si no lo
comprobáis. De vuestra negligencia en hacerlo se sigue contra vosotros que no
existe aquello que ni vosotros mismos os atrevéis a comprobar. Muy distinta a la
usual es la tarea que imponéis al verdugo en relación con los cristianos: no que
digan lo que hacen, sino que nieguen lo que son.
El origen de esta
escuela, como ya hemos hecho saber, se re-monta a Tiberio. La verdad nació unida
al odio contra ella: así que apareció, fue una enemiga. Tiene tantos enemigos
como extraños, y de modo especial, los judíos por animosidad, los solda-dos por
la necesidad de exacciones, nuestros mismos parientes por naturaleza. Todos los
días somos asediados, todos los días traicionados, y a menudo somos sorprendidos
hasta en nuestras mismas reuniones y asambleas. ¿Quién, llegando así de
improviso, ha oído nunca los lloros de un recién nacido? ¿Quién ha podido
conservar para el juez los labios de estos cíclopes y de estas sirenas cubiertos
de sangre como los encontró? ¿Quién, ni siquiera en su mujer, ha encontrado
algún rastro inmundo? ¿Quién, habiendo descubierto unos crímenes tan graves, los
ha cubierto o ha vendido su silencio, al mismo tiempo que arras traba a sus
autores a los tribunales? Si siempre estamos escondidos ¿cuándo han salido a la
luz los crímenes que cometemos?
Aún más, ¿quién los
ha podido delatar? Los mismos culpables, seguro que no, ya que la regla de todos
los misterios impone un secreto inviolable. Los misterios de Samotracia y de
Eleusis callan; ¿cómo no callarán aun más los que al revelarse provocarían la
venganza de los hombres mientras esperan la de Dios? Por tanto, si los
cristianos no se han delatado a sí mismos es que los han delatado los extraños.
Pero ¿cómo ha llegado a los extraños esta noticia, cuando las iniciaciones,
incluidas las piadosas, alejan a los profanos y evitan los testigos, si no es
que tal vez las que son impías tienen menos miedo?
Todos conocen la
naturaleza de la fama. Esta frase es de uno de los vuestros: Ningún mal tan
veloz como la fama. ¿Por qué es un mal la fama? ¿Porque es veloz, porque en
todo se posa, porque es muy a menudo mentirosa? Hasta cuando aporta algo de
verdad nunca es sin mezcla de mentira, porque recorta, añade o cambia algo de la
verdad. Y además es tal su condición que sólo pervive cuando miente, pues sólo
vive mientras no prueba lo que dice. Así que lo prueba, deja de existir, y
ejerciendo, por así decir, su oficio de mensajera, transmite un hecho: desde
aquel momento, es un hecho el que se posee, un hecho que se menciona
directamente: desde aquel momento ya nadie dice, por ejemplo: «Dicen que en Roma
ha ocurrido esto» o «Se dice que a aquél le ha tocado en suerte una provincia»,
sino «A aquél le ha tocado en suerte una provincia», y «En Roma ha ocurrido
esto».
La fama, nombre de
lo incierto, ya no cabe donde existe la certeza. ¿Es que alguien que no sea un
irreflexivo puede creer en la fama? No, porque el prudente no cree lo incierto.
Todos pueden comprobar que, por mucho que se haya difundido y por mucho que se
haya construido con afirmaciones, es preciso que haya salido de alguien alguna
vez. Después serpentea por los canales de las lenguas y de los oídos, y así el
vicio introducido en aquella pequeña semilla hace tan obscuros los sucesivos
rumores que circulan, que nadie reflexiona ya sobre si la primera boca sembró
una mentira. Lo que a menudo ocurre gracias al ingenio del odio, o por la
sospecha arbitraria, o también por aquel gusto de mentir que no es nuevo sino
innato en algunos. Menos mal que el tiempo lo revela todo: lo atestiguan
vuestros proverbios y vuestras máximas, y es una disposición de la naturaleza
divina, que ha ordenado que nada quede oculto por mucho tiempo, incluso aquello
que la fama no ha divulgado.
Es pues natural que
la fama sea, desde hace tanto tiempo, el único testimonio de los crímenes de los
cristianos. Es la fama la que hacéis salir como denunciadora de nosotros; pues
bien, todo esto que un día lanzó y que en el curso de tantos años ha acreditado
hasta convertirlo en opinión general, no lo ha podido probar aún.
(7; traducción
hecha sobre o.c., 82-85)
La antigüedad y la apostolicidad corno criterios de la fe:
Así pues, si
quieres ejercitar mejor tu curiosidad en lo que toca a tu salvación, recorre las
Iglesias apostólicas en las que todavía en los mismos lugares tienen autoridad
las mismas cátedras de los apóstoles. En ellas se leen todavía las cartas
auténticas de ellos, y en ellas resuena su voz y se conserva el recuerdo de su
figura. Si vives en las cercanías de Acaya, tienes Corinto. Si no estás lejos de
Macedonia, tienes Filipos. Si puedes acercarte al Asia, tienes Éfeso. Si estás
en los confines de Italia, tienes Roma, cuya autoridad también a nosotros nos
apoya. Cuán dichosa es esta Iglesia, en la que los apóstoles derramaron toda su
doctrina juntamente con su sangre, donde Pedro sufrió una pasión semejante a la
del Señor, donde Pablo fue coronado con un martirio semejante al de Juan
(Bautista), donde el apóstol Juan fue sumergido en aceite ardiente sin sufrir
daño alguno, para ser luego relegado a una isla. Veamos lo que esta Iglesia
aprendió; veamos lo que enseñó. Y con ella las Iglesias de África que le están
vinculadas (ecclesiis contesseratis). Ella reconoce a un solo Dios y
Señor, creador de todo, y a Cristo Jesús, nacido de la virgen María, hijo del
Dios creador: reconoce la resurrección de la carne, asocia la ley y los profetas
con los escritos evangélicos y apostólicos: aquí es donde va a beber su fe: la
fe que sella con el agua, que viste con el Espíritu Santo, que alimenta con la
Eucaristía. Ella exhorta al martirio, y no admite a nadie contrario a esta
doctrina. Tal es la doctrina, no digo que ya prenunciaba las herejías futuras,
pero sí de la que nacieron las herejías. Éstas no forman parte de ella, puesto
que surgieron en oposición a ella. También de un hueso de oliva suave, rica y
comestible, nace un acebuche. También de las pepitas de higos deliciosos y
dulcísimos nace el vacío e inútil cabrahígo. Así las herejías han nacido de
nuestro tronco, pero no son de nuestra raza; han nacido de la semilla de de la
verdad, pero con la bastardía de la mentira.
Siendo así que la
verdad ha de declararse a nuestro favor, a saber, de todos los que profesamos
aquella regla que la Iglesia recibió de los apóstoles, éstos de Cristo, y Cristo
de Dios, es evidente que nuestro intento es razonable cuando proponemos que no
se ha de permitir a los herejes que apelen a las Escrituras, ya que probamos sin
recurrir a las Escrituras que ellos no tienen nada que ver con las Escrituras.
Si son herejes, no pueden ser cristianos, ya que no han recibido de Cristo lo
que ellos se han escogido por propia elección al admitir el nombre de herejes.
No siendo cristianos, no tienen derecho alguno sobre los escritos cristianos.
Con razón se les ha de decir: ¿Quiénes sois? ¿Cuándo llegasteis, y de dónde?
¿Qué hacéis en mi terreno, no siendo de los míos? ¿Con qué derecho, Marción,
cortas leña en mi bosque? ¿Con qué permiso, Valentín, desvías el agua de mis
fuentes? ¿Con qué poderes, Apeles, mueves mis mojones? (...) Esta posesión es
mía; posesión antigua y anterior a vosotros. Tengo unos orígenes firmes, desde
los mismos fundadores de la doctrina.
(36-37; Vives 338)
La verdadera
encarnación y la verdadera muerte de Cristo:
(Los gnósticos)
proponen que no hay dificultad en que Cristo hubiera tenido un cuerpo que no
pasara por el nacimiento, igual que admitimos que los ángeles, sin pasar por
útero alguno materno, anduvieron en forma carnal (...) Quisiera que éstos
compararan las causas por las que Cristo y los ángeles anduvieron en forma
carnal. Ningún ángel jamás descendió para ser crucificado, para someterse a la
muerte, para resucitar de la muerte. Ya tienes la causa de que los ángeles no
tomaran carne a través del nacimiento: ninguno de los que se encarnó lo hizo por
tales motivos. No venían para morir, y, consecuentemente, tampoco para nacer.
Pero Cristo, que fue enviado para morir, hubo necesariamente de nacer a fin de
que pudiera morir. No suele estar sujeto a la muerte más que lo que está sujeto
a nacimiento. Es una deuda mutua la que está establecida entre el nacimiento y
la muerte. La ley de la muerte es la causa del nacimiento.
(6, 3-6: Vives 352)
Eva y María:
Habrá que comentar
la razón por la que el Hijo de Dios hubo de nacer de una virgen. Debía nacer de
nuevo el que tenía que ser consagrador de un nuevo nacimiento, acerca del cual
el Señor había prometido por Isaías que nos iba a dar una señal (...) Una
virgen concebirá en su vientre y parirá un hijo. De acuerdo con esto
concibió la Virgen, y parió a Emmanuel, es decir a Dios con nosotros.
Éste es el nacimiento nuevo: el hombre nace en Dios porque Dios ha nacido en el
hombre, tomando la carne de la antigua raza, pero sin la cualidad antigua de la
raza; así la restauró con una raza nueva, la raza espiritual, purificada por el
hecho de haber quedado expulsado los antiguos errores. Ahora bien, toda esta
nueva forma de nacimiento así como estaba prefigurada en el viejo nacimiento con
todos sus detalles, así también hace inteligible la disposición del nacimiento
virginal. Porque cuando surgió el hombre, la tierra era virgen y no había sido
vejada por el trabajo humano ni se le había introducido semilla alguna: de esta
tierra virgen se nos dice que Dios hizo el hombre para que fuera un ser
viviente. Ahora bien, si esto se refiere acerca del antiguo Adán, tenemos razón
para pensar que sucederá paralelamente en el Adán novísimo, como dijo el
Apóstol. Este segundo, pues, salió de un tierra virgen -la carne que no había
sido todavía abierta a la generación-. para que fuera un espíritu vivificante
(...) Dios lo restableció a su imagen y semejanza, que había sido arrebatada por
el diablo, por una operación paralela. Porque la palabra del diablo, artífice de
la muerte, se metió dentro de Eva cuando ésta era todavía virgen; paralelamente
la Palabra de Dios, constructora de la vida, tenía que meterse dentro de la
virgen, para que se restableciera la salud del hombre por el mismo sexo por el
cual había venido al hombre la perdición. Eva creyó a la serpiente: María creyó
a Gabriel. Lo que aquélla pecó creyendo, creyendo lo corrigió ésta. Se objetará:
«Pero Eva no concibió nada en su seno por obra de la palabra del diablo». Ya lo
creo que concibió: porque la palabra del diablo fue el semen por el que ella
tuvo luego que parir desterrada y tuvo que parir con dolores, dando a luz, en
suma, a un diablo fratricida. Por el contrario, María dio a luz a aquel que
tenía que salvar a su hermano carnal, Israel, su propio matador. Al seno
virginal hizo Dios descender su propia Palabra, el hermano bueno que había de
borrar la memoria del mal hermano. Y por esto Cristo, para salvar al hombre,
tuvo que salir de allí mismo donde se había metido el hombre llevando sobre sí
la condenación.
(17; Vives, 353)
A mi mujer
No hay palabras
para expresar la felicidad de un matrimonio que la Iglesia une, la oblación
divina confirma, la bendición consagra, los ángeles lo registran y el Padre lo
ratifica. En la tierra no deben los hijos casarse sin el consentimiento de sus
padres. ¡Qué dulce es el yugo que une a dos fieles en una misma esperanza, en
una misma ley, en un mismo servicio! Los dos son hermanos, los dos sirven al
mismo Señor, no hay entre ellos desavenencia alguna, ni de carne ni de espíritu.
Son verdaderamente dos en una misma carne; y donde la carne es una, el espíritu
es uno. Rezan juntos, adoran juntos, ayunan juntos, se enseñan el uno al otro,
se animan el uno al otro, se soportan mutuamente. Son iguales en la iglesia,
iguales en el banquete de Dios. Comparten por igual las penas, las
persecuciones, las consolaciones. No tienen secretos el uno para el otro; nunca
rehúyen la compañía mutua; jamás son causa de tristeza el uno para el otro (...)
Cantan juntos los salmos e himnos. En lo único que rivalizan entre sí es en ver
quién de los dos cantará mejor. Cristo se regocija viendo a una familia así, y
les envía su paz. Donde están ellos, allí está también él presente, y donde está
él, el maligno no puede entrar.
(2, 8; Vives 374)
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