Grandeza
del Dios de los cristianos.
Lo
que adoramos es el Dios único, el que por el imperio de su palabra, por la
disposición de su inteligencia, por su virtud todopoderosa, ha sacado de la
nada toda esta mole con todo el aparejo de sus diversos elementos, de los
cuerpos y de los espiritus, para servir de ornamento a su majestad. Por esto los
griegos dieron al mundo el nombre de «cosmos», que significa ornamento.
Invisible
es Dios, aunque se le vea; impalpable, aunque por su gracia se nos haga
presente; inabarcable, aunque las facultades humanas lleguen a alcanzarle. Por
esto es verdadero y tan grande: porque lo que comúnmente se puede ver y palpar
y abarcar es inferior a los ojos que lo ven, a las manos que lo palpan, a los
sentidos que lo alcanzan. Pero lo que es inmenso, sólo de sí mismo es
conocido.
AGNOSTICISMO/TERTUL:
He aquí lo que permite comprender a Dios: la imposibilidad de comprenderle. La
fuerza de su grandeza le revela y le oculta a la vez a los hombres, cuyo pecado
se puede reducir al de no querer reconocer a aquel a quien no pueden ignorar.
¿Queréis
que probemos su existencia a partir de sus obras, tantas y tales que nos
mantienen, nos deleitan y hasta nos aterran? ¿Queréis que lo probemos por el
testimonio de la misma alma? Ésta, aunque se halla presa en la cárcel del
cuerpo, contrahecha por mala educación, debilitada por sus pasiones y
concupiscencias, sometida a la esclavitud de falsos dioses, sin embargo, cuando
recapacita como despertando de una embriaguez, o del sueño, o de alguna
enfermedad, recobrando su salud normal, invoca entonces a Dios con ese único
nombre, que es el nombre del Dios verdadero: «Dios grande», «Dios bueno»,
«lo que Dios quiera»: éstas son expresiones de todos los hombres. De la misma
manera le reconocen como juez: «Dios lo ve», «a Dios me encomiendo», «Dios
me lo pagará». ¡Oh testimonio del alma naturalmente cristiana! Cuando
profiere semejantes expresiones, mira no al Capitolio, sino al cielo, pues sabe
que allí está la sede del Dios vivo, y sabe que de él y de allí ha
descendido 12.
Unicidad
y atributos de Dios.
La
verdad cristiana lo ha proclamado con toda claridad: Si Dios no es único, no
hay Dios. Nos parece mejor negar la existencia de una cosa que atribuirle una
existencia como no debiera. Si quieres llegar a conocer que no puede haber más
que un Dios, pregúntate qué es Dios, y encontrarás que no puede ser de otra
manera. En cuanto le es dado al hombre dar una definición de Dios, voy yo a dar
una definición que será admitida por el consentimiento universal de los
hombres: Dios es el ser de suprema grandeza establecido desde la eternidad, no
nacido, no creado, sin principio ni fin. Éstas son las propiedades que hay que
atribuir a esta eternidad que constituye a Dios como grandeza suprema. Dios debe
tener estos atributos y otros semejantes, si ha de ser la suprema grandeza en
forma y modo de ser, así como en fuerza y poder.
Esto
lo admiten todos los hombres, pues nadie negará que Dios es el ser de grandeza
suprema; a no ser que uno pueda atreverse a proclamar que Dios es, por el
contrario, algo en alguna manera inferior, con lo cual le quita lo que es propio
de Dios y niega su divinidad. Ahora bien, ¿cuál será la propiedad de esta
suma grandeza? Evidentemente será que nada pueda ser igual a él, os decir que
no haya otra suma grandeza: porque, si la hay, será igual a él; y si es igual
a él, ya no será la suma grandeza, con lo cual no se cumple la condición y,
por así decirlo, la ley por la que nada puede igualarse a la grandeza
suprema... 13.
El
Dios creador por su bondad eterna.
Cuando
nos ponemos a considerar a Dios en cuanto es conocido por el hombre, si se nos
pregunta de qué manera le conocemos, haremos bien en comenzar por sus obras,
que son anteriores al mismo hombre. De esta forma llegaremos inmediatamente a
descubrir junto con él mismo su bondad y una vez establecida y admi tida ésta
como base, nos podrá sugerir alguna indicación para comprender el orden de lo
que siguió... Para comenzar, el sujeto que tenía que conocerle no lo encontró
Dios fuera de sí, sino que él se lo hizo por sí mismo. Ésta es la primera de
las bondades del creador, a saber, que Dios no quiso permanecer eternamente
desconocido, es decir, sin que existiera algo que pudiera conocer a Dios.
Porque, en efecto, ¿qué bien se puede comparar al de conocer y gozar a Dios? Y
aunque este bien no aparecía todavía como tal, pues no existía todavía quien
lo considerase, Dios ya sabía de antemano que se manifestaría como un bien, y
por esto encargó a su suprema bondad que arbitrase el medio de que tal bien se
hiciera manifiesto. Naturalmente, este bien no fue algo repentino, como si
procediera de un capricho o de un impulso anímico que empezara a existir en el
momento en que comenzó a actuar. Porque si esta bondad constituyó el comienzo
(de todo) en el momento en que comenzó a actuar, ella misma, al actuar, no
tenía comienzo. Pero así que ella creó el comienzo surgió el orden temporal
de las cosas, ya que fueron colocados los astros y las lumbreras celestes que
permiten distinguir y calcular el tiempo, como está escrito: «Servirán para
los tiempos, los meses y los años» (Gén 1, 15). Por tanto, la bondad que hizo
el tiempo, no tenía tiempo antes de que existiera el tiempo, y la que hizo el
comienzo, no tuvo comienzo antes de que hubiera el comienzo. Estando, pues,
libre del orden del comienzo y de la medida del tiempo, hay que admitir que
existe desde una edad que no tiene medida ni límite, y no se puede pensar que
haya tenido un comienzo súbito, caprichoso o bajo cualquier impulso externo: no
hay base alguna para poder pensar nada de esto, ya que no tiene ninguna
característica temporal. Por el contrario, hay que suponer que la bondad de
Dios es eterna, inherente al mismo Dios perpetuamente: sólo así es digna de
Dios 14.
Bondad
de la creación que Dios ha destinado al hombre.
Este
mundo está compuesto de toda suerte de cosas buenas. Esto solo muestra ya cuán
grande es el bien preparado para aquel a quien va destinado todo este universo.
En efecto, ¿quién sería digno de tener como morada tal obra de Dios fuera de
la misma imagen y semejanza de Dios? La misma imagen es también obra de la
bondad de Dios, efecto de una acción especial de la misma, ya que no se hizo
por mero mandato oral, sino por la acción directa de sus propias manos, a la
que precedió aquella palabra llena de cariño: «Hagamos al hombre a nuestra
imagen y semejanza» (Gén 1, 26). Esto dijo la divina bondad; y la misma bondad
se puso a modelar el barro, hasta formar un ser de carne tan admirable y
enriquecido con tan diferentes propiedades a partir de un material único. Luego
la misma bondad sopló en él una alma, no muerta, sino viva. La misma bondad lo
puso al frente de todas las cosas, para que las disfrutara, y las gobernara y
hasta les diera nombre. La misma bondad quiso añadir todavía nuevos placeres,
y así, aunque era dueño de todo el universo, le dio para habitar un lugar
particularmente agradable, trasladándolo a un paraíso, con lo que ya desde
entonces se figuraba el paso del mundo a la Iglesia. La misma bondad proveyó de
la ayuda de una compañera, para que ningún bien faltara al hombre, diciendo
«No es bueno que el hombre esté solo» (Gén 3, 3) y en esto ya preveía cómo
el sexo de María tenía que reportar beneficio al hombre y luego a la
Iglesia... 15.
La
Trinidad en la unidad.
La
herejía de Práxeas piensa estar en posesión de la pura verdad cuando profesa
que para defender la unicidad de Dios hay que decir que el Padre, el Hijo y el
Espiritu Santo son lo mismo. Como si no se pudiera admitir que los tres sean uno
por el hecho de que los tres proceden de uno por unidad de sustancia,
manteniendo el misterio de la economía divina, que distribuye la unidad en la
trinidad, poniendo en su orden el Padre, el Hijo y el Espíritu. Son tres, no
por la cualidad, sino por el orden; no por la sustancia, sino por la forma, no
por el poder, sino por el aspecto; pues los tres tienen una sola sustancia, una
sola naturaleza y un mismo poder, porque no hay más que un solo Dios, a partitr
del cual, en razón del rango, la forma y el aspecto, se dan las designaciones
de Padre, Hijo y Espíritu Santo; y aunque se distinguen en número, no por eso
están divididos 16.
El
Logos de Dios. TRI/TERTULIANO
Antes
de todas las cosas Dios estaba solo: él era para sí su universo, su lugar, y
todas las cosas. Estaba solo porque nada había fuera de él. Pero en realidad,
ni siquiera entonces estaba solo, pues tenía consigo algo de su propio ser, su
razón. Porque Dios es un ser racional, y la razón estaba primero en él, y de
él derivó a todas las cosas. Esta razón es la conciencia que Dios tiene de
sí mismo. Los griegos la llaman «logos», que equivale a lo que nosotros
llamamos «palabra»: por esto ya se ha hecho corriente entre nosotros que
digamos, para simplificar, que en el comienzo la Palabra estaba en Dios.
Propiamente la razón debiera considerarse como anterior a la palabra, porque
Dios no hablaba desde el principio, pero estaba dotado de razón desde el
principio, y la misma palabra proviene de la razón y muestra así que ésta es
anterior y como su fundamento. Pero esto no cambia las cosas, ya que si Dios
todavía no había pronunciado su Palabra, sin embargo la tenía dentro de sí
con la misma razón y en la razón, pensando y disponiendo consigo y en silencio
lo que luego había de decir con su Palabra. Porque cuando pensaba y disponía
en su razón, convertía ésta en palabra, ya que lo hacía verbalmente. Para
que lo entiendas más fácilmente, reflexiona sobre ti mismo, que estás hecho a
imagen y semejanza de Dios: también tú, siendo animal racional, tienes en ti
mismo razón, porque no sólo has sido hecho por un artífice dotado de razón,
sino que de su mismo ser has recibido la ida. Observa, pues, cómo esto sucede
siempre dentro de ti, cuando en silencio andas pensando algo en tu razón: la
razón se te expresa en palabras en cualquier pensamiento que te ocurra y a
cualquier estímulo de tu conciencia. No piensas nada que no sea en palabras, ni
tienes conciencia de nada que no sea por la razón. Inevitablemente te pones a
hablar en tu interior, y al hablar tu palabra se te convierte en interlocutor, y
en esta palabra está la misma razón por la que hablas pensando y por la que
piensas hablando. De esta suerte, la palabra es en ti en cierto modo como una
segunda persona (secundus quodammodo est in te sermo): en sí misma la palabra
es algo distinto de ti, ya que por ella hablas pensando, y por ella piensas
hablando. ¡Con cuánta mayor plenitud se dará esto en Dios, de quien tú te
consideras imagen y semejanza! También él tiene en sí mismo la razón cuando
está en silencio, y la Palabra cuando raciocina. Así pues, sin temeridad
alguna, tengo motivos para suponer que Dios antes de la creación del universo
no estuvo solo, pues tenía en sí mismo a su razón, y con la razón su Palabra
que era distinta de él por su actividad dentro de él 17.
La
Trinidad: distinción de personas en la unidad esencial.
El
Hijo promete que, cuando haya subido al Padre, le pedirá que envíe el
Paráclito, y lo enviará. Nótese que es «otro»... Además dice: <<Él
tomará de mí» (Jn 14, 16), como él toma del Padre. De esta forma la
conexión entre el Padre y el Hijo por una parte, y entre el Hijo y el
Paráclito por otra, hace una serie coherente de tres, en la que uno depende de
otro. Estos tres son una sola cosa, pero no una sola persona (tres unum sunt,
non unus), como está escrito: «Yo y e] Padre somos una sola cosa» (Jn 10,
30), con referencia a la unidad esencial, no a la individualidad numérica (ad
substantiae unitatem, non ad numeri singularitatem)
La
Trinidad.
Dios
profirió su palabra, como la raíz produce el retoño, la fuente el arroyo y el
sol el rayo de luz... Y no tengo ningún reparo en usar estos nombres... porque
todo origen es una paternidad, y todo lo que procede de un origen es engendrado:
mucho más la Palabra de Dios, que, además, con toda propiedad recibió el
nombre de Hijo. Sin embargo, ni el retoño se distingue de la raíz, ni el
arroyo de la fuente, ni el rayo del sol, y así tampoco la Palabra se distingue
de Dios. De acuerdo con estas imágenes, confieso admitir dos realidades, Dios y
su Palabra, el Padre y el Hijo del mismo. Porque la raíz y el retoño son dos
realidades, pero unidas; la fuente y el arroyo tienen dos formas, pero no están
divididas; el sol y el rayo tienen dos modalidades, pero están juntas. Todo lo
que procede de otro ha de ser necesariamente distinto de aquello de lo que
procede, pero no ha de estar necesariamente separado. Cuando hay una nueva
realidad hay dos realidades; cuando hay una tercera, hay tres realidades. Ahora
bien, el Espíritu es una tercera realidad que procede del Padre y del Hijo,
como el fruto es una tercera realidad procedente de la raíz y del retoño, y el
río es una tercera realidad procedente de la fuente y del arroyo y el punto de
luz es una tercera realidad con respecto al sol y a su rayo. Con todo, nada
queda separado de la matriz de la que recibe sus propiedades. De esta suerte la
Trinidad, procede del Padre en estadios bien trabados y conexoas, sin que la
defensa de la condición de su «economía» suponga un ataque a su realidad
monárquica. Profeso la regla de fe por la que declaro que el Padre y el Hijo y
el Espiritu son inseparados. Si mantienes esto constantemente, entenderás cómo
se ha de entender lo demás. Porque si digo que uno es el Padre, otro el Hijo y
otro el Espiritu, el ignorante o el malvado entiende mal esta expresión si,
porque hay cierto sonido de diver- sidad, concluye que esta diversidad ha de
entenderse en el sentido de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están
separados. Me veo obligado a decir esto, porque hay quien pretende que es lo
mismo el Padre, el Hijo y el Espíritu, dando honores falsos a la
<<monarquía» a expensas de la «economía»... 19
El
Logos y la sabiduría eterna.
Este
principio de operación y modo de ser de la conciencia divina se manifiesta
también en la Escritura bajo el nombre de Sabiduria. Porque, ¿a qué se puede
aplicar mejor el nombre de sabiduría que a la razón y palabra de Dios? Escucha
cómo la Sabiduría es creada como una segunda persona: «En primer lugar me
creó Dios como comienzo de sus caminos, antes de que hiciera la tierra, antes
de que asentara los montes; antes que a los collados, me engendró a mí» (Prov
8, 22)... En cuanto Dios quiso crear con su existencia y sus variedades propias
lo que con su sabiduría, su razón y su palabra había dispuesto en su
interior, lo primero que hizo fue dar a luz a la Palabra que contenta en sí
inseparablemente su razón y su sabiduría; y por esta Palabra se hicieron todas
las cosas, ya que por ella habían sido pensadas y dispuestas y aun hechas en la
conciencia de Dios. Lo único que les faltaba era que pudieran ser objeto de
conocimiento y comprensión en sus diversas formas y existencias concretas... 20
El
Verbo actuaba ya en favor de los hombres desde el A.T.
No
pienses que sólo la creación del mundo se hizo por el Verbo, sino que por él
se hizo todo lo que Dios hizo en los tiempos subsiguientes... «A él se le dio
todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28, 18)... Todo poder y todo juicio,
dice la Escritura: todas las cosas fueron hechas por él, y todo fue entregado a
sus manos, y por tanto no hay que admitir ninguna excepción en el tiempo, pues
ya no se trataría de todas las cosas si no se incluyeran las cosas de todos los
tiempos. Por tanto, fue el Hijo quien juzgó al mundo desde el principio: él
destruyó aquella torre soberbia y confundió las lenguas, castigó el orbe con
la avenida de las aguas, hizo llover fuego y azufre sobre Sodoma y Gomorra,
siendo Dios de Dios. Él era quien bajaba siempre a hablar con los hombres,
desde Adán hasta los patriarcas y los profetas, en visiones y sueños, en
imágenes y enigmas, siempre preparando ya desde el comienzo aquel orden que
había de conseguir en los tiempos finales. De esta suerte, constantemente
estaba Dios aprendiendo a conversar con los hombres en la tierra: un Dios que no
era otro que la Palabra que tenía que hacerse carne. Aprendía así, para
disponernos a nosotros para la fe, pues más fácilmente creeríamos que el Hijo
de Dios había descendido al mundo, si habíamos conocido que antes ya había
acontecido algo semejante. Todo esto, así como «fue escrito para nosotros» se
hizo también por nosotros, «por aquellos a quienes sobrevino el fin de los
tiempos» (1 Cor 10, 11). De esta suerte, ya desde entonces empezó a
experimentar los afectos propios del hombre, ya que él tenía que asumir los
elementos del hombre, la carne y el alma... Estas cosas convenían al Hijo, que
tenía que someterse aun a las pasiones humanas, a la sed, el hambre, las
lágrimas, incluso el nacimiento y la muerte, en lo cual el Padre «lo hizo un
poco inferior a los ángeles» (Sal 8, 6) 21.
Dios
se abaja al nivel de los hombres en Cristo.
Dios
no hubiese podido entrar en trato con los hombres, si no hubiese tomado
sentimientos y afectos humanos. Asi moderaba con humildad el poder de su
majestad, que hubiera sido intolerable a la pequeñez humana. Lo que parece
indigno de Dios, era necesario para el hombre, y por eso era también digno de
Dios, ya que nada es tan digno de Dios como la salvación del hombre... Si el
Dios supremo con tanta humildad abajó la excelencia de su majestad que se
sometió a la muerte y muerte de cruz, ¿por qué no admitís que el Dios del
Antiguo Testamento se abajase en ciertas cosas mucho más soportables que los
insultos, el patíbulo y el sepulcro que había de recibir de los judíos? ¿Es
que realmente pensáis que son cosas bajas las que ya desde entonces debían ser
indicio de que Cristo, sometido a los sufrimientos de los hombres, venía de
aquel Dios cuyos antropomorfismos vosotros repudiáis? Profesamos que Cristo
actuó desde siempre en nombre del Padre; él es quien habló en los comienzas,
quien tuvo tratos con los patriarcas y los profetas, pues es el Hijo del creador
y la Palabra suya. Al proferirla Dios en sí mismo, constituyó al Hijo, y luego
le dio el poder sobre todas sus disposiciones y voluntades, haciéndolo un poco
inferior a los ángeles, como dice él mismo en la Escritura (Sal 8, 6).
Al
disminuirlo así, el Padre le ordenó para estas cosas que vosotros reprobáis
como antropomorfismos, entrenándole ya desde el comienzo para aquello que
tenía que ser en el fin. Él es el que baja, el que pregunta, el que pide, el
que jura. Que nadie vio al Padre, lo atestigua el mismo Evangelio común, pues
dice Cristo: «Nadie conoce al Padre sino el Hijo» (Mt 11, 27). ÉI mismo
había dicho en el Antiguo Testamento: «Nadie que vea a Dios vivirá» (Ex 33,
20). Con esto declara que el Padre es invisible, y en su nombre y autoridad era
Dios aquel que era tenido por Hijo de Dios. En cambio entre nosotros Cristo es
recibido como tal, pues es de esta forma como es nuestro. Por consiguiente, toda
la dignidad que vosotros reclamáis para Dios se encuentra en el Padre, que es
invisible, inabordable y sereno, siendo, por así decirlo. el dios de los
filósofos. En cambio lo que reprocháis como indigno de Dios, se ha de admitir
en el Hijo, hecho visible, audible y asequible, mediador e instrumento del
Padre. En él se han mezclado Dios y el hombre: Dios por su poder, y hombre por
su debilidad. De esta suerte puede conferir a la humanidad lo que ha robado a la
divinidad. Todo lo que según vosotros es deshonroso de Dios, encierra en el
Dios que yo adoro el misterio de la salvación humana. Dios se pone a vivir a la
manera humana, para que el hombre aprendiera a vivir de manera divina. Dios se
pone al nivel del hombre, para que el hombre pudiera ponerse al nivel de Dios.
Dios se hizo pequeño, para que el hombre adquiriera su grandeza. Si crees que
esto es indigno de Dios, no sé si realmente crees en un Dios crucificado.
Vuestra perversidad es indecible frente a ambas maneras de manifestarse del
creador. Le llamáis juez, pero repudiáis como crueldad la severidad del juez
que dicta según lo que merece cada caso. Exigís que Dios sea sumamente bueno,
pero despreciáis como debilidad su suavidad y benignidad en abajarse hasta lo
que era capaz de comprender la pequeñez humana. No os gusta ni siendo grande ni
siendo pequeño, ni como juez ni como amigo... 22
Cristo
se encarnó verdaderamente, porque tenía que morir verdaderamente.
(Los
gnósticos) proponen que no hay dificultad en que Cristo hubiera tenido un
cuerpo que no pasara por el nacimiento, igual que admitimos que los ángeles,
sin pasar por útero alguno materno, anduvieron en forma carnal... Quisiera que
éstos compararan las causas por las que Cristo y los ángeles anduvieron en
forma carnal. Ningún ángel jamás descendió para ser crucificado, para
someterse a la muerte, para resucitar de la muerte. Ya tienes la causa de que
los ángeles no tomaran carne a través del nacimiento: ninguno de los que se
encarnó lo hizo por tales motivos. No venían para morir, y, consecuentemente,
tampoco para nacer. Pero Cristo, que fue enviado para morir, hubo necesariamente
de nacer a fin de que pudiera morir. No suele estar sujeto a la muerte más que
lo que está sujeto a nacimiento. Es una deuda mutua la que está establecida
entre el nacimiento y la muerte. La ley de la muerte es la causa del
nacimiento... 23.
Eva
y María.
Habrá
que comentar la razón por la que el Hijo de Dios hubo de nacer de una virgen.
Debía nacer de nuevo el que tenía que ser consagrador de un nuevo nacimiento,
acerca del cual el Señor había prometido por Isaías que nos iba a dar una
señal...: «Una virgen concebirá en su vientre y parirá un hijo» (Is 7, 14).
De acuerdo con esto concibió la Virgen, y parió a Emmanuel, es decir a «Dios
con nosotros». Este es el nacimiento nuevo: el hombre nace en Dios porque Dios
ha nacido en el hombre, tomando la carne de la antigua raza, pero sin la
cualidad antigua de la raza; así la restauró con una raza nueva, la raza
espiritual, purificada por el hecho de haber quedado expulsados los antiguos
errores. Ahora bien, toda esta nueva forma de nacimiento así como estaba
prefigurada en el viejo nacimiento con todos sus detalles, así también hace
inteligible la disposición del nacimiento virginal. Porque cuando surgió el
hombre, la tierra era virgen y no había sido vejada por el trabajo humano ni se
le había introducido semilla alguna: de esta tierra virgen se nos dice que Dios
hizo el hombre para que fuera un ser viviente. Ahora bien. si esto se refiere
acerca del antiguo Adán, tenemos razón para pensar que sucederá paralelamente
en el «Adán novísimo», como dijo el Apóstol. Este segundo, pues, salió de
una tierra virgen—la carne que no había sido todavía abierta a la
generación—, para que fuera un espiritu vivificante... Dios lo restableció a
su imagen y semejanza, que había sido arrebatada por el diablo, por una
operación paralela. Porque la palabra del diablo, artífice de la muertes se
metió dentro de Eva cuando ésta era todavía virgen; paralelamente la Palabra
de Dios, constructora de la vida, tenía que meterse dentro de la Virgen, para
que se restableciera la salud del hombre por el mismo sexo por el cual había
venido al hombre la perdición. Eva creyó a la serpiente: María creyó a
Gabriel. Lo que aquélla pecó creyendo, creyendo lo corrigió ésta. Se
objetará: «Pero Eva no concibió nada en su seno por obra de la palabra del
diablo.» Ya lo creo que concibió: porque la palabra del diablo fue el semen
por el que ella tuvo luego que parir desterrada y tuvo que parir con dolores,
dando a luz, en suma, a un diablo fratricida. Por el contrario, María dio a luz
a aquel que tenía que salvar a su hermano carnal, Israel, su propio matador. Al
sello virginal hizo Dios descender su propia Palabra, el hermano bueno que
había de borrar la memoria del mal hermano. Y por esto Cristo, para salvar al
hombre, tuvo que salir de allí mismo donde se había metido el hombre llevando
sobre sí la condenación 24.
Las
dos naturalezas de Cristo.
O
confiesas que en el Dios crucificado está la sabiduría, o vale más que no lo
admitas para nada. ¿Qué es más indigno de Dios, más vergonzoso, nacer o
morir? ¿Soportar la carne o soportar la cruz? ¿Ser circuncidado o ser
crucificado? ¿Ser amamantado o ser sepultado? ¿Ser colocado en un pesebre, o
ser depositado en un sepulcro? En realidad no serás sabio si no te conviertes
en necio para el mundo y te pones a creer las necedades de Dios....Respóndeme
tú, asesino de la verdad. ¿No fue realmente crucificado el Señor? ¿No murió
realmente, para que fuera realmente crucificado? ¿No resucitó realmente, por
haber realmente muerto? ¿O es que Pablo nos enseñaba falsedades cuando decía
que sólo conocía a Cristo crucificado (cf. I Cor 15, 17) añadiendo falsamente
que había sido sepultado e inculcando falsamente que había resucitado? Y si
esto es así, ¿toda nuestra fe es falsa, y es un fantasma todo lo que esperamos
de Cristo? Eres el más malvado de los hombres, pues buscas excusas para los que
dieron muerte al Señor. Pues, en efecto, nada hicieron sufrir éstos a Cristo
si es verdad que Cristo nada sufrió.
No
le quites al mundo su única esperanza, y no quieras lo que hay de
necesariamente deshonroso en nuestra fe. Todo lo que es indigno de Dios es en
provecho mío. Él dijo: «Si uno se avergüenza de mí, yo me avergonzaré de
él» (Mt 10, 33...). Si no me avergüenzo de mi Señor, estoy salvado. ¿Fue
crucificado el Hijo de Dios? Es vergonzoso, y por esto no me avergüenza.
¿Murió el Hijo de Dios? Es absurdo, y por esto lo creo. ¿Resucitó una vez
sepultado? Es imposible, y por esto es cierto. Estas cosas ¿cómo hubieran
sucedido realmente en él, si él no existía realmente, si no tenia realmente
lo que había de ser crucificado, lo que había de morir, ser sepultado y
resucitar, es decir, la carne vivificada por la sangre, estructurada sobre los
huesos, ligada por los nervios y cruzado por las venas? Esta carne era, sin
lugar a dudas, humana, pues era nacida de un ser humano y, por tanto, mortal.
Por ella Cristo es <<hombre» e «hijo del hombre»... A no ser que nos
digas, Marción, que el hombre no es carne, o que la carne del hombre no procede
de un ser humano, o que María no era un ser humano, o que ser hombre es ser
Dios. Si no tiene carne, Cristo no puede ser denominado hombre: si no procede de
un ser humano, no puede ser llamado hijo del hombre, de la misma manera que no
es Dios sin el Espíritu de Dios, ni Hijo de Dios si Dios no es su Padre. Así
pues, el origen de una y otra sustancia revela que es a la vez Dios y hombre:
bajo un aspecto, nacido; bajo otro, no nacido; bajo un aspecto, carnal; bajo
otro, espiritual, bajo uno, débil; bajo otro, fuerte en extremo; bajo uno,
mortal; bajo otro, viviente. Estas propiedades de sus dos maneras de ser
(conditiones), la divina y la humana, se señalan como igualmente verdaderas
para una y otra naturaleza, el Espiritu y la carne. Con la misma credibilidad,
el poder del EspIritu de Dios prueba que Cristo es Dios, y los sufrimientos de
su carne humana prueban que es hombre. Sin el Espíritu no tendría el poder;
sin la carne no se darían sus sufrimientos. Si la carne con sus sufrimientos no
es más que una apariencia, el Espíritu con su poder es una falsedad. ¿Por
qué introduces una falsedad que parte a Cristo en dos? Todo él fue verdad.
Puedes estar cierto de que prefirió someterse al nacimiento que engañar con
alguno de sus componentes—y además en detrimento propio—, presentándose
como teniendo una carne sólida sin tena huesos, dura sin tener músculos,
sangrienta sin sangre... con palabras fantasmagóricas que sonaban a los oídos
con una voz imaginaria. Si fuera así, ¿fue también un fantasma cuando
después de la resurrección ofreció sus manos y sus pies a los discípulos
para que los examinaran?... De esta forma, engaña, embauca y encandila a todos
los que le ven, a todos los que le conocen, a todos los que se acercan a él y
le tocan. Si esto es así, no debieras hacer a Cristo descendido del cielo, sino
venido de alguna banda de falsarios, ni debieras proclamarlo Dios por encima de
los hombres, sino simple hombre con poder de mago; no sería el pontífice de
nuestra salvación, sino el artífice de un espectáculo; no sería el
resucitados de los muertos, sino el embaucador de los vivos. Por más que,
aunque hubiera sido un mago, tendría que haber nacido 25.
El
Hijo abandonado por el Padre.
Te
encuentras con que en su pasión exclama Cristo: «Dios mio, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?» (Mt 27, 46)... Esta es la voz de la carne y del alma,
es decir, del hombre, -no la voz del Verbo y del Espíritu, es decir, de Dios.
Fue proferida precisamente para que quedara manifiesto que Dios es impasible y
que abandonó a su Hijo al entregar su humanidad a la muerte. El Apóstol tuvo
conciencia de esto cuando escribió: «El Padre no fue indulgente con su propio
Hijo» (Rm 8, 32); y antes había dicho lo mismo Isaías: <<EI Señor lo
entregó por nuestros pecados» (Is 53, 6). Fue al no tener indulgencia con él,
al entregarlo por nosotros, cuando el Padre lo abandonó. Pero en realidad no
abandonó el Padre al Hijo, pues éste puso en sus manos su espíritu. Lo puso
en sus manos, y al punto murió, porque mientras el espíritu está todavía en
la carne, ésta no puede morir. Así pues, para el Hijo, ser abandonado del
Padre fue lo mismo que morir. Por tanto, el Hijo muere y resucita por obra del
Padre, según las Escrituras. El Hijo se remonta a lo más alto de los cielos,
habiendo descendido a lo más profundo de la tierra. Allí está sentado a la
derecha del Padre, no el Padre a su derecha. Allí le vio Esteban cuando le
apedreaban, todavía de pie a la derecha de Dios, pues empezará a sentarse en
el momento en que el Padre ponga todos sus enemigos debajo de sus pies. Él
mismo vendrá de nuevo sobre las nubes del cielo, de la misma manera como
subió. Y, mientras tanto, él mismo derramó el don recibido del Padre, el
Espíritu Santo, la tercera persona (tertium numen) de la divinidad y el tercer
grado de la suma majestad, predicador de la monarquía unitaria e intérprete de
la economía divina para aquel que dé oído a la nueva profecía que se
contiene en sus palabras. Él es el guía de toda verdad, la cual se encuentra
en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: éste es el misterio cristiano. Es
propio de las creencias judaicas creer de tal modo en un solo Dios, que no
quieras poner al Hijo junto a él, y además del Hijo el Espiritu. ¿Qué
diferencia hay entre los judíos y los cristianos, sino ésta? ¿Qué necesidad
teníamos del Evangelio, que es la esencia del Nuevo Testamento, y que declara
que la ley y los profetas se extienden hasta Juan, si no sacamos de él que los
tres en quienes creemos, el Padre, el Hijo y el Espiritu, no constituyen más
que un solo Dios?... 26.
............................
12. Apol. 17.
13. Adv. Marc. 1, 3.
14. Ibid. 2, 3.
15. Ibid. 2, 4, 3.
16. TERTUL., Adv. Praxean, 2, 3-4.
17. Ibid. 5.
18. Ibid. 25.
19. Ibid. 8-9.
20. Ibid. 6.
21. Ibid: 16.
22. Adv. Marc. 2, 27.
23. TERTUL., De carne Christi, 6, 3-6.
24. Ibid. 17.
25. Ibid. 5, 1-10.
26. Adv. Praxean, 30-31.
13. Adv. Marc. 1, 3.
14. Ibid. 2, 3.
15. Ibid. 2, 4, 3.
16. TERTUL., Adv. Praxean, 2, 3-4.
17. Ibid. 5.
18. Ibid. 25.
19. Ibid. 8-9.
20. Ibid. 6.
21. Ibid: 16.
22. Adv. Marc. 2, 27.
23. TERTUL., De carne Christi, 6, 3-6.
24. Ibid. 17.
25. Ibid. 5, 1-10.
26. Adv. Praxean, 30-31.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.