III.
El hombre pecador.
Cómo
pudo Dios hacer al hombre capaz de pecar.
Paso
ya a estas cuestiones vuestras, perros a los que el Apóstol echó a la calle
(cf. Flp 3, 2), pues no dejáis de ladrar contra el Dios de la verdad. Estos son
vuestros argumentos, que siempre andáis royendo como huesos: «Si Dios es
bueno, y sabe lo que ha de suceder, y tiene poder para evitar el mal, ¿por qué
toleró que el hombre, imagen y semejanza suya y aun de su misma sustancia en lo
que al alma se refiere, fuese engañado por el diablo hasta el punto de que
cayera en la muerte por no obedecer a la ley? Porque si Dios es bueno, no podía
querer que esto sucediera; si conoce el futuro, sabía que esto tenía que
suceder; si tenía poder para ello, debía haberlo evitado. De esta suerte,
dadas estas tres propiedades de la majestad divina, nunca debiera haber sucedido
lo que era incompatible con ellas. Por el contrario, si realmente sucedió así,
es evidente que no podemos creer que Dios sea bueno, ni conocedor del futuro ni
todopoderoso...»
Ahora
bien, si en Dios se dan estas propiedades, según las cuales no debería haber
sucedido ningún mal al hombre, y, con todo, tal mal sucedió, tendremos que
considerar la condición del hombre, pues pudo suceder por parte de ella lo que
no podía suceder por parte de Dios. En efecto, nos encontramos con que el
hombre fue hecho por Dios como ser libre, capaz de arbitrio y decisión propia:
precisamente es en esto donde más en particular se manifiesta que el hombre
está hecho a imagen y semejanza de Dios. Porque no es en su rostro o en sus
rasgos corporales, que presentan en los hombres tanta diversidad, donde el
hombre está hecho a imagen de Dios, que es siempre idéntico a sí, sino en
aquello más esencial que procede del mismo Dios, esto es, el alma, que ha
recibido el sello del ser divino en lo que se refiere a la libertad de arbitrio
y de decisión. De no ser así, no se hubiese impuesto una ley a un ser que no
habría sido capaz de prestar un obsequio libre a esta ley; ni se hubiera
señalado castigo de muerte a la transgresión de la misma, si no se hubiera
dado por supuesto que había en el hombre libertad para despreciar la ley. Y
así, en las leyes del Creador que luego siguieron, descubrirás que Dios
propone al hombre el bien y el mal, la vida y la muerte, y todo el sistema de
disciplina ordenado por medio de los preceptos no supone otra cosa sino que Dios
llama, amenaza y exhorta al hombre que, dotado de voluntad y de libertad, es
capaz de obediencia o de rebelión.
...Pero
si objetas que, si la libertad y decisión del hombre habian de resultar para
él ruinosas, no debían habérselo dado, voy a defender que el hombre realmente
tenía que haber sido hecho asi... La bondad y la sabiduría de Dios, que
siempre actúan a una en nuestro Dios, son argumento de que tenía que ser de
esta manera. Porque la sabiduría sin bondad no es sabiduría, ni la bondad sin
sabiduría es bondad, a no ser que se admita el Dios de Marción, que ya hemos
dicho que es bueno pero irracional. Convenía que Dios se diera a conocer: esto
era cosa ciertamente buena y razonable. Convenía que hubiera un ser digno de
conocer a Dios. ¿Qué ser tan digno podia pensarse fuera de la misma imagen y
semejanza de Dios? También esto es, sin duda, bueno y razanable. Por tanto,
convenia que se hiciera una imagen y semejanza de Dios con libertad de arbitrio
y decisión, ya que en esta libertad es donde se descubre la semejanza e imagen
de Dios... Hubiera sido extraño que el hombre fuera dueño y soberano de todo
el mundo, pero no de si mismo: hubiera sido dueño de los demás, pero esclavo
de sí mismo... Ahora bien, bueno por naturaleza sólo lo es Dios. El que es lo
que es sin comienzo alguno, no tiene lo que es por institución, sino por
naturaleza. En cambio el hombre, que todo cuanto es lo ha recibido, tiene un
comienzo, y en este comienzo recibió el principio de su ser: por esto no está
ordenado al bien por la misma naturaleza, sino por el acto de su creación...
según que es bueno su creador, que es el creador de todos los bienes. Pues
bien, a fin de que el hombre alcanzara su propio bien estando emancipado de
Dios, de suerte que el bien del hombre fuera como propiedad y naturaleza suya
propia, en la creación le fue dada por Díos como un título de emancipación
la libertad de arbitrio y de elección, con la cual el hombre pudiera obrar el
bien espontáneamente y como cosa propia. Esto exigian la bondad y la
sabiduría... Le fue concedida plena libertad de elección en uno u otro
sentido, de suerte que siempre fuese dueño de si para hacer libremente el bien
y para evitar libremente el mal; pues, por otra parte, convenia que el hombre
estuviera bajo el juicio de Dios y que fuese justo por sus méritos propios, es
decir, libres. En efecto, no podía asignarse razonablemente una recompensa del
mal ni del bien a aquel que fuese bueno o malo por necesidad, no por voluntad
propia. Para esto se dio la ley, la cual no anula, sino que pone a prueba la
libertad con que uno o libremente se somete o libremente la traspasa. Por esto
tenían que estar ambos caminos abiertos al libre arbitrio... Es muy fácil que
los que han caído para ruina del hombre, antes de examinar su condición y sin
tener en cuenta la sabiduría del Creador, le culpen a éste lo sucedido. Pero
si se considera bien la bondad de Dios desde el comienzo de su creación, uno se
convencerá de que de Dios no puede haber salido nada malo; y al contrario, una
reflexión sobre la libertad del hombre mostrará que ella es la culpable del
mal que cometió 27.
El
alma humana.
Definimos
el alma humana como nacida del soplo de Dios, inmortal, incorpórea, de forma
humana, simple en su sustancia, consciente de sí misma, capaz de seguir varios
cursos, dotada de libre arbitrio, sometida a circunstancias externas, mudable en
sus capacidades, racional, dominadora, capaz de adivinación y procedente de un
tronco común. Ahora hemos de considerar cómo procede de un solo tronco, es
decir, de dónde, cuándo y cómo la recibe el hombre. Algunos opinan que
desciende de los cielos, creyéndolo con la misma fe indubitable con que
prometen que ha de retornar allí... Me duele en el alma que Platón haya sido
la despensa de que se han alimentado todos los herejes: porque éste es quien en
el Fedón dice que las almas pasan de acá allá y de allá acá... 28
El
alma es transmitida por los padres, juntamente con el semen.
¿Cómo
es concebido un ser animado? ¿Se forman simultánea mente las sustancias del
alma y del cuerpo, o más bien la una precede a la otra? Mantenemos que las dos
son concebidas, formadas y perfeccionadas al mismo tiempo, de la misma manera
que nacen simultáneamente, sin que ningún intervalo separe la concepción de
las dos y dé prioridad a una sobre la otra. Juzgad el origen del hombre a
partir de su fin. Si la muerte no es otra cosa que la separación del alma y del
cuerpo, la vida, que es lo contrario de la muerte, no se puede definir más que
como la unión del cuerpo y del alma. Si la separación de las dos sustancias se
produce simultáneamente por la muerte, la ley de su unión nos obliga a pensar
que la vida llega simultáneamente a las dos sustancias. Mantenemos, pues, que
la vida empieza en la concepción, pues defendemos que el alma existe desde este
momento, y el principio de la vida es el alma. Simultáneamente se une para la
vida, lo que simultáneamente se separa en la muerte... Nadie, pues, sienta
rubor si damos una interpretación que resulta necesaria. Ante la naturaleza
hemos de sentir reverencia, pero no rubor. Es la concupiscencia, no la
naturaleza, lo que hizo la cópula sexual vergonzosa. Son los excesos, no el uso
establecido, lo que es impúdico, ya que el uso establecido está bendecido por
Dios: «Creced y multiplicaos» (Gén 1, 28). Los excesos sí que están
maldecidos, los adulterios, las violaciones, la prostitución. Pues bien, en
este venerable uso del sexo por el que de la manera usual se unen el varón y la
mujer, sabemos que tanto el alma como el cuerpo tienen su función: del alma
viene el deseo, de la carne la ejecución; el alma instiga, la carne lo realiza.
Así, de todo el hombre, a impulsos de un estímulo único que proviene de ambos
elementos, surge la sustancia seminal, la cual recibe del elemento corporal su
condición líquida, y del.elemento psíquico su calor. No quisiera correr un
mayor riesgo de ofender la modestia que de probar la verdad; pero en aquel ardor
de la máxima delectación en que el humor genital es eyaculado, ¿no sentimos
que sale de nosotros también algo de nuestra propia alma, de suerte que
sentimos una prostración y un desmayo que nos llega a oscurecer la vista? Éste
es el semen psíquico, segregado por la misma alma, de manera semejante a como
el humor corporal procede de la evacuación de la carne... Así como en el
origen del hombre dos elementos diversos y distintos, el barro y el soplo, se
unieron para formar un solo hombre, confundiéndose ambas sustancias para formar
un ser único, así también mezclaron sus principios seminales, dando forma a
la manera como tenía que propagarse desde entonces la especie. De esta suerte
ahora los dos elementos, aunque sean distintos, fluyen unidos y simultáneamente
por un mismo surco, y ambos dan como fruto en el campo apropiado a un hombre
compuesto de ambas sustancias, el cual a su vez llevará dentro de sí la misma
capacidad seminal, como está establecido en las leyes generales de la
generación. Por tanto, de un solo hombre procede toda la multitud de almas que
vemos; y en esto la naturaleza ha cumplido bien el mandato divino: «Creced y
multiplicaos.» Y aun en las mismas palabras que precedieron a la creación del
primer hombre, «hagamos al hombre» (Gén 1, 26), se anunció su plural
posteridad cuando se añadió: «y dominen a los peces del mar». Y era natural,
pues siempre la semilla es promesa de mies 29.
Dignidad
de la carne humana en relación con el espíritu.
El
barro fue hecho glorioso por la mano de Dios, y la carne todavía más gloriosa
a causa de su soplo, por el cual perdió la rudeza de la carne y del barro y
recibió la belleza del alma... Tú te preocupas de que tus vinos y tus
ungüentos de gran precio se guarden en vasos de correspondiente calidad y que a
tus espadas de un acero exquisito correspondan vainas de igual valor, ¿y
piensas que Dios abandonará en cualquier vil cacharro lo que es sombra de su
propia alma, aliento de su propio Espíritu, obra de su propia boca, de suerte
que sea entregada a una condenación cierta por el mero hecho de haber sido
puesta en sitio tan indigno? Pero, ¿hay que decir que colocó el alma en la
carne, o más bien que la insertó y la combinó con ella? Tan íntimamente la
entremezcló, que no puede darse como cierto si es la carne la que envuelve al
alma o es el alma la que envuelve a la carne, si es la carne la que manifiesta
al alma, o el alma la que manifiesta a la carne. Y aunque más bien hay que
creer es el alma la que es servida y la señora, pues está más próxima a
Dios, aun esto redunda en gloria de la carne, pues contiene aquello que es
próximo a Dios y se hace partícipe de su soberanía. En efecto, ¿cómo puede
el alma utilizar la naturaleza, cómo puede disfrutar del mundo, cómo puede
saborear los elementos si no es a través de la carne?... Por la carne ha
recibido una partícula del poder divino, pues no hay nada que no alcance con la
palabra, aunque sólo sea por indicación tácita: y la palabra proviene de un
órgano carnal... Todo está sometido al alma por medio de la carne, y, por
tanto, todo está sometido a la carne. De esta suerte, la carne, aunque es
tenida por sierva e instrumento del alma, se descubre como su compañera y
coheredera en lo temporal. ¿Por qué pues no en lo eterno?
...Ninguna
alma puede conseguir la salvación si no creyó mientras vivía en la carne: tan
verdad es que la carne es el quicio sobre el que gira la salvación (caro
salutis est cardo). Cuando Dios atrae a sí al alma, es la carne la que permite
que el alma pueda ser atraída por Dios. La carne es lavada, para que el alma
quede purificada. La carne es ungida, para que el alma quede consagrada. La
carne es sellada, para que el alma quede protegida. La carne recibe la sombra de
la imposición de las manos, para que el alma quede iluminada por el Espíritu.
La carne se alimenta con el cuerpo y la sangre de Cristo, para que el alma quede
cebada de Dios. Por tanto, no se puede separar en el premio lo que colaboró en
un solo trabajo. Los sacrificios agradables a Dios —me refiero a la aflicción
del alma, los ayunos, la abstinencia y todas las molestias anejas a estas
prácticas—es la carne la que los realiza una y otra vez, a costa propia... 30
Dignidad
de la carne, obra de Dios y destinada a Cristo.
Mi
propósito es vindicar para la carne todo aquel honor que le confirió el que la
creó. Porque ya entonces la carne pudo gloriarse de que siendo tan poca cosa
como es el limo de la tierra, llegó a encontrarse entre las manos de Dios...
Este mero contacto hubiera bastado para hacerla feliz. Al tacto de Dios hubiera
podido salir inmediatamente la figura modelada, sin más esfuerzo.. Pero era una
cosa demasiado grande lo que se estaba construyendo con tal material: por esto
tiene la gloria de ser honrado tantas veces cuantas se posa en él la mano de
Dios, lo toca, lo pellizca, lo amasa, lo modela. Imagínate a Dios enteramente
ocupado y entregado a este material, con sus manos, sus sentidos, su actividad,
su ingenio, su sabiduría, su providencia y, sobre todo, con su amor que le
dictaba los rasgos que modelaba. Porque cuando iba dando expresión al barro,
estaba pensando en Cristo que tenía que ser hombre, es decir, barro, ya que el
Verbo se haría carne, que entonces era tierra. Por esto empezó el Padre
diciendo al Hijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza»
(/Gn/01/26). E hizo Dios al hombre, lo hizo modelándolo, «a imagen de Dios lo
hizo», es decir, de Cristo. Porque el Verbo era Dios, y, hecho a imagen de
Dios, no intentaba apropiarse cosa ajena al asemejarse a Dios.
De
esta suerte, aquel barro que tomaba ya entonces la imagen del Cristo que tenia
que existir en la carne, no era sólo una obra de las manos de Dios, sino una
prenda del mismo. ¿De qué puede servir ahora intentar oscurecer el origen de
la carne trayendo a colación el nombre de tierra, elemento bajo y sucio? Aunque
se hubiese tomado cualquier otro material para formar al hombre, lo que
convendría traer a la memoria sería la grandeza del artífice, que es quien
ennoblece el material al elegirlo y quien hace la obra trabajándolo... 31
El
pecado del hombre y la resurrección.
Dice
el Señor que vino a salvar lo que había perecido (cf. Mt 361 18, 11). ¿Qué
piensas que era lo que había perecido? El hombre, sin lugar a dudas. ¿Todo el
hombre, o parte de él? Ciertamente todo, ya que la transgresión, que fue la
causa de la muerte del hombre, fue cometida tanto por el impulso del alma con su
concupiscencia como por la acción de la carne con su placer. Con ello se
escribió contra todo el hombre el veredicto de culpabilidad, por el que luego
tuvo que pagar justamente la plena pena de muerte. Así pues, también el hombre
entero será salvado, ya que el hombre entero cometió el delito... Seria
indigno de Dios que devolviera a la salud la mitad del hombre, haciendo, por
así decirlo, menos que los mismos gobernantes de este mundo, que siempre
conceden el indulto en forma total. ¿Habrá que admitir que el diablo fue más
fuerte para mal del hombre al lograr destrozarlo totalmente, mientras que Dios
es más débil, ya que no lo restaura en su totalidad? Pero dice el Apóstol que
«donde abundó el delito, sobreabundó la gracias (cf. Rom 5, 20) 32.
La
inmortalidad del hombre.
Esto
es lo que hace la muerte: separar el cuerpo y el alma Ahora bien, los que hemos
sido instruidos acerca del origen del hombre, nos atrevemos a declarar que la
muerte no le ha venido al hombre por naturaleza, sino a causa de una culpa, y
ésta tampoco es natural. Sin embargo, fácilmente se da el nombre de naturales
a cosas que parecen ligadas a nuestra condición por nacimiento, aunque son
adventicias. Si el hombre hubiese sido creado directamente para la muerte, se
diría que la muerte es para él natural. Ahora bien, que no había sido creado
para la muerte lo prueba el mandato que le imponia una amenaza condicional,
diciendo que moriría según fuera su libre decisión. Por tanto, si no hubiese
pecado, no hubiera muerto. Consiguientemente, no era natural lo que aconteció a
causa de un acto de voluntad con poder para elegir y no por necesidad de la ley
de la creación 33.
Todo
el hombre quedó debilitado, aunque no totalmente corrompido, por el pecado.
Todas
las cualidades otorgadas al alma en su nacimiento están aún ahora oscurecidas
y pervertidas por aquel que en los origenes tuvo envidia de ellas. Por esto no
se pueden distinguir claramente ni se pueden utilizar como convendría. No hay
hombre a quien no se le pegue un espiritu malvado que le está acechando desde
las mismas puertas del nacimiento... En el parto de todos los hombres interviene
la idolatría... Por lo demás. el Apóstol tenía presente la clara palabra del
Señor: «Si uno no nace del agua y del Espíritu, no entrará en el reino de
Dios» (Jn 3, 5). Por tanto, toda alma ha de considerarse incluida en el estado
de Adán en tanto no es incluida en el nuevo estado de Cristo. Hasta que no
adquiere este nuevo estado, es inmunda, siendo objeto de ignominia en
asociación con la carne. Porque, aunque la carne es pecadora y se nos prohibe
«andar según la carne» (2 Cor 10, 2) y las obras de la carne son condenadas
porque sus apetencias son contra el espíritu (cf. Gál 5, 17) y los que la
siguen son tachados de carnales, sin embargo, la carne no es mala en sí misma.
Por sí misma la carne no siente ni conoce nada para poder inducir a forzar al
pecado. ¿Cómo podría hacerlo? Ella no es más que un instrumento, y aun un
instrumento que no es como un siervo o un amigo, que son seres animados, sino
como un vaso u otra cosa semejante de naturaleza corporal, no viviente. El vaso
es instrumento para el que tiene sed: pero si el que tiene sed no se acerca el
vaso, el vaso no le servirá nada. Lo distintivo de cada hombre no está en este
elemento terreno. La carne no es el hombre, ni le da sus peculiares cualidades
espirituales y personales, sino que es una cosa de sustancia y condición
totalmente distinta del ser personal, aunque ha sido entregada al alma como
posesión e instrumento para las necesidades de la vida. Por consiguiente, la
carne es atacada en la Escritura porque el alma no hace nada sin la carne en los
actos de concupiscencia, gula, embriaguez, crueldad, idolatría, y otros actos
que no son meros sentimientos, sino acciones. En realidad, los sentimientos
pecaminosos que no resultan en acciones suelen imputarse al alma: «El que mira
con concupiscencia, ya ha cometido adulterio en su corazón» (Mt 5, 28). Por
otra parte, ¿qué puede hacer la carne sin el alma en lo que se refiere a la
virtud, la justicia, la paciencia, la modestia? No puedes acusar a la carne de
mala, si no puedes mostrar que puede hacer el bien. Se lleva a juicio lo que ha
servido para el delito, a fin de que en el mismo juicio de los instrumentos se
manifieste todo el peso de culpa del delincuente. Si los cómplices resultan
castigados, mucho mayor odio recae en el autor principal, y cuando ni el
cooperador resulta inocente, mucho mayor es la pena del instigador.
Por
consiguiente, el mal del alma es anterior y, fuera del que le viene añadido por
la intrusión del espíritu malo, proviene de la falta original y es en cierto
sentido connatural. Porque la corrupción de la naturaleza es como una segunda
naturaleza que tiene su propio dios y padre, que no es otro que el autor de la
corrupción. Con todo, sigue habiendo el bien en el alma, a saber, aquel bien
original, divino y genuino que es propiamente suyo por naturaleza. Porque lo que
procede de Dios propiamente no queda destruido, sino entenebrecido, ya que, en
efecto, puede ser entenebrecido, puesto que no es Dios, pero no puede ser
destruido, porque procede de Dios. Es lo que sucede con la luz que por más que
un obstáculo le cierre el paso, sigue existiendo, aunque si el obstáculo es
suficientemente opaco no aparece. Lo mismo sucede con el bien en el alma que
está ahogada en el mal: según sea éste, el bien o desaparece del todo o surge
como un rayo de luz por donde encuentra un espacio libre. Así, hay hombres
pésimos y hombres muy buenos, aunque las almas son todas de una misma especie.
Y en los peores hay algo bueno, y en los mejores algo malo. Sólo Dios no tiene
pecado, y entre los hombres sólo Cristo no tiene pecado, porque es Dios... No
hay ninguna alma sin pecado, porque ninguna hay que no guarde una semilla de
bien. Por esto, cuando el alma se convierte a la fe y es restaurada en su
segundo nacimiento por el agua y por el poder de arriba, se le quita el velo de
su corrupción original y logra ver la luz en todo su esplendor. Entonces es
recibida por el Espíritu Santo, de la misma manera que en el primer nacimiento
había sido acogida por el espíritu inmundo. Y la carne sigue al alma en sus
nupcias con el Espiritu como una dote, y se convierte en sierva, no del alma,
sino del Espiritu. ¡Oh nupcias dichosas, si no se entrometiese el adulterio!
34.
...........................
27. Adv. Marc. 2, 5-6.
28. TERTUL., De Anima, 22, 2.
39. Ibid. 27.
30. TERTUL., De carnis resurrectione, 7.
31. Ibid. 6.
32. Ibid. 34.
33. De Anima, 52.
34, Ibid. 39-41.
28. TERTUL., De Anima, 22, 2.
39. Ibid. 27.
30. TERTUL., De carnis resurrectione, 7.
31. Ibid. 6.
32. Ibid. 34.
33. De Anima, 52.
34, Ibid. 39-41.
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