IV.
Sacramentos y vida cristiana.
Necesidad
del bautismo después de la venida de Cristo.
(Según
los herejes) el bautismo no es necesario, pues basta la fe: porque Abraham
agradó a Dios sin ningún sacramento de agua, sino con el de la fe (nulllus
aquae nisi fidei sacramento)... Sea que antes por la sola fe (hubiera
salvación), antes de que el Señor padeciera y resucitara. Pero así que el
objeto de la fe se amplió y hubo que creer en su nacimiento, su pasión y su
resurrección, se amplió también el medio de salvación (ampliato sacramento)
con la adición del sello del bautismo, que es, en cierta manera, como el
vestido de la fe, que antes estaba desnuda. Ya no hay ahora posibilidad de
eludir su ley, porque, en efecto, la ley del bautismo ha sido impuesta y su
forma ha sido prescrita cuando se dice: «Id y enseñad a todas las
gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo>> (Mt 28, 19). Esta ley se relaciona con aquella declaración: «Si
uno no renaciera del agua y del Espíritu Santo no entrará en el reino de los
cielos» (Jn 3, 5), la cual somete la fe a la necesidad del bautismo. Por esto
desde entonces todos los que creían eran bautizados. Pablo, por ejemplo, así
que creyó fue bautizado... 35
Simplicidad
de los sacramentos y medios de santificación. SOS/SIMPLICIDAD
No
hay nada que contribuya tanto a endurecer las mentes humanas como el contraste
entre la simplicidad de las obras divinas tal como las vemos llevarse a cabo y
la grandiosidad de los efectos que en ellas se prometen. En este punto, es tanta
la simplicidad, la ausencia de pompa y de boato fastuoso y, en realidad, de
elementos costosos, que un hombre es sumergido en el agua y bañado mientras se
pronuncian unas pocas palabras, y en poco o nada vuelve a salir más limpio que
antes: precisamente por esto resulta tan increíble que pueda así conseguirse
la vida eterna. No me engaño al decir que, por el contrario, la solemnidades de
los ídolos con su secreto, con su aparato teatral y costoso es lo que
constituye toda la credibilidad y autoridad de aquellos. ¡Qué mísera es la
incredulidad, que niega a Dios lo que es más propio de él, la simplicidad y el
poder! ¿Por ventura no es maravilloso que en un simple lavatorio quede disuelta
la muerte? Porque es maravilloso, no se quiere creer, mientras que precisamente
por ello debía creerse más. ¿Cómo han de ser las obras divinas, sino mayores
que todo lo que nos maravilla? También nosotros nos maravillamos, pero creemos.
En cambio, la iniquidad se maravilla porque no cree: se maravilla de esas cosas
simples y las tiene por vanas; se maravilla de esas cosas tan grandiosas, y las
tiene por imposibles. Sea así, como tú piensas: la palabra divina te sale al
encuentro de ambas objeciones: «Lo necio del mundo eligió Dios, para
confundir su sabiduría» (1 Cor 1, 27). Y también: «Lo que es difícil para
los hombres, es fácil para Dios» (Mt 19, 26). Porque si Dios es sabio y
poderoso—cosa que admiten aun los que no hacen caso de él—, tiene razón
para usar como materia de sus obras lo que es contrario a la sabiduría y al
poder, es decir, la necedad y la imposibilidad: porque todo poder tiene su causa
en aquello de donde se suscita... 36.
Figura
y realidad del bautismo.
No
hace diferencia alguna el que uno se bautice en el mar o en un estanque, en un
río o en una fuente, en un lago o en un recipiente: ni hay diferencia entre
aquellos que Juan bautizó en el Jordán y los que Pedro bautizó en el Tíber,
así como no recibió ni más ni menos en orden a la salvación aquel eunuco a
quien Felipe yendo de camino bautizó en una agua que al azar encontraron. Todas
las aguas, en virtud de la cualidad de su mismo origen primero, llevan a cabo el
misterio de la santificación (sacramentum sanctificationis consequuntur) por la
invocación de Dios: entonces sobreviene al punto el Espiritu del cielo y
permanece sobre las aguas, santificándolas con su propia virtud de suerte que,
una vez así santificadas, queden impregnadas de fuerza santificadora. Hay en
esto una analogía con una realidad bien sencilla: por los pecados nos manchamos
con una especie de suciedad, y con el agua nos lavamos. Los pecados no aparecen
en la carne: no aparecen sobre la piel de nadie las manchas de la idolatría, la
lujuria o el robo, pero la suciedad de estas cosas está en el espiritu del que
las ha cometido, porque el espíritu es el señor, y la carne es la sierva. Sin
embargo, ambos se comunican mutuamente el reato de culpa, ya que la incitación
fue del espiritu, y la ejecución de la carne. Entonces, habiendo recibido las
aguas en cierto sentido una virtud medicinal por la intervención del ángel, el
espiritu se disuelve como corporalmente en el agua, y la carne en la misma agua
se purifica espiritualmente...
...Esto
de que un ángel intervenga en el agua, aunque parezca cosa nueva tiene un
precedente que era imagen de lo que había de suceder: Un ángel intervenía en
la piscina de Betsaida removiendo las aguas. Estaban al acecho los que sufrían
enfermedades, pues el que se adelantaba a bajar al agua dejaba de sentirse
enfermo una vez bañado. Esta curación corporal era una imagen para explicar la
curación espiritual, a la manera con que siempre las cosas carnales preceden a
las espirituales de las que son figura (semper carnalia in figuram spiritalium
antecedunt). Ahora bien, cuando creció en todos la gracia de Dios, creció
también la virtud del agua y del ángel: lo que antes era remedio de los
defectos del cuerpo, ahora es remedio del espíritu; lo que conseguía la salud
temporal, ahora restablece la eterna; lo que antes liberaba a uno cada año,
ahora salva todos los días a pueblos enteros de los que expulsa la muerte por
la ablución de los pecados... Por este medio el hombre, que desde un principio
había sido hecho a imagen de Dios, es restituido a su semejanza, y hay que
notar que la imagen se entiende de la semejanza exterior (in effigie), la
semejanza de la eterna (in aeternitate). En el bautismo recibe el hombre aquel
Espíritu que originariamente había recibido por el soplo de Dios, y que luego
perdió por el pecado.
Esto
no quiere decir que alcancemos el Espiritu Santo por la misma agua, sino que la
purificación del agua bajo el influjo del ángel nos prepara para el Espiritu
Santo. También en esto una figura antecedió a la realidad: así como Juan fue
el precursor del Señor que preparaba sus caminos, así el ángel que preside el
bautismo adereza el camino para el Espiritu Santo, que ha de venir, con la
expulsión del pecado que la fe impetra con el sello impuesto en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Porque si cualquier declaración queda
establecida con tres testigos, mucho más lo será el don de Dios. Respecto a
esta bendición tenemos como jueces de la fe los mismos que nos han prometido la
salvación, y el número de estos nombres divinos es suficiente para que en
nuestra esperanza estemos confiados. Y aunque el testimonio de la fe y la
promesa de salvación está pendiente de estos tres, se añade necesariamente la
mención de la Iglesia, porque donde están estos tres, el Padre, el Hijo y el
Espiritu Santo, allí está la Iglesia, que es el cuerpo de los tres.
Luego,
al salir del baño, somos ungidos con la santa unción, según aquella práctica
antigua por la que los sacerdotes solían ungirse con el aceite de un cuerno,
como Aarón fue ungido por Moisés. Y a causa del crisma, que significa unción,
nos llamamos cristianos, es decir, ungidos... De esta suerte, la unción resbala
sobre nosotros de una manera carnal, pero aprovecha de una manera espiritual, de
la misma manera que el mismo bautismo que es un acto carnal por el que somos
sumergidos en el agua tiene el efecto espiritual de liberarnos de los pecados...
Luego
se nos imponen las manos en forma de bendición, mientras se llama y se invita
al Espiritu Santo... Y aquel Espíritu Santísimo desciende gustoso del Padre
sobre los cuerpos purificados y bendecidos, y también sobre las aguas del
bautismo en las que, como reconociendo su prístina sede, descansa, como cuando
bajó en forma de paloma hasta el Señor. La paloma declara la naturaleza del
Espiritu Santo, siendo un animal cuyas características son la simplicidad y la
inocencia, hasta el punto de que su cuerpo carece de hiel... 37.
El
bautismo no se ha de conferir precipitadamente ni a los niños.
Los
que tienen el oficio de bautizar saben que el bautismo no se ha de conferir
temerariamente... «No deis lo santo a los perros, ni arrojéis vuestra piedra
preciosa a los puercos» (Mt 7, 6). Y también: «No impongáis fácilmente las
manos ni tengáis parte en los pecados ajenos» (1 Tim 5, 22)... Todo el que
pide el bautismo puede engañar o puede engañarse, y así puede ser más
conveniente demorar el bautismo según la condición y disposición de las
personas, y también según la edad. ¿Qué necesidad hay, cuando realmente no
la hay, de poner en peligro a los padrinos, los cuales por la muerte pueden
faltar a lo prometido o pueden tener con el tiempo la decepción de haber
apadrinado a uno de mala condición? Ciertamente dice el Señor (acerca de los
niños): «No les impidáis que vengan a mí» (Mt 19, 14). Vengan enhorabuena
cuando ya empiezan a ser crecidos, cuando son capaces de aprender, cuando se les
pueda enseñar adónde van. Háganse cristianos cuando, puedan conocer a Cristo.
¿Para qué se apresura la edad inocente hacia la remisión de los pecados? En
las cosas temporales se procede con mayor cautela: ¿por que confiar las cosas
divinas a aquellos a quienes no se confían los bienes de la tierra? Que
aprendan a pedir la salvación, para que claramente la des a los que la han
pedido. Con no menor razón hay que diferirlo asimismo a los que no están
casados, pues para ellos está al acecho la tentación: a las doncellas porque
se desarrollarán, y a las viudas porque están libres: hay que esperar o a que
se casen, o a que se fortalezcan con la continencia. El que entiende la
responsabilidad del bautismo temerá más conseguirlo que diferirlo: una fe
íntegra tiene segura la salvación 38.
Todos
los pecados pueden ser perdonados. PT/SV-TABLA-DE/TERTUL Todos los pecados, ya
fueren cometidos por la carne o por el espíritu, ya de obra o de intención, ha
prometido que pueden avanzar perdón por la penitencia el mismo que fijó la
pena por el juicio, pues dice al pueblo: "Haz penitencia y te daré la
salvación" (Ez 18, 21.23). Por tanto, la penitencia es vida cuando antecede a
la muerte. Tú, pecador, entrégate a esta penitencia, abrázala como el
náufrago que pone su confianza en una tabla: ella te levantará cuando estás
para ser hundido en las olas de los pecados, y te llevará al puerto de la
divina clemencia... Arrepiéntete de tus errores, una vez que has descubierto la
verdad. Arrepiéntete de haber amado aquello que Dios no ama, cuando ni siquiera
nosotros toleramos que nuestros esclavos no odien aquello que nos molesta... Te
preguntas: ¿Me será útil la penitencia, o no? ¿Por qué le das vueltas a
eso? Es Dios el que manda que la hagamos... 39.
No
hay más que una penitencia después del bautismo.
Que
nadie interprete mis palabras de suerte que piense tener ya camino libre para
pecar, pues tiene camino libre para la penitencia, haciendo así de la
abundancia de la clemencia celestial pretexto de entregarse libidinosamente a la
temeridad humana. Nadie ha de hacerse malo porque Dios sea bueno, ni piense que
cuantas veces es perdonado, tantas puede pecar. Porque habrá un límite para el
perdón, mientras que no habrá un límite en el pecar. Ya que una vez escapamos
con vida, considerémonos estar en peligro, aunque nos parezca que podremos
escapar de nuevo. Muchas veces los que han salido con vida de un naufragio ya no
quieren tener más que ver con las naves y el mar: con el recuerdo del peligro
pasado, honran el beneficio divino de su salvación. Es de alabar el temor, y es
de amar la humildad, para no ser de nuevo gravosos a la misericordia divina...
El perversísimo enemigo del hombre no ceja nunca en su malicia y está
particularmente furioso cuando ve al hombre liberado totalmente de sus pecados,
y se enciende su ira cuando ve que se apaga su poder... Por esto, se pone a
observar, atacar, rodear, para ver si puede herir los ojos con alguna
concupiscencia carnal, o enredar la mente con ilusiones mundanas, o destruir la
fe con el temor de los poderes terrenos, o desviar del camino seguro con
tradiciones falseadas. No anda él corto de objetos de escándalo ni de
tentaciones. Pero Dios, que preveía todos estos venenos, aun cuando hubiere
quedado ya cerrada la puerta del perdón con el cerrojo del bautismo, quiso que
quedara todavía algún camino abierto: y así dejó en el vestíbulo la puerta
de la segunda penitencia, que pudiera abrirse para los que llaman a ella: pero
ésta se abre ya una sola vez, pues es ya la segunda puerta. Después ya no
podrá ser abierta de nuevo, si una vez hubiere sido abierta en vano. ¿No es
bastante que se haya abierto una vez? Se te concedió lo que ya no merecías,
pues habías perdido lo que habías recibido. Si se te concede la indulgencia
del Señor, por la que puedes recuperar lo que habías perdido, muéstrate
agradecido por este beneficio renovado o, mejor dicho, ampliado: porque es mayor
cosa el restituir que el dar, ya que es peor la condición del que perdió algo
que la del que simplemente nada recibió 40.
La
pública confesión y penitencia.
Esta
segunda y única penitencia es una cosa tan seria y estricta que ha de probarse
con toda diligencia, y así no ha de ser meramente algo surgido de la propia
conciencia, sino que ha de ser administrada con algún acto (exterior). Esto es
lo que se llama confesión, con la que reconocemos ante Dios nuestro pecado, no
porque él lo ignore, sino porque la confesión dispone para la satisfacción y
de ella nace la penitencia, y con la penitencia Dios es aplacado. Por tanto, la
confesión es aquella disciplina por la que el hombre se prosterna y se humilla,
poniéndose en una actitud que atrae la misericordia. Esta disciplina impone
que, aun en lo que se refiere al porte y vestido, el penitente se vista de saco
y se postre en la ceniza, cubriendo de luto su cuepo y abatiendo su espíritu
con el dolor, mostrando con esta triste compostura la mutación de aquello en
que pecó. Además, ha de contentarse con la comida y la bebida más simple, no
por causa de su estómago, sino de su espíritu: de ordinario el ayuno sirve de
alimento a la oración, pasando los días y las noches ante el Señor con
gemidos, lágrimas y sollozos, postrándose ante los presbíteros y
arrodillándose ante los que son amados de Dios. y encargando a todos los
hermanos que se hagan mensajeros de su oración. Todo esto constituye la
confesión, a fin de que sirva de recomendación a la penitencia, rinda honor al
Señor con el temor del peligro, de suerte que lo que ella pronuncia haga las
veces de la indignación de Dios, y la aflicción temporal convierta no ya en
inútiles, pero sí en írritos los suplicios eternos. La misma acusación y
condenación de la confesión es absolución, y, créelo, cuanto menos te
perdones a ti mismo tanto más te perdonará Dios 41.
El
rigorismo de Tertuliano montanista.
Ese
sumo pontífice, ese obispo de obispos (el papa Ceferino o Calixto), promulga
ahora un edicto: «Yo absuelvo los pecados de adulterio y de fornicación a
todos los que hayan hecho penitencia»... ¿Dónde habrá de publicarse tamaña
liberalidad? Sobre las puertas de las casas de vicio, supongo yo, bajo los
indicadores de su género de comercio. Este jaez de "penitencia"
debiera proclamarse en el mismo lugar en que se comete el pecado. Este perdón
debiera estar a la vista en los lugares a los que los hombres entrarán con la
esperanza de obtenerlo. Sin embargo, este edicto es leído en las iglesias, es
pronunciado en la Iglesia. en la Iglesia que es virgen. Ojalá que esta
proclamación esté bien alejada de la que es esposa de Cristo... 42.
Hay
ciertos pecados cotidianos en los que todos caemos. ¿Quién puede escapar a
pecados como un movimiento de ira irrazonable... o un acto de violencia física,
o una calumnia impensada, o una blasfemia inconsciente, un faltar a lo prometido
o una mentira proferida por vergüenza o compulsión? En nuestros negocios, en
el trabajo de cada dia, en aquello con que ganamos nuestro sustento, en lo que
vemos u oímos, nos encontramos con poderosas tentaciones. Si no hubiera perdón
para ese género de faltas, nadie alcanzaría la salvación. Estas faltas serán
perdonadas por la intercesión de Cristo ante el Padre. Pero hay otros pecados
de naturaleza muy distinta, demasiado graves y demasiado perniciosos para que
puedan ser perdonados. Tales son el asesinato, la idolatría, el fraude, el
renegar de la fe, la blasfemia y, naturalmente, el adulte rio y la fornicación
y cualquier género de violación del «templo de Dios». Cristo ya no
intercederá por estos pecados: el que ha nacido de Dios no los cometerá
jamás, y si los ha cometido, no será un hijo de Dios 43.
Tertuliano
montanista niega la remisión de los pecados.
Si
constase que los bienaventurados apóstoles hubiesen mostrado indulgencia para
con las faltas cuyo perdón depende, no del hombre, sino de Dios, lo habrían
hecho, no en virtud de una disciplina ordinaria, sino en virtud de su poder
personal. Porque también resucitaron muertos, cosa que es de sólo Dios...
Dices tú: «La Iglesia tiene poder de perdonar los pecados»... Ya que
mantienes esta opinión, yo te pregunto: «¿De dónde presumes tú este derecho
para la Iglesia?» Si es porque el Señor dijo a Pedro: «...lo que atares o
desatares en la tierra será atado o desatado en los cielos» (cf. Mt 16, 18),
es que presumes que la potestad de atar y de desatar se prolonga hasta tu
persona, es decir, a toda la Iglesia que se relaciona con Pedro. ¿Quien eres
tú para destruir y cambiar la manifiesta intención del Señor que confirió
este poder a Pedro a titulo personal? «Sobre ti», dijo, «edificaré mi
Iglesia», y «te daré las llaves», a ti, no a la Iglesia; y «lo que tú
atares o desatares», no lo que otros ataren o desataren...
El
matrimonio cristiano. MA-CR/FELICIDAD
No
hay palabras para expresar la felicidad de un matrimonio que la Iglesia une, la
oblación divina confirma, la bendición consagra, los ángeles lo registran y
el Padre lo ratifica. En la tierra no deben los hijos casarse sin el
consentimiento de sus padres. ¡Qué dulce es el yugo que une a dos fieles en
una misma esperanza, en una misma ley, en un mismo servicio! Los dos son
hermanos, los dos sirven al mismo Señor, no hay entre ellos desavenencia
alguna, ni de carne ni de espíritu. Son verdaderamente dos en una misma carne;
y donde la carne es una, el espíritu es uno. Rezan juntos, adoran juntos,
ayunan juntos, se enseñan el uno al otro, se animan el uno al otro, se soportan
mutuamente. Son iguales en la iglesia, iguales en el banquete de Dios. Comparten
por igual las penas, las persecuciones, las consolaciones. No tienen secretos el
uno para el otro; nunca rehuyen la compañía mutua; jamás son causa de
tristeza el uno para el otro... Cantan juntos los salmos e himnos. En lo único
que rivalizan entre sí es en ver quién de los dos cantará mejor. Cristo se
regocija viendo a una familia así, y les envía su paz. Donde están ellos,
allí está también él presente, y donde está él, el maligno no puede entrar
45.
La
vida de los cristianos.
Voy
a mostrar las verdaderas actividades de la «secta» cristiana: habiendo
refutado las perversidades que se les atribuyen, mostraré sus excelencias.
Somos un cuerpo unido por una común profesión religiosa, por una disciplina
divina y por una comunión de esperanza. Nos reunimos en asamblea o
congregación, con el fin de asaltar a Dios como en fuerza organizada. Esta
fuerza es agradable a Dios. Oramos hasta por los emperadores, por sus ministros
y autoridades, por el bienestar temporal, por la paz genaral, para que el fin
del mundo sea diferido. Nos reunimos para meditar las Escrituras divinas, por
ver si nos ayudan a prever o a reconocer algo para los tiempos presentes. En
todo caso, alimentamos nuestra fe con aquellas santas palabras, levantamos
nuestra esperanza, fortalecemos nuestra confianza, robustecemos nuestra
disciplina insistiendo en sus preceptos, En estas reuniones tienen lugar las
exhortaciones, los reproches, las censuras divinas. Porque se juzgan las cosas
con gran severidad, pues tenemos la certeza de andar bajo la mirada de Dios,
dándose como una suprema anticipación del juicio futuro cuando uno ha cometido
tales delitos que hacen sea excluido de la participación en la oración, en la
asamblea y en todo acto piadoso. Nuestros presidentes son ancianos de vida
probada, que han conseguido este honor, no con dinero, sino con el testimonio de
su vida: porque ninguna de las cosas de Dios puede comprarse con dinero. Aunque
tenemos una especie de caja, sus ingresos no provienen de cuotas fijas, como si
con ello se pusiera un precio a la religión, sino que cada uno, si quiere o si
puede, aporta una pequeña cantidad el día señalado de cada mes, o cuando
quiere. En esto no hay compulsión alguna, sino que las aportaciones son
voluntarias, y constituyen como un fondo de caridad. En efecto, no se gasta en
banquetes, o bebidas, o despilfarros chabacanos, sino en alimentar o enterrar a
los pobres, o ayudar a los niños y niñas que han perdido a sus padres y sus
fortunas, o a los ancianos confinados en sus casas, a los náufragos, o a los
que trabajan en las minas, o están desterrados en las islas o prisiones o en
las cárceles. Estos reciben su pensión a causa de su confesión, con tal que
sufran por pertenecer a los seguidores de Dios
VCR/OPOSICION:
Pero es precisamente esta eficacia del amor entre nosotros, lo que nos atrae la
odiosidad de algunos, pues dicen: «Mira cómo se aman», mientras ellos sólo
se odian entre sí. «Mira cómo están dispuestos a morir el uno por el
otro», mientras que ellos están más bien dispuestos a matarse unos a otros.
El hecho de que nos llamenos hermanos lo tienen por infamia, a mi entender sólo
porque entre ellos todo nombre de parentesco se usa sólo con falsedad afectada.
Sin embargo, somos incluso hermanos vuestros en virtud de nuestra única madre
la naturaleza, por más que vosotros sois bien poco hombres, pues sois tan malos
hermanos. Con cuánta mayor razón se llaman y son verdaderamente hermanos los
que reconocen a un único Dios como Padre, los que bebieron un mismo Espíritu
de santificación, los que de un mismo útero de ignorancia salieron a una misma
luz de verdad... Los que compartimos nuestras mentes y nuestras vidas, no
vacilamos en comunicar todas las cosas. Todas las cosas son comunes entre
nosotros, excepto las mujeres: en esta sola cosa, en que los demás practican
tal consorcio, nosotros renunciamos a todo consorcio...
¿Qué
tiene de extraño, pues, que tan gran amor se exprese en un convite? ...Digo
esto, porque andáis por ahí chismorreando acerca de nuestras modestas cenas,
diciendo que no son sólo infames y criminales, sino también opíparas... Pero
su mismo nombre muestra lo que son nuestras cenas, pues se llaman ágapes, que
significa en griego «amor». Todo lo que en ellas se gasta, es en nombre
y en beneficio de la caridad, ya que con tales refrigerios ayudamos a los
indigentes de toda suerte, no a los jactanciosos parásitos que se dan entre
vosotros... Considerad el orden que en ellas se sigue, para que veáis su
carácter religioso: no se admite en ellas nada vil o contrario a la templanza.
Nadie se sienta a la mesa sin haber antes gustado una oración a Dios. Se come
lo que conviene para saciar el hambre; se bebe lo que conviene a hombres
modestos. Se sacian teniendo presente que incluso durante la noche han de adorar
a Dios, y hablan teniendo presente que les oye su Señor. Después de lavarse
las manos y de encenderse las luces, cada uno es invitado a salir y recitar algo
de las sagradas Escrituras o de su propia inspiración, y con esto se muestra
hasta qué punto ha bebido. El convite termina con la oración, como comenzó
46.
Las
tradiciones no escritas. TRADICIONES/TERTUL
«Aun
para lo que se ampara en la tradición—me dices—se ha de exigir la autoridad
de la Escritura.» Investiguemos, pues, si no hay que admitir la tradición más
que cuando viene escrita. Así lo diríamos si no hubiera precedentes de otras
observancias cuya validez vindicamos únicamente por el título de la tradición
y el patronazgo de la costumbre, sin ratificación alguna escrita. Comencemos
por el bautismo: antes de ir al agua, en la asamblea y bajo la mano del que
preside, profesamos renunciar al diablo, a su pompa y a sus ángeles. Luego
somos sumergidos tres veces, dando unas respuestas un tanto más extensas que
las que determinó el Señor en el Evangelio. Luego nos hacen salir y gustamos
una combinación de leche y miel, y durante toda la semana a partir de aquel
día nos abstenemos del baño diario. El sacramento de la eucaristía
(eucharistiae sacramentum), instituido por el Señor en el momento de la comida
y para todos, lo tomamos nosotros también en las reuniones antes del alba y no
lo recibimos de manos de otros fuera de los que presiden. En fiesta anual
hacemos oblaciones por los difuntos, o en los natalicios. Consideramos como
prohibido ayunar o hacer oración de rodillas en domingo, y el mismo privilegio
disfrutamos desde el día de Pascua al de Pentecostés. Sufrimos con escrúpulo
que se caiga al suelo algo de nuestro cáliz o de nuestro pan. Cuando nos
ponemos a continuar o a empezar algo, siempre que entramos o salimos, nos
vestimos, nos calzamos, nos lavamos, nos sentamos a la mesa, encendemos la luz,
nos acostamos, nos sentamos, en cualquier ocupación, nos persignamos rozando le
frente. Si exiges una ley escrita para todas estas prácticas, no podrás leer
ninguna. Sólo se te dirá que la tradición las instituyó, la costumbre las
confirmó, la fe las observa... 47.
El
cristianismo proclama la igualdad de todos los hombres.
El
nombre de Cristo se extiende por todas partes, es creído por todas partes, es
honrado por todos los pueblos, reina por doquier, es adorado por todos, es
concedido a todos en todas partes por igual. Cristo no concede privilegios al
rey, no acoge con menos gusto al bárbaro, no juzga los méritos del hombre
según su rango social o su linaje. Él es igualmente de todos, rey de todos,
juez de todos, Dios y Señor de todos... 48
La
naturaleza es en todas partes la misma. No es sólo para los latinos y los
griegos que el alma desciende del cielo. En todos los pueblos el hombre es el
mismo. Tienen nombres diferentes, pero tienen una alma igual. La palabra es
distinta, pero el espiritu es el mismo. Los sonidos son distintos, y cada pueblo
tiene su propia lengua, pero los elementos del lenguaje son comunes. Dios está
en todas partes; la bondad de Dios está en todas partes, los demonios están en
todas partes, y en todas partes se encuentra la maldición de los demonios. En
todas partes se invoca el juicio de Dios, en todas partes está la muerte, en
todas partes el temor de la muerte. En todas partes no hay más que un único
testimonio... 49.
No
se puede imponer ninguna religión determinada. LBT-RELIGIOSA
...Uno
puede adorar a Dios, y otro a Júpiter. Uno puede tender sus manos suplicantes
al cielo, y otro al altar de su fe. Otros, si parece, pueden orar contando las
nubes, y otros, a su vez, los charcos. Uno puede ofrecer a Dios su alma, y otro
la de un macho cabrío. Porque habéis de tener buen cuidado de que no cometáis
un crimen contra la religión si quitáis a los hombres la libertad de la
religión y les impedís que elijan libremente su divinidad, no permitiéndome
que yo honre al que quiero honrar, y forzándome a honrar al que no quiero
honrar. Nadie, ni siquiera los hombres, quieren ser honrados por quien lo hace
forzado 50.
Es
un derecho del hombre, un privilegio de la naturaleza, el que cada cual pueda
practicar la religión según sus propias convicciones: la religión de uno no
daña ni ayuda a otro... y ciertamente no es propio de la religión el obligar a
la religión 51.
Es
fácil de ver que sería injusto forzar a hombres libres a ofrecer sacrificios
contra su voluntad cuando, por otra parte, se prescribe que todo acto de culto
ha de hacerse con voluntad sincera. Se consideraría cosa inepta que otro fuerce
a uno a honrar a los dioses cuando en realidad uno espontáneamente y por su
propio interés ha de buscar aplacarlos... 52.
Los
cristianos y el servicio militar.
Se
ha suscitado ahora la cuestión acerca de si un creyente puede dedicarse al
servicio militar, y si un militar puede ser admitido a la fe, incluidos los
simples soldados y aquellos de grado inferior que no se ven obligados a ofrecer
sacrificios y a administrar la pena de muerte. No hay compatibilidad entre el
«sacramentum» divino y el humano, entre la bandera de Cristo y la del demonio,
entre el campo de la luz y el de las tinieblas. No puede una alma estar bajo dos
obligaciones, la de Dios y la del César... Y aunque los soldados se presentaron
a Juan y recibieron de él normas de conducta, aunque el centurión creyó, más
adelante el Señor, al desarmar a Pedro desarmó a todo soldado. No nos está
permitido a nosotros ningún modo de vida que lleva implicados actos
ilícitos... 63
En
cambio en otros escritos:
Nos
embarcamos igual que vosotros, servimos en el ejército como vosotros,
cultivamos la tierra con vosotros... 54
Marco
Aurelio en sus cartas da testimonio de que en una famosa ocasión fue vencida
una sequía en Germania gracias a las oraciones de los cristianos que a la
sazón servían en el ejército... 55.
Llenamos
todos vuestros lugares: las ciudades, las islas, los pueblos, las aldeas, los
mercados, los campamentos militares...58.
El
porqué de la persecución. PERSECUCION/FIN
Parece
que la persecución proviene del demonio, que es el que mueve la iniquidad de la
que resulta la persecución. Pero debemos saber que la persecución no se da sin
la iniquidad del demonio, pero tampoco la prueba de la fe sin la persecución. Y
a causa de esta probación de la fe, la persecución no se explica adecuadamente
como efecto de aquella irreductible iniquidad, sino como instrumento. Porque la
voluntad de Dios de probar la fe es lo primero y es la causa de la persecución:
y luego viene la iniquidad del diablo, que es instrumento de la persecución y
causa inmediata de la prueba... La iniquidad del diablo es utilizada para poner
a prueba la justicia y confundir a la iniquidad. Por tanto, en cuanto es
instrumento, la iniquidad no es libre, sino que hace una función de servicio.
Porque
la persecución es un acto libre de Dios que quiere probar la fe, y se sirve de
la iniquidad del diablo para llevarla a cabo. Por esto decimos, si acaso, que la
persecución viene por el diablo, pero no viene del diablo. Nada puede el diablo
contra los siervos del Dios vivo, si no es por permisión de Dios, el cual, o
quiere destruir al diablo por medio de la fe de los elegidos que sale victoriosa
en la tentación, o quiere mostrar que son del diablo aquellos que se pasan a
sus filas. Así, tienes el ejemplo de Job, a quien el diablo no hubiera podido
atacar con tentación alguna si no hubiera recibido la permisión de Dios... Y
de la misma manera el diablo hubo de pedir permiso para tentar a los apóstoles
...pues el Señor dice a Pedro en el evangelio: «Mirad que Satanás ha pedido
cribaros como el trigo: pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe»
(Lc/22/31); es decir, que no se permitirá al diablo llegar hasta tal extremo
que su fe fuese puesta en peligro. Con esto queda patente que en las manos de
Dios están ambas cosas: el poder de sacudir la fe y el de protegerla, pues
ambas cosas se piden a Dios: el diablo pide poder sacudirla, y el Hijo pide
poder protegerla... Cuando decimos al Padre: «No nos dejes caer en la
tentación», profesamos que ésta viene de él, pues a él le pedimos que nos
libre de ella... Ni siquiera sobre aquel rebaño de cerdos tuvo la legión del
diablo poder alguno hasta que no lo consiguió de Dios: mucho menos tiene poder
sobre los que son ovejas de Dios.
Me
atrevo a decir que hasta los pelos de aquellos cerdos tenía Dios contados:
mucho más los cabellos de sus santos. Si el diablo parece tener algún poder
propio, será si acaso sobre aquellos que ya no son de Dios, las naciones que el
Señor de una vez ha reputado como «gota de un pozal, polvo de la era y
salivazo» (Is 40, 15, en LXX). Por esta razón los ha dejado ya Dios a
disposición del demonio, como una especie de cosa de nadie. Pero contra los que
son de la casa de Dios, nada puede el demonio de su propio poder; y cuando este
poder le es concedido, los ejemplos consignados en las Escrituras muestran las
causas de ello, a saber, o para someter a uno a una prueba (como en Job)... o
para reprobar a un pecador, como se da autoridad al verdugo para el castigo
(como en el caso de Saúl), o para mantener en vereda, como el Apóstol dice que
le fue dado como estimulo un ángel de Satanás que le abofeteara (2 Cor 12,
7)... Todo esto nos acontece particularmente en las persecuciones, porque
entonces somos particularmente probados o rechazados, y tenemos particular
ocasión de humillación o de enmienda... 57
El
cristiano y las riquezas. APEGO/RIQUEZA
Si alguien se encuentra excitado por la pérdida de los bienes de fortuna, le aconsejamos con múltiples lugares de la sagrada Escritura a despreciar el siglo. No puede encontrarse mejor exhortación al desprendimiento de las riquezas que el ejemplo de Jesucristo, que no poseyó ningún bien temporal. Siempre defendió a los pobres y condenó a los ricos. Inspirándonos el despego de los bienes de este mundo, nos exhorta a la paciencia, demostrándonos que si despreciamos las riquezas no debe apurarnos que las perdamos. De ninguna manera hemos de apetecerlas, pues el Señor no estuvo apegado a ellas, y si disminuyen o llegamos a perderlas totalmente, hemos de soportarlo con paz...
Si alguien se encuentra excitado por la pérdida de los bienes de fortuna, le aconsejamos con múltiples lugares de la sagrada Escritura a despreciar el siglo. No puede encontrarse mejor exhortación al desprendimiento de las riquezas que el ejemplo de Jesucristo, que no poseyó ningún bien temporal. Siempre defendió a los pobres y condenó a los ricos. Inspirándonos el despego de los bienes de este mundo, nos exhorta a la paciencia, demostrándonos que si despreciamos las riquezas no debe apurarnos que las perdamos. De ninguna manera hemos de apetecerlas, pues el Señor no estuvo apegado a ellas, y si disminuyen o llegamos a perderlas totalmente, hemos de soportarlo con paz...
La
avaricia no consiste sólo en la concupiscencia de lo ajeno. Aun lo que nos
parece ser nuestro es en realidad ajeno, ya que nada es nuestro, sino que todas
las cosas son de Dios a quien pertenecen aun nuestras personas. Si por haber
sufrido alguna pérdida caemos en impaciencia, doliéndonos de haber perdido lo
que en realidad no es nuestro, mostramos con ello que no estamos libres aún de
la avaricia. Amamos lo ajeno, cuando soportamos difícilmente la pérdida de lo
ajeno. Quien se deja llevar de la impaciencia, anteponiendo los bienes terrenos
a los celestiales, peca directamente contra Dios, pues aniquila el espíritu que
recibió de Dios entregándose a los bienes de este siglo...
Si
alguno lleva mal el verse privado por el hurto, la violencia y aun la pereza, de
una pequeña parte de lo que posee ¿podrá esperarse de él que se desprenda de
parte de sus bienes para hacer limosnas? Quien no aguanta el ser amputado por
otro, ¿tendrá valor para amputarse él a sí mismo? La paciencia en la
pérdida de nuestras riquezas es un buen ejercicio para acostumbrarnos a su
distribución y comunicación. No le duele dar a quien no teme perder. El que
tiene dos túnicas, ¿cómo puede estar dispuesto a dar una de ellas al desnudo,
si no está dispuesto a dar también la capa al que le quite la túnica?... Es
propio de los gentiles el impacientarse por los daños materiales, pues ellos
ciertamente anteponen el dinero a su alma. Así lo demuestran cuando por la
ambición del lucro afrontan los peligros del mar, cuando por el deseo de
enriquecerse no dudan en tomar la defensa en el foro de las causas
indefendibles... Nosotros, en cambio, hemos de seguir un camino muy distinto:
hemos de estar dispuestos a sacrificar, no el alma por el dinero, sino el dinero
por el alma: ya voluntariamente con la limosna, ya pacientemente cuando nos sea
arrebatado... 58.
V.
Escatología.
El
alma recibe premio o castigo aun antes de la resurrección. El purgatorio.
Es
muy conveniente que el alma, sin esperar a (la resurrección de) la carne, sufra
castigo por lo que haya cometido sin la complicidad de la carne. E igualmente es
justo que en recompensa de los buenos y santos pensamientos que haya tenido sin
cooperación de la carne, reciba también consuelos sin la carne. Más aún, las
mismas obras realizadas con la carne, es ella la primera en concebirlas,
disponerlas, ordenarlas y ponerlas en acto... Por consiguiente, es conveniente
que la sustancia que ha sido la primera en merecer la recompensa sea también la
primera en recibirla. En una palabra, ya que por aquel calabozo de que nos habla
el Evangelio entendemos el infierno (cf. Mt 5, 25), en el que «hay que pagar
hasta el último céntimo de la deuda», hemos de entender que en este mismo
lugar hay que purificarse de las faltas más ligeras, en el intervalo de tiempo
que precede a la resurrección; y nadie ha de poner en duda que el alma puede
recibir ya algún castigo en el infierno, sin perjuicio de la plenitud de la
resurrección, en la que recibirá su merecido juntamente con la carne 59.
El
reino milenario final.
Confesamos
que nos ha sido prometido un reino aquí abajo aun antes de ir al cielo, pero en
otra condición de cosas. Este reino no vendrá sino después de la
resurrección, y durará mil años en la ciudad de Jerusalén que ha de ser
construida por Dios. Afirmamos que Dios la destina a recibir a los santos
después de su resurrección, para darles un descanso con abundancia de todos
los bienes espirituales, en compensación de los bienes que hayamos
menospreciado o perdido acá abajo. Porque realmente es digno de él y conforme
a su justicia que sus servidores encuentren la felicidad en los mismos lugares
en los que sufrieron antes por su nombre. He aquí el proceso del reino
celestial: después de mil años, durante los cuales se terminará la
resurrección de los santos, que tendrá lugar con mayor o menor rapidez según
hayan sida pocos o muchos sus méritos, seguirá la destrucción del mundo y la
conflagración de todas las cosas. Entonces vendrá el juicio, y cambiados en un
abrir y cerrar de ojos en sustancia angélica, es decir, revistiéndonos de un
manto de incorruptibilidad, seremos transportados al reino celestial 60
..........................................
35, TERTUL., De Baptismo, 13.
36. Ibid. 2.
37. Ibid. 5-8.
38. Ibid. 18.
39. TERTUL., De Paenitentia, 4.
40. Ibid. 5.
41. Ibid 9.
42. TERTUL., De Pudicitia, 1.
43. Ibid. 19.
44. Ibid. 21.
45. TE:RTUL., Ad Uxorem, 2, 8.
46. Apol. 39.
47. TERTUL., De Corona, 3.
48. TERTUL., Adv. Jud. 7.
49. TERTUL., De testimonio animae, 6.
50. Apol. 24,
51. TERTUL., Ad. Scapulam, 2.
52. Apol. 28, 1.
53. TERTUL., De Idolatria, 19.
54. Apol. 42.
55. Ibid. 5.
56. Ibid. 37.
57, TERTUL., De fuga in persecutione, 2.
58. TERTUL., De Patientia, 7.
59. De Anima, 58.
60. Adv. Marc. 3, 24.
36. Ibid. 2.
37. Ibid. 5-8.
38. Ibid. 18.
39. TERTUL., De Paenitentia, 4.
40. Ibid. 5.
41. Ibid 9.
42. TERTUL., De Pudicitia, 1.
43. Ibid. 19.
44. Ibid. 21.
45. TE:RTUL., Ad Uxorem, 2, 8.
46. Apol. 39.
47. TERTUL., De Corona, 3.
48. TERTUL., Adv. Jud. 7.
49. TERTUL., De testimonio animae, 6.
50. Apol. 24,
51. TERTUL., Ad. Scapulam, 2.
52. Apol. 28, 1.
53. TERTUL., De Idolatria, 19.
54. Apol. 42.
55. Ibid. 5.
56. Ibid. 37.
57, TERTUL., De fuga in persecutione, 2.
58. TERTUL., De Patientia, 7.
59. De Anima, 58.
60. Adv. Marc. 3, 24.
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