Son tiempos de trepidación en El Vaticano y de confusión en la prensa. En las últimas horas y tras el arresto del mayordomo papal Paolo Gabriele en posesión de documentos confidenciales sustraídos directamente del apartamento de su jefe, Benedicto XVI, se han multiplicado las especulaciones. La mezcla Santa Sede, secretos, cartas reservadas, espías y traidores, es un cóctel que vende y muy bien. La atención pública es altísima y, ante la falta de información oficial, muchos periodistas han entregado sus plumas a las fuentes anónimas. Resultado: más confusión todavía.
Paolo Gabriele.
Para comprender (y poder analizar) cualquier situación de crisis o escándalo institucional es clave ceñirse a los hechos objetivos. Por eso ofrecemos de manera breve y sintética un resumen de los datos consolidados en torno al “vatileaks”, como bautizó el propio vocero del Vaticano Federico Lombardi a la fuga masiva de informes sobre los asuntos más espinosos del actual pontificado.
¿Cómo surge el “vatileaks”? El 8 de febrero de 2012 el programa “Los Intocables” del canal de televisión La7 de Italia difundió unas cartas del ex secretario general de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, Carlo Maria Viganò, dirigidas al Papa y al secretario de Estado de la Santa Sede, Tarcisio Bertone. En las mismas el clérigo denunció supuesto tráfico de influencias, amiguismo y corrupción en las licitaciones para diversos servicios en territorio del Estado Pontificio. Según Viganò por combatir estas prácticas para lograr un ahorro a las arcas pontificias le armaron una campaña interna en su contra logrando su traslado como nuncio apostólico en Washington.
La revelación fue una bomba. Mereció una desmentida oficial. Pero a esa filtración siguieron otras: salieron a la luz informes confidenciales sobre la situación financiera vaticana, un reporte que sugería un posible atentado a la vida del pontífice, cartas que evidenciaron un intento de imposición del cardenal Bertone al ex arzobispo de Milán Dionigi Tettamanzi, y una nota reservada sobre la desaparición (hace unos 30 años) de la joven ciudadana del Vaticano, Emanuela Orlandi.
En el Palacio Apostólico pretendieron realizar un infructuoso control de daños. La seguidilla de filtraciones provocó una crisis sin precedentes. A esa altura de las circunstancias los responsables del pasaje de expedientes a la prensa ya eran conocidos como “los cuervos”, referencia italiana a un personaje ligado a la mafia que sembró el desconcierto entre los magistrados de Palermo utilizando cartas anónimas.
Investigación vaticana. El 16 de marzo el “número tres” de la Sede Apostólica y sustituto de la Secretaría de Estado, Giovanni Angelo Becciu, anunció una investigación a todo nivel para identificar a los “cuervos”. Lo hizo en una entrevista al diario vaticano L’Osservatore Romano en la cual acusó de cobardes a los filtradores. Unos 40 días después se informó que las pesquisas estarían coordinadas por una comisión ad hoc compuesta por tres cardenales: el presidente Julián Herránz, de la prelatura apostólica Opus Dei, junto con los purpurados Josef Tomko y Salvatore De Giorgi. El equipo puso manos a la obra, analizando prioritariamente las características de los textos filtrados para deducir quién podría haberlos robado.
“Sua Santità”. Un nuevo paquete de documentos confidenciales salió a la luz el sábado 19 de mayo con la llegada a las librerías del libro “Su Santidad. Las cartas secretas de Benedicto XVI” del periodista italiano Gianluigi Nuzzi. Si se lee con atención el volumen no ofrece noticias revolucionarias, salvo algunas excepciones. Muchos de los episodios relatados en él ya habían sido difundidos por diversos vaticanistas. Pero su “valor” consiste en los documentos que incluye: reportes tan pero tan reservados que se convirtieron en la pista clave para identificar dónde podría estar la fuga.
El arresto del mayordomo. Con todos esos antecedentes los agentes de la Gendarmería Vaticana, a las órdenes de la comisión cardenalicia, centraron sus pesquisas en los mismos aposentos papales, donde prestan servicio una decena de personas. Las interrogaron una por una hasta que llegaron a Paolo Gabriele, 46 años, “ayudante de cámara” del obispo de Roma. El mayordomo cayó en contradicciones y levantó sospechas. Por eso los gendarmes decidieron inspeccionar su casa, ubicada dentro del territorio vaticano. Y allí encontraron numerosos documentos reservados.
Era la tarde del miércoles 23 de mayo. Ante las evidencias se declaró oficialmente el arresto de Gabriele, quien fue llevado a una habitación de seguridad, de cuatro metros por cuatro, dentro del cuartel general de la Gendarmería. Allí ha permanecido hasta ahora y permanecerá, en tanto sus abogados no presenten una instancia de libertad vigilada o arresto domiciliario. El camarero ya designó dos representantes legales de confianza que lo asesorarán en el proceso judicial ante los tribunales vaticanos.
Las precisiones. El mayordomo fue encontrado en posesión ilícita de material reservado y se le imputa el delito de robo agravado. Pero todavía no se confirmó que haya sido él personalmente el responsable de pasar algunos de esos documentos a los periodistas. Por lo tanto aún no es seguro que se trate de uno de los “cuervos”, aunque resulta –hasta ahora- el sospechoso número uno del proceso “vatileaks”. En los próximos días los magistrados vaticanos lo someterán a una larga serie de interrogatorios que permitirán adquirir los elementos necesarios para establecer un cuadro más o menos completo de la situación. A través de sus abogados “paoletto”, como le llaman en la Santa Sede, ya expresó su voluntad de colaborar para descubrir la verdad. Parece dispuesto a hablar y a despejar dudas.
La investigación continúa. Mientras tanto el trabajo de la comisión de cardenales sigue su curso. Tiene como objetivo principal identificar posibles cómplices o no de Gabriele. Si es verdad, como se piensa, que los cuervos son varios, los “sabuesos” pontificios ya están tras sus huellas y es posible que se den más arrestos.
Las dudas. Hasta ahí los hechos, puros y duros. Las interrogantes son tantas y muy pertinentes. La más importante de todas: ¿por qué? Y luego: ¿qué empujó a uno de los colaboradores más cercanos del Papa a traicionarlo? ¿Realmente lo traicionó o, como dicen algunos, en realidad tenía esos documentos en su casa para proteger a alguien más? ¿Por qué arriesgó una vida tranquila y acomodada, al servicio de Benedicto XVI, por pasar algunos documentos a la prensa? ¿Actuó solo o es parte de una red más amplia? Si lleva años sustrayendo documentos, ¿a quién se los dio? ¿Sólo a periodistas? ¿A los servicios de inteligencia? ¿Cuáles? ¿Existe una eminencia gris detrás de todo el escándalo? ¿Quién es? ¿Cuáles son sus intenciones? ¿Estuvo alguna vez en peligro la integridad física del pontífice? Dudas más que certezas. Al menos por ahora.
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