41Moisés replicó:
-¿Y si no me creen ni me hacen caso, y dicen que no se me ha aparecido el Señor?
2El Señor le preguntó:
-¿Qué tienes en la mano?
Contestó:
-Un bastón.
3Dios le dijo:
-Tíralo al suelo.
Él lo tiró al suelo y se convirtió en serpiente, y Moisés echó a correr asustado.
4El Señor dijo a Moisés:
-Échale mano y agárrala por la cola.
Moisés le echó mano, y al agarrarla en el puño se convirtió en un bastón.
5-Para que crean que se te ha aparecido el Señor, Dios de sus padre, Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob.
6El Señor siguió diciéndole:
-Mete la mano en el seno.
Él la metió, y al sacarla tenía la piel descolorida como la nieve.
7Le dijo:
-Métela otra vez en el seno.
La metió, y al sacarla estaba normal, como de carne.
8-Si no te creen ni te hacen caso al primer signo, te creerán al segundo.
Explicación.
4,1-9 La tercera objeción tiene su lógica: la palabra de Moisés no bastará para convencer al pueblo. Y así sirve para presentar a Moisés como taumaturgo. Los prodigios consisten en trasmutaciones y están adelantando los que realizarán ante el Faraón. El bastón o cayado, instrumento favorito del pastor, se convierte en vara mágica, que será instrumento de varios prodigios; la mano, órgano de la acción, queda descolorida, como sin sangre, sin vida: sufre una especie de Vitíligo o leucodermia (cfr. Nm 12,10); el agua convertida en sangre será la primera plaga. Es decir, si bien los prodigios se dan para convencer al pueblo, en el relato ulterior se emplean para persuadir al Faraón.
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