Cuando Antonio Gómez se desplomó en un tatami de Cáceres el 22 de mayo de 2011, sus compañeros karatekas no podían imaginarse todo lo que este extremeño experimentó en los interminables siete minutos que duró la reanimación que le salvó de morir de un infarto fulminante. “No recuerdo nada del masaje cardiaco ni del momento en el que me desplomé. De golpe y porrazo me encontré en un lugar repleto de luces con una gran foco en el cielo que me deslumbró con un fogonazo”, explica con una tranquilidad pasmosa al otro lado del teléfono Antonio.
Su experiencia se ajusta a la perfección a lo que los científicos llaman una Experiencia Cercana a la Muerte (ECM), es decir, gente que sufrió un accidente o episodio potencialmente fatal que les permitió vislumbrar qué se oculta en el más allá, o directamente qué hay después de la muerte, pero tuvieron la suerte de poder volver para contarlo. De hecho, Antonio sostiene que estuvo muerto durante algunos minutos. Su caso es tan arquetípico que en la escala de Bruce Greyson, que se estableció para medir la intensidad de las ECM, sería un pleno al 32, la puntuación más alta.
Justamente es llegados a este punto donde el relato de Antonio adquiere tintes de lo más surrealista o, como él cree, “más reales que nuestra realidad”. Resulta que la clasificación de Greyson incluye, entre otros factores de un ECM, el haber sentido un inmensa sensación de bienestar y paz interior, notar la separación total del cuerpo y el encuentro con seres espirituales. Sí, has leído bien, pero atento a cómo lo explica Antonio: “a mi lado tenía una especie de persona bajita con la que estuve conversando largo y tendido sobre el lugar en el que estaba y lo que me estaba ocurriendo”.
Como otros tantos ‘resucitados’ que han vuelto de la muerte con una ECM bajo el brazo, Antonio afirma sin remordimientos que no solamente entró con ese ‘guía’ o entidad que, según él, nos acompaña durante toda la vida sino que además estableció todo un diálogo con él sobre su objetivo en la vida y por qué había llegado su hora. Todo ello mientras observaba bajo esas luces que lo envolvían cómo unas figuras revoloteaban alrededor de su cuerpo tendido ya que, otra de las características de las ECM, es que aseguran ver sus cuerpos ‘desde arriba’ y, en general, toda la escena de su ‘casi’ muerte.
“Me impactó muchísimo mirar a mi alrededor y ver una fotocopia de mí mismo tumbada. Era como si toda aquella escena no fuera conmigo, como ser un espectador más. Entonces el individuo bajito me explicó que lo que veía, mi cuerpo, era algo que había utilizado en mi vida para tener unas experiencias pero que ya había cumplido su objetivo”, relata Antonio que, acostumbrado a que las personas le miren con incredulidad, recuerda que hasta aquel momento “era una persona cero creyente y con una mentalidad de lo más racional y analítica”.
Testimonios como el de Antonio ponen en jaque a las explicaciones que la ciencia ha planteado hasta el momento para las ECM. Así lo reconoció en una entrevista con el Confidencial, el psiquiatra forense y co-director en la International Association of Near-Death Studies (IANDS), José Miguel Gaona Cartolano. “La neurofisiología podría explicar todos estos fenómenos. Sin embargo, a pesar de las publicaciones que se han realizado al respecto en relación a aumentos del CO2 o la disminución del riego cerebral, ninguna teoría es capaz de explicar en su totalidad una ECM”, resumió a la vez que expuso: “no es descabellado pensar que hay algo más allá de la muerte”.
En el fondo, las palabras de Gaona, expresadas con más detalle en su best seller Al otro lado del túnel: un camino hacia la luz en el umbral de la muerte, vienen a apuntalar esa visión de cada vez más científicos que se niegan a resolver el fenómeno como una simple alucinación fruto de la anoxia (carencia de oxígeno en el cerebro). “A medida que he estado haciendo experimentos, ha cambiado mi percepción sobre las ECM. Descubrí fenómenos como la microtelequinesia o la armonización cerebral en los que se postula que al menos una parte de nuestra consciencia se encuentra fuera de nuestro cerebro”, resume el forense.
En su libro, Gaona echa mano a ‘el caso de la zapatilla de María’, una inmigrante que describió con todo lujo de detalles una zapatilla que se encontraba en la cornisa del hospital en la que estuvo ingresada durante una ECM, para respaldar esta tesis: “Se ha convertido en un verdadero icono entre las personas que defienden las experiencias extracorpóreas como prueba irrefutable de que nuestra conciencia es capaz de abandonar el cuerpo durante las ECM ya que, supuestamente, nuestra protagonista no podría tener ningún conocimiento previo de la zapatilla”. Otro ejemplo, según él, sería el de personas que regresan con informaciones precisas sobre un familiar cercano o habiéndose comunicado con alguien que había fallecido sin que él/ella lo supieran antes del ECM.
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