Alberto Treiyer
Doctor en Teología
Dirección y participación sacerdotal en las masacres. Fueron
los sacerdotes franciscanos los que tomaron en sus manos el liderazgo de las
masacres en Croacia, como lo habían hecho junto con los Dominicos contra
los cátaros y judíos desde comienzos del segundo milenio. Esas
dos órdenes religiosas fueron levantadas por el papado para cumplir
la tarea conjunta de exterminar a los herejes. Ambas órdenes religiosas
cumplieron fielmente ese mandato papal durante siglos, hasta que el pueblo
no pudo más y dijo ¡basta! Esto último ocurrió
en la Revolución Francesa secular de fines del S. XVIII. Ahora, en
pleno S. XX, otra vez los sacerdotes católicos acompañaban las
procesiones de muerte en Croacia, que iban de aldea en aldea, obligando a
todos los ortodoxos a confesarse o a morir de la manera más cruenta.
Así como destruyeron toda la población de Albi en la Edad Media
mediante una cruzada papal, ciudades enteras eran ahora también arrazadas
en las cruzadas católicas ustashis. El historiador Marconi lo admitió.
“Es casi imposible”, declaró, “imaginar una expedición
punitiva ustashi sin un sacerdote a la cabeza alentándola, usualmente
un franciscano”. El arzobispo Stepinac, primado de Croacia, beatificado por Juan Pablo II recientemente (el paso que precede a la canonización), escribió una larga carta a Pavelic sobre las masacres y conversiones forzadas que efectuaban sobre los serbios, citando los puntos de vista de sus hermanos obispos que las apoyaban, incluyendo una carta del obispo Mostar al Dr. Miscic. En esa carta le expresa la satisfacción tan grande del episcopado croata por las conversiones en masa de los ortodoxos al catolicismo romano. “Nunca se nos dio una oportunidad tan buena como ahora para ayudar a Croacia a salvar innumerables almas”, y comenta con entusiasmo las conversiones masivas.
Stepinac lamenta en esa carta, sin embargo, la “visión estrecha” de las autoridades que se apoderan aún de los conversos y los “cazan como esclavos”. Hace una lista de las masacres conocidas de madres, niñas y niños menores de ocho años que fueron arrojados vivos desde lo alto de los cerros, para morir despedazados en las profundidades de los barrancos. También comenta asombrosamente que “en la parroquia de Klepca setescientos cismáticos [ortodoxos] de las aldeas vecinas fueron degollados. El subprefecto de Mostar... declaró públicamente”, continuó comentando Stepinac a Pavelic, que “setescientos cismáticos habían sido arrojados en un pozo”. A pesar de semejante doblez moral, se atribuyó a Stepinac el haber salvado cierto número de judíos y serbios hacia el final del gobierno ustashi. Aún así, se complotó con los ustashis al concluir la guerra, para contrabandear al Vaticano el oro que había juntado el gobierno ustashi de las víctimas del genocidio croata.
Los obispos respaldaban las conversiones masivas con entusiasmo fanático, aunque algunos admitían que no tenía sentido arrojar vagones cargados de cismáticos en los barrancos. El arzobispo Saric de Sarajevo llegó a publicar una poesía ensalzando al líder ustashi, titulada “Oda a Pavelic”.
“Contra los judíos angurrientos con todo su dinero,
que querían vender nuestras almas,
traicionar nuestros nombres,
¡esos miserables!
“Tú eres una roca sobre la cual descansa
la patria y la libertad en uno.
Proteje nuestras vidas del infierno,
Del marxismo y del bolchevismo”.
Esa oración no fue escuchada por el Dios del cielo, porque después de la guerra cayeron bajo el régimen comunista. Pavelic demostró no ser la roca que podría protegerlos del infierno y del bolchevismo, y garantizarles la libertad. ¡Cuán lejos estaba la católica Croacia de la verdadera Roca que es Cristo Jesús!
El padre Bozidar Bralow, conocido por el revólver automático que lo acompañaba siempre, fue acusado posteriormente de efectuar una danza alrededor de los cuerpos de 180 serbios masacrados en Alipasin-Most. Los franciscanos mataban, incendiaban hogares, saqueaban las aldeas, y desbastaban el país Bosnio a la cabeza de las bandas ustashis. Un periodista testificó haber visto en Septiembre de 1941, a un franciscano arengando al sur de Banja Luka una banda de ustashis con su crucifijo (HP, 254).
El principal campo de concentración responsable de la muerte de cientos de miles de personas, fue dirigido en Croacia por un exfraile franciscano en Jasenovac, Miroslav Filipovic. Este exfraile no sólo dirigió, sino que tomó parte también en los actos de tortura y asesinato masivos de 40.000 hombres, mujeres y niños en ese campamnto. En 1943 Filipovic fue reemplazado en la dirección del campo de concentración en Jasenovac, por otro exsacerdote, Ivica Brkljacic. Las masacres que allí se dieron son indescriptibles. Puede darnos una idea el siguiente testimonio de un criminal genocida ustashi, Mile Friganovic, acerca de cómo el franciscano Pero Bnica, del monasterio de Siroki Brijeg, mató 1.350 prisioneros del campo de concentración en una sola noche. Fue en una noble competencia para saber quién era mejor en degollar las víctimas de Jasenovac.
“El franciscano Pero Bnica, Ante Zrinusic, Sipka y yo apostábamos para saber quién mataría más prisioneros esa noche. La matanza comenzó y poco después de una hora yo había matado mucha más gente que ellos. Me parecía estar en el séptimo cielo. Nunca había sentido tanta felicidad en toda mi vida. Ya después de unas pocas horas había matado 1.100 personas, mientras que los otros habían podido matar sólo 300 o 400 cada uno. Y entonces, cuando estaba experimentando el éxtasis más grande, me dí cuenta que un campesino anciano me estaba mirando de pie, pacíficamente y con calma, cómo yo mataba a mis víctimas que morían con el más grande dolor. Su mirada me sacudió. En medio del más grande éxtasis quedé repentinamente paralizado y por algún momento no pude moverme para nada. Entonces caminé hacia él y descubrí que era algún vukasin (campesino) de la aldea de Klepci, cerca de Capljina, en donde su familia entera había sido muerta. Había sido enviado a Jasenovac después de haber trabajado en los bosques. Me contó esto con una paz incomprensible que me afectó más que los gritos terribles que nos rodeaban. De golpe sentí el deseo de romper su paz torturándolo de la manera más brutal y, mediante su sufrimiento, recuperar mi éxtasis y continuar recogijándome en la inflicción del dolor.
“Lo separé de los demás y lo senté sobre un tronco. Le ordené gritar: ‘¡Larga vida para el poglavnik Pavelic!’ o de lo contrario le cortaría su oreja. El vukasin guardaba silencio. Le arranqué su oreja. No dijo ni una palabra. Le dije una vez más que gritara ‘¡Larga vida para Pavelic!’, o le desgarraría la otra oreja también. Le arranqué la otra oreja. Grité: ‘¡Larga vida para Pavelic!’, o te voy a romper la nariz. Y cuando le ordené por cuarta vez gritar ‘¡Larga vida para Pavelic!’, y lo amenacé con quitarle su corazón con un cuchillo, me miró, esto es, algo a través mío y sobre mí en forma incierta, y lentamente me dijo: ‘¡Haz tu trabajo, hijo!’ Después de eso, sus palabras me dejaron perplejo, quedé paralizado, le arranqué los ojos, su corazón, le corté su garganta de oreja a oreja y lo arrojé a un pozo. Pero algo me quebrantó dentro de mí y no pude matar más gente en esa noche. El sacerdote franciscano ganó la apuesta porque mató 1350 prisioneros y le pagué la apuesta sin discutir”.
d) La aprobación del Vaticano al régimen genocida de Croacia. Ya vimos que el papa Pío XII recibió a Ante Pavelic y bendijo su régimen cuando las matanzas croatas estaban en pleno furor, para asombro y desmayo de los ingleses y del resto del mundo. Estaba plenamente enterado de todo lo que ocurría en Croacia. Su delegado apostólico Marconi iba y venía entre Zagreb y Roma. Los ustashis y el clero ponían a disposición de él los planes militares para que pudiese viajar libremente por la nueva Croacia. Los obispos se comunicaban sin trabas con él, muchos de los cuales formaban parte del parlamento de la nueva nación, y visitaban a menudo al papa en Roma. Todos estaban ávidos por enterarse, cuando venían a Roma, de cómo iban las cosas en Croacia.
La Santa Sede envió un buen número de directivas a los obispos de Croacia para julio de 1941. El Vaticano insistía en que no se debían aceptar conversos potenciales al catolicismo cuando era patente que buscaban el bautismo por razones equivocadas. Lo pavoroso es que esas “razones equivocadas” tenían que ver con el terror y el intento de evitar la muerte. Era obvio que el Vaticano estaba al tanto de lo que estaba teniendo lugar allí.
Ya vimos cómo en Agosto de 1941, los israelitas habían pedido una intervención del gobierno italiano y del papado para rescatar a 6.000 judíos abandonados en una isla estéril sin protección ni alimento ni agua. En septiembre, Branko Bokun, un joven yugoeslavo, fue enviado a Roma por uno de los jefes de inteligencia de su país, creyendo que el papa sería diferente de los otros prelados asesinos de Croacia. Vino con un gran archivo de documentos, testimonios oculares y fotografías de las masacres. Lo remitieron al Secretario de Estado Vaticano, Montini (futuro papa Pablo VI), quien no le dio audiencia. Antes bien, le pidió que dejase su documentación y volviese una semana más tarde, para darle al tema una cuidadosa atención.
Cuando volvió, lo atendió el secretario de Montini, diciéndole que “las atrocidades descritas en su documento son perpetradas por los comunistas, pero maliciosamente atribuídas a los católicos”. En la típica hipocresía del Vaticano, Montini recibía a los representantes de Croacia a quienes comenzaba reprendiéndolos con duras palabras, pero terminaba asegurándoles que el Santo Padre apoyaría a la católica Croacia (UT, 73). Todos los embajadores que venían a la Santa Sede requiriendo la intervención papal para detener las masacres en las católicas Croacia y Eslovenia, eran recibidos de la misma manera. Primero un “ataque simulado, luego una atención paciente [al testimonio y documentación ofrecidos], y finalmente una generosa rendición” frente a los hechos.
Los mensajes de la BBC de Londres eran frecuentes sobre la situación en ese país. Uno de ellos, el 16 de febrero de 1942 puede considerárselo como típico: “Se están cometiendo las peores atrocidades en los alrededores del arzobispo de Zagreb [Stepinac]. Corre a torrentes la sangre hermana. Los ortodoxos son obligados a convertirse al catolicismo, y no escuchamos ninguna voz del arzobispo predicando una revolución. En su lugar, se informa que toma parte en los desfiles nazis y fascistas”. Los prelados católicos y representantes del gobierno ustashi que visitaban el Vaticano decían que eran “calumniados” y se quejaban por considerárselos como “bárbaros y caníbales”. Esto prueba también que la Santa Sede estaba al tanto de lo que pasaba.
A pesar de todas las informaciones sobre los homicidios masivos, en marzo de 1942 la Santa Sede entablaba relaciones oficiales con los representantes de Croacia. Cuando en Mayo de 1943, Pavelic pidió otra audiencia con el papa, el Secretario de Estado del Vaticano para entonces, Maglioni, le respondió que “no había dificultades relacionadas con la visita del poglavnik al Santo Padre, excepto que no podría recibirlo como a un soberano”. Pío XII mismo le prometió su bendición personal de nuevo, a pesar de tener para esa época la información de las peores atrocidades que se habían estado cometiendo durante los dos años del gobierno de Pavelic (UT, 73).
En marzo de 1942, mientras Pavelic tenía conversaciones formales con los diplomáticos croatas, el Congreso Judío Mundial y la comunidad israelita suiza pidió la intervención de la Santa Sede para socorrer a los judíos perseguidos en Croacia. Casi dos meses antes Alemania había bosquejado sus planes para la Solución Final, y esas agencias judías documentaron en su petición, las persecuciones que se llevaban a cabo contra los judíos de Alemania, Francia, Rumania, Eslovaquia, Hungría, y Croacia. Aunque todos eran países católicos (con excepción de Alemania con el 50% católico), los últimos tres países mencionados tenían fuertes relaciones diplomáticas y eclesiásticas con la Santa Sede, por lo que esperaban que el papa hiciese algo por los judíos perseguidos en esos lugares. El manuscrito de esa petición reside en los archivos zionistas de Jerusalén. Pero el Vaticano los excluyó de los once volúmenes que liberó de la época de la guerra, en un intento de ocultar lo que sabía el papado sobre los crímenes de Croacia. Los historiadores dan prueba de otros documentos históricos omitidos por el Vaticano (HP, 259,377).
Una vez que terminó la guerra y los comunistas se apoderaron de Yugoeslavia, incluyendo Croacia, prácticamente el cuerpo entero del gobierno ustashi, con muchos sacerdotes, encontró refugio en el Vaticano. La misma actitud benevolente del papado continuó después de la guerra para ayudarlos a evadir la justicia. Los ustashis confiaron al arzobispo Stepinac el oro que habían juntado de las víctimas judías y ortodoxas. Este logró traerlo, con la ayuda de otros clérigos, de contrabando al Vaticano. Debido a eso, hay una demanda actual al Vaticano en favor de las víctimas del genocidio ustashi, que tiene como propósito forzar a la Santa Sede a liberar sus archivos con respecto al destino de ese dinero (Patron Saint of Genocide, n. 28).
La razón básica de la aprobación papal. Cornwell comenta que la dislocación moral del clero croata fue compartida por el Vaticano, incluso por el papa Pío XII mismo. Tanto el sacerdocio croata como la Santa Sede se negaron a disociarse del régimen criminal croata. Tampoco lo denunciaron ni excomulgaron a su líder ni a sus secuaces. La razón se debió a que no querían “perder las oportunidades” que se les presentaban, “la ‘buena oportunidad’ para construir una plataforma de poder católico en los balcanes.
Fue la misma indisposición a perder la oportunidad única de “evangelizar” el mundo oriental que condujo a Pacelli a presionar el Concordato Serbio en 1913-14, con todos sus riesgos y repercusiones que llevaron al mundo a la Primera Guerra Mundial. La esperanza del para entonces futuro papa era crear un rito latino que sirviese de plataforma para el cristianismo oriental (HP, 255-256). Desde allí enviaría monjes misioneros para traer otra vez de regreso al mundo oriental en obediencia al papa. Cuando el delegado diplomático de Croacia en la Santa Sede, Rusinovic, comentó en medio de la Segunda Guerra Mundial a Montini, secretario de estado del Vaticano, que había ya cinco millones de católicos en el país en lugar de los tres millones trescientos mil iniciales, Montini le respondió: “El Santo Padre los va a ayudar, estén seguros de eso” (HP, 259).
En 1943, Pío XII le expresó a Lobkowicz, diplomático de Croacia, “su placer por la carta personal que recibió de nuestro poglavnik [Pavelic]. También le dijo que estaba “chasqueado de que, a pesar de todo, nadie quiere reconocer al único, real y principal enemigo de Europa. No se ha iniciado todavía ninguna cruzada militar comunal y verdadera contra el bolchevismo”. Eso no era cierto, ya que Hitler había lanzado su cruzada militar contra Rusia en el verano de 1941, y el papa le había estado pidiendo autorización, a través del excanciller alemán von Papen, para enviar sacerdotes católicos con sus tropas y evangelizar el mundo comunista y ortodoxo. La molestia de Pío XII por la presión occidental a pronunciarse contra sus queridos criminales ustashis que revelaban tanto celo misionero en la sección servia de Croacia, se acrecentaba al ver cómo abortaban sus intentos catolizantes a traves del nazismo.
Hitler estaba para entonces enterado de las barbaries católicas contra los ortodoxos en Serbia, y no quería que las cosas se le complicasen mediante una confrontación religiosa similar en el Este. En la segunda parte de 1941 dijo que si permitiese al catolicismo introducirse en Rusia “iba a tener que permitirles lo mismo a todas las denominaciones cristianas para que se aporreasen las unas a las otras con sus crucifijos”. A partir de entonces comenzó a tomar medidas para impedir que el Vaticano se entrometiese en sus planes, y a perseguir a la Iglesia Católica especialmente en Polonia, de donde pensaba el Vaticano enviar sacerdotes al mundo oriental camuflados en sus ejércitos. En realidad, los nazis llegaron a proponerse acabar con todos los polacos por motivaciones racistas.
Hitler captó más que nunca para entonces, la problemática religiosa y la política papal entrelazada. Siempre en la segunda parte de 1941, llegó a decir que “el cristianismo es el golpe más duro que alguna vez golpió a la humanidad. El bolchevismo es un hijo bastardo del cristianismo. Ambos son la descendencia monstruosa de los judíos”. En Diciembre prometió que, una vez concluida la guerra iba a terminar con el problema de la Iglesia, como única alternativa para lograr que la nación alemana estuviese completamente segura (HP, 261).
Reinhard Heydrich, a cargo de la oficina de seguridad principal del Reich, había advertido a Hitler el 2 de julio de 1941 sobre la planificación que había podido detectar del Vaticano para infiltrar sus tropas e invadir Rusia con la fe católica, y se opuso igualmente a la idea de permitirle a la Iglesia beneficiarse de las conquistas logradas por la sangre alemana. El 17 de febrero de 1942, el mismo Heydrich, quien para entonces tenía a su cargo la supervisión diaria de la Solución Final, reportó al führer que 300.000 eslavos habían sido ya masacrados por los croatas, y agregó que “el estado de tensión serbio-croata no es otra cosa que una batalla de la Iglesia Católica contra la Iglesia Ortodoxa” (The Patron Saint of Genocide). Hoy se ufana el Vaticano también por contar en Eslovaquia con el 74% de la población católica (Zenit, 14 de febrero, 2004).
Después de todo, el principal interés de Hitler estaba en terminar con el comunismo y el judaísmo, a los que creía mancomunados para desestabilizar el mundo cristiano de occidente, no necesariamente a los ortodoxos que eran oprimidos por los comunistas. A pesar de eso, el Vaticano logró enviar sacerdotes desde Polonia, Hungría, Eslovaquia, Croacia y del Colegio Russicum y Ruthenian del Vaticano mismo. Iban como capellanes militares o camuflados como civiles que pedían ser enrolados en el ejército alemán. Otros conseguían trabajos como mozos para cuidar los caballos en el Comando de Transporte Alemán.
Una vez que llegaban a un lugar apropiado desde el Báltico al Mar Negro, atraían a centenares de personas que por años no habían podido recibir el rito católico. En su mayoría fueron aprehendidos y baleados como desertores y espías, o enviados a los campos de concentración. Los que cayeron en manos de los rusos fueron a parar a los gulags (HP, 264). El fracaso de esas avanzadas misioneras del Vaticano puede haber motivado el disgusto de Pío XII porque no se emprendía una cruzada militar de envergadura contra el comunismo, que le permitiese imponerse sobre toda Europa, incluyendo la sección oriental por siglos bajo regímenes ortodoxos.
Tal vez corresponda aquí decir algo más. Hitler contaba al principio con simpatías en toda Europa, hasta de la nobleza inglesa y del mismo rey de Inglaterra a quien luego se obligó a abdicar porque le pasaba al führer los secretos del estado inglés. Muchos esperaban, para entonces, que Inglaterra, Francia y posteriormente los EE.UU., se unieran con Hitler para terminar con el comunismo e invadir juntos a Rusia. Los mismos sueños de acabar con el comunismo eran compartidos en el Vaticano también. Pero la decisión de Hitler de adelantarse a esos planes y ser él el líder de la liberación, terminó convenciendo a todos de que su misión iba a fracasar y de que había que deshacerse de él. Es probable que la molestia de Pío XII porque no se lanzaba una cruzada generalizada contra Rusia, se haya debido también a un momento de duda con respecto al éxito de la campaña del führer.
Fue el papado el que alentó la introducción de Japón en la Segunda Guerra Mundial, con la esperanza de que invadiese Rusia desde el Este, mientras Alemania lo hacía por el Oeste. Luego del fracaso nazi, el papado bajo el apoyo velado y silencio hipócrita de los países aliados, trató de reorganizar los deshechos del nazismo—los criminales de guerra—para ver si con ellos podía rescatar al menos los países centrales del Este tradicionalmente católicos. Al mismo tiempo, intentó empujar a los EE.UU. a iniciar una tercera guerra mundial mediante el uso de la bomba atómica, como veremos más tarde. No importaba el medio, la consigna de Pío XII era terminar con el comunismo que trababa el progreso hegemónico del papado.
e) Número de muertos en el genocidio católico-fascista croata. La historia de Croacia en esos años aciagos de 1941 a 1945 se la elogia como una época de gloria por los triunfos católicos o se la condena por los genocidios que se cometieron, dependiendo de qué lado se cuenta la historia. Algo semejante ocurre con las estadísticas sobre el genocidio que buscan disminuirse del lado católico. No obstante, hay datos hoy bastantes objetivos que difícilmente podrán removerse.
Las fuentes serbias dan una cifra de 600 a 700.000 serbios muertos en el campo de concentración de Jasenovac. El presidente actual de la nueva Croacia, Tudjman, disminuyó esa cifra a 30.000. El gobierno norteamericano recientemente liberó, sin embargo, un documento que se había capturado a los nazis, que se usó en el juicio del comandante del campo de concentración de Jasenovac, Dinko Sakic. Según ese documento, 120.000 fueron muertos en Jasenovac para Diciembre de 1943, cuando le quedaban todavía cerca de dos años de vida al régimen de Pavelic. Esto significa que por ese campamento pueden haber pasado cientos de miles de serbios ortodoxos para dejar no sólo sus posesiones, sino también sus vidas.
Ya vimos que Hitler recibió en 1942, cuando no se había completado el primer año de Pavelic, la información de la masacre de 300.000 eslavos mediante los “métodos más sadísticos” en una lucha de la Iglesia Católica contra la Iglesia Ortodoxa (Patron Saint of Genocide). Cornwell cita las fuentes más recientes y confiables (científicas) que indican 487.000 ortodoxos serbios y 27.000 gitanos masacrados durante 1941 y 1945 en el Estado Independiente de Croacia. A ésto se suman 30.000 de los 45.000 judíos, de los cuales de 20 a 25.000 murieron en los campos de muerte ustashi, y 7.000 fueron deportados a las cámaras de gas.
Tudjman propuso en 1996 volver a sepultar los restos de los ustashis croatas muertos por los campesinos yugoeslavos junto a las víctimas serbias de los ustashis en Jasenovac (Reuters, 22 de Abril, 1996). Pero el intento de unir a los criminales ustashis con sus víctimas produjo una reacción internacional negativa, de tal manera que se debió abandonar el plan. Por otro lado, se considera que las masacres de croatas efectuadas por los serbios en la década de los noventa por el gobierno Yugoeslavo fue, en parte, como venganza por el genocidio croata de serbios en la década de los cuarenta.
La indignación que tienen los nacionalistas serbios hoy es que se está juzgando a Milosevic como criminal de guerra por las masacres que hizo de los croatas católicos en la década del 90, cuando las muertes que llevó a cabo no tienen ni comparación con las que perpetró Pavelic medio siglo antes. En lugar de juzgar y condenar a Pavelic, el nuevo gobierno croata quiere llevar sus restos de España, donde murió bajo la protección del dictador falangista Franco, a la nueva Croacia, donde le levantarán, sin duda alguna, monumentos por todo el país. Por su parte, el papa Juan Pablo II intervino en forma inmediata para detener las masacres vengativas ortodoxas serbias de los católicos croatas, mientras que el papa Pío XII no hizo nada para detener las masivas e incomparables masacres católicas crotas de los servios ortodoxos durante la Segunda Guerra Mundial. Al contrario, apoyó al gobierno de Pavelic en su tarea de catolizar Croacia.
Los sueños papales para convertir y reconvertir Europa y el mundo.
Los que llamaban a las cruzadas de exterminio contra los herejes albigenses durante la Edad Media, eran los mismos papas de Roma. Esas cruzadas eran dirigidas o acompañadas por prelados papales. Los que aplicaban la tortura durante la Edad Media en los tribunales secretos de la Inquisición, y extirpaban la herejía, eran igualmente sacerdotes católicos que obraban en respuesta a una orden papal. ¿Debía asombrarnos que quienes más fanáticamente participasen de las torturas y masacres de serbios y judíos a mediados del S. XX, fuesen también sacerdotes católicos? Claro está, se suponía que ya había pasado la época medieval, y que eso nunca volvería a ocurrir en la época moderna. Pero eso sucedió en prácticamente todos los países católicos, y en especial en Croacia bajo un régimen clero-fascista criminal.
1. Desde que el papado se instauró en Roma con plenos poderes.
Lo que la Iglesia Católica quiso hacer en el nuevo gobierno de Croacia, estuvo en armonía con lo que el catolicismo romano hizo hacer desde que el papado reemplazó a los césares romanos, y se estableció sobre Europa con plenos poderes. Quiso evangelizar toda Europa y lograr un dominio absoluto sobre todos los pueblos de la tierra. El método evangelístico que mejor la caracterizó está representado en todos los cuadros antiguos que tienen a Jesús dando al papa la llave, símbolo del poder religioso, y al rey la espada, símbolo del poder político. Pero como el papa pasó a ser considerado Vicario de Cristo, terminó en la práctica asumiendo ambos poderes. Por ser el alma, debía estar por encima del cuerpo, y los reyes debían simplemente ejecutar sus decretos. Eso le permitiría posteriormente lavarse las manos, arguyendo que la autoridad civil era la responsable de ejecutar las víctimas.
Un método tal posible únicamente bajo un régimen de unión clero-gubernamental, estaba en flagrante contradicción con el método evangelístico universal que Cristo ordenó a su iglesia. Ésta debía buscar únicamente el poder espiritual, como dijo Jesús a sus discípulos antes de ascender al cielo. “Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos... hasta lo último de la tierra” (Hech 1:8; véase 1 Cor 2:3-5). Lo que Jesús les dijo se basaba en la declaración de Zacarías: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, dice el Señor” (Zac 4:6).
Convendrá repasar ahora, brevemente, cómo evangelizó el papado a Europa y América Latina, y cómo intentó evangelizar también al Asia, una vez que se instaló en Roma como soberano del mundo. Esto nos permitirá luego comparar sus métodos con lo que intentó hacer en pleno siglo XX, en cada país en donde pensó que había recuperado su poder temporal (su herida mortal), con reconocimientos estatales equivalentes. Esto es importante, porque los mismos concordatos que hizo con Alemania y los demás países católicos durante la Segunda Guerra Mundial, los está logrando firmar ahora con descenas de países y lo quiere lograr aún con la Unión Europea y el mundo en general. Así como el papado arrastró implícitamente a los protestantes alemanes a pactar con el gobierno de Hitler, así también está abiertamente arrastrando ahora a los protestantes y a los ortodoxos a unirse en esa lucha por reconocimiento estatal, y a las demás religiones no cristianas en su esfuerzo por lograr, a la postre, un reconocimiento universal.
a) La evangelización de Europa a partir de Clodoveo. Apenas adquirió la Iglesia de Roma reconocimiento estatal del emperador Constantino en el S. IV, se transformó de perseguida en perseguidora. “Desde que había llegado a ser religión de Estado del imperio romano, [la Iglesia] comprendía instintivamente su destino de ser dominadora y luego la señora absoluta de los pueblos y de los reyes de la tierra”. Cuando en el S. VI, luego que fenecieron los emperadores en occidente, el obispo romano obtuvo la supremacía, comenzó su expansión misionera sobre los pueblos bárbaros que invadían y poblaban Europa. No pudo hacerlo antes que Clodoveo, el primer rey pagano-bárbaro, se convirtiese al catolicismo romano, y fundase en el 508 su gobierno en París bajo el principio de unión Iglesia-Estado.
Se puede decir de Clodoveo que fue el primer genocida católico-romano del medioevo. Como lo reconocen los historiadores, “la conversión al catolicismo hizo de Clodoveo el adalid de la religión verdadera contra los herejes... Esto tuvo por consecuencia la extirpación del arrianismo en la Galia meridional...” y, por último, “la restauración del imperio de Occidente” bajo el título de Sacro Imperio Romano. “Nada de esto habría sucedido... si Clodoveo no se hubiese hecho católico”. “Fue un momento crucial en la historia de la Galia y, desde luego, de Europa, en el que la Iglesia Católica obtuvo su supremacía... y en donde un rey bárbaro aceptó, por influencia de la Iglesia, el mecanismo de gobierno a través de obispos, condes y ciudades... Un jefe guerrero se había puesto a la cabeza de una Iglesia militante”.
Cuando marchaba con su ejército para enfrentarse con los arrianos visigodos, Clodoveo dijo: “Me siento vejado con que esos arrianos posean parte de la Galia; ataquémoslos con la ayuda de Dios y, después de conquistarles, dominemos su país”. Un historiador comenta que en esa declaración “nos parece oir un sonido precursor del clarín que llamaba a la caballería francesa a las cruzadas, que llenó de pánico a los herejes albigenses o que obligó en el S. XVII a emigrar a los hugonotes de Francia, con lo que se vieron notablemente enriquecidos muchos países protestantes de Europa” y en donde los así perseguidos encontraban refugio y libertad.
“Los reyes francos se atribuyeron el derecho de convertir a judíos y herejes a la religión católica, cuyo derecho usaron según las circunstancias y hasta donde les convenía o era posible. Así persiguieron a los arrianos tan luego como hubieron sometido sus territorios, y les quitaron sus iglesias que, consagradas nuevamente, fueron entregadas a los católicos”. “La importancia trascendental de la resolución de Clodoveo [de hacerse cristiano] fue tan evidente”, que las cartas eclesiásticas de los grandes obispos no escondieron su emoción por su importancia “para la prosperidad de la Iglesia Católica y del imperio franco, y hasta para la conversión de las tribus germánicas paganas de la orilla derecha del Rhin”.
En efecto, Avito, el obispo de Vienne, se dirigió a Clodoveo en términos equivalentes a los que los papas del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial utilizaron para reconocer el gobierno de los dictadores fascistas del S. XX. Los historiadores comentan que “Clodoveo, llamado por la divina Providencia como juez en la contienda de las dos religiones [arriana y romana], se había decidido por la católica, y este fallo debía servir de norma para todo el mundo”. Arengando a Clodoveo como los obispos del S. XX a Hitler y a los demás dictadores fascistas, el obispo de Vienne le dijo: “Para tus descendientes eres tú, en adelante, la norma en el reino de Dios, y su derecho y autoridad divinos han de estar en la fe católica de su antecesor Clodoveo”. También exortó a Clodoveo a someter a la fe católica a “todos los pueblos germánicos sumidos todavía en el paganismo”. “De tu buena suerte participará también la Iglesia; siempre que tú combates y vences, vence también ella”. Por eso reconocen los historiadores que “la conquista por los francos y la cristianización eran dos caras de la misma medalla”. Aún antes de su bautismo, el papa Anastasio nombró a Clodoveo como “protector de la Iglesia, su madre, enviado por Dios con esta misión”.
“Ahora”, continuó Avito en su carta a Clodoveo, “no puede nadie oponer a las amonestaciones de los eclesiásticos y de los grandes convertidos y bautizados ya, las antiquísimas tradiciones y usos de los antepasados”. Esto muestra cómo la tendencia del obispado de la época buscaba amparar su fe y expansión misionera en la de un poder cívico-militar. Avito pone al final de su carta delante de Clodoveo “la grandiosa perspectiva de la conversión y simultánea sumisión a su poder de todos los pueblos germánicos sumidos todavía en el paganismo”. “Pronto habrá Dios hecho suyo todo el pueblo franco; por eso no tardes, ¡oh rey!, en hacer partícipes de tu fe a los pueblos que todavía viven en el paganismo y no se hallan contagiados del arrianismo..., porque así te reconocerán por jefe suyo... y finalmente se someterán a tu dominio y formarán con sus territorios parte de tus Estados... Así participarán todos de tus triunfos, y de tu buena suerte participará también la Iglesia; siempre que tú combates y vences, vence también ella”.
Se considera esta carta como “el primer documento histórico auténtico del método de catolizar a los germanos paganos por medios materiales coercitivos, aplicados por la fuerza armada del rey de los francos”. Lo mismo ocurrirá más tarde con el papa “San Bonifacio, el apóstol de los alemanes. Los varones eclesiásticos que realizaron esta conversión de Alemania estaban convencidos de que era una ilusión creer que para convertir bastaba la excelencia de la doctrina que aquellos pueblos paganos o convertidos no eran capaces de comprender. Así lo evidencian los documentos históricos contra todo lo que hipócritamente se dijo después y se empeñan muchos en hacer creer todavía”. Ese papa canonizado “sometió la Iglesia germánica a Roma de manera ilimitada...” Requirió a los alemanes “obediencia incondicional al papa”, e hizo “jurar también a los obispos, en el parlamento de 742, guardar en un todo la fe católica, la sumisión a Roma, a San Pedro y a su representante el papa”, cuando todavía no se había editado la Ley Canónica de 1917, ni emitido la encíclica papal Quadragesimo Anno de 1931.
¿Cuál fue el legado que dejó Clodoveo en su carácter de primer rey católico de Europa? “Todas las iniquidades que no había tenido fuerzas para cometer antes de su bautismo, las cometió después; y sus francos aprobaron todas sus traiciones, muertes y demás atrocidades, como verdaderos bárbaros que eran y continuaron siendo a pesar de haber recibido el bautismo... Otro tanto hicieron muchos cristianos poderosos, latinos y germanos, civilizados y bárbaros, sirviéndose del cristianismo para satisfacer sus pasiones y ambición desenfrenada”. Para lograr sus objetivos, Clodoveo “se valió de medios inicuos, del asesinato alevoso, del engaño más vil, excitando al hijo al parricidio y haciendo después asesinar a traición al hijo”.
El obispo de Vienne lo había empujado a ese método expansivo del catolicismo romano diciéndole, en ocasión de su bautismo: “Adora lo que quemaste [el cristianismo] y quema lo que adoraste [el paganismo]”. El obispo Gregorio de Tours comparó a Clodoveo con Constantino, y se levantó la leyenda de que una paloma descendió sobre este nuevo hijo de la Iglesia cuando fue bautizado. “Así puso Dios”, escribió Gregorio de Tours, “unos tras otros a todos los enemigos de Clodoveo bajo el dominio de éste, extendiendo su imperio en recompensa de su conducta leal y de haber hecho lo que era agradable a Dios”. El historiador moderno concluye diciendo asombrado, que “esta era exactamente la expresión de la moral de Gregorio de Tours en aquel tiempo, pero a costa de la moral de Dios tan sorprendentemente representada por la Iglesia”.
Siendo que la Iglesia Romana “tenía interés en asegurar, ordenar y extender su conquista”, se hizo “ineludible la cooperación de los obispos” en la codificación de la nueva situación, “los cuales consiguieron que el rey convocara en el año 511 en Orleáns, el primer concilio franco, en el cual tomaron parte 32 obispos de su imperio”, formando la Ley Sálica.
b) Método evangelizador bajo Justiniano y otros reinos. Otro espaldarazo que iba a recibir el papado romano, siempre en el S. VI, provendría del emperador oriental, Justiniano. “Desde el comienzo de su reino... promulgó las más severas leyes en contra de los herejes en 527 y 528”. “Maniqueos, Montanistas, Arrianos, Donatistas, Judíos y paganos, todos fueron perseguidos”. “Siendo que ningún soberano [emperador] se había interesado tanto en los asuntos de la Iglesia, ningún otro parece haber mostrado tanta actividad como un perseguidor así de paganos como de herejes”.
Clodoveo y Justiniano fueron los prototipos sobre los cuales debía construirse la nueva Europa. Primero debía convertirse al rey, el que a su vez, con sus poderes absolutos, debía someter luego a todo el mundo. Tanto en Inglaterra “como en otros lugares, la conversión de los paganos debe ser atribuída, no precisamente a un movimiento penitencial del corazón, sino a la presión de la monarquía sobre una población sumisa... El credo del rey vino a ser el credo del pueblo”. “Si no recibís a los hermanos que os traen paz”, dijo el enviado papal a los cristianos de Gran Bretaña en el S. VI, “recibiréis a los enemigos que os traerán guerra; si no os unís con nosotros [en esta cruzada ecuménica dirían hoy los cristianos que caen en la onda del ecumenismo papal], para mostrar a los sajones el camino de vida, recibiréis de ellos el golpe de muerte”.
Antes de finalizar el S. VI, el papa estaba ya en plena función temporal, hasta “improvisándose como un general y enviando tropas, mapas de campaña y estrategia” contra los lombardos, pagando a los soldados, redimiento cautivos, defendiendo la ciudad y obrando como un verdadero diplomático. Un siglo después, Carlomagno libró 53 campañas militares “para llenar su imperio conquistando y cristianizando Bavaria y Sajonia”. Como ejemplo de su estilo evangelístico para tomar decisiones, podemos mencionar la concesión que “dio a los sajones conquistados de elegir entre ser bautizados o la muerte, y 4500 sajones rebeldes tuvieron que ser decapitados en un día”.
Uno de los misioneros más notables de la época que cristianizó a Irlanda fue el sanguinario Columba. Decían de él que “era un guerrero tanto como un santo”. Así también, al terminar el S. XX, el papa Juan Pablo II iba a beatificar al primado de Croacia, Stepinac, por su carácter tan santo y cometido a la expansión de la Iglesia Católica; y canonizar al mismo Pío XII, el papa tan comprometido de la Segunda Guerra Mundial, destacando también sus virtudes místicas.
Posteriormente el rey Otón I (936-973), en Alemania, iba a consolidar su poder nombrando a los obispos y abades como “gobernadores civiles a la vez que prelados eclesiásticos”, sistema que perduró hasta Napoleón a fines del S. XVIII. “A medida que Otón extendía su autoridad, fundaba nuevos obispados en los bordes de su reino, con propósitos en parte políticos y en parte misioneros, como los de Brandenburgo y Havelberg, entre los eslavos, y Schleswig, Ripen y Aarhus para los daneses”.
La conquista de Irlanda siguió un esquema semejante. Los católicos establecieron primero un asentamiento de base, de eso provino una guerra civil que requirió la intervención de un ejército extranjero. En 1169, el depuesto rey Leinster Dermot MacMurrough pidió un ejército papal normando de Inglaterra para recuperar su trono. Ese ejército inglés nunca se fue. Lo mismo haría la Iglesia de Roma en las demás tierras conquistadas del Asia y de América medio milenio más tarde. Inclusive en el Africa, cuando en el S. XVI, los criatianos etíopes no tendrían más remedio que aceptar la ayuda de los portugueses que iban siempre acompañados por el clero, para protegerse de los musulmanes. No se irían hasta que, en una revuelta, lograrían expulsar los jesuitas en el S. XVII.
¿Qué fue lo que necesitó el papado romano para justificar su espíritu sangriento y perseguidor al comienzo de la Edad Media en el primer milenio? No fue el comunismo que ni existía para entonces, sino el arrianismo que le impedía sobresalir como el nuevo y real emperador político-espiritual del mundo. Las mismas razones dadas por los fanáticos obispos que arengaban a los francos contra el arrianismo, iban a usar los obispos del S. XX para arengar a los alemanes y fascistas católicos al iniciarse la recuperación temporal del papado, para extirpar el comunismo y el judaísmo presuntamente vinculados con los movimientos de izquierda, y aún a la misma Iglesia Ortodoxa cuando esto les fuera posible.
¿Qué requerirá el papado para justificar un espíritu sanguinario al final, en un intento supremo y último por lograr la primacía del mundo? Otro chivo emisario sobre el cual el diablo logre levantar la antipatía universal. El arrianismo, el islamismo, el judaísmo, el catarismo, el protestantismo, el paganismo indígena y asiático, el comunismo con la complicidad presunta del judaísmo, todos fueron peldaños que llegarán a la cima, en el fin del mundo, con la ira del dragón apocalíptico contra “los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apoc 12:17).
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