Pocas investigaciones contemporáneas sobre el Tercer Reich han sido
tan atacadas y desacreditadas como aquellas en las que se estudian las relaciones entre el Tercer Reich y la Santa Sede antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial.
El Vaticano siempre negó (y sigue negando) cualquier relación de privilegio con el Tercer Reich y Adolf Hitler. Continúan manteniendo como discurso oficial, la persecución del régimen de sus sacerdotes y miembros más combativos con el nacional – socialismo. Cierto es que existieron ejemplos de católicos (laicos y eclesiásticos) que sufrieron persecución y asesinato pero no fueron precisamente los que firmaron con Hitler el Concordato o los políticos del partido democristiano Zentrum (Deutsche Zentrumspartei) que bajo los consejos del Vaticano ofrecieron el apoyo para que Hitler se erigiera Fuhrer.
El nacional – socialismo era una ideología que rendía culto a antiguas religiones nórdicas paganas lo cual no impedía que muchos católicos formaran parte de los cuadros de mando del Tercer Reich a todos los niveles (el partido, el ejército, el gobierno, la banca, etc). Tanto el Vaticano como el Tercer Reich eran conscientes de esto y trataron de beneficiarse mutuamente. Ambos poseían un enemigo común, un archienemigo, el comunismo y por encima de otras discrepancias su exterminio era prioritario para ambos.
La polémica por el revisionismo de la figura de Pacelli, se inició en 1963 con la representación de la pieza teatral de Rolf Hochhuth, El Vicario que mostraba a un Pio XII, como un “cínico cruel, más interesado en salvar los bienes del Vaticano que por la suerte de los judíos” [1]
Karlheinz Deschner, reconocido intelectual alemán crítico con la historia de la Iglesia (calificado por muchos como “el mayor de los críticos de la Iglesia en el siglo XX“), explica en su libro de dos tomos “La política de los Papas en el siglo XX” (Editorial Yalde), como el 3 de enero de 1937, eclesiásticos católicos alemanes, teniendo su vista puesta en España, rogaban a sus feligreses lo siguiente:
“¡Queridos feligreses! El Führer y canciller del Reich, Adolf Hitler, avistó ya hace tiempo la expansión del Bolchevismo y centró su afán y sus preocupaciones en la cuestión de cómo salvaguardar a nuestro pueblo alemán y al occidente de tan terrible peligro. Los obispos alemanes piensan que es su deber apoyar, con todos los medios que la causa sagrada ponga a su alcance, al máximo dirigente del Imperio Alemán en esta lucha defensiva. Si evidente es que el bolchevismo representa el enemigo mortal del orden estatal y a la par, y en primera línea, el enterrador de la cultura religiosa, empeñado por ello en dirigir siempre sus primeros ataques contra los servidores de las cosas santas de la vida eclesiástica (algo que los eventos de España ilustran nuevamente) [...] es asimismo evidente que la cooperación en la tarea de defensa frente a este poder satánico se ha convertido en un deber religioso y eclesiástico de nuestra época. Está muy lejos del ánimo de los obispos inmiscuir la religión en el ámbito político no digamos el hacer llamamientos a una nueva guerra. Somos y seguiremos siendo emisarios de la paz, y como tales apelaremos a las personas religiosas a participar en la prevención de este gran peligro con los medios que nosotros llamamos las armas de la Iglesia… Aunque rechacemos toda intromisión en los derechos de la Iglesia, respetaremos los derechos del Estado en su ámbito estatal y también sabremos ver cuánto hay de positivo y grandioso en la obra del Führer…”. [2]
Otro reconocido intelectual, John Cornwell, armó otro gran revuelo tras la publicación de su libro “El Papa de Hitler”. Cornwell que había intentado ser sacerdote, le pareció interesante acercarse al tema desde una perspectiva completamente neutral tras haber presenciado agrios debates entre partidarios y detractores de Pacelli. En sus propioas palabras: “Estaba convencido de que si estudiaba la totalidad de su vida, el Pontificado de Pio XII quedaría absuelto“. Cornwell se lanzó entonces al estudio del material y archivos ecleasiásticos reservados “…convenciendo de mi ánimo benévolo a los encargados de los diferentes archivos. Actuando de buena fe, dos jesuitas pusieron a mi alcance materiales no considerados hasta ahora: los testimonios bajo juramente recopilados hace 30 años para la beatificación de Pacelli, así como otros documentos de la Secretaria de Estado Vaticana”. Al mismo tiempo, comencé a revisar y estudiar críticamente la gran cantidad de trabajos relacionados con las actividad de Pacelli durante los años 20 y 30 en Alemania, publicados en los pasados veinte años pero en general inaccesibles a casi todo el mundo”.
Para mediados de 1997, Cornwell se encontraba finalizando sus investigaciones. Su estado emocional lo describió como de “shock moral“. Al contrario de lo que se había propuesto con su trabajo, “el material que había ido reuniendo… no conducía a una exoneración sino por el contrario a una acusación aún más grave contra su persona. … mi investigación llevaba a la conclusión de que había protagonizado un intento sin precedentes de rearfirmar el poder papal y que ese propósito le había conducido a la complicidad con las fuerzas más oscuras de la época. Encontré pruebas de que Pacelli había mostrado antipatía hacia los judíos, y de que su diplomacia en Alemania en los años 30 le había llevado a traicionar a las asociaciones políticas católicas que podrían haberse opuesto al régimen de Hitler e impedido la Solución Final“. [1-1]
En un pasaje de su libro, Cornwell describe muchos agravios y hechos por los que el Vaticano podría haber protestado enérgicamente. “Luego de Kristallnacht [la Noche de los Cristales] (en la que los nazis rompieron las ventanas de los almacenes judíos y quemaron sinagogas), no hubo una sola palabra de condena desde el Vaticano, de la jerarquía de la Iglesia en Alemania, o de Pacelli. Sin embargo, en una encíclica sobre el antisemitismo titulada “Humani generis unitas” (“La unidad de la raza humana”), del Papa Pío XI, una sección afirma que los judíos fueron responsables de su propio destino. Dios los había elegido para abrir el camino a la redención de Cristo, pero ellos lo negaron y lo mataron. Y ahora, ‘Cegados por sus sueños de ganancias mundanas y éxito material’, habían merecido ‘la ruina terrenal y espiritual’ que ellos mismos se habían buscado.”
Algo que es completamente innegable es la firma del Concordato entre el régimen nazi y la Santa Sede. Adolf Hitler el 26 de abril de 1933, en un discurso durante las negociaciones que llevaron al Concordato entre los nazis y el Vaticano, afirmó, “Las escuelas seculares no pueden ser toleradas nunca, porque tales escuelas no tienen instrucción religiosa, y una instrucción moral general sin base religiosa está construida sobre el aire; consecuentemente, todo el entrenamiento del carácter y la religión deben derivarse de la fe… Necesitamos gente creyente.”
Incluso existen documentos como el mensaje de felicitación de cumpleaños que Pio XII solicitó en 1939, se le enviara a Adolf Hitler para expresarle “Las más cálidas felicitaciones al Führer en nombre de los obispos y diócesis de Alemania’, al cual se añadieron ‘fervientes plegarias que los católicos de Alemania están enviando al cielo en sus altares’. Estos saludos se transformaron en una tradición, y se los enviaba todos los 20 de abril.”
Irrefutables son también las relaciones que el Papa mantuvo con otro dictador genocida, católico pero tan feroz o más que el propio Hitler. Ante Pavelic, dirigente usurpador de Croacia, fue recibido en una audiencia con todos los honores de un Jefe de Estado. No hay que olvidar que Pavelic gobernaba Croacia gracias a que los nazis habían bombardeado Belgrado (que era ciudad abierta) matando a 5000 civiles y tomando después el control de Yugoslavia entera para repartirsela entre Alemania, Hungría y la propia Croacia. Pavelic era el responsable e instigador de una enorme campaña de terror y exterminio en los Balcanes contra ortodoxos, judíos, gitanos, musulmanes y comunistas entre 1941 y 1945. Gracias a los ustachis (fanáticos paramilitares croatas católicos), los Balcanes fueron el escenario de una “limpieza étnica” moderna que costó la vida de más de 2 millones de personas, mujeres, niños y ancianos incluidos.
Cornwell destaca que en esta campaña, “tan terribles fueron los actos de tortura y asesinato que hasta las encallecidas tropas alemanas expresaron su horror. En comparación con la reciente sangría en Yugoslavia, la acometida de Pavelic sigue siendo una de las masacres civiles más horribles registradas por la historia“. [3]
Uno de estos actos documentados, hacen palidecer al terror nazi revelando con meridiana claridad el tipo de crueldad sádica e inhumana que extendían los extremistas croatas en los Balcanes. “El 28 de abril una banda de ustachis atacó seis aldeas del distrito de Bjelovar y detuvo a 250 h0mbres, incluídos maestros de escuela y un sacerdote ortodoxo. Las victimas fueron obligadas a cavar una zanja y después fueron atadas con alambres y enterradas vivas. Pocos días más tarde, en un lugar llamado Otocac, los ustachis hicieron prisioneros a 331 serbios, entre los que se encontraban el sacerdote ortodoxo del pueblo y su hijo. Las victimas fueron de nuevo obligadas a cavar sus propias tumbas antes de ser despedazadas con hachas. Los asaltantes dejaron al sacerdote y a su hijo para el final. Aquél fue obligado a rezar las oraciones por los moribundos mientras cortaban en trozos a su hijo. Luego torturaron al sacerdote, arrancándole el pelo y la barba y reventándole los ojos. Finalmente, lo despellejaron vivo.” [4] Hechos así y masacres similares a la de Oradour en Francia (donde se encerró en una iglesia a decenas de hombres, mujeres y niños para después incendiarla) al principio de la guerra, fueron brutales ejemplos de acontecimientos cuyo conocimiento es imposible que ignorara la Santa Sede.
Y es que tras la invasión y la toma de poder de los nazis y ustachis de Yugoslavia, el arzobispo Alojzije Stepinac, estuvo desde el comienzo de acuerdo con los objetivos de ambos. La masacre de 250 serbios comentada anteriormente, se produjo pocos días después de que Stepinac ofreciera una cena a Pavelic y otros dirigentes ustachis para celebrar su vuelta del exilio. El mismo día de la matanza, Stepinac se dirigió desde el púlpito una carta pastoral urgiendo tanto al clero como a los fieles a colaborar estrechamente con el nuevo régimen nazi – fascista.
El ejemplo croata es un caso poco estudiado, quizás por la extrema ferocidad de los hechos y por el claro y cercano respaldo de la alta jerarquía católica croata. Esta participación llevó por increíble que parezca a “Sacerdotes, siempre franciscanos, a participar activamente en las masacres. Muchos de ellos se paseaban activamente y llevaban a cabo con extraordinario celo sus acciones asesinas. Un cierto padre Bozidar Bralow, conocido por la metralleta que le acompañaba permanentemente. fue acusado de bailar en torno a los cuerpor de 180 serbios masacrados en Alipasin – Most. Otros franciscanos mataron, prendieron fuego a casas, saquearon pueblos y arrasaron los campos bosnios… .Un periodista italiano reporto en septiembre de 1941, como había visto “al sur de Banja Luka a un franciscano arengando a una banda de ustachis con su crucifijo“. El Ministerio de Asuntos Exteriores italiano guarda actualmente en sus archivos un registro de fotografías de aquellas atrocidades entre las que se pueden ver “…pechos cortados, ojos reventados, genitales mutilados… así como instrumentos de la carniceria: cuchillos, hachas, ganchos de colgar carne….” [5]
Más ejemplos. Edmund Galise von Horstenau, general alemán al mando en Croacia, reflejó como los “ustachis se han vuelto locos de furia“ y como “con seis batallones de infanteria” no podía refrenar la “ciega y sangrienta saña de los ustachis“. [5]
En una carta del obispo de Mostar, el doctor Miscis, expresaba las inteciones del episcopado croata en torno a las conversiones en masa al catolicismo en la zona. Miscis comentaba como “nunca hubo una ocasión tan espléndida como ahora para que ayudemos a Croacia a salvar incontables almas“, condenando al mismo tiempo a las autoridades que atacaban incluso a los convertidos “y los cazan como si fueran esclavos“. Miscis no se queda ahí y revela masacres más infames y bien conocidas de madres, chicas y niños de menos de 8 años que trasladaban a las montañas “y arrojan vivos [...] profundas simas“. En una declaración aún más impactante, explica como “En la parroquia de Klepca, 700 cismáticos de las aldeas cercanas fueron asesinados. El subprefecto de Mostar, señor Bajic, musulmán, declaró públicamente (como empleado del Estado debería refrenar su lengua) que sólo en Ljubina, 700 cismáticos habían sido arrojados a un foso“. [6]
La BBC reportaba a menudo noticias sobre Croacia. El 16 de febrero de 1942 anuncia como “Se están cometiendo las peores atrocidades en los alrededores del arzobispado de Zagreb (responsabilidad de Stepinac). Por las calles corren ríos de sangre. Los ortodoxos están siendo convertidos por la fuerza al catolicismo, y no oímos la voz del arzobispado oponiéndose. Se informa que por el contrario participa en los desfiles nazis y fascistas“. Stepinac sería beatificado por Juan Pablo II en Croacia el 3 de octubre de 1998. [6]
Un extraordinario disidente católico con las políticas de Pio XII fue monseñor Bernhard Lichtenberg. Lichtenberg párroco en la diócesis de Berlin protestó de forma abierta desde 1933 en contra del antisemitismo y toda clase de violaciones de los derechos humanos, como eran por ejemplo los programas de “eutanasia” (asesinatos de enfermos mentales) y las esterilizaciones forzosas. Monseñor Lichtenberg murió en Dachau en 1943.
Es un tema de una extensión tremenda pero que a pesar de existir grandes y contrastadísimas evidencias, la negación se sigue imponiendo en cualquier caso que se plantee como si de un dogma de fe se tratara en el marco de una política de Estado que sigue la línea de banalización, minimización o simplemente negación de todo acto que “enturbie” la imagen de la Iglesia y sus pastores. El proceso de beatificación y canonización de Pio XII, continua a hurtadillas pues “… venerado por millones de católicos, no se interrumpirá ni se retrasará por los injustificables y calumniosos ataques contra aquel virtuoso gran hombre”, afirmó el Padre Peter Gumpel, relator de todo el proceso. [1]
Pacelli muere en octubre de 1958. Su funeral, apuntó L’Osservatore Romano, fué el “más impresionante en la larga historia de Roma, sobrepasando el de Julio César”.
Los mensajes de condolencia de los Jefes de Estado no tardaron en llegar. Harold McMillan (primer ministro británico) dijo, “El mundo ha quedado empobrecido con la pérdida de un hombre que ha desempeñado un papel tan importante en la defensa de los valores espirituales y en el trabajo por la paz“. Eisenhower lo definió como “… una vida llena de devoción por Dios y de servicio a sus semejantes. Era un enemigo informado y elocuente de la tiranía“. La propia Golda Meir se deshizo en elogías hacia él. “Cuando sobre nuestro pueblo cayó un terrible martirio en la década del terror nazi, la voz del Papa se alzó por las victimas. Nuestra vida se vió enriquecida por una voz que hablaba de las grandes verdades morales por encima del tumulto del conflicto cotidiano. Perdemos con él a un gran servidor de la paz“. [7]
Los Archivos Vaticanos correspondientes a ese periodo y relaciones con el Tercer Reich continúan cerrados a cal y canto. ¿Es posible, que como tantos aún mantienen, Pio XII, no supiera nada sobre las atrocidades llevadas a cabo por nazis y fascistas de toda índole en Europa y en especial en lugares como los Balcanes donde el Iglesia católica tenía completa libertad de movimientos?.
Si es cierto que Pio XII desconocía todo esto, ¿qué necesidad hay entonces para tanto secretismo a la hora de permitir que los investigadores accedan a todo el material desde 1920 en adelante?.
FUENTES Y MAS INFORMACION
El Vaticano siempre negó (y sigue negando) cualquier relación de privilegio con el Tercer Reich y Adolf Hitler. Continúan manteniendo como discurso oficial, la persecución del régimen de sus sacerdotes y miembros más combativos con el nacional – socialismo. Cierto es que existieron ejemplos de católicos (laicos y eclesiásticos) que sufrieron persecución y asesinato pero no fueron precisamente los que firmaron con Hitler el Concordato o los políticos del partido democristiano Zentrum (Deutsche Zentrumspartei) que bajo los consejos del Vaticano ofrecieron el apoyo para que Hitler se erigiera Fuhrer.
El nacional – socialismo era una ideología que rendía culto a antiguas religiones nórdicas paganas lo cual no impedía que muchos católicos formaran parte de los cuadros de mando del Tercer Reich a todos los niveles (el partido, el ejército, el gobierno, la banca, etc). Tanto el Vaticano como el Tercer Reich eran conscientes de esto y trataron de beneficiarse mutuamente. Ambos poseían un enemigo común, un archienemigo, el comunismo y por encima de otras discrepancias su exterminio era prioritario para ambos.
La polémica por el revisionismo de la figura de Pacelli, se inició en 1963 con la representación de la pieza teatral de Rolf Hochhuth, El Vicario que mostraba a un Pio XII, como un “cínico cruel, más interesado en salvar los bienes del Vaticano que por la suerte de los judíos” [1]
Karlheinz Deschner, reconocido intelectual alemán crítico con la historia de la Iglesia (calificado por muchos como “el mayor de los críticos de la Iglesia en el siglo XX“), explica en su libro de dos tomos “La política de los Papas en el siglo XX” (Editorial Yalde), como el 3 de enero de 1937, eclesiásticos católicos alemanes, teniendo su vista puesta en España, rogaban a sus feligreses lo siguiente:
“¡Queridos feligreses! El Führer y canciller del Reich, Adolf Hitler, avistó ya hace tiempo la expansión del Bolchevismo y centró su afán y sus preocupaciones en la cuestión de cómo salvaguardar a nuestro pueblo alemán y al occidente de tan terrible peligro. Los obispos alemanes piensan que es su deber apoyar, con todos los medios que la causa sagrada ponga a su alcance, al máximo dirigente del Imperio Alemán en esta lucha defensiva. Si evidente es que el bolchevismo representa el enemigo mortal del orden estatal y a la par, y en primera línea, el enterrador de la cultura religiosa, empeñado por ello en dirigir siempre sus primeros ataques contra los servidores de las cosas santas de la vida eclesiástica (algo que los eventos de España ilustran nuevamente) [...] es asimismo evidente que la cooperación en la tarea de defensa frente a este poder satánico se ha convertido en un deber religioso y eclesiástico de nuestra época. Está muy lejos del ánimo de los obispos inmiscuir la religión en el ámbito político no digamos el hacer llamamientos a una nueva guerra. Somos y seguiremos siendo emisarios de la paz, y como tales apelaremos a las personas religiosas a participar en la prevención de este gran peligro con los medios que nosotros llamamos las armas de la Iglesia… Aunque rechacemos toda intromisión en los derechos de la Iglesia, respetaremos los derechos del Estado en su ámbito estatal y también sabremos ver cuánto hay de positivo y grandioso en la obra del Führer…”. [2]
Otro reconocido intelectual, John Cornwell, armó otro gran revuelo tras la publicación de su libro “El Papa de Hitler”. Cornwell que había intentado ser sacerdote, le pareció interesante acercarse al tema desde una perspectiva completamente neutral tras haber presenciado agrios debates entre partidarios y detractores de Pacelli. En sus propioas palabras: “Estaba convencido de que si estudiaba la totalidad de su vida, el Pontificado de Pio XII quedaría absuelto“. Cornwell se lanzó entonces al estudio del material y archivos ecleasiásticos reservados “…convenciendo de mi ánimo benévolo a los encargados de los diferentes archivos. Actuando de buena fe, dos jesuitas pusieron a mi alcance materiales no considerados hasta ahora: los testimonios bajo juramente recopilados hace 30 años para la beatificación de Pacelli, así como otros documentos de la Secretaria de Estado Vaticana”. Al mismo tiempo, comencé a revisar y estudiar críticamente la gran cantidad de trabajos relacionados con las actividad de Pacelli durante los años 20 y 30 en Alemania, publicados en los pasados veinte años pero en general inaccesibles a casi todo el mundo”.
Para mediados de 1997, Cornwell se encontraba finalizando sus investigaciones. Su estado emocional lo describió como de “shock moral“. Al contrario de lo que se había propuesto con su trabajo, “el material que había ido reuniendo… no conducía a una exoneración sino por el contrario a una acusación aún más grave contra su persona. … mi investigación llevaba a la conclusión de que había protagonizado un intento sin precedentes de rearfirmar el poder papal y que ese propósito le había conducido a la complicidad con las fuerzas más oscuras de la época. Encontré pruebas de que Pacelli había mostrado antipatía hacia los judíos, y de que su diplomacia en Alemania en los años 30 le había llevado a traicionar a las asociaciones políticas católicas que podrían haberse opuesto al régimen de Hitler e impedido la Solución Final“. [1-1]
En un pasaje de su libro, Cornwell describe muchos agravios y hechos por los que el Vaticano podría haber protestado enérgicamente. “Luego de Kristallnacht [la Noche de los Cristales] (en la que los nazis rompieron las ventanas de los almacenes judíos y quemaron sinagogas), no hubo una sola palabra de condena desde el Vaticano, de la jerarquía de la Iglesia en Alemania, o de Pacelli. Sin embargo, en una encíclica sobre el antisemitismo titulada “Humani generis unitas” (“La unidad de la raza humana”), del Papa Pío XI, una sección afirma que los judíos fueron responsables de su propio destino. Dios los había elegido para abrir el camino a la redención de Cristo, pero ellos lo negaron y lo mataron. Y ahora, ‘Cegados por sus sueños de ganancias mundanas y éxito material’, habían merecido ‘la ruina terrenal y espiritual’ que ellos mismos se habían buscado.”
Algo que es completamente innegable es la firma del Concordato entre el régimen nazi y la Santa Sede. Adolf Hitler el 26 de abril de 1933, en un discurso durante las negociaciones que llevaron al Concordato entre los nazis y el Vaticano, afirmó, “Las escuelas seculares no pueden ser toleradas nunca, porque tales escuelas no tienen instrucción religiosa, y una instrucción moral general sin base religiosa está construida sobre el aire; consecuentemente, todo el entrenamiento del carácter y la religión deben derivarse de la fe… Necesitamos gente creyente.”
Incluso existen documentos como el mensaje de felicitación de cumpleaños que Pio XII solicitó en 1939, se le enviara a Adolf Hitler para expresarle “Las más cálidas felicitaciones al Führer en nombre de los obispos y diócesis de Alemania’, al cual se añadieron ‘fervientes plegarias que los católicos de Alemania están enviando al cielo en sus altares’. Estos saludos se transformaron en una tradición, y se los enviaba todos los 20 de abril.”
Irrefutables son también las relaciones que el Papa mantuvo con otro dictador genocida, católico pero tan feroz o más que el propio Hitler. Ante Pavelic, dirigente usurpador de Croacia, fue recibido en una audiencia con todos los honores de un Jefe de Estado. No hay que olvidar que Pavelic gobernaba Croacia gracias a que los nazis habían bombardeado Belgrado (que era ciudad abierta) matando a 5000 civiles y tomando después el control de Yugoslavia entera para repartirsela entre Alemania, Hungría y la propia Croacia. Pavelic era el responsable e instigador de una enorme campaña de terror y exterminio en los Balcanes contra ortodoxos, judíos, gitanos, musulmanes y comunistas entre 1941 y 1945. Gracias a los ustachis (fanáticos paramilitares croatas católicos), los Balcanes fueron el escenario de una “limpieza étnica” moderna que costó la vida de más de 2 millones de personas, mujeres, niños y ancianos incluidos.
Cornwell destaca que en esta campaña, “tan terribles fueron los actos de tortura y asesinato que hasta las encallecidas tropas alemanas expresaron su horror. En comparación con la reciente sangría en Yugoslavia, la acometida de Pavelic sigue siendo una de las masacres civiles más horribles registradas por la historia“. [3]
Uno de estos actos documentados, hacen palidecer al terror nazi revelando con meridiana claridad el tipo de crueldad sádica e inhumana que extendían los extremistas croatas en los Balcanes. “El 28 de abril una banda de ustachis atacó seis aldeas del distrito de Bjelovar y detuvo a 250 h0mbres, incluídos maestros de escuela y un sacerdote ortodoxo. Las victimas fueron obligadas a cavar una zanja y después fueron atadas con alambres y enterradas vivas. Pocos días más tarde, en un lugar llamado Otocac, los ustachis hicieron prisioneros a 331 serbios, entre los que se encontraban el sacerdote ortodoxo del pueblo y su hijo. Las victimas fueron de nuevo obligadas a cavar sus propias tumbas antes de ser despedazadas con hachas. Los asaltantes dejaron al sacerdote y a su hijo para el final. Aquél fue obligado a rezar las oraciones por los moribundos mientras cortaban en trozos a su hijo. Luego torturaron al sacerdote, arrancándole el pelo y la barba y reventándole los ojos. Finalmente, lo despellejaron vivo.” [4] Hechos así y masacres similares a la de Oradour en Francia (donde se encerró en una iglesia a decenas de hombres, mujeres y niños para después incendiarla) al principio de la guerra, fueron brutales ejemplos de acontecimientos cuyo conocimiento es imposible que ignorara la Santa Sede.
Y es que tras la invasión y la toma de poder de los nazis y ustachis de Yugoslavia, el arzobispo Alojzije Stepinac, estuvo desde el comienzo de acuerdo con los objetivos de ambos. La masacre de 250 serbios comentada anteriormente, se produjo pocos días después de que Stepinac ofreciera una cena a Pavelic y otros dirigentes ustachis para celebrar su vuelta del exilio. El mismo día de la matanza, Stepinac se dirigió desde el púlpito una carta pastoral urgiendo tanto al clero como a los fieles a colaborar estrechamente con el nuevo régimen nazi – fascista.
El ejemplo croata es un caso poco estudiado, quizás por la extrema ferocidad de los hechos y por el claro y cercano respaldo de la alta jerarquía católica croata. Esta participación llevó por increíble que parezca a “Sacerdotes, siempre franciscanos, a participar activamente en las masacres. Muchos de ellos se paseaban activamente y llevaban a cabo con extraordinario celo sus acciones asesinas. Un cierto padre Bozidar Bralow, conocido por la metralleta que le acompañaba permanentemente. fue acusado de bailar en torno a los cuerpor de 180 serbios masacrados en Alipasin – Most. Otros franciscanos mataron, prendieron fuego a casas, saquearon pueblos y arrasaron los campos bosnios… .Un periodista italiano reporto en septiembre de 1941, como había visto “al sur de Banja Luka a un franciscano arengando a una banda de ustachis con su crucifijo“. El Ministerio de Asuntos Exteriores italiano guarda actualmente en sus archivos un registro de fotografías de aquellas atrocidades entre las que se pueden ver “…pechos cortados, ojos reventados, genitales mutilados… así como instrumentos de la carniceria: cuchillos, hachas, ganchos de colgar carne….” [5]
Más ejemplos. Edmund Galise von Horstenau, general alemán al mando en Croacia, reflejó como los “ustachis se han vuelto locos de furia“ y como “con seis batallones de infanteria” no podía refrenar la “ciega y sangrienta saña de los ustachis“. [5]
En una carta del obispo de Mostar, el doctor Miscis, expresaba las inteciones del episcopado croata en torno a las conversiones en masa al catolicismo en la zona. Miscis comentaba como “nunca hubo una ocasión tan espléndida como ahora para que ayudemos a Croacia a salvar incontables almas“, condenando al mismo tiempo a las autoridades que atacaban incluso a los convertidos “y los cazan como si fueran esclavos“. Miscis no se queda ahí y revela masacres más infames y bien conocidas de madres, chicas y niños de menos de 8 años que trasladaban a las montañas “y arrojan vivos [...] profundas simas“. En una declaración aún más impactante, explica como “En la parroquia de Klepca, 700 cismáticos de las aldeas cercanas fueron asesinados. El subprefecto de Mostar, señor Bajic, musulmán, declaró públicamente (como empleado del Estado debería refrenar su lengua) que sólo en Ljubina, 700 cismáticos habían sido arrojados a un foso“. [6]
La BBC reportaba a menudo noticias sobre Croacia. El 16 de febrero de 1942 anuncia como “Se están cometiendo las peores atrocidades en los alrededores del arzobispado de Zagreb (responsabilidad de Stepinac). Por las calles corren ríos de sangre. Los ortodoxos están siendo convertidos por la fuerza al catolicismo, y no oímos la voz del arzobispado oponiéndose. Se informa que por el contrario participa en los desfiles nazis y fascistas“. Stepinac sería beatificado por Juan Pablo II en Croacia el 3 de octubre de 1998. [6]
Un extraordinario disidente católico con las políticas de Pio XII fue monseñor Bernhard Lichtenberg. Lichtenberg párroco en la diócesis de Berlin protestó de forma abierta desde 1933 en contra del antisemitismo y toda clase de violaciones de los derechos humanos, como eran por ejemplo los programas de “eutanasia” (asesinatos de enfermos mentales) y las esterilizaciones forzosas. Monseñor Lichtenberg murió en Dachau en 1943.
Es un tema de una extensión tremenda pero que a pesar de existir grandes y contrastadísimas evidencias, la negación se sigue imponiendo en cualquier caso que se plantee como si de un dogma de fe se tratara en el marco de una política de Estado que sigue la línea de banalización, minimización o simplemente negación de todo acto que “enturbie” la imagen de la Iglesia y sus pastores. El proceso de beatificación y canonización de Pio XII, continua a hurtadillas pues “… venerado por millones de católicos, no se interrumpirá ni se retrasará por los injustificables y calumniosos ataques contra aquel virtuoso gran hombre”, afirmó el Padre Peter Gumpel, relator de todo el proceso. [1]
Pacelli muere en octubre de 1958. Su funeral, apuntó L’Osservatore Romano, fué el “más impresionante en la larga historia de Roma, sobrepasando el de Julio César”.
Los mensajes de condolencia de los Jefes de Estado no tardaron en llegar. Harold McMillan (primer ministro británico) dijo, “El mundo ha quedado empobrecido con la pérdida de un hombre que ha desempeñado un papel tan importante en la defensa de los valores espirituales y en el trabajo por la paz“. Eisenhower lo definió como “… una vida llena de devoción por Dios y de servicio a sus semejantes. Era un enemigo informado y elocuente de la tiranía“. La propia Golda Meir se deshizo en elogías hacia él. “Cuando sobre nuestro pueblo cayó un terrible martirio en la década del terror nazi, la voz del Papa se alzó por las victimas. Nuestra vida se vió enriquecida por una voz que hablaba de las grandes verdades morales por encima del tumulto del conflicto cotidiano. Perdemos con él a un gran servidor de la paz“. [7]
Los Archivos Vaticanos correspondientes a ese periodo y relaciones con el Tercer Reich continúan cerrados a cal y canto. ¿Es posible, que como tantos aún mantienen, Pio XII, no supiera nada sobre las atrocidades llevadas a cabo por nazis y fascistas de toda índole en Europa y en especial en lugares como los Balcanes donde el Iglesia católica tenía completa libertad de movimientos?.
Si es cierto que Pio XII desconocía todo esto, ¿qué necesidad hay entonces para tanto secretismo a la hora de permitir que los investigadores accedan a todo el material desde 1920 en adelante?.
FUENTES Y MAS INFORMACION
- [1], [1-1] El Papa de Hitler. John Cornwell. Prólogo
- [2] La política de los Papas. Karlheinz Deschner
- [3] El Papa de Hitler. John Cornwell (Página 386)
- [4] El Papa de Hitler. John Cornwell (Página 390)
- [5] El Papa de Hitler. John Cornwell (Páginas 393 – 395)
- [6] El Papa de Hitler. John Cornwell (Página 396 – 399)
- [7] El Papa de Hitler. John Cornwell (Página 547)
- Compilación de fotografías que muestran la estrecha relación existente entre la Iglesia católica y el régimen nazi. http://www.alamoministries.com/content/Spanish/Antichrist/spnazigallery/spphotogallery.html
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