Alberto Treiyer
Doctor en Teología
La fragilidad de los regímenes democráticos.
El papado no logrará imponerse sobre el mundo en cada
punto que profesa, sino en unos pocos dogmas significativos que hará
resaltar con el concurso de las demás iglesias cristianas tradicionales.
Entre ellos sobresale la imposición por ley de sus días festivos, en
especial del domingo, por los que ya está abogando en forma especial, y
en el que hace fundamentar su autoridad. Al obligar a todo el mundo a
respetar un espacio de tiempo que pretende pertenecerle a una o varias
iglesias en conjunto, pasa por encima de la libertad de los demás. Pero
para el pontificado romano, ese método es legítimo, el más propicio y
efectivo para hacer sentir su presencia y autoridad sobre todo el mundo.
El error que cometió el papado fue creer que eso podía lograrlo
mediante regímenes fascistas militarizados. No sabían los papas del S.
XX que en esta época, debían esforzarse por obtener los mismos
resultados mediante regímenes democráticos, por más molestia que éstos
les causasen al ir contra su sistema jerárquico y dictatorial
tradicional.
Cornwell, el periodista inglés que escribió El Papa
de Hitler, la obra católica moderna más crítica contra la infalibilidad
papal tomando como referencia a los papas de los S. XIX y XX, perdió su
fe en el papado como institución infalible y, en su lugar, se volvió un
católico liberal. Como tal cree que la fortaleza del catolicismo romano
debe ponerse sobre la base, esto es, sobre un sistema democrático y
pluralista, que permita al catolicismo ejercer una obra para bien. Así,
el régimen comunista no fue vencido en Polonia mediante un dictador,
sino por el movimiento Solidaridad. Fue la democracia nicaraguense la
que derrocó también al movimiento sandinista. Ejemplos semejantes
podrían traerse de otros países de mayoría católica en el centro-este de
Europa, que recientemente han logrado liberarse también de los
regímenes comunistas.
Lamentablemente, Cornwell parece ignorar la facilidad
con que pueden manejarse las masas con las nuevas técnicas de
manipulación pública. Tampoco percibe este escritor hasta qué punto el
Vaticano ha aprendido a valerse de los medios de difusión para llevar a
cabo sus propósitos, sin alterar necesariamente las democracias, ni la
intolerancia déspota que ejerce en el orden eclesiástico donde ostenta
plenos poderes. Como se ha destacado vez tras vez en años recientes, el
Vaticano es el único estado moderno en que los tres poderes, el
ejecutivo, el legislativo y el judicial, es ostentado en forma absoluta
por el papa. Y a pesar de tratarse de un sistema dictatorial tan
alevoso, ese príncipe de la Iglesia pretende tener la visión moral que
los demás países democráticos deben seguir.
Antes que pretender defender hoy la democracia en los
países modernos, debería el Vaticano democratizarse a sí mismo en la
sede de la ciudad-estado-iglesia que dirige su príncipe gobernante. En
los países en donde posee mayor influencia como en España y en varios
países de latinoamérica, vemos al papa pretendiendo apoyar la democracia
y exigiendo transparencia política a los gobernantes, pero requiriendo
un trato privilegiado para la Iglesia con impunidad para el clero. Esas
dos clases sociales, el clero y el laicado, no son iguales ante la ley.
¿Por qué el papado no se opone más, en la forma al
menos, a los regímenes democráticos? Porque no puede valerse más de
dictadores para lograr sus objetivos, y al mismo tiempo ha terminado
descubriendo que le va bien también recurriendo al apoyo logístico de
las masas. Es por eso que el fin del milenio vio al papa Juan Pablo II
buscando el apoyo popular de los países católicos del tercer mundo, para
exigir a los poderosos de la tierra la condonación de la deuda externa a
los países más endeudados. A esta manifestación pública de apoyo
popular la llamó Globalización de la Solidaridad. Ese término lo tomó
prestado del partido polaco que le dio la victoria a su iglesia en
Polonia, en su campaña para derrocar al gobierno comunista totalitario.
Pero lo que muchos no captan es que, mediante recursos presuntamente
democráticos, esto es, mediante recursos demagógicos, se obtiene en la
práctica también gobiernos totalitarios que terminan sacrificando las
minorías.
Aún en los EE.UU., la representación católica con la
inmigración latina creció notablemente a través de los años, lo que
obliga a los candidatos presidenciales a tener en consideración las
demandas de la Iglesia de Roma para poder ser elegidos. Poco a poco, el
país de la libertad religiosa está siendo llevado a adoptar un sistema
equivalente al de mutuo cortejo y honra clero-gubernamental, impuesto
durante todo el medioevo según se vio en la historia y se lo anticipó en
Dan 11:39: “colmará de honores a quienes lo reconozcan”. Ese modelo de
autoridad llevará también a los EE.UU., la única superpotencia del fin
mencionada en la profecía apocalíptica, a terminar hablando como dragón
sin dejar de mantener su forma de cordero (Apoc 13:11ss). Y lo que es
peor, la profecía no dice que ese ensalzamiento al papado le va a ser
necesariamente retribuído. Lo que la Palabra de Dios dice es que el
gobierno protestante norteamericano entrará dentro del circuito de mutua
honra con las autoridades civiles, elevando así ante el mundo, una
imagen del papado (Apoc 13:11-18). Pero no dice ni niega que el papado
va a retribuirle consecuentemente el ensalzamiento y reconocimiento que
le prodigue la América Protestante.
Anticipando en más de un siglo lo que está ocurriendo
ahora, la pluma inspirada, la profetiza del “remanente”, declaró lo
siguiente. “La Palabra de Dios ha dado una advertencia sobre el
conflicto inminente; descuide el mundo Protestante esa amonestación y
descubrirá cuáles son los verdaderos propósitos de Roma, sólo cuando
será demasiado tarde para escapar de la trampa” (GC, 581 [1911]). Desde
la Segunda Guerra Mundial, se ha visto al papado usando al gobierno
republicano y protestante de los EE.UU. para cumplir con sus propios
objetivos, pero causándole deshonra y desprestigio en Vietnam y en otros
lugares, en un claro esfuerzo del Vaticano por marcar lo más
definidamente posible sus diferencias con el gobierno norteamericano.
¿Qué conseguirá el gobierno norteamericano con su
insistencia en contar con el aval del Vaticano, dado el amplio margen de
influencia política y religiosa que el papado ejerce sobre el mundo?
Nada. Antes bien, su propia ruina y condenación por no haber prestado
atención ni a la historia, ni a las advertencias de la Palabra de Dios.
De allí que se lo denomina “Falso Profeta” (Apoc 16:13; 19:20). Pretende
llevar el símbolo del reino de Dios (cordero: Apoc 13:11), pero termina
participando del mismo espíritu del dragón que había dado autoridad a
la bestia. Así como el dragón (la Roma imperial), dio autoridad al
anticristo romano en el S. VI (Apoc 13:2-4), así también los EE.UU.
terminarán restableciendo la autoridad política del papado, ya no sólo
sobre el Vaticano como lo hizo Mussolini, sino sobre todo el mundo (Apoc
13:12,14). Su método coercitivo por excelencia para lograr tales fines
será el boicot económico (Apoc 13:16-17). Ese método lo ha estado
empleando ya, desde hace unos pocos años y con éxito, para con muchos
regímenes que logró en su mayor parte hacer caer de esa manera (Haití,
Nicaragua, la Unión Soviética, Cuba).
- El papel final de la última superpotencia.
Veamos más en detalle el papel que ejercerá la única
superpotencia que queda en el mundo. El gobierno protestante y
republicano de los EE.UU., según la descripción profética esbozada para
el fin, “engaña [seduce] a los habitantes de la tierra... diciéndoles
que hagan una imagen del [anticristo romano]” (Apoc 13:14). Un gobierno
autoritario, por regla general, no necesita engañar o seducir a nadie
para que el pueblo haga lo que ese gobierno quiere que haga. “Aquí se
presenta [pues], en forma clara, una forma de gobierno en la que el
poder legislativo descansa en el pueblo” (GC, 443). “Aún en la libre
América, los gobernantes y legisladores buscarán asegurarse el favor
público cediendo a las demandas populares de una ley que requiera la
imposición de la observancia del domingo” (GC, 592). De esta manera,
renunciarán a sus principios constitucionales que exigen separación de
Iglesia y Estado, y se volverán intolerantes para con los que no
participen de ese dogma religioso.
Así como el dragón (el diablo a través del imperio
romano) dio su autoridad a la bestia (el poder político-religioso del
papado), para ser homenajeado a través de ella, así también el gobierno
protestante de los EE.UU. terminará dando autoridad al papado,
presumiento recibir en retribución un reconocimiento consecuente del
papado. Esa es la ley del mundo. Se comercia con el honor. Se da
reconocimientos y alabanzas a condición de recibirlos de vuelta. Pero
para los que quieran mantenerse fieles a la Palabra de Dios, un
compromiso con el mundo que niege la ley divina implicará
automáticamente la negación de la autoridad divina sobre ellos, y la
pérdida definitiva de la aprobación del Cielo (Apoc 3:5; 12:17; 14:12).
Es a través de su influencia en el viejo mundo
(Europa), y a través de la Protestante y Republicana Norteamérica a la
que logrará arrastrar a su esfera de influencia, como logró hacerlo en
parte en Vietnam, que Babilonia (la iglesia corrupta de Roma) logrará
imponer sus dogmas más preciados sobre el mundo. No sólo la bestia
semejante a un Cordero (la América Protestante), sino también la bestia
blasfema (el papado romano), impondrá su voluntad sobre todo el mundo
(Apoc 13:12; Apoc 17:1-6). “Babilonia hará que todas las naciones beban
el vino del furor de su fornicación [unión ilícita de la iglesia con los
gobernantes de la tierra , que el papado logra mediante la imposición
legal de sus falsas doctrinas]. Toda nación se verá envuelta... (Apoc
18:3-7; 17:13-14). Habrá un vínculo de unión universal, una gran
armonía, una confederación de fuerzas de Satanás. ‘Y entregarán su poder
y su autoridad a la bestia [el anticristo romano] (3MS 447-448 (1891).
4. ¿Cuándo se restauró la herida mortal del papado?
Durante muchos siglos hubo tiranteses entre las
monarquías europeas y el papado, como suele darse en muchos matrimonios
después que pasan los primeros romances. Hubo papas que debieron huir de
Roma y se nombraron otros en su lugar. Pero en todas estas
confrontaciones nunca se trató de destruir la institución misma del
papado, sino de reformarla. La lucha se dio como en muchos hogares
modernos, en torno a quién debía ser la cabeza, si la monarquía o el
papado, si la autoridad civil o la autoridad religiosa. El problema real
era que la Madre Iglesia quería ser al mismo tiempo Padre espiritual en
la figura de los pontífices y sacerdotes romanos, copando todo espacio a
los poderes civiles.
En 1798 el papado recibió un golpe que no tuvo como
propósito reformarlo, sino destruirlo. Provino del gobierno secular y
ateo francés. Fue un golpe mortal a toda ambición política del papado.
Se dio una ruptura, un divorcio en el que la autoridad secular decidió
deshacerse para siempre de esa relación carnal con la autoridad papal
(Dan 11:40pp; Apoc 11:7-8). Desde entonces el papado perdió todo
ascendiente sobre las naciones, y hasta el dominio sobre Roma. Sus
propiedades le fueron quitadas y la única alternativa que le quedó fue
refugiarse en los edificios centrales que le quedaban en el Vaticano.
¿Cuándo se restauró la autoridad política del papado?
Más de un siglo después, cuando otro poder secular, el que ostentaba
Mussolini en Italia, terminó reconociéndolo como la autoridad religiosa y
moral de Italia, y concediéndole plena hegemonía sobre el Vaticano. Una
cifra enorme le pagó, además, por renunciar al resto de la ciudad de
Roma, y a grandes extensiones de territorio sobre las que gobernaba ya
desde hacía mucho tiempo el gobierno civil romano. Fue entonces que se
reveló en el acto su carácter cruel y despótico en la guerra
expansionista de Mussolini a Etiopía. Hizo además, a partir de allí,
concordatos con todo gobierno clero-fascista y pro-católico que se
levantaba. Pensó que había llegado el momento de recuperar el dominio
perdido del mundo y, mejor aún, conquistar fronteras más lejanas
mediante esos mismos poderes guerreros con quienes pactaba.
Pero la hora del papado no había llegado todavía. Por
más que procuró por todos los medios impedir la ingerencia e influencia
protestante norteamericana en medio del viejo continente europeo, ese
poder le destruyó casi todos los gobiernos autoritarios sobre los cuales
había basado sus aspiraciones de predominio mundial. No pudo quejarse
demasiado tampoco, porque aunque el protestantismo norteamericano e
inglés no le permitió lograr el predominio mundial al que aspiraba
entonces, le salvó la vida de sucumbir de nuevo bajo el ateísmo
revolucionario, ahora comunista y ruso que también luchaba por expandir
sus dominios sobre el mundo entero.
En 1911, la pluma inspirada predijo esos intentos
papales que se darían durante el S. XX para reganar el control del mundo
mediante un golpe decisivo y violento. “La Iglesia de Roma hace planes y
usa modos de operación de largo alcance. Está empleando toda
estratagema posible para extender su influencia e incrementar su poder
mientras se prepara para un conflicto feroz y determinante para reganar
el control del mundo, restablecer la persecución, y deshacer todo lo que
el Protestantismo ha hecho” (GC, 565-566). Lo que el papado intentó
hacer mediante los gobiernos fascistas y clero-fascistas del S. XX sin
poder culminar sus objetivos, lo está por lograr ahora en el S. XXI
mediante una confederación de iglesias que reclaman la recuperación del
alma para Europa y para el mundo.
5. El reclamo del alma [soplo de vida] para Europa y el mundo.
Un muerto no reclama un soplo de vida. Sólo un vivo
que respira con dificultad puede requerir un soplo que le permita
respirar mejor, a sus anchas. El papado ya se recuperó de su herida
mortal en 1929 mediante la restitución del Vaticano por iniciativa del
gobierno secular de Mussolini. Pero se siente molesto por los límites
que muchos gobiernos le imponen sobre la mayoría de los países de la
tierra. ¿En qué consiste, pues, el reclamo que el Vaticano está elevando
hoy al parlamento europeo de no desconsiderar el alma tradicional de
Europa? En el mismo reclamo que hizo durante todo el medioevo basado en
la filosofía de Tomás de Aquino, de considerar que el poder civil es el
cuerpo, y que no puede existir ese cuerpo sin el alma del poder
religioso. Lo más llamativo es que las Iglesias Evangélicas y
Protestantes hayan entrado también en la misma órbita de la que se
habían salido hace más de dos siglos atrás. Junto con la Iglesia
Católica están también las Iglesias Ortodoxas que ahora pasan a formar
parte del otro pulmón religioso unido que debe mover a Europa, según el
papado.
La astucia del Vaticano es llamativa. Se ha apropiado
de todas las proclamas de libertad y derechos del hombre que
conformaron a Europa y al mundo occidental, pretendiendo que esas
proclamas son una herencia de las tradiciones religiosas medievales de
Europa. Desconsidera sin vergüenza alguna el hecho de que esos derechos
del hombre los antepusieron las corrientes libertadoras protestantes y
seculares a todas las pretenciones papales y monárquicas de la Edad
Media. Esa libertad y derechos del hombre, por consiguiente, no le
pertenecen al papado en absoluto, sino que lo condenan. Y por si fuera
poco, la Santa Sede reinterpreta esas libertades y derechos del hombre
establecidos al concluir el S. XVIII por las corrientes revolucionarias,
de tal manera que se conformen a los principios medievales que siempre
sostuvo la Iglesia de Roma.
Es un atrevimiento del secularismo ignorar a Dios y a
las Iglesias, según el pensar papal que ha logrado hacer mella en el
pensamiento religioso en general. Argumenta el papa que Europa no es ni
puede ser un arreglo únicamente político y económico. Sin el alma
querida y ordenada por Dios no podrá ir a ninguna parte. Para ello deben
reconocerse las tradiciones cristianas (que el Vaticano sobreentiende
como católicas y a las que se adhieren las demás iglesias en tanto que
acepten sus dogmas fundamentales). ¿Dónde? En la Constitución Europea y,
finalmente por su influencia, en la Constitución de la Tierra por la
cual se está trabajando también desde hace poco más de diez años.
Cuando las Iglesias pretenden rebasar su esfera de
acción espiritual y comienzan a exigir reconocimientos estatales y
constitucionales, es porque han perdido el rumbo claramente delineado
por el Señor como siendo definidamente religioso, no político. Entran
dentro del típico homenaje mutuo requerido por las autoridades de este
mundo, según lo advirtió el Señor, que ponen a un lado el reconocimiento
y la alabanza de Dios por una mutua exaltación terrenal de poderes.
Esto se hace a expensas de la Palabra de Dios, de la verdad divina (Juan
5:41-47; Apoc 13:4; cf. Dan 11:32,39). ¿Por qué razón? Porque quieren
lograr imponer sus dogmas por la fuerza de la ley, algo que sólo debe
lograrse por el poder convertidor del Espíritu de Dios. Y como han
perdido ese poder espiritual, creen que pueden y está en su derecho
lograr lo mismo mediante recursos externos, temporales.
Lo único que la Iglesia Cristiana y cualquier
religión debe pedir a la autoridad política es libertad para predicar y
vivir de acuerdo a la conciencia de cada cual, pero no libertad para
imponer sus dogmas (días de fiesta más específicamente), inclusive sobre
quienes no crean en ellos. Esos principios de libertad y de derechos
del hombre por los que aboga el papado ahora y las demás iglesias que lo
secundan son, pues, un atentado desvergonzado contra los derechos y
libertades más fundamentales del hombre. Dios no impide al hombre
rechazarlo, ni retira su sol ni su agua sobre aquellos que lo rechazan
(Mat 5:45-47; Jn 8:32,34,36). Los pretendidos principios de libertad por
los que abogan los presuntos papas más liberales de la época moderna
son un atentado flagrante contra la libertad de conciencia y culto por
la que abogaron Lutero y el Protestantismo hace medio milenio atrás. Los
Protestantes que se dejan arrastrar por el papado en la búsqueda de
tales reclamos políticos, han perdido la visión del verdadero
cristianismo, y de los mismos fundamentos por los que el Protestantismo
original se liberó de la Iglesia Romana en tiempos pasados.
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