Alberto Treiyer
Doctor en Teología
¿Ha cambiado el papado desde mediados del S. XX?
Muchos católicos reconocen las aberraciones políticas
antidemocráticas de los papas del S. XIX, pero piensan que con Juan
XXIII en la segunda mitad del S. XX se inicia una nueva era papal más
abierta, moderna y liberal. Es a partir de entonces que nace el
ecumenismo católico. Más de siglo y medio le llevó a los papas captar
que las posturas rígidas que había mantenido durante todo el medioevo
hasta la Revolución Francesa, no le iban a permitir jamás recuperar su
prestigio y poder supremos sobre la tierra. De allí que desde entonces,
el mayor esfuerzo de los papas se dará en tratar de hacer entrar a todas
las demás religiones en sus sueños de supremacía para el mundo. En
lugar de subir a la cima excluyendo a las otras religiones, busca hoy
más que nunca incluirlas en sus proyectos globales.
Así, a partir de Juan XXIII, los Protestantes no son
ya más mirados como enemigos a los que hay que excluir, aplastar y
aniquilar. Se trata de “hermanos separados” a quienes la Iglesia debe
esforzarse por reconquistar. Los Ortodoxos no necesitan tampoco ser
suplantados, sino que constituyen el otro pulmón de Europa que puede
trabajar a la par con el papado en sus proyectos universales. Los
concordatos que durante la primera mitad del S. XX el papado trató de
firmar con los gobiernos civiles de gran representación católica,
ignorando a las demás iglesias, pueden ahora firmarse también con las
demás iglesias y así, actuar juntas en el reconocimiento gubernamental
que buscan para la imposición de sus dogmas comunes.
Es así que, al concluir el S. XX, el Vaticano firmó
un acuerdo con los Luteranos que pretende superar la crisis de medio
milenio atrás sobre las indulgencias y la justificación por la fe. A
través de los Luteranos está buscando lograr también un acuerdo
semejante con los Metodistas, y los esfuerzos ecuménicos que lleva a
cabo para firmar acuerdos con la Iglesia de Inglaterra (la Anglicana),
son también notables. Diálogos con Evangélicos, Pentecostales y
Adventistas, sobre puntos que los acercan más, se han estado dando
también por inciativa de la Iglesia Romana. Aunque esos diálogos no
implican necesariamente compromisos, es digno de loar que se puedan
sentar juntos, a pesar de tantas divergencias, en un esfuerzo por
entenderse mejor el uno al otro.
¡Sí, a condición de ser aceptado su liderazgo, el
Vaticano promete hoy reconocer el pluralismo político y religioso! Al
fin y al cabo, esa es la única manera en que puede terminar
constituyendo la “Gran Babilonia” de los últimos días, y transformar la
Iglesia Católica en la “madre de todas las rameras” de la tierra (Apoc
17:1-6). El problema que tiene es que esa Babilonia forma ya parte del
catolicismo mismo, con corrientes teológicas y filosóficas
contradictorias que corren abundantemente en su interior. Así como el
Magisterio de la Iglesia Católica proclamó la infalibilidad papal en
1870 para poder mandar a los fieles católicos desde cualquier país de la
tierra al que fuese eventualmente arrojado el papa, así también busca
ahora imponer su liderazgo político y religioso para poder manejar los
hilos conductores que mueven a las naciones, en medio de la confusión
reinante cada vez más generalizada de este mundo. En la medida en que se
acepte su liderazgo—piensa el papa—y se respeten las marcas que le
permiten hacer sentir su presencia sobre todo el mundo—las fiestas
religiosas católicas—puede tolerarse el pluralismo en cualquier ramo del
saber.
a) El concepto papal de la libertad. ¡Por supuesto!
¡Hay una apertura del Vaticano hacia el mundo! ¡Nadie puede negarlo!
Pero, ¿significa esa aparente apertura que el papado ha realmente
cambiado? ¿Cambió sus creencias fundamentales? El nuevo catecismo romano
lo niega cuando dice que “el derecho a la libertad religiosa no es ni
una licencia moral para adherirse al error ni un supuesto derecho al
error”. ¿Dónde fundamenta semejante afirmación? En los papas
presuntamente más conservadores del S. XIX y del XX, esto es, en León
XIII (Libertas praestantissimum 18) y en Pío XII (AAS 1953, 799),
quienes nunca asimilaron los conceptos modernos de libertad de
conciencia.
En su encíclica Immortale Dei, La Constitución
Cristiana de los Estados (1885), el papa León XIII había insistido en su
condenación al protestantismo por su principio de “libertad de
conciencia”, que interpretaba como dejar hacer a quien quisiese lo que
se le diese la gana. Ese principio interrumpía la conexión ordenada de
alma y cuerpo en el ejercicio de la autoridad—según argumentaba León
XIII en armonía con los papas medievales. En Libertas Praestantissimum
(1888), 50, León XIII insistía en que “es ilegal requerir, defender o
garantizar libertad incondicional de pensamiento, expresión oral o
escrita, o de adoración, como si fuesen tantos derechos dados por la
naturaleza al hombre... La libertad en esas cosas pueden ser toleradas
donde hay una causa justa... La libertad debe ser mirada como legítima
no más allá de permitir una facilidad más grande para hacer el bien,
pero no más lejos”.
Es evidente que esos conceptos medievales que
perduraban en los papas del S. XIX y primera mitad del XX continúan en
el pensamiento papal actual. De otra manera, ¿para qué citarían los
autores del nuevo catecismo romano a tales papas, sobre un punto tan
delicado como el de la libertad de conciencia, para continuar negando el
derecho a adherirse al error? Juan Pablo II mismo declaró varias veces
durante su mandato, que no está de acuerdo con los principios de
libertad que se dan en los EE.UU., el país por excelencia de la libertad
religiosa porque, según él, no debe tenerse derecho para obrar mal.
Mientras ha tenido que tolerar la democracia en el orden civil, la ha
negado dentro de su iglesia donde reinstaló la ideología del poder papal
que Pío XII había afirmado. En efecto, Juan Pablo II también “cree que
el pluralismo no puede conducir sino a una fragmentación
centrífuga; sólo un papa fuerte, que gobierne de la cima, puede salvar
la Iglesia” (PH, 367). ¿Podrá creerse, en un contexto tal, que va a
mantener sus promesas de pluralismo para el exterior, una vez que logre
recuperar el poder político por el que lucha tan denodadamente?
Volvamos al concepto expresado en el catecismo que
niega la libertad de adherirse al error. ¿Quién determina lo que es
error en materia religiosa? El Magisterio de la Iglesia Católica, según
lo vuelve a afirmar el nuevo catecismo romano. Ese Magisterio que el
catecismo asegura ser infalible, tiene la tarea de preservar al pueblo
“sin error” (890). Por consiguiente, nadie tiene derecho a pensar
diferente que lo que determina el Magisterio Católico, ni libertad para
creer el error condenado por el mismo Magisterio, un principio medieval
católico que la Iglesia de Roma mantiene en pie todavía en el S. XXI. De
esta forma, el pluralismo religioso y político que el papado promete
otorgar donde el catolicismo es mayoría, no es libertad, sino apenas
tolerancia. Y esa tolerancia no durará más que lo que duren los
principios de libertad de la conciencia individual que garantizan las
constituciones de los estados modernos.
León XIII, el papa citado en el nuevo Catecismo
católico en relación con la libertad religiosa, declaró en Libertas
Praestantissimum (1888), 50: “Y aunque en la condición extraordinaria
de estos tiempos la Iglesia consiente en ciertas libertades modernas, no
porque las prefiere en sí mismas, sino porque juzga oportuno
permitirlas, en tiempos más felices deberá ejercer su propia
libertad...” Esta es la posición de la Iglesia Católica, una posición
que, según vimos a lo largo de estos estudios históricos, siempre tuvo
cuando no fue mayoría o, por diferentes razones, no pudo imponerse como
soberana sobre los pueblos y estados en donde operó. La libertad por la
que aboga Juan Pablo II hoy no es mi libertad y la de otros, sino la
libertad de los católicos que implica, necesariamente, la eliminación de
las libertades de los demás en todo lo que le niege al papado la
supremacía.
b) La infalibilidad ¿Acaso ha olvidado el mundo la
doctrina de la infalibilidad que ostentan el papado y el Magisterio de
la Iglesia? Si es que la Santa Sede ha cambiado, ¿por qué se afana tanto
hoy el Vaticano en vindicar a los papas presuntamente anticuados para
muchos, de los dos siglos que nos precedieron? Para ser más específicos,
¿por qué el papa Juan Pablo II canonizó a Pío XII, y continuó venerando
a tantos papas criminales del medioevo como Inocencio III (el papa más
altivo y genocida de la Edad Media y de la historia papal)? El nuevo
catecismo confirma una vez más que el Magisterio de la Iglesia, en
conjunto con el papa, tiene el deber de preservar al pueblo libre de
error, y para ello afirma que “Cristo dotó a los pastores de la Iglesia
con el carisma de la infalibilidad en asuntos de fe y moral” (890).
Ningún texto bíblico es citado para fundamentar semejante pretensión.
¿Para qué llevó también Juan Pablo II, al podio de la
santidad, a los papas que pertenecieron a una época anterior negativa
(la de la primera mitad del S. XX)? El propósito de la beatificación
papal es el de presentar ante el mundo a los beneméritos tales, como
ejemplos de santidad de la Iglesia dignos de imitar. ¿Es ese el rico
patrimonio con el que cuenta la Iglesia de “buenas obras”, que con
soberbia ostenta ante un mundo protestante que carece de “grandes”
hombres porque, por convicciones religiosas, no honra en principio al
hombre, sino al único digno de ser honrado, el Hijo de Dios? (Juan 5:44;
Apoc 15:4; 19:9-10, etc).
Fue Juan Pablo II quien condenó al teólogo suizo Hans
Küng por rechazar la doctrina católica de la infalibilidad papal.
¿Había de extrañarnos que en el catecismo que él inspiró durante su
mandato, citara a menudo a los papas que promulgaron la infalibilidad
papal y la reafirmaron sucesivamente, rechazando la libertad de
conciencia? ¿Con qué base puede alguien presuponer que la historia
trágica de tantos genocidios inspirados, efectuados y/o condonados por
la Iglesia Católica, incluso por el papa que cerró el S. XX, no volverá a
repetirse si logra unir al mundo bajo su liderazgo político-religioso?
Fue también Juan Pablo II quien ligó al papado al Opus Dei, la orden
religiosa derechista de origen hispano y cuyas raíces se remontan al
Santo Oficio de la Inquisición, y a movimientos masivos sectarios como
el de Communione e Liberazione, que se caracterizan por su algo grado de
control de corte militar, y que reprueba el pluralismo periodístico
(PH, 269).
c) Lenguaje doble. En las dictaduras militares
sudamericanas que tuvieron lugar en el último cuarto de siglo, vemos que
el Vaticano sigue siendo el mismo. Ha tenido que aprender—debido a los
límites que le han sido impuestos por los poderes seculares y
protestantes—a expresar un lenguaje doble que obliga a leer entre líneas
para poder captar sus verdaderas intenciones. Por ejemplo, argumentan
hoy que no reclaman de las autoridades civiles ningún privilegio sobre
ninguna otra religión o entidad pública que no les pertenezca. De esa
manera, pretenden defender los derechos de todos, “del bien común” como
gustan definir, pero sin especificar cuáles son los privilegios que le
son propios o inherentes a la Iglesia Católica.
Para descubrir los privilegios que la Iglesia
Católica reclama como suyos, uno tiene que recurrir a otros documentos
de cardenales y papas emitidos en tiempos recientes, y aún al nuevo
catecismo romano, que muestran que no aceptan la igualdad de todas las
religiones. Tienen que ver con la imposición civil de sus días de
fiesta, pasando así por encima de los derechos de los demás. Por
ejemplo, niegan a los musulmanes un mismo derecho de imponer sus días
sagrados en Europa a pesar de su representación numérica considerable
actual, por el hecho de que las tradiciones europeas se forjaron con el
cristianismo (entiéndase católico y medieval), no con el islamismo. La
historia, la tradición, continúa teniendo más peso para la Iglesia
Católica que la realidad actual. Por tal razón insiste el Vaticano en
que los días sagrados católicos deben ser salvaguardados por las leyes
de las naciones europeas que le pertenecen por derecho de tradición.
Europa fue tradicionalmente católica, y el viejo continente no debe
perder sus raíces históricas que le confieren el alma que necesita para
realmente ser alguien.
El doble lenguaje empleado por el Vaticano hoy le
permite, además, caer parado formalmente en cualquier circunstancia.
Mientras pretende defender los derechos del hombre y, contra la verdad
histórica los considera un legado del cristianismo (entiéndase siempre
católico), los pasa por alto sin ambagues cuando peligran los
privilegios políticos que cree pertenecerle a la Iglesia, o cuando cree
tener la oportunidad de ganarlos. En tales circunstancias no trepida el
papado en recurrir a los medios más crueles y despóticos con tal de
lograr o mantener la supremacía. Son contextos que considera de
emergencia o gran oportunidad para su causa. Como en la Edad Media
alienta o, mejor dicho, arenga a las autoridades militares y civiles a
emprender una “cruzada” de exterminio para sofocar la oposición, y luego
se lava las manos y aboga por una política de reconciliación.
d) Doble juego represor y vindicatorio. ¿Cómo hace la
Santa Sede para llevar a cabo su ministerio represor cruel para con sus
adversarios, y luego buscar defender su imagen deteriorada ante el
mundo? Mediante una dicotomía entre lo que hacen sus hijos (el clero y
el laicado), y lo que hace la cúpula en Roma. Mientras que el Magisterio
y el Papa en el Vaticano pretenden poseer la infalibilidad, en la
esfera más baja u “ordinaria” de esa jerarquía no se la posee y, por
consiguiente, los súbditos pueden decir y hacer cualquier cosa que le
permita a la Iglesia Católica llevar a cabo su misión. El llevar a cabo
esa misión sin escrúpulos no menoscaba, por otra parte, ni al clero
inferior “ordinario” ni al laicado fiel de la Iglesia Católica, ya que
saben que jamás serán condenados por su Madre allá en Roma, donde está
la máxima Jerarquía de la Iglesia.
¡Cómo va a ser condenado el clero en su ministerio
“ordinario” si, mediante esa corriente secreta de información que lleva
con el Vaticano, mantiene permanente comunión con la cúpula más alta de
la Santa Sede, aún en los momentos de mayor represión y crueldad!
Lamentablemente para ese sistema, el secretismo de tanto en tanto se
filtra, de tal manera que los que descubren la estratagema y buscan
probar la implicación y participación directa e indirecta de los mismos
papas que pretenden salvar la imagen después, encuentran sobradas
pruebas de su complicidad. Para desprestigiar luego la labor tesonera y
esmerada de esos detectores modernos de mentiras, el Vaticano busca
algún punto que presume débil de la argumentación y lo resalta,
ignorando todo el meollo de documentación científica que esos detectores
ofrecen para desenmascarar la mentira oficial. Pero, ¿puede una
institución como la papal, con toda su presumida y arrogante ostentación
de infalibilidad y santidad, desligarse de tantos actos criminales y de
toda suerte de corrupción que en forma consecuente y metódica cumplen
sus súbditos en todos los países y continentes en donde ejerce su mayor
influencia?
Una copia militar exacta. Los militares argentinos de
rango inferior que aplicaron las torturas e hicieron desaparecer a
tanta gente, recurrieron al principio de “obediencia debida” para
librarse del juicio posterior que les esperaba. Ellos cumplían
simplemente con las órdenes que los superiores del ejército les daban.
Por su parte, los generales que se apoderaron del país y dieron las
órdenes para acabar con la subversión adujeron después, que no se
enteraban de todo lo que hacían sus súbditos ni de cómo lo hacían.
¿Quién terminó siendo culpable, así, de los crímenes cometidos en tal
contexto? Por supuesto, en los cómodos sillones de los generales no se
sentía el peso de la conciencia que caía sobre los verdugos que habían
sido nombrados para cumplir con tan sucia misión. Todo lo que tenían que
hacer desde ese lugar tan privilegiado era defenderse a sí mismos de la
presión internacional en su contra por lo que hacían los que estaban
más abajo.
¿Quién puede negar que ese doble juego para lavarse
las manos no hubiese sido inspirado en el sistema papal que continúa
usándolo para poder seguir presumiendo poseer la infalibilidad? Los
militares hijos de la Iglesia se escudan en su fidelidad a la misión que
Dios les encomienda a través del clero “ordinario”. El papado pide
luego perdón por el exceso que esos hijos de la Iglesia cometieron en su
amor por la misión presuntamente divina que recibieron. Nuevamente,
¿quién es culpable en una situación tal? ¿Acaso no es todo eso una
farsa? ¿Será que el pontificado católico romano pretende, mediante ese
doble juego, engañar también a Dios?
Esa copia del estilo dictatorial y oligárgico del
papado romano, que exige impunidad para el clero por pretender que el
cuerpo (gobierno civil) no puede juzgar el alma (la Iglesia), lo han
estado usando los gobiernos civiles en los países católicos desde hace
ya mucho tiempo, para exigir impunidad política, diplomática y
gubernamental. De esta manera, los presidentes, gobernadores, alcaldes y
aún concejales, pueden robar, matar y violar leyes de tránsito, sin
poder ser tocados por la justicia civil. Si en varios respectos estas
violaciones impunes a las leyes estatales se están alterando, no se debe
a un pedido de transparencia que hipócritamente pide la Iglesia
Católica a los políticos en algunos países, sino a la influencia
proselitista del capitalismo protestante norteamericano.
El problema para la Iglesia Católica lo siguen siendo
los países protestantes para quienes todos son pecadores y sujetos, por
consiguiente y sin excepción, a la ley del estado. Siendo que esos
principios de trasparencia política que exige el gobierno protestante
busca ser exportado como un medio de garantizar los principios
democráticos y republicanos en el mundo entero, les es más difícil a los
gobernantes de los países católicos continuar hoy obrando impunemente
como en lo pasado. ¿Cuándo llegará el día en que esos mismos principios
de igualdad y comprensión de la naturaleza humana pecadora de todos,
tanto de clérigos como de laicos (madres e hijos), penetren dentro del
pontificado romano mismo?
- Es menester obedecer a Dios. Cuando los principales
dirigentes religiosos de la nación judía se dirigieron a los apóstoles
con la orden de no cumplir con el mandato divino de predicar en nombre
de Jesús, “Pedro y los apóstoles respondieron: ‘Es necesario obedecer a
Dios antes que a los hombres'” (Hech 5:29). Este hecho nos muestra que
ante Dios nadie podrá aducir “obediencia debida” a una entidad terrenal,
sea clerical o política, para justificar su crimen condenado por Dios
mismo en Su Palabra. Nadie que quiera realmente salvar su alma podrá
vendérsela a ningún dignatario de ninguna iglesia, ni a ningún militar
ni gobernante terrenal, para hacer lo que Dios prohibe en su ley.
El profeta Isaías escribió en una época de
crisis: “A la ley y al testimonio. Si no dijeren conforme a esto, es
porque no les ha amanecido” (Isa 8:20). Ante Dios, cada cual deberá
responder directamente por sí. Aunque oprimidos por las autoridades de
su país en sus días, los apóstoles revelaron su libertad de conciencia
al responder directamente delante de Dios por sus hechos. Negaron a las
autoridades religiosas y civiles de sus días, al mismo tiempo, el
derecho de pasar por encima de su conciencia santificada por la Palabra
de Dios.
¡Cuánto necesitan las naciones saber que “la justicia
engrandece la nación”, no el encubrimiendo de la inmundicia que trae
“vergüenza” (Prov 14:34). Es mediante la justicia que “será afirmado el
trono” (Prov 16:12). “El efecto de la justicia será paz; y la labor de
justicia, reposo y seguridad para siempre” (Isa 32:17). Pero a medida
que el engaño aumenta y el Espíritu de Dios se retira de la tierra, la
inseguridad y el temor se incrementan en igual proporción. ¡Tanta
injusticia en la tierra! ¡Tanta inmoralidad y crueldad! ¡Tantos crímenes
jamás reconocidos como tales ni castigados como se merecen!
Así como la tierra terminó vomitando a los moradores
cananeos que hasta ofrecían a sus tiernos hijos en sacrificios a sus
dioses, así también la tierra iba a vomitar al pueblo que Dios se había
escogido pero al que no le confería ni la infalibilidad ni la impunidad.
Serían expulsados si se corrompían delante de El como lo habían hecho
sus habitantes anteriores (Lev 18:24-30; 20:22-24,26). También el mundo
entero sería vomitado, más bien quemado, en el día postrero, cuando la
gran paciencia divina llegase a su colmo, y el día del juicio llegase
sobre todo el mundo (véase 2 Crón 36:14-16; 2 Ped 3:10-12).
“Por su misma maldad caerá el hombre malo” (Prov
11:5). “Pero aunque el pecador haga mal cien veces, y con todo se le
prolonguen los días, sin embargo yo ciertamente sé que les irá bien a
los que temen a Dios, por lo mismo que temen delante de él. Al hombre
malo empero no le irá bien” (Ecl 8:12-13). “Por cuanto aborrecieron la
ciencia, y no escogieron el temor del Eterno..., comerán del fruto de su
mismo camino, y se hartarán de sus propios consejos” (Prov 1:29,31).
- Espionaje y vindicación internacional. El Vaticano
es el centro de mayor espionaje del mundo, cuyo medio mayor de obtener
información se da en el confesionario en donde cientos de miles de
sacerdotes se transforman en la basura que recogen de tanta gente
criminal por toda la tierra. Todos ellos se deben al Sumo Pontífice y
Santo Padre en la Santa Sede, de quien toman su autoridad como presunto
Vicario de Dios y de su Hijo. Ese alarde de santidad sirve justamente al
propósito de tapar las inmundicias del pasado y las que continúan
practicándose allí hasta el presente.
El esfuerzo que desempeña el pontificado romano para
vindicarse ante el mundo por sus horrendos crímenes e inmoralidades de
la Edad Media es impresionante. Más de medio milenio le llevó para abrir
finalmente los archivos del Vaticano sobre la Inquisición y presumir
así, purificar la memoria nefasta de la Iglesia Católica, con un pedido
de perdón ambiguo que le permite seguir luchando para vindicar la
institución del papado. Mayor pareciera ser su esfuerzo por negar su
complicidad en los genocidios que sus fieles hijos llevaron a cabo
durante y después de la Segunda Guerra Mundial, razón por la cual
continúa negándose a abrir todos esos archivos. En su lugar, va soltando
archivos seleccionados que no la comprometan, o que parezcan
favorecerla o vindicarse ante las tantas acusaciones recientes. Es ahora
contra esas acusaciones que provienen de la liberación de los archivos
secretos de los principales países involucrados en la Segunda Guerra
Mundial, que lucha el Vaticano para no perder su imagen. Y cuando no lo
puede lograr, busca despertar compasión aduciendo ser víctima de ataques
despiadados que tienen el propósito de dañar su reputación (“Santa
Sede”).
Cuando cleros y laicos católico-romanos no pueden
seguir más reclamando que las acusaciones que les destapan sus crímenes y
fechorías son calumnias internacionales, entonces admiten la falta y
llaman inmediatamente a un perdón y reconciliación nacional o
internacional, tapando mediante tales pretensiones bonitas la tremenda
injusticia cometida, y cobijando en su seno a los criminales que
perpetraron tamaños genocidios. Después de todo, argumentan, los hijos
laicos y sacerdotes no son necesariamente infalibles. Pero siguen
insistiendo en la santidad de la Madre Iglesia en el Vaticano. Cuando se
prueba que el Secretario de Estado del Vaticano y los obispos que
trabajan allí comulgan igualmente con la inmoralidad y el crimen,
entonces les queda el recurso a la santidad e infalibilidad que Dios
presuntamente otorga al “Santo Padre”, al papa de Roma. Cuando la hora
de la verdad le llega también a ese presunto Sumo Pontífice con datos
innegables de la historia que salen a luz, y no puede ocultar así,
tampoco sus mentiras e inmundicias, entonces declaran que su
infalibilidad se manifiesta únicamente cuando habla excátedra.
Si alguien quiere aprender las mejores técnicas para
tapar el pasado y el presente inmoral y criminal de cualquier
institución, esto es, para mentir al más alto nivel y aparecer como
santo y bienhechor, no tiene más que estudiar la conducta del papado
romano a lo largo de la historia, y en especial en esta época. Si lo
hace con oración y estudio de la Palabra de Dios, podrá ver con claridad
en la Santa Sede de Roma, la obra que E. de White consideró como la
obra más “gigantezca de engaño” que se haya levantado jamás sobre la
tierra, y predicha en la Biblia en forma especial para los últimos días
(CS, cap 36 [35 en inglés]).
¡Cercana está ya, por fin, la hora de retribución
para todos los hombres! El Señor mismo descenderá del cielo para poner
“la justicia por cordel, y la rectitud como plomada. Granizo barrerá el
refugio de la mentira [Apoc 16:21], y las aguas arrollarán el
escondrijo”. Sentenció el Señor: “Vuestro concierto con la muerte será
anulado, y vuestro acuerdo con el sepulcro no será firme. Cuando pase el
turbión del azote, os aplastará”. “Porque el Señor se levantará... para
hacer su obra, su extraña obra, y para hacer su operación, su extraña
operación” (Isa 28:17-18,21). “Entonces se manifestará aquel inicuo, a
quien el Señor matará con el aliento de su boca, y destruirá con el
resplandor de su venida. La aparición de ese inicuo es obra de Satanás,
con gran poder, señales y prodigios mentirosos, y con todo tipo de
maldad, que engaña a los que se pierden... porque rehusaron amar la
verdad para ser salvos” (2 Tes 2:8-12).
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