(AD
MARTYRES)
"La
Exhortación a los Mártires" más que un tratado es un discurso dirigido
por Tertuliano a los cristianos encarcelados por la fe en la ciudad de Cartago,
por los meses de enero y febrero del año 197 para animarlos a perseverar en su
confesión y a merecer la gracia del martirio.
Es
la más antigua de las obras, de las que han llegado hasta nosotros, de este
fecundo autor. Precede en algunos meses a su "Apología" que tanta
celebridad le alcanzó no sólo entre sus contemporáneos, sino también ante la
posteridad.
Quizá
no haría mucho que se había convertido a la Religión Cristiana, abandonando
con el paganismo una vida disoluta y también un porvenir brillante en el foro,
atraído precisamente por el espectáculo de valiente serenidad y heroica
resistencia ofrecido por tantos fieles, de toda edad y condición, que
preferían morir entre los más horrorosos tormentos, antes que regenerar de su
te en Cristo, y luchando para alcanzarles a todos los hombres del futuro una
libertad de conciencia, que el despotismo imperial romano no toleraba.
El
sacrificio por él realizado de una segura fama forense, iba a proporcionarle a
través de todas las edades otra celebridad más noble e inmortal, la de abogado
de los fieles de Cristo. La presente obrita es el glorioso pórtico de esta su
trama imperecedera. Antes de dirigir su alegato a los jueces imperiales y antes
de redactar aquel otro documento a todos los pueblos -Ad nationes-, en defensa
de miles de inocentes, parece que hubiera sentido la necesidad de volverse hacia
los que quería defender para consagrarles todo su ingenio, su elocuencia y su
afecto. Aún no había alcanzado la dignidad del sacerdocio.
Es
un laico que desea asociarse a los demás fieles que, bajo la guía de su
obispo, acude ante los confesores, ante los encarcelados y perseguidos por la
fe, para llevarles lo que habían podido ahorrar con sus ayunos y lo ganado con
el comercio de su trabajo, y aliviar así sus necesidades y, a la vez,
testimoniarles su afecto, adhesión y homenaje. Pero esto a él no le basta.
Quería además ofrecerle no tanto recursos materiales, cuanto un don espiritual
que contribuyese al sostenimiento de sus almas estimulándolas a perseverar en
la lucha hasta alcanzar su glorioso destino.
Con
tal propósito, escribe la "Exhortación a los Mártires" delicada
joya de la primitiva literatura cristiana, que posteriormente ejercerá una
influencia enorme en la producción de este mismo carácter y finalidad.
Comienza
su discurso lamentando la humildad de su persona e indicando el carácter de su
ofrenda. Pídeles que mantengan entre ellos la paz y la concordia para poder
gozar de la fortaleza del Espíritu Santo y proporcionar con su conducta esos
mismos bienes a la Santa Iglesia.
Como
atletas de Cristo deben considerar la cárcel, en la que se encuentran, como la
palestra donde con enérgico entrenamiento han de prepararse para el certamen
final y la victoria definitiva. Ahí debe fortalecerse su fe considerando que el
mundo es una prisión más dañina para el alma, de lo que pueda ser la cárcel
material para el cuerpo. Ahí debe acrecentarse el espíritu de oración como si
se hallasen en la soledad tan amada de los profetas.
El
recuerdo de las arduas acciones realizadas por tantos hombres movidos por el
afán de gloria, de lucro o vanidad, han de servirles de estímulo para ganar la
corona inmarcesible de la dicha sempiterna. Pero los sufrimientos corrientes de
la vida, las sorpresas dolorosas, que de continuo acechan, hora tras hora, a
toda clase de personas, ocultan una lección de la Providencia con la cual los
exhorta a la lucha por la verdad y la salvación.
Tal
es en síntesis la estimulante consolación que les dirige para confortarlos. No
se encuentra en ella la enérgica combatividad de sus otras obras. Por el
contrario, la perfuma un respetuoso sentido de humildad, la anima un afectuoso
interés por su triunfo, y la compenetra una emoción viril, totalmente ajena al
sentimentalismo; pero que patentiza el entusiasmo de un almaº grande que conoce
y avalora toda la poderosa importancia y la suprema belleza moral del sacrificio
que estas almas ofrendan en el ara de su fe. Esta entonación emotiva está
impregnada de una cierta nostalgia de no ser él también uno de estos
afortunados distinguidos por Dios, de no poderlos emular en la serena
tranquilidad con que avanzan hacia un morir de los más afrentosos e
implacables.
Después
de haber leído el tratado de Tertuliano acerca de la paciencia, ningún otro de
sus escritos queda mejor que esta "Exhortación a los Mártires'. El
martirio, en efecto, es la más gloriosa corona y el supremo triunfo de la
paciencia cristiana sobre la debilidad y el terror al sufrimiento de la
naturaleza humana. Es el reflejo de la divina e insuperable paciencia del
Mártir máximo. Cristo Crucificado, que ilumina con destellos de inmortalidad
la débil carne de los hombres, elevada por la gracia a las cumbres mismas de la
fortaleza. Además, estas preciosas páginas, escritas hace diez y ocho siglos y
medio, parecen traer de los mártires de entonces a los fieles de hoy, el eco
grandioso de un canto de verdad y heroísmo que invita a unos a contemplar con
serenidad el momento crucial que atraviesa, tan al borde de la persecución;
para otros, para los hermanos que gimen tras las cortinas comunistas, en las
angustias de la Iglesia del Silencio, traen unas palabras consolatorias, un
ejemplo de constancia y una esperanza de triunfo; y para todos, el mandato de
proclamar, cada uno en su medio y según sus fuerzas, los derechos de la
criatura humana a la libertad de los hijos de Dios, y que Cristo -ayer, hoy y
siempre- vive en su Iglesia para salvación de los hombres de todas las épocas
y de todos los pueblos.
ARSENIO
SEAGE
*
* * * *
CAPITULO
I
NECESIDAD
DE LA CONCORDIA
Entre
los alimentos que para el cuerpo ¡Oh escogidos y dichosos mártires! os envía
a la cárcel la señora Iglesia, nuestra madre, sacados de sus pechos y del
trabajo de cada uno de los fieles, recibid también de mí algo que nutra
vuestro espíritu; porque no es de provecho la hartura del cuerpo cuando el
espíritu padece hambre 31. Y si todo lo que está enfermo debe ser curado, con
mayor razón ha de ser mejor atendido lo que está más enfermo.
No
soy ciertamente yo el más indicado para hablaros; sin embargo, los gladiadores,
aun los más diestros, sacan ventaja no tan sólo de sus maestros y jefes, sino
también de cualquier ignorante e incapaz, que desde las graderías los
exhortan, y no pocas veces sacaron provecho de las indicaciones sugeridas desde
el público. Por tanto, en primer lugar ¡Oh bendecidos de Dios! no contristéis
al Espíritu Santo (Efes. IV, 3), que entró en la cárcel con vosotros, pues
sin El nunca la hubieseis podido aguantar. Esforzaos, pues, para que no os
abandone y así, desde ahí, os conduzca al Señor. En verdad la cárcel es
también casa del demonio, donde encierra a sus familiares y seguidores: pero
vosotros habéis entrado en ella para pisotearlo precisamente en su propia casa,
después de haberlo maltratado afuera cuando se os perseguía.
¡Atentos!
que no vaya ahora a decir: En mi casa están: los tentaré con rencillas y
disgustos, provocando entre ellos desavenencias". ¡Que huya de vuestra
presencia y escóndase deshecho e inutilizado en el infierno, como serpiente
dominada y atontada por el humo! De modo que no le vaya tan bien en su reino que
os pueda acometer, sino que os encuentre protegidos y armados de concordia,
porque vuestra paz será su derrota. Esta paz debéis custodiarla. acrecentarla
y defenderla entre vosotros, para que podáis dársela a los que no la tienen
con la Iglesia y suelen ir a suplicársela a los mártires encarcelados 32.
CAPITULO
II
LA
CÁRCEL DEL MUNDO
Los
demás impedimentos y aún vuestros mismos parientes os han acompañado tan
sólo hasta la puerta de la cárcel. En ese momento habéis sido segregados del
mundo. ¡Cuánto más de sus cosas y afanes! ¡No os aflijáis por haber sido
sacados del mundo! Si con sinceridad reflexionamos que el mundo es una cárcel,
fácilmente comprenderíamos que no habéis entrado en la cárcel sino que
habéis salido. Porque mucho mayores son las tinieblas del mundo que
entenebrecen la mente de los hombres 33. Más pesadas son sus cadenas, pues
oprimen a las mismas almas. Más repugnante es la fetidez que exhala el mundo
porque emana de la lujuria de los hombres. En fin, mayor número de reos
encierra la cárcel del mundo, porque abarca todo el género humano amenazado no
por el juicio del procónsul, sino por la justicia de Dios 34. De semejante
cárcel ¡Oh bendecidos de Dios! fuisteis sacados, y ahora trasladados a esta
otra que, si es oscura, os tiene a vosotros que sois luz 35; que, no obstante
sus cadenas, sois libres delante de Dios 36; que, en medio de sus feos olores,
sois perfume de suavidad 37. En ella un juez os espera a vosotros, a vosotros
que juzgaréis a los mismos jueces 38.
Ahí
se entristece el que suspira por las dichas del mundo; pero el cristiano, que
afuera había renunciado al mundo, en la cárcel desprecia a la misma cárcel.
En nada os preocupe el rango que ocupáis en este siglo, puesto que estáis
fuera de él. Si algo de este mundo habéis perdido, gran negocio es perder, si
perdiendo habéis ganado algo mucho mejor. Y ¡cuánto habrá que decir del
premio destinado por Dios para los mártires! Entre tanto sigamos comparando la
vida del mundo con la de la cárcel. Mucho más gana el espíritu que lo que
pierde el cuerpo. Pues, a éste no le falta nada de lo que necesita, gracias a
los desvelos de la Iglesia y a la fraterna caridad de los fieles 39. Además, el
espíritu gana en todo lo que es útil a la fe. Porque en la cárcel no ves
dioses extraños, ni te topas con sus imágenes, ni te encuentras mezclado con
sus celebraciones, ni eres castigado con la fetidez de sus sacrificios inmundos.
En la cárcel no te alcanzará la gritería de los espectáculos, ni las
atrocidades, ni el furor, ni la obscenidad de autores y espectadores 40. Tus
ojos no chocarán con los sucios lugares de libertinaje público. En ella estás
libre de escándalos, de ocasiones peligrosas, de insinuaciones malas y aun de
la misma persecución.
La
cárcel es para el cristiano lo que la soledad para los profetas (Mat., 1, 3, 4,
12 y 35). El mismo Señor frecuentaba los lugares solitarios para alejarse del
mundo y entregarse más libremente a la oración (Luc., VI, 12); y finalmente,
fue en la soledad donde reveló a sus discípulos el esplendor de su gloria
(Mat., XVII, 1-9) 41. Saquémosle el nombre de cárcel y llamémosle retiro.
Puede el cuerpo estar encarcelado y la carne oprimida, pero para el espíritu
todo está patente. ¡Sal, pues, con el alma! !Paséate con el espíritu, no por
las umbrosas avenidas ni por los amplios pórticos, sino por aquella senda que
conduce a Dios! ¡Cuantas veces la recorras, tantas menos estarás en la
cárcel! ¡El cepo no puede dañar tu pie, cuando tu alma anda en el cielo!
El
espíritu es el que mueve a todo el hombre y lo conduce a donde más le place,
porque "donde está tu corazón, allí está tu tesoro" (Mat., Vl,
21). Pues bien, ¡que nuestro corazón se halle, donde queramos que esté
nuestro tesoro!
CAPÍTULO
III
LA
CÁRCEL, PALESTRA DE LA VICTORIA
Sea
así ¡Oh amados de Dios! que la cárcel resulte también molesta para los
cristianos. Pero, ¿no hemos sido llamados al ejército del Dios vivo y en el
bautismo no hemos jurado fidelidad? El soldado no va a la guerra para
deleitarse; ni sale de confortable aposento, sino de ligeras y estrechas tiendas
de campaña, donde toda dureza, incomodidad y malestar tiene asiento. Y aun
durante la paz debe aprender a sufrir la guerra marchando con todas sus armas,
corriendo por el campamento, cavando trincheras y soportante la carga de la
tortuga 42. Todo lo prueban con esfuerzo para que después no desfallezcan los
cuerpos ni los ánimos: de la sombra al sol, del calor al frío, de la túnica a
la armadura, del silencio al griterío, del descanso al estrépito. Así pues,
vosotros ¡Oh amados de Dios! todo cuanto aquí os resulta dañoso tomadlo como
entrenamiento, tanto del alma como del cuerpo. Pues recia lucha tendréis que
aguantar.
Pero
en ella el agonoteto 43 es el mismo Dios; el xistarco 44 es el Espíritu Santo;
el premio, una corona eterna; los espectadores, los seres angélicos; es decir,
todos los poderes del cielo y la gloria por los siglos de los siglos. Además,
vuestro entrenador es Cristo Jesús 45, el cual os ungió con su espíritu. Él
es quien os condujo a este certamen y quiere, antes del día de la pelea,
someteros a un duro entrenamiento, sacándoos de las comodidades, para que
vuestras fuerzas estén a la altura de la prueba. Por esto mismo, para que
aumenten sus fuerzas, a los atletas se los pone también aparte, y se los aleja
de los placeres sensuales, de las comidas delicadas y de las bebidas enervantes.
Los violentan, los mortifican y los fatigan porque cuanto más se hubieran
ejercitado, tanto más seguros estarán de la victoria. Y éstos -según el
Apóstol- lo hacen para conseguir una corona perecedera, mientras que vosotros
para alcanzar una eterna (I Cor., IX, 25). Tomemos, pues, la cárcel como si
fuera una palestra; de donde, bien ejercitados por todas sus incomodidades,
podamos salir para ir al tribunal como a un estadio. Porque la virtud se
fortifica con la austeridad y se corrompe por la molicie.
CAPITULO
IV
EJEMPLOS
PAGANOS DE HEROICIDAD
Si
sabemos por una enseñanza del Señor que "la carne es débil y el
espíritu pronto", no nos hagamos muelles; porque el Señor acepta que la
carne sea débil, pero luego declara que el espíritu está pronto para
enseñarnos que a éste debe aquélla estarle sujeta. Es decir, que la carne
sirva al espíritu, que el más débil siga al más fuerte, y participe así de
la misma fortaleza.
Entiéndase
el espíritu con el cuerpo sobre la común salud. Mediten, no tanto sobre las
incomodidades de la cárcel, como sobre la lucha y batalla finales. Porque
quizás el cuerpo teme la pesada espada, la enorme cruz, el furor de las
bestias, la grandísima tortura del fuego y, en fin, la habilidad de los
verdugos en inventar tormentos. Entonces el espíritu ponga, ante sí y ante la
carne, que si todo esto es ciertamente muy grave, sin embargo ha sido soportado
con gran serenidad por muchos; y todavía por otros muchos más tan sólo por el
deseo de alcanzar fama y gloria. Y no sólo por hombres sino también por
mujeres. De modo que vosotras ¡Oh bendecidas de Dios! habéis de responder
también por vuestro sexo.
Largo
sería, si intentase enumerar todos los casos de hombres que por propia voluntad
perecieron 46. De entre las mujeres está a la mano Lucrecia que, habiendo
sufrido la violencia del estupro, se clavó un puñal en presencia de sus
parientes para salvar así la gloria de su castidad. Mucio dejó que se quemara
su mano derecha en las llamas de un ara, para con este hecho conseguir fama.
Menos hicieron los filósofos. Sin embargo. Heráclito se hizo abrasar
cubriéndose con estiércol de ganado. Empédocles se arrojó en el ardiente
cráter del Etna. Peregrino no hace mucho que se precipitó a una hoguera 47. En
cuanto a las mujeres que despreciaron el fuego está Dido, que lo hizo para no
verse obligada a casarse nuevamente después de la muerte de su marido, por ella
amado tiernamente. Asimismo, la esposa de Asdrúbal, enterada de que su esposo
se rendía a Escipión, se arrojó con sus hijos en el fuego que destruía a su
patria, Cartago. Régulo, general romano, prisionero de los cartagineses, no
consintiendo ser canjeado tan sólo él por muchos prisioneros enemigos retorna
al campo adversario para ser encerrado en una especie de arca llena de clavos,
sufriendo así el tormento de muchísimas cruces.
Cleopatra,
mujer valerosa, prefirió las bestias, y se hizo herir por víboras y serpientes
-más horribles que el toro y el oso- antes que caer en manos del enemigo. Pero
pudiera creerse que más es el miedo a los tormentos que a la muerte. En este
sentido, ¿acaso aquella meretriz de Atenas cedió ante el verdugo? Conocedora
de una conjuración, fue atormentada para que traicionara a los conjurados;
entonces, para que atendiesen que con las torturas nada le podrían sacar aun
cuando siguiesen atormentándola, se mordió la lengua y se la escupió al
tirano. Nadie ignora que hasta hoy la mayor festividad entre los espartanos es
la de la flagelación. En esta solemnidad los jóvenes de la nobleza son
azotados delante del altar y en presencia de sus padres y parientes, que los
animan a perseverar en el suplicio. Consideran que no hay renombre y gloria de
mayor título que perder la vida antes que ceder en los sufrimientos.
Luego,
si por afán de terrena gloria tanto puede resistir el alma y el cuerpo de
llegar hasta el desprecio de la espada, el fuego, la cruz, las bestias y todos
los tormentos, y tan sólo por el premio de una alabanza humana; entonces puedo
afirmar que todos estos sufrimientos son muy poca cosa para alcanzar la gloria
del cielo y la merced divina. Si tanto se paga por el vidrio, ¿cuánto no se
pagará por las perlas? ¿Quién, pues, no dará con sumo gusto por lo
verdadero, lo que otros dieron por lo falso?
CAPITULO
V
LECCIÓN
DE LOS JUEGOS
Dejemos
estos casos motivados por el afán de gloria. Hay también entre los hombres
otra manía y enfermedad del alma que los lleva a soportar tantos juegos llenos
de sevicia y crueldad. ¿A cuántos ociosos la vanidad no los hizo gladiadores,
pereciendo luego a causa de las heridas? 48
¡Cuántos
otros, llevados del entusiasmo, luchan con las mismas fieras y se juzgan más
distinguidos cuantas más mordeduras y cicatrices ostentan! Algunos otros se
contratan para vestirse por algún tiempo con una túnica de fuego 49. No faltan
los que se pasean calmosamente, mientras van recibiendo en sus pacientes
espaldas los latigazos de los cazadores 50. Todas estas atrocidades ¡Oh
bendecidos de Dios! no las permite el Señor en estos tiempos sin motivo. Con
ellas trata ahora de exhortarnos, o quizás de confundirnos el día del juicio,
si tuviéramos temor de padecer por la verdad y para nuestra salvación, lo que
estos jactanciosos realizaron por vanidad y para su perdición.
CAPÍTULO
VI
LOS
PADECIMIENTOS DE LA VIDA
Dejemos
ahora también estos ejemplos que nos vienen de la ostentación. Volvamos
nuestras miradas y consideremos las adversidades que son ordinarias en la vida
humana. Ella nos enseñará con cuánta frecuencia sucede a los hombres, de modo
inevitable, lo que sólo algunos soportaron con ánimo invicto. ¡Cuántos han
sido abrasados vivos en los incendios! ¡A cuántos otros devoraron las fieras,
y no sólo en la selva sino en el mismo centro de las ciudades, por haberse
escapado de sus encierros! 51 Cuántos fueron exterminados por las armas de los
ladrones o crucificados por los enemigos, después de haber sido atormentados y
vejados con todo género de ignominias!
No
hay hombre que no pueda padecer por la causa de otro hombre, lo que algunos
dudan de sufrir por la causa de Dios. Para esto, los acontecimientos presentes
han de servirnos de lección 52. Porque, ¡cuántas y cuan distinguidas
personalidades de toda edad; ilustres por nacimiento, dignidad y valor han
encontrado la muerte por causa de un solo hombre! De ellos, unos fueron muertos
por él mismo porque eran sus adversarios; y otros, por serle partidarios, lo
fueron por sus adversarios. ........................
NOTAS
31.
En tiempo de persecución, la Iglesia por medio de sus obispos. sostenía en sus
necesidades materiales a los confesores de la fe: encarcelados, perseguidos, a
los que habían huido dejándolo todo ante el temor de apostatar y a los que se
les habían confiscado sus bienes por ser católicos. En una obra antiquísima,
la Didascalia de los Apóstoles", escrita probablemente en Siria, antes del
año 250 se lee: "Si alguno de los fieles por el nombre de Dios o por la Fe
o por la Caridad fuese enviado al fuego, a las fieras o a las minas, no queráis
apartar de él los ojos... procurad suministrarle, por medio de vuestro obispo,
socorros, alivios y alimento... el que sea pobre ayune y dé a los mártires lo
que ahorre con su ayuno... si abunda en bienes proporcióneles de sus haberes
para que puedan verse libres... porque son dignos de Dios: han cumplido en
absoluto con aquello del Señor: «A todo el que confesare mi nombre delante de
los hombres, lo confesaré yo delante de mi Padre»'' (V, I ).
32.
Se refiere en primer lugar, a la paz de todos los fieles con Dios, alcanzada por
los méritos de los mártires y de los confesores para toda la Iglesia y para
conversión del mundo pagano. Secundaria y principalmente se refiere aquí a la
reconciliación de los cristianos, que por algún grave pecado habían sido
excomulgados. Éstos recurrían a los confesores de la fe pidiéndoles
escribiesen a los obispos intercediendo por ellos a los efectos de que se les
levantara la penal o se les acortara la penitencia impuesta.
33.
Prudencio (348, + 405), que muy bien conocía los horrores de las cárceles
romanas, describe así aquella en que fue arrojado San Vicente después del
tormento: "Es arrojado a un ciego subterráneo... En el fondo hay un lugar
más negro que las mismas tinieblas, un cobacho formado por las piedras de una
bóveda inmunda"... (Peristph.. V, 238/44). Ésta de Cartago está descrita
por estas palabras de Santa Perpetua, que se leen en su Pasión: Nos metieron en
la cárcel. ¡Qué horror! Jamás había sufrido tal oscuridad. ¡Terrible aquel
día! ¡Insoportable estrechez por la aglomeración!''... (Pass., III).
34.
De aquí se deduce que estos mártires se hallaban encarcelados en Cartago,
ciudad gobernada por un procónsul, por ser capital de una provincia
proconsular.
35.
Jesús dice: Vosotros sois la luz del mundo'' (Mat V 14): y San Pablo: "Un
tiempo erais tinieblas, mas ahora luz en el Señor'' (Ef V. X).
36.
''Si el Hi jo os libertare -dice Jesús- seréis realmente libres" (Jn,
VlIl. 36).
37.
Somos buen olor de Cristo'' (2 Co. 2, 15).
38.
"Y Jesús les dijo: En verdad os digo que vosotros, los que me habéis
seguido... Os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de
Israel'' (Mt. XIX, 28).
39.
Véase la nota número 1de De patientia.
40.
Tertuliano escribió por el año 200, un opúsculo De spectaculis (Migue, P. L..
1. 701- 738) repudiando estos juegos y espectáculos paganos, tan frecuentes por
aquellos tiempos, y todos ellos desbordando crueldad y lujuria; donde el nombre
de Dios era blasfemado, donde tantos cristianos eran martirizados y donde todo
crimen y refinada maldad era aplaudida. Muchos autores paganos los repudiaron en
sus obras sin mayor éxito. Antes que Tertuliano, ya Taciano, entre el 170 y
172, los había escarnecido (Orat adv. gr. 22-24).
41.
Y además: Mc IX 2-10; Lc IX, 28-36 y 2 Pedro 1, 17-18.
42.
La tortuga, en el lenguaje militar romano, era un blindaje formado por los
soldados estrechamente juntos entre si y sosteniendo cada uno su propio escudo
sobre la cabeza. Formaban así un techo defensivo contra el enemigo. A veces,
para atacar un fuerte, sobre el primer techo de escudos se levantaba un segundo
y hasta un tercero, con gran agobio de los de abajo (Conf., T. Livio. XLIV).
43.
El agonoteto era el presidente del certamen y el que daba los premios.
44.
El xistarco era el que hacia cumplir las leyes del juego, el juez.
45.
Al entrenador se lo denominaba epistato.
46.
En este lugar insinúa Tertuliano que el verdadero mártir debe dejarse llevar
no de su voluntad sino de la de Dios. El martirio es una evocación; por tanto,
el provocar al perseguidor y ser por éste muerto, podría considerarse como una
forma de suicidio.
47.
Peregrino o Proteo es un personaje, cuya biografía escribió Luciano de
Somosata por el año 170. Lo presenta como un tipo impostor, filósofo de la
escuela cínica. Aulo Gelio, por el contrario, en sus Noches Áticas (Xll, 11)
lo pondera como varón sabio y honorable. Se le tributaba culto como si fuera un
dios; Conf. Eshenagorae Supplicatio pro Christianis. 26.
48.
Los gladiadores eran casi siempre reos condenados a las bestias; pero no
faltaban voluntarios. Tanto unos como otros, al hacerse gladiadores, estaban
condenados a una muerte violenta y prematura. Petronio, en su Satyricon (CXVII).
nos ha dejado su juramento: "Juramos sufrir la esclavitud, el fuego, los
azotes, la misma muerte, todo lo que quiera de nosotros (¿el lenista, el
patrón?), declarándonos suyos en cuerpo y alma como gladiadores legalmente
contratados".
49.
La túnica de fuego era un suplicio -algunos, sin embargo, se ofrecían
voluntariamente a ponérsela en los juegos para ganarse los aplausos de la
plebe, que condenaba al reo a ser vestido con una túnica empapada en materias
combustibles: pez, resina, betún. Algunos mártires tuvieron que sufrirla antes
de ser arrojados a la hoguera, como San Erasmo. De este suplicio hace mención
Séneca. Epist.. 14.
50.
Entre los juegos del circo había la caza de bestias feroces. Los cazadores
perseguían a los animales con látigos de cuero y nervio de buey. No faltaban
los que se ofrecían en espectáculo desfilando con sus espaldas desnudas, entre
dos filas de cazadores que zurraban sin piedad estas "pacientísimas
espaldas'' como las llama Tertuliano.
51.
Las ciudades que poseían circo, debían tener cuevas donde se encerraban y
cuidaban las fieras para los juegos. Hubo veces que, por descuido de los
cuidadores o por ferocidad de los animales, consiguieron escaparse de su
encierro realizando verdaderas matanzas entre la población de la ciudad.
52.
Alude Tertuliano a un acontecimiento de aquellos días. Se trata de las
ejecuciones realizadas en todo el Imperio Romano por causa del emperador
Septimio Severo contra los partidarios de sus rivales Clodio Albino y Pescenio
Níger. A su vez, los seguidores de éstos llevaron a cabo igual procedimiento
contra los secuaces del emperador. De esta referencia se deduce que la presente
obrita haya sido escrita en los primeros meses del año 197, algunos años antes
de su famoso Apologeticum.
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