Una mujer que padecía desde hacía doce años flujo de sangre, y que se había quedado en la ruina, pues había gastado todo lo que tenía en los médicos, que, por cierto, aquí no quedan bien parados, pues no la habían hecho nada positivo, quedó curada sólo con tocar llena de fe la orla del manto de Jesús (Lc 8,43-44). -> menstruación; hemorroisa.
LA MUJER CON FLUJOS Y LA HIJA DE JAIRO.
(Mc 5,21-6,1a Par)
En este episodio, registrado por los tres evangelios sinópticos (Mc 5,21-6,1a; Mt 9,18-26; Lc 8,40-56), la escena de la mujer con flujos (Mc 5,24b-34 par.) se intercala entre el principio (5,21-24a) y el fin de la narración sobre la hija de Jairo (5,35-6,1a); aparecen en él dos personajes femeninos distintos, pero, como se verá, relacionados entre sí.
Como en otros casos, Marcos pone las señales necesarias para indicar la referencia de los personajes al pueblo judío o a una parte de él. Así, en el episodio de la mujer con flujos aparece el número “doce”, característico de Israel, para indicar los años de enfermedad de la mujer (5,25: “Una mujer que llevaba doce años con un flujo de sangre”). Poco después, el mismo número “doce” designa la edad de la hija de Jairo (5, 42: “tenía doce años”). Nótese que ni la mujer ni la niña llevan nombre ni se precisa el lugar donde tienen lugar los sucesos.
Ambos personajes femeninos tienen, pues, un valor representativo relativo a Israel. Cuál es éste se deduce del contexto. Por su enfermedad, la mujer con flujos de sangre (Mc 5,24b-34) está en perpetuo estado de impureza, y no hay remedio para ella mientras siga bajo el dominio de la Ley que la declara impura (Lv 15,26s).
Referida como está al pueblo judío (número “doce”), la figura de la mujer representa aquella parte de la sociedad judía que está irremediablemente marginada por ser considerada impura, es decir, por no cumplir los requisitos que impone la Ley y no encontrar manera de cumplirlos. Esta mujer puede sin duda identificarse con la llamada “gente de la tierra”, el vulgo, despreciado y evitado por parte de los influyentes fariseos y letrados por no conocer la Ley ni poder dedicarse a su práctica minuciosa.
La única posibilidad de salir de su situación está en emanciparse de la Ley marginadora y abrazar la alternativa que Jesús ofrece. Como figura adulta, toma ella misma la decisión y toca a Jesús, violando la Ley e independizándose de ella. Jesús le comunica una fuerza que suprime su marginación (se siente curada) y le da una nueva posibilidad de vida. El uso en este episodio de la palabra “tormento” (5,29, como en 3,10), que en sentido figurado significa un estado de opresión, confirma la interpretación social de esta figura. El episodio describe, pues, la alternativa que ofrece Jesús a los grupos marginados de Israel, incapaces de salir de su marginación dentro del sistema judío.
La figura de la mujer continúa, pues, la del leproso. La diferencia está en que, en el momento de la curación del leproso (1,39-45), no se había verificado aún la ruptura entre Jesús y la institución judía (3,6-7a) ni había ofrecido Jesús su alternativa. Ahora, en cambio, existe la posibilidad de encontrar una nueva manera de vida, al margen de la injusticia de aquella sociedad.
La hija de Jairo representa otro grupo dentro de la sociedad judía. Además de la mención del número “doce” (5,42), Marcos inserta una expresión aramea (5,41: “Talitha, qum”), que indica también la referencia a Israel. A diferencia de la mujer con flujos, no es una figura adulta, sino dependiente de un “padre” que es al mismo tiempo el representante de la institución religiosa” (5,22: “jefe de sinagoga”).
La hija representa, pues, al pueblo integrado en esa institución. La tutela que ésta ejerce sobre el pueblo observante, manteniéndolo en el infantilismo, exaspera a este pueblo y lo lleva a abandonar la práctica religiosa; queda entonces privado de todo marco de referencia, en un estado de desorientación, sin horizonte ni objetivo, que se compara a la muerte. Jesús, ofreciendo al pueblo su alternativa fuera del marco religioso judío, puede dar solución a este problema.
Así como la figura de la mujer continúa la del leproso, la de la hija de Jairo enlaza con la del hombre del brazo atrofiado, cuya curación provocó la ruptura entre la institución y Jesús (3,1-7a). En aquella escena, situada en la sinagoga, se mostraba cómo la observancia de la Ley, representada por el sábado, al programar la vida hasta en sus mínimos detalles, privaba al pueblo de iniciativa y posibilidad de acción (brazo atrofiado). Esta situación está expresada en el episodio de la hija de Jairo (el jefe de la sinagoga) por la dependencia y el consecuente infantilismo de la figura de la niña. Ahora, sin embargo, Jesús le presenta una alternativa.
La unión de las dos figuras, la de la mujer y la de la niña, compendia la situación del pueblo, que aparece así compuesto de dos partes: los que no observan la Ley, considerados por ello “impuros”, y de hecho excluidos de la sociedad y de la religión (mujer con flujos), y los que están dentro de la institución religiosa, que los mantiene en el infantilismo y acaban por encontrar intolerable la situación en que viven (la hija del jefe de la sinagoga). Para indicar que con las dos figuras se representa la situación de la totalidad del pueblo entrelaza Marcos (y lo mismo Mateo y Lucas) las dos narraciones.
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