Generalidades. La palabra fobia significa, etimológicamente, horror, y la palabra filia, amistad. Una y otra se usan de preferencia como sufijos de voces compuestas, para indicar de manera sustantiva la temerosa repulsa en la primera, o la inclinación apasionada, en la segunda, surgidas frente a determinadas realidades o situaciones personales. Se trata, en cualquier caso, de expresiones reveladoras de fenómenos psicológicos de preferente rango afectivo, cuya gama parece extenderse, sin solución de continuidad, entre lo patológico y lo normal. Conviene hacer notar, sin embargo, que, en el lenguaje cotidiano, las «filias», al emplearse comúnmente como sinónimo de afición, no compartan, de ordinario, significaciones patológicas; así, para referirse a ciertas diversiones cuya nota es cierta intencionalidad evasiva de carácter individual (p. ej., la filatelia y los coleccionismos en general); también para designar diferentes especialidades deportivas, o la actitud de simpatía suscitada por algún grupo étnico o político (p. ej., anglofilia, germanofilia, etcétera). Es obvio que, en esta última acepción, se utilice el sufijo fobia denominando el efecto opuesto. Por el contrario, lo fóbico, al conservar, incluso en el habla ordinaria, la primitiva significación etimológica de «algo insufrible», se ha venido a convertir cada vez más en artículo específicamente médico. Igual sucede con lo fílico cuando aparece matizando cualquier tendencia desmedida e incontrolable. En este sentido las fobias y las filias pertenecen al dominio de la psicopatología (v.).
Fobias y filias como cuestión médica. Hasta la segunda mitad del s. XIX, cuando los trastornos mentales empiezan a sistematizarse científicamente, la clínica psiquiátrica apenas pasa de ser una catalogación descriptiva de los mismos. No es que falten hipótesis etiopatogénicas, pero ni éstas, ni los escasos remedios terapéuticos, van más allá de un empirismo muy superficial (v. PSIQUIATRÍA). Las fobias habían sido incluidas, junto a las obsesiones (v.) y los delirios (v.), por el francés Esquirol (17721840), en el grupo de las por él llamadas «monomanías». Más tarde, separadas nosológicamente de los delirios y en pleno auge la doctrina psicopatológica de las neurosis (v.), obsesiones y fobias pasan a convertirse en especies neuróticas. Pero la evolución del concepto de neurosis, no sólo ha arrastrado consigo el de la interpretación de los trastornos obsesivos y fóbicos, sino que ha hecho posible, gracias a la fenomenología (v. II), una caracterización causal de los mismos como síndromes (conjunto de síntomas) capaces de manifestarse tanto dentro del cuadro general de las neurosis tradicionales (como formas de las mismas), como en otras enfermedades mentales de estirpe etiopatogénica diversa. En cualquier caso, la mayoría de los psicopatólogos actuales defiende la entidad unitaria de obsesiones y fobias tanto por lo que se refiere a su origen, como a las relaciones estructurales entre unas y otras. Igual ocurre en cuanto a la expresión negativa del fenómeno (fobias en sentido estricto) como a la positiva (filias patológicas).
La definición clínica de las fobias se basa en la etimología original del término. Lo característico de la f. es el miedo irresistible, incapaz de ser superado por ninguna clase de esfuerzo intelectual ni voluntario, frente a los objetos más diversos. Inseparable de esta nota es la de la persistencia del fenómeno; de ahí que en las primitivas descripciones se utilizasen como sinónimos f. y temor obsesivo.
Los contenidos fóbicos son tan variados y variables como la propia realidad sensible. Como han señalado sin excepción los investigadores del fenómeno, todo lo que es susceptible de impresionar los sentidos es igualmente capaz de suscitar un miedo patológico. Se comprende que el inventario de las f. constituyese, en los viejos tiempos de la pleamar descriptiva de síntomas, una lista tan interminable y farragosa como pintoresca. La Psiquiatría actual, más atenta a las causas fundamentales del trastorno y a las vivencias (v.) de los pacientes, aceptada la diversidad de tales contenidos, prefiere concretarlos de acuerdo con los criterios que mejor pueden ilustrar la interpretación funcional o dinámica del fenómeno.
Se distinguen, en primer lugar, las llamadas f. comunes, incluyéndose en ellas todo aquello que, en menor o mayor grado, puede causar miedo a cualquier persona: la muerte (tanatofobia), el vacío (kenofobia), las enfermedades en general (patofobia), el dolor (algofobia), el fracaso (cocorafobia), las serpientes (ofidiofobia), etc. Miedos relativos al espacio físico y lugares concretos: agorafobia (espacios abiertos), claustrofobia (espacios cerrados), icofobias (casas, iglesias, teatros, cines, cte.), acrofobia (alturas o cimas). Temores a elementos naturales: aerofobia (al aire), anemofobia (al viento), hidrofobia (al agua), talasofobia (al mar), pirofobia (al fuego), queimofobia (a las tormentas), astrapefobia (al rayo), etc. Temores a los seres vivos: zoofobias diversas (arañas y otros insectos, perros, gatos, cte.), al hombre, a la mujer o las multitudes (andro, gine y demofobias). Miedo de determinados objetos: aicmofobia (cuchillos y artefactos puntiagudos), toxicofobia (venenos), gefirofobia (paso por puentes), coprofobia (excrementos), fagofobia (comidas), cte.
Pero las más importantes, por su frecuencia clínica y gravedad, son, junto a la agorafobia y la claustrofobia, las referentes al propio esquema corporal y a la integridad o salud personales: el miedo a la sucidad (ripofobia), a los contagios (bacilo e infectofobia), o enrojecer (ereutefobia), a ser tocado (afefobia), etc., cuya profunda significación y variedades singularísimas abonan, a través de formas mixtas de este fenómeno y el obsesivo, como los temores hipocondriacos (v. HIPOCONDRÍA) y los escrúpulos de pureza o de condenación eterna, la tesis del anclaje de ambos trastornos en estructuras personales eminentemente subjetivas y profundas.
En este sentido tiene interés la clasificación de las f. propuesta por von Gebsattel, quien considera como variantes de f. las correspondientes a otros tantos tipos clínicos: 1) Las f. comunes, como las antes calificadas por su alcance y equivalentes a la neurosis de angustia; p. ej., miedo a la muerte. 2) Las f. anancásticas, como formas de tránsito con la neurosis obsesiva clásica, pero dentro de esta última, p. ej., los temores obsesivos incomprensibles. 3) Las f. de desarrollo aislado, a las que atribuye carácter reactivo o efecto de algún trauma psíquico. Por ej., el miedo a pasar por algún lugar, o tomar algún medicamento, que produjesen efectos notoriamente desagradables. 4) Las f. de expectación. Por ej., la fobia a los exámenes o a cualquier situación personalmente inevitable. Vendrían a ser como formas mixtas equivalentes a temores obsesivos, más o menos comprensibles, relacionados con el devenir temporal. 5) Las f. por debilidad o inseguridad psicasténica (v. «psicastenia» en NEUROSIS). Por ej., el vértigo de las alturas y demás temores relacionados con el espacio.
Muchas de estas f. pueden provocar, e incluso manifestar simultáneamente en ocasiones, el fenómeno contrario. Por ej., el temor a no poder orinar durante un tiempo o en lugar determinado, conduce a la urofilia; la agorafobia a la claustrofilia; la ereutofobia y heliofobia a la acluofilia (o refugio patológico en la oscuridad). Debe advertirse, sin embargo, que las inclinaciones o filias de carácter patológico, salvo muy raras excepciones, no se designan con el repetido sufijo, sino más bien con el de manía en el sentido empleado por los psiquiatras de principios del s. XIX y que conserva el vocablo alemán Schüchtigkeit, cuya traducción corresponde a la de la propia palabra española «manía» en su acepción vulgar. Así: dipsomanía, cleptomanía, piromanía, poriomanía y oniomanía como impulsos o aficiones patológicas e incoercibles a beber, adueñarse de lo ajeno, hacer fuego, caminar vagando y comprar cosas que no sirven para nada.
Origen de las fobias. La etiopatogenia de las f. tiene tantos puntos de contacto con la de las obsesiones que todavía se las considera como variantes de un común trastorno nuclear. Por esta razón, aquí se señalarán tan sólo las hipótesis que tratan de explicar sus diferencias, remitiendo al artículo neurosis la exposición sumaria de la doctrina general sobre ambos trastornos.
La distinción más clara se ha referido siempre a la morfología clínica. En las f., tanto como lo que los enfermos temen, destaca un peculiar estado emotivo de acusado e intenso matiz angustioso. Es como un desproporcionado sentimiento de temor que los objetos considerados fobógenos no llegan a justificar. El sobresalto de los enfermos y la interpretación simbólica de los contenidos indujo a Freud (v.) a situar las f. en su primera clasificación de las neurosis en la llamada «histeria de conversión» como grupo aparte de la neurosis obsesiva (V. HISTERIA; PSICOANÁLISIS). Posteriormente, y en un reciente intento de síntesis doctrinal sobre los puntos de vista de autores anteriores a Freud (Beard, Dupré, Regis y P. lanet, sobre todo) y las tesis psicoanalíticas y analítico-existenciales (V. EXISTENCIALISMO II), el psiquiatra francés Hesnard defiende la unidad nosológica de la neurosis fóbica. Pero ello no ha impedido que, partiendo de la aplicación del método fenomenológico en el análisis de los trastornos psíquicos, según la línea trazada por K. laspers y K. Schneider principalmente, los trabajos de López lbor y su escuela hayan conducido a un nuevo concepto de las neurosis y a hipótesis del todo diferentes sobre el origen y desarrollo de las obsesiones y las f.
La anomalía del vivenciar (v. VIVENCIA), admitida como factor desencadenante de las neurosis, corresponde, según López lbor, a una alteración del estado de ánimo fundamental. En principio, la referida alteración dependiente del estrato de los llamados por Max Scheler sentimientos vitales (V. AFECTIVIDAD; SENTIMIENTOS) se identificó con la angustia. Luego se ha visto que no siempre esta alteración es la misma. Sin que la cualidad angustiosa del sentimiento alterado llegue a desaparecer del todo, en las obsesiones puede alcanzar tal grado de racionalización, como efecto de los mecanismos de defensa del yo frente a la misma, que los ingredientes afectivos del cuadro clínico queden encubiertos por las propias representaciones ideativas. Todo aparece constituido como una barrera frente al temor de lo posible en un plano que, por exquisitamente personal, se inscribe en el orden del tiempo. El enfermo obsesivo trata de neutralizar su radical inseguridad, refugiándose en la inercia de los ritmos de la naturaleza: tan potente es su sentimiento de inseguridad frente a esto o aquello, como la presencia operante, fuera del alcance de la voluntad, del instinto de repetición (versión biológica de los ritmos naturales). En las f. el trastornó base parece desplazarse de la vivencia del tiempo a la del espacio. De ahí que la angustia, sobre ser más llamativa, resulte tan inmediata para el sujeto que sus mecanismos de defensa apenas si disponen de tiempo para una elaboración racionalizadora e ideativa, proyectándose figurativamente en las cosas y objetos del entorno real del enfermo. No hay una sola historia clínica de tales pacientes que no se inicie con aquel sentimiento de temor emocional y difuso que, por no haberse referido a nada todavía, parece abarcarlo todo. Esta angustia primordial o miedo sin objeto que los autores clásicos llamaron pantofobia, puede, en ocasiones, no pasar de ahí, pero, aun en tales casos, revela, como cuando cristaliza en tal o cual temor concreto, la índole patológica del fenómeno, la naturaleza afectiva del mismo y su autonomía e independencia de los acontecimientos externos.
El pronóstico de las f. es, de ordinario, más benigno que el de las obsesiones. Su tratamiento coincide fundamentalmente con el de la angustia y las demás alteraciones de los estados de ánimo. La psicoterapia fue, durante los años en que privó la doctrina psicogenética de las neurosis, el tratamiento de elección, aun cuando el estudio catalnnésico (formas de evolución y terminación) de los estados fóbicos demostró que sus resultados eran difíciles de estimar. El actual progreso de la psicofarmacología no sólo permite efectos más inmediatos y satisfactorios sobre las formas agudas, sino que ha hecho más permeables a los métodos psíquicos los casos en que las f. forman parte de la sintomatología de las crisis de maduración de la personalidad.
Fobias y filias como cuestión médica. Hasta la segunda mitad del s. XIX, cuando los trastornos mentales empiezan a sistematizarse científicamente, la clínica psiquiátrica apenas pasa de ser una catalogación descriptiva de los mismos. No es que falten hipótesis etiopatogénicas, pero ni éstas, ni los escasos remedios terapéuticos, van más allá de un empirismo muy superficial (v. PSIQUIATRÍA). Las fobias habían sido incluidas, junto a las obsesiones (v.) y los delirios (v.), por el francés Esquirol (17721840), en el grupo de las por él llamadas «monomanías». Más tarde, separadas nosológicamente de los delirios y en pleno auge la doctrina psicopatológica de las neurosis (v.), obsesiones y fobias pasan a convertirse en especies neuróticas. Pero la evolución del concepto de neurosis, no sólo ha arrastrado consigo el de la interpretación de los trastornos obsesivos y fóbicos, sino que ha hecho posible, gracias a la fenomenología (v. II), una caracterización causal de los mismos como síndromes (conjunto de síntomas) capaces de manifestarse tanto dentro del cuadro general de las neurosis tradicionales (como formas de las mismas), como en otras enfermedades mentales de estirpe etiopatogénica diversa. En cualquier caso, la mayoría de los psicopatólogos actuales defiende la entidad unitaria de obsesiones y fobias tanto por lo que se refiere a su origen, como a las relaciones estructurales entre unas y otras. Igual ocurre en cuanto a la expresión negativa del fenómeno (fobias en sentido estricto) como a la positiva (filias patológicas).
La definición clínica de las fobias se basa en la etimología original del término. Lo característico de la f. es el miedo irresistible, incapaz de ser superado por ninguna clase de esfuerzo intelectual ni voluntario, frente a los objetos más diversos. Inseparable de esta nota es la de la persistencia del fenómeno; de ahí que en las primitivas descripciones se utilizasen como sinónimos f. y temor obsesivo.
Los contenidos fóbicos son tan variados y variables como la propia realidad sensible. Como han señalado sin excepción los investigadores del fenómeno, todo lo que es susceptible de impresionar los sentidos es igualmente capaz de suscitar un miedo patológico. Se comprende que el inventario de las f. constituyese, en los viejos tiempos de la pleamar descriptiva de síntomas, una lista tan interminable y farragosa como pintoresca. La Psiquiatría actual, más atenta a las causas fundamentales del trastorno y a las vivencias (v.) de los pacientes, aceptada la diversidad de tales contenidos, prefiere concretarlos de acuerdo con los criterios que mejor pueden ilustrar la interpretación funcional o dinámica del fenómeno.
Se distinguen, en primer lugar, las llamadas f. comunes, incluyéndose en ellas todo aquello que, en menor o mayor grado, puede causar miedo a cualquier persona: la muerte (tanatofobia), el vacío (kenofobia), las enfermedades en general (patofobia), el dolor (algofobia), el fracaso (cocorafobia), las serpientes (ofidiofobia), etc. Miedos relativos al espacio físico y lugares concretos: agorafobia (espacios abiertos), claustrofobia (espacios cerrados), icofobias (casas, iglesias, teatros, cines, cte.), acrofobia (alturas o cimas). Temores a elementos naturales: aerofobia (al aire), anemofobia (al viento), hidrofobia (al agua), talasofobia (al mar), pirofobia (al fuego), queimofobia (a las tormentas), astrapefobia (al rayo), etc. Temores a los seres vivos: zoofobias diversas (arañas y otros insectos, perros, gatos, cte.), al hombre, a la mujer o las multitudes (andro, gine y demofobias). Miedo de determinados objetos: aicmofobia (cuchillos y artefactos puntiagudos), toxicofobia (venenos), gefirofobia (paso por puentes), coprofobia (excrementos), fagofobia (comidas), cte.
Pero las más importantes, por su frecuencia clínica y gravedad, son, junto a la agorafobia y la claustrofobia, las referentes al propio esquema corporal y a la integridad o salud personales: el miedo a la sucidad (ripofobia), a los contagios (bacilo e infectofobia), o enrojecer (ereutefobia), a ser tocado (afefobia), etc., cuya profunda significación y variedades singularísimas abonan, a través de formas mixtas de este fenómeno y el obsesivo, como los temores hipocondriacos (v. HIPOCONDRÍA) y los escrúpulos de pureza o de condenación eterna, la tesis del anclaje de ambos trastornos en estructuras personales eminentemente subjetivas y profundas.
En este sentido tiene interés la clasificación de las f. propuesta por von Gebsattel, quien considera como variantes de f. las correspondientes a otros tantos tipos clínicos: 1) Las f. comunes, como las antes calificadas por su alcance y equivalentes a la neurosis de angustia; p. ej., miedo a la muerte. 2) Las f. anancásticas, como formas de tránsito con la neurosis obsesiva clásica, pero dentro de esta última, p. ej., los temores obsesivos incomprensibles. 3) Las f. de desarrollo aislado, a las que atribuye carácter reactivo o efecto de algún trauma psíquico. Por ej., el miedo a pasar por algún lugar, o tomar algún medicamento, que produjesen efectos notoriamente desagradables. 4) Las f. de expectación. Por ej., la fobia a los exámenes o a cualquier situación personalmente inevitable. Vendrían a ser como formas mixtas equivalentes a temores obsesivos, más o menos comprensibles, relacionados con el devenir temporal. 5) Las f. por debilidad o inseguridad psicasténica (v. «psicastenia» en NEUROSIS). Por ej., el vértigo de las alturas y demás temores relacionados con el espacio.
Muchas de estas f. pueden provocar, e incluso manifestar simultáneamente en ocasiones, el fenómeno contrario. Por ej., el temor a no poder orinar durante un tiempo o en lugar determinado, conduce a la urofilia; la agorafobia a la claustrofilia; la ereutofobia y heliofobia a la acluofilia (o refugio patológico en la oscuridad). Debe advertirse, sin embargo, que las inclinaciones o filias de carácter patológico, salvo muy raras excepciones, no se designan con el repetido sufijo, sino más bien con el de manía en el sentido empleado por los psiquiatras de principios del s. XIX y que conserva el vocablo alemán Schüchtigkeit, cuya traducción corresponde a la de la propia palabra española «manía» en su acepción vulgar. Así: dipsomanía, cleptomanía, piromanía, poriomanía y oniomanía como impulsos o aficiones patológicas e incoercibles a beber, adueñarse de lo ajeno, hacer fuego, caminar vagando y comprar cosas que no sirven para nada.
Origen de las fobias. La etiopatogenia de las f. tiene tantos puntos de contacto con la de las obsesiones que todavía se las considera como variantes de un común trastorno nuclear. Por esta razón, aquí se señalarán tan sólo las hipótesis que tratan de explicar sus diferencias, remitiendo al artículo neurosis la exposición sumaria de la doctrina general sobre ambos trastornos.
La distinción más clara se ha referido siempre a la morfología clínica. En las f., tanto como lo que los enfermos temen, destaca un peculiar estado emotivo de acusado e intenso matiz angustioso. Es como un desproporcionado sentimiento de temor que los objetos considerados fobógenos no llegan a justificar. El sobresalto de los enfermos y la interpretación simbólica de los contenidos indujo a Freud (v.) a situar las f. en su primera clasificación de las neurosis en la llamada «histeria de conversión» como grupo aparte de la neurosis obsesiva (V. HISTERIA; PSICOANÁLISIS). Posteriormente, y en un reciente intento de síntesis doctrinal sobre los puntos de vista de autores anteriores a Freud (Beard, Dupré, Regis y P. lanet, sobre todo) y las tesis psicoanalíticas y analítico-existenciales (V. EXISTENCIALISMO II), el psiquiatra francés Hesnard defiende la unidad nosológica de la neurosis fóbica. Pero ello no ha impedido que, partiendo de la aplicación del método fenomenológico en el análisis de los trastornos psíquicos, según la línea trazada por K. laspers y K. Schneider principalmente, los trabajos de López lbor y su escuela hayan conducido a un nuevo concepto de las neurosis y a hipótesis del todo diferentes sobre el origen y desarrollo de las obsesiones y las f.
La anomalía del vivenciar (v. VIVENCIA), admitida como factor desencadenante de las neurosis, corresponde, según López lbor, a una alteración del estado de ánimo fundamental. En principio, la referida alteración dependiente del estrato de los llamados por Max Scheler sentimientos vitales (V. AFECTIVIDAD; SENTIMIENTOS) se identificó con la angustia. Luego se ha visto que no siempre esta alteración es la misma. Sin que la cualidad angustiosa del sentimiento alterado llegue a desaparecer del todo, en las obsesiones puede alcanzar tal grado de racionalización, como efecto de los mecanismos de defensa del yo frente a la misma, que los ingredientes afectivos del cuadro clínico queden encubiertos por las propias representaciones ideativas. Todo aparece constituido como una barrera frente al temor de lo posible en un plano que, por exquisitamente personal, se inscribe en el orden del tiempo. El enfermo obsesivo trata de neutralizar su radical inseguridad, refugiándose en la inercia de los ritmos de la naturaleza: tan potente es su sentimiento de inseguridad frente a esto o aquello, como la presencia operante, fuera del alcance de la voluntad, del instinto de repetición (versión biológica de los ritmos naturales). En las f. el trastornó base parece desplazarse de la vivencia del tiempo a la del espacio. De ahí que la angustia, sobre ser más llamativa, resulte tan inmediata para el sujeto que sus mecanismos de defensa apenas si disponen de tiempo para una elaboración racionalizadora e ideativa, proyectándose figurativamente en las cosas y objetos del entorno real del enfermo. No hay una sola historia clínica de tales pacientes que no se inicie con aquel sentimiento de temor emocional y difuso que, por no haberse referido a nada todavía, parece abarcarlo todo. Esta angustia primordial o miedo sin objeto que los autores clásicos llamaron pantofobia, puede, en ocasiones, no pasar de ahí, pero, aun en tales casos, revela, como cuando cristaliza en tal o cual temor concreto, la índole patológica del fenómeno, la naturaleza afectiva del mismo y su autonomía e independencia de los acontecimientos externos.
El pronóstico de las f. es, de ordinario, más benigno que el de las obsesiones. Su tratamiento coincide fundamentalmente con el de la angustia y las demás alteraciones de los estados de ánimo. La psicoterapia fue, durante los años en que privó la doctrina psicogenética de las neurosis, el tratamiento de elección, aun cuando el estudio catalnnésico (formas de evolución y terminación) de los estados fóbicos demostró que sus resultados eran difíciles de estimar. El actual progreso de la psicofarmacología no sólo permite efectos más inmediatos y satisfactorios sobre las formas agudas, sino que ha hecho más permeables a los métodos psíquicos los casos en que las f. forman parte de la sintomatología de las crisis de maduración de la personalidad.
BIBL.: S. FREUD, Obras completas, Madrid 1948; F. GEBSATTEL, Antropología médica, Madrid 1966; A. HESNARD, Les phobies et la neurose phobique, París 1961; K. JASPERS, Psicopatología gen?ral, Buenos Aires 1957; 1. 1. LÓPEZ IBOR, Las neurosis como enfermedades del ánimo, Madrid 1966; J. M. POVEDA, Problemas clínicos y psicopatológicos de la neurosis obsesiva, en «Actas Luso-españolas de Neurología y Psiquiatría», Madrid 1971.
J. M. POVEDA ARIÑO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
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