viernes, 7 de febrero de 2014

BODA COMO SÍMBOLO RELIGIOSO.

 

En el AT, la relación de Dios con el pueblo, presentada al principio en clave jurídica como alianza o pacto bilateral (Éx 19 y 24; ºf. Dt 29 y 30; Jos 24), se expresó en los profetas con el símbolo conyugal, concibiendo la relación entre Dios y el pueblo como mutuo amor y fidelidad (Is 49, 14-26; 54; 62; Jr 2; Ez 16). Por otra parte, el fracaso de la alianza/boda llevó a la idea de una nueva alianza definitiva (Jr 31,31-34; 33,14-22; Ez 36,20-32).

Proyectando al pasado la formulación de los profetas, en la literatura rabínica se celebra el pacto del Sinaí como los esponsales de Yahvé con Israel. El Cantar de los Cantares se interpreta viendo a Dios en la figura del esposo y a Israel en la de la esposa. También era común entre los rabínicos la expectación de que en los días del Mesías se renovase definitivamente el pacto entre Dios y el pueblo y tuviese lugar el verdadero banquete de boda.

Nada tiene, pues, de extraño que los evangelistas utilicen el símbolo de la boda y las figuras del esposo y la esposa para describir la nueva relación que, a través de su persona, establece Jesús entre los hombres y Dios. Tanto la nueva comunidad en la historia (Mt 22,1-14 par.) como la realidad del mundo futuro (Mt 25,1-13) se describen como un banquete de boda.

La función divina de Esposo se atribuye al Mesías, Jesús, como en Mc 2,19: “¿Es que pueden ayunar los amigos del novio/esposo mientras el novio está con ellos?” De modo parecido, en Jn 3,29, donde Juan Bautista se refiere a la afluencia de pueblo a Jesús: “El que se lleva a la esposa es el esposo” (cf. Mt 9,14-17; Lc 5,33-39). En relación con su papel de esposo está la designación de Jesús como “varón/hombre adulto” (Jn 1,30).

También la expresión “quitar la sandalia” (Mc 1,7 par.; Jn 1,27), usada por Juan Bautista, está basada en los usos matrimoniales judíos. Cuando un hombre moría sin hijos, hecho considerado como afrentoso, el pariente más próximo debía tomar a la viuda por esposa para dar hijos al difunto; en caso de no hacerlo, la mujer misma o cualquier otro pariente podía quitarle el derecho, usando el gesto simbólico de “quitarle la sandalia”. Con su dicho (Mc 1,7: “yo no soy quién para agacharme y desatarle la correa de las sandalias”), Juan Bautista reconoce que sólo Jesús tiene derecho a desempeñar el papel de esposo.

Juan Bautista expresa su alegría al escuchar la voz del Esposo (Jn 3,29: “El amigo del esposo, que se mantiene a su lado y lo oye, siente gran alegría por la voz del esposo”; cf. Jr 33,10s) y anuncia la fecundidad de la nueva alianza/boda (Jn 3,30: “A él le toca crecer, a mí menguar”).

La escena de Betania, en la que María, hermana de Lázaro, unge los pies de Jesús, es una prefiguración nupcial. La creación de la nueva comunidad (nueva Eva) en la figura de María Magdalena se hace al pie de la cruz; nace del costado de Jesús por la efusión de agua/Espíritu que sale de él, el nuevo Adán (Jn 19,34). La nueva pareja, origen de la humanidad nueva, aparece en el huerto/jardín como la pareja primordial en el Paraíso (Jn 20,11-18).

En el Evangelio de Juan, la boda de Caná es figura de la alianza antigua, a la que pertenece la madre de Jesús, pero no él ni sus discípulos (Jn 2,1s). La madre representa al pueblo fiel de la antigua alianza, como esposa de Dios. Hace notar a Jesús la falta de vino/amor (2,3), esperando que el Mesías ponga remedio a la situación. Jesús anuncia la inauguración de una nueva boda/alianza, en la que él dará el vino del amor/Espíritu (2,4).

La imagen de la esposa como símbolo de la comunidad aparece en todo su esplendor en el Apocalipsis, que reúne todas las espléndidas metáforas de las bodas mesiánicas (19,7ss); la esposa es la nueva ciudad de Dios (21,2).

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