(Jn 9,1-12)
El episodio del ciego de nacimiento presenta el segundo caso de ceguera en Juan (9,1ss) y se aprecian en él semejanzas al mismo tiempo que diferencias con el episodio del inválido que acaba de exponerse. En ambos se menciona una piscina, pero una es de aguas agitadas (5,7: “cuando se agita el agua”), mientras en la otra, la de Siloé, según Isaías, el agua corre mansa”). En ambos casos hay ceguera, pero en uno es ceguera culpable (5,14: “No peques más, no sea que te ocurra algo peor”) y en el otro sin culpa (9,3: “No había pecado él ni tampoco sus padres”).
Teniendo en cuenta el carácter figurado de la ceguera en los evangelios y el precedente de la ceguera en el inválido, no hace falta demostrar que también en este caso tiene el mismo sentido. Queda por ver de qué modo este personaje es representativo y a quiénes representa. El hecho de que no lleve nombre ni se indique el tiempo ni el lugar de su curación son, como se ha visto en ejemplos anteriores, indicios de que nos encontramos ante un personaje representativo.
En primer lugar, como se ha expuesto en el párrafo anterior, el sentido de la ceguera en Juan es que, por obra de “la tiniebla” o ideología de la Ley, el hombre no puede percibir el amor de Dios ni comprender su proyecto sobre el hombre; siendo esto así, el hecho de que este personaje sea “ciego de nacimiento” ha de significar que ha vivido siempre en un ambiente donde el influjo de la ideología opresora ha sido tan fuerte e indiscutido que nunca se le ha podido ocurrir que fuera posible otro modo de pensar. Se deduce ya que, al tratarse de una ceguera figurada, puede incluir a todos lo que estén en las mismas condiciones.
Pero, además de éste, el texto proporciona otro argumento, muy claro, para hacer notar que el ciego es una figura representativa. En efecto, después del encuentro con el ciego, pero antes de su curación, Jesús advierte a sus discípulos que tienen que trabajar con él realizando las obras del que lo envió (9,4), es decir, los asocia a una actividad como la que va a ejercer él. Indica con esto que la línea de liberación que él comienza con el ciego ha de ser continuada. El ciego representa, por tanto, no un individuo, cuya curación es efectuada por Jesús, sino una clase de gente a cuya liberación han de dedicarse los discípulos. Veamos si de los datos de la perícopa puede deducirse de qué gente se trata.
Según lo antes dicho, la figura del ciego muestra la de un individuo nacido y criado en un círculo donde la autoridad del sistema ha sido máxima y del que no ha salido nunca. No ha conocido más que “la tiniebla”. Como lo afirma Jesús, esto no ha sucedido por culpa propia del hombre ni por su educación familiar (9,3: “Ni había pecado él ni tampoco sus padres”), sino, si acaso, por culpa de otros. El hecho de que no haya sido culpa de sus padres significa que el ambiente de opresión en que ha vivido es ancestral, viene de generaciones atrás.
También este hecho hace ver que no se trata simplemente de un individuo particular, sino de grupos dentro de Israel que nunca han tenido la posibilidad de conocer algo distinto de lo que han encontrado en su entorno social; es gente, en consecuencia, que no desea ni espera curación, que dan por bueno lo único que conocen. De hecho, la condición humana del individuo se describe como la de “mendigo” (9,8), es decir, la del que no tiene medios de vida ni posibilidad de procurárselos; en su sociedad, vive de limosna, absolutamente dependiente de los demás. Esto lo asimila a una condición social ínfima, donde el hombre está privado de la condición humana.
El inválido de la piscina tenía esperanza, aunque fuera engañosa, de salir de su estado (5,7: el agua que se agitaba); éste no tiene esperanza porque no vislumbra siquiera la posibilidad de un cambio. No hay “bueno por conocer”.
La obra de Jesús con él consiste en mostrarle lo que puede ser el hombre, poniéndole por modelo su misma persona. Jesús escupe en tierra y “hace barro” con su saliva. Las palabras “polvo/arcilla”, “barro” (la arcilla mezclada con agua) son las que se usaban para describir la creación del hombre. Al usar el “barro”, Jesús reproduce simbólicamente esa creación. Pero no emplea agua para hacer el barro, sino su propia saliva.
De este modo, hay un elemento preexistente, la tierra, como en la creación del primer hombre; pero otro elemento, la saliva, que es personal de Jesús (9,6: “escupió en tierra”). En aquel tiempo, y aun hoy en ciertas culturas, se pensaba que la saliva, líquido orgánico de la persona, transmitía la propia fuerza o energía vital. La fuerza de Jesús es el Espíritu. La imagen de hombre que Jesús va a poner ante los ojos del ciego no es, por tanto, la de un hombre cualquiera, sino la del hombre, que es el mismo Jesús, la del Hombre-Dios (tierra-Espíritu), la del modelo de hombre, según el proyecto de Dios.
En conclusión: El ciego de nacimiento representa a ciertos grupos de ínfima condición social que viven en absoluta dependencia de los demás y que no aspiran a otra condición por no haber conocido nunca las posibilidades del hombre ni lo que significa serlo.
Jesús y, tras él, sus discípulos han de presentar a estos grupos lo que significa ser hombre en su máxima expresión, realizada en Jesús, para que puedan optar por ese ideal y salir así de su miserable estado.
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