El Minotauro es, sin duda, una de las más
complejas y sugerentes creaciones míticas, con una extensa y completa
bibliografía tras de sí. Sin embargo, ninguno de los autores que han estudiado
esta figura parecen haber tenido en cuenta una conjetura acerca de su
nacimiento, que podría ofrecer una nueva mirada sobre la naturaleza de este
ser. Se trata de una posible relación entre el Minotauro y la hybris,[1]
apoyada en la hipótesis etimológica de que "híbrido" pudiese
derivar del término griego hybris.
Aunque dicha etimología no goza del acuerdo entre los lingüistas
‑existiendo tantos argumentos en contra[2]
como a favor[3]‑, mi propósito es
plantear un acercamiento a este animal mitológico partiendo de la supuesta
validez de esta hipótesis,[4]
intentando descubrir qué puede haber de hybris
en el Minotauro, el primer híbrido de la mitología clásica.
Habida cuenta de la gran variedad de acepciones que ha adoptado el término
hybris a lo largo de la literatura
griega ‑desde el "desatarse" con el que se califica el
desbordamiento de los ríos[5] hasta la
"insolencia" con la que se definen algunas actitudes de los Centauros[6]‑,
me parece oportuno esbozar, en primer lugar, una tipología del término hybris,
que funcionará a modo de mapa conceptual en este recorrido mitológico. Así,
mi intención es hacer de la hybris una
especie de brújula con la que orientarnos en el laberinto mitológico en el que
pretendo introducirme.
El significado originario de hybris
puede hallarse inmerso en el dominio jurídico, es decir, en el ámbito de
la justicia humana. En este contexto, podríamos resumir su sentido diciendo que
se trataba del agravio cometido por un hombre contra otro[7]
en el ámbito de la comunidad. Según Aristóteles, este delito consistía en la
afrenta de quienes cometen daño con la intención de sobresalir entre los demás,
causando vergüenza o sencillamente deshonra a alguien.[8]
Esta falta debía ser reparada recurriendo a la diké, que administraban quienes, iluminados por las leyes divinas,
dirimían en las contiendas entre humanos, es decir, los jueces y los soberanos[9]
‑los aristoi‑. Tenemos
pues un primer tipo de hybris, expresión
de la injusticia en el ámbito existencial de la sociabilidad
humana.
Existe una variante de esta hybris
‑todavía en la esfera social‑ que no era propia de todos los
hombres, pues no todos cumplían los requisitos para que ésta pudiese aparecer.
Dicha hybris tenía su origen en koros,[10]
la hartura, y sólo era propia de aquellos soberanos y poderosos que, no
sabiendo conformarse con lo que poseían, no sabiendo refrenar sus ansias de
abarcarlo todo, acababan cayendo en la tentación del abuso de poder, en
pretensiones injustas e impropias de un espíritu equilibrado. Los aristoi
se convertían así en kakistoi a
causa de su hybris. Este desenfreno,
hijo de la hartura, provocaba la ira de los dioses y atraía la desgracia sobre
los ciudadanos, sus tierras y sus mujeres en forma de epidemias, malas cosechas
o esterilidad.
De esos dos tipos de hybris,
ambas en el contexto de la sociabilidad, la segunda entronca de lleno con otro
ámbito de lo humano: el de la religiosidad.
De manera análoga a como los soberanos juzgaban a sus súbditos en el caso de
que infringieran las leyes humanas, también en este ámbito existía un
soberano que juzgaba a quienes incurrían en hybris
contra los dioses: la propia divinidad. De este modo, los dioses enviaban
desgracias que asolaban a los pueblos cuyos soberanos habían sido injustos.[11]
Esta hybris es expresión de la
impiedad religiosa de quienes no se conforman con pensar humanamente y pretenden
ser como dioses.[12]
Se cierra así un curioso círculo entre hybris
y castigo: la hybris de los simples
ciudadanos debe ser castigada por los soberanos; la hybris de éstos, por la justicia divina; pero, en este último caso, el castigo que exige la diké recaerá en especial sobre los ciudadanos.
Podemos identificar un tercer ámbito, al margen de la religión y de la
sociedad, en el que aparece también la hybris.
En el Fedro, Platón afirma que existe
un tipo de deseo que "atolondrada y desordenadamente nos tira hacia el
placer, y llega a predominar en nosotros", y añade que a este impulso se
le ha dado el nombre de hybris.[13]
En las Leyes, al explicar que los
espartanos han desterrado de su país aquello que hace insensatos a los hombres,
vuelve a nombrar la hybris junto a los
placeres cuando afirma que, en Esparta, no se ven ni "banquetes ni cuantas
otras cosas acompañan a éstos excitando a más no poder todos los
deleites".[14] Más adelante, en este
mismo texto, vuelve a colocar la hybris entre aquellos estados que "embriagándonos por el
placer nos hacen perder el sentido"[15]
y nos convierten en insensatos, para acabar calificando con este apelativo al
"deseo de engendrar descendientes",[16]
cuando se convierte en una necesidad y apetito que abrasa y enloquece por
completo a los hombres.
Siguiendo a Platón, se podría afirmar que dicha hybris
es un modo de actuar que está precedido por una ofuscación del
pensamiento, que excita y embriaga los sentidos, y cuyo deseo de engendrar puede
llevar a la locura. Por consiguiente, si quitamos del hombre el pensamiento y
embriagamos sus sentidos, dejándole sólo el deseo de engendrar, no nos queda más
que un animal excitado por uno de sus instintos.
Vemos aparecer aquí una nueva hybris
como expresión del desenfreno en el ámbito de la animalidad humana. Se trata de un ámbito existencial en el que no
tienen cabida la trascendencia, los poderes que rigen el universo, el destino o
todo aquello que pueda relacionarse con la divinidad y las creencias humanas;
pero tampoco la tienen el derecho, las leyes, la razón, la virtud o los deberes
del buen ciudadano. En él, el hombre no es más que un organismo que busca el
placer, un ser que trata de satisfacer la pasión momentánea mediante el goce
inmediato. Bajo el influjo de esta hybris,
el hombre es un animal que se entrega emocionalmente a sí mismo y a su propia
satisfacción en las dos tendencias básicas marcadas por la supervivencia: la
alimentación ‑mediante la caza‑ y la reproducción ‑mediante
la sexualidad‑; dos ámbitos que, en la mitología y el ritual, a menudo
están íntimamente relacionados.[17]
A partir de esta triple localización de la hybris,
se podría tratar de definirla en tanto que "cosa en sí". En ese
sentido, podemos decir que alude a dos modos paradójicos y complementarios de
experimentar la existencia, indisolublemente vinculados a la esencia del carácter
humano. Por una parte, al hecho de que la naturaleza del hombre se define por
sus límites; por otra, a que en el
origen de esa naturaleza reside el inalienable impulso de transgredirlos. A
partir de ese doble impulso limitador y transgresor se perfilaría una tendencia
presente en todos y cada uno de los ámbitos de la experiencia humana, en lo que
el hombre tiene de organismo animal, de ser que habita en sociedad y de ente con
preocupaciones trascendentales. Pero no sólo como una tendencia a transgredir
los límites de cada uno de esos ámbitos concretos, sino también a confundir
los ámbitos de la animalidad y la divinidad en el actuar humano.[18]
Veamos, a continuación, de qué modo puede hallarse este impulso
transgresor en el origen de la figura del Minotauro.
En uno de los textos en los que se narra la versión más común del mito
del Minotauro, los primeros personajes que aparecen son un soberano que ofrece
un sacrificio y un dios.[19]
Se trata de Minos, a quien la tradición griega habría de convertir en uno de
los más famosos reyes de Creta, y Poseidón, una de las principales divinidades
de la religiosidad minoica. El mito empieza presentándonos al hombre en su
relación con la divinidad, es decir, en el ámbito de la religiosidad. Cuenta
Hesíodo que Minos era hijo del propio Zeus;[20]
según Homero, su ascendencia le permitía disfrutar de la protección de los
dioses[21]
y favorecerse de quienes rigen el orden del universo. Así pues, Minos no es un
simple mortal, sino un ser medio divino.
Sin embargo, a pesar de su divino linaje, Minos necesitó recurrir a la
ayuda de Poseidón para acceder al trono de Creta. A este fin, el dios hizo
salir del mar a un magnífico toro como señal divina para que los cretenses
aceptasen a Minos como soberano. A cambio de la protección del dios que hace
rugir las aguas, Minos prometió inmolar aquel animal como muestra de sumisión,
o, quizás, como muestra de que el poder en Creta lo detentaba Poseidón y el
suyo no era más que un poder delegado. Pero Minos incumplió su promesa y mandó
aquel toro a sus dehesas sacrificando otro animal en su lugar; una vez
convertido en rey, pareció olvidar que debía su soberanía al favor de la
divinidad.
Según Eurípides, lo que le empujó a actuar así fue su daimon.[22]
Pero ¿con qué sentido se debe entender ese daimon
de Minos, es decir, ese carácter[23]
que le llevó a ofender a la divinidad? ¿Acaso se podría vislumbrar aquí
aquella hybris contra los dioses de la
que tantos ejemplos tenemos en la literatura griega?
Para tratar de responder estas preguntas tal vez se deba plantear una
cuestión previa: ¿por qué guardó Minos aquel toro en vez de sacrificarlo?
Quizás esperaba obtener de ese animal enviado por un dios ‑y, por lo
tanto, en cierta medida participante de la divinidad‑ mayores bienes de
los que poseía; acaso esperaba no tener que recurrir de nuevo a los favores
divinos siendo él mismo como un dios.
Un detalle significativo para entender qué pudo haber detrás del daimon
de Minos es que no sólo guardó aquel toro para sí, sino que sacrificó otro
animal en su lugar. Por consiguiente, la intención de Minos no fue sólo
escamotear el verdadero animal de sacrificio, sino también engañar a Poseidón.
Pero ¿puede un simple mortal albergar la pretensión de engañar a un inmortal?
Existe otro mito en el que se califica de hybris
una actitud análoga a la de Minos. Se trata del mito de Prometeo, y de esa hybris[24]
que le llevó primero a engañar a Zeus y después a robarle el fuego divino. En
ambos mitos coinciden las dos afrentas: un robo a los dioses ‑el fuego en
un caso y el toro en el otro‑ y un engaño ‑el de las mitades de
buey engañosamente repartidas y el de hacer pasar un animal de sacrificio por
otro‑. En el caso de Prometeo, el testimonio de Esquilo nos confirma que
sus afrentas estuvieron provocadas por la hybris.
Por analogía podríamos decir que hybris fue
también eso que en Minos se define como daimon,
pero recurriré a continuación a otro mito, en el que aparece una hybris
casi primigenia, para apuntalar mejor la idea insinuada aquí tan sólo de forma
analógica.
En el mito de la Atlántida,[25]
Platón presenta la hybris como la
forma en que se insinuó el ethos humano
en un momento en que el principio divino que regía el destino de los atlantes
empezó a declinar. Teniendo en cuenta la proximidad contextual entre la mítica
Atlántida y la Creta gobernada por Minos ‑ya que ambos relatos apuntan a
un momento en el que los hombres empezaban a separarse de los arcaicos
principios divinos‑, no debería extrañarnos que ese daimon
de Minos tuviese mucho que ver con la afirmación platónica de que la hybris
aparece en cuanto el hombre empieza a apartarse de los dioses, y acaso a
enfrentarse a ellos.
Si Minos fue aquel soberano inspirado por la justicia divina del que
habla la tradición, y si en algún momento su carácter humano le llevó a
ofender a la divinidad de tal manera que un cruel castigo cayó sobre él y
sobre su imperio,[26]
se podría afirmar que, tanto en su caso como en el de la mítica Atlántida, lo
que se insinuó no fue otra cosa que una hybris
primigenia. Es decir, una hybris que
apareció en aquel momento y que inmediatamente empezó a diferenciarse en los
distintos ámbitos de la experiencia humana en los que se encontrará después a
lo largo de la literatura griega.
El castigo que ingenió Poseidón para vengarse de la afrenta de Minos
fue provocar en Pasifae, la esposa de éste, una pasión y un deseo irrefrenable
de ser poseída por aquel toro sagrado. Minos pagaría su hybris en la locura que llevó a Pasifae a consumar el acto amoroso
con aquel fabuloso animal, llegando hasta él bajo la apariencia de una novilla.[27]
Veamos qué impulso humano podría haberse extraviado para convertir a
Pasifae en tan singular bacante. Ella misma sólo supo definir aquella pasión
por el toro como un extraño mal.[28] En su alegación ante
Minos,[29]
al ser juzgada por su impía acción, afirmó varias veces ‑ya repuesta de
su ofuscación transitoria‑ que devino loca de manera involuntaria e
inexplicable, y que copuló con aquel animal ‑que ni siquiera tenía para
ella el aspecto de un hermoso amante‑ empujada por un impulso
irrefrenable.
Esa locura que la embriagó, ese mal que no sabe definir, ¿no era acaso
un deseo atolondrado que desordenadamente tiraba de ella hacia la consumación
del placer, un desenfreno al que Platón definió, casi con estas mismas
palabras, como hybris? Se podría
afirmar que ese extraño mal que ofuscó la razón de Pasifae encajaría de
lleno en ese tercer ámbito de la hybris
que previamente definí como expresión del desenfreno en el ámbito de la
animalidad. Un ámbito experiencial en el que el hombre no es más que un animal
‑ese animal que todavía anida en el interior del ser humano‑, un
organismo que tan sólo actúa atendiendo a sus instintos. Un modo de actuar
que, desde la razón, no se podía entender ni explicar.
De esa hybris de Pasifae, de
ese impulso sexual irrefrenable que hizo que la animalidad que había en ella la
ocupase por completo hasta consumar su amor y llevar en su vientre aquel fruto
discorde, nació un ser fabuloso, mitad hombre y mitad toro, que recibió el
nombre de Minotauro. De este modo, una primera hybris
de Minos, actuando en el ámbito de la religiosidad, y una segunda hybris
de Pasifae, actuando en el ámbito de la animalidad, dieron como resultado a ese
"hijo de la hybris" que, según
el mito, fue encerrado en el laberinto, por orden de Minos, para esconder la
vergüenza de aquella unión a los ojos de los hombres y a los suyos propios;
pero, acaso, también por alguna otra razón que el mito no llega a explicitar.
En Creta, la figura del soberano era la de un rey‑divino que estaba
en contacto directo con los dioses.[30]
Según Homero, Minos se reunía cada nueve años con Zeus en el monte Ida.[31]
Seguramente, en aquel contacto la divinidad tenía la oportunidad de confirmar
su confianza en el soberano, si éste había gobernado con justicia. Pero acaso
pudiese darse también la circunstancia de que, de hallarse en el soberano
faltas graves,[32] Minos perdiese la
confianza que el dios había depositado en él. De ser así, se podría sugerir
que Minos no sólo pretendía esconder en el laberinto el vergonzoso acto de
Pasifae, sino también la prueba de que había cometido un acto de hybris.
Es decir, pretendía esconder al monstruo[33] que podía poner en
evidencia que el dios que le había elevado al trono de Creta ya no estaba a su
lado. Minos intentaba ocultar así que había perdido aquella virtud por la que
era célebre en todo el mundo: la justicia.
Esta relectura del mito a partir de la hybris
nos permite observar ese extraño ser, ese híbrido de toro y hombre, no ya
como una simple aberración biológica o como un ser ambiguo de difícil
significación, sino como una figura que tiene tanto de primigenia y arcaica
como de fundacional de la esencia del carácter humano.
Recurriendo a ese sentido primigenio de la hybris
como tendencia a transgredir los límites, en el Minotauro podemos ver una
figura mítica que representa al hombre que ha traspasado los límites de la
humanidad por ambos extremos: hacia arriba, el de lo divino; hacia abajo, el de
lo animal. El Minotauro es una representación de la hybris humana en todos sus ámbitos, puesto que se trata de un
hombre que ha traspasado sus límites, que es a la vez dios y animal. Pero es
también una representación de la hybris
como ese impulso que, de realizarse, acabaría aniquilando al propio hombre.
Me atrevería a decir que ese
impulso por transgredir los límites, aun a costa de la propia destrucción, es
lo más propio del hombre, la esencia de su carácter y aquello que está
presente en todos y cada uno de sus ámbitos experienciales. El hombre es hybris antes que cualquier otra cosa; ese desenfreno, esa insolencia
son la manera más propia de ser hombre; ése es su instinto primigenio antes y
por encima de la fe, la razón o la biología.
Sin duda, el Minotauro es una de las creaciones mitopoéticas que más
pueden ayudarnos a comprender la esencia del hombre. Este mito ancestral, que
nos remonta a un lugar y a un momento en que el carácter humano empezó a
insinuarse, encierra en sí los tres modos de hybris. Pero lo que este mito tiene de especial es que nos presenta
todos los ámbitos de la hybris
actualizados, a la vez, en un mismo ser. Es decir, se nos presenta como real
algo que a priori no podría ser más
que una tendencia, un ser en potencia; ya que, si esa fractura de los límites
llegase a materializarse, automáticamente desaparecería el ser que se define
como tal dentro se esos límites. No olvidemos que cualquier ser realmente
existente debe quedar subsumido en una forma, es decir, debe estar determinado
dentro de unos límites que lo hacen definible y cognoscible. Por ello el
Minotauro, como híbrido, pero sobre todo como "hijo de la hybris",
es un ser imposible.
La imaginación mítica colocó al Minotauro en el interior del
laberinto, otra importante figura simbólica que deberemos analizar, ya que en
ella se nos presentan dos modos muy distintos de habitar los límites humanos.
Cuenta el mito que Teseo ‑uno de los principales personajes míticos
de la genealogía ateniense‑ llegó hasta el centro del laberinto para
matar al Minotauro y liberar así a su ciudad del escarnio al que era sometida
cada año por designio de Minos. Según los mitógrafos, pudieron existir
diferentes razones para que Minos exigiese ese sacrificio a Atenas, pero la
versión más común[34]
nos dice que su origen debe hallarse en la muerte de Androgeo, hijo de Minos, a
manos de un grupo de atenienses. En respuesta a aquella ofensa, Minos acudió al
continente a luchar contra Atenas. Los atenienses, viéndose perdidos, acabaron
pactando con Minos. Por exigencia de éste, se comprometieron a enviar a Creta
cada año a siete muchachos y siete muchachas que servirían de alimento al
Minotauro. Cuando se habían enviado ya dos contingentes a Creta, Teseo se
ofreció para formar parte del siguiente grupo, con la promesa de que, introduciéndose
en el laberinto, daría muerte al Minotauro y acabaría con aquel infame
tributo. Una vez en la isla, Teseo conoció a Ariadna, la cual, por amor, decidió
ayudarle a acabar con el monstruo. Para ello, entregó al ateniense un ovillo y
le explicó que debía sujetar un extremo a la puerta del laberinto e ir tirando
del resto conforme avanzara por aquella encrucijada de caminos.[35]
Así lo hizo Teseo, y logró llegar al centro del laberinto donde se encontraba
el Minotauro y matarlo a puñetazos ‑o, en otra versión, sujetándolo por
los pelos y sacrificándolo a Poseidón[36]‑.
A continuación, fue recogiendo el ovillo hasta llegar de nuevo a la puerta por
la que había entrado.
De este relato podemos concluir que, para los griegos, el laberinto no
era más que la prisión en la que estaba encerrado el Minotauro, un lugar del cual nadie podía salir una vez se hubiese
introducido en él.[37]
Teseo entró en el laberinto con la sola intención de matar al monstruo. Nada
mejor para realizar su hazaña que servirse de un ingenio ‑el ovillo de
Ariadna‑ que le permitiese entrar y salir de la manera más rápida y
efectiva posible. Téngase en cuenta que, desde el punto de vista de Teseo, el
laberinto era un lugar de sacrificio, y el Minotauro aquel a quien se le ofrecían
los sacrificios humanos.
Sin embargo, para los cretenses, el laberinto tenía un significado muy
distinto; era un espacio ritual, un lugar de danza.[38]
Muchos de los que han investigado la figura del laberinto[39]
afirman que, en Creta, éste ejercía la función de una gruta iniciática,
en la que había que introducirse ejecutando una danza ritual. Para los
cretenses, el laberinto era un lugar de iniciación, y el animal que habitaba en
su interior un misterio, ese híbrido que representa la disolución de los límites
humanos. De la relación que se establece entre
el laberinto y el Minotauro nacería un modo de vivir esa esencia del carácter
humano, un modo de habitar la hybris,
que encontrará su antagónico en la figura de Teseo.
Desde una perspectiva simbólica, el laberinto podría representar el
recorrido más largo posible dentro de un espacio limitado. Los límites
externos del mismo pueden entenderse como una transposición a un modelo
espacial de los límites temporales humanos. Un espacio que, supuestamente, podría
recorrerse en un período limitado de tiempo. De este modo, el laberinto se
convierte en un lugar experiencial que representa el recorrido más largo que se
puede realizar dentro de los límites humanos.
Si entendemos el laberinto como una forma de vivir la hybris, aquella danza[40]
mediante la cual el "iniciado" se introducía en él podría
entenderse como el ritual simbólico mediante el cual se afirmaba que, para
poder alcanzar el "conocimiento",[41]
debe recorrerse el camino más largo posible dentro de los propios límites. En
el laberinto, debía haberse agotado el territorio que queda dentro de los límites
antes de poder acceder al lugar en el que se hallaba oculto el misterio. Una vez
que se hubiese recorrido ese largo camino, una vez que el iniciado hubiese
llegado al centro podría enfrentarse ya cara a cara aquel híbrido que no era
otra cosa que él mismo tras haber traspasado los límites de su propia
humanidad. Pero, por otra parte, también era allí donde el Minotauro estaba
esperando a sus presas, a aquellos que le iban a ser sacrificados. De este modo,
quien se introducía en el laberinto
se convertía a la vez en una víctima de su propia iniciación, en un cazador
cazado.
Una vez muerto el Minotauro, y convertido el laberinto en un recinto en
ruinas, atrás quedó, sepultada por más de tres mil años de civilización y
pensamiento filosófico, aquella arcaica sabiduría que se proponía como símbolo
del existir humano el "camino más largo". Lejos quedó aquella
pretensión de llegar hasta el final de ese camino para enfrentarse al
conocimiento del propio ser, para extasiarse ante la visión de un misterio,
para alcanzar el conocimiento de la esencia del hombre antes de traspasar el último
de los límites humanos. A partir de entonces, la hybris
se convirtió en un problema filosófico, en un impulso que había que
reprimir, en una afrenta contra los dioses, en una bestialidad humana.
El hombre perdía así sus facetas animal y divina quedando encerrado en
los estrechos límites de una racionalidad que no es capaz de entender su propia
esencia. Del vivir humano como un habitar los límites, tratando de recorrer
todos los caminos posibles, se paso a la infructuosa búsqueda de un único
camino, el camino del recto vivir. De este modo, desde Teseo el pensamiento
occidental se ha empeñado en encontrar por todos los medios un único camino
para recorrer el laberinto del vivir y el pensar humanamente.
Por mi parte, mediante este heterodoxo recorrido por el mito del
Minotauro he pretendido abrir algún otro trayecto desde el cual explorar la hybris
y la esencia del carácter humano. Por supuesto, sólo se trata de uno de
los posibles, pues quedan por explorar muchos más caminos que aquí sólo se
han podido vislumbrar. Pero, por el momento, cualquier otro itinerario deberá
quedar ya fuera de estas páginas.
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