
Además del arma, en el bolsillo del agresor se halló una nota escrita en turco que decía: "He matado al Papa para que el mundo sepa que hay miles de víctimas del imperialismo". Agca, musulmán, declaró ser "el instrumento inconsciente de un plan misterioso". La naturaleza de ese plan –quién o quiénes estuvieron detrás del intento de asesinato– no ha podido ser resuelta de modo definitivo: diversas hipótesis han apuntado al KGB soviético (la “pista búlgara”), la organización ultraderechista turca Lobos Grises (la “pista turca”) o el cardenal Casaroli y la propia Iglesia católica (la “pista vaticana”).
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En julio de ese mismo año, Ali Agca fue condenado por un tribunal italiano a cadena perpetua y a la pena especial de aislamiento. No obstante, Wojtyla, que lo visitó en prisión en 1983, le otorgó su perdón y abogó por su indulto, que le fue finalmente concedido por el presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, en junio de 2000. Agca fue extraditado entonces a Turquía por el asesinato de un periodista acaecido en 1979; en 2010 quedó finalmente libre.
Juan Pablo II nunca se recuperó del todo de las lesiones producto del tiroteo, que requirieron seis horas de cirugía intestinal, transfusiones –que le provocaron una infección de citomegalovirus– y una colostomía. Este atentado no fue el único de su pontificado, aunque sí el único que le dejó secuelas graves. El segundo más famoso (y peligroso) lo sufrió casi justo un año después, el 12 de mayo de 1982, cuando el sacerdote integrista español Juan Fernández Krohn se abalanzó sobre él armado con una bayoneta en el santuario mariano de Fátima (Portugal).
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