
Nos
quieren miedosos, que no levantemos cabeza. Por eso todos los días
nos inundan con noticias calamitosas, para que experimentemos lo caída
que está la naturaleza humana, necesitada de salvadores. Radio,
prensa y televisión se confabulan para ocultarnos que estamos en un
mundo en marcha y en
el que la generosidad –voluntariados, organizaciones no
gubernamentales, pacifistas e insumisos, liberación femenina, orgullo
gay–, es un signo de los tiempos como quizás nunca haya habido. El
número de los mártires por la causa de Jesús empieza a ser
infinito. Caminamos hacia una venturosa e imparable mundialización,
pero mientras no exista un Mundo Único y se pueda hablar de Tercero y
Primer Mundo, la cosa no va. Los potentados económicos dejan jugar a
los políticos al poder, pero no. Son ellos,
los
liturgos del dios Mercado, los que tienen la sartén por el mango, y
nos traen fritos. Nos recuerdan que estamos disfrutando de la tríada
revolucionaria –libertad, fraternidad e igualdad–, pero de hecho
nunca existirá democracia si no es fundamentada en la igualdad económica.
Mientras tanto, la fraternidad es gran mentira semántica y la
libertad sólo puede tener dos traducciones: o el liberalismo
confortable que impera entre los burgueses o la liberación
revolucionaria que es esperanza de los oprimidos; ahí se sitúan las
teologías de la liberación.

Que
estamos atascados en las libertades formales y burguesas lo demuestra
esta pregunta metódica: ¿en dónde hay más libertad, en Cuba o en
Estados Unidos? No cabe duda, libertades formales, en USA. En cuanto a
dónde exista mayor liberación, habría que preguntárselo a los
cubanos; por supuesto también a los refugiados en Miami, pero en
contraste crítico con la opinión de los hispanos: chicanos,
portorriqueños, sin dejar de elevar consulta a los negros de
Harlem. Y si aduzco el caso cubano es porque me parece paradigmático,
un auténtico desafío.
Hay
que aprender a estar esperanzados con un modo nuevo, pasando de un
optimismo sin esperanza –que profesan los omnipotentes hombres del
Mercado, que nada esperan porque todo lo tienen a mano–, a un
pesimismo esperanzado, el de los empobrecidos que luchan por su
liberación con la conciencia de que las cosas están mal pero estamos
llamados a una transformación de la sociedad, que eso es el reinado
de Dios. Cultivar una esperanza germinal, necesaria para seguir
luchando. Existen dos clases de personas en lucha por la utopía: los
mesiánicos y los proféticos. Muchos se desaniman y abandonan porque,
mesiánicamente, consideraban que el futuro ya era presente:
terminaron desencantados, abandonando; la persona profética es
optimista porque para ella el presente ya es futuro, detecta la
simiente. Los empobrecidos, llevando cuenta de que hay que reconstruir
la oikos o casa, han de partir de tres
presupuestos:
economía, ecología, ecumenismo. Que el mundo sea nuestra casa ecuménica
sólo es posible
si se va produciendo un cambio económico que rompa con esta economía
de mercado a la que
no le interesa responder a las necesidades humanas, sino producir para
tener mayor beneficio.

El
desastre ecológico y otros muchos signos convidan a esa esperanza
apocalíptica de que la Mujer –y el ecofeminismo profetiza sobre el
asunto– ya está pariendo una nueva criatura (Ap 12). Es necesario
forzar la esperanza y atreverse a ver los signos navideños de un
nuevo modelo de sociedad, sabiendo que cuando aparece un nuevo
paradigma, el viejo muestra inusitado vigor, semejante al monstruo
que, agonizante, propicia
los últimos coletazos. El apocalipsis es un género literario en
apariencia catastrófico, pero no: siendo literatura clandestina de
resistencia no puede ser sino revolucionaria y optimista.
Nadie,
a principios de 1989, soñaba con la caída del muro de Berlín ni del
imperio soviético. La Revolución Francesa llevaba gestándose desde
el siglo XI, con el nacimiento de la burguesía, clase revolucionaria
que ahora apoya un capitalismo y neoliberalismo al que hay que
atreverse a ver su final, pues la sociedad industrial destruye más
que crea y la crisis afecta a imperios como el estadounidense,
el país más
endeudado del mundo y con un índice de pobreza que aumenta día a día.
Los países del Este europeo, ebrios de cocacola, vuelven su rostro al
pasado que les engañó con un socialismo que no lo era, y pueblos
como el polaco se desdicen de una solidarnosc que tampoco lo era
tanto: están cansados de ser cómplices de un Occidente que enseña
la oreja de lobo.

El
mensaje apocalíptico lucano es de esperanza, y a él nos remitimos:
«Aparecerán señales en el sol, en la luna y en las estrellas...
Pero cuando empiece a suceder todas estas cosas, poneos en pie y alzad
la cabeza, porque se acerca vuestra liberación» (Lc 21,25-28). Hay
que tener la audacia profética de descubrir que todas estas cosas ya
están sucediendo. Permítaseme acabar con un clamor no tan adventicio
como algunos puedan supone r, sino de auténtico adviento: Maranatha,
ven Señor Jesús.
Exodo
nº 35 EVANGELIO EN EL MUNDO
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