domingo, 23 de marzo de 2014

Santificado sea tu Nombre



Carlos del Tilo
                     

Jesucristo enseñó una curiosa oración a sus discípulos (Lucas XI, 1-2) que, siguiendo su ejemplo, los cristianos repiten desde entonces en el «Padre Nuestro».
¿Por qué ha de ser santificado el nombre de Dios? ¿Acaso no es Santo por sí mismo?
De entrada, hay que hacer la siguiente observación: Jesús hablaba a los judíos, en una lengua que les era familiar; se refería a nociones que sus auditores comprendían, ya que éstas formaban parte de una enseñanza religiosa en la que habían sido formados y a la que debemos necesariamente referirnos si queremos comprender de qué se trata.
Así, pues, en primer lugar es necesario saber qué es el nombre de Dios para los hebreos, y luego, por qué ha de ser santificado.
Hay muchos nombres de Dios, según sus atributos y también según la forma en que se manifiesta al hombre y según la que el hombre se presenta ante él. Un antiguo cabalista, Nahmánides de Gerona, llegó a decir que la Escritura no era más que una sucesión de nombres de Dios.
Sea como fuere, el nombre que, ciertamente, se encuentra más a menudo en el texto bíblico es el de cuatro letras, el Tetragrama (IHVH) que los judíos nunca pronuncian por respeto; simplemente dicen: ‘el nombre’ o bien Adonai, que significa ‘mi Señor’.
La pronunciación de este nombre está reservada a los Justos a quienes Dios ha comunicado su secreto y sobre cuya frente brilla. Está en boca de los verdaderos profetas de Dios. También el gran Sacerdote de Israel pronunciaba este nombre en secreto en el Sancta Sanctorum una vez al año (antes de la destrucción del Templo) a fin de atraer la bendición divina sobre todo el pueblo reunido a su alrededor.
La tradición dice que Adán pudo dar el ser a los animales en el Paraíso terrestre gracias a la posesión de este nombre. (cfr. Génesis II, 19) y, por ello, Adán era, en cierto modo, coadjutor de Dios en la obra de la creación.
Pero, ¿qué ocurrió después de la transgresión, por parte del hombre, del mandamiento divino, o sea cuando fue exiliado de su patria original?
Ciertos comentaristas explican que la caída de Adán tuvo como efecto el privar al hombre de una parte de este nombre de cuatro letras. Adán sólo pudo conservar las dos últimas letras del nombre (VH), pues las dos primeras se volatilizaron cuando consumió el fruto del conocimiento del bien y del mal. Y, efectivamente, el hombre se ha convertido en un dios caído; se ha llevado con él al exilio algo de Dios, una palabra muda, una semilla sepultada y seca que no germina. Se trata de este santo nombre de Dios, que el hombre ha roto en él por la falta original.
Los hebreos lo denominan «el Santo, bendito sea», formulando un deseo, es decir, que sea bendito. «Santificado sea su nombre» dicen los cristianos, o sea, que sea reunificado para volver a formar el Tetragrama sagrado; que el hombre sea regenerado e introducido de nuevo al Paraíso, donde no existe separación.
Que el Dios que permanece en el hombre sea bendito, que «el Padre que está en los cielos» venga a reanimar y refrescar al Dios de abajo: he aquí el nombre santificado, la unidad del Único restablecida, las cuatro letras del nombre sagrado unidas de nuevo, lo cual devuelve al hombre el uso de la Palabra sagrada.
Por ello, tanto la revelación de los hebreos como la de los cristianos son revelaciones mono-teistas (monos: único) porque creen en un Dios uno, es decir un Dios re-unificado y no un Dios en el cielo, separado del hombre. Todo el drama de Adán consiste precisamente en esta separación.
La tradición hebraica enseña que el Dios que ha permanecido en el hombre, el Dios que Adán ha arrastrado con él en su caída, es un Dios de cólera; está enfadado porque en este bajo mundo el hombre lo desprecia, lo ignora, lo humilla de algún modo, y no le permite volver a encontrar el lugar que le corresponde en su templo, que como sabemos es el hombre.
La obra del Justo consiste en transformar al Dios de cólera en Dios de misericordia, de amor, haciendo descender la bendición del cielo; entonces, el nombre de Dios está santificado, el Dios de amor se manifiesta y así se realiza la promesa mesiánica.

 

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